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Los camaradas
Burnham y Carter[2]
han colocado una nueva interrogación sobre el carácter de clase estado
soviético. La respuesta que ellos dan, es en mi opinión, completamente errónea.
Pero en cuanto estos camaradas no traten, como lo han hecho algunos
ultraizquierdistas, de sustituir el análisis científico por gritos, podemos y
debemos discutir seriamente con B. y C. este problema excepcionalmente
importante.
B. y C. no
olvidan que la principal diferencia entre la Unión Soviética y el estado
contemporáneo burgués encuentra su expresión en el poderoso desarrollo de las
fuerzas productivas como resultado de un cambio en la forma de la propiedad. Más
adelante admiten que “la estructura económica establecida por la Revolución
de Octubre permanece básicamente intacta.” De allí deducen que el deber del
proletariado soviético y mundial consiste en defender a la Unión Soviética de
los ataques imperialistas. En esto existe un acuerdo absoluto entre B. y C. y
nosotros. Pero no importa cuán grande sea el grado de nuestro acuerdo, ello no
significa que abarque todo el problema. Aunque B. y C. no se solidarizan con los
ultraizquierdistas, consideran, sin embargo, que la Unión Soviética ha dejado
de ser un estado obrero “en el sentido tradicional (?) que el marxismo otorga
al término”. Pero puesto que la “estructura económica... aún permanece básicamente
intacta”, la Unión Soviética no se ha transformado en un estado burgués. B.
y C. niegan al mismo tiempo - y por esto no podemos menos que felicitarlos - que
la burocracia es una clase independiente. El resultado de estas aserciones
inconsistentes es la conclusión, la misma que deducen los stalinistas, de que
el estado soviético, en general, no es una organización de dominación de
clase. ¿Qué es entonces?
De este modo
tenemos un nuevo intento de revisar la teoría de clase del estado. Se
sobreentiende que no somos fetichistas; si algunos hechos históricos exigieran
una revisión de la teoría, no dejaríamos de hacerlo. Pero la experiencia
lamentable de los viejos revisionistas, debería, en todo caso, infundirnos una
saludable cautela. Deberíamos sopesar en nuestras mentes diez veces más la
antigua teoría y los nuevos hechos antes de atrevemos a formular una nueva
doctrina.
B.
y C. advierten de paso que en su dependencia de condiciones objetivas y
subjetivas el gobierno del proletariado “puede expresarse en diferentes formas
gubernamentales.” Para aclarar, añadiremos: o a través de una lucha abierta
de diferentes partidos dentro de los soviets, o a través del monopolio de un
partido, o aun a través de la actual concentración de poder en las
manos de un solo individuo. Por supuesto, la dictadura personal es un síntoma
del más grave peligro para el régimen. Pero al mismo tiempo, es bajo ciertas
condiciones, el único medio de salvarlo. En consecuencia, la naturaleza de
clase del estado es determinada no
por sus formas políticas, sino por su contenido social, es decir, por el carácter
de las formas de propiedad y las relaciones productivas que dicho estado guarda
y defiende.
En principio
B. y C. no niegan esto. Si ellos a pesar de
todo rehúsan ver un estado obrero en la Unión
Soviética, es debido a dos razones, una de las cuales es de carácter
económico y la otra de carácter político.
“Durante el año pasado,” escriben, “la burocracia ha
entrado definitivamente en el camino de la destrucción de la economía
planificada y nacionalizada.” (¿Solamente ha “entrado en el camino”?). Más
adelante leemos que el sistema de
desarrollo “lleva a la burocracia a un conflicto siempre creciente y profundo
con las necesidades e intereses de
la economía nacionalizada.” (¿Solamente “lleva”?). La contradicción
entre la burocracia y la economía se observó antes de esto,
pero el año pasado “las acciones de la burocracia estaban saboteando
activamente el plan y desintegrando el monopolio
estatal.” (¿Solamente “desintegrando”?
Por lo tanto, ¿no lo han desintegrado todavía?)
Como dijimos
antes, el segundo argumento tiene un carácter político. “El concepto de la
dictadura del proletariado, no es primordialmente una categoría económica sino
predominantemente política... Todas las
formas, órganos e instituciones del gobierno de clase del proletariado están ahora destruidos, lo cual
quiere decir que el gobierno de clase del proletariado lo está.” Luego de haberse señalado “las diferentes
formas” del régimen proletario, este segundo argumento, tomado en sí mismo,
es inesperado. Por supuesto, la dictadura del proletariado, no sólo es
“predominantemente” sino íntegra y totalmente una “categoría política”.
Sin embargo, esta política es solamente economía
concentrada. La dominación de la socialdemocracia en el estado y los soviets (Alemania
1918-1919) no tenía nada en común con la dictadura del proletariado, pues
dejaba inviolable la propiedad privada burguesa. Pero el régimen que defiende
contra los imperialistas la propiedad confiscada y nacionalizada es,
independientemente de las formas políticas, la dictadura del proletariado.
B. y C.
admiten esto “en general”. Ellos por lo tanto recurren a combinar el
argumento económico con el político. Dicen que la burocracia no solamente
ha privado al proletariado del poder político, sino que ha llevado la
economía a un callejón sin salida. Si en el
período anterior la burocracia, con todas sus características
reaccionarias, jugó un papel comparativamente progresivo, se ha tornado ahora
definitivamente en un factor reaccionario. Este razonamiento tiene un eje
correcto que concuerda completamente con todos los
pronósticos y evaluaciones anteriores de la Cuarta Internacional. Más
de una vez hemos hablado del hecho de que “el absolutismo esclarecido” ha
jugado un papel progresivo en el desarrollo de la burguesía, para volverse
después un freno a este desarrollo; el conflicto se resuelve, como es sabido,
en la revolución. Al implantar las bases para la economía socialista,
escribimos que el “absolutismo esclarecido” puede jugar un
papel progresivo solamente durante un período incomparablemente más
corto. Este pronóstico está claramente confirmado ante nuestros ojos. Engañada
por sus propios éxitos, la burocracia esperó obtener aun
mayores coeficientes de crecimiento económico. Mientras tanto tropezó
con una aguda crisis económica que se convirtió en una de las fuentes de su pánico
actual y sus desenfrenadas represiones. ¿Significa entonces esto que el
desarrollo de las fuerzas productivas en la Unión Soviética se ha detenido ya?
No nos atreveríamos a hacer tal afirmación. Las posibilidades creativas de la
economía nacionalizada, son tan grandes, que las fuerzas productivas, a pesar
del freno burocrático que las limita,
pueden desarrollarse por un período de años aunque a un paso considerablemente
más moderado que hasta ahora, Por el momento, apenas se puede hacer una
predicción exacta en este sentido. En todo caso la crisis política
que está despedazando la burocracia, es hoy considerablemente más
peligrosa que la interrupción del desarrollo de las fuerzas productivas. Sin
embargo, con el fin de simplificar el problema, concedamos que la burocracia se
ha convertido ya en un freno absoluto para el desarrollo económico. ¿Pero
significa este hecho en sí mismo
que la naturaleza de clase de la Unión Soviética ha cambiado o que la Unión
Soviética está desprovista de
naturaleza de clase? Aquí reside según mi concepto el error principal de
nuestros camaradas.
Hasta la
Primera Guerra Mundial, la sociedad burguesa desarrolló sus fuerzas productivas.
Sólo durante el último cuarto de siglo la burguesía se convirtió en
un freno al desarrollo económico. ¿Significa esto que la sociedad
burguesa ha dejado de ser burguesa? No; significa solamente que se ha
transformado en una sociedad burguesa decadente. En varios países la preservación de la propiedad
burguesa sólo ha sido posible, a través del establecimiento de un régimen
fascista. En otras palabras, la burguesía está allí privada de todas
las formas y medios de su propia dominación política directa y debe
utilizar un intermediario. ¿Significa esto
entonces que el estado ha dejado de ser burgués? En la medida en que el
fascismo con sus métodos bárbaros defiende la propiedad privada de los medios
de producción, en esa medida el estado continúa siendo burgués bajo el régimen
fascista.
No pretendemos
en absoluto dar a nuestra analogía un
sentido omnímodo. Sin embargo demuestra que la concentración de poder en manos
de la burocracia, y aun el lento desarrollo de las fuerzas productivas por sí
mismas, no cambia la naturaleza de clase de la sociedad y su estado.
Solamente la intrusión de una fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria en
las relaciones de la propiedad
puede cambiar la naturaleza de clase del estado.[3]
¿Pero no
conoce realmente la historia casos de conflicto de clases entre la economía y
el estado? ¡Por supuesto que sí! Después de que el “tercer estado” se tomó
el poder, la sociedad continuó siendo feudal por un período de varios años.
En los primeros años del gobierno soviético, el proletariado reinó en base a
la economía burguesa. En el campo de la agricultura la dictadura del proletariado operó por un número de años en
base a la economía pequeñoburguesa (aún hoy opera así en grado
considerable). Si una contrarrevolución burguesa tuviese éxito en la Unión
Soviética, por un largo período de tiempo el nuevo gobierno tendría que
basarse en la economía nacionalizada. Pero, ¿qué significa este tipo de
conflicto temporal entre la economía y el estado? Significa una revolución
o una contrarrevolución. La
victoria de una clase sobre otra significa la reconstrucción de la economía de
acuerdo a los intereses de los triunfadores. Pero tal condición dicotómica, la
cual es una etapa necesaria en todo vuelco social, no tiene nada en común con
la teoría de un estado sin clases que, a falta de un verdadero jefe, está
siendo explotado por un empleado, es decir, la burocracia.
Es la
sustitución de un método objetivo y dialéctico por uno subjetivo y
“normativista” lo que dificulta a muchos camaradas llegar a una evaluación
sociológica correcta de la Unión Soviética. No sin razón Burnham y Carter
afirman que ésta no puede ser considerada un estado obrero “en el sentido
tradicional que el marxismo otorga al término”. Esto simplemente significa
que la Unión Soviética no se ajusta a las normas de un estado obrero tal como
está expuesto en nuestro programa. En este sentido no puede haber desacuerdo.
Nuestro programa contaba con un desarrollo progresivo del estado obrero y por lo
tanto con su gradual extinción. Pero la historia que no siempre actúa “de
acuerdo a un programa” nos ha confrontado con el proceso de degeneración del
estado de los trabajadores.
Pero, ¿significa
esto que un estado obrero que entra en conflicto con las exigencias de nuestro
programa, deja de ser por tanto un estado obrero? Un hígado enfermo de malaria
no corresponde a un tipo normal de hígado, pero no por eso deja de serlo. Para
la comprensión de su naturaleza, la anatomía y la fisiología no son
suficientes; también es necesaria la patología. Por supuesto es mucho más fácil
ver el hígado enfermo y decir: “No me gusta este objeto” y darle la espalda,
Pero un médico no puede permitirse
ese lujo. De acuerdo a las
condiciones de la enfermedad y a la deformación resultante del órgano, debe
recurrir o bien a un tratamiento terapéutico (“reformas”) o a la cirugía
(“revolución”). Pero para poder hacer esto debe primero que todo
comprender que el órgano deformado es un hígado y no otra cosa. Pero tomemos
una analogía más familiar; aquélla entre un estado obrero y un sindicato.
Desde el punto de vista de nuestro programa, el sindicato debería ser una
organización de la lucha de clases. ¿Cuál debería ser entonces nuestra
actitud hacia la Federación Norteamericana del Trabajo?5 En su dirección se encuentran reconocidos agentes de la burguesía. Ante
todos los problemas esenciales, los señores Green, Woll y compañía sostienen
una línea política directamente opuesta a los intereses del proletariado.
Podemos ampliar la analogía y decir que si hasta la aparición del CIO6 la Federación Norteamericana del Trabajo llevó a cabo una labor de alguna
manera progresiva, ahora que el principal contenido de su actividad se centra en
una lucha contra las tendencias más progresistas (o menos reaccionarias) del
CIO, todo el aparato de Green se ha convertido en un factor definitivamente
reaccionario. Esto sería completamente correcto. Pero la AFL no deja de ser por
esto una organización sindical.
El carácter
de clase del estado está determinado por su relación con las formas de
propiedad de los medios de producción. El carácter de una organización obrera,
como un sindicato, está determinado por su relación con la distribución de la
renta nacional. El hecho de que Green y Compañía defienden la propiedad
privada de los medios de producción los caracteriza como burgueses. Si además
estos caballeros defendieran los ingresos de los burgueses de los ataques de los
trabajadores, dirigieran una lucha contra las huelgas, contra el alza de
salarios, contra la ayuda a los desempleados; entonces tendríamos una
organización de esquiroles y no un sindicato. Sin embargo Green y Cía., con el
fin de no perder su base, deben, dentro de ciertos límites, dirigir la lucha de
los trabajadores por un aumento - o por
lo menos contra una disminución - de su parte en la renta nacional. Este síntoma objetivo es suficiente en
todos los casos importantes para permitirnos trazar una línea de demarcación
entre el sindicato más
reaccionario y una organización de esquiroles. Estamos pues moralmente
obligados no solamente a continuar trabajando en la AFL, sino a defenderla
contra los esquiroles, el Ku Klux Klan y elementos similares.
La función de
Stalin como la de Green tiene un doble
carácter, Stalin sirve a la burocracia y por lo tanto a la burguesía mundial;
pero él no puede servir a la burocracia
sin defender la base social que la burocracia explota en su propio interés.
Hasta ese punto, Stalin defiende la propiedad nacionalizada contra los ataques
imperialistas y contra las capas demasiado impacientes y avaras de la burocracia
misma. Sin embargo, él lleva a cabo esta defensa con métodos que
preparan la destrucción general de la sociedad soviética. Es
exactamente por esto que la camarilla stalinista debe ser derrocada, pero es el
proletariado revolucionario quien debe hacerlo. El proletariado no puede
subcontratar este trabajo a los imperialistas. A pesar de
Stalin, el proletariado defiende a la Unión Soviética de los ataques
imperialistas.
El desarrollo
histórico nos ha acostumbrado a una gran
variedad de sindicatos: combativos, reformistas, revolucionarios, reaccionarios,
liberales y católicos. Con el estado obrero se da lo contrario. Este fenómeno
lo vemos ahora por primera vez. Esto explica nuestra inclinación a atacar a la
Unión Soviética desde el punto de vista de las normas
del programa revolucionario. Al mismo tiempo el estado de los trabajadores
es un hecho
objetivo histórico, el cual está siendo sometido a la influencia de
diferentes fuerzas históricas y puede, tal como vemos, llegar a una contradicción
total con las normas “tradicionales”.
Los camaradas
B. y C. están en lo correcto cuando dicen que Stalin y Cía. sirven con su política
a la burguesía internacional. Pero esta afirmación aunque correcta debe
establecerse en las condiciones precisas de tiempo y lugar. Hitler también
sirve a la burguesía. Sin embargo entre las funciones de Hitler y Stalin hay
una diferencia. Hitler defiende las formas burguesas de
propiedad. Stalin adapta los intereses de la burocracia a las formas
proletarias de la propiedad. El mismo Stalin en España, es decir, en el terreno
de un régimen burgués, ejerce la
función de Hitler (en sus métodos políticos poco difieren uno del otro). La
yuxtaposición de los diferentes papeles sociales desempeñados por el mismo
Stalin en la Unión Soviética y España demuestra igualmente que la burocracia
no es una clase independiente sino el instrumento de las clases; y que es
imposible definir la naturaleza social de un estado por la virtud o la vileza de
la burocracia.
La afirmación
de que la burocracia de un estado obrero tiene un carácter burgués debe
aparecer no solamente ininteligible, sino completamente sin sentido para
personas de una estructura mental formal. Sin embargo, tipos de estado químicamente
puros nunca existieron ni existen en general. La monarquía semifeudal prusiana
ejecutó las tareas más importantes de la
burguesía, pero las llevó a cabo a su manera, es decir, en un estilo
feudal, no jacobino. En el Japón observamos aún hoy una correlación análoga
entre el carácter burgués del estado y el carácter semifeudal de la casta
dirigente. Pero todo esto no nos impide diferenciar claramente entre una
sociedad feudal y una burguesa. Se puede objetar, es cierto, que la colaboración
de fuerzas feudales y burguesas se realiza más fácilmente que la colaboración
de fuerzas proletarias y burguesas, por cuanto en el primer caso se trata de
clases explotadoras. Esto es absolutamente correcto. Pero un estado obrero no
crea una nueva sociedad en un día.
Marx escribió que en el primer período de un estado obrero, se preservan las
normas burguesas de distribución. (Véase La
revolución traicionada, sección “Socialismo y estado”, p. 53). Hay que
reflexionar muy bien sobre este pensamiento y meditarlo hasta el fin. El estado
de los trabajadores como estado, es
necesario precisamente porque las normas burguesas de distribución todavía
subsisten.
Esto significa
que aun la burocracia más revolucionaria es hasta cierto punto un órgano
burgués en el estado obrero. Por supuesto, el grado de este aburguesamiento
y la tendencia general de desarrollo tienen
una importancia decisiva. Si el estado obrero pierde su
burocratización y ésta se extingue gradualmente, ello significa que su
desarrollo marcha por el camino del socialismo. Por el contrario, si la
burocracia se vuelve más poderosa, autoritaria, privilegiada y conservadora,
esto significa que en el estado de los trabajadores las tendencias burguesas
crecen a expensas de las socialistas; en otras palabras, esa contradicción
interior que hasta
cierto punto se alberga en el estado de los trabajadores desde los primeros
días de su aparición no disminuye como lo exige la “norma”, sino que
aumenta. Sin embargo, mientras esta
contradicción no pase de la esfera
de la distribución a la de la producción y no destruya la propiedad
nacionalizada y la economía planificada, el estado continúa siendo un estado
obrero.
Lenin ya lo
había dicho hace quince años: “Nuestro
estado es un estado obrero, pero con deformaciones burocráticas.” En
ese período la deformación burocrática representaba una herencia directa del
régimen burgués, y en ese sentido se presentaba como una simple reliquia del
pasado. Sin embargo, bajo la presión de condiciones históricas desfavorables,
la “reliquia” burocrática recibió nuevas fuentes de nutrición y se
convirtió en un tremendo factor histórico. Es exactamente por esto que
hablamos ahora de la degeneración del
estado obrero. Esta degeneración muestra cómo la actual orgía de terror
bonapartista ha llegado a un punto crucial. Aquello que era una “deformación
burocrática” se prepara hoy para devorar al estado obrero,
sin dejar restos de él, y sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada
construir una nueva clase propietaria. Esta posibilidad está increíblemente
cerca. Pero todo esto es solamente una posibilidad y no tenemos intenciones de
arrodillarnos desde ahora ante ella.
La Unión Soviética
como estado obrero no concuerda con la norma “tradicional”. Esto no
significa que no sea un estado de los trabajadores. Tampoco significa que la
norma sea falsa. La “norma” contaba con
la victoria total de la revolución proletaria internacional. La Unión
Soviética es sólo una expresión parcial y mutilada de un estado obrero
atrasado y aislado.
El pensamiento
idealista, ultimatista, “puramente” normativo,
desea construir el mundo a su propia imagen
y simplemente se aleja de los fenómenos que no le agradan. Los sectarios, es
decir, la gente que es revolucionaria solamente en su imaginación, se guían
por normas idealistas vacías. Dicen: “estos sindicatos no nos gustan, no
perteneceremos a ellos; este estado de los trabajadores no nos gusta, no lo
defenderemos.” Constantemente prometen empezar de nuevo la historia. Construirán
un estado de los trabajadores ideal, cuando Dios ponga en sus manos, un partido
y un sindicato ideales. Pero hasta que no llegue este momento feliz, harán
pucheros ante la realidad. Un gran
puchero, que es la expresión suprema del “revolucionarismo” sectario.
El pensamiento
puramente “histórico” reformista, menchevique, pasivo y conservador, se
ocupa en justificar, como lo expresó
Marx, las porquerías de hoy con
las de ayer. Representantes de este tipo entran a las organizaciones de masas y
allí se disuelven. Los “amigos” despreciables de la Unión Soviética se
adaptan a la vileza de la burocracia, invocando
las condiciones “históricas”.
A diferencia
de estas dos formas de pensar, el pensamiento dialéctico - marxista,
bolchevique - toma los fenómenos en su desarrollo objetivo y al mismo tiempo
encuentra en las contradicciones internas de este desarrollo la base de
realización de sus “normas”. Por supuesto es necesario recordar que las
normas programáticas sólo se realizan si son la expresión generalizada de las
tendencias progresivas del “proceso histórico
objetivo.”
La definición
programática de un sindicato debería ser, aproximadamente, así: una
organización de trabajadores de industria o comercio, con el objetivo de 1)
luchar contra el capitalismo por el mejoramiento de las condiciones de los
trabajadores, 2) participar en la lucha por el derrocamiento de la burguesía,
3) participar en la organización de la economía sobre una base socialista. Si
comparamos esta definición “normativa” con la realidad, nos vemos obligados
a decir: en el mundo actual, no existe un solo sindicato. Pero una transposición
tal de la norma al hecho, es decir, de la expresión generalizada del desarrollo a la manifestación particular del mismo... una transposición tan formal, ultimatista y
antidialéctica del programa a la realidad es absolutamente muerta y no abre
ninguna perspectiva para la intervención del partido revolucionario. Al mismo
tiempo, los sindicatos oportunistas existentes, bajo la presión de la
desintegración capitalista, pueden -
y con una política correcta de nuestra parte deben - acercarse a nuestras normas programáticas y jugar un papel
histórico progresivo. Esto, por supuesto, presupone un cambio de dirección
total. Es necesario que los trabajadores de Estados Unidos, Inglaterra y Francia
expulsen a Green, Citrine, Jouhaux y Compañía.7 Es necesario que los trabajadores soviéticos expulsen a Stalin y Compañía.
Si el proletariado elimina a tiempo a
la burocracia soviética, entonces encontrará los medios de producción
nacionalizados y los elementos básicos de la economía planificada, después de
su victoria. Esto significa que no tendrá que empezar desde el comienzo. ¡Es
una gran ventaja! Solamente los radicales imbéciles acostumbrados a saltar
descuidadamente de rama en rama pueden descartar atolondradamente tal
posibilidad. La revolución socialista es un problema demasiado grande y difícil
para uno ignorar superficialmente su inestimable logro material y comenzar desde
el principio.
Es estupendo
que los camaradas B. y C. a diferencia de nuestro camarada francés Craipeau y
otros, no olvidan el factor de las fuerzas productivas y no niegan su defensa a
la Unión Soviética. Pero esto es absolutamente insuficiente. Y, ¿qué pasaría
si la dirección criminal de la burocracia paralizara el crecimiento económico?
¿Sería posible en tal caso que los camaradas B. y C. permitan pasivamente al
imperialismo destruir las bases sociales de la Unión Soviética? Estamos
seguros de que este no es el caso. Sin embargo, su definición antimarxista de
la Unión Soviética como un estado no burgués y tampoco obrero, abre la puerta
a toda clase de conclusiones. Es la
razón por la cual esta definición debe ser categóricamente rechazada.
“¿Cómo
puede nuestra conciencia política no resentirse ante el hecho de que quieren
forzarnos a creer, que bajo el gobierno de Stalin, el proletariado es la
“clase dominante” de la URSS ...?” Esto dicen los ultraizquierdistas. Tal
afirmación formulada de una manera tan abstracta puede despertar nuestro “resentimiento”.
Pero la verdad es que categorías abstractas, necesarias en el proceso analítico,
son completamente inadecuadas para la síntesis, la cual exige la más absoluta
concreción. El proletariado de la Unión Soviética es la clase dirigente en un
país atrasado donde todavía no se
satisfacen las más vitales necesidades. El proletariado de la Unión Soviética
sólo gobierna a una doceava parte de la humanidad. El imperialismo gobierna a
las once partes restantes. El gobierno del proletariado, mutilado ya por la
pobreza y el atraso del país, es doble y triplemente deformado por la presión
del imperialismo. El órgano del gobierno del proletariado - el estado - se
vuelve un órgano de presión del imperialismo (la diplomacia, el ejército, el
comercio exterior, las ideas y las costumbres). La lucha por la dominación,
considerada en una escala histórica, no es entre el proletariado y la
burocracia, sino entre el proletariado y la burguesía mundial. La burocracia es
solamente el mecanismo transmisor de la lucha. Esta no ha terminado. A pesar de
todos los esfuerzos de la camarilla moscovita por demostrar la autenticidad de
su conservadorismo (¡la política contrarrevolucionaria de Stalin en España!),
el imperialismo mundial no confía en Stalin, ni le ahorra los golpes más
humillantes, y está listo a derrocarlo en la primera oportunidad favorable.
Hitler - y allí radica su fuerza - simplemente expresa de una manera más
consistente y franca la actitud de la burguesía mundial hacia la burocracia
soviética. Para la burguesía, tanto fascista como democrática, las hazañas
contrarrevolucionarias de Stalin no son suficientes; necesita una
contrarrevolución total en las relaciones de propiedad y la apertura del
mercado ruso. Mientras éste no sea el caso, la burguesía considera hostil al
estado soviético. Y tiene toda la razón.
El régimen
interno de los países coloniales y semicoloniales tiene un carácter
predominantemente burgués. Pero la presión del imperialismo extranjero altera
y distorsiona de tal manera la estructura económica y política de estos países
que la burguesía nacional (aun en los países políticamente independientes de
América del Sur) apenas alcanza parcialmente la altura de una clase dirigente.
Es verdad que la presión del capitalismo en países atrasados, no cambia su carácter
social básico, puesto que el opresor
y el oprimido representan solamente niveles de desarrollo diferentes en la misma
sociedad burguesa. Sin embargo, la diferencia entre Inglaterra y la India, el
Japón y China, Estados Unidos y México es tan grande, que diferenciamos
estrictamente entre países burgueses opresores y oprimidos y consideramos
nuestro deber apoyar a estos últimos. La burguesía de países
coloniales y semicoloniales es una clase semidirigente,
semioprimida.
La presión
del imperialismo sobre la Unión Soviética tiene como objetivo el cambio de la
naturaleza misma de esta sociedad. La lucha, hoy pacífica, mañana militar,
concierne a las formas de propiedad. En su calidad de mecanismo transmisor en
esta lucha, la burocracia se apoya ya en el proletariado contra el
imperialismo, ya en el imperialismo contra el proletariado, con el fin de
aumentar su propio poder. Al mismo
tiempo, explota sin misericordia su papel de
distribuidor de las escasas necesidades vitales, con el objeto de
proteger su propio poder y bienestar. Por
consiguiente, el gobierno del proletariado asume un carácter mezquino,
restringido y distorsionado. Se puede decir con toda razón que el proletariado,
gobernando un país atrasado y aislado,
continúa siendo una clase oprimida.
El origen de la opresión es el imperialismo mundial; el mecanismo transmisor
de la opresión... la burocracia. Si en la frase “una clase dirigente y
al mismo tiempo oprimida” hay una contradicción,
ésta surge no de un error de pensamiento, sino de las contradicciones en la
situación de la Unión Soviética
misma. Es precisamente por esto que
rechazamos la idea de socialismo en un solo país.
El
reconocimiento de la Unión Soviética como estado obrero - no un tipo, sino la
mutilación de un tipo - no significa en absoluto dar una amnistía teórica y
política a la burocracia soviética. Por el contrario, su carácter
reaccionario sólo se expresa totalmente a la luz de la contradicción entre su
política antiproletaria y las necesidades del estado obrero. Sólo planteando el problema de esta manera, nuestra
revelación de los crímenes de la camarilla stalinista cobra su total
fuerza. La defensa de la Unión Soviética, significa no solamente la lucha
suprema contra el imperialismo, sino una preparación para el derrocamiento de
la burocracia bonapartista.
La experiencia
de la Unión Soviética demuestra cuán inmensas son las posibilidades del
estado obrero y su fuerza de resistencia. Pero esta experiencia también nos
demuestra cuán poderosa es la presión del capitalismo y su agencia burocrática,
cuán difícil es para el proletariado obtener la liberación total y cuán
necesario es educar y templar la nueva internacional en el espíritu de la
irreconciliable lucha revolucionaria.
__________________________
[1]
¿Ni un estado obrero ni un estado
burgués? Internal Bulletin (OCSPC),
Nº. 3, diciembre de 1937. Fue una contribución de Trotsky a la
discusión interna previa a la convención fundadora del SWP. El Boletín
Interno Nº 2 de noviembre de 1937, publicó un proyecto de la resolución
sobre la Unión Soviética del Comité preparatorio de la Convención y un
extenso anexo de Burnham y Carter que Trotsky analiza aquí. (El Boletín Interno Nº 3, de diciembre
de 1937, debería contener las respuestas de Burnham y Carter a
Trotsky.)
[2]
James Burnham y Joseph Carter:
dirigentes de la fracción trotskista del ala izquierda del Partido
Socialista y más tarde del SWP. En las discusiones previas a la convención,
representaban una tendencia de la dirección que buscaba modificar la
caracterización de la Unión Soviética como estado obrero, pero insistían
en que ellos continuarían apoyando a la URRS contra los ataques
imperialistas. Además empezaron a expresar aprehensiones sobre los aspectos
centralistas de la política organizativa bolchevique. En la convención del
SWP, su resolución sobre la Unión Soviética, recibió el voto de tres
delegados, contra sesenta y nueve de la mayoría apoyada por Shachtman, Cannon y Abern. la resolución Burnham-Carter
sobre el problema organizativo fue retirada cuando la mayoría acordó
rectificaciones menores en su resolución. En 1940, Burnham y Carter, esta
vez con Shachtman y Abern rompieron con el SWP, por el problema de la
naturaleza de clase del estado soviético. Burnham es retiró pronto del
schachtmanista Partido de los Tabajadores y se volvió más tarde
propagandista del “macartismo” y de otros movimientos de ultraderecha.
Además fue editor de la revista de derecha National Review.
[3]
The New Leader de Londres, bajo la
dirección de Fenner Brockway, escribe en un editorial fechado el 12 de
noviembre de este año. “El Partido Laborista Independiente no acepta el
punto de viste trotskista de que las bases económicas del socialismo han
sido destruidas en la Rusia soviética.”4 ¿Qué puede uno
decir acerca de esta gente? No entienden los pensamientos de los demás,
porque no tienen ninguno propio. Solamente pueden sembrar confusión en las
mentes de los trabajadores. [ Nota de León Trotsky.]
[4]
The New Leader: periódico del
Independent Labour Party [ILP, Partido
Laborista Independiente] británico, el cual fue fundado en 1893:
ayudó a fundar el Partido Laborista, que abandonó en 1931, para luego
asociarse con el centrista Buró de Londres. Regresó al Partido Laborista
en 1939. Fenner
Brockway (n. 1890): adversario de la Cuarta Internacional y
secretario del Buró de Londres.
También fue dirigente del ILP.
[5]
La American Federation of Labor [AFL,
Federación Norteamericana del Trabajo] era una federación conservadora de
sindicatos, cuyo presidente era
William Green (1873-1952) y uno de cuyos vicepresidentes era Matthew Woll
(1880-1956).
[6]
El Congress of Industrial
Organizations [CIO, Congreso de Organizaciones
Industriales] se organizó originalmente en 1935 como un comité
dentro de la AFL. Los dirigentes de ésta se rehusaron a responder a la
necesidad de nuevas y poderosas organizaciones que representaran a los
trabajadores radicalizados en base a una escala industrial, y en 1938
expulsaron a los sindicatos del CIO obligándolos a establecer su propia
organización nacional. La AFL y el CIO se unieron en 1955.
[7] Sir Walter Citrine (n. 1887): secretario general del Congreso de Sindicatos Británicos de 1926 a 1946. Fue armado caballero por su servicio al capitalismo británico en 1935 y se le dio el título de Barón en 1946.
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