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En septiembre, el general Kornilov avanzó sobre Petrogrado, con ánimo de proclamarse dictador militar de Rusia. Pronto, tras él, se advirtió el puño de hierro de la burguesía, presto a descargarse sobre la revolución. Algunos ministros socialistas estaban comprometidos en la aventura, y ni el mismo Kerenski escapaba a las sospechas.[1] Savinkov se negó a dar explicaciones cuando el Comité Central del partido S.R., al cual pertenecía, lo invitó a ello. Inmediatamente se le expulsó de la organización. También se expulsó del ejército a varios generales y se suspendió en sus funciones a algunos ministros. El gabinete cayó.
Trató entonces Kerenski de formar un nuevo gobierno, incluyendo al partido burgués de los kadetes. El partido S.R., del cual era miembro Kerenski, ordenó a éste excluir a los kadetes. Kerenski se negó a obedecer y amenazó con dimitir si los socialistas insistían. Sin embargo, era tal la exasperación popular, que vaciló en atacarla de frente. Mientras se encontraba una solución, asumió el poder un directorio compuesto por cinco ministros del anterior gabinete[2] y presidido por el propio Kerenski.
La intentona de Kornilov unió en un mismo impulso de defensa a todos los grupos socialistas, tanto los «moderados» como los verdaderos revolucionarios. No más Kornilov. Se necesitaba un nuevo gobierno, responsable ante los elementos que sostenían la revolución. El Tsík invitó a las organizaciones populares a enviar delegados a una conferencia democrática, que debería reunirse en Petrogrado en el mes de septiembre.
Pronto aparecieron en el Tsík tres fracciones. Los bolcheviques, exigían la reunión del Congreso de los Soviets de toda Rusia, así como que estos últimos se hiciesen cargo del poder. El «centro» S.R., bajo la dirección de Tchernov, formó un bloque con los S.R. de izquierda, encabezados por Kamkov y María Spiridinova, con los mencheviques internacionalistas,' dirigidos por Martov, y con el centro menchevique, representado por Bogdanov y Skobelev, para reclamar un gobierno socialista neto. Tseretelli, Dan y Lieber, a la cabezit del ala derecha menchevique, con Avxentiev y Gotz como representantes de los S.R. de derecha, insistían en la necesidad de que las clases poseedoras participaran en él nuevo gobierno.
Los bolcheviques consiguieron, casi inmediatamente, la mayoría en el Soviet de Petrogrado, como asimismo en los Soviets de Moscú, de Kiev, de Odesa y de otras ciudades.
Alarmados, los mencheviques y los S.R., que dominaban en el Tsík, debieron de pensar que Kornilov era, después de todo, menos peligroso que Lenin, y modificaron la distribución de los delegados a la Conferencia democrática,[3] aumentando el número de representantes de las sociedades cooperativas y de otras organizaciones conservadoras. Pero, aun después de este reclutamiento de diputados, la Asamblea votó, primero por un gobierno de coalición sin los kadetes, y sólo bajo la amenaza de dimisión de Kerenski y ante los gritos de alarma de los socialistas «moderados» que afirmaban que la república estaba en peligro, la Conferencia se pronunció, por escasa mayoría, en favor del principio de la coalición con la burguesía y aprobó la constitución de una especie de parlamento consultivo, sin facultades legislativas, denominado Consejo provisional de la República. En el nuevo ministerio, fueron las clases poseedoras las que ejercieron prácticamente el poder, y en el Consejo de la República ocuparon un número realmente desproporcionado de puestos.
De hecho, el fsik no representaba ya a los Soviets y se oponía ilegalmente a la convocatoria del nuevo Congreso de los Soviets de toda Rusia, que debía haberse reunido en septiembre. No le pasaba por la imaginación ni reunir dicho congreso, ni autorizar siquiera la convocatoria. Su órgano oficial, Izvestia, daba a entender que la actividad de los Soviets iba a terminar[4] y que pronto sería posible disolverlos. Y, efectivamente, el nuevo gobierno anunciaba, como uno de los artículos de su programa, la liquidación de las «organizaciones irresponsables», es decir, de los Soviets.
Los bolcheviques contestaron convocando a los Soviets para el 2 de noviembre en Petrogrado e invitándolos a tomar el poder. Al mismo tiempo, se retiraron del Consejo de la República, declarando que se negaban a formar parte de un gobierno que estaba traicionando al pueblo.[5]
Pero este desdichado Consejo no lograría disfrutar de paz porque los bolcheviques se hubiesen retirado de él. Las clases poseedoras, ahora dispuestas a obrar, se mostraban arrogantes. Los kadetes declararon que el gobierno carecía legalmente del derecho a proclamar la República en Rusia, y exigían medidas severas contra los comités de soldados y marineros, lanzando además acusaciones contra los Soviets. Al otro extremo de la Asamblea, los mencheviques internacionalistas y los S.R. de izquierda exigían la concertación inmediata de la paz, la entrega de la tierra a los campesinos y el control obrero en la industria, es decir, en suma, el programa de los bolcheviques.
Estaba yo presente cuando Martov dio su respuesta a los kadetes. Enfermo de muerte, con una voz que era un susurro, dijo, encorvado sobre la tribuna y apuntando con el dedo hacia los bancos de la derecha:
—Nos llamáis derrotistas. Pero los verdaderos derrotistas son aquellos que esperan para hacer la paz un momento más favorable; aquellos que quieren dejar la paz para más tarde, cuando no queds nada del ejército ruso, cuando Rusia sea ya un objeto de chamarileo entro los diferentes grupos imperialistas... Tratáis de imponer al pueblo ruso una política dictada por los intereses de la burguesía. La cuestión de la paz es urgente... Sabed que los zimmerwaldianos,[6] esos que vosotros llamáis «agentes de Alemania», no han trabajado en vano y han preparado en todo el país el despertar de la conciencia de las masas democráticas...
Los mencheviques y los S.R. oscilaban entre estos dos extremos, irresistiblemente impulsados hacia la izquierda por el creciente descontento de las masas. Una hostilidad profunda dividía el Consejo en grupos irreconciliables.
Tal era la situación cuando, al anuncio de la Conferencia Interaliada de París, esperada desde hacía tanto tiempo, se planteó la cuestión de la política extranjera.
En teoría, todos los partidos socialistas de Rusia propugnaban una paz sobre bases democráticas, tan rápida como fuera posible. En mayo de 1917, el Soviet de Petrogrado, donde dominaban entonces los mencheviques y los S.R., había proclamado las famosas condiciones de paz rusas y reclamado una conferencia interaliada para discutir los fines de guerra. Esta conferencia, prometida primero para agosto, diferida luego a septiembre y después a octubre, se había fijado, al fin, para el 10 de noviembre.[7]
El Gobierno provisional había propuesto dos delegados: el general Alexeiev, militar reaccionario, y Terechtchenko, ministro de Negocios Extranjeros. Los Soviets escogieron a Skobelev, al cual entregaron instrucciones detalladas: el famoso nakaz.[8] El Gobierno provisional puso objeciones a la elección de Skobelev y al nakaz; protestaron los embajadores extranjeros, y, finalmente, Bonar Law,[9] en la Cámara de los Comunes, respondió fríamente a una pregunta: «Según mis noticias, la Conferencia de París no discutirá sobre los fines de guerra, sino únicamente sobre los métodos relativos a la dirección de la guerra...»
La prensa conservadora se regocijó, y los bolcheviques gritaron: «¡Ved a dónde ha conducido a los mencheviques y los S.R., su táctica conciliadora!»
A lo largo de un frente de más de mil kilómetros, se agitaban los millones de, hombres de los ejércitos rusos, como el oleaje creciente del mar,"y volcaban sobre la capital centenares y centenares de delegaciones que sólo gritaban: «¡Paz! Paz!»
Crucé el rí» y me dirigí al Circo Moderno, para asistir a uno de esos grandes mítines populares que se celebraban en toda la ciudad y cuyo número aumentaba cada noche. En un anfiteatro desnudo y lúgubre, alumbrado por cinco pequeñas lámparas pendientes de un hilo delgado, se apretujaban en las mugrientas gradas, desde la arena hasta el techo, soldados, marineros, obreros y mujeres, en expectante actitud, como si su vida estuviera sobre el tablero. Hablaba un soldado de la S48o división:
—¡Camaradas! —gritaba, y sus rasgos acusados y sus gestos desesperados expresaban una sincera angustia—. Los que ocupan el poder nos exigen sacrificio tras sacrificio; pero a los que todo lo poseen se les deja tranquilos... Estamos en guerra con Alemania. ¿Pedimos acaso nosotros a los generales alemanes que sirvan en nuestro Estado Mayor? Pues bien, estamos en guerra con los capitalistas y, sin embargo, les pedimos que nos gobiernen... El soldado quiere saber por qué y por quién lucha. ¿Por Constantinopla, por la liberación de Rusia, por la democracia o por los bandidos capitalistas? Demostradme que lucho por la revolución, y entonces marcharé y combatiré, sin necesidad de que se me amenace con la pena de muerte... Cuando la tierra pertenezca a los campesinos, las fábricas a los obreros y el poder a los Soviets, entonces sabremos que tenemos algo y combatiremos para salvarlo.
En los cuarteles, en las fábricas, en las esquinas de las calles, inacabables oradores soldados exigían el fin de la guerra y declaraban que, si el gobierno no hacía un enérgico esfuerzo en favor de la paz, los soldados abandonarían las trincheras y regresarían a sus casas.
El representante del 8o ejército se expresó así:
—Somos débiles; no contamos más que con unos cuantos hombres por cada compañía. Que se nos den víveres, calzado y refuerzos, sin lo cual muy pronto estarán vacías las trincheras. Que se haga la paz, o que se nos proporcione avituallamiento... Que el gobierno ponga fin a la guerra, o que alimente al ejército...
En nombre del 46° de artillería siberiano, dijo otro orador:
—Los oficiales no quieren colaborar con nuestros comités; nos venden al enemigo; aplican la pena de muerte a nuestros agitadores, y este gobierno de contrarrevolución los apoya... Esperamos que la revolución traerá la paz. Pero, ahora, el gobierno nos prohibe hablar, y, sin embargo, no nos da qué comer ni con qué pelear...
De Europa llegaban rumores sobre una paz concertada a costa de Rusia.[10]
Las noticias sobre el trato recibido por las tropas rusas en Francia aumentaban el descontento. La primera brigada, a semejanza de lo que ocurría en Rusia, había querido reemplazar a sus oficiales por comités de soldados, y se había negado a ir a Salónica, exigiendo que se le mandara a su país. Se la había cercado, reducido al hambre y bombardeado con artillería; muchos de sus componentes habían perecido...[11]
El 29 de octubre fui al Palacio María, en cuyo salón de mármol blanco decorado con paños rojos celebraba sus sesiones el Consejo de la República, para escuchar la declaración de Terechtchenko sobre la política extranjera del gobierno, que todo el país, agotado y ávido de paz, esperaba con terrible ansiedad.
Un joven alto, vestido impecablemente, el rostro dulce y los pómulos salientes, leía con suave voz un discurso cuidado, discreto y perfectamente, vacío...[12] Siempre las mismas vulgaridades sobre el aplastamiento del militarismo alemán con la ayuda de los Aliados; los «intereses nacionales de Rusia, la complicación creada por el nakaz entregado a Skobelev...» Terminó con el conocido estribillo:
—Rusia es una gran potencia. Suceda lo que suceda, Rusia seguirá siendo una gran potencia. Deber de todos nosotros es defenderla y demostrar que somos los defensores de un gran ideal, los hijos de una gran nación...
Nadie estaba satisfecho. Los reaccionarios querían una política imperialista de fuerza; los partidos democráticos exigían del gobierno la seguridad de que apresuraría la paz.
Veamos aquí lo que escribía en uno de sus editoriales el órgano del Soviet bolchevique de Petrogrado, Rabotchi i Soldat («El Obrero y el Soldado»):
He aquí, en sus propios términos, lo que el señor Terechtchenko, el más taciturno de nuestros ministros, acaba de responder al ejército y al pueblo con respecto a la guerra y a la consecución de la paz:
I° Estamos estrechamente unidos a nuestros aliados. (No a los pueblos v sino a los gobiernos.)
2° No corresponde .a la democracia discutir sobre la posibilidad o la imposibilidad de una campaña de invierno. Esta cuestión será yanjada por los gobiernos de nuestros aliados.
3o La ofensiva del Io de julio fue muy acertada y provechosa. (Ni una palabra de sus consecuencias.)
4° Es inexacto que nuestros aliados, como se dice, se hayan desinteresado de nosotros. El ministro posee, a este respecto, declaraciones categóricas... (¿Declaraciones? Pero ¿y los hechos? ¿Y la actitud de la flota británica?[13] ¿Y las conversaciones sostenidas por el rey de Inglatera y el general contrarrevolucionario Gurko? De todo esto, nada dice el ministro.)
5° El naliaz entregado a Skobelev es malo: no complace ni a los Aliados ni a los diplomáticos rusos; ahora bien, en la conferencia aliada todos nosotros debemos hablar el mismo lenguaje.
—¿Es esto todo?
—Absolutamente todo.
Entonces, ¿cuál es la ayuda?, preguntaréis. Tened fe en los Aliados y en Terechtchenko. ¿Y cuándo conseguiremos la paz? Cuando les plazca a los Aliados.
He aquí la respuesta del gobierno a las trincheras sobre la cuestión de» la paz.
Mientras tanto, al fondo de la escena política comenzaba a surgir de la sombra una fuerza siniestra: los cosacos. La Nóvala Jizn(«La Nueva Vida»), periódico de Gorki, llamó la atención sobre su actividad:
Al comenzar la revolución, los cosacos se negaron a tirar sobre el pueblo. Cuando Kornilov avanzó sobre Petrogrado,se negaron a seguirle. Hasta entontes, se limitaron a ese papel negativo; pero, de algún tiempo a esta parte, de su actitud de pasiva lealtad ante la revolución han pasado poco a poco a la ofensiva...
El Gobierno provisional había destituido a Kaledin, atamán de los cosacos del Don, por su complicidad en la intentona de Kornilov. Pero Kaledin se negó terminantemente a obedecer e instalóse en Novotcherkask, en medio de tres inmensos ejércitos cosacos, conspirando y amenazando. Tan grande era su poder, que el gobierno cerró los ojos ante su insubordinación y tuvo incluso que reconocer formalmente al Consejo de la Unión de los Ejércitos Cosacos y declarar ilegal la recién constituida sección cosaca de los Soviets.
En la primera mitad de octubre, visitó a Kerenski una delegación cosaca, para exigir arrogantemente que se retiraran las acusaciones contra Kafedin y para reprochar al presidente del Consejo que estuviera cediendo terreno a los Soviets. Kerenski prometió no molestar a Kaledin y, según se dice, añadió: «Para los jefes de los Soviets, yo soy un déspota y un tirano... El Gobierno provisional no sólo no apoya a los Soviets, sino que considera altamente deplorable el solo hecho de su existencia.»
Por los mismos días, otra misión cosaca fue a ver al embajador británico y se atrevió a tratar con él en nombre «del pueblo cosaco libre».
En el Don, se había creado una especie de república cosaca. El Kubán se declaró estado autónomo. Los cosacos armados dispersaron a los Soviets de Rostov, del Don y de lekaterinburg y saquearon el local del sindicato de mineros de Jarkov. En todas sus manifestaciones, el movimiento cosaco se mostraba antisocialista y militarista. Sus jefes pertenecían a la nobleza y eran grandes propietarios, como Kaledin, Kornilov, los generales Dutov, Karaulov y Bardije, a quienes sostenían los poderosos comerciantes y banqueros de Moscú.
La vieja Rusia se descomponía rápidamente. En Ucrania, Finlandia, Polonia y Rusia blanca se hacían más fuertes y audaces los movimientos nacionalistas. Los gobiernos locales, dominados por las clases poseedoras, reclamaban la autonomía y se negaban a obedecer las órdenes de Petrogrado. En Helsingfors, la Cámara finlandesa se negó a hacer un empréstito al Gobierno provisional, proclamó la autonomía de Finlandia y exigió la retirada de las tropas rusas. En Kiev, la Rada burguesa extendió las fronteras de Ucrania hacia el Este, hasta los montes Urales, anexionándose los más ricos territorios agrícolas del Sur de Rusia, y comenzó a organizar un ejército nacional. Su primer ministro, Vinnitchenko, hacía alusiones a una paz separada con Alemania. El Gobierno provisional era impotente. Siberia y el Cáucaso exigían asambleas constituyentes propias. En todos estos países se había trabado una lucha encarnizada entre el poder y los Soviets locales de Diputados obreros y soldados.
Cada día era más caótica la situación. Los soldados, desertando del frente por centenares de miles, retrocedían como una vasta marea y vagaban sin rumbo a través de todo el país. Los campesinos de las provincias de Tambov y Tver, cansados de esperar sus tierras y exasperados por las medidas represivas del gobierno, incendiaban las casas señoriales y asesinaban a los propietarios terratenientes. Huelgas y lock-outs inmensos sacudían a Moscú, Odesa y el distrito minero del Donetz. Los transportes se hallaban paralizados, eLejército moría de hambre y en las grandes ciudades faltaba el pan.
Acosado por los demócratas y los reaccionarios, el gobierno no podía hacer nada. Y cuando hacía algo era para defender los intereses de las clases poseedoras. Envió a los cosacos a restablecer el orden entre los campesinos y romper las huelgas. En Tachkent, las autoridades gubernamentales suprimieron los Soviets. En Petrogrado, el Consejo Económico, instituido para restaurar la vida económica del país, se vio cogido entre las fuerzas adversas del capital y del trabajo y reducido a la impotencia. Kerenski lo disolvió. Los militares del antiguo régimen, apoyados por los kadetes, exigían medidas enérgicas para restablecer la disciplina en el ejército y la marina. En vano el almirante Verderevski, venerable ministro de Marina, y el general Verkhovski, ministro de la Guerra, repetían que sólo una nueva disciplina del espíritu, democrática, voluntariamente aceptada y basada en la colaboración con los comités de soldados y marineros, podría salvar al ejército y la marina. Sus consejos no fueron escuchados.
Los reaccionarios parecían decididos a desafiar la cólera popular. Estaba ya próximo el proceso Kornilov. La prensa burguesa defendía, cada vez mas abiertamente, al general, llamándolo «el gran patriota ruso». El diario de Burtzev, Obchicheie Dielo («La Causa Común») pedía una dictadura de Kornilov, Kaledin y Kerenski.
Me entrevisté un día, en la tribuna de prensa del Consejo de la República, con Burtzev, un hombrecillo encorvado, de cara arrugada y ojos miopes amparados tras unos gruesos cristales, los cabellos y la barba medio canosos y revueltos.
—No olvide mis palabras, joven. En Rusia lo que se necesita es un hombre fuerte. Ahora habría que dejar de pensar en la revolución y concentrar la atención en Alemania. Los imbéciles han permitido que Kjornilov sea derrotado, y, detrás de los imbéciles, están los agentes de Alemania. Kornilov debió haber vencido...
En la extrema derecha, los órganos monárquicos, apenas disimulados, el Narodny Tribun («La Tribuna del Pueblo»), de Purichkievitch, la Novata Rusa («La Nueva Rusia») y el Jivoie Slovo («La Palabra Viva»), predicaban abiertamente el exterminio de la democracia revolucionaria.
El 23 de octubre tuvo lugar en el golfo de Riga una batalla naval contra una escuadra alemana. Con el pretexto de que Petrogrado estaba en peligro, el Gobierno provisional dispuso la evacuación de la capital. Habrían de salir, en primer lugar, las grandes fábricas de municiones, las cuales serían distribuidas a lo largo de toda Rusia, y e\r~ gobierno mismo debería trasladarse a Moscú. Rápidamente los bolcheviques desenmascararon los verdaderos móviles del gobierno, que lo buscaba, al abandonar la capital roja, era debilitar la revolución. Riga había sido ya vendida a los alemanes; ahora le tocaba el turno de la traición a Petrogrado.
La prensa burguesa se regodeaba de júblio. El periódico kadete Rtetcb («La Palabra») decía que en Moscú el gobierno podría continuar su obra en una atmósfera tranquila, sin que lo molestaran los anarquistas. Rodzianko, jefe del ala derecha del partido kadete, declaró en el Outro Rossii («El Alba de Rusia») que la conquista de Petrogrado por los alemanes sería una bendición, porque traería como consecuencia la caída de los Soviets y libraría a Rusia de la flota'revolucionaria del Báltico.
Petrogrado está en peligro —escribía—. Pues bien, confiemos a Dios la misión de proteger a Petrogrado. Se teme que la pérdida de Petrogrado traiga consigo la muerte de las organizaciones centrales revolucionarias. Por lo que a mí se refiere, respondo que me alegraría de su desaparición, puesto que sólo podrían aportar a Rusia el desastre...
Se dice que la conquista de Petrogrado acarrearía la desaparición de la Flota del Báltico. Nada habría que deplorar con ello. La mayoría de las tripulaciones está completamente desmoralizada.
La reprobación popular estalló con tal violencia, que los proyectos de evacuación tuvieron que ser abandonados.
Mientras tanto aparecía en el iiótizonte el Congreso dé los Soviets, como una nube de tempestad surcada de relámpagos. Oponíanse a él, no sólo el gobierno, sino todos los socialistas «moderados». Los Comités Centrales del Ejército y de la Flota, los de algunos sindicatos, los Soviets campesinos y, sobre todo, el Tsík no escatimaban medio para impedir la reunión. Izvetia y el Galos Solé ata («La Voz del Soldado»), periódicos fundados por el Soviet de Petrogrado, pero que habían pasado a manos del Tsík, la atacaban encarnizadamente, y lo mismo hacía el partido socialrevolucionario por medio de sus dos órganos, Dido Naroda («La Causa del Pueblo») y Valia Naroda («La Voluntad del Pueblo»).
Se enviaron delegados a todo el país, y órdenes telegráficas a los comités de los Soviets locales y a los comités del ejército, con el fin de suspender o retardar las elecciones. Votáronse resoluciones solemnes contra el Congreso, y se declaró que la reunión de éste en una fecha tan, próxima a la de la Asamblea Constituyente estaba en oposición con los principios democráticos. Por todas partes elevaban sus protestas los delegados del frente, de la Unión de los zemstvos, de la Unión de los Campesinos, de la Unión de los Ejércitos Cosacos, de la Unión de los Oficiales, de los Caballeros de San Jorge, de los Batallones de la Muerte, etc. El Consejo de la República era un grito unánime de reprobación. Todo el aparato creado por la revolución de febrero se puso en acción contra la reunión del Congreso de los Soviets.
Frente a esta oposición se alzaba la voluntad, aún informe, del proletariado: obreros, simples soldados, campesinos pobres. Muchos Soviets locales eran ya bolcheviques, y además había las organizaciones de los obreros industriales, los comités de fábrica y las organizaciones revolucionarias del ejército y de la flota. En ciertos lugares, el pueblo, a quien se le impedía elegir sus delegados regularmente, improvisaba mítines parciales y elegía un representante para enviarlo a Petrogrado. En otras partes, dispersaba los antiguos comités obstruccionistas y los sustituía por otros nuevos. Crecía la revuelta com'ó una ola de fondo, y comenzaba a resquebrajarse la costra que se había ido formando lentamente sobre la lava revolucionaria durante los meses anteriores. Sólo un movimiento espontáneo de las masas podía conseguir la celebración del Congreso de los Soviets de toda Rusia.
Los oradores bolcheviques recorrían diariamente los cuarteles y los talleres denunciando violentamente al «Gobierno de guerra civil». Un domingo, mis amigos y yo fuimos a un mitin de los talleres de Obukhovo, fábrica de municiones del Estado, situada fuera de la ciudad, en la avenida de Schlüsselburg. El tranvía a vapor, con su pesado techo, avanzaba penosamente entre grandes muros de fábricas e inmensas iglesias, en medio de océanos de barro.
El mitin se celebró entre las altas paredes de ladrillo de un enorme edificio sin terminar. Diez mil personas, hombres y mujeres, vestidas de negro, encaramadas sobre pilas de madera y de ladrillos o colgadas de las traviesas, se apretujaban alrededor de un estrado cubierto de tela roja, apasionadamente atentas y vociferando como truenos. De tiempo en tiempo, el sol atravesaba las nubes, pesadas y sombrías, inundando con una luz rojiza, por los huecos de las ventanas, aquella masa de rostros simples, vueltos hacia nosotros.
Lunacharski, con su delgada silueta de estudiante y su fino rostro de artista, explicaba por qué los Soviets debían tomar el poder. No había otro medio para defender a la revolución contra sus enemigos, que arrumaban deliberadamente al país y al ejército, preparando el camino a un nuevo Kornilov.
Un soldado del frente rumano, flaco, trágico, apasionado, exclamó:
—¡Camaradas! En el frente nos morimos de hambre y de frío. Se nos obliga a morir sin razón. Ruego a los camaradas norteamericanos que digan en su país que los rusos no abandonaremos nuestra revolución más que con la muerte. Defenderemos esta fortaleza con todas nuestras fuerzas, hasta que todos los pueblos se alcen y vengan a ayudarnos. ¡Decid a los obreros norteamericanos que se levanten y luchen por la revolución social!
Habló después el esbelto Petrovski, con su vocecita lenta, implacable:
—¡No es hora ya de palabras, sino de hechos! La situación económica es mala, y tenemos que hacer algo. Nuestros adversarios tratan de someternos por el hambre y el frío. Quieren provocarnos. Pero que sepan que pueden ir demasiado lejos. Si se atreven a tocar nuestras organizaciones, los barreremos, como basuras, de la superficie de la tierra.
La prensa bolchevique cobró de pronto un nuevo vuelo.
Además de los dos diarios del partido, Rabotehi Put («La Voz de los Obreros») y Soldat («El Soldado»), aparecieron dos nuevos órganos: uno para los campesinos, Derevetiskaia Biednota («Los Campesinos Pobres») que tiraban todos los días medio millón de ejemplares, y el que llevaba por título Rabotchi i Soldat («El Obrero y el Soldado»). Este último, en su prrmer número, del 17 de octubre, resumía así el punto de vista bolchevique:
Un cuarto año de guerra significaría el aniquilamiento del ejército y del país....Petrogrado revolucionario está en peligro. Los contrarrevolucionarios se regocijan con las desgracias del pueblo y se preparan a asestarle un golpe mortal. Los campesinos, desesperados, están en franca rebelión; los propietarios y el gobierno los hacen asesinar por medio de expediciones punitivas. Las fábricas y los talleres paralizan el trabajo, y los obreros están amenazados por el hambre. La burguesía y sus generales quieren restaurar, con medidas despiadadas, la disciplina ciega en el ejército. Apoyados por la burguesía, los partidarios de Kornilov se disponen abiertamente a dispersar la Asamblea Constituyente.
El gobierno de Kerenski es el gobierno de la burguesía. Toda su política está dirigida contra los obreros, los soldados y los campesinos. Arruinará al país... Nuestro diario aparece en días de grandes amenazas. Será la voz del proletariado y de la guarnición de Petrogrado. Será el defensor infatigable de los campesinos pobres... Hay que salvar al pueblo y llevar a su término la revolución. Hay que arrancar el poder de las manos criminales de la burguesía y entregarlo a las organizaciones de los obreros, soldados y campesinos revolucionarios. Hay que poner fin a la maldita guerra.
El programa del Rabotchi i Soldat es el mismo del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, a saber:
¡Todo el poder a los Soviets en la capital y en las provincias!
¡Tregua inmediata en todos los frentes; paz leal entre los pueblos!
¡La tierra a los campesinos, sin indemnización a los terratenientes!
¡Una Asamblea Constituyente honradamente elegida!
Reproducimos todavía otro pasaje interesante del mismo periódico, órgano de aquellos bolcheviques conocidos en el mundo entero como agentes de Alemania:
El emperador alemán, manchado con la sangre de millones de hombres, quiere hacer avanzar su ejército hasta Petrogrado. ¡Dirijámonos a los obreros, a los soldados, a los campesinos alemanes, que no desean menos que nosotros la paz, para que se rebelen contra esta guerra maldita!
Esto no podrá hacerse más que con un gobierno revolucionario, que hable verdaderamente en nombre de los obreros, de los soldados y de los campesinos rusos, que se dirija, por encima de los diplomáticos, directamente, a los ejércitos alemanes y llene sus trincheras de proclamas en lengua alemana... Nuestros aviadores inundarán toda Alemania de estas proclamas...
En el Consejo de la República cada día era más profundo el abismo entre los dos extremos.
—Las clases ricas —gritaba Karelin en nombre de los S.R. de izquierda— quieren servirse del aparato revolucionario del Estado para atar a Rusia el 'cairo de guerra de los Aliados. Los partidos revolucionarios se oponen resueltamente a semejante política.
El viejo Nicolás Tchaikovski, representante de los socialistas populares (írudoviqttes), habló contra el reparto de tierra entre los campesinos y tomó el partido de los kadetes:
—Debemos restablecer inmediatamente la disciplina férrea en el ejército. Desde el comienzo de la guerra, no he dejado de repetir que es criminal emprender reformas económicas y sociales en tiempo de guerra. Este es el crimen que estamos cometiendo. Sin embargo, no soy enemigo de estas reformas, puesto que soy socialista. (Gritos en la izquierda: «¡No te creemos!» Gran ovación en la derecha.)
Adjemov, en nombre de los kadetes, declaró que no era absolutamente necesario decir al ejército por qué combatía; cada soldado debía comprender que su primer deber era arrojar del territorio ruso al enemigo.
El mismo Kerenski abegó apasionadamente, dos veces, por la unión nacional, y se deshizo en lágrimas al final de uno de sus discursos. La Asamblea lo escuchó fríamente, interrumpiéndolo con observaciones irónicas.
El instituto Smolny, cuartel general del Tsík y del Soviet de Petrogrado, se halla a muchas millas del centro, en un extremo de la ciudad, a la orilla del ancho Neva. Tomé un tranvía atestado de viajeros, que serpenteaba, gimiendo, por las calles enlodadas y mal pavimentadas. Al final del trayecto se alzaban las graciosas cúpulas azuladas y engastadas de oro mate del convento Smolny, tan agradables a la vista, y a su lado, la gran fachada con aire de cuartel del instituto Smolny, de doscientos metros de longitud y tres pisos de altura, y encima de la entrada un enorme e insolente blasón imperial esculpido en piedra.
Las organizaciones revolucionarias de los soldados y de los obreros se habían instalado en este instituto, famoso pensionado para señoritas nobles en el antiguo régimen, patrocinado por la zarina. Tiene más de un centenar de amplias piezas, blancas y desnudas. En las puertas, unos rótulos de esmalte indicaban todavía a los visi~ tantes la «cuarta clase» o la «sala de profesores». Pero otras inscripciones, trazadas precipitadamente, testimoniaban la nueva actividad que reinaba en el establecimiento: «Comité ejecutivo del Soviet de Petrogrado», «Tsik», «Oficina de Asuntos Extranjeros», «¡Unión de soldados socialistas», «Comités de fábrica». «Comité Central del Ejército». Otras piezas estaban ocupadas por las oficinas centrales o servían para las reuniones de los partidos políticos.
Por los largos corredores abovedados e iluminados de trecho en trecho por bombillas eléctricas discurría una atareada muchedumbre de obreros y soldados, algunos de ellos doblados bajo el peso de enormes paquetes de periódicos, proclamas y propaganda impresa de todas clases. El ruido de sus pesadas botas sobre el entarimado del piso se asemejaba a un incesante trueno. Por todas partes había rótulos: «¡Camaradas! En interés de vuestra propia salud, sed limpios!» En cada piso, tanto al terminar las escaleras como en los rellanos, se habían instalado grandes mesas donde se vendían en montón folletos y publicaciones políticas.
El amplio refectorio, de techo bajo, situado en el piso inferior, labia sido destinado a restaurante. Mediante dos rublos se me entregó un billete que me daba derecho a una comida. Me puse después a la cola, donde hafeía centenares de personas esperando llegar a uno de los largos mostradores en que unos veinte hombres y mujeres servían la sopa de col, que sacaban, con algunos pedazos de carne, de unos inmensos calderos, y distribuían montañas de kacha y trozos de pan negro. Por cinco kopeks le daban a uno té en un vaso de estaño. Uno mismo tenía que tomar de un cesto una cuchara de madera grasicnta. Sentados en los bancos a lo largo de las mesas de madera, hambrientos proletarios engullían su comida, mientras discutían entre sí y se lanzaban, a través de la sala bromas pesadas.
En el primer piso había otro comedor, reservado al Tsík, pero todo el mundo iba allí." En dicho comedor se podían conseguir rebanadas de pan generosamente untadas de mantequilla, y vasos de té en número ilimitado.
En el ala sur del segundo piso, la antigua sala de baile del instituto se había convertido en el gran salón de sesiones. Era una estancia de altos y blancos muros, iluminada por centenares de globos eléctricos labrados y sujetos a unos candelabros, y dividida por dos filas de macizas columnas. A un extremo, se elevaba un dosel flanqueado por dos altas lárftparas de múltiples brazos, y al fondo pendía un marco de oro de donde se había quitado el retrato del soberano. Aquí era donde, en los días de fiesta, se reunían las grandes duquesas, rodeadas de relucientes y suntuosos uniformes militares eclesiásticos.
Al otro lado del pasillo, frente por frente al salón de sesiones, estaba la oficina de revisión de actas de los delegados al Congreso de los Soviets. Estuve observando la llegada de los nuevos delegados: soldados vigorosos y barbudos, obreros con blusas negras, campesinos de largos cabellos. Los recibía una joven, miembro del lediristvo de Plejanov, que sonreía desdeñosamente.
—Apenas se parecen —decía— a los delegados del primer congreso. Mire usted qué aire de ignorancia y de grosería. ¡Qué masa inculta!
Era exacto. Rusia había sido sacudida hasta lo más profundo y las capas bajas salían a la superficie. El comité de revisión, nombrado por el antiguo Tsík, discutía a cada delegado la validez de su mandato. Kara jan, miembro del Comité Central bolchevique, se limitaba a sonreír.
—No os preocupéis —decía—. Cuando llegue el momento, lograremos que os den vuestros puestos.
Rabotehi i Sóldat escribía sobre el particular:
Llamamos la atención de los delegados al nuevo congreso sobre los intentos de ciertos miembros del comité de organización de sabotear dicho congreso, haciendo circular el rumor de que ya no va a celebrarse y de que los delegados deben abandonar Petrogrado... No os dejéis desorientar por esas mentiras... Se acercan grandes días...
Era evidente que para el 2 de noviembre no se alcanzaría el quorum, por lo que el Congreso fue aplazado para el 7. Ahora bien, el país entero estaba en conmoción, y los mencheviques y los socialrevolucionarios, comprendiendo que estaban derrotados, cambiaron repentinamente de táctica. Telegrafiaron a todas sus organizaciones provinciales para que eligieran tantos socialistas «moderados» como fuera posible. Al mismo tiempo, el Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos lanzó urgentemente la convocatoria para un congreso campesino que debería abrirse el 13 de diciembre, con el fin de poder anular cualquier acción eventual de los obreros y los soldados.
¿Qué harían los bolcheviques? En la ciudad corría el rumor de que los obreros y los soldados preparaban una manifestación armada. La prensa burguesa y reaccionaria profetizaba la insurrección y exigía al gobierno que arrestase al Soviet de Petrogrado o, al menos, que impidiese la reunión del congreso. Periódicos como la Novaia Russ preconizaban una matanza general de bolcheviques.
El diario de Gorki, Novaia Jizn, reconocía con los bolcheviques que los reaccionarios trataban de ahogar la revolución y que había que oponerles, si fuera necesario, la fuerza de las armas; pero antes importaba que todos los partidos de la democracia revolucionaria presentasen un frente único:
Mientras la democracia no organice sus fuerzas principales; mientras su acción tropiece con una fuerte resistencia, es imprudente pasar a la ofensiva. Pero si los adversarios recurren a la violencia, la democracia revolucionaria deberá lanzarse a la lucha para adueñarse del poder, y encontrará el apoyo de las capas más profundas del pueblo.
Gorki hacía notar que tanto los periódicos reaccionarios como los del gobierno incitaban a los bolcheviques a la violencia, porque, en efecto, una insurrección abriría el camino a un nuevo Kornilov. Y conjuraba a los bolcheviques a desmentir los rumores que circulaban. En el órgano menchevique Dien («El Día») publicó Potressov una historia .sensacional, acompañada de una carta, donde pretendía revelar el'plan secreto de campaña de los bolcheviques.
Como por arte de encantamiento, se cubrieron las paredes de advertencias,[14] proclamas y llamamientos de los comités centrales de los «moderados» y de los conservadores, como asimismo del Tsík, denunciando toda «demostración», viniera de donde viniese, y conjurando a los obreros y soldados a no escuchar a los agitadores. He aquí, por ejemplo, un extracto de la proclama de la sección militar del partido socialrevolucionario:
Nuevamente circulan por la ciudad rumores sobre un golpe de fuerza. ¿Cuál es la fuente de estos rumores? ¿En nombre de qué organización predican la insurrección los agitadores? Los bolcheviques, interrogados por el Tsík sobre el particular, han negado toda responsabilidad... Pero estos rumores, por sí solos, constituyen un grave peligro. Puede ocurrir que, indiferentes al verdadero estado de espíritu de la mayoría de los obreros, soldados y campesinos, algunos testarudos llamen a la calle a una parte de los obreros y de los soldados y los inciten a amotinarse... En este momento terrible por que atraviesa la Rusia revolucionaria, cualquier motín se transformaría fácilmente en guerra civil, con la consiguiente destrucción de todas las organizaciones proletarias, que tantas dificultades ha costado edificar.
Los contrarrevolucionarios no dejarán de aprovecharse de una insurrección para ahogar la revolución en sangre e impedir la elección de la Asamblea Constituyente. Por otra parte, el jefe de la contrarrevolución europea, Guillermo II, prepara un nuevo golpe.
¡Nada de insurrecciones! ¡Que cada uno permanezca en su puesto!
El 28 de octubre me entrevisté, en los pasillos del Smolny, con Kaménev, un hombrecillo de barbita rojiza recortada en punta y gestos de latino. No estaba muy seguro de que hubiera suficiente número de delegados.
—Si se celebra el Congreso —me dijo—, representará la voluntad de la mayoría aplastante del pueblo. Si, como creo, la mayoría es bolchevique, exigiremos que se entregue el poder a los Soviets, y el Gobierno provisional tendrá que irse.
Volodarski, un hombrctón joven y pálido, de aspecto enfermizo, con lentes, fue más categórico aún:
—Los Lieber, Dan y otros oportunistas tratan de sabotear el congreso. Pues bien, si logran impedir la reunión, nosotros somos lo bastante realistas para que esto no nos detenga.
Encuentro en mi carnet, con fecha 29 de octubre, los siguientes extractos de periódicos:
Mohilev (Gran Cuartel General). Se han concentrado aquí los regimientos leales de la Guardia, la División Salvaje, los cosacos y los Batallones de la Muerte.
Los junkers de Pavlovsk, de Tsarskoie-Selo y de Peterhof han recibido del gobierno la orden de estar preparados para marchar sobre Petrogrado. Los junkers de Oranienbaum llegan a la capital.
Una parte de la división de automóviles blindados de la guarnición de Petrogrado se halla estacionada en el Palacio de Invierno.
En virtud de una orden firmada por Trotzki, la fábrica de armas de Sestroresk ha entregado muchos millares de fusiles a los delegados obreros de Petrogrado.
En un mitin de la milicia municipal, celebrado en el barrio de Basliteiny, se ha exigido, por medio de una resolución, la entrega del poder a los Soviets.
Esto es sólo una muestra de la confusión que reinaba en aquellos días febriles, en los que todo el mundo sabía que algo iba a suceder, sin poder decir exactamente qué.
En un mitin del Soviet de Petrogrado, celebrado en el Smolny la noche del 3 O de octubre. Trotzki calificó las afirmaciones de la prensa burguesa referentes a los proyectos de insurrección de los Soviets como un «intento reaccionario de desacreditar y hacer fracasar el Congreso de los Soviets».
—El Soviet de Petrogrado — declaró en nombre del mismo— no ha dado ninguna orden de insurrección. Pero, si fuera necesario, la daríamos, y contaríamos con el apoyo de la guarnición de Petrogrado... El gobierno prepara un movimiento contrarrevolucionario.
Nosotros responderemos con una ofensiva, que será decisiva y sin contemplaciones.
Era verdad que el Soviet de Petrogrado no había ordenado demostración armada alguna; pero el Comité Central del Partido bolchevique estaba considerando la eventualidad de una insurrección. La noche del 23 se reunió en sesión permanente. Todos los intelectuales del partido, todos los jefes, así como los delegados de los obreros y de la guarnición de Petrogrado, estaban presentes. Entre los intelectuales, sólo Lenin y Trotzki eran favorables a la insurrección. Incluso los militares se oponían a ella. Se votó. La idea de la insurrección fue derrotada.
Entonces se levantó un obrero con el rostro crispado de furor:
—Hablo en nombre del proletariado de Petrogrado —dijo con rudeza—. Nosotrps estamos por la insurrección. Haced lo que queráis, pero os anuncio que, si dejáis aplastar a los Soviets, habréis acabado para nosotros.
Algunos soldados se unieron a él... La insurrección se puso a votación de nuevo... Esta vez triunfó.[15]
Sin embargo, el ala derecha de los bolcheviques, bajo la dirección de Riazánov, Kamenev y Zinoviev, continuaba su campaña contra la sublevación armada. Pero la mañana del 31 de octubre, Rabotchi Put comenzó la publicación de la «Carta a los camaradas»,[16] de Lenin, uno de los más audaces documentos de agitación política que ha conocido el mundo. Lenin aportaba en esa carta todos los argumentos en favor de la insurrección, partiendo de las objeciones de Kamenev y Riazánov.
«O bien pasamos al campo de los Lieber y los Dan y abandonamos abiertamente nuestra consigna "Todo el poder a los Soviets" —decía—, o bien nos lanzamos a la insurrección. No hay término medio...»
El jefe de los kadetes, Miliukov, pronunció en el Consejo de la República, la tarde de ese mismo día, un brillante y áspero discurso.[17] En él fustigaba la germanofilia del nakaz entregado a Skobelev, declaraba que la «democracia revolucionaria» estaba a punto de perder Rusia y, burlándose de Terechtchenko, no vacilaba en afirmar que prefería la diplomacia alemana a la de los rusos... Un violento tumulto sacudió a la izquierda.
El gobierno, por su parte, no podía desconocer la importancia del éxito de la propaganda bolchevique. El 29 de octubre, una comisión mixta de representantes del gobierno y del Consejo de la República redactó apresuradamente dos proyectos de ley, uno de ellos concediendo temporalmente la tierra a los campesinos, y el otro echando las bases de una enérgica política de paz. Al día siguiente, Kerenski suspendió la pena de muerte en el ejército. El mismo día se abrió solemnemente la primera sesión de la nueva «Comisión para el fortalecimiento del régimen republicano y la lucha contra la anarquía y la contrarrevolución», de la cual no quedaría la menor huella en la historia... A la mañana siguiente estuve, con dos periodistas más, entrevistando a Kerenski;[18] fuimos los últimos corresponsales de prensa que recibió.
—El pueblo ruso —dijo con amargura— sufre de agotamiento y también de desilución con respecto a los Aliados. El mundo piensa que la revolución toca "a su fin. No se engañen ustedes: la revolución rusa no hace más que comenzar.
Pakbras más proféticas, sin duda, de lo que él mismo pensaba.
El mitin del Soviet de Petrogrado, al cual asistí, duró toda la noche del 30 de octubre y fue muy agitado. Acudió un gran número de socialistas «moderados», de intelectuales, oficiales y miembros de los comités del ejército y del Tsík. Frente a ellos, asistían también obreros, campesinos y spldados, sencillos y ardorosos.
Un campesino relató los desórdenes de Tver, provocados, según él, por la detención de los comités agrarios.
—Ese Kerenski no es más que la tapadera de los grandes propietarios (pomiechtchiks) —gritaba—. Estos saben que en la Asamblea tomaremos de todos modos las tierras, y por eso se esfuerzan desde ahora en torpedearla.
Un mecánico de las fábricas Putilov explicó que los directores cerraban, uno tras otro, todos los talleres, so pretexto de que faltaban el combustible o las materias primas; pero el comité de fábrica había descubierto enormes reservas ocultas.
—Es una provocación —decía—. Nos quieren condenar al hambre para empujarnos a la violencia. Un soldado comenzó así:
—Camaradas, os traigo el saludo de los que allá cavan sus propias tumbas, que llaman trincheras.
Después apareció un joven soldado, alto, extenuado, con la mirada relampagueante, a quien acogió una atronadora ovación. Era Tchudnovski, supuestamente caído en los combates de julio y que resucitaba de entre los muertos...
—Los soldados no tienen ya confianza en sus jefes. Y hasta los comités del ejército, que se han negado a reunir nuestro Soviet, han hecho traición... Los soldados quieren que la Asamblea Constituyente se reúna en la fecha fijada. ¡Ay de los que se atrevan a aplazarla! ¡Y esto no es una amenaza platónica, pues el ejército tiene cañones!
Habló, luego, de la campaña electoral, que causaba estragos en el quinto ejército.
—Los oficiales, sobre todo los mencheviques y los socialrevolucionarios, trabajan sistemáticamente para hundir al partido bolchevique. Se prohibe la circulación de nuestros periódicos en las trincheras. Se detiene a nuestros oradores...
—¿Por qué no habla usted también de la falta de pan? —interrumpió otro soldado.
—No sólo dé pan vive el hombre —respondió gravemente Tchudnovski.
Después fue un oficial quien tomó la palabra, un menchevique a ultranza, delegado del Soviet de Vitebsk:
—No importa quién detente el poder en estos momentos. No se trata del gobierno, sino de la guerra. Antes de hacer posible ningún cambio es preciso ganar la guerra. (Silbidos y exclamaciones irónicas.) ¡Los agitadores bolcheviques son unos demagogos!
Al escuchar estas palabras, la sala se estremeció de risa.
—Olvidemos por un instante la lucha de clase... No pudo continuar. Una voz gritó:
—Cuente usted con ello.
Petrogrado ofrecía por entonces un curioso espectáculo. En las fábricas estaban repletas de fusiles las salas de los comités; iban y venían correos; la guardia roja aprendía la instrucción. En todos los cuarteles se celebraban mítines cada noche, y los días transcurrían en medio de apasionados e interminables discusiones. En las calles, la multitud se condensaba a la caída de la tarde y se esparcía en lentas olas por la perspectiva Nevski, disputándose los periódicos... Los atracos a los transeúntes se sucedían con tanta frecuencia, que era peligroso aventurarse por las calles transversales. En la Sadóvaia vi en plena tarde a una muchedumbre de muchos centenares de personas pegando y pisoteando a un soldado, a quien habían sorprendido robando... Misteriosos individuos merodeaban entre las ateridas mujeres de las colas del pan y de la leche, cuchicheándoles que los judíos habían acaparado los stocks de víveres y que los miembros de los Soviets vivían en la opulencia, mientras el pueblo se moría de hambre...
A la puerta del Smolny, en la verja exterior, la guardia exigía y examinaba minuciosamente los permisos de entrada. En las salas de reuniones había, día y noche, un zumbido constante; centenares de soldados y de obreros dormían incluso en el suelo, como podían. En el primer piso, en el salón de sesiones, se apretujaba un millar de personas durante las tumultuosas deliberaciones del Soviet de Petrogrado.
En los clubs se jugaba febrilmente del anochecer al alba; corría el champaña a raudales; las apuestas alcanzaban altas cifras, hasta veinte mil rublos. Las calles y los cafés del centro rebosaban de prostitutas, cubiertas de joyas y de lujosas pieles.
Complots monárquicos, espías alemanes, contrabandistas fraguando planes...
Entre la lluvia y el frío, bajo el cielo gris, la gran ciudad, palpitante, aceleraba su carrera... ¿Hacia dónde?
1. De la rebelión de Kornilov se trata en detalle en mi obra De Kornilov a Brest-Utovsk. La parte de responsabilidad de Kerenski, en la situación que hizo posible la intentona de Kornilov, no se ha deslindado todavía con la necesaria claridad. Los defensores de Kerenski dicen que éste tuvo conocimiento de los proyectos de Kornilov y que con, habilidad lo obligó a ponerse en evidencia antes de tiempo, después de lo cual lo aplastó. El señor A. J. Sack, en su libro El nacimiento de la democracia rusa, escribe:
«Varios hechos... son casi seguros. El primero es que Kerenski no ignoraba los movimientos del frente hacia Petrogrado de varios destacamentos, y es posible que, en sus funciones de presidente del Consejo y ministro de la Guerra, comprendiendo el creciente peligro bolchevique,"fuera él quien los mandara llamar...»
La debididad de este argumento es que a la sazón no existía «peligro bolchevique», ya que los bolcheviques no formaban todavía más que una minoría impotente en los Soviets, y sus jefes se encontraban unos presos y otros obligados a permanecer ocultos.
2. Kerenski, Nikitin, Terechtchenko, Verhovski y Verderevski entraron en el nuevo directorio. [Nota de la Edit.]
3. Cuando se propuso a Kerenski la Conferencia Democrática, éste quiso que la asamblea estuviese compuesta por todos los elementos de la nación —las «fuerzas vivas» como él decía— incluidos los banqueros, los industriales, los grandes terratenientes y los representantes del partido kadete. El Soviet se negó y propuso el reparto-siguiente, al que Kerenski dio su asentimiento:
100 delegados | Soviet de Diputados obreros y soldados de toda Rusia |
100 delegados | Soviet de Diputados campesinos de toda Rusia |
50 delegados | Soviets Provinciales de Diputados obreros y soldados |
50 delegados | Comités Agrarios |
100 delegados | Sindicatos |
84 delegados | Comités del ejército en el frente |
150 delegados | Cooperativas obreras y campesinas |
20 delegados | Sindicato de ferroviarios |
10 delegados | Sindicato de Correos, Telégrafos y Teléfonos |
20 delegados | Empleados de comercio |
15 delegados | Profesiones liberales—doctoress, abogados, periodistas, etc. |
50 delegados | Zemstvos provinciales |
59 delegados | Organizaciones nacionalistas—polacos, ucranianos, etc. |
Este plan fue modificado, dos o tres veces. La composición definitiva fue la siguiente:
300 delegados | Soviet de Diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia |
300 delegados | Cooperativas |
300 delegados | Municipalidades |
150 delegados | Comités del ejército en el frente |
150 delegados | Zemstvos provinciales |
200 delegados | Sinidicatos |
100 delegados | Organizaciones nacionalistas |
200 delegados | Grupos diversos |
4. El “Fin de los Soviets”: El 28 de septiembre de 4917, Izvestia, órgano del Tsík, publicó un artículo sobre el último Gobierno provisional, en el cual se leía:
«Por fin, un. verdadero gobierno democrático, nacido de la voluntad de todas las clases del pueblo ruso, el primer esbozo del futuro régimen parlamentario libera!, ha sido constituido. La Asamblea Constituyente, cuya composición será esencialmente democrática, se ocupará de resolver ahora todos les problemas fundamentales del régimen. El papel de les Soviets toca a su fin; se aproxima el momento en qué deberán, con todos los otros organismos del aparato revolucionario, desaparecer de la escena política de un pueblo libre y victorioso, que no manejará de ahora en adelante más que armas pacíficas.»
El artículo de fondo de Izvestia del 23 de octubre, tenía por título: «La crisis de, las organizaciones soviéticas». Comenzaba por reconocer que los viajeros observaban por todas partes un decrecimiento de la actividad de los Soviets locales. «Lo cual es natural —proseguía el autor—, ya que el interés del pueblo se centra cada vez más en los órganos legislativos de carácter más permanente, las Dumas municipales y los zemstvos...
»En los grandes centros de Petrogrado y Moscú, donde están mejor organizados, los Soviets no abarcan a todos los elementos democráticos... La mayoría de los intelectuales y muchos obreros no forman parte de ellos; los obreros, por su atraso político o porque consideran que el verdadero centro de su actividad son los sindicatos... No podemos negar que estas organizaciones se hallan estrechamente unidas a las masas, cuyas necesidades cotidianas satisfacen mejor...
»El hecho de que se emprenda enérgicamente la organización de las administraciones democráticas locales es de la mayor importancia. Las Dumas municipales son elegidas por sufragio universal y su autoridad, en,.los asuntos propiamente locales, es más grande que la de los Soviets. Esto es perfectamente natural en toda democracia.
»Las elecciones municipales funcionan mejor y más democráticamente que las de los Soviets... Todas las clases están representadas en las municipalidades... Desde el momento en que los gobiernos autónomos locales se pongan a organizar la vida de las municipalidades, el papel de los Soviets locales habrá terminado de un modo natural.
»A1 decrecimiento del interés de las masas por los Soviets contribuyen dos factores. El primero es la disminución progresiva del interés político en general; el segundo, el creciente esfuerzo de los órganos gubernamentales provinciales y municipales encaminado a organizar la construcción de la nueva Rusia... Cuando más se vaya afirmando esta 'última tentativa, más rápidamente desaparecerá la razón de ser de los Soviets...
»Se nos llama los 'enterradores' de nuestro propio sistema. Somos nosotros, en realidad, quienes trabajamos con mayor ahinco por edificar la nueva Rusia...
«Cuando la autocracia y su régimen burocrático se derrumbaron, conseituimos los Soviets, especie de barracas donde la democracia pudo encontrar un albergue provisional. Ahora, levantamos el edificio perduraBIe que sustituirá a las barracas, y es natural que, poco a poco, el pueblo las vaya abandonando para mudarse a esta morada más cómoda.»
5. Discurso de Trotzki al Congreso de la República (Declaración del grupo bolchevique antes de abandonar la sesión, 7 -20- de octubre de 1917):
«Los fines, declarados oficialmente, de la Conferencia Democrática convocada gpr el Tsík de los Soviets de Diputados obreros y soldados eran acabar con el régimen personal irresponsable que dio nacimiento al kornilovismo y crear un gobierno responsable capaz de poner fin a la<* guerra y asegurar la convocatoria de la Asamblea Constituyente en la fecha fijada.
»Entre tanto, como consecuencia de tratos llevados a cabo a espaldas de la Conferencia Democrática entre el señor Kerenski, los kadetes y los jefes de los socialrevolucionarios y los mencheviques, se ha llegado a resultados exactamente opuestos a los objetivos proclamados oficialmente.
»Se ha creado un poder en cuyo seno y alrededor del cual los kornilovistas descarados y solapados desempeñan un papel dirigente. La irresponsabilidad de este poder es proclamada y sancionada formalmente desde Shora.
»El 'Consejo de la República' es declarado institución consultiva; al octavo mes de la revolución, el poder irresponsable se ha creado una protección para una nueva edición de la Duma de Buliguin.
»Los elementos de las clases poseedoras están representadas en el Consejo provisional en una proporción a la que, como lo demuestran las elecciones realizadas en todo el país, no tienen ningún derecho. A pesar de esto, es precisamente el partido kadete quien ha tratado de obtener y ha obtenido la irresponsabilidad del poder, incluso para con un preparfemento deformado a beneficio de la burguesía poseedora.
»Es este mismo partido kadete quien exigía, todavía, ayer, la supeditación del Gobierno provisional a la Duma del señor Rodzianko, quien ha obtenido la independencia del Gobierno provisional ante el Consejo de la República.
»En la Asamblea Constituyente, los elementos de las clases poseedoras tendrán una posición incomparablemente menos favorable que en el Consejo provisional. El poder no podrá dejar de ser responsable ante la Asamblea Constituyente. Si las clases poseedoras se preparan realmente para la Asamblea Constituyente dentro de mes y medio, no tendrían ningún motivo ahora para defender la irres-, ponsabilidad del poder. Toda la verdad reside en el hecho de que la burguesía, que dirige la política del Gobierno provisional, se ha fijado c'omo objetivo el sabotear la Asamblea Constituyente. Tal es actualmente, en efecto, la labor fundamental de los elementos de las clases poseedoras, a la cual se supedita toda su política, interior y exterior.
»En la industria, en la agricultura y los abastos, la política del gobierno y de las clases dominantes agrava el desorden natural creado por la guerra. Las clases poseedoras, que han provocado la rebelión campesina, se dedican ahora a su represión y se preparan abiertamente a servirse del 'brazo descarnado del hambre' para que estrangule la revolución y, en primer lugar, la Asamblea Constituyente.
»La poljtica exterior de la burguesía y su gobierno no es menos criminal.
»A1 cabo de cuarenta meses de guerra, la capital se ve amenazada por un peligro mortal. Para conjurar ese peligro, se propone un plan de traslado del gobierno a Moscú. La idea de entregar la capital revolucionaria a las tropas alemanas no provoca en manera alguna la indignación de las clases burguesas; por el contrario, la acogen como un elemento natural de la política general que ha de facilitarles la realización de su complot contrarrevolucionario.
»En lugar de reconocer que la salvación del país reside en la con-certación de la paz; en lugar de lanzar francamente por encima de todos los gobiernos imperialistas y las cancillerías diplomáticas una propuesta de paz inmediata a todos los pueblos agotados, y de hacer así imposible prácticamente la continuación de la guerra, el Gobierno provisional, siguiendo las órdenes de los kadetes contrarrevolucionarios y los imperialistas aliados, contra el sentido común, sin fuerza y sin plan, sigue manteniendo a la fuerza esta sangrienta guerra, condenando a una muerte inútil a cientos de miles de soldados y marinos y preparando el abandono de Petrogrado y la asfixia de la revolución. Mientras que los soldados y marinos bolcheviques perecen con los demás marinos y soldados como consecuencia de los errores y los crímenes de otros, el llamado jefe supremo continúa asolando a la prensa bolchevique...
»Los partidos dirigentes del Consejo provisional se hacen cómplices voluntarios de toda esta política.
»Nosotros, el grupo de socialdemócratas bolcheviques, declaramos que no tenemos nada en común con este gobierno de traición nacional ni con este Consejo de complacencias contrarrevolucionarias. No queremos ocultar ni un solo día, directa o indirectamente, esta labor criminal que en contra del pueblo se lleva a cabo entre bastidores oficiales.
»¡La revolución está en peligro! Mientras las tropas de Guillermo amenazan a Petrogrado, el gobierno Kerenski-Konovalov se prepara a huir de Petrogrado para convertir a Moscú en el baluarte de la contrarrevolución.
»¡Llamamos a la vigilancia de los obreros y soldados de Moscú!
»A1 abandonar el Consejo provisional llamamos a la vigilancia y al heroísmo de los obreros, soldados y campesinos de toda Rusia.
»¡Petrogrado está en peligro! ¡La revolución está en peligro! ¡El pueblo está en peligro!
»El gobierno agrava este peligro. Los partidos dirigentes lo ayudan.
»Solamente el pueblo puede salvarse a sí mismo y salvar al país. Nosotros apelamos al pueblo.
»¡Todo el poder a los Soviets!
»¡Toda la tierra para el pueblo!
»¡Viva la paz democrática, honrada, inmediata!
«¡Viva la Asamblea Constituyente!»
6. Miembros del La Internacional revolucionaria del Partido Socialista que habían participado en la Conferencia Internacional de Zimmerwald (Suiza} en 1915. [Nota de la Edit.]
7. La conferencia no se llevó a cabo por la caída del Gobierno provisional. [Nota de la Edit.]
8. El "nakaz" a Skobelev (Extractos): El ex ministro de Trabajo, Skobelev, nombrado representante de la democracia revolucionaria rusa a la Conferencia de los Aliados en París, recibió del Tsík las siguientes instrucciones:
El nuevo tratado de paz debe ser explícito en cuanto a los fines de guerra. Debe tener por base los principios: no anexión, no indemnización, derecho de los pueblos a su libre determinación.
1. Evacuación de Rusia por las tropas alemanas. Derecho absoluto a la autonomia para Polonia, Lituania y Livonia.
2. Autonomia para la Armenia turca, y más tarde, derecho absoluto para su libre determinación, a partir del momento en que se instauren gobiernos locales.
3. Solución del problema de Alsacia-Lorena mediante un plebiscito, previa la retirada de las tropas extranjeras.
4. Restauración de Bélgica, cuyos daños serán reparados por medio de un fondo internacional.
5. .Restauración de Servia y Montenegro, que recibirán la ayuda de un fondo internacional. Servia deberá tener una salida al Adriático. Bosnia y Herzegovina se convertirán en países autónomos.
6. Las regiones disputadas de los Balcanes recibirán provisionalmente la autonomía, mientras se espera la organización de un plebiscito.
7. Restauración de Rumania, que deberá reconocer la autonomía absoluta de la Dobruja... Rumania deberá comprometerse solamente a aplicar efectivamente el artículo 3 del Tratado de Berlín concerniente a los judíos y reconocerles su calidad de ciudadanos rumanos.
8. Autonomía provisional para las provincias italianas de Austria mientras se prepara un plebiscito.
9. Restitución de sus colonias a Alemania.
10. Restauración de Persia y Grecia.
Neutralización de todos los estrechos que conduzcan a mares interiores, incluidos los canales de Suez y Panamá. Libertad de navegación comercial. Abolición del derecho de apresamiento y torpedeamiento de las naves de comercio.
Todos los beligerantes renunciarán para siempre a toda indemnización, directa o indirecta, como, por ejemplo, los gastos de mantenimiento de los prisioneros. Las contribuciones de guerra impuestas durante la conflagración serán restituidas.
En las condiciones de paz no se incluirán los tratados económicos. Cada país debe montenerse independiente desde el punto de vista de su política comercial y no verse obligado a impedirlo, por el tratado de paz, a concertar tal o cual acuerdo económico. Sin embargo, todos los países deberán comprometerse a no poner en práctica bloqueos económicos después de la guerra, y a no concertar convenciones aduaneras especiales. Los derechos de nación más favorecida deberán ser concedicos a todos los paises sin distinción.
La paz será concertada en la Conferencia de la Poaz por delegados elegidos por las representaciones nacionales; las condiciones de paz serán ratificadas por los parlamentos.
Será abolida la diplomacia secreta; todos los estados deberán comprometerse a no concertar tratados secretos. Todo tratado de este género se declarará contrario al derecho internacional y considerado como nulo. Ningún tratado entrará en vigor hasta su ratificación por los parlamentarios respectivos.
Limitación progresiva de los armamentos de tierra y mar e introducción del sistema de milicias.
La «Liga de las Naciones» propuesta por el presidente Wilson puede convertirse en un precioso auxiliar del derecho internacional a condición:
a) de que se obligue a todas las naciones a formar parte de ella y se les concedan a todas derechos iguales;
b) de que sea democratizada la política internacional.
De la misma manera concreta en que se formulen los fines de la guerra, el tratado debe especificar que los Aliados están dispuestos a entablar conversaciones de paz tan pronto como la parte adversa declare aceptar tales conversaciones, quedando entendido que todas las partes renuncian a cualquier anexión por la fuerza.
Los Aliados deben comprometerse a no entablar negociaciones secretas sobre la paz y a no concertar tratado alguno más que en una conferencia en que participen los países neutrales.
Además, se le dan al delegado las instrucciones siguientes:
Deberán ser eliminados todos los obstáculos puestos a la Conferencia socialista de Estocolmo y a todos los delegados de los partidos u organizaciones que deseen participar se les entregarán pasaportes inmediatamente.
(El Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos redactó igualmente un nakaz que difiere poco del precedente.)
9. Andrew Bonar Law (1858-1923), estadista inglés, jefe de los conservadores; en 1917 fue Ministro de Hacienda en el gobierno de coalición de Lloyd George y líder de la Cámara de los Comunes. [Nota de la Edit.]
10. La paz a expensas de Rusia: Las revelaciones de Ribot acerca de la oferta de paz austríaca a Francia, la pretendida «Conferencia de la Paz» en Berna durante el verano de 1917 (en la que tomaron parte delegados de todos los países beligerantes, en representación de los grandes intereses financieros de esos países) y la tentativa de negación entre un agente inglés y un dignatario de la Iglesia búlgara, son todos hechos que indican la existencia en los dos campos de fuertes corrientes en favor de una paz amañada a costa de Rusia. En mi próximo libro De Kornilov a Brest-Litovsk me propongo tratar más ampliamente esta cuestión y publicar varios documentos secretos descubiertos en el ministerio de Negocios Extranjeros, en Petrogrado
11. Los soldados rusos en Francia
«Tan pronto como llegó a París la noticia de la revolución, comenzaron a aparecer periódicos rusos de tendencia extremista; estos periódicos, al igual que ciertas personas que circularon libremente entre los soldados, han comenzado a entregarse a una propaganda bolchevique, difundiendo frecuentemente noticias falsas extraídas de despachos fragmentarios de los periódicos franceses. En ausencia de informaciones y directivas oficiales, esta campaña ha provocado agitación entre los soldados. Esta agitación se manifiesta por el deseo de regresar inmediatamente a Rusia y por una hostilidad sin fundamento hacia los oficiales. Por orden del ministro de la Guerra de Kerenski, el emigrante Rapp partió el 18 de mayo hacia los ejércitos, donde «visitó ciertas unidades y creó nuevas organizaciones de conformidad con la Orden no 213. Sin embargo, la agitación no cesó. Esta fue dirigida por el primer comité ejecutivo de regimiento que comenzó a editar un boletín de tendencias leninistas. De conformidadrcon el deseo de los soldados, el 18 de junio se concentraron las tropas, procedentes de diferentes lugares donde estaban acuarteladas, en el campo de La Courtine. Comenzaron a celebrarse mítines, en el curso de los cuales el primer regimiento y sus jefes se esforzaron por desempeñar el papel principal. Sólo el comité del destacamento que acababa de ser formado con los soldados más adelantados y conscientes atenuó, hasta donde se podía, el trabajo destructor del primer regimiento, calmando la agitación e invitando a los soldados a reanudar una vida normal basada en los principios democráticos instaurados en la actualidad en el ejército. Temiendo la creciente influencia del comité del destacamento, los dirigentes organizaron, en la noche del 23 al 24, un mitin en el que participaron, además del primer regimiento, el 2° en su casi totalidad, y pequeñas unidades de los regimientos 5° y 6°. En el curso de este mitin fue disuelto el comité, a pesar de haber sido elegido solamente dos semanas antes. Al mismo tiempo, los soldados de la 1? brigada se negaron a ejecutar las órdenes de evacuar dadas por el mando de la división. El llamamiento que lanzaron explicaba que ya no había razón para hacer la instrucción, puesto que se había decidido no seguir combatiendo. Al mismo tiempo, las relaciones hostiles entre la 1ª y 2ª brigadas amenazaron con degenerar en un conflicto agudo. Los propios soldados de la 2ª brigada pidieron con insistencia que se les separara de la Ia brigada, amotinada, amenazando, en caso contrario, con abandonar el campamento sin orden.
»Por esta razón, el general Zankievich, que se presentó en el campamento acompañado de Rapp, encargado de misión del ministerio de la Guerra, dio la orden, de acuerdo con este último, de que los,soldados que habían permanecido fieles al Gobierno provisional abandonasen el campamento de La Courtine llevándose todas las municiones. Esta orden se ejecutó el 25 de junio y sólo permanecieron en el campamento los soldados que sólo 'condicionalmente' se, habían declarado fieles al Gobierno provisional. La actitud sumamente hostil de los soldados con respecto a los oficiales, que los llevó incluso a cometer violencias contra ellos, obligó al general Zankievich a alejar a los oficiales de La Courtine, no dejando más que algunas personas encargadas de la administración. A iniciativa del delegado del ministro de la Guerra, ciudadano Rapp, numerosos exilados se presentaron con él ante los soldados del campamento de La Courtine para tratar de hacerles cambiar de parecer; todas estas tentativas, sin embargo, resultaron infructuosas. Al ser nombrado comisario, el ciudadano Rapp promulgó una orden exigiendo la sumisión inmediata e incondicional al Gobierno provisional. El 22 de julio, el comisario Rapp se dirigió a La Courtine acompañado de los delegados del Comité Ejecutivo del Soviets de Diputados obreros y soldados de paso por París, Rusanov, Goldenberg, Ehrlich y Smirnov, a fin de hacer una nueva tentativa para que los amotinados cambiaran de opinión. Esta tentativa no dio ningún resultado y los delegados del Soviet de Diputados obreros y soldados fueron acogidos con declarada hostilidad. El paso por La Courtine de Svatikov, comisario del Gobierno provisional, quien se encontraba de tránsito en Francia, no tuvo mejor éxito. Tras de haber recibido explicaciones del Gobierno provisional, según las cuales no se pensaba hacer regresar a Rusia a las tropas acantonadas en Francia, y se exigía categóricamente la sumisión de los levantiscos, recurriendo en caso de necesidad a la fuerza armada; después de las tentativas reiteradas e infructuosas del comisario y nuestros exilados políticos para disuadirá los rebeldes a que se sometieran, el general Zankievich exigió a los amotinados que depusieran las armas y se dirigiesen ordenadamente a la localidad de Clairavaux en señal de sumisión. Sin embargo, esta orden no fue íntegramente ejecutada; primero, salieron 500 hombres aproximadamente, de los cuales fueron detenidos 22. Luego, veinticuatro horas más tarde, siguieron 6 000 soldados; los que quedaron, unos 2 000, fueron dejados deliberadamente a fin de guardar las armas que se negaron a entregar.
»Los rebeldes asintieron a la orden dada a la sazón por el general de que depusieran las armas a su regreso al campamento. No obstante, no cumplieron esta orden. El dejar las armas en manos de una turba desorganizada, en el seno de la cual se ocultaban indudablemente elementos provocadores, era manifiestamente peligroso. La rendición y entrega de las armas constituía la condición fundamental para el restablecimiento del orden en esta turba. En estas condiciones, y habida cuenta de una cierta inseguridad en el estado de ánimo de aquellas tropas que habían permanecido fieles al Gobierno provisional, inseguridad que hizo surgir dudas en cuanto a la posibilidad de utilizarlas como fuerza armada para volver a la razón a los rebeldes, se decidió recurrir a presiones de carácter prolongado: se asignaron raciones reducidas a los amotinados y se les 292 suprimió la soldada; la salida del campamento hacia el poblado vecino de Aucourtine fue cerrada por puestos franceses de guardia. Estas medidas desmoralizaron a la masa de rebeldes, pero al mismo tiempo acrecentaron la influencia que sobre ellos tenían los agitadores, los cuales trataban de esconderse detrás de los levantiscos y enmascarar su responsabilidad. Al mismo tiempo, los soldados rebeldes comenzaron a cometer violencias contra los suboficiales franceses. Fue así tomo detuvieron y guardaron durante seis horas a un oficial y dos suboficiales franceses que, por orden del mando francés, colocaban en el campamento un telegrama del comandante supremo. El 9 de agosto, el general Zankievich se presentó en el campamento de La Courtine para tratar por última vez de persuadir a los rebeldes que depusieron las armas. Pero el comité del campamento respondió con una negativa a su orden de hacer venir a los representantes de las compañías. Teniendo conocimiento de que una brigada de artillería, en la que reinaba un orden perfecto, debía atravesar por Francia, el general Zankievich decidió, de acuerdo con el comisario Rapp utilizar esta unidad para reducir a los amotinados por la fuerza de las armas: se encargó al comandante de constituir y mandar un destacamento misto formado de unidades de esta brigada de artillería y de una división de infantería.
«El 27 de agosto, la decisión del Gobierno provisional concerniente a la retirada de nuestras tropas en Francia fue comunicada a los soldados del campamento de La Courtine; sin embargo, incluso entonces, los rebeldes se negaron obstinadamente a deponer las armas. A petición de los artilleros, una diputación elegida por éstos fue enviada a presencia de los rebeldes; al cabo de algunos días, regresó convencida de la inutilidad de las negociaciones. Las exhortaciones de los delegados de la división de infantería produjeron resultados igualmente negativos. En la tarde del I de septiembre se interrumpió el suministro de géneros alimenticios al campamento rebelde; pero esta medida no podía tener más que un carácter moral, ya que los amotinados tenían a su disposición reservas importantes de víveres; las tropas ocuparon las posiciones señaladas. El mismo día, el general Zankievitch dirigió un ultimátum a los miembros del comité del campamento de La Courtine y a la masa de amotinados para que depusieran las armas; si la orden no se ejecutaba el 1o de septiembre a las diez horas la artillería abriría el fuego. Después de repetidas advertencias, el 3 de septiembre, a las diez horas de la mañana, se abrió un ligero fuego de artillería sobre el campamento. Se dispararon dieciocho proyectiles y se avisó a los amotinados que el bombardeo se haría más intenso. Como en el transcurso de la noche del 3 al 4 sólo se rindieron 160 hombres, el bombardeo se reanudó el 4 de septiembre y, habiéndose disparado 30 granadas a las once de la mañana, los amotinados izaron dos banderas blancas y comenzaron a salir sin armas del campamento. Al atardecer, se habían rendido aproximadamente 8 300 hombres. Fueron recogidos por las tropas francesas. Ese día no hubo más disparos de artillería. Durante la noche, los hombres que habían quedado en el campamento (150) abrieron un violento tiroteo de ametralladora. Se envió al campamento un médico, ayudado por cuatro enfermeros, para curar a los heridos. El 5 de septiembre, para liquidar la situación, se abrió fuego intenso sobre el campamento, que fue ocupado por nuestras unidades poco a poco. Los rebeldes respondieron obstinadamente con tiros de ametralladora. El día 6, a las nueve horas, el campamento estaba totalmente ocupado. Se registró un total de 8 515 soldados salidos del campamento. Pérdidas de nuestras unidades: 1 muerto, 5 heridos. Pérdidas de los amotinados: 8 muertos, 44 heridos. Entre los franceses hubo dos víctimas, un muerto y un herido; se trataba de dos cabos carteros que se habían extraviado y pasaron por la zona de tiro de los amotinados. El motín de La Courtine fue reprimido así, por nuestras tropas, sin la menor participación activa de las tropas francesas. Después del desarme de los amotinados se efectuaron 81 detenciones. Habiéndose separado a los detenidos de la masa de los rebeldes, se forman con éstos compañías especiales de marcha desarmadas, dos de las cuales, integradas por elementos particularmente agitados, fueron puestas aparte y enviadas, una a Bourg-Lastic, y la otra a la isla de Aix. Las otras fueron dejadas en el campamento de La Courtine a fin de que se buscara a los culpable y se determinara su grado de responsabilidad. Por decisión del representante del Gobierno provisional, el comisario militar constituyó una comisión especial de investigación.»
Después de estos hechos, los vencedores fusilaron fríamente a más de 200 rebeldes.
12. Discurso de Terechtchenko (Resumen):
«... Los problemas de la política exterior están estrechamente vinculados a los de la defensa nacional. Si vosotrros estimáis necesario para la defensa nacional celebrar sesiones secretas, de la misma manera, en nuestra p»lítica extranjera, nos vemos nosotros frecuentemente obligados a guardar también el secreto...
»La diplomacia alemana trata de actuar ante la opinión pública... Por eso es por lo que las declaraciones de los jefes de las grandes organizaciones democráticas, que hablan de un congreso revolucionario y de la imposibilidad de una nueva campaña de invierno, son peligrosas. Todas esas declaraciones cuestan vidas humanas...
«Yo no quiero hablar más que de lógica gubernamental, sin tocar las cuestiones del honor y la dignidad del Estado. Desde el punto de vista de la lógica, la política extranjera rusa debe basarse en una verdadera comprensión de los intereses de Rusia... Estos intereses POS dicen que es imposible que nuestro país permanezca aislado y que nuestras actuales alianzan son satisfactorias... La humanidad entera desea la paz, pero en Rusia nadie aceptará una paz humillante, contraria a los intereses vitales de nuestra patria.»
El orador señalaba en seguida que una paz semejante retrasaría por años, quizá por siglos, el triunfo de los principios democráticos en el mundo y causaría, inevitablemente, nuevas guerras.
«Todo el mundo recuerda las jornadas de mayo, donde la fraternización en nuestro frente amenazó terminar la guerra por el cese puro y simple de las operaciones militares y conducir al país a una vergonzosa paz separada... y se recordará los esfuerzos que fueron necesarios para hacer comprender a los soldados del frente que ese no era el método con que el Estado ruso debía poner fin a la guerra para garantizar sus intereses...»
Terechtchenko habló del efecto milagroso de la ofensiva de julio, del peso que dio a las palabras de los embajadores rusos en el extranjero, y de la desesperación creada en Alemania por las victorias rusas. Y también de la desilusión que sobrevino en los países aliados después de la derrota rusa...
«El gobierno ruso se adhiere estrictamente a la fórmula de la paz sin anexiones ni indemnizaciones. Nosotros consideramos que es esencial no' solamente proclamar el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, sino igualmente el renunciar a los fines de guerra imperialistas...
»Alemama habla continuamente de hacer la paz; en Alemania no se habla más que de paz. Es que sabe que no puede vencer.
»Rechazo el reproche dirigido al gobierno de que no se expresa en política extranjera con bastante claridad, en lo tocante a los fines de la guerra.
»Si se quiere suscitar la cuestión de los fines que persiguen los Aliados, es indispensable conocer, previamente, aquéllos acerca de los cuales se han puesto de acuerdo las potencias centrales...
»Se manifiesta frecuentemente el deseo de que publiquemos los detalles de los" tratados que unen a los Aliados, pero se olvida que hasta este día desconocemos los que unen a las potencias centrales...
»Alemania, dijo Terechtchenko, quiere evidentemente interponer entre Rusia y el Occidente una serie de estados que sirvan de valladar débil.
»Hay que aniquilar esta voluntad de atacar a Rusia en sus intereses vitales...
»Y la democracia rusa, que ha inscrito entre sus principios el deseo de los pueblos a disponer de sí mismos, ¿permitirá sin protestar que continúe la opresión de los pueblos más civilizados (en Austria-Hungría) ?
»Los que temen que los Aliados se aprovechen de nuestra difícil situación para hacernos soportar algo más que nuestra parte de las cargas de la guerra y para resolver a nuestras expensas las cuestiones de la paz, se equivocan... Nuestro enemigo ve en Rusia un mercado para sus productos. Al final de la guerra, nos encontraremos en situación de debilidad, y, con una frontera abierta, nos arriesgaríamos a que la avalancha de mercancías alemanas retrasara durante años nuestro desarrollo industrial. Hay que tomar medidas contra semejante eventualidad.
«Y afirmo en voz alta y con toda sinceridad que la combinación de fuerzas que nos une a los Aliados es favorable a los intereses de Rusia... En consecuencia, importa que nuestros puntos de vista sobre la guerra y la paz concuerden tan clara y exactamente como sea posible con los de nuestros aliados. Para evitar cualquier equívoco, debo declarar con franqueza que Rusia deberá presentar en la Conferencia de París un punto de vista único...-»
Terechtchenko no quiso comentar el nakaz entregado a Skobelev, pero citó el manifiesto del comité escandinavo que acababa de ser publicado en Estocolmo. Este manifiesto se pronunciaba en favor de la autonomía de Lituania y Livonia.
»Esa autonomía es manifiestamente imposible —dijo Terechtchenko— ya que Rusia debe tener puertos libres sobre el Báltico todo el año.
«También en esta cuestión están los problemas de la política extranjera estrechamente unidos a los de la política interior, porque, si existiera un fuerte sentimiento de la unidad de esta gran Rusia, no seríamos testigos de las manifestaciones que se repiten por todas partes de un deseo de separación del gobierno central... Tales separaciones son contrarias al interés de Rusia, y los diputados rusos no pueden suscitar esta cuestión...»
13. Por los días de la batalla naval librada en el golfo de Riga, no solamente los bolcheviques, sino los propios ministros del Gobierno provisional pensaron que la flota británica había abandonado definitivamente el Báltico, en consonancia con la opinión expresada públicamente con frecuencia en la prensa inglesa y semipúblicamente por los representantes británicos en Rusia, a saber, que «Rusia estaba liquidada», que de ahora en adelante sería inútil ocuparse de ella.
Ver más adelante, la entrevista con Kerenski (Nota 18).
El general Gurko había sido jefe de Estado Mayor de los ejércitos rusos bajo el zar. Era una de las figuras preeminentes de la corte corrompida del emperador. Después de la revolución, fue uno de los raros personajes exilados por su pasado público y privado. La derrota naval coincidió con la recepción oficial en Londres del rey Jorge a Gurko, hombre a quien el Gobierno provisional ruso consideraba como peligrosamente germanófilo y reaccionario.
14. Llamamientos contra la insurrección
«¡Camaradas!
»Las fuerzas oscuras redoblan su actividad con el fin de provocar en Petrogrado y en otras ciudades desórdenes y pogromos.
»Necesitan desórdenes que para ellas serían la ocasión apetecida de aplastar en sangre el movimiento revolucionario, so pretexto de restablecer el orden y proteger a la población; esas fuerzas esperan instaurar en el poder a Kornilov, de quien el pueblo revolucionario ha Ipgrado desembarazarse. ¡Ay del pueblo, si estas esperanzas se realizan! La contrarrevolución triunfante destruiría los Soviets y los comités del ejército, disolvería la Asamblea Constituyente, detendría la entrega de las tierras a los campesinos, pondría fin a todas las esperanzas de paz rápida y llenaría las cárceles de soldados y obreros revolucionarios.
»Los contrarrevolucionarios y las Centurias Negras, en sus cálculos, especulan con el serio descontento creado en las capas no instruidas del pueblo para desorganizar el abantecimiento, proseguir la guerra y ahondar las dificultades generales de la vida. Cuentan con hacer degenerar en pogromos las manifestaciones de los soldados y los obreros, con el fin de aterrar a la población pacífica y lanzarla en brazos de leí restauradores del orden.
»En estas condiciones, toda tentativa de organizar en este momento una manifestación, aunque fuese por la mejor de las causas, sería un crimen,. Todos los obreros y soldados conscientes que no están satisfechos con la política del gobierno sólo podrían causarse daño a sí mismos y a la revolución si se dejan arrastrar a manifestaciones.
»E1 Tsík. pide, por ello, a todos los obreros que no respondan a ninguna invitación a manifestarse.
»Obreros y soldados, ¡no cedáis a la provocación! ¡Recordad vuestros deberes para con vuestro país y la Revolución! ¡No rompáis la unidad del frente revolucionario con -manifestaciones que no pueden verse coronadas por el éxito!
«El Comité Central Ejecutivo de los Soviets de Diputados obreros y campesinos (Tsik).»
(Leer y hacer circular)
«Camaradas obreros y soldados:
»Nuestro país está en peligro. Han llegado los días más difíciles para nuestra libertad y nuestra revolución. El enemigo se halla a las puertas de Petrogrado. La desorganización crece de hora en hora. Cada vez se hace más difícil obtener pan para Petrogrado. Todos, grandes y pequeños, deben redoblar sus esfuerzos, deben trabajar por mejorar la situación... Es preciso salvar a nuestro país y nuestra libertad..! ¡Armas y víveres para el ejército! ¡Pan para las grandes ciudades! ¡Orden y organización en el país!...
»En medio de estas dificultades se echan a rodar rumores: e» tlguna parte se está preparando una manifestación, un misterioso alguien está exhortando a los soldados y a los obreros a romper la paz y el orden revolucionario... El órgano de los bolcheviques, el Rabütcfii Put, echa leña al fuego; halaga a las masas no instruidas, se esfuerza por complacerlas, tienta a los obreros y soldados excitándolos contra el gobierno y prometiéndoles el oro y el moro... Los hombres confiados e ignorantes lo creen todo sin razonar... También del otro lado llegan rumores: rumores de que las fuerzas oscuras, los amigos del zar, los espías alemanes, se frotan las manes y se regocijan. Están prestos a unirse a los bolcheviques y a convertir el desorden en la guerra civil.
»Los bolcheviques y los obreros y soldados ignorantes que se han dejado seducir por ellos gritan estúpidamente: '¡Abajo el gobierno! ¡Todo el poder a los Soviets!' Y en la sombra, los servidores del zar y los espías de Guillermo les excitan: '¡Golpead a los judíos, a los comerciantes;' desvalijad los mercados, las tiendas, saquead las bodegas! ¡Matad, incendiad, robad!'
:>De todo ello surgirá una espantosa confusión, la guerra de una mitad del pueblo centra la otra. Todo se irá desorganizando más y más, y tal vez volverá a correr la sangre en las calles de la capital. ¿Y entonces? ¿Qué ocurrirá después?
»Dsspués, quedará abierto para Guillermo el camino a Petro-grado. Después, no llegará el pan a Petrogrado, los niños morirán de hambre. Después, las tropas del frente no serán apoyadas, y nuestros hermanos, en las trincheras, se verán a merced del fuego enemigo. Entonces, Rusia perderá todo prestigio en los demás países; nuestra moneda caerá por los suelos y todo encarecerá tanto, que la vida se hará imposible. La Asamblea Constituyente, durante tanto tiempo deseada, sera aplazada, pues resultará imposible reuniría a tiempo. Y eso será la muerte de la revolución, la muerte de la libertad...
»¿Es eso lo que vosotros queréis, obreros y soldados? ¡No! Entonces, si no queréis eso, id a buscar a los ignorantes, engañados por los traidores, y decidles toda la verdad, ¡tal como nosotros os la decimos!
»Hacedles saber que quienquiera que, en estos días aciagos, lo exhorte a manifestarse en la calle contra el gobierno no puede ser más que un servidor secreto del zar, un provocador, ¡un cómplice ingenuo de les enemigos del pueblo o un espía a sueldo de Guillermo!
«Todos los obreros revolucionarios conscientes, todos los campesinos conscientes, todos los soldados revolucionarios que comprenden el daño que causaría al pueblo una manifestación o un levantamiento contra el gobierno, deben unirse para impedir que los enemigos del pueblo destruyan nuestra libertad.»
El Comité electoral de Petrogrado de los mencheviques y defensores de la patria.
15. El desarrollo de la discusión sobre la insurrección armada, durante las sesiones históricas del Comité Central del Partido bolchevique en octubre de 1917, no está expuesto de una manera justa. La decisión de llevar a cabo el levantamiento armado fue adoptada en una sesión privada del Comité Central el 23 de octubre de 1917, sesión durante la cual intervinieron Lenin, Bubnov, Dzerjinski, Zinoviev, Kamenev, Kollontai, Lomov, Sverdlov, Sokolnikov, Stalin, Trotzki, y Uritski. Zinoviev y Kamenev votaron contra la resolución propuesta por Lenin.
Seis días después, el 29 de octubre, se llevó a cabo una sesión penaría del Comité Central del partido, a la que asistieron los representantes de la comisión ejecutiva del comité de Petrogrado del partido, de la organización militar, del Soviet de Petrogrado, de los sindicatos, de los comités de fábrica, de los ferroviarios, del comité de barrio del Partido de Petrogrado. En esa sesión, Lenin hizo pública la resolución adoptada por la anterior sesión del Comité Central; subrayó en su intervención que la situación política objetiva existente tanto en Rusia como en Europa hacía necesaria la política más resuelta, más activa, política que sólo podía llevarse a cabo mediante la insurrección armada.
Lenin propuso a la Asamblea una resolución saludando y apoyando la decisión del Comité Central sobre la insurrección (ver Obras, t. XXVI). La resolución fue adoptada por 19 votos contra 2 (los de Zinoviev y Kamenev) y 4 abstenciones.
16. La “Carta a los camaradas” de Lenin. La serie de artículos así titulada apareció en varios números sucesivos del Rabotchi Put, a fines de octubre y comienzos de noviembre de, 1917 [El autor se equivoca. Ese número apareció el 1 de noviembre (19 de octubre). --Nota de la Edit.]. Reproduciré solamente algunos extractos tornados de dos números.
«No tenemos con nosotros a la mayoría del pueblo y, un esta premisa, la insurrección no podría triunfar.
«Quienes son capaces de expresarse así, o desnaturalizan la verdad, o son gentes formalistas que, sin tener en cuenta para nada la situación real de la revolución, desean a toda costa contar de antemano con la garantía de que, no todo el país, el partido bolchevique tiene exactamente la mitad de los votos más uno... El hecho más importante en la vida actual de Rusia es la insurrección campesina... El movimiento de los campesinos en la provincia de Tambov ha sido una insurrección tanto en el sentido físico como en el sentido político de la palabra, una insurrección que ha dado resultados políticos magníficos, tales como, en primer lugar, el consentimiento a la entrega de tierras a los campesinos. Por algo toda la canalla socialrevolucionaria, moderados y hasta incluso el Dielo Naroda, asustado por el levantamiento, vociferan ahora que es absolutamente necesario entregar la tierra a los campesinos... Otra consecuencia política y revolucionaria del levantamiento campesino es la llegada de trigo a las estaciones de la provincia de Tambov... La prensa burguesa ha tenido que reconocer los frutos maravillosos de esta solución (la única realista) a la cuestión del pan, incluso el propio' Kousskaia Valia, que ha publicado una información diciendo que las estaciones de la provincia de Tambov rebosaban de trigo... ¡después del levantamiento de los campesinas
«No somos lo bastante fuertes para adueñarnos del poder, y I» burguesía, por su parte, no es lo bastante fuerte para hacer que fracase la Asamblea Constituyente.
»La primera parte de este argumento no es más que la simple repetición del anterior. No es manifestando la confusión y el temor a la burguesía, con respecto a los obreros y el optimismo con respecto a la burguesía, como se dará más fuerza a este argumento y se le hará más persuasivo. Si los junkers y los cosacos dicen que combatirán hasta la última gota de su sangre contra los bolcheviques, hay que creerles a pies juntillas; pero si en cientos de mítines los obreros y los soldados expresan su plena confianza en los bolcheviques, y afirman que están dispuestos, cueste lo que cueste, a imponer el paso del poder a los Soviets, entonces ¡es 'oportuno' no olvidar que una cosa es votar y otra combatir!
»Quien así razona 'rechaza' de antemano, naturalmente, la insurrección. Cabe únicamente preguntarse: ¿qué distingue a este 'pesimismo' curiosamente tendencioso y curiosamente orientado de la amalgama política con la burguesía?
»¿Qué ha probado Ya. intentona de Kornilov? Ha probado que los Soviets son realmente una fuerza.
»¿Cómo se puede demostrar que la burguesía no es lo bastante fuerte para hacer fracasar a la Asamblea Constituyente? Si la burguesía no tiene fuerza para derrocar a los Soviets, sí es, sin embargo, lo bastante fuerte para hacer fracasar a la Asamblea Constituyente, ya que nadie se lo puede impedir. Creer en las promesas de Kerenski y Cía., creer en las resoluciones del preparlamento de lacayos, ¿es eso digno de un miembro del partido de los proletarios, de un revolucionario?
»La burguesía no sólo tiene la fuerza para hacer fracasar a la Asamblea Constituyente si el gobierno actual no es derrocado, sino que puede incluso ajcanzar este resultado indirectamente, entregando Petrogrado a los alemanes, abriendo el frente, multiplicando los cierres de fábricas, saboteando el transporte del trigo...»
«Los Soviets deben ser un revólver que apunte a la sien del gobierno para exigirle que convoque la Asamblea Constituyente y renuncie a las intentonas kornilovistas.
»Renunciar a la insurrección es renunciar a la consigna de 'Todo el poder a los Soviets'... El partido viene examinando desde el mes de septiembre el problema de la insurrección... Renunciar a la insurrección es renunciar a la entrega del poder a los Soviets y entregar" todas nuestras esperanzas, todos nuestros deseos, a esa buena burguesía que ha 'prometido' convocar la Asamblea Constituyente... Una vez que el poder esté en manos de los Soviets estará asegurada la Asamblea Constituyente y garantizado su éxito...
«Renunciar a la insurrección significa pura y simplemente pasarse al lado de los Lieber-Dan... Una de dos: o hay que ponerse del lado de los Lieber-Dan y renunciar abiertamente a la consigna de 'Todo el poder a los Soviets" o hay que ir a la insurrección. No hay otra alternativa...»
«La burguesía no puede entregar Petrogrado a los alemanes, aunque lo quiera Rodzianko, ya- que los que combaten no son los burgueses, sino nuestros heroicos marinos.
»El Estado Mayor sigue siendo el mismo... El mando es partidario de Kornilov. Si los kornilovistas (con Kerenski a la cabeza, ya que él también es kornilovista) quieren entregar Petrogrado, pueden hacerlo de dos e incluso de 'tres' maneras.
»Primcro, puedea abrir el sector Norte del frente de tierra, valiéndose de la traición del comandante, adicto a Kornilov.
Segundo, pueden 'entenderse' con los imperialistas ingleses y alemanes para dejar en libertad de acción a la flota alemana completa, que es -más fuerte que la nuestra. Además, los 'almirantes evadidos' lian podido entregar los planes a los alemanes.
>>Tercero, mediante 'el cierre de fábricas por sus dueños y el sabotaje a los trenes de trigo, pueden empujar a nuestras tropas al último grado de desesperación y de impotencia.
»Ninguno de estos tres caminos se puede descartar. Los hechos han demostrado que el partido burgués-cosaco ha llamado ya a estas tres puertas y ha tratado de abrirlas... No tenemos derecho a esperar a que la burguesía haya ahogado la revolución... Rodzianko es un hombre de acción... Durante decenas de años, ha aplicado fiel y leal-mente la política del capital.
«¿En consecuencia? En consecuencia, vacilar a propósito de la insurrección, que es el único medio de salvar la revolución, es entregarse a la vez a esta cobarde confianza en la burguesía que caracteriza a los Lieber-Dan, en los socialrevolucionarios y en los mencheviques, > a la inconsciente credulidad del campesino, contra lo que siempre han luchado los bolcheviques.»
«Nosotros nos consolidamos con cada día que pasa y podemos acudir a la Asamblea Constituyente como una potente oposición. ¿Por qué arriesgarlo todo a una sola carta?
»Argumento de un filisteo que ha 'leído' que la Asamblea Constituyente va a ser convocada y que se atiene con toda confianza a las vías constitucionales archilegales y archifieles. ¡Lástima que ni la cuestión del hambre ni la cuestión de Petrogrado puedan resolverse esperando cruzados de brazos a que la Asamblea Constituyente se reúna! Es esta una 'pequenez' que olvidan los ingenuos, los desconcertados, los que se dejan ganar por el miedo.
»E1 hambre no aguarda. La insurrección campesina no ha esperado. La guerra no aguarda. Los almirantes huidos no han esperado...
«¡Y los ciegos se sorprenden de que el pueblo hambriento y los soldados traicionados por los generales y almirantes muestren indiferencias ante las elecciones! ¡Qué gran sabiduría!»
«Si los korttilovistas volvieran a las andadas, ¡les mostraríamos con quién tienen que entendérselas! Pero, ¿para qué correr el riesgo de comenzar nosotros mismos'?
»La historia no se repite, pero si nosotros le volvemos la espalda y si, deteniéndonos a contemplar la primera intentona de Kornilov, repetimos: '¡Ah, si los kornilovistas volvieran a las andadas!'; si procediésemos así, ¡qué magnífica estrategia revolucionaria sería ésa!... ¡Qué base más sólida para una política proletaria!
»¿Y si ios kormiovistas... hubiesen decidido esperar a los motines provocados por e! hambre, a la ruptura del frente, a la rendición de Petrogrado, para comenzar en ese momento preciso? ¿Qué sucedería entonces?
»Se nos propone que basemos la táctica del partido proletario en una repetición eventual por parte de los kornilovistas de uno de sus errores pasados.
«Olvidemos todo lo que los bolcheviques han demostrado y probado cientos de veces, lo que han demostrado seis meses de historia de nuestra revolución, a saber, que no existe otra solución, que, desde un punto de vista objetivo, no puede haber otro camino que la dictadura de los kornilovistas o la dictadura del proletariado; olvidemos eso, renunciemos a todo eso y ¡esperemos! ¿Qué esperamos? Un milagro...»
17. Resumen del discurso de Miliukov:
«Todo el mundo, a lo que parece, reconoce que nuestra tarea fundamental es la defensa del país, y que para asegurar esta defensa tiene que haber disciplina en el ejército y orden en la retaguardia. Para lograr estaí condiciones, hace falta un poder que sea capaz de obrar no solamente por la persuasión, sino también por la fuerza... La razón de todos nuestros males está en el punto de vista, sin duda original y muy ruso, referente a la política extranjera, que pasa por ser el punto de vista internacionalista.
»El noble Lenin no hace más que imitar al noble Kerenski, cuando supone que en Rusia nacerá el mundo nuevo que debe regenerar al viejo Occidente y sustituir la antigua bandera del socialismo doctrinal por la nueva acción directa de las masas hambrientas, y que es esto lo que hará avanzar a la humanidad y le abrirá las puertas del paraíso socialista...
«Estos hombres —prosiguió el orador— creen sinceramente que la descomposición de Rusia conducirá a la descomposición de todo el régimen capitalista. Partiendo de este punto de vista, pudieron cometer, en tiempo de guerra, la inconsciente traición que consistió en decir fríamente a los soldados que abandonaran las trincheras y, en vez de combatir al enemigo exterior, desencadenaran la guerra civil y atacaran a los propietarios y los capitalistas...»
Al llegar aquí, Miliukov fue interrumpido con violencia por la izquierda, de dotíde le preguntaron qué socialista había aconsejado eso alguna vez.
«Martov dice que la simple presión revolucionaria del proletariado es capaz de reducir y vencer la mala voluntad de las camarillas imperialistas o de hacer caer sus dictaduras..., que este resultado no se puede alcanzar por un acuerdo sobre la limitación de los armamentos, sino por el desarme de estos mismos gobiernos y por la democratización radical del sistema militar...»
El orador atacó pérfidamente a Martov y después se volvió contra los mencheviques y los socialrevolucionarios, a quienes acusó de haber entrado como ministros en el gobierno con la finalidad declarada de proseguir la lucha de clases.
«Los socialistas de Alemania y los países aliados miran a estos señores con desprecio mal disimulado, pero, estimando que eran bastante buenas para Rusia, nos envieron a algunos de los apóstoles de la conflagración universal.
«La fórmula de nuestros demócratas es muy sencilla. Nada de política extranjera, nada de diplomacia, una paz democrática inmediata, y, después, declarar a los Aliados: 'No querernos nada, no queremos combatir con nadie. Nuestros adversarios harán a su vez la misma declaración, ¡y se realizará la fraternidad de los pueblos!'»
Miliukov, al llegar aquí, lanzó una invectiva contra el manifiesto de Zimmerwald y declaró que el propio Kerenski no había podido escapar a la influencia de ese «malhadado documento que nos acusará eternamente». Luego, atacó a Skobelev, cuya situación en las conferencias extranjeras, como delegado ruso opuesto a la política de su gobierno, iba a ser tan extraña que se diría: «¿Qué es lo que puede querer este señor y qué podemos decirle nosotros?» En lo tocante al nakar, Miliukov declaró que él mismo era pacifista, que creía en la creación de un tribunal internacional de arbitraje, en la necesidad de limitar los armamentos y en el control parlamentario de la diplomacia secreta. En cuanto a las ideas socialistas del nakaz —las ideas de Estocolmo, como él las llamó—, la paz sin victoria, el derecho de los pueblos a su libre determinación, la renuncia a la guerra económica, he aquí sus palabras:
«Los éxitos alemanes son directamente proporcionales a los éxitos de aquellos que se llaman 'la democracia revolucionaria'. No quiero decir a los éxitos de la revolución, porque pienso que las derrotas de la democracia revolucionaria son victorias para la revolución...
»La influencia de los jefes soviéticos no deja de tener importancia en el extranjero. Basta con escuchar el discurso del ministro de Negocios Extranjeros para convencerse de que, en esta sala, la influencia de la democracia revolucionaria sobre la política extranjera es tan fuerte que el ministro no se atreve a hablarle, cara a cara, ¡del honor y la dignidad de Rusia!
«Nosotros vemos en el nakaz de los Soviets que las ideas del manifiesto de Estocolmo han sido utilizadas siguiendo dos tendencias: la de la utopía y la de los intereses alemanes...»
Miliukov, interrumpido por los gritos de cólera de la izquierda y llamadora! orden por el presidente, sostuvo que la proposición de una paz concertada por las asambleas populares y no por los diplomáticos, y la proposición de entrar en negociaciones en cuanto el enemigo hubiera renunciado a las anexiones, tenían un carácter germanófilo. Kühlmann había dicho recientemente que una declaración personal no comprometía a nadie más que al que la pronunciaba... «En todo caso, nosotros imitaremos antes a los alemanes que a los Soviets de Diputados obreros y soldados...»
Los pájrafos relativos a la independencia de Lituania y Livonia eran síntomas de la agitación separatista, alimentada, dijo Miliukov, en diferentes partes de Rusia por el dinero alemán... En medio del tumulto de la izquierda, contrastó las cláusulas concernientes a Alsacia-Lorena, Rumania, Servia, con las que trataban de las minorías nacionales de Alemania y Austria. El nakaz, concluyó Mi-liukov, comparte el punto de vista austro-alemán.
Pasando al discurso de Terechtchenko, lo acusó desdeñosamente de no atreverse a expresar lo que en realidad pensaba, de tener miedo incluso a pensar en la grandeza de Rusia... Los Dardanelos debían pertenecer a Rusia.
«Vosotros repetís siempre que el soldado no sabe por qué combate, y que cuando lo sepa combatirá... Es cierto que no sabe por qué combate, pero vosotros acabáis de decirle que no tiene razón para combatir, que nosotros no tenemos intereses nacionales y que luchamos por los otros...»
Rindiendo homenaje de pleitesía a los Aliados, que, dijo con la ayuda de los Estados Unidos «salvarán a pesar de todo la causa de la humanidad», concluyó:
«¡Viva la luz. de la humanidad viviente, vivan las democracias avanzadas de Oceidente, que han recorrido durante mucho tiempo el camino que nosotros apenas emprendemos hoy con paso vacilante y sin seguridad! ¡Vivan nuestros valientes aliados!»
18. Entrevista con Kerenski: El corresponsal de la «Associated Press» exploró el terreno. —Señor Kerenski —comenzó diciendo—, en Inglaterra y Francia están desilusionados por la revolución.
—Sí, ya lo sé —respondió Kerenski en un tono zumbón—, en el extranjero la revolución no está ya de moda.
—¿Cómo explica usted que los rusos hayan dejado de combatir?
—Eso ni se pregunta —Kerenski se mostraba furioso. —Rusia fue la primera que entró en la guerra y, durante largo tiempo, fue ella quien aguantó todo el choque. Sus pérdidas han sido incomparablemente más elevadas que las de todos los otros países juntos. Tiene el derecho de reclamar ahora a los aliados que ellos hagan, a su vez, el esfuerzo principal.
Se detuvo un instante mirando fijamente a su interlocutor.
—¿Ustedes pregunta por qué han dejado de combatir los rusos? Los rusos se preguntan dónde está la flota británica cuando los acorazados alemanes se hallan en el golfo de Riga.
Hizo una nueva pausa, para estallar súbitamente:
—La revolución rusa no ha fracasado, el ejército revolucionario no ha fracasado. No es la revolución la que ha desorganizado al ejército; esta desorganización se produjo durante el antiguo régimen, hace ya varios años. ¿Por qué no combaten los rusos? Se lo voy a decir. Porque las niasas populares están económicamente agotadas y porque se sienten desilusionadas de los Aliados.
Esta entrevista, de la que lo anterior sólo es un extracto, fue cablegrafiada a los Estados Unidos y devuelta algunos días más tarde por el Departamento de Estado con la sugestión de que se «modificara». Kerenski se negó a ello, pero su secretario, el doctor Soskis, se encargó de hacerlo, y bajo esta nueva forma, depurada de toda 'alusión mortificante para los Aliados, fue transmitida a la prensa mundial...