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Nahuel Moreno

ACTUALIZACION DEL PROGRAMA DE TRANSICION




l revisionismo pablista no sólo provocó la más terrible crisis de nuestra Internacional, sino también una resistencia acrecentada. Desgraciadamente, esta resistencia no fue dada por una dirección probada a escala internacional. A la dirección revisionista no se le pudo oponer —por debilidad de nuestra propia Internacional— una dirección y organización internacional sólida. No por eso ha sido menor la resistencia al curso revisionista, pero ella adquirió un carácter nacional, regional o fragmentario debido a la inexistencia de esa dirección internacional. Fueron distintos partidos nacionales o tendencias internacionales o regionales las que resistieron al revisionismo. Por eso la historia de la resistencia al curso revisionista es una historia accidentada e íntimamente ligada al proceso de la lucha de clases.

El mérito histórico de haber sido la primera en darse cuenta de lo que significaba el pablismo como corriente revisionista, traidora a los principios trotskistas, pertenece a la vieja sección francesa —el PCI (Partido Comunista Internacionalista), hay día la OCI (Organización Comunista Internacionalista)— que se lanzó a una batalla principista prácticamente solo. Rápidamente los compañeros franceses fueron apoyados por la mayor parte de los trotskistas latinoamericanos, a excepción de los compañeros bolivianos enfeudados al SI y al pablismo, de entre los cuales hay que excluir a la corriente que respondía a Lora, que tuvo una política abstencionista.

En noviembre de 1953 el partido trotskista más prestigioso y de mayor tradición, el SWP de Estados Unidos, se sumó a la batalla contra el revisionismo pablista, al romper espectacularmente con éste. A partir de entonces se funda el Comité Internacional (CI) para defender a nuestra Internacional del ataque revisionista del pablismo.

Sin embargo el CI, por influencia del SWP, jamás superó su carácter de un mero frente único defensivo, de organización federativa, que no se elevó ni siquiera a tendencia internacional. Con nexos laxos, incapaz de oponer una fuerte dirección centralizada que diera una batalla definitiva contra el revisionismo hasta expulsarlo de nuestras filas, reconstruyendo nuestra Internacional sobre bases principistas y militantes, el CI tuvo una vida casi vegetativa.

Los trotskistas latinoamericanos dieron una batalla sin tregua contra esta concepción del SWP. La esencia de la posición de la dirección del SWP era la de una Internacional o un CI federativo de trotskistas nacionales.

Debido a esta posición nacionalista del SWP, el partido hegemónico dentro del CI, no se pudo derrotar al revisionismo, a pesar de que el CI agrupaba al ochenta por ciento de las fuerzas trotskistas militantes en el mundo. Esta política nacionalista del SWP se combinó con un cambio de posición del pablismo entre los años 1956 y 1959. Aparentemente, a partir de este cambio en el curso de la revolución húngara o como consecuencia de la revolución cubana, la dirección del SWP se vuelca a lograr una unificación con el SI pablista, sin reafirmar que era una tendencia claramente revisionista.

El SWP se apresura a romper el CI, dispersando sus fuerzas, provocando una seria crisis de este, justamente en el momento en que el revisionismo estaba más debilitado. Gracias al rompimiento del CI se salvó el revisionismo pablista. La reunificación del año 1963, que llevó al surgimiento del SU (Secretariado Unificado), tuvo esa consecuencia.

El hecho de la lucha de clases que le permitió al SWP romper el Comité Internacional y hacerle el juego al pablismo fue la revolución cubana, encabezada por una dirección pequeñoburguesa no stalinista, el castrismo. Este acontecimiento provocó una profunda confusión dentro del movimiento trotskista y especialmente en las filas del CI. Este no supo responder en forma unitaria a este nuevo fenómeno, que en sus aspectos más generales coincidió con el análisis de Trotsky de direcciones pequeñoburguesas que iban más allá de lo que querían contra la burguesía. Lo que provocó esta confusión fue el hecho de que era una dirección no stalinista. Ninguna corriente del movimiento trotskista supo responder con una posición principista al nuevo y complejo fenómeno. Nadie fue capaz de hacer el siguiente análisis global y principista: al expropiarse a la burguesía, Cuba se transformó en un estado obrero; pero al hacerse esta revolución bajo una dirección pequeñoburguesa, profundamente nacionalista (aunque su nacionalismo tuviera aspectos progresivos en ese momento por ser latinoamericanista), el nuevo estado obrero era burocrático desde su nacimiento y, por lo tanto, era necesaria una revolución política y la construcción de un partido trotskista, ya que el Movimiento 26 de Julio primero, y el PC cubano después, eran partidos pequeñoburguesas o burocráticos. Dicho de otro modo, una dirección pequeñoburguesa no deja de serlo porque no sea stalinista o, más aún, aunque sea antistalinista.

El fenómeno cubano se inscribía en la hipótesis altamente improbable del Programa de Transición , al mismo nivel que todos los otros estados obreros burocráticos de esta postguerra. Que fuera o no stalinista era y es un problema secundario. Dentro del CI, unos —el SWP entre ellos— enfatizaban el carácter de estado obrero del estado cubano y el carácter revolucionario del castrismo y que por lo tanto no había que construir un partido trotskista, y otros negaban el carácter de estado obrero y enfatizaban el carácter pequeñoburgués oportunista de la dirección castrista y el 26 de Julio, así como la necesidad de construir un partido trotskista que los combatiera. El hecho de que el SWP rompiera el CI impidió que se llegara a una posición correcta y principista sobre la revolución cubana y agravó la confusión generalizada.

Para el pablismo y el mandelismo la revolución cubana fue una magnífica oportunidad de fortalecer y revivir su revisionismo, su negación de la necesidad de construir partidos trotskistas. El revisionismo encontró la oportunidad de traspasarle al castrismo la tarea de dirigir la revolución socialista que antes había dejado en manos del stalinismo. El revisionismo cambió de etapa pero siguió siendo el mismo: en la década del '50 la revolución y la transformación en partidos revolucionarios pasaba por el stalinismo y todos los aparatos burocráticos o nacionalistas del movimiento de masas mundial; en la década del ‘60 cambiaron de destinatario: los partidos revolucionarios los haría el castrismo, ya que él mismo era uno de ellos. El rompimiento entre la URSS y China lleva al SI durante un tiempo a plantear algo parecido con respecto al maoísmo.

Lo grave es que el SWP acepta totalmente esta revisión del programa y análisis trotskista en lo que se refiere al castrismo, aunque sigue oponiéndose al maoísmo, con justa razón, como una variante stalinista nacional.

Es así como el SWP va a la unificación con el SI. Sobre la base de muchas afirmaciones programáticas correctas y principistas, como el correcto reconocimiento de Cuba como estado obrero, se esconde una profunda capitulación al castrismo y el abandono de la razón de ser del trotskismo: la imperiosa necesidad de construir un partido trotskista en Cuba y el resto de América latina para combatir esa corriente pequeñoburguesa al frente de un nuevo estado obrero, la castrista, hasta lograr una revolución política de los obreros cubanos contra ella. La base política de la reunificación pasaba por un acuerdo revisionista: no combatir como enemiga del trotskismo y del movimiento obrero a la dirección castrista.

Lo que quedó del CI después de la maniobra de división de él por el SWP no supo responder con un análisis y política global al nuevo fenómeno, como consecuencia fundamental de su dirección healista [1] . Se demoró años en reconocerlo como un estado obrero burocrático en don de se planteaba la necesidad de la revolución política. Respondió al nuevo frente revisionista del SU con un análisis y una política confusa que lo fortificaba en lugar de debilitarlo.

La década del ’60 es la de la gran confusión en las filas trotskistas, confusión que le permite al revisionismo recuperarse, ya que la falta de un análisis global correcto y consecuente le permite llevar agua a su posición y política revisionista de no luchar en Cuba por construir el partido trotskista que dirija la revolución política contra las direcciones pequeñoburguesas.

El nuevo ascenso revolucionario, que se inicia aproximadamente en el año 1968, obliga a las fuerzas que se reclaman del trotskismo, tanto dentro de las filas del SU como del CI, a responder a él. Es así como la gran huelga general de 1968 en Francia, el comienzo de la revolución política en Checoslovaquia en el mismo año, la primavera de Praga, el ascenso revolucionario en América latina, especialmente en el Cono Sur, y la increíble lucha del pueblo vietnamita contra la invasión norteamericana, así como su repercusión dentro de los mismos Estados Unidos con un gran movimiento de masas para lograr la vuelta de los soldados norteamericanos de Vietnam, polariza las fuerzas y origina una lucha interna muy fuerte, tanto dentro del SU como del CI. Dentro del SU a partir del año 1969 se abre una lucha tendencial primero y fraccional después, entre la mayoría del SU y lo que será después la FLT (Fracción Leninista Trotskista), que lleva a sus fuerzas en repetidas oportunidades al borde del rompimiento. Comenzada como una batalla —en el Noveno Congreso Mundial de 1969— contra la estrategia guerrillerista para América latina de la mayoría del SU, rápidamente se demuestra que no es una mera discusión estratégica sino principista, que abarca todos los problemas de método y programáticos de nuestra Internacional. Como siempre, lo que está en el centro del debate es el problema de la necesidad imperiosa de construir partidos trotskistas combatiendo sin misericordia en el seno del movimiento de masas a las corrientes oportunistas. Al igual que en la década de los '50, en la que el revisionismo capituló al stalinismo y a todos los aparatos contrarrevolucionarios y se abandonó así la lucha por construir partidos trotskistas, y en los '60, cuando capituló al castrismo, en los '70 esa capitulación pasaba por abandonar la lucha por construir partidos trotskistas, para apoyar a la guerrilla guevarista latinoamericana y europea, la otra cara pequeñoburguesa del oportunismo castrista.

A medida que se fue desarrollando el combate con la mayoría revisionista del SU y que se producían nuevos acontecimientos fundamentales de la lucha de clases, la propia FLT comenzó a dividirse entre un ala oportunista, que tendía a la colaboración con la mayoría del SU a pesar de sus aparentes posiciones antagónicas, y un ala que intensificaba cada vez más la lucha intransigente contra el revisionismo. El ala oportunista era encabezada por la nueva dirección del SWP. El hecho de que fuera una nueva dirección es un hecho cualitativo, que no exime para nada la responsabilidad de la vieja dirección por su política frente a Cuba y al CI. La vieja dirección era trotskista: aunque con series desviaciones al nacionaltrotskismo, de cualquier forma reflejaba una tradición trotskista y proletaria. La nueva dirección venida del movimiento estudiantil tiene, desde su surgimiento, vasos comunicantes de carácter social con la vieja y nueva dirección europea revisionista: son todos parte del movimiento estudiantil europeo o norteamericano.

Las tendencias que se oponen frontalmente al curso liquidacionista y pequeñoburgués del SWP son la FB (Fracción Bolchevique) y la TLT (Tendencia Leninista Trotskista). Dejando de lado los matices, ambas tendencias se unen para combatir el curso capitulador del SWP. Este resuelve liquidar la lucha intransigente de la FLT contra la mayoría del SU y hace un frente sin principios con este último avalando así su método, política y programa revisionista.

Dentro del CI se produce un fenómeno parecido: la ruptura del CI y el surgimiento del CORCI (Comité para la Reconstrucción de la Cuarta Internacional) son fenómenos paralelos a la crisis del SU y al surgimiento y crisis de la FLT y obedecen a las mismas razones, el ascenso de la revolución mundial. En este caso el sector healista cumple el mismo papel revisionista, nacionalista, que el SWP dentro de la FLT. No es casual si hay día en Nicaragua coinciden como dos gotas de agua las posiciones del SWP y del healismo. El CI se divide en dos, un ala nacionalista sectaria, que rápidamente se transforma, al igual que el SWP, en oportunista rematada y la otra ala, dirigida por la OCI, que defiende intransigentemente los principales trotskistas.

El nuevo ascenso de la revolución mundial, con los grandes triunfos revolucionarios en Irán y Nicaragua, y el ascenso en general en América Latina, hacen estallar definitivamente a la Cuarta Internacional del SU. Por apoyar en forma incondicional al FSLN después de la caída de Somoza, el SU traiciona abiertamente los más elementales principios del trotskismo, como son: la defensa incondicional de todo perseguido social o político por un gobierno burgués (en este caso militantes trotskistas); la lucha sistemática contra todo gobierno burgués; la lucha dentro de las filas del movimiento obrero por la independencia de clase combatiendo en forma intransigente a las direcciones pequeñoburguesas como el FSLN; la tarea permanente de la Cuarta Internacional de construir partidos trotskistas en todos los países del mundo. Este ataque creó inmediatamente un frente único principista del CORCI, la TLT y la FB que organice la defensa unificada de los principios trotskistas. Desde un principio, los integrantes del Comité Paritario (CP) son conscientes de que no se deben repetir los errores del CI y que se impone un claro programa y una dirección centralizada para derrotar al revisionismo.


TESIS XII

Fortalecimiento y crisis de los aparatos contrarrevolucionarios


n este siglo de luchas, principalmente en esta postguerra, hemos presenciado un fortalecimiento cada vez mayor de los aparatos burocráticos. Si este proceso continuara no habría posibilidades de construir partidos trotskistas de masas y de superar la crisis de dirección. Por eso es fundamental hacer un profundo estudio marxista de este fenómeno, así como de su contrapartida: la debilidad de la Cuarta Internacional.

Antes de la Primera Guerra Mundial —durante los cincuenta años de ascenso y triunfos reformistas del movimiento obrero— nos encontramos con que el fortalecimiento de los aparatos contrarrevolucionarios se da también con el desarrollo de una izquierda revolucionaria que se consolida día a día, como lo demuestra el fortalecimiento del Partido Bolchevique y la delimitación de aquélla en el seno del movimiento obrero de otros países europeos.

En contraposición a este proceso, los veinte años de triunfos contrarrevolucionarios previos a la Segunda Guerra Mundial llevaron a un fortalecimiento absoluto de estos aparatos contrarrevolucionarios. Concretamente, el movimiento trotskista se fue hacienda cada vez más débil y el stalinismo cada vez más fuerte a medida que la contrarrevolución obtenía triunfo tras triunfo. No se fortalecieron —como en la anterior época reformista— ambos roles del movimiento obrero sino uno solo, el contrarrevolucionario.

En contraposición a la analogía que habíamos hecho entre esta inmediata postguerra y la anterior, el ascenso revolucionario y los triunfos del movimiento obrero han servido en estos últimos treinta años para fortalecer, aparentemente cada vez más, a los aparatos contrarrevolucionarios del movimiento obrero mundial. Esto se debió a una ley que en algunas oportunidades fue descrita por el propio Trotsky. El movimiento de masas en su ascenso revolucionario no puede dotarse por sí solo de una dirección revolucionaria, ni tampoco va por sí solo en favor de los núcleos revolucionarios ínfimos, casi inexistentes. Se ve obligado a ir a los partidos de masas existentes y a aceptarlos —en una primera etapa— como su dirección, aunque estas direcciones sean aparatos contrarrevolucionarios burocráticos. Esta combinación del ascenso revolucionario con los aparatos burocráticos y stalinistas, y con direcciones pequeñoburguesas como el castrismo continuó durante mucho tiempo como consecuencia de nuestra extrema debilidad, e hizo que la expropiación de la burguesía en la tercera parte de la humanidad fuera dirigida por estas direcciones contrarrevolucionarias, en un esfuerzo denodado de éstas por acompañar la movilización (incluso hasta la expropiación de la burguesía nacional de numerosos países) para frenarla. Pero, a su vez, esta expropiación de la burguesía nacional y este surgimiento de estados obreros controlados por la burocracia constituyeron un nuevo elemento que la fortificó e hizo que la burocracia adquiriera una fuerza redoblada e inesperada para nosotros. La expropiación de la burguesía —este gran triunfo revolucionario— fue explotado por la burocracia para ganar prestigio en el movimiento obrero de su país y del mundo: el cumplimiento de esta colosal tarea revolucionaria consolidó gigantescos aparatos contrarrevolucionarios a escala mundial. La ventaja de la expropiación de la burguesía, la nacionalización de toda la economía, y el boom económico imperialista les permitió a estas burocracias gobernantes provocar un boom de la economía del estado nacional controlado por ellas y esto les posibilitó prolongar su poderío y su prestigio durante varias décadas.

Si esta combinación no fuera crítica, inestable, coyuntural, a pesar del tiempo que subsiste, no habría posibilidades históricas de superar la crisis de dirección y construir la Internacional. Felizmente no es así. A medida que el ascenso continuó, comenzó a cuestionar y a erosionar —siempre ha sido sí— a esas direcciones burocráticas. Siempre el movimiento de masas ha tenido que hacer la experiencia histórica de las direcciones tradicionales, burocráticas, antes de desecharlas y destruirías. Siempre la clase obrera ha ido a esos partidos de masas aunque estén al servicio de la burguesía y sólo después de una experiencia más o menos larga los superan.

Por eso, si bien hemos vista un desarrollo y fortalecimiento increíbles de la burocracia obrera y de sus aparatos, al mismo tiempo, como consecuencia del ascenso, comenzó una crisis lenta pero creciente de ellos, como lo demuestran —entre muchos otros hechos— los comienzos de la revolución política en Alemania en el año 1953, y su continuación en Hungría en el año 1956 y en Checoslovaquia en el año 1968, así como la continua crisis abierta o encubierta del stalinismo a escala mundial.

Contradictoriamente, la fuente de mayores crisis de los aparatos contrarrevolucionarios radica en la base de sustentación actual de su fantástico poderío: el dominio del aparato gubernamental de los estados obreros burocratizados. Esa fuente de prebendas y privilegios sin fin para la burocracia pone a ésta como el enemigo inmediato y directo de las masas de esos países (mientras no haya ataques imperialistas). En los estados obreros burocratizados, la burocracia no puede desviar al movimiento de masas al planteo de que su enemigo es el imperialismo, la burguesía, los terratenientes nacionales, sino que aparecen ante las masas como sus enemigos inmediatos y directos. Los estados obreros burocratizados desnudan a la burocracia obrera mostrándola como un enemigo mortal y frontal del movimiento obrero mundial y sus movilizaciones. La fuente actual de la enorme fuerza de los aparatos burocráticos es también, por la misma razón, la fuente de su debilidad orgánica, estructural, histórica. En esos países toda movilización de los oprimidos, de la clase obrera y de los trabajadores, va directamente contra la burocracia. El ascenso revolucionario enfrenta aquí, sin mediaciones, a los aparatos contrarrevolucionarios. Será suficiente que conmueva a la URSS o a China para que todos los aparatos contrarrevolucionarios y burocráticos del mundo entero comiencen a tambalear, entrando en su crisis definitiva. Esa es la etapa del ascenso revolucionario mundial en la cual hemos entrado: la de la crisis definitiva de los aparatos contrarrevolucionarios del movimiento de masas y, principalmente, del stalinismo.

Esto se debe, fundamentalmente, a que la burocracia se ha transformado en una traba absoluta al desarrollo económico de esos países, que han entrado en una crisis económica crónica.

En cierta medida, este fortalecimiento de los aparatos contrarrevolucionarios explica la debilidad casi congénita de nuestra Internacional. Sin embargo, se combinan otros factores en la explicación de ella. Antes que nada, debemos señalar que donde más equivocada se revela la analogía que hicimos al fundar la Internacional (de esta última postguerra con la anterior) es con respecto a construir grandes partidos de masas. Creemos que se subestimó el tiempo que lleva construir un partido revolucionario y los elementos subjetivos específicos que llevan a esta formación. Un partido sólo puede obtener influencia de masas en un ascenso revolucionario, pero lo opuesto no es verdad: el ascenso revolucionario no le da influencia de masas al partido revolucionario automáticamente. Porque para que un partido revolucionario pueda adquirir influencia de masas se requieren muchos años de ascenso para poder construir una dirección y los cuadros que puedan utilizar el ascenso para fortalecer dentro del movimiento de masas a su partido, y este proceso subjetivo de formación del partido revolucionario lleva tiempo. Por eso la analogía que cabe es la que tenemos que hacer con la etapa de formación de los grandes partidos socialistas y fundamentalmente del Partido Bolchevique. Estos partidos se construyeron en un largo proceso de varias décadas de ascenso del movimiento obrero. Que fuera un ascenso reformista en el que se planteaban tareas mínimas no elimina el hecho de que fueron décadas de ascenso las que permitieron hacer muy fuertes partidos socialistas. Lo mismo ocurrió con el Partido Bolchevique, el único partido marxista revolucionario que nos dio esa época de ascenso. Al proletariado ruso e internacional le llevó cuarenta o cincuenta años de lucha el lograr estructurar este partido.

lo mismo ocurre con nuestra Internacional. Más aún, si tenemos en cuenta que no valoramos lo suficiente el funesto rol contrarrevolucionario de los veinte años anteriores a la Segunda Guerra y, fundamentalmente, del stalinismo. El stalinismo cumplió el rol de borrar de la memoria histórica del proletariado mundial las enseñanzas de la Revolución Rusa, destruyendo a la vanguardia revolucionaria en el período entre las dos guerras. Prácticamente cortó esa continuidad histórica dejando muy pequeños hilos de ella; y esos pequeños hilos estaban en manos de nuestra Internacional. Este hecho hizo muchísimo más dificultosa la estructuración de los partidos trotskistas de masas que ya era dificultosa de por sí.

Al mismo tiempo la existencia del pablismo fue un factor suplementario fundamental no sólo para debilitar sino también para disgregar a la Cuarta Internacional en todos sus sectores, incluso en aquéllos que resistían al revisionismo pablista.

Es así como los partidos trotskistas sólo podrán construirse si continúa el ascenso revolucionario, la época de guerras, revoluciones y crisis, aunque seguirá siendo un proceso lento y con saltos espectaculares en determinados países. Pero la nueva época que se ha abierto posibilitará en altísimo grado esos saltos espectaculares en la estructuración de nuestros partidos.

Esto puede ser así porque después de cuarenta años de ascenso revolucionario han surgido miles y miles de cuadros trotskistas experimentados y fogueados, capaces por lo tanto de capitalizar la crisis histórica de los aparatos burocráticos contrarrevolucionarios, principalmente del stalinismo.


TESIS XIII

El stalinismo y el castrismo son agentes contrarrevolucionarios por su política y por el sector de clase que reflejan


ara justificar su apoyo a las direcciones burocráticas y pequeñoburguesas del movimiento de masas, el revisionismo ha elaborado la teoría de la doble naturaleza: esas direcciones serían burguesas en un sentido, proletarias en otro. Con respecto al castrismo, este razonamiento se amplía con una consideración política: por no ser stalinismo tiene garantizado un curso revolucionario, o lo es directamente. Esta argumentación de carácter negativo —toda dirección que no tenga origen stalinista y expropia a la burguesía es revolucionaria— no toma en cuenta nada menos que el hecho de que el castrismo se transformó en un partido stalinista.

Esta teoría, además de ser revisionista, se niega a hacer el análisis marxista, de clase, de los fenómenos políticos. Las corrientes pequeñoburguesas y burocráticas del movimiento obrero reflejan a un sector privilegiado del movimiento de masas, que se ha dada en la época imperialista, que es antagónico a la base obrera y popular. Aunque Engels señaló el problema, ni él ni Marx pudieron estudiar a fondo la estratificación de la clase obrera provocada por el desarrollo capitalista de fines de siglo pasado, es decir el surgimiento de una aristocracia obrera. Mucho menos pudieron estudiar el fenómeno que ellos no alcanzaron ni a vislumbrar que fue el surgimiento de una poderosa burocracia obrera. El capitalismo, en su etapa imperialista, en su etapa final, sigue utilizando los métodos que lo caracterizaron durante toda su existencia y que hacen a su carácter de comerciante, de negociador. Se ha caracterizado y se caracteriza por negociar con sectores de las clases que le son adversas, por tratar de corromperlas y de incorporarlas a su sistema. Así hizo con el feudalismo, logrando señores feudales o monarcas absolutos que le servían, con lo cual dividió a la clase feudal. Lo mismo ha hecho con la clase obrera: logró que, a pesar de ser la clase más homogénea de la sociedad contemporánea —mucho más que la burguesía y la pequeñoburguesía— , no sea monolítica, tenga distintos sectores. A grosso modo podemos decir que ligados a la clase obrera hay tres sectores claramente delimitados, que han surgido en la etapa imperialista: la burocracia, la aristocracia y la base obrera. Tanto la aristocracia como la base son parte de la clase obrera, trabajan en las empresas capitalistas. La burocracia, en cambio, no trabaja en las empresas capitalistas, no es parte estructural de la clase obrera sino de la moderna clase media de acuerdo con la definición de Trotsky. De cualquier manera, como vive de su sueldo, de su salario, de acuerdo con Marx la podemos definir como un sector sui generis de la clase obrera. Lo importante no es esto, sino señalar el papel de la burocracia, su función en la sociedad contemporánea.

No hay que confundir la naturaleza y la función de la burocracia con su ubicación social. Ni creer que las contradicciones que le provocan su origen y su ubicación hacen que cambie su verdadera naturaleza. La burocracia es el agente de la contrarrevolución dentro de una institución obrera, de la cual se hace dueña para tener una vida privilegiada, separada de la base obrera. Veamos este proceso más de cerca.

Los grandes monopolios no pueden gobernar ningún país ni ningún sector social directamente. Son una ínfima parte de la humanidad y, por lo tanto, sus personeros directos no pueden abarcar toda la sociedad. Para controlar sus empresas, los gobiernos, los parlamentos, los partidos, los sindicatos, los ejércitos, las policías, el aparato judicial y cultural, el imperialismo y los grandes monopolios se ven obligados a apelar a sectores especializados de la moderna clase media, que le hacen de correa de transmisión, como por ejemplo, los parlamentarios, los tecnócratas y ejecutivos, los militares, los políticos y los burócratas. Entre esos agentes del imperialismo y de los monopolios puede haber luchas, graves contradicciones entre ellos mismos o con el propio capitalismo. Por ejemplo, los políticos burgueses parlamentarios son agentes en los parlamentos de los monopolios, pero tienen graves roces que los llevan hasta a enfrentrarse incluso en una guerra civil, como en España, con los agentes extraparlamentarios, fascistas de los monopolios. Pero de este hecho no podemos sacar la conclusión de que los agentes pequeñoburgueses parlamentarios del imperialismo tienen una doble naturaleza. Su naturaleza sigue siendo, a pesar de estas contradicciones, la de ser agentes de los monopolios en el parlamento y, como tales, defienden el parlamento de los fascistas y de los propios monopolios si éstos han resuelto prescindir del parlamento. De igual manera, un gerente de fábrica es agente del capitalismo, igual que los capataces: es el agente pequeñoburgués que defiende los intereses capitalistas dentro de la producción capitalista. Su naturaleza es distinta a la de un general, que es agente militar del capitalismo y del imperialismo. El uno es agente económico y el otro militar. Entre ellos puede haber muchas contradicciones, incluso que los gerentes no quieran los aumentos de impuestos para aumentar la producción armamentista. De igual manera, un rompehuelgas es agente del capitalismo especializado en romper huelgas y sindicatos. No es igual a un burócrata sindical que es agente del capitalismo dentro de los sindicatos y de las huelgas. Mientras que el primero tiene como tarea destruir al sindicato o a toda huelga que se presente, el segundo está obligado a defender “su” sindicato y en determinado momento puede estar a favor de una huelga que defiende a su sindicato o que lo fortifique, entrando en contradicción con el agente rompehuelgas o con el gerente. La burguesía nacional en los países semicoloniales, por ejemplo, históricamente es agente del imperialismo dentro de las fronteras nacionales, aunque en determinado momento pueda tener roces profundos con el propio imperialismo, cuando atenta contra su vida privilegiada.

La burocracia obrera es agente del imperialismo dentro del movimiento obrero, por eso tiene roces con los otros agentes del imperialismo e incluso con el propio imperialismo, cuando éste trata de destruir las instituciones obreras cuyo control y monopolio le permiten tener una vida privilegiada. Pero esto no significa que la burocracia posea una doble naturaleza, sino justamente que responde a su naturaleza de agente del imperialismo en el seno del movimiento obrero y sus organizaciones. Como todo sector de clase media, agente del imperialismo, tiene una contradicción entre la defensa de su ubicación, fuente de los privilegios, y su naturaleza de agente del imperialismo.

Estas características generales son típicas tanto de la burocracia socialdemócrata como de la burocracia stalinista.

La diferencia tiene que ver con la mayor fuerza de la burocracia stalinista y las fuentes de sus fuerzas, las instituciones en las que están ubicadas cada una. La burocracia socialdemócrata está ubicada dentro de cada estado nacional en grandes organizaciones obreras, pero no ha llegado a dirigir ningún estado obrero. A la stalinista, en cambio, la caracteriza el dominio privilegiado de los estados obreros, una institución infinitamente más poderosa que la más poderosa de las organizaciones socialdemócratas. Pero en cuanto a su naturaleza no hay ninguna diferencia cualitativa: ambas son agentes de la contrarrevolución imperialista dentro de las organizaciones obreras. Su diferencia es que son agentes en distintos tipos de organizaciones obreras.

Algo parecido ocurre con las corrientes pequeñoburguesas como el castrismo, que llegan a dirigir un movimiento revolucionario de masas y hasta a expropiar a la burguesía nacional y al imperialismo. Son un sector social distinto a la clase obrera que, al igual que la burocracia, forman parte de la moderna clase media. Nada lo demuestra mejor que el hecho de que tan pronto toman el poder se transforman en tecnócratas o burócratas —estatales o políticos— sin sobresaltos mayores. Si antes de la toma del poder eran una corriente de la moderna clase media que dirigía al movimiento de masas, después de la toma del poder se transforman automáticamente, por su diferenciación específica con la clase obrera, en burocracia.

El revisionismo asegura que estas corrientes pequeñoburguesas, principalmente la castrista, pueden transformarse en obreras revolucionarias como consecuencia de haber expropiado a la burguesía nacional y al imperialismo. Nosotros creemos exactamente lo contrario. Por razones sociales no pueden transformarse jamás en una corriente revolucionaria que refleje los intereses de las bases obreras, de los sectores más pobres y explotados de ella. Esta imposibilidad obedece a la más elemental de las leyes marxistas. Ningún sector socialmente privilegiado acepta perder sus privilegios o transformarse de conjunto, como sector social, en otro sector social inferior, distinto. Por el contrario, todo sector social con privilegios tiende a aumentarlos. Todo sector privilegiado puede, obligado por las circunstancias objetivas, ir más allá de lo que quiere en el terreno político para defender sus privilegios y para acrecentarlos, cuando se ve amenazado con perderlos. Pero nunca combatiría sus propios privilegios uniéndose a los sectores más explotados que van contra ellos. Jamás en el proceso histórico, que se mueve justamente por esta lucha de intereses, hemos vista que un sector privilegiado abandone por su propia voluntad sus propios privilegios, es decir que se suicide como sector de clase. Si así fuera tendría razón el reformismo.

Esos intereses distintos y privilegiados en relación a los de la clase obrera, hacen que tanto la burocracia como la pequeñoburguesía que dirige los movimientos de masas sean parte histórica de la contrarrevolución mundial, enemigos declarados de la movilización permanente del movimiento obrero y de masas, de la revolución permanente dentro y fuera de sus países. De ahí que todo sector privilegiado defienda la fuente de sus privilegios contra todo ataque o todo peligro potencial de ataque por la movilización de la clase obrera. Todo burócrata sindical defiende su sindicato y no sólo lo defiende, trata de que su sindicato progrese, pero en el sentido de “suyo”, de sindicato dominado por él, no de sindicato dominado por la base obrera que cada vez se moviliza más y más. Por eso, todos estos sectores están unidos políticamente con el imperialismo y con los sectores privilegiados que existen en el mundo, para frenar el proceso de movilización permanente de las masas, de la base obrera, campesina y popular, de los sectores más miserables y explotados. La naturaleza de agente de la contrarrevolución de esta burocracia está dada por esa lucha mortal de todos los sectores burocráticos y pequeñoburgueses —sin excepción— contra la revolución permanente y su expresión político, el trotskismo, a los que considera sus enemigos fundamentales.

Nada demuestra mejor el carácter contrarrevolucionario de la burocracia que su papel en el proceso económico. Dentro de los países capitalistas siempre está a favor, directa o indirectamente, de la explotación de la clase obrera y de las masas trabajadoras. La socialdemocracia le garantizaba al imperialismo de principios de siglo la explotación de las colonias y de la propia clase obrera metropolitana. Ha seguido en esa política desde entonces. El stalinismo siempre le ha garantizado lo mismo a los imperios amigos. Este carácter de la burocracia muestra su verdadera naturaleza cuando hay una situación crítica, ya que cuando hay boom puede disfrazarse negociando migajas. Es en esos mementos críticos cuando la burocracia, incluida y muchas veces preferencialmente la stalinista, apoya o le hace el juego a los planes de superexplotación de los capitalistas “amigos”, con los que incluso llegan a elaborar planes conjuntos para superar la crisis. ¿Y qué es, si no, por dar un solo ejemplo, el apoyo sin tapujos de Castro al gobierno de Videla, que está aplicando el más terrible plan de superexplotación que se haya conocido en la historia argentina?

En la economía de los estados obreros burocratizados, el papel de la burocracia stalinista es tanto más funesto que el que desempeña en los países capitalistas. El boom económico imperialista, la reconstrucción de una economía devastada por la guerra en la URSS y en los primeros estados obreros de esta postguerra, así como las colosales ventajas derivadas de la expropiación de la burguesía y la nacionalización de la industria y el comercio exterior, le permitieron a la burocracia cumplir un rol coyuntural y relativamente progresivo durante un cierto periodo. Pero a medida que la economía del estado obrero burocratizado comienza a desarrollarse, los privilegios y la conducción totalitaria de la burocracia se volvieron cada vez más una traba absoluta, junta con “su” estado nacional, al desarrollo de las fuerzas productivas y al aumento del bienestar de los trabajadores. Llegado ese punto, que se comenzó a dar a partir del año 1974, la burocracia comienza a elaborar y a intentar aplicar planes de austeridad para superexplotar a los trabajadores. Aumentó la producción armamentista para defender sus privilegios del ataque posible del imperialismo o de otros estados obreros burocratizados, pero principalmente para defenderse de la movilización de los trabajadores. Son las únicas soluciones que encara la burocracia para superar la crisis sin salida de su economía. A este nivel, salvando coyunturas excepcionales, la burocracia es parte indisoluble de la contrarrevolución mundial como freno absoluto al desarrollo de las fuerzas productivas y como expoliador cada vez más terrible de los trabajadores.

la aristocracia obrera es la correa de transmisión de la burocracia hacia el movimiento obrero. A través de ella, la burocracia trata de imponer un régimen burocrático y totalitario en las organizaciones obreras que le permita manipularlas y acrecentar sus privilegios. Para lograr esto crea —junta con el imperialismo— la aristocracia obrera, como la mejor forma de frenar la movilización de la base obrera, de negociar permanentemente y de practicar la colaboración de clases a nivel nacional y la coexistencia pacífica a nivel internacional.

Por eso, el socialismo en un solo país, el sindicalismo en un solo sindicato, la colaboración de clases a nivel de un país y la coexistencia pacífica a nivel internacional son los ejes centrales de la política de la burocracia y de la pequeñoburguesía.


TESIS XIV

Las fuerzas productivas decaen mientras que las destructivas no dejan de crecer bajo el boom económico


a inexistencia de una crisis como la del año 1929 en esta postguerra —es decir, de un shock que conmueva a todo el mundo capitalista desde el centro a la periferia—, el boom económico de los países imperialistas y de los más desarrollados del mundo durante veinte años (a partir más o menos del año 1950), más la combinación de estos elementos con un espectacular desarrollo tecnológico, llevaron al revisionismo a levantar una nueva concepción económica antimarxista.

La misma sostiene, en primer lugar, que se ha abierto una nueva etapa, la neocapitalista o neoimperialista que se diferencia de la imperialista definida por Lenin como de decadencia total, de crisis crónica de la economía capitalista. Generalizando abusivamente estos nuevos hechos, esta nueva corriente teórico–política acepta tanto la teoría de los economistas burgueses como la de la burocracia y las traslada a nuestras filas como una teoría económica al servicio de su capitulación a los aparatos burocráticos.

La segunda revisión —la principal— es la afirmación de que en esta supuesta nueva etapa las fuerzas productivas viven un colosal desarrollo, gracias al enorme progreso tecnológico. Esta es una concepción anticlasista y antihumana, y justamente la base de sustentación de los ideólogos del imperialismo.

Para los marxistas el desarrollo de las fuerzas productivas es una categoría formada por tres elementos: el hombre, la técnica y la naturaleza. Y la principal fuerza productiva es el hombre; concretamente la clase obrera, el campesinado y todos los trabajadores. Por eso consideramos que el desarrollo técnico no es desarrollo de las fuerzas productivas si no permite el enriquecimiento del hombre y de la naturaleza; es decir, un mayor dominio de la naturaleza por parte del hombre, y de éste sobre su sociedad.

La técnica —como también la ciencia y la educación— son fenómenos neutros que se transforman en productivos o destructivos de acuerdo a la utilización clasista que se les dé. La energía atómica es un colosal descubrimiento científico y técnico, pero transformada en bomba atómica es una gran tragedia para la humanidad; nada tiene que ver con el progreso de las fuerzas productivas sino con el de las fuerzas destructivas. La ciencia y la técnica pueden originar el enriquecimiento del hombre —desarrollar las fuerzas productivas— o la decadencia y destrucción del hombre. Depende de su utilización; y su utilización depende de la clase que las tenga en sus manos. Actualmente, el desarrollo de las fuerzas productivas no sólo está frenado por la existencia del imperialismo y la propiedad privada capitalista, sino también por la existencia de los estados nacionales, entre los que incluimos a los estados obreros burocratizados. En la época de agonía del capitalismo estos estados nacionales cumplen el mismo nefasto papel que los feudos en el período de transición del feudalismo al capitalismo.

En esta postguerra hemos vista el colosal desarrollo de la industria armamentista, es decir de las fuerzas destructivas de la sociedad, y también un desarrollo de la técnica que ha llevado a un empobrecimiento del hombre, a una crisis de la humanidad, a guerras crecientes y a un comienzo de destrucción de la naturaleza. El actual desarrollo de la economía capitalista y burocrática tiene una tendencia creciente a la destrucción del hombre y de la naturaleza humanizada. El análisis revisionista en este punto es parcial y analítico, pues no define ni las consecuencias del desarrollo ni sus tendencias.

Si el revisionismo tuviera razón, sus concepciones significarían que hemos entrado en una época reformista en la que de lo que se trata es de obtener la mayor tajada posible en favor de los trabajadores dentro de este progresivo proceso de desarrollo. Si así fuera, toda la concepción del Programa de Transición estaría equivocada. Pero la actual etapa del capitalismo produce miseria creciente para las masas. El dominio de la economía mundial por el imperialismo es una traba al desarrollo de las fuerzas productivas. Y el marxismo, el leninismo y el trotskismo están más vigentes que nunca, porque son la única ciencia que explica por qué se abre una etapa revolucionaria: porque el desarrollo de las fuerzas productivas es trabado por el régimen social dominante, hasta tal grado que provoca una decadencia, una crisis en el desarrollo de las mismas.

La tercera revisión es consecuencia de la anterior: si las fuerzas productivas se desarrollan bajo el neocapitalismo, los trabajadores mejoran constante y sistemáticamente su nivel de vida a escala mundial. El grave problema para las masas deja de ser la miseria, ya que al consumir cada vez más, se alienan.

Los hechos han sido tan categóricos contra esta teoría revisionista que hay día, en forma vergonzante, se la trata de ocultar. Pero ésa era la posición oficial del revisionismo en la década de los sesenta: la miseria de las masas es relativa, ya que cada vez mejoran su nivel de vida, y no absoluta, como asegura el marxismo para la época imperialista. Los hechos y la concepción marxista ortodoxa sostienen que se abre una etapa de revolución cuando la vida se hace insostenible para las masas, cuando hay desocupación, miseria creciente, baja del salario, etcétera. La economía imperialista y capitalista, tanto como la burocrática, en su etapa de crisis definitiva, de putrefacción y de enfrentamiento a la revolución socialista mundial, es la etapa de la miseria creciente y absoluta del movimiento de masas tomado en su conjunto. El revisionismo ha tomado como referencia para formular su teoría la situación de la clase obrera de los países adelantados durante el boom y no a todas las masas.

La cuarta revisión es la que sostiene que han desaparecido las crisis económicas —tipo año 1929— del imperialismo, el cual, por el contrario, vive un boom económico sostenido. Esta concepción ignore que el boom es excepcional y coyuntural y, en consecuencia, los hechos que así lo explican. La supuesta nueva etapa no es en realidad otra cosa que la de la economía capitalista en su crisis definitiva, de putrefacción y, fundamentalmente, de enfrentamiento a la revolución socialista mundial. La actual economía imperialista, incluido su boom , sólo puede entenderse como parte dependiente de lo político y lo social, ligada al proceso total de la lucha entre la revolución socialista internacional y la contrarrevolución en el mundo. La política domino a la economía en esta época y con el método de separación revisionista no se puede entender nada.

Son los grandes acontecimientos políticos de postguerra los que explican la falta de una crisis como la de 1929 y no el automatismo económico por sí solo. Todos los fenómenos económicos “anormales” en última instancia tienen que ver con la política contrarrevolucionaria del Kremlin y del stalinismo en todo el mundo. Sin esta política consciente no hubiera habido boom económico, ni “plan Marshall”, ni levantamiento de la economía alemana y japonesa, ni de la economía europea en su conjunto, y habríamos presenciado crisis muy superiores a la del año 1929 en los países capitalistas avanzados. El hecho de que no haya sido así no tiene que ver con las tendencias más poderosas de la economía capitalista en su estado de putrefacción, es decir no surge de un fenómeno económico sino de fenómenos políticos tales como, por ejemplo, que el Kremlin haya ordenado a los partidos comunistas occidentales apoyar el restablecimiento de la economía capitalista devastada por la segunda guerra imperialista, hacienda que la clase obrera se sacrifique para levantar esas economías capitalistas.

La actuación del stalinismo como agente de la sobreacumulación y de la sobreganancia fue el instrumento político que lo permitió. Esta política hizo a su vez que el Kremlin pudiera reconstruir la economía de “su” estado obrero burocratizado, y fortalecerse relativamente dentro de su esfera de influencia.

Pero a pesar de la ayuda del Kremlin, el imperialismo sólo logró transformar las crisis cíclicas catastróficas —tipo año 1929— en una crisis crónica capitalista mundial que ha ido de la periferia al centro, tomando al mundo capitalista en su conjunto, incluidos —como parte contradictoria de este sistema económico mundial dominado por el imperialismo— los estados obreros burocratizados.

El boom económico estuvo basado en un principio en el sacrificio y la sobreexplotación del proletariado de los países adelantados que se dejaron explotar por orden del Kremlin y, posteriormente, una vez que la economía de los países avanzados entró en el boom , en la explotación cada vez más terrible de los países atrasados, en los que originó una miseria creciente y absoluta. A su vez, esta reconversión de la economía capitalista dio lugar a una economía al servicio de la contrarrevolución mundial, que se manifestó en el más grande desarrollo de la producción armamentista conocido por la historia de la humanidad, es decir en la más colosal producción de medios de destrucción.

Todos estos fenómenos han ido creando las condiciones para que la crisis, paulatinamente, avanzara de la periferia al centro del sistema capitalista mundial y, a partir de 1974, haya llegado ya a los países capitalistas avanzados y a los estados obreros burocratizados. Su manifestación más evidente —no la causa sino los hechos espectaculares que la indican— son la inflación creciente, la crisis en los precios del petróleo y en el mercado mundial, la crisis del dólar y del sistema monetario internacional, las alzas de los precios del oro, etcétera.

Completando esta cadena que aparta al revisionismo del marxismo, aceptando la concepción de los teóricos de la burocracia del “socialismo en un solo país”, el pablismo ha aceptado las premisas del stalinismo de que en el mundo actual existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos: el del imperialismo y el de los estados obreros burocratizados. Esto no es así en el terreno político ni en el económico. No hay dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo. Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo, existen contradicciones más o menos agudas con los estados obreros burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son contradicciones absolutas, sino por el contrario relativas, debido a una razón política y a otra económica: la burocracia dominante en estos estados obreros defiende “sus” fronteras nacionales, no tiende a destruirlas desarrollando una federación de estados obreros, y por eso hace esfuerzos denodados por practicar la colaboración de clases a escala internacional, es decir la coexistencia pacífica con el imperialismo. La economía de todos los estados obreros, burocratizados o no, está supeditada —mientras el imperialismo siga siendo más fuerte económicamente— a la economía mundial controlada por el capitalismo. Es por eso que la economía de los estados burocratizados ha seguido como una sombra los ciclos de la economía capitalista mundial.


[1] Se refiere al dirigente trotskista inglés Jerry Healy


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