Publicación previa: Este
articulo fue publicado en la compilacion
Señoras,
universitarias y mujeres (1910-2010) de Héctor Recalde (Ediciones
del Aula Taller, Buenos Aires: 2010).
Fuente del texto para esta edición:
"Queremos el pan, pero también
las rosas", página de internet de la autora.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, abril
de 2014, gracias a la gentileza de Andrea D'Atri.
Ya en el siglo XIX, el socialismo enarboló, entre sus banderas, la emancipación de la mujer. Aquel apotegma del francés Charles Fourier que señalaba que el progreso social sólo podía medirse en función del progreso en la libertad de las mujeres, impregnó las ideas del socialismo utópico y también, posteriormente, del marxismo. La importancia otorgada a los derechos de la mujer, por parte del socialismo, se transformó pronto en programa y organización, suscitando diversos debates entre marxistas y anarquistas en la Asociación Internacional de los Trabajadores –la I° Internacional. Más tarde, pero desde antes que comenzara el siglo XX, los partidos socialdemócratas de la II° Internacional fueron aliados del movimiento sufragista para la consecución del derecho al voto, aunque en ocasiones se vieran enfrentados a las feministas por su análisis de clase de la opresión y su preocupación centrada en las necesidades y derechos de las mujeres trabajadoras. Además, la socialdemocracia organizó –bajo la dirección de la revolucionaria Clara Zetkin- círculos y ateneos, además de numerosas publicaciones dedicadas a las mujeres trabajadoras, reuniendo a más de ciento setenta y cinco mil mujeres en la sección femenina del Partido Socialdemócrata Alemán.
Más tarde, la Revolución Rusa mostró las enormes posibilidades que se abrían, liquidando la explotación capitalista, para la emancipación de las mujeres, avanzando en la legislación de derechos democráticos inauditos aún en los países más desarrollados de Europa de entonces, como el derecho al divorcio, al aborto, etc. Pero el estalinismo, una década más tarde, con su reacción en toda la línea, también impuso el retroceso en estas conquistas del octubre rojo y, junto con ello, el repudio de las feministas por un régimen que al tiempo que imponía deportaciones y fusilamientos contra la oposición, reproducía la familia tradicional elevada al rango de modelo de Estado. Este falsamente denominado “socialismo real”, donde la liberación de las mujeres ocupaba un lugar secundario en las prioridades fijadas por la burocracia que usurpaba el poder, llevó a muchas mujeres de la izquierda europea a sostener que la opresión de las mujeres era intrínseca a todos los “modelos” económicos y sociales conocidos.
De la lucha de clases a la lucha entre los sexos: el patriarcado que había nacido junto a la propiedad privada y la explotación de una clase mayoritaria por otra minoritaria poseedora de los medios de producción, se reproducía en todas las sociedades existentes, incluyendo aquellas sociedades que podían considerarse “en transición” a otra liberada de este antagonismo. Es así que el feminismo de la segunda ola, que emergió en la década del ’70 del siglo XX, confronta sus postulados con el marxismo y elabora más acabadamente un cuerpo teórico novedoso y distintivo, teniendo al materialismo histórico como interlocutor privilegiado, estableciendo desde entonces un diálogo pleno de encuentros y controversias.
Estos vaivenes internacionales entre los feminismos y las izquierdas también tienen un correlato en nuestro país, donde los encuentros y desencuentros produjeron una fructífera historia de tensiones en la que se obtuvieron numerosas conquistas: derechos democráticos, derechos sindicales y la existencia (y persistencia) de un movimiento de mujeres amplio y diverso. La primera oleada del feminismo también aquí estuvo marcada por este diálogo entre socialistas y sufragistas, mujeres profesionales e independientes que provenían de los sectores ilustrados de las clases medias y altas. Sin embargo, durante la segunda oleada, en la década del ’70, los grupos que emergieron fundamentalmente en Buenos Aires y otros centros urbanos, pronto se vieron envueltos en disputas y fragmentaciones provocadas por la tensión política que imponía la agudización de la lucha de clases en el país y la “doble” militancia de las mujeres que adherían a partidos de izquierda y organizaciones armadas.
Más tarde, la represión y la dictadura militar impusieron el terror, el exilio y la muerte. El símbolo internacional de la resistencia a este sangriento régimen lo constituyeron algunas pocas mujeres que fueron tildadas de “locas”: las Madres de Plaza de Mayo. Su permanencia en la escena política nacional y la experiencia de numerosas militantes de izquierda que regresaban del exilio europeo –donde habían conocido más de cerca las ideas del feminismo, participando del movimiento que para ese entonces desarrollaba una intensa actividad-, posibilitaron una confluencia distintiva en la lucha por los derechos de la mujer. Las viejas demandas, como el derecho al aborto y a una vida libre de violencia, adquirieron una renovada significancia bajo la forma de reclamo por los derechos humanos. Pero este movimiento surgía al tiempo en que se imponía, mundialmente, la institucionalización, mediante lo que algunas han denominado “oenegización”, operación que fragmentó al feminismo, despolitizando también sus acciones. Este fenómeno de institucionalización de los movimientos sociales alejó al feminismo de la izquierda militante, aunque muchas de sus figuras más destacadas provinieran de una experiencia política partidaria anterior.
Hacia fines de los ’90, bajo la ofensiva neoliberal que ensanchó la brecha entre ricos y pobres, aumentando desorbitadamente los índices de desocupación con la privatización de las empresas de servicios públicos y el cierre de fábricas, las mujeres más pobres del país, organizadas en movimientos de trabajadoras y trabajadores desocupados, irrumpieron masivamente en los Encuentros Nacionales de Mujeres que se venían realizando desde 1986. La confluencia de mujeres feministas, estudiantes, trabajadoras organizadas sindicalmente y mujeres pobres y desocupadas de las barriadas populares, con las agrupaciones de izquierda le otorgan una especial característica a estos Encuentros Nacionales que, cada año, se realizan en una ciudad distinta del país. No exentos de fuertes disputas y enfrentamientos entre las distintas tendencias que participan de los mismos, los Encuentros se siguen realizando y soportando el asedio de los sectores más fundamentalistas de la Iglesia que han atentado contra los mismos en numerosas ocasiones.
La crisis que estalló en Argentina, en diciembre de 2001, impulsó también la emergencia de un nuevo movimiento feminista y de mujeres, militante y activo, que buscó acercarse, participar e influenciar en asambleas vecinales, movimientos de trabajadoras y trabajadores desocupados, movimiento de fábricas recuperadas y puestas bajo el control obrero, etc. Como parte de ese proceso, la izquierda nuevamente vuelve a establecer lazos con el feminismo y a actuar, en numerosas ocasiones, como un frente único por las demandas postergadas del movimiento de mujeres, especialmente por el derecho al aborto y contra el accionar de las redes de trata y prostitución que proliferaron en los últimos años, y también en numerosas ocasiones que lo requirieron grandes acontecimientos políticos internacionales.
Lejos de pretender hacer una historia del feminismo argentino, intentaremos trazar aquí las coordenadas de esta relación que mantiene con la izquierda, aspirando a visibilizar los acuerdos y divergencias que hacen a este diálogo particular que identifica al movimiento de mujeres en nuestro país, centrándonos en tres momentos históricos en los que consideramos que esta relación se manifiesta en sus contradicciones de manera concentrada: los congresos femeninos del Centenario, el Año Internacional de la Mujer de 1975 y la situación abierta con la crisis política de diciembre de 2001.
Desde finales del siglo XIX, las huelgas y protestas del movimiento obrero mostraron la presencia de un nuevo “sujeto”: las mujeres se incorporaban masivamente a las fábricas y empresas, suscitando nuevos debates y nuevas demandas. Socialistas y anarquistas se hicieron eco de estos novedosos reclamos, colaborando en la organización de las mujeres trabajadoras, propagandizando sus ideas respecto del patriarcado, contra las instituciones que mantienen a las mujeres sumidas en la opresión como la Iglesia y la familia y preocupándose por la educación de las masas obreras femeninas y la protección de la maternidad.
En 1888 se registra la primera huelga protagonizada por mujeres: las trabajadoras domésticas se rebelaban contra la imposición de la libreta de conchabo. Desde entonces, hasta los primeros años del siglo XX, se sucedieron huelgas de fosforeras, costureras, lavanderas, etc. En el marco de esa intensa actividad huelguística, apenas iniciado el siglo XX, el Partido Socialista Argentino funda el Centro Socialista Femenino, donde se desarrollan actividades ligadas a los derechos laborales de las mujeres tanto como a los derechos políticos y civiles. Solidaridad e intervención en las huelgas obreras, conferencias sobre el derecho al divorcio o al voto, charlas sobre la salud de la mujer y de la infancia, escuela nocturna para la alfabetización de las obreras, clases de corte y confección, un consultorio médico y propaganda socialista con el objetivo de incorporar a las mujeres al partido eran las principales labores del centro. La mayoría de sus impulsoras eran maestras o las primeras profesionales universitarias que se graduaban en el país. Otras, como Carolina Muzzili, eran obreras jóvenes que pronto constituyeron la Unión Gremial Femenina, también adherida al partido, pero centrada exclusivamente en la labor sindical.[1]
En Europa, el socialismo se integraba a los regímenes burgueses y revisaba la teoría marxista planteando la posibilidad de mejoras para la clase trabajadora a través de la introducción de reformas al sistema capitalista.[2] En nuestro país, centraba su actividad en las reformas legales que podrían beneficiar a la clase trabajadora, a través del reclamo de sus principales figuras públicas y, especialmente, del primer legislador socialista de América, Alfredo Palacios. Los esfuerzos legislativos y de los médicos higienistas se centraban en las reformas sociales y jurídicas que podrían garantizar un mejor desarrollo de las actividades femeninas ligadas a la reproducción. Toda la legislación laboral con relación a las mujeres manifiesta este objetivo de preservar la función maternal para las trabajadoras, contra el salvajismo que acarreaba la explotación capitalista.[3]
Algo más moderado y reformista que el encendido discurso de las anarquistas que a través de sus propagandistas y sus periódicos impugnaban al Estado, la Iglesia, la moral burguesa y el matrimonio, mientras arremetían contra el oscurantismo hablando del placer sexual, la prostitución, las enfermedades venéreas, y hasta haciendo referencias al aborto, en abierto enfrentamiento –en ocasiones- con sus propias organizaciones y compañeros varones. En franca oposición a las socialistas, la radicalizada denuncia de las mujeres anarquistas no admitía la participación en luchas por reformas parciales que mejoraran las condiciones generales de vida y trabajo de las mujeres. Su vehemente exigencia de “ni dios, ni patrón, ni marido” colaboró, sin embargo, en la formación ideológica de una generación de mujeres que, en decenas de huelgas, mítines y rebeliones, demostraba ser capaz de enfrentar a los explotadores con la misma energía y disposición que lo hacían sus compañeros de clase.
Mientras tanto, las mujeres más destacadas del socialismo aunaban esfuerzos con sufragistas y feministas universitarias que reclamaban el derecho al voto, al ejercicio de la profesión y otros derechos civiles que aún permanecían vedados para las mujeres argentinas. Junto a las sufragistas como María Abella de Ramírez[4] o la doctora Julieta Lanteri[5], las feministas universitarias como Sara Justo[6] o Elvira Rawson de Dellepiane[7], las socialistas participarán del Congreso Femenino Internacional que, en ocasión del Centenario, se celebró en Buenos Aires en 1910, en franca confrontación con el Congreso Patriótico de Señoras organizado por el Consejo Nacional de la Mujer y que formaba parte de la programación de los festejos oficiales. Las iniciativas desarrolladas por las feministas y socialistas argentinas a favor del voto femenino permitieron que se eligiera a Buenos Aires como sede del Congreso que reunió casi doscientas mujeres, entre las que se encontraban delegaciones de los países vecinos. Por su parte, el Congreso Patriótico de Señoras convocado por las instituciones oficiales del régimen y la Sociedad de Beneficencia rendía tributo a las mujeres patricias, mientras se delimitaba del otro encuentro internacional declarando que su apoyo al progreso femenino “no es feminismo mal entendido ni socialismo”.
El feminismo “mal entendido”, mientras tanto, se reunía con las mujeres socialistas organizadas en un bloque político que intervino centralmente en los debates sobre la situación económica de las mujeres y el derecho al voto, a través de las representantes de las distintas organizaciones creadas o influenciadas por el partido, como el Centro Socialista Femenino, la Unión Gremial Femenina o la Liga Nacional de Mujeres Librepensadoras, en la que participaba Alicia Moreau[8]. Las socialistas presentaron trabajos que se leyeron en el Congreso, como el de Juana María Beggino[9], centrado en la situación económica de las mujeres, donde ataca con vehemencia a las sociedades de beneficencia que no favorecen la emancipación femenina.
Era claro el enfrentamiento con las mujeres reunidas en el Congreso Patriótico, sin embargo, también hubo debates entre feministas y socialistas al interior del propio Congreso Internacional Femenino. En primer lugar, las diferencias se centraban alrededor de la cuestión de clase: las socialistas llevaron la propuesta de promover el proyecto de ley de Gabriela de Lapèrriere[10] –que fuera defendido en el parlamento por el diputado socialista Alfredo Palacios, convirtiéndose en Ley en 1907-, según el cual se protegía a las mujeres trabajadoras. Las feministas reaccionaron oponiéndose a lo que consideraban un “exceso de protección” de esta reglamentación que, en última instancia, coartaba la libertad de las mujeres. La protección era entendida como opresión, por parte de las feministas, que pensaban que estas limitaciones establecidas como “derechos” podrían ser esgrimidos contra las mismas mujeres, cuando intentaran avanzar en territorios predominantemente masculinos hasta entonces; así como también por las propias patronales que no estarían dispuestos a incluir mujeres trabajadoras en sus empresas a quienes debían respetarle derechos a licencias pagas por maternidad o lactancia, en detrimento de sus ganancias.
El debate es interesante, porque si bien las feministas no alcanzaban a contemplar, en toda su magnitud, las brutales condiciones de vida y de trabajo en que se encontraban las mujeres trabajadoras, las socialistas, por su parte, sostenían la necesidad de estos derechos especiales a la protección de las mujeres con argumentos moralistas, pro-natalistas, en defensa de la familia y particularmente de la función social de la maternidad, etc. En el artículo 17 del proyecto de ley del trabajo de las mujeres y los niños en las fábricas, redactado en 1902 por la socialista Gabriela de Lapèrriere, se señala: “Las mujeres y niños no podrán ocuparse en trabajos que afecten la moral.”[11] Juana Beggino, por su parte, argumentaba que el problema de la explotación del trabajo femenino se resolvería con el advenimiento del socialismo, que permitiría que la mujer volviera a ocuparse de ser madre, sin tener que dedicar horas extenuantes al trabajo extradoméstico.
Estos argumentos no eran ajenos a algunos sectores de la socialdemocracia. En el Partido Socialdemócrata Alemán, Edmund Fischer planteaba que el objetivo de los socialistas debía ser desarrollar el progreso hasta el punto en que cada trabajador pudiera mantener a su esposa con su salario: “No es la emancipación de la mujer en relación al hombre la que será alcanzada, sino algo distinto: la mujer será devuelta a la familia, y este fin puede y debe ser el fin de los socialistas.”[12] Paradójicamente, esta aforística expresión del socialista Fischer no se diferenciaba mucho del discurso del propio emperador prusiano, cuando afirmaba que “la principal misión de la mujer no es participar de reuniones, ni conquistar derechos que les permitan ser iguales a los hombres, sino desempeñar silenciosamente su tarea en el hogar y en la familia, educar a la nueva generación, enseñándole ante todo, el deber de obediencia y respeto a los mayores.”[13]
Oponiéndose a estos argumentos reaccionarios que circulaban entre sus propios camaradas, Clara Zetkin, se había opuesto, hasta 1889, a toda legislación que protegiera la maternidad, considerando que podría servir de pretexto a la clase dominante para no incorporar a las mujeres a la producción y que, además, podría considerarse un argumento para sustentar la reaccionaria idea de que las mujeres eran seres inferiores. Recién en el Congreso de la IIº Internacional en París, en 1889, sostuvo: “Como no queremos separar absolutamente nuestra causa de la de los trabajadores en general, no pedimos ninguna protección particular”, para luego agregar que “admitimos apenas una excepción, en beneficio de las mujeres embarazadas, cuyo estado exige cuidados particulares.”[14] Lo mismo había sostenido la socialista italiana Anna Kuliscioff. Sin embargo, ambas cambiarán de posición al comprender que no se puede combatir una situación de desigualdad inicial sólo con igualdad de derechos. Es así como, el socialismo incorporará en sus demandas la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, las licencias pagas por maternidad, la protección del trabajo femenino en determinadas ramas de la producción que se creía que podían afectar a su salud, etc., en una época en la había trabajadoras que llegaban tener jornadas semanales de hasta ciento doce horas.
Un debate similar sucedía en Argentina. Pero eran las feministas no socialistas las que advertían sobre las consecuencias negativas que podría tener la “excesiva protección” que encontraban en las leyes socialistas, sostenida en los argumentos suspicaces que mezclaban argumentos morales e higiénicos. Más aún, las socialistas concebían que ese estado ideal, donde las mujeres podrían volver a los hogares a realizar su rol maternal sin exponerse a la ignominia del trabajo asalariado, llegaría pronto, como lo auspiciaba la entrada de Alfredo Palacios al parlamento. Esta visión, a todas luces reformista, según la cual la clase trabajadora avanzaría hacia el socialismo imponiendo reformas al capital, por la vía electoral, pronto llevaría a la ruptura de la socialdemocracia y a su futura evolución como una corriente reformista totalmente integrada al régimen burgués.
Si bien las feministas denunciaban los riesgos de coacción a la libertad de las mujeres que podría encerrar la legislación protectora de las trabajadoras, no sólo no admitían las especiales condiciones en que se encontraban las masas obreras femeninas, sino que se negaban a prestar una particular atención a la división de clases que también atravesaba a las mujeres. Cuando ya había aparecido el proyecto de Gabriela de Lapèrriere y antes que se aprobara en el parlamento, una feminista escribía en la revista Nosotras, debatiendo con las socialistas: “para mí el mundo no se divide en ricos y pobres; sino en hombres y mujeres y mis simpatías son todas para mi sexo, en cualquier lugar que se halle…”[15]
En cuanto a los derechos civiles, también hubo debates entre feministas y socialistas, aunque de menor envergadura que el suscitado por la defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras. Encabezado por la Dra. Cecilia Grierson[16], un sector de las feministas que participaban del Congreso Internacional Femenino, no estaban de acuerdo con el reclamo sufragista; sostenían que era necesario avanzar en la educación de las mujeres para que éstas fueran capaces de discernir y ejercer el derecho al voto en otras condiciones que las vigentes. Las socialistas, junto con algunas feministas progresistas como Julieta Lanteri, planteaban que había que incluir esa demanda. El trabajo presentado por la socialista Raquel Messina[17] abordaba esta cuestión. El debate concluyó con la incorporación de esta demanda en la declaración final, aunque no se discutió la realización de acciones concretas para lograrlo e, inclusive, se rechazó la moción de elevar al parlamento un proyecto de ley que reglamentara el voto femenino.
Aunque no se llega a plantear un derecho al voto restringido, bajo argumentos clasistas, como sí lo habían hecho algunos sectores del sufragismo europeo y norteamericano (derecho al voto sólo para las mujeres propietarias), las feministas que se niegan a incluir esta demanda, sostienen argumentos que realzan la cuestión del bajo nivel educativo de las masas femeninas que es necesario superar antes de avanzar con el sufragio. Finalmente, junto a las acciones propagandísticas encabezadas por Julieta Lanteri y otras feministas a favor del derecho al voto, fueron los legisladores socialistas los que más hicieron a favor del sufragio femenino. Para finales de la década del ’30, Alfredo Palacios insistía sin éxito con un proyecto que fue apoyado por la Unión de Mujeres Argentinas, una organización que, si bien había surgido bajo la influencia del Partido Comunista (PC), reunía a mujeres de diversas tendencias políticas y feministas independientes.
Otro tema de debate fue el del derecho al divorcio, donde las socialistas –en boca de Carolina Muzzili- intervienen con una propuesta radical de divorcio absoluto, aclamando a Uruguay por ser el primer país de América del Sur que incluía este derecho en su legislación. Enfrentaban la oposición de un vasto sector del Congreso que, si bien estaba a favor del divorcio, planteaba que debía legislarse este derecho teniendo en cuenta algunas restricciones para que no fuera utilizado maliciosamente por alguno de los cónyuges.
De todos modos, bajo el agitado debate que se suscitó en este primer Congreso Femenino Internacional, no podemos perder de vista, que las distintas tendencias de feministas y socialistas habían logrado unir sus esfuerzos por la causa de la emancipación de las mujeres, enfrentando la ideología reaccionaria que sostenían las damas aristocráticas de la Sociedad de Beneficencia y las instituciones oficiales del Estado, reunidas en un congreso antagónico donde no se trataban “ideas extravagantes, ni transplantes de países exóticos”, sino aquellas que encuadraban “con la mesura moral y patriótica que encausa el Consejo Nacional de Mujeres.”[18]
Aun cuando el socialismo se integrara y adaptara al régimen democrático burgués, abandonando la lucha por un cambio revolucionario de la sociedad, el aporte de las sus militantes fue fundamental, en este período, para avanzar en las reformas legislativas que establecieron los primeros y más básicos derechos de las trabajadoras, sometidas a ritmos infernales de producción, en condiciones insalubres y poniendo en riesgo su salud y su vida. Y aunque el derecho al voto de las mujeres fuera negado por los sectores más reaccionarios y conservadores de las clases dominantes por varias décadas, la bancada parlamentaria del socialismo no cejó en proponer, una y otra vez, este derecho democrático elemental.
Desde fines de los ’60, se agudiza la lucha de clases: en occidente, el movimiento obrero en alianza con el movimiento estudiantil es protagonista del emblemático Mayo Francés, que marca una oleada de huelgas y movilizaciones de trabajadores y estudiantes que también tuvieron hitos en Tlatelolco (México) y en el Cordobazo (Argentina). La revolución en Portugal, las movilizaciones por la derrota de Estados Unidos en Vietnam, el operaísmo italiano del Otoño Caliente, el proceso proletario de los cordones industriales chilenos, el enfrentamiento de las masas a los tanques stalinistas que entraron en Checoslovaquia, son algunos de los acontecimientos más destacados del período. Cuando todo poder es cuestionado, en oriente y occidente, emergen también los movimientos antirracistas y separatistas negros; los homosexuales y travestis enfrentan orgullosamente las razzias policiales que siempre los habían acosado y las mujeres de las clases medias, insatisfechas con su vida confortable pero insípida convierten su malestar en movimiento político radical. “Esta segunda ola del feminismo –que alcanzó a ser un movimiento activista importante en los países centrales- incluye en su desarrollo diversas tendencias políticas y teóricas que, sin embargo, mantenían un hilo conductor: por vías reformistas o revolucionarias, todas acordaban que era necesario desterrar las diferencias entre los sexos para llegar a la igualdad en derechos y en condiciones de existencia.”[19]
Esos aires de rebelión llegaron también hasta algunas mujeres de la clase media argentina que, en 1970, formaron la primera organización feminista de la segunda ola, en nuestro país: la Unión Feminista Argentina (UFA). Su impulsora fue la cineasta María Luisa Bemberg que, después de que en una entrevista manifestara su preocupación por la postergación de las mujeres, recibió innumerables llamados y cartas de otras mujeres que decían compartir su mismo desasosiego. En boca de una de sus fundadoras, Leonor Calvera: “¡Ufa! La interjección era elocuente respecto al hartazgo que nos producía la situación de la mujer, la nuestra.”[20] El grupo, en poco tiempo reunió a medio centenar de mujeres y lo novedoso era que no todas provenían de la clase media, había obreras también, y algunas eran militantes de la izquierda trotskista. Algunas mujeres del Partido Revolucionario de los Trabajadores – La Verdad (PRT-LV) habían iniciado la publicación de la revista Muchacha, de la que sólo llegaron a sacar tres números y se reunían en el mismo local que UFA. “Mujeres socialistas, particularmente de distintas líneas del trotskismo, se incorporaron a UFA, estableciéndose una particular relación entre mujeres de distintas clases sociales e ideas, que atravesó momentos de acciones comunes y fuertes tensiones.”[21]
Por parte de la izquierda encuadrada en el trotskismo existía un verdadero interés por confluir en las luchas por los derechos democráticos de las mujeres, con las feministas progresistas que se reunían en UFA, al tiempo que esa participación les permitía influenciar en los sectores más radicalizados del movimiento de mujeres, ganándolas para sus ideas. Seguían los lineamientos del Socialist Worker Party (SWP) de EE.UU. que desde finales de los años ’60 venía elaborando teóricamente y militando en el movimiento de liberación femenina que emergía en los países centrales. Recién una década más tarde, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), sucesor del PRT- LV, se delimitó de las posiciones enarboladas por su partido hermano norteamericano, cuando las mujeres del SWP elaboraron un documento en el que destacaban la necesidad de conformar un movimiento policlasista por la liberación de la mujer, abandonando el análisis de clase marxista y cediendo a las posiciones del feminismo radical. “Para el SWP, la revolución socialista es una combinación de distintos movimientos multitudinarios –sin diferencias de clases- de similar importancia: el movimiento negro, femenino, obrero, juvenil, de viejos, que llegan casi pacíficamente al triunfo del socialismo. Si todas las mujeres marchan juntas significan el 50% del país; si ocurre lo mismo con los jóvenes (70% en algunos países latinoamericanos), más los obreros, negros y campesinos, la combinación de estos movimientos hará que la burguesía quede arrinconada en un pequeño hotel, ya que serán los adultos burgueses, machos y blancos, los que se opondrán a la revolución permanente. Es la teoría de Bernstein combinada con la revolución permanente: el movimiento lo es todo y la clase y los partidos no son nada. Esta teoría cae rápidamente en un humanismo anticlasista…”[22]
Sin embargo, en este momento, no es extraño este acercamiento entre las mujeres radicalizadas que se abrían a los aires de liberación que provenían de los países centrales y la izquierda trotskista que representaba a una corriente perseguida por la burocracia estalinista de la Unión Soviética por sostener la teoría-programa de la revolución permanente. En Argentina, además, el PC desdeñaba la importancia que habían adquirido las coordinadoras interfabriles, centralmente en el conurbano bonaerense, que constituyeron el corazón de las movilizaciones y de la huelga general política de masas que sacudió al país entre finales de junio y principios de julio de 1975. También se manifestaba en contra de la lucha armada, en la que participaban numerosas organizaciones políticas y, cuando el gobierno de María Estela Martínez de Perón entra en abierta crisis, propone convocar a un gobierno de unidad de los partidos tradicionales incorporando a los militares, un gabinete cívico-militar. Mientras las bandas parapoliciales alentadas por el Estado, como la Triple A, asesinaban a militantes políticos y sindicales, el PC denunciaba los crímenes equiparándolos con el “terrorismo de ultraizquierda”, un verdadero anticipo premonitorio de lo que luego fue conocido como la “teoría de los dos demonios”, con la que los regímenes democráticos que siguieron a la dictadura militar pretendieron equiparar el terrorismo de Estado con la acción guerrillera.
Sobre las mujeres, debemos tener en cuenta que la Unión Soviética, bajo el régimen termidoriano estalinista, había retrocedido enormemente de las conquistas obtenidas de la mano de la revolución socialista de 1917 y esto se reflejaba en todos los partidos satélites del PCUS, donde las mujeres no ocupaban lugares destacados en la dirección política ni se comprometían con la lucha por los derechos democráticos que eran una bandera de los movimientos feministas occidentales, como el derecho al aborto. El PST, por el contrario, conformó una Comisión de Lucha de la Mujer que intentará mantener un diálogo con las feministas, no exento de definiciones que mostraban también las divergencias. Más tarde publicará la revista Todas, dirigida especialmente a las mujeres y algunas simpatizantes del partido, junto a otras mujeres independientes, montaban la editorial Nueva Mujer, adherida a UFA, que publica Las mujeres dicen basta, una compilación de artículos que enfocan la cuestión de la mujer desde un ángulo sociohistórico. En la introducción de su primera publicación declaran: “Nosotras, integrantes del grupo feminista NUEVA MUJER adherido a UFA (Unión Feminista Argentina), pretendemos a partir de este volumen desarrollar los distintos temas que atañen a la problemática de la mujer en todas sus estructuras: 1°) como ser biológico en la maternidad; 2°) como reproductora de la fuerza de trabajo en sus tareas domésticas; 3°) en la producción social; 4°) en su sexualidad. Creemos que estas estructuras forman parte del condicionamiento que la sociedad ha impuesto a las mujeres y desde ningún punto de vista –ni biológico ni psicológico- son el resultado de su ‘naturaleza’. Por lo tanto, consideramos fundamental elevar la conciencia de nuestras hermanas, cuales han sido y son las causas y los resultados de ese condicionamiento que nos han llevado a ser el sector colonizado de la humanidad.”[23]
Entre las mujeres más radicalizadas del feminismo, había más empatía, por la izquierda abiertamente enfrentada con el estalinismo, que con aquella que obedecía a los dictámenes provenientes de Moscú.
Para 1975, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaraba el Año Internacional de la Mujer, que se conmemoraba con congresos y jornadas oficiales en diversos países. En Argentina, una comisión integrada por los partidos políticos tradicionales y el PC, además de representes del gobierno de María Estela Martínez de Perón, preparaba los festejos oficiales en los que no se admitía la participación de las feministas que conformaron el Frente de Lucha por la Mujer, en el que participaban diferentes grupos independientes de mujeres y también asociaciones de mujeres vinculadas a los partidos políticos de la izquierda. Este Frente de Lucha por la Mujer había elaborado un programa de reivindicaciones, entre las que se incluía la distribución de anticonceptivos –en ese entonces prohibida por el gobierno de María Estela Martínez de Perón- y el derecho al aborto. Ésa es probablemente la razón principal por la que no les fue permitido participar del Congreso Internacional que se desarrolló en Buenos Aires, oficialmente, con motivo del Año Internacional de la Mujer designado por la ONU.
El PST primero denuncia que la iniciativa de la ONU tiene el objetivo de desviar la lucha que las mujeres protagonizaban por sus derechos en todos los rincones del planeta. A esa denuncia antiimperalista, agrega una denuncia contra la restricción que imponía la comisión organizadora oficial a las feministas argentinas. Ante esta negativa gubernamental a la participación de las feministas en los festejos del Año Internacional de la Mujer, el PST publica en su prensa: “El gobierno en lugar de hablar de los derechos de las mujeres se dedica a hacer propaganda contra la disolución de la familia y la descomposición de los valores morales. ¿Es que puede existir el amor donde hay compulsión económica, miseria, hacinamiento, explotación? (…) Esas son las verdaderas causas de la disolución de la familia. Los proyectos del gobierno argentino no son más que falsas imágenes de duras realidades.”[24] Pero mientras confrontaban políticamente con el gobierno y exigían participar del Congreso Internacional, en un su “Carta a las compañeras feministas” –con quienes estaban aliadas contra la política gubernamental- señalan: “Sabemos que así como tenemos en común una base: el reconocimiento de la necesidad de participar de la lucha y organización de las mujeres por ser el sector oprimido más numeroso de la sociedad, por cumplir una función clara en el mantenimiento del sistema, compartimos la validez del feminismo, pero también tenemos cosas que nos separan. Nosotras opinamos que la opresión de las mujeres tiene sus raíces en la sociedad de clases y que, por tanto, es una condición necesaria para la liberación de todas las mujeres, la liberación de la sociedad toda por la única clase revolucionaria de nuestra historia: la clase obrera.”[25]
Mientras tanto el PC realiza un acto por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, en el que impiden la palabra a las activistas del Frente de Lucha de la Mujer, ante lo que éstas consiguen hacer pasar una declaración a favor del derecho al aborto que, sorpresivamente, recibe los aplausos de la mayoría de las presentes. Desde su prensa, el PST debate con las comunistas, al tiempo que las llama a romper con su política de subordinación a la comisión oficial que preparaba el acto propiciado por la ONU y el gobierno argentino y a coordinar las actividades sin sectarismo ni partidismo.
Finalmente, el congreso se realiza en el mes de agosto, en el Teatro Municipal General San Martín, integrado por tres comisiones que, a sugerencia de las Naciones Unidas, serán las de Paz, Igualdad y Desarrollo. El PST, finalmente, accede a participar pretendiendo aprovechar esta oportunidad para llevar la voz de las que fueron censuradas ya que, las feministas fueron, finalmente, las únicas excluidas. Recuerda una militante del PST: “Se les prohíbe la entrada a las feministas. Nosotras ingresamos al congreso y denunciamos la discriminación. Recuerdo que algunas feministas entraron encanutadas; se pusieron pelucas. Sara Torres, quien después nos enseñara mucho sobre el orgasmo, el orgasmo obligatorio y el famoso punto G, estaba entre las que entraron disfrazadas.”[26]
Las feministas, por su parte, ingresan a la fuerza para repartir un manifiesto, ante lo que la dirección del congreso –incluyendo el PC- responde con agresiones físicas, obligándolas a retirarse ante la única negativa de las delegadas del PST que acudieron en la defensa de su derecho democrático a expresarse, algo que también les había sido negado a ellas mismas a pesar de haber sido aceptado su ingreso. “Yo entré disfrazada, con peluca y anteojos –recuerda Sara Torres-, a repartir un volante donde denunciábamos la exclusión. Habíamos hecho también una conferencia de prensa. Los chicos de la FEDE[27] me rompieron un dedo al tratar de arrancarme los volantes. Una compañera –Cristina Noble- que se acercó al micrófono, fue arrastrada y obligada a salir de la sala.”[28]
Durante todo el año 1975, el PST mantendrá una sección especial de su prensa dedicada a los temas relevantes del movimiento de lucha de las mujeres por su emancipación: cuestionan la imposición de la moda, la conmemoración del Día de la Madre, denuncian la doble jornada laboral que impone el trabajo doméstico a las mujeres trabajadoras, plantean la necesidad de acceso a la anticoncepción y el derecho al aborto, exigen la inclusión de guarderías en fábricas y establecimientos laborales y reclaman igual salario por igual trabajo, para las mujeres, en las negociaciones paritarias.
Sin embargo, el ambiente de radicalizada politización que se vivía en Argentina, para entonces, impidió la relación de las feministas con la izquierda o, mejor dicho, se coló en las reuniones de “concientización” que promovían las primeras, llevando a discusiones interminables, debates y enfrentamientos que terminaron por producir deserciones y escisiones. Calvera rememora “… la marea de partidismo que nos circundaba no dejó de golpear fuertemente en el interior del grupo: reprodujimos viejos antagonismos tradicionales e inventamos otros. Los análisis tomaban cada vez menos a la mujer como eje y se desplazaban hacia esquemas de clase.”[29] La obrera socialista y feminista Ladis Alanis, lo rememora en sus palabras: “… en UFA, muchas compañeras no entendían que existía la lucha de clases. Ese era el problema. La masacre de Trelew fue importante en la división de UFA. Ahí se dieron cuenta de lo que significaba la lucha de clases.”[30] Otras, a su vez, señalan: “Una de las razones de la disgregación de UFA en 1973, parece haber sido las diferencias ideológico-políticas, ya que para un sector de sus integrantes, ser feminista era totalmente incompatible con compromisos y tomas de posición políticas, mientras que las restantes ensayaban distintas fórmulas entre compromiso político y feminismo.”[31]
Más tarde sobrevino la dictadura militar, empujando a muchas militantes al exilio, mientras miles de luchadoras y luchadores sociales y políticos desaparecían bajo el terrorismo de Estado, eran torturados y asesinados. “Yo continué un tiempo yendo a las reuniones de UFA y realizando algunas actividades hasta que un día al volver a casa encontré un aviso de las AAA amenazándome de muerte. Lo que sigue es otra historia.”, dice Mirta Henault, de la editorial Nueva Mujer, en un relato sobre la historia de este grupo.[32] En el exilio, como señalamos en la introducción, estas mujeres conocieron de cerca a las feministas europeas, compartieron nuevas experiencias militantes y regresaron al país, casi una década más tarde, con nuevas ideas en la que su pasada adhesión a la izquierda marxista se fusionaba con una reciente simpatía por las elaboraciones del feminismo radical que hablaba de autonomía y sororidad, o bien, se asimilaba a las instituciones del Estado, buscando reformas que incluyeran a las mujeres en los nacientes regímenes democráticos.
El 19 y 20 de diciembre de 2001, las movilizaciones sacudieron al país y derribaron al gobierno del presidente Fernando De la Rúa. En los días previos y, luego, en las semanas y meses posteriores a su caída, asistimos a las imágenes de desesperación de hombres, mujeres, niñas y niños saqueando comercios y supermercados en los barrios periféricos de Buenos Aires y otras ciudades del país, en busca de algo para comer en una Navidad que se presagiaba funesta. Más tarde, siguieron las fábricas tomadas por sus trabajadoras y trabajadores para evitar los cierres y los despidos. Rápidamente, sectores de las clases medias impulsaron la conformación de asambleas de vecinos que acompañaron tanto a los trabajadores en su resistencia, como a los desocupados en sus reclamos de trabajo genuino y subsidios estatales. En las universidades, impulsados por estudiantes y docentes, se desarrollaron centenares de investigaciones, estudios de caso, proyectos, etc que describían y explicaban este enorme proceso político que recorrió el mundo en imágenes de TV y que fue motivo de decenas de filmes, entrevistas, libros, etc.
En este marco, una nueva generación de jóvenes –mayoritariamente, estudiantes universitarias- emergió en el mapa feminista argentino, al tiempo que viejas activistas que habían perdido protagonismo en los años anteriores, cobraban nuevo impulso y sumaban una perspectiva feminista y demandas del movimiento de mujeres en las asambleas, movilizaciones y movimientos sociales. En particular, la lucha por el derecho al aborto adquirió nuevo vigor a partir de esta situación más general que se vivía en el país.
Después del intenso verano que se vivió en la ciudad de Buenos Aires y otros grandes centros urbanos del país, el 8 de marzo de 2002, conmemorando el Día Internacional de la Mujer, una coordinación de grupos feministas convoca marchar, cacerolas en mano, hacia la céntrica Plaza de Mayo, confluyendo con las asambleas vecinales que se sumaron a la iniciativa, bajo la consigna “Revolución en la plaza, en la casa y en la cama”. Las feministas eran aplaudidas, por primera vez, mientras escrachaban la Catedral Metropolitana y bailaban frente a la Casa Rosada. Jóvenes estudiantes de la universidad habían formado grupos que desplegaban sus banderas por primera vez, ante el asombro y la alegría de las más experimentadas; algunas portaban antorchas y se destacaban por sus entrenados pasos de murga. Más tarde, en el mes de agosto, en una asamblea interbarrial, que reunía a más de un centenar de delegadas y delegados de las asambleas vecinales, se resuelve levantar en el pliego de demandas, la despenalización del aborto, junto al movimiento feminista. En los encuentros organizados por las fábricas tomadas bajo control obrero, se armaban comisiones de mujeres y también se debatía sobre los derechos sexuales y reproductivos y el derecho al aborto. Lo propio, hacían algunas organizaciones del movimiento “piquetero”, especialmente por la colaboración que algunas jóvenes feministas decidieron tener con los movimientos de desocupados, brindando talleres sobre sexualidad y anticoncepción.
Esta intensa actividad se concentró, posteriormente, en la Asamblea por el Derecho al Aborto que empezó a funcionar en la ciudad de Buenos Aires en el verano de 2003, por iniciativa de la feminista Dora Coledesky, una veterana luchadora que había fundado la Comisión por el Derecho al Aborto, la primera en elaborar un proyecto para la despenalización y legalización del aborto en Argentina, que aún espera a ser tratado en el Congreso Nacional.[33] En ese espacio, que funcionaba en un local cedido por una asamblea de vecinos del sur de la ciudad, confluyeron asambleístas, piqueteras, trabajadoras, activistas lesbianas, travestis, jóvenes estudiantes y militantes de los partidos de izquierda, que fueron invitadas especialmente por Dora Coledesky, quien quería fortalecer la unidad de las mujeres que estaban a favor del aborto para enfrentar la reaccionaria posición de la Iglesia que nos aguardaba en el próximo Encuentro Nacional de Mujeres. En junio, el arzobispo de Rosario –donde sesionaría en poco tiempo el encuentro- llamaba a sus fieles a confrontar con las “feministas abortistas” que pronto desbordarían la ciudad.
Ese clima de antagonismo, propiciado por la jerarquía eclesiástica, fue el que animó el XVIIIº Encuentro Nacional de Mujeres. Por primera vez, ese año, el encuentro ocupó la tapa de un diario nacional: Página/12 titulaba “Aborto libre para no morir, anticonceptivos para no abortar”, con una fotografía de la enorme bandera violeta en la que se leía “Por el derecho al aborto libre y gratuito”. En el interior, la periodista Marta Dillon daba cuenta de lo acontecido en un artículo titulado “El ‘derecho a decidir’ copó las calles”. Miles de mujeres de todo el país, marcharon por las calles de Rosario coreando consignas a favor del aborto, contra la Iglesia y el gobierno, pero también mostrando su solidaridad con las mujeres trabajadoras de las fábricas ocupadas y las “piqueteras” que luchaban por trabajo. Asimismo, trabajadoras, estudiantes, amas de casa y mujeres desocupadas coreaban por primera vez, junto a las feministas, por un derecho que por mucho tiempo habían ejercido en privado, en silencio, con culpa y clandestinamente, poniendo su salud y su vida en riesgo.
Las mujeres del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) habían intervenido en este Encuentro Nacional de Mujeres junto a un grupo de jóvenes universitarias independientes, con las que confeccionaron la bandera que fue tapa del diario mencionado y que, en el recorrido de la movilización en Rosario, fue llevada por decenas de mujeres que se turnaban para mostrarla en alto en signo de adhesión a su reclamo. Al regreso, se propusieron conformar una agrupación de mujeres que reuniera tanto a las feministas independientes con las que acordaron un programa común de reivindicaciones, como a las militantes partidarias. Así surgió la agrupación Pan y Rosas, que llegó a reunir a más de mil mujeres estudiantes, amas de casa y trabajadoras en más de catorce ciudades del país.
En este proceso, fue fundamental la relación establecida con las líderes de dos nuevos grupos feministas, uno de tendencia reformista y otro anarquista, surgidos al calor de la situación creada por el diciembre de 2001. A diferencia de sus compañeras, estas jóvenes impulsaban activamente la participación y la solidaridad con una empresa textil tomada por sus trabajadoras, que también fue un emblema del período: la fábrica Brukman. En esa definición política a favor de la clase trabajadora se encontraron las bases para avanzar en un proyecto común que incluyera, también, la lucha por los derechos democráticos, en un movimiento independiente del Estado, las instituciones del régimen y los partidos políticos patronales. “En ese momento, éramos un grupo de no más de diez mujeres jóvenes, trabajadoras y estudiantes de entre 20 y 35 años, que teníamos algunas coincidencias: veíamos que el movimiento de mujeres y el feminismo estaban fragmentados en decenas de organizaciones no gubernamentales. Con algunas de esas ong’s teníamos acuerdos, con otras, no tanto; pero, lo que realmente nos preocupaba era la despolitización que impregnaba al conjunto y considerábamos que, a la mayoría de los grupos que integraban el movimiento de mujeres y el feminismo de Argentina, el ‘Diciembre 2001’ los había cogido por sorpresa.”[34]
Lo que puso sobre la mesa de discusión el 2001, para el feminismo, fue la renovada idea de que la lucha contra el patriarcado estaba indisolublemente ligada a la lucha contra el capitalismo. Una idea que casi había “desaparecido” del movimiento feminista, bajo la contraofensiva imperialista del neoliberalismo, que condujo a la crisis que finalmente estalló en aquellas jornadas de diciembre, en la que miles se movilizaron al grito espontáneo de “¡Que se vayan todos!” Las más jóvenes, sensibles a la situación de opresión que viven las mujeres, convergían en encuentros obreros, movilizaciones piqueteras y asambleas barriales, convencidas de que hacía falta “otra cosa” en el movimiento feminista: una voz que denunciara las miserias a las que el capitalismo somete doblemente a las mujeres, una voz que se pronunciara claramente por las mujeres trabajadoras y de los sectores populares.
La lucha de las obreras de Brukman fue un centro de reunión para estas nuevas activistas feministas y otras, con más experiencia, que volvían a reanimarse. Por eso, cuando fueron desalojadas con una violenta represión policial, no se dudó en realizar una convocatoria para rodear la fábrica con una marcha vestida de violeta, que cantó entusiastamente “¡Brukman es de las trabajadoras, y al que no le gusta… que se joda!”
Pero para el año 2004, la política del régimen, de pasivizar los movimientos sociales que se habían mantenido en las calles por mucho tiempo más allá del estallido de la crisis, empezó a surtir efectos. Para el Día Internacional de la Mujer, el movimiento de mujeres y las feministas se encontraban divididas. Algunas planteaban que era necesario tener confianza en el nuevo gobierno de Néstor Kirchner, que hacía algunos “gestos” políticos que parecían favorecer la situación de las mujeres en el país. Otras planteaban que había que confrontar con el gobierno y seguir junto a los movimientos sociales en sus luchas y reclamos. El movimiento se fragmenta: ni siquiera la lucha por el derecho al aborto puede convocarse de manera unitaria, ya que un sector comienza a plantear la estrategia de lobby, para presionar al gobierno y otras querían sostener su independencia política, planteando la perspectiva de la movilización y la lucha. La fragmentación no divide, sin embargo, a feministas independientes de militantes de la izquierda partidaria, sino que es más bien transversal: algunos grupos de feministas autónomas se niegan a ser cooptadas por el régimen, mientras algunos sectores de la izquierda –como las maoístas del Partido Comunista Revolucionario (PCR)- mantienen una ambigua posición que les permite establecer lazos políticos con ambos sectores.
En mayo de 2005, se lanza la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto,
reuniendo firmas y apoyo de diversas activistas y agrupaciones de todo el país.
La campaña declara apoyar “la despenalización y legalización del aborto,
para que toda mujer que decida interrumpir su embarazo pueda acceder al aborto
legal, seguro y gratuito, en los hospitales públicos y en las obras sociales
de todo el país”. Con ese texto se reunieron miles de firmas en un
petitorio que circuló bajo el título de “Ni una muerta más por abortos
clandestinos”. La izquierda tuvo distintas posiciones frente a esta
iniciativa: mientras el PCR apoya acríticamente la declaración, el Partido
Obrero (PO) se niega a formar parte de la convocatoria esgrimiendo que es una
campaña de apoyo al gobierno y el PTS –junto a la agrupación de mujeres
Pan y Rosas que impulsaba- llama a apoyar esta campaña unitaria al tiempo que
se diferencia de los sectores pro-gubernamentales que la integran, declarando
“no tenemos ninguna esperanza en el gobierno de Kirchner (o en algunos de
sus ministros), lo que nos diferencia de muchas de las convocantes de esta
campaña. Tampoco compartimos las posiciones de aquellas dirigentes ex
miembros de la desastrosa Alianza de De la Rúa, que tras la fachada de esta
campaña democrática quieren llevar agua para su molino. Ni de aquellas que
están con la opositora Elisa Carrió, enemiga confesa del derecho al aborto.
(…). Para lograr el derecho al aborto, legal, seguro y gratuito tenemos que
desarrollar un gran movimiento de lucha.”[35]
Finalmente, cuando en noviembre del mismo año se marchó hasta el Congreso
Nacional para entregar las miles de firmas juntadas por la Campaña Nacional
por el Derecho al Aborto, la convocatoria reunió a más de cuatro mil mujeres
que participaron en dos bloques diferenciados: adelante, las organizaciones
afines con el gobierno, diversas organizaciones no gubernamentales e
instituciones, el PCR, además de las figuras más reconocidas que apoyaban
esta demanda, entre las que había diputadas y dirigentes políticas de los
partidos tradicionales; más atrás, una bandera que decía “Bajo el
gobierno de Kirchner las mujeres seguimos muriendo por aborto clandestino”
encabezaba una columna de casi un millar de mujeres, entre las que se
encontraban jóvenes feministas autonomistas, movimientos de desocupados,
grupos de lesbianas feministas, Pan y Rosas, el PTS y otros sectores de la
izquierda.
Éste fue el momento culminante de la política unitaria por el derecho al aborto. Al año siguiente, la campaña se relanza exigiendo al gobierno el cumplimiento de las leyes de derechos sexuales y reproductivos, poniendo el tema del aborto en un segundo plano. Lejos de convocar a movilizarse y continuar con la perspectiva que se había desarrollado el año anterior, las figuras y organizaciones referentes de la campaña, insisten en la estrategia de presionar a funcionarios y parlamentarios para conseguir pequeños avances, lo que le vale la fracturación y el desánimo de sectores que venían impulsando esta iniciativa.
Quienes mantuvieron su presencia en las calles, por las demandas de las mujeres y ante los eventos del calendario feminista, fueron esencialmente la izquierda y un sector minoritario y activo del feminismo, especialmente las agrupaciones autónomas y anticapitalistas. Todos estos años de experiencias compartidas, en los Encuentros Nacionales de Mujeres, en la organización de los actos y movilizaciones por el Día Internacional de la Mujer, por el derecho al aborto o contra la violencia, permitieron forjar nuevas alianzas y nuevos debates, entre el feminismo y la izquierda. El “antipartidismo” heredado del neoliberalismo, cedió pasó a la diferenciación, en la práctica compartida, entre partidos sectarios, oportunistas, burocráticos o democráticos, etc. Para la izquierda, el feminismo dejó de ser, asimismo, un “todo” sin matices ni diferencias: hubo quienes partieron desde posiciones muy radicalizadas y terminaron integradas al gobierno kirchnerista; otras que abandonaron su letargo y volvieron a acompañar las luchas de las mujeres trabajadoras, desocupadas, de los sectores populares; quienes se mantuvieron integradas al sistema y las que persistieron en su compromiso con un cambio radical del mismo.
Aunque suene paradójico, durante el período de mayor contraofensiva imperialista contra las masas, sus organizaciones y las conquistas heredadas de décadas anteriores, la agenda feminista se convirtió, en gran medida, en política pública de los Estados, los gobiernos y organizaciones interestatales, incluyendo los organismos financieros. El feminismo, como movimiento radical setentista protagonizado por las mujeres en lucha por su emancipación, tuvo el mérito de imponer sentidos, alcanzando legitimidad entre públicos más amplios; pero esta legitimidad también fue a costa de reconvertirse, en gran medida, en una plétora de organizaciones no gubernamentales, perdiendo su filo más subversivo, pero provistas de las herramientas y el personal idóneo para hacer frente a las consecuencias que los mismos planes neoliberales trajeron aparejados para las mujeres. Reconocimiento a cambio de integración, legalidad a cambio del abandono de la radicalidad anterior.
Al mismo tiempo que, en lo superficial, el feminismo parecía convertirse en sentido común, reconvertido en un movimiento centrado en la consecución de la “igualdad de género”, se lo despojaba de su anterior radicalidad, destripando sus demandas en mínimos programas parcializados, ajustados a los sectores que requerían de su asistencia. Se “profesionalizó la causa”, que antes había sido motivo de debates políticos y movilización, transformándose en objeto de organización, planeamiento y cabildeo en políticas públicas. El clima resultante fue la desmovilización y despolitización del movimiento.
Mucho ha sido escrito por las feministas sobre este proceso; mucho ha sido lo debatido y muchas las crisis y rupturas que provocó en el movimiento, especialmente en América Latina. En tanto, a lo que hemos asistido, bajo la égida de los proyectos para el desarrollo, ha sido al crecimiento de una fenomenal desigualdad que, al tiempo que se promovía un “feminismo de los derechos”, descargaba sobre millones de mujeres las consecuencias más nefastas del ataque en regla a las masas del continente.
Aumentó velozmente lo que ha dado en llamarse la “feminización de la fuerza de trabajo”, especialmente en América Latina, donde la creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral fue a costa de una mayor precarización, con las peores condiciones y sin derecho a organizarse. Los antiguos vejámenes se transformaron en ingentes “negocios” durante el mismo período: la apertura de las fronteras para el comercio internacional, los paraísos fiscales, la concentración de mujeres jóvenes desarraigadas en enormes ciudades-factorías de fronteras, el crecimiento del tráfico de drogas y la corrupción permitieron que el tráfico de mujeres para snuff, pornografía, esclavismo sexual y prostitución se transformara en una colosal industria. El cuerpo de las mujeres también es un campo propicio para una rentable especulación científica (vientres de alquiler, experimentaciones en reproducción asistida, etc.) y una más que rentable mercancía para el consumo, goce y disfrute de los otros: la creciente penetración de los medios masivos de comunicación e internet, la cultura de la imagen, el desarrollo de las posibilidades quirúrgicas, transformaron al cuerpo de las mujeres –especialmente en las grandes metrópolis del continente- en un producto dispuesto para la venta, al tiempo que a las mismas mujeres se las reduce a meras consumidoras de esas mercancías que le permiten soñar con transformarse en el estereotipo imposible de alcanzar. Al tiempo en que la lucha de las mujeres por su emancipación y la denuncia de su situación de desigualdad, de opresión e ignominia alcanzan una inmensa popularidad y aceptación, esta misma situación encuentra nuevas y más brutales formas de manifestarse.
El supuesto camino “realista”, transitado de manera gradual y evolutiva, para la consecución de la igualdad o, incluso, de metas mucho más modestas y prosaicas en la búsqueda de mejorías para las condiciones de vida de las mujeres, es lo que, finalmente, se devela como lo verdaderamente utópico en los estrechos y asfixiantes marcos de las democracias capitalistas del continente.
En Argentina, esto ya quedó al desnudo durante la crisis que estalló en diciembre de 2001, en la que el país entró en default. Ni siquiera la recuperación favorecida por los precios internacionales, que acompañó las presidencias sucesivas de Néstor y Cristina Kirchner fueron beneficiosas para el conjunto de las masas trabajadoras: las grandes empresas multiplicaron sus millonarias ganancias, pero la reducción de algunos puntos porcentuales del índice de desocupación se debió a la creación de puestos de trabajo altamente precarizados. Mientras tanto, aumentaron los ritmos de explotación y los salarios nunca alcanzaron el nivel que habían tenido antes de la devaluación. El “doble discurso” de los gobiernos kirchneristas que se embanderaron con la defensa de los derechos humanos causó el efecto buscado durante los primeros años. Pero ya bajo la presidencia de Cristina Kirchner quedó más en evidencia que se trataba de un mero golpe de efecto: más de 600 mujeres jóvenes reportan como desaparecidas en los últimos años, secuestradas por redes de trata y prostitución; más de 400 mujeres trabajadoras y de los sectores populares mueren, cada año, por las consecuencias de los abortos clandestinos, mientras el ministro de Salud es conocido por su compromiso con los sectores clericales.
Mientras la institucionalización de los movimientos sociales –incluido el feminismo- devino directamente funcional para la amortiguación de los efectos devastadores de los planes neoliberales, a través de proyectos gestionados bajo la supuesta “transparencia” que las iniciativas privadas parecían tener frente a Estados y gobiernos corruptos, también marginó –y empujó a la automarginación- a los grupos y corrientes feministas que resistieron a esta tendencia general. En tanto la mayoría del feminismo se inclinó por una perspectiva reformista, desarrollada en el marco institucional diseñado internacionalmente bajo la égida de la ONU; una minoría –y no por ello, menos diaspórica- se alejó de la disputa por el poder del Estado, obligada a relegarse y auto-relegándose en la creación de “contracultura” y “contravalores” opuestos a los imperantes.
La impotencia, la frustración, el sectarismo y la fatigosa y permanente fragmentación fueron las consecuencias inevitables para una generación del feminismo, como sucede con todo grupo reducido en los márgenes a contracorriente. Eso obliga a un replanteo permanente de los aciertos y errores, a una búsqueda y profundización de perspectivas teóricas y praxis diversas y discontinuadas. De esas crisis han surgido y siguen surgiendo nuevas elaboraciones productivas, aportes reflexivos, nuevas alianzas; pero lamentablemente, se trata más de una sumatoria de individualidades desperdigadas por el continente y de sus fructíferos intercambios, que de un verdadero movimiento con ansias de masificación.
En tanto, no hace falta remontarse a la Revolución Francesa de 1789 o a la Revolución Rusa de 1917 para demostrar que frente a los grandes cataclismos sociales, políticos y económicos, las mujeres siguen siendo los destacamentos de vanguardia que enfrentan las crisis y las nefastas consecuencias que ellas entrañan para la vida cotidiana de las masas. Ya hemos visto luchar a las mujeres del altiplano boliviano en la Guerra del Agua; a las mujeres oaxaqueñas tomar literalmente el poder de la comuna, organizando la resistencia desde los medios de comunicación bajo su control; las mujeres desocupadas de Argentina cortaron las rutas una y mil veces reclamando trabajo genuino y las trabajadoras de la textil Brukman pusieron a producir la empresa bajo control obrero, resistiendo el desalojo y la represión, en plena crisis nacional. Recientemente, asistimos a la explosión de la bronca de las mujeres más explotadas de la industria, las obreras de la alimentación que desataron una huelga sin precedentes reclamando medidas de prevención e higiene ante la pandemia de gripe A, en la multinacional más grande del mundo en su rubro, la empresa Kraft. Vimos a las feministas en resistencia de Honduras, al frente de las movilizaciones contra el golpe de Estado perpetrado por el empresariado nacional en alianza con el imperialismo norteamericano y todas las instituciones del régimen, incluyendo a la Iglesia. En las colonias más pobres de Tegucigalpa, las mujeres organizaron el territorio y a la comunidad para resistir la represión del ejército y los sicarios. Las mujeres campesinas y de los pueblos originarios estuvieron en las carreteras y puentes, bloqueando las ciudades durante los días más aciagos de la resistencia y es por ello que han sido víctimas de las más atroces torturas, abusos y violaciones por parte de las fuerzas represivas del Estado.
En esos nuevos ímpetus de millones de mujeres trabajadoras y de los sectores populares radican las fuerzas de las que dependerá el futuro del movimiento de mujeres de nuestro país y de América Latina. Las feministas que sueñen aún con una sociedad liberada de toda forma de opresión, aquellas cuyas ansias de emancipación sigan intactas no sólo no pueden darle la espalda a estos sectores de millones de mujeres del continente que emergieron a la vida política en los últimos años, sino que tienen el deber de dirigirse hacia ellas, de nutrirse de sus luchas y colaborar con sus triunfos.
El capitalismo sólo reserva más barbarie para las masas, devastación y muerte para el planeta que habitamos. Para la inmensa mayoría de las mujeres del mundo, las crisis recurrentes del sistema capitalista no pueden aparejar otra cosa que más muertes, más explotación, más esclavismo, menos derechos… Quienes se consideren verdaderamente socialistas revolucionarios no pueden sentirse ajenos a esta realidad que afecta especialmente a las mujeres. Quienes se consideran feministas y honestamente anhelan aun la emancipación de las mujeres de todas las formas de opresión, están llamadas a reflexionar sobre las estrategias que nos han conducido a los callejones sin salida de la cooptación o la marginalidad. Como ha sucedido otras veces en la historia, confiamos en que serán nuevamente las mujeres más explotadas y oprimidas de nuestro continente las que impulsarán el surgimiento de un nuevo feminismo socialista que aún espera ver la luz.
___________________________________
[1] Carolina Muzilli nació en Buenos Aires en 1889. Se afilió al Partido Socialista a los 18 años, desde donde ejerció una militancia activa en el movimiento obrero, especialmente promoviendo la organización de las mujeres trabajadoras y publicando artículos sobre la situación que se vivía en fábricas y talleres, al tiempo que ella misma se desempeñaba como costurera a destajo. Fundó y dirigió el periódico Tribuna Feminista. Murió en 1917, con apenas 28 años, víctima de tuberculosis.
[2] Finalmente, terminaría traicionando abiertamente sus ideales y a la clase que representaba, cuando sus diputados votaron los créditos de guerra en el parlamento alemán. Una guerra que se mostraría como una verdadera carnicería mundial, donde los obreros se matarían unos a otros en las trincheras, en defensa de los intereses de sus propias clases dominantes nacionales. Contra esta grave traición de los máximos dirigentes de la Segunda Internacional, se levantaron las voces de Rosa Luxemburgo, Lenin y León Trotsky entre otros, lo que condujo a la escisión y fundación de los Partidos Comunistas como también de la Tercera Internacional.
[3] Sobre la política del Estado argentino y de los movimientos sociales y de mujeres sobre el derecho al aborto, “Sexo, mentiras y… silencio. Derecho al aborto, derechos sexuales y reproductivos en Argentina”, de Andrea D’Atri, revista Lucha de Clases N˚ 5, Bs. As., 2005.
[4] María Abella (1863 – 1926) Nació en Uruguay, donde se desempeñó como maestra y fundó el Club de Señoras. Luego, radicada en Argentina, dirige Nosotras. Revista feminista literaria y social, que se presentaba con el lema “Ayudémonos las unas a las otras: la unión hace la fuerza”. En 1903 fundó la Asociación de Maestros de la Provincia de Buenos Aires. En 1906 interviene en el Congreso Internacional del Libre Pensamiento, con su “Programa mínimo de reivindicaciones femeninas”. En 1909 crea la Liga Feminista Nacional que publica el periódico La Nueva Mujer, que exige la protección del Estado a la maternidad, el divorcio absoluto y la protección a la niñez, entre otras demandas.
[5] Julieta Lanteri (1873 – 1932). Médica librepensadora y feminista. Nació en Italia, pero sus padres se trasladaron a Argentina siendo ella aún pequeña. Se recibió de farmacéutica en 1898 y en 1907 es la sexta mujer, en el país, que obtiene el título de doctora en medicina. Con Cecilia Grierson funda la Asociación de Universitarias Argentinas. En 1910, no le permiten ejercer su cátedra en la universidad por ser extranjera, con lo cual inicia un trámite que la convierte en la primera mujer en obtener la ciudadanía argentina. Desde ese momento se plantea el objetivo de alcanzar todos los derechos civiles, empezando por el voto, imponiendo su empadronamiento y logrando votar en las elecciones municipales. En 1912 crea la Liga pro Derechos de la Mujer y del Niño. En 1919 se presenta como candidata a diputada nacional con el lema “en el Parlamento, una banca me espera, llevadme a ella”, obteniendo 1.730 votos. Cuando las autoridades alegan que necesita libreta de enrolamiento para empadronarse, se inscribe en el servicio militar y ante la negativa recurre a la justicia. El caso llega hasta la Corte Suprema de Justicia que falla en contra de su pedido de que se incorpore a las mujeres a los derechos ciudadanos. Se presenta, de todos modos, a las elecciones en representación de un Partido Feminista Nacional. Muere como consecuencia de un accidente automovilístico que aún permanece bajo un manto de sospechas, aunque la justicia dictaminara que no hubo intención.
[6] Sara Justo (1870 - 1941) Odontóloga socialista. Colaboró con Alicia Moreau en el Comité Pro Sufragio Femenino y fue una de las principales activistas de la Asociación de Universitarias Argentinas.
[7] Elvira Rawson (1864 – 1954). Fue la segunda mujer que se recibió de médica en Argentina. Afiliada a la Unión Cívica Radical, Para luchar por el sufragio femenino, se unió a Alicia Moreau de Justo que presidía la Unión Feminista Nacional con quien organizó una votación “paralela” de mujeres, entre otras actividades de propaganda.
[8] Alicia Moreau (1885 – 1986). Médica, educadora y periodista socialista. De 1908 a 1919 dirigió la revista socialista Humanidad Nueva. En 1907 intervino en el Primer Congreso Feminista Pro Sufragio Universal, junto a otras integrantes del Centro Femenino Socialista. En 1918 fundó la Unión Feminista Nacional, destacándose en la lucha por el derecho al voto. En 1919 participó en el Congreso Internacional de Obreras realizado en Washington (EE.UU.). Fue miembro de la Comisión Femenina de Acción Argentina, donde confluían socialistas, radicales alvearistas y liberales que pugnaban para que Argentina abandonara la política de neutralidad frente a la Segunda Guerra Mundial. En 1947 viaja a París para asistir a la Conferencia Internacional de Mujeres por la Paz. Desde 1955, asumió la dirección del periódico socialista La Vanguardia, desde donde apoyó la Revolución Cubana de 1959. Tras la muerte de Alfredo Palacios fue designada Secretaria General de la fracción Casa del Pueblo del Partido Socialista Argentino. En 1975, integra el grupo de fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
[9] Juana María Beggino. Obrera sombrerera y escritora socialista. En 1898 funda en San Nicolás de los Arroyos, el Centro Cosmopolita Obrero que se divide, poco tiempo después, entre un sector socialista y otro anarquista. En 1919 integra el comité ejecutivo nacional del Partido Socialista.
[10] Gabriela de Lapèrriere (1866 – 1907). Maestra, periodista y escritora socialista, que luego adhirió a la corriente sindicalista, enérgica defensora de los derechos de la mujer y del niño. Fue la introductora de las ideas del sindicalismo revolucionario en el país, oponiéndose desde 1903 a la acción político parlamentaria y fue partidaria de la huelga general revolucionaria propiciada por sindicatos independientes. A causa de sus diferencias, en 1905 renunció al comité ejecutivo del partido socialista y, finalmente, se alejó junto con la escisión de la corriente sindicalista en 1906, que ya publicaba su propio órgano.
[11] Citado por Héctor Recalde en Mujer, condiciones de vida, de trabajo y salud, tomo 2, CEAL, Bs. As., 1988.
[12] Citado en J. Heinen y otras: De la Iº a la IIº internacional: la cuestión de la mujer, Fontamara, Barcelona, 1978.
[13] Citado en Badia, G.: Clara Zetkin: vida e obra, Expressao Popular, Sao Paulo, 2003.
[14] Belfort Bax, E.: The Fraud of Feminism, citado por Mary Alice Waters en Marxismo y Feminismo, Editorial Fontamara, México, 1989.
[15] “Feminismo y Socialismo”, revista Nosotras, año 2, N˚ 47, noviembre de 1903.
[16] Cecilia Grierson
[17] Raquel Messina. Educadora y escritora socialista, pionera en la lucha por los derechos de la mujer. En 1903 busca apoyos para el proyecto de ley de divorcio presentado por el diputado socialista Carlos Olivera. Es autora de numerosos artículos sobre los derechos de la mujer en el periódico socialista La Vanguardia.
[18] Carta al Dr. Marco Avellaneda, presidente de la Comisión del Centenario, por parte del Congreso Patriótico de Señoras. Citado por Bárbara Reiter en Historia de una militancia de izquierda, CCC, Cuaderno de Trabajo N˚ 49, Bs. As., 2004.
[19] D’Atri, A.: “Nuevas encrucijadas para el feminismo del siglo XXI” en Los ’90: fin de ciclo. El retorno de la contradicción de José Henríquez (compilador), Final Abierto, Bs. As., 2007.
[20] Calvera, Leonor: Mujeres y feminismo en la Argentina, GEL, Bs. As., 1990.
[21] ATEM: “Feminismo socialista en los setenta”, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[22] Moreno, Nahuel: Actualización del Programa de Transición, Antídoto, Bs. As., 1979.
[23] Hernault, M., Morton, P. y Larguía, I.: Las mujeres dicen basta, Ed. Nueva Mujer, Bs. As., s/f.
[24] Avanzada Socialista N° 147, 24 de mayo de 1975
[25] ATEM: “Feminismo socialista en los setenta”, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[26] “La revista TODAS”, entrevista a Marta Ferro y Elsa Campos, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[27] Federación Juvenil Comunista, la juventud del Partido Comunista Argentino.
[28] “Mujeres socialistas en UFA: otra mirada”, entrevista a Sara Torres, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006
[29] ATEM: “Feminismo socialista en los setenta”, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[30] “Mujeres socialistas en UFA”, entrevista a Ladis Alanis, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[31] “Los setenta”, en Travesías N° 5, revista del CECyM, Bs. As., octubre 1996.
[32] Henault, Mirta: “Nueva Mujer”, en revista Brujas Año 25 - N° 32, Bs. As., octubre 2006.
[33] Dora Coledesky (1928-2009). De joven, fue delegada sindical de una fábrica textil, mientras militaba en las filas del Partido Obrero Revolucionario (POR). Se recibió de abogada y, junto a su compañero Angel Fanjul, también militante del POR, defendían a los trabajadores que enfrentaban a la burocracia sindical en los años ’70. Por su actividad militante, debió exiliarse en Francia, después del golpe militar de 1976. Allí militó, por un tiempo, en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y conoció al movimiento feminista. En su retorno al país, habiendo abandonado ya la militancia en el movimiento trotskista, funda con otras mujeres feministas, la Comisión por el Derecho al Aborto, luego Coordinadora, que denunció las maniobras del Pacto de Olivos, entre el presidente Carlos Menem y la oposición de la Unión Cívica Radical, frente a la Asamblea Constituyente de 1994 en la que se incorporaron pactos internacionales a la reforma constitucional que plantean la “protección de la vida desde la concepción”.
[34] D’Atri, A.: “Repoliticization of the Women’s Movement and Feminism in Argentina”, en Building Feminist Movements and Organizations, de Alpízar Durán, Payne y Russo (ed.), Zed Books, Londres, 2007.
[35]
Pan y Rosas convoca a participar de la Campaña por el Derecho al Aborto
Legal, Seguro y Gratuito. Declaración de la agrupación Pan y Rosas de mayo
de 2005.
[36] Retomo aquí los conceptos vertidos en la conferencia “El feminismo y la crisis mundial”, México DF, 16 de diciembre de 2009 y en el artículo “Con amplitud, pero también con estrategia. A la búsqueda de un nuevo encuentro entre feminismo y socialismo”, publicado en Revista Venezolana de Estudios de la Mujer Nº 33, CLACSO - Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, noviembre 2009.