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Redactada: En 1938.
Publicado por vez primera:
G. Munis: "Significado histórico del 19 de Julio".
Contra la Corriente, publicación del Grupo Español en México de la IV
Internacional,
número 6, agosto 1943, México.
Fuente para la presente edición: La
Bataille Socialiste.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de
2014
El 19 de J ulio de 1936, los acontecimientos ocurridos en España confirmaron luminosamente la teoría marxista del Estado. Una teoría sociológica prueba su validez si las fuerzas a que se refiere producen los desenlaces históricos previstos por ella. Al elaborar la suya, Engels y Marx no pudieron tener en cuenta más que experiencias pretéritas, con factores de clase diferen tes. Basándose en ellas y en las categorías económico-clasistas contenidas en la sociedad moderna, previeron los efectos y el desenlace que producirían en el Estado.
Aunque reducida a la categoría de conato revolucionario, la Commune de París acusó efectos concordantes con la teoría marxista del estado. La revolución rusa de 1917 le dio una confirmación plena. Según el marxismo, el Estado es la violencia organizada de la clase poseyente contra la clase desposeída. El proletariado, la mayor de las clases desposeídas y productoras de la sociedad moderna, la única que tiende a crecer continua - mente con el crecimiento de las fuerzas productoras, necesita, en la lucha por su emancipación, destruir el Estado capitalista y edificar el suyo propio para llegar, con la desaparición de las clases, a la del Estado. La revolución rusa dio su aval histórico a la noción marxista del Estado, hasta donde el tiempo y el entrelazamiento mundial de los factores comprendidos se lo permitieron. Pero en ella, el partido bolchevique actuó como motor consciente del proceso, proponiéndo se previamente destruir el estado burgués y construir otro proletario. Fue el primer triunfo de la conciencia humana sobre el fluir de los acon tecimientos, tumultuosamente ciegos hasta entonces.
La revolución española ha dado a la teoría marxista del Estado una confirmación de valor incomparablemente mayor. Las clases o categorías sociales se comportaron conforme a la teoría, sin que ninguna organización o partido influyera en su compor - tamiento espontáneo. Por el contrario, lo que podía considerarse fuerzas conscientes, las organizaciones obreras, desplegaron su actividad en sentido inverso, oponiéndose al cumplimiento del proceso. Pese a ellas, se abrió paso en el sentido previsto por el marxismo y convirtió, por un momento al menos, en incons cientes agentes suyos a los anarquistas, sus adversarios inveterados. Cuando una ley existe, no vale ignorarla o negarla, se impone.
Lenta, pero inexorablemente preparada por un larguísimo período histórico, la más aguda crisis de la sociedad española en los últimos siglos quedó al descubierto al caer la monarquía. Con intermitencias y vaivenes diversos, fue agudizándose continuamente hasta el gran estallido de la guerra civil. Poco antes habíase constituido el Frente Popular, la más formidable coalición conocida hasta el presente para mantener el equilibrio, dentro del Estado burgués, a las fuerzas de clase que se repelen. El FP comprendía a los partidos republicanos, el socialista, el stalinista (comunista), y el POUM. Sin firmar el Pacto que le sirvió de base, CNT-FAI le apoyaron también. En vísperas de la guerra civil, todas las organizaciones obreras españolas conocidas por las masas, estaban plantadas con ambos pies dentro de la colaboración de clases, o al borde de ella. Ninguna fuerza -- si no se considera como tal a unos cuantos hombres sin medios para hacerse oír -- trabajaba conscientemente por la destrucción del Estado capitalista ni inducía al proletariado a organizarse para crear el propio. Los anarquistas pudieron haber actuado en el primer sentido, pero tampoco lo hicieron. El POUM pese a su atuendo marxista, no logró salir de una política de vacilaciones y complacencias, primero para con el Frente Popular mismo, después para con el ala izquierda. Y sobre esta limitación de las organizaciones obreras más radicales, planeaba el Frente Popular, como un milano guardián de la propiedad y el Estado capitalistas, decidido a abatirse sobre las fuerzas centrífugas que preten dieran destruirlos. El proletariado se encontraba encadenado por sus propias organizaciones. El proceso previsto por la teoría marxista del Estado, no disponía en favor de su cumplimiento más que las tendencias elementalmente manifestadas en las sacudidas revolucionarias del proletariado.
Tal era la situación al sobrevenir la guerra civil. La burguesía estaba convencida, por la experiencia cotidiana, de la tendencia profundamente revolucionaria de las masas. Su existen cia como clase estaba continuamente en peligro. Las seguridades que el Frente Popular le daba, ni le merecían confianza ni le ofrecían condiciones satisfactorias de dominio. Comprendía la reacción de las masas que habían seguido al Frente Popular porque les fue hipócritamente presentado por sus dirigentes como si se tratara del frente único revolucionario, y porque no hubo otras organizaciones que les ofrecieran la oportunidad de votar por la revolución. A pesar de sus esfuerzos y su represión, el FP no lograba contener a las masas, que se le escapaban continuamente apuntando al socialismo. Cuando los desbordamientos revoluciona rios amenazaban arrasar a la burguesía, ésta, echando a un lado las alharacas de ocasión contra el FP, se guarecía descaradamente tras él, utilizándole como punta de lanza contra las masas [1]. Una vez quebrantada la ofensiva revolucionaria, la reacción volvía a atacarle. Los reformistas - stalinianos y socialistas - se empeñaban en convencerla de que su colaboración ofrecía mayores garantías de estabilidad a la sociedad capitalista. La reacción por el contrario, no podía aceptar su concurso permanentemente, porque los acontecimientos le probaban diariamente que las masas no se sometían a las ideas procapitalistas de sus dirigentes, sino en la medida en que estos lograban engañarlas presentándose bajo el nombre de socialistas y comunistas. Para obrar conscien temente en comunista, a las masas sólo les faltaba comprender que sus dirigentes traicionaban las ideas que decían representar. Juego peligroso al que la burguesía no podía exponerse. Además, el régimen liberal parlamentario que prometía el FP, pertenecía ya al pasado. Nadie lo comprende tan bien como la burguesía de los países que, como la de España, ha sido impotente para establecer lo a su tiempo. La promesa del FP era utópica en sí; considerada en relación con las masas y con las posibilidades de transfor mación revolucionaria en España y en el mundo, era demagógicamen te reaccionaria. Contando con todas las condiciones objetivas para hacer la revolución socialista, el FP quería retrotraer la burguesía a la época del liberalismo. Acción tan imposible y tan antihistórica como la de alguien que, durante la revolución francesa, hubiese propuesto sustituir, al programa de la burguesía contra la nobleza, otro que tratara de hacer volver la feudalidad decadente y corrompida a sus primeros tiempos, en que ejercía un señorío protector. Pero el FP no trataba de engañar a la burguesía, sino al proletariado. Aquella sabía perfectamente de que se trataba. Veía en el FP un criado a quien cedía el lugar preeminente en los momentos en que era peligroso que lo ocupara el amo. Eran los momentos de mayor efervescencia revolucionaria. Pero el amo no podía sentirse tranquilo ni estar satisfecho hasta ocupar por sí mismo y sin ningún freno, la gobernación. Si las masas eran el obstáculo había que aplastar a las masas.
De ese conflicto nació la sublevación militar y la guerra civil. Las fuerzas armadas del Estado burgués se insurgieron contra el Estado burgués, con la protección que éste mismo, regido por el FP, les acordó. Aparente contrasentido absoluta mente inexplicable para todos los enemigos de la revolución socialista. No así para sus partidarios. Aquellos no han podido suministrar aún más razones de la sublevación que las necedades sobre la "traición" y la "deslealtad" de los militares, más la intervención italo-germana. ¡Como si la sublevación militar no hubiese sido un acto de lealtad para con la sociedad burguesa, precisamente porque iba dirigido contra el proletariado y la revolución social! ¡Como si todo gobierno que ha llegado al poder aplastando una revolución, no tuviese necesidad de ayudar a aplastar la revolución en los países donde se presente! La burguesía defendía sus intereses, pero en cambio, los señores del FP traicionaron los intereses del proletariado, con su propósito de defender los de la burguesía mejor que la burguesía mis ma. Y como remedio a los resultados de su traición, añadieron: una sociedad burguesa... "de nuevo tipo", que tal era el significado real de su consigna, "por una democracia de nuevo tipo".
En España estaban enfrentadas dos grandes tendencias. La burguesa, para quien el conflicto social tenía por solución la instalación de su dictadura capitalista, y la proletaria, cuya condición de triunfo pasaba por la revolución social. Lo intermedio era absolutamente impracticable. Sólo para tratar de establecerlo se precisaba aherrojar políticamente a las masas y mantenerlas zambullidas dentro de la explotación de la propiedad privada. Fue lo que pretendió el FP. Pero dejando a la burguesía su sistema de propiedad, inevitablemente termina imponiéndose políticamente. Por eso el Frente Popular será considerado por la historia el responsable principal de la sublevación militar y de su triunfo final. Para dar una salida revolucionaria a la crisis social, el proletariado, continuando la ofensiva de febrero de 1936, debió pasar a destruir de arriba abajo la sociedad burguesa con todas sus instituciones. Debió destruir el Estado disolviendo todas sus fuerzas armadas, sus tribunales, sus parlamentos, declarando inexistente su legislación, expropiando a la gran burguesía, a los terratenientes y al capital financiero. Pero no se puede realizar todo esto de golpe. Para estar en condiciones de llegar a ponerlo por obra, el proletariado, más los campesinos pobres, deben armarse antes ellos mismos tanto como les sea posible, construir órganos de democracia propios, sobre los que basar su gobierno. Sólo cuando estos órganos están suficiente mente desarrollados y poseídos de su cometido revolucionario, puede el proletariado tomar el poder político para sí y destruir la sociedad capitalista en la forma dicha. El desarrollo progresivo de la lucha revolucionaria, habría llevado al proletariado a destruir el gobierno y el parlamento del FP, último reducto del capitalismo. Pero las masas estaban parali zadas por los partidos socialista y stalinista, decididos a sostener el capitalismo con el FP. En forma diferente, los anarquistas eran igualmente incapaces de orientarlas a la toma del poder. Cerrada la salida para el polo revolucionario, el polo burgués pudo tomar la ofensiva en busca de la suya.
Las masas, aunque rechazadas continuamente por el FP, estaban decididas a disputar el terreno a la reacción. Armándose a despecho del Gobierno, vencieron a los militares en la mayoría del territorio. Desde luego, dondequiera pudieron conquistar, en el momento preciso, un mínimo de armas. El resultado de las jornadas del 19 de Julio y siguientes, fue la destrucción casi completa del Estado burgués. El Gobierno, llamado "legal" - o los Gobiernos, teniendo en cuenta el de Cataluña y más tarde el de Euzkadi - no representaban nada ni poseían apenas poder real. La derrota de los cuerpos armados burgueses a manos del proleta riado y los campesinos, llevaba automáticamente aparejada la desaparición del Estado burgués. Formidable revelación de lo que es el Estado burgués en épocas revolucionarias. Desarmando a sus cuerpos coercitivos, la burguesía desaparece.
Paralelamente, toda España quedó tachonada de Comités formados por obreros, campesinos y milicianos, que ejercían el poder político, ejecutaban justicia contra los reaccionarios, expropiaban a la burguesía, patrullaban calles y carreteras. Cualquiera de estos Comités tenía más poder real que el famoso "Gobierno legal" del Frente Popular. Porque no hay más legalidad que la sancionada por los acontecimientos históricos. La falacia de la teoría democrático-burguesa sustentada por el FP, aparecía con toda claridad. El proceso histórico - sin que ningún factor consciente le ayudara, insistamos - destruía el estado burgués, creando simultáneamente las células de un nuevo Estado proleta rio. El Frente Popular fue sorprendido en infragante delito de acción anti-histórica. Y todo lo anti- histórico, en mayor o menor grado, es contrarrevolucionario.
En diversas ocasiones, el autor de este artículo ha calificado la situación resultante de las jornadas de Julio de "atomización del poder". Me parece más adecuada, para la situación de España, que la conocida de "dualidad de poderes", heredada de la revolución rusa. Esta supone la existencia de dos poderes que se disputan respectivamente el poder total. Muy otra cosa ocurría en España. El poder burgués, pese a su supervivencia formal, carecía de poder efectivo, a pesar de que los partidos stalinista y socialista proclamaban a los cuatro vientos: "El Gobierno manda, el Frente Popular obedece". Así era en efecto, con la salvedad de que al FP no le obedecían las masas, ni siquiera la mayoría de los militantes de sus propios partidos. En cambio, a los comités constituidos por las masas les faltó coordinación y capacidad colectiva para reclamar todo el poder para sí y apoderarse de él. Cada Comité era un pequeño Gobierno, un minúsculo Estado obrero dentro de su radio de acción. El poder que perdió el gobierno burgués del FP, lo tenían, distribuido desigualmente entre sí, los Comités. De ahí deduzco, que para caracterizar más exactamente la situación en las semanas siguientes al 19 de Julio, es preciso definirla como atomización del poder en manos del proletariado y los campesinos. Estos tenían plena conciencia de su poder local, aunque les faltara conciencia de la necesidad de coordinar su poder nacionalmente. Por su parte, durante las primeras semanas, al gobierno burgués le faltó capacidad y voluntad de lucha contra el naciente poder obrero. De dualidad no puede hablarse sino hasta después, cuando el Gobierno del FP vuelve en sí, se da cuenta de que vive, reagrupa en su torno a las fuerzas armadas de que puede disponer y empieza a disputarle el poder a los Comités del proletariado y los campesinos.
Sin que hubiese intervenido ningún factor pensante, la teoría marxista del Estado quedó entonces plenamente confirmada. La derrota de la burguesía lleva aneja la destrucción de su Estado: el triunfo del proletariado la creación de un estado propio. Incluso en las peores condiciones imaginables, la historia ha demostrado así que la teoría marxista no es una invención utópica, sino la conciencia de una realidad material determinada por el mecanismo de transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista. La superioridad enorme del marxismo sobre el anarquismo, es su conocimiento de ese mecanis mo, lo que le permite ayudar al desenvolvimiento histórico dado por la evolución material. Un marxista, encontraba en las condiciones creadas por el 19 de Julio el medio más adecuado para obrar de acuerdo con sus ideas. (Recordemos que estalinistas y socialistas han renegado del marxismo. El POUM, por su parte, sólo era marxista los domingos y algunas otras fiestas de guardar). En cambio los anarquistas, cuyas ideas sobre la revolución, y sobre el Estado más concretamente, no pasan de la categoría de especulaciones, entraron desde el primer instante en contradicción con sus ideas. Se revelaron completamente falsas, inaplicables hasta el punto de que sus propios par tidarios consideraron superfluo hacer el menor esfuerzo por sostenerlas y aplicarlas. La misma acción de los anarquistas fue anti-anarquista. Pero revistió dos aspectos que es preciso tener bien presentes, tanto para discriminación de las respon sabilidades por la derrota de la revolución española como para que las masas españolas, y especialmente las anarquistas, saquen enseñanzas útiles a sus luchas futuras.
Los militantes anarquistas no fueron los más remisos, sino los primeros en tomar la iniciativa de la formación de Comités, que automáticamente se transformaron en Gobiernos locales. Cataluña fue la región donde más completamente dominaron. Su peso social y la falta de organizaciones obreras fuertes que trabaja ran premeditadamente por su destrucción, cual hacían en el resto de España stalinistas y socialistas, condujo a la formación del Comité Central de Milicias. Todo el poder político estaba concentrado en manos de él. Las armas estaban en manos de los obreros que patrullaban asiduamente la retaguardia. En el CC de Milicias se condensaba, aunque en forma imperfecta, el poder obrero y campesino distribuido en los Comités de Cataluña y de las comarcas recuperadas de Aragón. Durante las primeras semanas, el CC de Milicias sólo puede ser considerado como un brote rudimentario de dictadura del proletariado. Los comités de base de la CNT y sus dirigentes medios eran los agentes más numerosos y activos de la dictadura del proletariado, aunque pretendan negarlo o ignorarlo. La alta dirección anarquista reflejaba la actividad revolucionaria de las masas disminuyéndola y entrando en tratos desde el primer día con el esqueleto del Estado burgués, ante el cual se preparaba a capitular. El proceso previsto por la teoría marxista del Estado se impuso a los propios anarquistas. Mientras no capitularon ante la Generalidad, se comportaron - reservas hechas de su actuación ciega - como marxistas y no como anarquistas, no actuaron conforme a los nociones ácratas anti-estatales, sino dando los primeros pasos de la dictadura del proletariado preconizada por el marxismo, se comportaron como políticos y no apolíticamente, digámoselo tratando de curarles el espanto mojigato que les inspiran las expresiones "política" y "dictadura del proletariado".
Pero la conciencia en la actuación es decisiva en el período crítico de la revolución. Los anarquistas carecían de ella. Teniendo en la mano todo un Estado obrero al que sólo era preciso estructurar mejor, estableciendo una relación democrática entre las masas y los Comités, entre éstos y el Comité Central de Milicias, los anarquistas, humildemente seguidos por el POUM, decidieron dar cuerpo al esqueleto del Estado burgués. El Comité Central de Milicias se convirtió en Gobierno de la Generalidad. Por ese acto, metieron a la revolución en una trampa inmensa de la que resultó la derrota de las masas a manos del Estado burgués así rehecho; de la derrota de las masas resultó la victoria de Franco.
Lo mismo ocurrió en el resto de España, si bien los Comités-gobierno no llegaron a adquirir la importancia que en Cataluña, debido a la oposición premeditada de stalin istas y socialistas, cuando el Gobierno de Caballero estaba en vías de liquidar completamente los Comités, los anarquistas se incorporaron a él. Por el portillo del apoliticismo y la teoría anti-estatal, los dirigentes anarquistas resbalaron hasta la colaboración con el Estado burgués, el peor enemigo de la revolución social. Indudablemente, si los anarquistas hubiesen tratado de aplicar conscientemente la teoría marxista del Estado, habrían podido conseguirlo fácilmente. Las masas la habían aplicado ya rudimen tariamente. Para vencer la resistencia de socialistas y stalinis tas, hubiese bastado que las masas comprendieran que torpedeaban su poder naciente. En lugar de hacérselo comprender los anarquis tas se sumaron a los torpeadores. Las "circunstancias excep cionales" con que han tratado de justificarse, son un ridículo tartamudeo. Precisamente en circunstancias excepcionales es cuando se aplican las ideas revolucionarias. Los anarquistas, puestos ante la alternativa de luchar por un Estado obrero o incorporarse al Estado burgués, eligieron el segundo camino. La única razón seria que puede darse de su comportamiento, son sus ideas, que les impedían distinguir la diferencia entre el estado de una y otra clase y comprender la necesidad de la toma del poder político por el proletariado. Añadiendo una experiencia más a las anteriores, España muestra que el apoliticismo se convierte fácilmente, en las "circunstancias excepcionales" de la revolu ción, en política burguesa.
Cuando la burguesía, por medio del Frente Popular, hubo logrado someter a su disciplina a la CNT, la FAI y el POUM, las organizaciones más susceptibles de ayudar a la toma del poder político por los Comités-gobierno, se inició descaradamente la marcha contra la revolución, empezando por la destrucción de los Comités. El stalinismo desempeñó el papel de director de la orquesta contrarrevolucionaria. Mientras el proletariado estuvo armado y deshechos los restos de los cuerpos coercitivos burgueses, ni él ni la socialdemocracia se atrevieron a abrir la boca para decir que era preciso destruir los Comités, reforzar el moribundo Estado, cesar las expropiaciones y combatir en general todas las medidas revolucionarias que desmentían la teoría de "la democracia de nuevo tipo". La primera preocupación del "Gobierno de la victoria", tenía que consistir en procurarse la fuerza armada necesaria para desarmar a los obreros. Azuzado por el stalinismo, Largo Caballero inició nuevos reclutamientos para las guardias Civil, de Asalto y Carabineros, maquilladas con el nombre de Guardia Nacional de Seguridad. Cuando el Gobierno se creyó bastante fuerte, empezó la ofensiva para desarmar a los proleta rios y los campesinos y liquidar las conquistas socialis tas. En realidad, los contra rrevolucionarios stalinistas y socialistas no eran fuertes sino teniendo la seguridad de que el anarquismo y el POUM no tomarían medidas para impedir su intento. Si una de ellas, o las dos, tras denunciar públicamente lo que se preparaba, llamaba a las masas a destruir los restos del Estado y las instituciones burguesas y a tomar todo el poder político, la maniobra envolvente del "Gobierno de la victoria" habría fracasado y la revolución hubiera seguido el curso que la historia le determinaba. Pero la maniobra stalino-socialista se logró gracias a la colaboración de anarquismo y poumismo. El Estado burgués tuvo armas con que vencer a los obreros y desarmarlos. Entonces, a fines de 1936, descubrió públicamente su juego. Nuestra guerra no era una guerra civil, sino una guerra de "independencia nacional"; en nuestra zona no se aspiraba a la revolución social, sino a una "democra cia de nuevo tipo", es decir a la sociedad burguesa. Las Juventudes Socialistas Unificadas, se reunían bajo la égida stalinista para asegurar a los millonarios de París, Londres y Washington que no eran un partido de clase ni de revolución social. El inmundo Carrillo ratificaba: "Conste que no hacemos una maniobra", mientras Comorera, calificaba de "tribus" a los obreros vencedores de la insurrección fascista y de ladrones a los Comités expropiadores de la burguesía. Poco después las cárceles se llenaban de revolucionarios y centenares de ellos morían asesinados por el stalinismo o por la GPU.
Si las teorías de "la democracia de nuevo tipo" y de "independencia nacional" hubiesen realmente correspondido a la situación y al desarrollo histórico requerido por las condiciones materiales de España y el mundo, el resultado de la derrota de los militares debió haber sido un reforzamiento del Gobierno burgués que pretendía representar esa democracia, y del parlamen tarismo, su expresión. La guerra no podía ser un obstáculo, Durante la revolución francesa, la democracia - entonces sí correspondía al desarrollo histórico - adquirió su máxima amplitud en plena Vendée y cuando la coalición militar amenazaba más gravemente a Francia. Pero no vale la pena detenerse en una refutación. Las consignas mencionadas no estaban deducidas de un análisis cualquiera de la situación, eran invenciones deliberada mente buscadas para combatir la revolución social. Sus padres, stalinianos y socialistas, tenían contra el triunfo del proleta riado poderosos intereses que defender. Los primeros por estar ligados a la burocracia que dirige la contrarrevolución en la URSS; los segundos porque desde 1914 son el apéndice "izquierdista" de la sociedad burguesa. Ambos partidos lo hubiesen perdido todo con el triunfo de la revolución social. La "independencia nacional" y la "democracia de nuevo tipo", palas con que enterraron la revolución expresaban su necesidad y su decisión de mantener el capitalismo. Dentro de él stalinis tas y socialistas pueden aún jugar a la izquierda y al liberali smo; dentro de la revolución triunfante sólo son concebibles como cadáveres políticos.
La revolución española manifestó su carácter socialista de manera mucho más poderosa e inequívoca que la revolución rusa. Kerensky tenía mayor fuerza que la Generalidad, que Giral y que Caballero al principio. Los soviets eran mucho menos generales en Rusia que en España los comités. Allí fueron impulsados por la obra consciente de los bolcheviques, mientras que en España el poder se les vino a las manos automáticamente, porque condiciones materiales y acontecimientos empujaban en sentido socialista. En Rusia, la propiedad fue arrebatada a la burguesía más por iniciativa del poder bolchevique que por las masas; en España las masas mismas se apoderaron de la propiedad y la disputaron obstinadamente al Gobierno cuando este empezó a devolver propiedades a la burguesía o a tomarlas a su cargo en espera de de volverlas. Sólo gente de mala fe o cretinos incu rables pueden negar que estos rasgos de nuestra revolución acusaran su carácter socialista de la manera más incontrovertible que hasta ahora se haya visto. Pero tenemos, además, el resultado de la guerra. Es frecuente, sobre todo en stalinistas y socialis tas, distribuir la responsabilidad de nuestra derrota entre la ayuda de Italia y Alemania a Franco, y la "no interven ción" de las democracias. Si la burguesía mundial, fascista y democrática, hizo cuanto pudo para dar el triunfo a Franco, no menos hicieron los gobiernos del Frente Popular, particularmente el de Negrín. A medida que los señores de la "independencia nacional" y la "democracia de nuevo tipo" iban adquiriendo mayor dominio, había menos democracia, progresaban las tropas de Franco, disminuía la capacidad de lucha de nuestra zona, aumentaba la homogeneidad de la zona dominada por el enemigo, se reducía la solidaridad del proletariado internacional y cundían en los puestos oficiales de nuestra retaguardia el arribismo, la especulación y la inmo ralidad, benévolamente tolerados a cambio de una adhesión a la conducta stalinista de la guerra. Y el día que Negrín pudo declarar que mantenía en España un orden más severo que ningún otro Gobierno en los últimos cincuenta años, el triunfo de Franco estaba asegurado. Orden burgués es siempre, inevitablemente, sinónimo de contra rrevolución.
En suma, al vencer a las fuerzas armadas burguesas, las masas españolas irrumpieron en la revolución social. Ordenándola, desenvolviéndola conscientemente, habrían adquirido su máxima capacidad en todos los órdenes: militar, económico, disci - plinario, de solidaridad internacional; sobre todo, habrían hundido la retaguardia de Franco. Pero los staliniano-socialis tas impusieron a las masas una contramarcha, una reacomodación al capitalismo que desarticuló y rompió finalmente el magnífico impulso del pueblo. El efecto en la conducción de la guerra tenía que ser catastrófico, porque no se hace de un movimiento revolucionario lo que se quiere, sino que se favorece el desarrollo de lo que contiene o se le mata tratando de darle lo que no contiene. Supóngase un embrión humano cuyas condiciones de desarrollo es posible y preciso auxiliar. Cuando el éxito está a la vista, alguien declara, esto no es un embrión humano sino de camello, y le aplica las medidas necesarias al desarrollo del embrión de camello. Indudablemente ese alguien era líder stalinista o socialista, ferviente partidario del Frente Popular y la "democracia de nuevo tipo". Así fu e el efecto ruinoso que su terapéutica política causó en las masas españolas. Junto a ellos, los dirigentes anarquistas y poumistas murmuraban: estamos viendo que no lo es, pero a causa de la guerra y de la situación internacional tenemos que permitir que sea camello.
En el séptimo aniversario del 19 de Julio.
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[1] Gil Robles dejó a sus diputados la libertad de votar la confianza al primer Gobierno del FP. La reacción clerical y filofascista veía en él una garantía de su orden, frente a las masas. (N. del autor)