No podré, por desgracia, asistir en persona al Congreso del Partido,
cuya importancia será capital y en cuyo trascurso se discutirá
sobre todo la actividad del departamento militar.
No creo que el programa del partido sea pretexto para divergencias
y debates apasionados. Desde luego, el proyecto de programa no carece de
defectos. Pero pienso que este problema será, en conjunto, resuelto.
Acaso sea necesario aclarar tal o cual fórmula.
Los asuntos inherentes a la organización pueden suscitar en
el congreso debates más amplios y opiniones más encontradas.
Diversos medios del partido, y no de los menores, ponen de manifiesto cierto
descontento a propósito de la actividad del aparato central del
partido.
Los camaradas se quejan de la falta de dirección sistemática
de las instancias centrales, de una desigual distribución de las
fuerzas del partido, etc.
En todo caso estimo indispensable destacar que buena parte de las críticas
formularlas a este respecto van demasiado lejos.
En circunstancias históricas sin parangón, nuestro partido,
el partido de la clase obrera, se ha visto obligado a resolver problemas
de importancia mundial. Al mismo tiempo, y en función de las modificaciones
de la situación mundial, se ha visto compelido a cambiar su propia
línea de conducta; por supuesto, no en lo que concierne a los principios,
sino en sentido operacional, de "maniobra", diremos. Ala debido pasar de
la ofensiva a un provisional repliegue; ha debido despistar al adversario
más poderoso del momento, tanto en política interior como
en política exterior; ha debido concentrar todas sus fuerzas y toda
su atención en uno u otro de sus objetivos, y así por el
estilo. Estimo que este aspecto de la conducta de la política del
partido ha quedado asegurado y que nuestro partido ha salido con honor
de las peores dificultades. Precisamente la escala gigantesca de los acontecimientos
ha engendrado cada vez nuevas combinaciones de condiciones o agrupamientos
políticos, haciendo así extremadamente difícil todo
verdadero trabajo sistemático relativo a la estimación real
del conjunto de fuerzas del partido y a la justa distribución en
los diferentes sectores de la actividad.
El verano último, por ejemplo, cuando nuestra situación
militar se deterioró en grado sumo, el partido envió, por
iniciativa del Comité Central, a millares de sus mejores militantes
a todos los frentes. Resulta evidente que tal apretujamiento de las fuerzas
del partido era imposible de realizar dentro de un orden cabal, con una
estimación correspondiente de la condición y la capacidad
de cada militante visto por separado. Sin embargo, las circunstancias mismas
nos obligaban a actuar de esa manera.
En el curso de los diecisiete meses de su existencia, la República
Soviética comenzó por ensancharse; luego se contrajo, para
nuevamente agrandarse en seguida. Claro está que ningún Comité
Central estaba en condiciones de prever tales cambios. Esas modificaciones
se efectuaban con una cadencia rápida y tenían consecuencias
directas sobre la organización: durante, el primer período
asistimos a una diseminación espontánea de las fuerzas del
partido por toda la extensión del territorio aumentado de la Rusia
soviética; luego se produjo una concentración igualmente
espontánea de esas fuerzas dentro de los límites de la Gran
Rusia, antes de esparcirse después, con igual rapidez, en el conjunto
de las regiones liberadas. Durante este último período la
distribución de las fuerzas del partido ya se llevaba a cabo de
un modo mucho más sistemático.
Por último hay que tomar en cuenta, además, un factor
al que los camaradas de provincia tienen con suma frecuencia tendencia
a olvidar. En el curso del primer período del régimen soviético
pudo observarse un impulso muy importante del separatismo espontáneo.
Los comités ejecutivos locales y las organizaciones del partido,
íntegramente absorbidos por la urgencia de sus nuevas tareas locales,
se desvincularon casi por completo del centro; estaban muy poco preocupados
por establecer relaciones con nosotros, y a veces hasta se inclinaban a
considerar como un obstáculo toda intervención de las instancias
superiores.
Mucha energía se derrochó entonces para establecer el
mínimo de vinculaciones entre el centro y la periferia a fin de
enderezar estructuras centralizadas más o menos eficaces.
Con posterioridad al desenlace de la crisis, vimos cómo en ciertos
círculos del partido se ponía de manifiesto el fenómeno
contrario. En diversas partes se comenzó a exigir del centro mucho
más que lo que estaba realmente en condiciones de suministrar. Y
los camaradas, al no lograr conducir con acierto los asuntos corrientes
en virtud de su gran complejidad y de su novedad, acusaban a voz en cuello
a las instancias dirigentes de no proporcionar instrucciones. No dudo que
el Congreso aportará una solución práctica a estos
problemas y resolverá todos los asuntos relacionados con ellos.
También el problema militar es candente. Lamento sobremanera
no poder asistir a los debates sobre este asunto: con el acuerdo del Comité
Central, vuelvo a partir para el frente. Sin embargo, no tengo la menor
inquietud en cuanto a la probable decisión del partido con respecto
a la construcción futura del ejercito.
Forzados por las circunstancias, hemos sido obligados a concentrar
en el departamento militar nuestras más importantes fuerzas, a los
mejores militantes de nuestro partido y una gran parte de las posibilidades
materiales del país. Gracias al trabajo intensivo llevado a cabo
bajo la permanente presión de las circunstancias, hemos acumulado
una gran experiencia en el campo de la construcción del ejército.
Gran número de camaradas estimaban al principio que habría
que poner en pie un ejército con forma de destacamentos de guerrilleros
sólidamente organizados. Tal era la opinión más ampliamente
difundida después de la ruptura de las negociaciones de Brest-Litovsk.
Los sostenedores de este punto dé vista se basaban en el hecho de
que no teníamos ni el tiempo, ni los medios materiales, ni el cuerpo
de mandos indispensable para montar un ejército centralizado.
El trabajo comenzó, no obstante, en otra dirección. Los
destacamentos de guerrilleros fueron provisionalmente trasformados en un
telón detrás del cual se daba comienzo a un ejército
centralizado.
Después de algunos meses de esfuerzos y fracasos, y gracias
a una gran concentración de sus fuerzas, el partido logró
dar vida real a este asunto.
La oposición a la integración de los especialistas militares
era fuerte, y hasta cierto punto se alimentaba con justa razón de
hechos innegables: durante el período de nuestros fracasos en el
exterior, la mayoría de los especialistas militares descuidaban
su tarea, cuando no se pasaban directamente al enemigo.
El Comité Central del partido consideraba, sin embargo, que
era un fenómeno pasajero y que, si resolvíamos los otros
problemas, podríamos subsiguientemente compeler a los especialistas
militares a trabajar de una manera apropiada.
Los hechos nos han dado la razón. En los frentes hemos puesto
en pie ejércitos con estructuras de dirección y mando centralizadas;
hemos pasado de la retirada a la ofensiva, y del fracaso a éxitos
notables.
Innumerables militantes del partido, señalables entre los más
serios y responsables, se dirigían al frente como adversarios declarados
de nuestro sistema militar, en particular en lo atinente a la integración
de los oficiales de carrera en puestos superiores: al cabo de algunos meses
de trabajo se trasformaron en ardorosos partidarios de nuestro sistema.
Personalmente no encuentro ninguna excepción.
Por supuesto, entre los camaradas que partían para el frente
había muchos elementos dudosos, aventureros, incluso, que habían
llevado la voz cantante en la retaguardia; habiéndose infiltrado
con ayuda de medias verdades o de mentiras en las filas del partido, luego
intentaban en el frente manejar a los dirigentes y a los comandantes militares.
Al tropezar entonces con un régimen severo y a veces hasta con
medidas directas de represión, esos elementos gritaban desde luego
su descontento respecto de nuestro régimen militar. Era, claro está,
una minoría, pero sus críticas alimentaban el descontento
de algunos círculos del partido respecto del departamento militar.
Las causas del descontento son no obstante más profundas. Actualmente
el ejército devora fuerzas y medios enormes, en directa violación
de las leyes y los intereses de la actividad de los otros campos. Los camaradas
que trabajan en el Ejército Rojo bajo la constante presión
de sus necesidades y sus exigencias ejercen a su vez una presión,
que a veces adquiere formas agudas, sobre los funcionarios y las autoridades
de los demás departamentos. Por su parte, éstos responden
con una reacción exacerbada.
La guerra es asunto serio y difícil, sobre todo cuando la lleva
un país agotado que acaba de vivir una revolución y asigna
a la clase obrera tareas inmensas en todos los terrenos. El descontento,
provocado por el hecho de que el ejército y la guerra explotan y
agotan el país, busca un derivativo y a menudo no llama a la puerta
justa. Como nos resulta imposible negar la necesidad del Ejército
Rojo y la inevitabilidad de una guerra que nos ha sido impuesta, corre
por nuestra cuenta emprenderla contra los métodos y el sistema.
A pesar de ello, ya no queda vestigio del problema de principio anteriormente
planteado a raíz de los destacamentos de guerrilleros dirigidos
por obreros revolucionarios sin la participación de los especialistas
militares y con exclusión de toda tentativa de poner en pie estructuras
gubernamentales y centralizadas de mando para el conjunto de los ejércitos
en todos los frentes.
A este respecto, la crítica formulada en la resolución
del Comité Regional de Ural se vuelve absolutamente inútil,
desacertada e informe y se resume -perdóneseme la expresión-
en un ladrido desprovisto de importancia.
Por supuesto -dicen-, los especialistas militares nos son necesarios,
pero en la medida de lo posible debemos actuar como si no los necesitáramos.
Tenemos que crear -añaden- nuestro propio personal rojo de mando.
¡Como si el departamento militar no se estuviera ocupando en ello!
Sería bueno que el Congreso preguntara al Comité Regional
de Ural el número exacto de oficiales rojos que ha formado, cuál
es el porcentaje de comunistas entre los oficiales rojos de Ural, cuántas
unidades han sido formadas por el Comité Regional de Ural y cuál
es su superioridad frente a los demás regimientos rojos fundados
en otras regiones. Por mi parte, les aseguro que no se vería la
menor diferencia.
En reiteradas oportunidades he formulado a los camaradas críticos
"de izquierda" la siguiente proposición: "Si consideran que nuestro
método de formación es malo, organicen una división
de acuerdo con sus métodos, elijan su cuadro de mando y dennos parte
de su experiencia en el campo político; el departamento militar
pondrá a disposición de ustedes todos los medios indispensables."
Ni que decir que semejante experiencia, aun cuando fuera exitosa, no
tendría fuerza de demostración, pues al tratarse de una sola
división claro está que es más que posible seleccionar
con esmero tanto los soldados como los comandantes. En todo caso una experiencia
como esa les permitiría sin duda a los críticos aprender
algo.
Por desgracia no se ha encontrado a nadie entre ellos que responda
a nuestro llamado, y la crítica se desliza de un asunto a otro,
conservando su carácter irascible sin dejar de hallarse en el vacío.