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Nosotros creemos que el origen de las diferencias que tenemos con la mayoría en todos los terrenos teórico, programático, estratégico y táctico nace de una fundamental: la que mantenemos respecto al método de construcción de nuestras secciones. Los compañeros de la mayoría, entre los cuales se destacan Mandel y Germain con sus trabajos teóricos, plantean una serie de definiciones y tareas que pretenden cambiar las normas leninistas de construcción del partido. Para ellos, el sector esencial sobre el cual debemos volcar nuestra propaganda y agitación, el que define los rasgos fundamentales de nuestra política, es la vanguardia de masas, que existe en todo el mundo. Estas afirmaciones se han transformado en un verdadero principio. [216]
Para asegurarnos el éxito de nuestra estrategia, que consistiría en ganar la hegemonía dentro de la vanguardia, debemos emplear dos tácticas: 1) realizar campañas políticas cuyos ejes estén definidos por las inquietudes de la vanguardia, con la única condición de que dichas inquietudes no se opongan a la lucha de las masas [217] y 2) concentrarnos lo más posible para hacer conocer las acciones ejemplares de la vanguardia [218] . Una vez que hayamos ganado a esa vanguardia de masas, la utilizaremos para dos tareas. La primera, ayudar a los obreros avanzados de los sindicatos a luchar contra la burocracia; la segunda, propagandizar y agitar entre estos obreros la necesidad de que se organicen en comités de fábrica y órganos de poder dual para recibir preparados cualquier oleada futura de luchas masivas generalizadas. [219]
Para completar este esquema, Mandel eleva esta concepción, que al principio aparecía como específica de la actual etapa, al terreno general. Ya no se trata de la función de nuestros partidos en esta etapa y para una región, sino de su carácter para todo el mundo y toda la historia [220] , [221] . Esta concepción no solo se opone a la leninista-trotskista de construcción del partido, sino que no sirve para nada: ni siquiera para ganar a la vanguardia (a lo sumo permitiría que la vanguardia nos gane a nosotros para sus acciones ejemplares).
Para los bolcheviques, las cosas son de otro modo: el partido revolucionario tiene que ganar la hegemonía política en la clase obrera y el movimiento de masas. Esto se consigue trabajando sobre ellos, con una política que se plantea para que ellos la tomen. Sólo cuando esto ocurre se puede derrotar a la burocracia. Y así solamente el partido gana su derecho histórico a ser considerado el partido revolucionario, la vanguardia de la clase obrera en la lucha contra el capitalismo.
Por la forma en que están planteadas las cosas, es evidente que el punto de partida de esta discusión es una definición precisa de lo que es la vanguardia, qué papel cumple y cuáles son sus relaciones con el partido bolchevique. En el trabajo que citamos más arriba, [222] Mandel, adelantándose a las conclusiones del documento europeo, trató de dar una interpretación teórica sobre el nuevo papel del partido bolchevique y el de la vanguardia. En este cuadro que resume toda su concepción señala que hay tres segmentos fundamentales en la formación de la conciencia de clase: las masas, que avanzan de la acción a la experiencia y de allí a la conciencia; los obreros avanzados, de la experiencia a la conciencia y de la conciencia a la acción; y el núcleo revolucionario, de la conciencia a la acción y de allí a la experiencia:
A continuación, Mandel dice que, invirtiendo este esquema, se obtiene la siguiente imagen (?) de la cual se pueden sacar conclusiones prácticas (?). He aquí esa imagen reveladora:
Nos detendremos primero en la cuestión de los tres sectores: las masas, los obreros avanzados (vanguardia) y el partido.
En el marxismo utilizado por Marx hay estructuras (las clases) y superestructuras (las ideologías y las instituciones). Las masas están en la estructura y el partido revolucionario en la superestructura. La clase obrera, las masas y la sociedad en su conjunto, tienen superestructuras que son de dos tipos: objetivas y subjetivas. Las objetivas son las instituciones y las subjetivas las ideologías y las conciencias. Un sindicato, un periódico obrero, un partido, un soviet, una publicación nacionalista, son superestructuras institucionales, objetivas, de la clase o del movimiento de masas. Los partidos comunistas y socialistas también. La conciencia sindicalista y reformista forman parte de la superestructura ideológica, subjetiva, de la clase obrera. Como son ideologías burguesas, son falsas conciencias obreras. La ideología trotskista es la conciencia verdadera de la clase obrera y forma parte de la superestructura ideológica o subjetiva. El partido trotskista es la forma objetiva de esa ideología y, por lo tanto, forma parte de la superestructura institucional de la clase obrera.
En la lucha por ganar a la clase obrera y al movimiento de masas, todas estas instituciones e ideologías se combaten encarnizadamente unas a otras. Esto es muy claro. Resumiendo, vemos que hay dos segmentos fundamentales: la estructura y la superestructura. 0, dicho de otra forma, las clases por un lado y las instituciones e ideologías por otro. Mandel, que habla de tres, parte de un hecho cierto, evidente: existe una numerosa vanguardia. Pero con nuestro esquema no tenemos dónde ubicarla; no es ni una clase ni una institución. ¿Es necesario entonces revisar el marxismo? Es decir, ¿existe una tercera categoría? ¿O la vanguardia se ubica en la estructura, junto a la clase obrera y el movimiento de masas? ¿O se ubica en la superestructura, junto al partido?
Todo el trabajo teórico de Mandel se debate en este problema irresoluble. Consciente de que tiene que dar una definición que justifique plenamente el descubrimiento de esta tercera categoría, dice: La categoría de obrero avanzado parte de la estratificación objetiva inevitable de la clase. Es un resultado de su origen histórico distinto, así como de la diferente posición en el proceso social de producción y su diferente conciencia de clase. [223]
Pero esta definición no soluciona ningún problema. Si el elemento decisivo es la estratificación objetiva dentro de la clase, la vanguardia forma parte de ella, vale decir de la estructura.
Y si se define por su diferente posición en el proceso social de producción, quiere decir que- aunque sigue siendo parte de la estructura, es otra clase. Finalmente, si se define por su diferente conciencia de clase forma parte, junto al resto de las conciencias, de la superestructura.
Esta contradicción se agudiza cuando Mandel nos describe al obrero avanzado (o vanguardia). Aquí resulta que esta nueva categoría tiene una esencia francamente sorprendente. Es aquella parte de la clase trabajadora que se encuentra involucrada ya en un grado más alto que las luchas esporádicas y que ha alcanzado ya el primer nivel de organización y lo que la distingue de las masas es el hecho de que ni aun durante el período de calma abandona el frente de la lucha de clases, sino que continúa el combate, por decirlo así, con otros medios. Intenta solidificar los fondos de resistencia formados durante la lucha en fondos de resistencia permanentes, o sea, en sindicatos. Pu blicando periódicos obreros y organizando grupos de educación para éstos, tiende a cristalizar y a elevar la conciencia de clase creada durante la lucha. Por lo tanto, ayuda a darle forma al factor continuidad, oponiéndose a la necesaria discontinuidad en la acción de las masas, y al factor conciencia, oponiéndose al espontaneísmo que lleva consigo el movimiento de masas. [224]
¿Qué tiene que ver todo esto con orígenes históricos distintos diferentes posiciones en el proceso social de producción y estratificación de clase? Un militante sindical de los mineros ingleses cumple parte de los requisitos que le pide Mandel para ser considerado obrero avanzado : ha alcanzado el primer nivel de organización, no abandona el frente de la lucha de clases en los períodos de calma, publica periódicos, tiende a cristalizar y elevar la conciencia, se opone al espontaneísmo y ayuda al factor continuidad. Pero no cumple los otros requisitos: no tiene un origen histórico distinto al de los mineros ingleses, no está ubicado en ninguna estratificación de clase, ni ocupa una diferente posición, en el proceso de producción.
A la inversa, los técnicos proletarizados de la industria automotriz norteamericana que sí cumplen estos tres últimos requisitos (tienen un origen histórico distinto al de la clase obrera yanqui, ocupan -relativamente- un papel distinto en la producción social y están particularmente estratificados dentro de la clase obrera), no cumplen los otros, por lo menos en Detroit, donde la vanguardia indiscutido (los obreros avanzados) han sido los obreros negros, que prácticamente se insurreccionaron hace pocos años. Actualmente ocurre lo mismo con los obreros inmigrantes en la Renault francesa.
Mandel no tiene ninguna forma de salir de esta contradicción, y mezcla lo cuantitativo con lo cualitativo en forma inexplicable. Si la definición es cuantitativa, vanguardia son los obreros más conscientes, los más luchadores, los más inteligentes de la clase obrera. Vale decir, forman parte de una estructura (la clase obrera) donde se diferencian del resto de sus compañeros por ser más en algún sentido. Si la definición es cualitativa, es decir, los que continúan el combate, los que publican periódicos, los que han alcanzado un primer nivel de organización, entonces la vanguardia se ubica en la superestructura. La contradicción es de hierro y no se puede salir de ella por mas que se quiera formular una definición diferente, confirmando así al marxismo en que hay sólo dos categorías, no tres.
Pero, entonces: ¿cómo definir a la vanguardia? Si lo quisiéramos hacer con ayuda de la lógica dialéctica, diríamos que la vanguardia es un fenómeno, no un existente (un ser), es decir que, a diferencia de las clases y superestructuras, no tiene una existencia permanente durante toda una época. Los sectores que en la lucha están al frente, son la vanguardia. Es un término relativo; su mismo nombre indica que existe una retaguardia. En un sentido general, el partido es vanguardia de la clase obrera; la clase obrera es vanguardia de la sociedad toda. Si vamos a ejemplos concretos, en Francia en 1936 el movimiento obrero fue la vanguardia, pero en 1968 lo fue el movimiento estudiantil. En Argentina, desde 1955 hasta 1966 lo fueron los obreros metalúrgicos, en 1968 los estudiantes, a partir de 1969 los obreros de la industria automotriz. En Perú, bajo la dirección de Hugo Blanco, fueron vanguardia los campesinos; durante la presidencia de Velasco Alvarado lo fueron los docentes.
No es casual que Germain, contradiciendo en cierto modo sus Propias definiciones, se refiera sólo a la vanguardia obrera, porque allí es donde se hace más evidente que ésta no se define por estratificaciones, ni por niveles de conciencia y de organización, sino por el papel que cumple en una determinada lucha. El carácter de fenómeno además, puede manifestarse dentro de una misma lucha: en el Cordobazo el papel más avanzado lo cumplió al comienzo el estudiantado, luego el movimiento obrero y el gremio automotriz En las luchas del proletariado francés después de la Revolución Rusa, hubo una vanguardia como Thorez y Marty que luego, en 1936, se hallaba a la retaguardia. Podríamos decir que cada ascenso o lucha tiene su vanguardia: existió la de los IWW o la del PS norteamericano y también la que dirigió las luchas de la CIO; de la primera surge un Cannon, de la segunda un Farrell Dobs; de la estudiantil del 68 de la que ya hablamos, son Krivine, Dutschke y Cohn Bendit; de las nacionalidades oprimidas, Malcolm X.
Recapitulando, podemos decir que la vanguardia es propia de cada lucha; que en una misma lucha diferentes grupos pueden alternarse en ese papel; que un sector que hoy es vanguardia mañana no sólo puede dejar de serlo, sino que hasta puede convertirse en retaguardia. El destino de las vanguardias es ser absorbidas por la clase o ser asimiladas por la superestructura.
Por ejemplo, si alguna de ellas hace permanente su actividad, creando una ideología y construyendo una- organización. Pasa a formar parte de la superestructura. A veces son absorbidas por algunos de los partidos u organizaciones de masas existentes. Thorez se hace stalinista, Reuther burócrata (igual que Lechín en Bolivia o Vandor en la Argentina); Cohn Bendit dedica al cine y Krivine a construir el partido trotskista en Francia. Otros grandes sectores de la vanguardia, al abandonar la lucha, vuelven a confundirse con su clase, con lo cual siguen en la estructura.
El esquema de Germain, que intenta aprisionar a la vanguardia en una categoría, en lugar de definirla, hace que se pierda para nuestra comprensión. Al ignorar, los aspectos desigualmente desarrollados que se combinan para dar lugar a este fenómeno, revisa completamente el materialismo histórico. Pero éste no es el único defecto de su invento.
Germain no lo sabe. Y, efectivamente, este es otro error y mucho más grave que el anterior. Parece que para Mandel y Germain las organizaciones stalinistas y socialdemócratas no tienen nada que ver con el partido revolucionario; es más, parece que no existen. Esto se debe a que Mandel-Germain cree que nuestra lucha fundamental es contra la falsa y atrasada conciencia de la clase obrera y las masas, lo cual es correcto sólo en un sentido general. Porque la falsa conciencia no está formada simplemente por las ideas incorrectas que tienen en su cabeza la gran mayoría de los individuos miembros de la clase obrera o el movimiento de masas, sino que se expresa en instituciones fortísimas, objetivas, las grandes organizaciones reformistas. Ellas captan y organizan a los trabajadores, los educan en esa falsa conciencia, imprimen periódicos para propagandizarla, emplean métodos burocráticos y gangsteriles para defenderla. Nuestra lucha contra esas falsas conciencias no es una intervención quirúrgica ni una sesión de psicoanálisis para extraer de la mente de cada uno de los obreros las ideas equivocadas. Es una lucha a muerte contra las organizaciones que las sostienen, contra su ideología, contra sus métodos y, fundamentalmente, contra su política.
¿Podemos ignorar estas organizaciones en un esquema de la relación de nuestros partidos con el movimiento obrero y su vanguardia? ¿Existe realmente esa relación pura partido-vanguardia-masas? De ninguna manera; nuestra relación con la clase obrera es una relación de superestructura revolucionaria a estructura de clase. Y la vanguardia no es el único mediador, porque entre nosotros y la clase obrera están otras superestructuras, los partidos obreros, los sindicatos y otros organismos de clase, los cuales generalmente son reformistas y a veces ultraizquierdistas. Esto vale también para nuestra relación con el movimiento de masas. Por eso nuestros partidos no pueden darse una política para la clase obrera y para ganar a su vanguardia, sin darse una para los sindicatos, los partidos comunistas, los socialdemócratas, los comités de fábrica. No estamos diciendo solamente que no se puede ignorar a las organizaciones reformistas y burocráticas, si no que hay que destruirlas. Trotsky dijo: La clase de por sí no es homogénea. Sus diferentes sectores adquieren conciencia por vías distintas y con ritmos distintos. La burguesía participa activamente en este proceso. Crea sus propios organismos dentro de los trabajadores o utiliza los ya existentes oponiendo unos sectores obreros a otros. En el seno del proletariado actúan diferentes partidos. [225]
Sus tendencias subjetivistas y fenomenológicas llevan a Mandel-Germain a olvidar que uno de nuestros principales objetivos, si no el principal, es barrer a las direcciones y partidos oportunistas de la dirección del movimiento obrero. Como no ve este obstáculo para el desarrollo de la conciencia de clase que son los partidos contrarrevolucionarios, descubre algo asombroso: que lo que hoy estorba a la clase obrera para poder adquirir una conciencia política de clase es, sobre todo, la influencia constante del consumo y la mistificación ideológica de la pequeña burguesía y de la burguesía. Y es por eso que, para Mandel-Germain, el proceso de abrir los ojos hacia la ciencia social crítica puede jugar un verdadero papel revolucionario en el nuevo despertar de la conciencia de clase entre las masas. [226]
¿Así que ahora nuestra lucha principal es contra la influencia constante del consumo y la mistificación ideológica de la pequeña burguesía y debemos abandonar la que siempre hemos sostenido contra las direcciones traidoras y reformistas del movimiento de masas? ¿Así que ésta es la mejor manera de que las masas logren una conciencia de clase? Nosotros, arqueotrotskistas, vamos a seguir en la misma, pero además, para combatir a esas direcciones, en lugar de abrir más los ojos hacia la ciencia social crítica, vamos a usar una política , la trotskista, contra la stalinista y la socialdemócrata.
Del esquema mandeliano según el cual las masas, la vanguardia y el partido, recorren diferentes y difíciles caminos para llegar a la conciencia, a la acción o a la experiencia, ya hemos eliminado a la vanguardia, dado que por tratarse de un fenómeno su desarrollo no puede seguir ninguna secuencia previsible. Sólo faltaría agregar que, mientras cumple su papel de vanguardia, cualquier sector sigue en ese momento las mismas leyes de desarrollo que el propio movimiento de masas y el partido, aunque en forma contradictoria. Para los marxistas, lo espontáneo es la forma embrionaria de lo consciente. Es decir que acción, experiencia y conciencia son partes de una totalidad que se da en todos los niveles, desde el partido hasta las masas. El elemento determinante de esa totalidad son las acciones del movimiento de masas.
No vemos por ningún lado esa acción sin conciencia que le atribuye Mandel a la clase obrera y a las masas. Al contrario, creemos que no existe ninguna acción sin conciencia previa. El régimen capitalista e imperialista, con sus infamias, provoca cambios en la conciencia de las masas (odio, rechazo, indignación, etcétera), que son previos a toda acción. Si existiera una secuencia podríamos decir que es la siguiente: la realidad objetiva de la sociedad burguesa hace impacto en la conciencia de las masas y esto provoca sus acciones. Pero esa realidad objetiva impacta a través de una experiencia, la. de sufrir la explotación. Por ejemplo: el patrón explota al obrero (realidad objetiva del régimen capitalista); éste sufre la explotación (hace la experiencia de ser explotado); siente deseos de cambiar su situación (llega a la conciencia de que debe luchar contra el patrón); se lanza a la lucha (pasa a la acción).
De todos modos, esta secuencia no es más que un esquema porque el obrero contemporáneo, por ejemplo, antes de salir a la lucha, va al sindicato; es decir que su experiencia no parte de cero, puesto que se apoya en la de camadas anteriores de obreros y no necesita ni repetir exactamente la de ellos ni reinventar el sindicato ante cada lucha. Ya sabe hasta cierto grado lo que es una huelga, una ocupación, una manifestación, un petitorio y es consciente de esa experiencia.
. Mandel podría decirnos ahora que la clase obrera no aprende más que por sus acciones. Esto es cierto, pero no contradice lo anterior; no quiere decir que la clase obrera efectúe acciones sin conciencia. Las acciones del movimiento de masas encadenan distintos niveles de conciencia y experiencia, hacen que cada una tenga siempre como punto de partida un determinado nivel, que desembocará en otro superior, el cual a su vez será punto de partida de nuevas acciones.
Dentro de la conciencia de la clase obrera y las masas explotadas, hay una lucha entre concepciones falsas y verdaderas. Por ejemplo, un obrero socialdemócrata que odia al fascismo, lo considera su peor enemigo y quiere la unidad obrera para luchar contra él, pero, al mismo tiempo, confía en su dirección burocrática y reformista. Respecto al fascismo tiene una conciencia verdadera; respecto a su dirección, y por consiguiente a la forma de luchar contra el enemigo, una falsa. Aquí, como en todo conocimiento, el papel de la práctica es decisivo. Sólo la práctica puede afirmarlo en su conciencia de clase o atacarle su falsa conciencia; sólo la práctica podrá permitirle superar lo falso y afirmar lo verdadero, para llegar a un nuevo nivel de conciencia, que- tendrá nuevas contradicciones siempre superables a través de nuevas acciones. Pero decir que la práctica es el factor determinante en el camino hacia la conciencia de clase, no quiere decir que el camino comience por allí.
Mandel podría insistir en que, de todos modos, estamos de acuerdo con él en que la acción es la única que lleva a la conciencia de clase y que, por lo tanto, respecto a este punto no tenemos diferencias. No es cierto- tenemos dos y fundamentales. La primera es que Mandel habla de un nivel de conciencia desconocido y nosotros de la conciencia de clase, que todos sabemos lo que es. Para él, cada sector llega a un diferente nivel (por ejemplo, la vanguardia a una conciencia empírica y pragmática) y sólo el partido revolucionario llega a la conciencia de clase (que para Mandel es científica y no política). La segunda diferencia es que para nosotros la conciencia de clase se logra justamente a través de un factor superestructuras, el partido revolucionario, y no a través de las meras acciones y experiencias del movimiento obrero.
Las masas no llegan automáticamente a la conciencia de clase, a la conciencia universal e histórica. Podríamos decir que el movimiento de masas se acerca a ella asintóticamente, es decir que en cada etapa está más cerca de ella, pero nunca la alcanza por sus propios medios. El partido es el único que puede hacer que esas dos líneas, cada vez más cerca una de la otra, dejen de ser asíntotas; que el movimiento de masas se confunda con la conciencia política de clase.
La concepción mandelista es la posición típica de los intelectuales anticonformistas existencialistas y fenomenólogos europeos de la posguerra, uno de cuyos clásicos exponentes es Sartre. Significa la negación del hombre y, en este caso, del carácter humano del movimiento de masas y de la clase obrera, porque el hombre se distingue de los animales por ser consciente, en distintos grados, de sus acciones.
El partido cumple con las mismas leyes que el movimiento de masas pero a un nivel cualitativamente superior. La conciencia del partido revolucionario no es más que la experiencia histórica del movimiento obrero y de masas. En vez de arrancar de una conciencia y experiencia parciales y limitadas, el partido arranca de la conciencia y experiencia históricas y universales. Para extraerlas, utiliza una serie de ciencias combinadas en una -el marxismo-, las eleva a conciencia histórica, universal y abstracta, y la transforma en un programa, político marxista.
Para Mandel, la categoría de partido revolucionario surge del hecho de que el socialismo marxista es una ciencia, que, en último análisis, puede ser asimilada completamente sólo en forma individual y no de manera colectiva. [227] Y esto es así porque El marxismo constituye la culminación (. . . ) de por lo menos tres ciencias sociales: la filosofía clásica alemana, la economía política clásica, y la ciencia política francesa clásica (el socialismo y la historiografía franceses) [228] y su asimilación presupone, por lo menos, un entendimiento de la dialéctica materialista, del materialismo histórico, de la teoría económica marxista y la historia crítica de las revoluciones y del movimiento obrero modernos. [229]
Esto quiere decir que elevarse a la conciencia de clase es llegar a la comprensión teórica, científica y global del marxismo como ciencia; manejar la dialéctica, la sociología, la economía y la historia marxistas. Por eso sólo puede ser asimilada en forma individual y no colectiva; es decir, por eso sólo una ínfima minoría científica puede llegar a ella. Es la concepción más derrotista que nos podamos imaginar; es en realidad una tarea imposible de cumplir para el movimiento obrero. Si pretendemos expulsar de la conciencia de los trabajadores toda la basura ideológica acumulada por la burguesía y la burocracia, y reemplazarla por la ciencia marxista (la ciencia social crítica) no debemos construir un partido, sino pedirle al imperialismo que nos subvencione una universidad con capacidad para cientos de millones de trabajadores de todo el mundo, con becas para que todos puedan concurrir. Como Mandel ve que esto es imposible, se conforma con decir que sólo una pequeña minoría de individuos puede elevarse a la conciencia de clase.
Esto le crea el problema de qué hacer con esas masas que son incapaces de adquirir la conciencia de clase. Mandel-Germain resuelven este problema liquidando al partido como partido político revolucionario y dando gran importancia, en su lugar, a un sector social específico, la intelectualidad técnica. Ella tendría, según Germain, la posibilidad de su participación masiva dentro del proceso revolucionario y en la reorganización de la sociedad, que llevará a los estratos desesperados y críticos de la clase obrera lo que ellos no pueden llevar a cabo, debido al estado fragmentado de su, conciencia: el conocimiento científico y la conciencia que les posibilitará reconocer la verdadera faz de la escandalosamente velada explotación, y de la opresión disfrazada a que son sometidos. Es decir que esta intelectualidad, que se vuelve revolucionaria como sector social, no como parte de la militancia del partido, tiene en sus manos la tarea de despertar la conciencia de clase. Y la principal tarea del partido revolucionario, puesto que la fundamental quedó en manos de la intelectualidad, será la de asesorar teóricamente a esa intelectualidad técnica, dándole cursos de ciencia social crítica mandeliana. Con lo cual el papel de esta ciencia social crítica es decretar la muerte del partido bolchevique. Con esto Mande 1, entre otras cosas, da argumentos a la acusación que permanentemente hace la burguesía al movimiento de masas revolucionario: que es una masa inconsciente arrastrada y engañada por un puñado de agitadores que ocultan sus fines políticos.
Para Mandel, la clase obrera no puede reproducir en forma masiva ningún conocimiento y esto equivale a decir que la sociedad en su conjunto no avanza en el conocimiento. El cree que así como, sólo los individuos asimilan él socialismo científico, sólo los individuos son capaces de asimilar y reproducir los conocimientos acumulados por la humanidad desde la prehistoria hasta nuestros días. Lo que está haciendo Mandel es confundir la parte concreta de los conocimientos (es decir, los resultados) con su elaboración. Pero la sociedad (o la clase obrera o cualquier otro sector de ella) avanza incorporando los resultados científicos, no los métodos de investigación que llevaron a esos resultados. Negar esto sería lo mismo que decir que un individuo que no ha estudiado medicina y farmacopea no sabrá utilizar la aspirina. Sin embargo, hace muchos años que la humanidad hace uso de la aspirina para quitarse el dolor de cabeza con buenos resultados.
Lo que hace Mandel es elaborar dos tipos de conciencia: la de la vanguardia, que es empírica y pragmática y la conciencia de clase que es científica global, o sea la de la comprensión teórica. Esto significa que la conciencia política, el programa, no existen en esta moderna fenomenología de la clase obrera. Para Mandel el hecho de que el obrero esté o no de acuerdo con el programa del partido revolucionario, no tiene nada que ver con su nivel de conciencia; no significa que se haya elevado a la conciencia de clase. Para Trotsky, en cambio, no se pueden formular los intereses de clase de otro modo que por medio de un programa, como tampoco se puede defender un programa de otro modo que creando un partido.
La clase, tomada en sí, no es más que terreno para la explotación. El rol del proletariado comienza en el momento en que de clase social en sí , deviene clase política para sí. Esto sólo puede lograrse por medio de un partido. El partido es esa herramienta histórica con la que la clase adquiere su conciencia...
El desarrollo de la conciencia de clase, es decir, la construcción de un partido revolucionario que arrastre tras de sí al proletariado, es un proceso complicado y contradictorio. [230]
Como vemos, para Trotsky el desarrollo de la conciencia de clase es un proceso objetivo.
La categoría de partido revolucionario surge del hecho de que el marxismo, como partido, es un programa. Imaginemos un supuesto partido integrado por grandes intelectuales que manejan a la perfección los aspectos científicos del marxismo, pero no se preocupen por formular un programa político, ni por trabajar con 61 sobre el movimiento de masas. ¿Es ése un partido revolucionario? No. Un partido revolucionario es, evidentemente, aquél en el cual algunos compañeros entienden a fondo el marxismo y colaboran con la inmensa mayoría de trabajadores que militan en él, para formular un programa político correcto y llevarlo a la práctica.
Entre el programa del partido y la ciencia marxista hay una relación dialéctica: sin teoría (ciencia) marxista no se puede elaborar un programa revolucionario. También hay una relación dialéctica entre ese programa y las acciones de las masas: si no parte de las acciones de las masas, el programa no puede ser revolucionario. Y también hay una relación dialéctica con la actividad del partido: sin un partido que lo lleve a la práctica ningún programa es, por sí mismo, revolucionario. Todos estos elementos confluyen para lograr esa realidad concreta que es el partido revolucionario con su programa. Y este partido es el más alto grado de desarrollo de la conciencia de clase proletaria, como diría Mandel. Por eso décimos que Mandel, al magnificar una parte esencial del partido revolucionario, la ciencia marxista, cae en una desviación cientificista intelectual acerca del papel del partido y de la conciencia de clase. La conciencia de clase es la transformación de la clase social en sí, en clase política para sí según Trotsky. Para Mandel, siguiendo su razonamiento, la conciencia de clase debería ser la transformación de la clase obrera en conciencia científica y no en conciencia política, como para Trotsky. Y esto es una barbaridad. Es suficiente con que sectores masivos de la clase obrera apoyen políticamente al partido marxista para que se hayan elevado a la conciencia de clase. Es suficiente con que individuos o sectores de la clase se incorporen al partido y acepten su programa y estatutos, para que sean la máxima expresión de la conciencia de clase. Esto es así aunque las masas que apoyan políticamente al partido y los individuos o sectores que se incorporan a él aceptando sus estatutos y programa, no sepan ni una sola palabra de filosofía, economía o sociología marxista, es decir que no hayan asimilado completamente al marxismo como ciencia. Este fue el criterio clásico de Lenin y Trotsky. Como vemos, mucho menos exigente que el de Mandel.
La conciencia de clase significa que los obreros sepan que la sociedad sufre un cáncer, el régimen capitalista e imperialista, y que el único remedio para ese cáncer es nuestro programa y nuestro partido. Este conocimiento, como lo señalaba Trotsky, puede y debe ser adquirido en forma masiva y no individual por el movimiento obrero y de masas. Y el movimiento obrero y de masas adquiere este conocimiento confrontando en el transcurso de sus acciones las diferentes políticas que le plantean los distintos partidos que existen en su seno. Si existe un partido revolucionario que da la política correcta (es decir, la que responde a los intereses históricos e inmediatos de la clase obrera) en cada una de las luchas, el movimiento obrero y de masas lo reconocerá como su Partido y se habrá elevado a la conciencia política de clase. Si este partido no existe, no podrá hacerlo. El papel de marxismo como ciencia es transformar los intereses históricos e inmediatos de la clase obrera en un programa de movilización, vale decir en una respuesta política para cada lucha real del movimiento de masas, que tienda a elevar esa lucha hacia la toma del poder. Y de esta manera ganar a. las masas para nuestro programa y nuestro partido, liquidando a sus direcciones traidoras y oportunistas.
Si para Mandel la ciencia social crítica cumplía el papel de despertar la conciencia de clase, para su discípulo Germain, el análisis cumple uno todavía más revolucionario, puesto que es siempre el de cambiar las condiciones en favor de la revolución proletaria, no el de adaptarlas a la situación dada. [231]
Esta peligrosa afirmación confunde lo que es un análisis con la política marxista, (de la misma manera que antes Mandel confundía lo que es ciencia marxista con programa y partido revolucionario). Una leve diferencia con la opinión de Lenin, para quien el marxismo busca realizar un análisis estrictamente exacto y objetivamente verificable de las relaciones de clase y de los rasgos concretos propios de cada momento histórico. [232]
Es decir, estudiar cuidadosamente la realidad para descubrir las tendencias hacia la revolución proletaria y las que se le oponen y las relaciones entre ambas. Esto es, nada menos, que la caracterización del momento histórico dado. Y es la base científica de la que habla Lenin, necesaria -no como cree Mandel para blandirla contra la realidad y cambiarla- sino solamente para forjar la herramienta con que la cambiaremos. Esa herramienta es la política decía Lenin. Y en particular nos referimos a la política del partido hacia las masas para imponer un cambio revolucionario.
El objetivo del análisis es profundizar una y otra vez el estudio de una determinada situación, para elaborar las consignas correctas que pueden fortalecer las tendencias revolucionarias y las que tratarán de destruir a las contrarrevolucionarias.
Pero el análisis no cumple para nada el objetivo de cambiar las condiciones existentes en favor de la revolución proletaria. Ese objetivo lo cumple la política. Análisis y política están, pues, íntimamente unidos aunque no son lo mismo. No podemos darnos una política revolucionaria si no partimos de un análisis y caracterización científicos de la realidad. Al mismo tiempo, nuestro análisis no sirve para nada si no deviene en una política para cambiar esa realidad.
Veamos un ejemplo. Análisis : el movimiento obrero está en ascenso; tiene a su frente a los socialdemócratas y stalinistas; la burguesía está en crisis; existe un gobierno débil que se ve obligado a dar libertades democráticas y a hacer concesiones al movimiento obrero; un sector de la burguesía prepara un golpe de estado fascista; la clase media está dividida: un sector tiende a dejarse arrastrar por el fascismo y otro por el movimiento obrero; nuestro partido no tiene influencia de masas pero es reconocido por sectores de vanguardia. Caracterizacion : estamos en una situación prerrevolucionaria que desembocará en la revolución obrera o en la contrarrevolución fascista; hacia la revolución obrera empuja el ascenso de la clase, la radicalización de un sector de la pequeña burguesía y la existencia de nuestro partido; hacia la contrarrevolución empujan la burguesía y el imperialismo, la clase media de derecha y la política traidora de las direcciones oportunistas del movimiento de masas; sólo si desplazamos a estas direcciones y ganamos la dirección del movimiento de masas la situación desembocará en la revolución obrera. Política : hay que unificar al movimiento obrero en un frente contra el fascismo y empezar a plantear el armamento de los organismos de masas, denunciando las vacilaciones y traiciones de las direcciones reformistas; en esta tarea debemos ganar al movimiento de masas; hay que realizar un trabajo sobre la base del ejército; hay que levantar un programa que contemple también las necesidades de la pequeña burguesía para arrastrarla hacia la revolución obrera; debemos trabajar en las organizaciones del movimiento obrero y de masas levantando las consignas que surgen de los puntos anteriores: Unidad de todas las organizaciones obreras y partidos obreros y populares contra el fascismo; destacamentos armados de los sindicatos y soviets (si los hay); derechos democráticos para los soldados y suboficiales, etcétera.
Para formular nuestra política, lo primero que hacemos es definir con todo cuidado la etapa de la lucha de clases por la que atraviesa un país, un continente, el mundo, un gremio, una fábrica o, inclusive, un colegio o una facultad. La base para el análisis y la caracterización marxista es la situación de la lucha de clases. Vale decir que se trata, antes que nada, de un análisis estructural, que debe responder a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la relación de fuerzas entre las clases en la situación que queremos caracterizar? Sobre esta base se incorporan los elementos superestructurales: situación de los partidos políticos, de los sindicatos y otros organismos de masas, de las distintas tendencias existentes en su interior, etcétera. La relación de fuerzas general entre las clases se expresa en el tipo de régimen que existe en cada etapa. Un cambio general en la relación de fuerzas (es decir de etapa ) se transforma a corto plazo en un cambio de régimen.
Dentro de estas etapas hay momentos en que una clase toma la ofensiva y momentos en que la toma otra clase; dentro de una misma clase distintos sectores pueden estar a la ofensiva en cada momento; sectores de una misma clase pueden a veces luchar entre sí. Además, están las superestructuras de las diferentes clases, y el estado, que tienen cierta autonomía respecto al movimiento de las clases, lo que provoca situaciones contradictorias base-superestructura (como dando el movimiento obrero se orienta a la revolución y los partidos obreros se orientan cada vez más hacia la derecha). Todos estos vaivenes que se dan dentro de una etapa pueden determinar subetapas, que debemos precisar cuidadosamente.
Trotsky ha dicho que hay, en general, cuatro tipos de etapas, que reflejan cuatro estadios en el proceso de 1a lucha de clases: contrarrevolucionarios, no revolucionarios, prerrevolucionarios y revolucionarios. Los gobiernos reflejan de una manera no mecánica las características de la etapa, y en ellos se resumen todas las contradicciones. Existen gobiernos fascistas, bonapartistas, semibonapartistas, democráticoburgueses, kerenskistas. kornilovianos. En los paises atrasados, según Trotsky, se dan gobiernos bonapartistas sui generis , que son los que, sin dejar de ser burgueses, enfrentan o resisten a alguna potencia imperialista para lo cual tiende a apoyarse en el movimiento de masas u obrero o, por el contrario, aplastan a lops trabajadores como sirvientes del imperialismo.
La existencia de estos diferentes tipos de gobierno, inclusive a veces para una misma etapa, obedece a que, como toda superestructura, reflejan no sólo la relación fundamental explotadores-explotados, sino todas las otras contradicciones y combinaciones de clases o sectores de clases. Siguen siendo, todos ellos, gobiernos burgueses, pero algunos se apoyan en la clase media de las ciudades, otros se ven obligados a apoyarse en el campesinado o en los partidos de la clase obrera; en algunos tiene más peso el aparato burocrático-militar del estado que en otros, etcétera. De estas diferentes combinaciones, surgen diferentes tipos de gobierno, que reflejan situaciones particulares de la lucha de clases. Pero todos estos gobiernos están determinados por las características especiales de la etapa y por el régimen. En una etapa prerrevolucionaria, puede haber un gobierno democrático-burgués o uno kerenskista, pero no puede haber un gobierno fascista; en una etapa contrarrevolucionaria puede haber un gobierno fascista o uno bonapartista, pero no puede haber un gobierno democrático-burgués.
Este método, que consiste en definir las etapas y regímenes por la situación de la lucha de clases y los gobiernos por la combinación concreta de sectores sociales y superestructuras que expresan, era el de nuestra Internacional en las buenas épocas del arqueotrotskismo. Nuestra política comenzaba por el intento serio, tenaz, cuidadoso y científico, de definir la etapa que atravesábamos y el gobierno que soportábamos en cada momento. Pero, desde que la mayoría predomina en la dirección de nuestra Internacional, ese método se ha abandonado. Nuestros análisis se hacen ahora únicamente en base a las relaciones existentes dentro del movimiento obrero y muy especialmente, casi exclusivamente, a la situación de la vanguardia. Del resultado de semejantes análisis surge una política cuyo objetivo ya no es dirigir correctamente a las masas en las situaciones que deben enfrentar sino impactar a la vanguardia. De ahí el desprecio por el método científico que ha elaborado el trotskismo.
Antes, hubiéramos discutido meses enteros si la definición del gobierno de Banzer como fascista que hace el compañero González Moscoso era correcta o no. ¿Por qué? Porque sólo poniéndonos de acuerdo en eso podíamos ponernos de acuerdo en la política a seguir. Actualmente, los compañeros de la mayoría están de acuerdo en la política y estrategia del POR(C) para Bolivia, sin estar de acuerdo, aparentemente, en la definición del gobierno, pues González dice que es fascista y Germain lo califica de reaccionario. Esto podría ser una casualidad, pero desgraciadamente, es la regla. Los compañeros de la mayoría decían que la política del ERP y del PRT(C) era un ejemplo (o sea que la aprobaban con elogios), pese a que el PRT(C) había definido la situación argentina como de guerra civil Y los compañeros del SU como prerrevolucionaria.
Parece imposible que se pueda coincidir en una política a partir de caracterizaciones de la situación real diametralmente opuestas. Y en realidad lo es. Pero lo que ocurre es que los compañeros de la mayoría no parten del análisis de la situación de la lucha de clases, sino que hacen casi al revés: formulan una estrategia de acuerdo a los fenómenos internos al movimiento obrero y de masas y luego inventan un análisis de la realidad que se acomode a esa estrategia y la justifique.
En otra época, el sector al que le dieron importancia fundamental fue el de las organizaciones burocráticas del movimiento obrero, en especial a los partidos comunistas. Entonces formularon una estrategia dirigida a ese sector: la del entrismo sui generis. Para justificarla, empezaron por asegurar que la guerra mundial era inevitable y que los partidos comunistas se verían obligados a encabezar la lucha de las masas, con el consiguiente surgimiento de tendencias centristas que dirigirían toda una etapa de la revolución.
No hubo guerra mundial ni surgieron las tendencias centristas, pero se fueron inventando nuevos análisis de la realidad para seguir justificando esa estrategia decenal. Ya hemos visto el último de ellos, que nos dice que la estrategia del entrismo sui generis se adoptó porque se previó que . . . el proceso de radicalización (...) se produciría esencialmente en el seno de las organizaciones de masas tradicionales [233] . Y también hemos visto que, como lo demostró el fenómeno castrista y guevarista, no fue así.
La política del IX Congreso para América Latina es otro buen ejemplo de este método. Los camaradas de la mayoría no tomaron en cuenta para nada el análisis marxista de la lucha de clases para definir su estrategia. No dieron ninguna importancia a las etapas que estaba viviendo cada país latinoamericano. Lo que tomaron como punto de referencia es lo que discutía la vanguardia: guerra rural o no, lucha armada o no. De ahí sacaron la estrategia. Primero fue la guerrilla rural; después cuando las papas quemaban porque se habían hundido todas las guerrillas rurales la destilaron y obtuvieron la quintaesencia, la estrategia de la lucha armada. A los camaradas de la Mayoría no les importaba que en Brasil hubiera un régimen semifascista o ultrarreaccionario; en Perú un bonapartismo sui generis; cierto desplazamiento nacionalista en otros países latinoamericanos y diferentes etapas de la lucha de clases en cada país. Ellos englobaron a todos en un análisis por el cual necesitaran una estrategia común
El primer análisis-justificación de la estrategia de lucha armada fue inventar un tipo de régimen común a toda América Latina, un régimen de acuerdo monolítico entre el imperialismo, las burguesías nacionales y las fuerzas armadas. Pero después del Congreso Mundial surgieron gobiernos como el de Torres y el de Allende y cayó Onganía en la Argentina, acontecimientos que derrumbaron ese análisis. Como había que mantener la estrategia, se inventó un nuevo tipo de régimen: el reformismo militar. En realidad, lo único que tenían de nuevo los englobados por este nombre, era precisamente el nombre. Fue Rockefeller quien lo inventó. Cuando visitó América Latina, escribió un informe en el que recomendaba al imperialismo una nueva política, el reformismo militar, con el cual estuvieron de acuerdo el imperialismo, las burguesías nacionales y las fuerzas armadas. Esta caracterización también se derrumbó cuando vinieron los sangrientos golpes proimperialistas de Banzer y la Junta Militar chilena, por razones obvias.
Gran parte del gobierno de Torres y la última parte del de Allende tuvieron las características de gobiernos kerenskistas. La única definición aproximada es la que nos da Germain por la negativa, cuando califica a Banzer de korniloviano, pero muy a la pasada. ¿Por qué fueron incapaces los camaradas de la mayoría de prever estos gobiernos y darse una política frente a ellos? Porque el análisis correcto significaba, por ejemplo en el caso de los gobiernos kerenskistas, plantear el frente único obrero contra el golpe reaccionario y la formación de milicias como parte de las organizaciones naturales del movimiento dé masas. Es decir, significaba que no había que hacer guerrillas. El análisis correcto no servía para justificar su estrategia.
¿Cómo caracterizábamos nosotros a los regímenes latinoamericanos? Veamos: La derrota o la necesidad de enfrentar al movimiento de masas, así como la coyuntura económica, facilitaron la unidad imperialismo-burguesía nacional y esta unidad permitió el surgimiento de gobiernos bonapartistas dictatoriales, apoyados por el ejército o directamente militares, y en algunos casos semifascistas, como Brasil.
Esto plantea un importante problema teórico: el frente único monolítico entre el imperialismo yanqui y la burguesía nacional. . . ¿se dará dentro de un periodo histórico de cinco, diez o más años, o por el contrario, es un fenómeno transitorio como el visto en todos los otros periodos latinoamericanos de gobiernos fuertes que fueron seguidos por gobiernos débiles cuando ascendió el movimiento de masas? En principio creemos que la solución castrista y guevarista del problema, de que estos gobiernos seguirán siendo así, es falsa.
La crisis actual creciente entre sectores burguesas nacionales y de algunos de éstos con el imperialismo, combinada con un factor mucho más importante y decisivo, el ascenso del movimiento de masas, está provocando la crisis de todos estos gobiernos. Es decir no son un fenómeno monolítico y eterno, por el contrario, es bien momentáneo, tanto como dure el retroceso del movimiento de masas. [234]
Dos años más tarde decíamos: Definir los gobiernos y regímenes latinoamericanos no es una preocupación ociosa, sino una de las necesidades revolucionarias más urgentes. El intento de ignorar el grave problema teórico de definir los regímenes latinoamericanos actuales con ingeniosas frases periodísticas como, por ejemplo, reformismo militar, no hace más que oscurecer el problema y alejarnos del análisis marxista, de clase. Las tenazas de la colonización yanqui, por un lado, la movilización obrera, por otro, originan violentos y espectaculares cambios en el carácter de los regímenes burgueses. Algunos son semifascistas, como el de Brasil, o directamente reaccionarios sobre bases de legalidad burguesa, como el de Uruguay. Otros, nacionalistas burgueses que tienden a transformarse o se transforman en bonapartistas sui generis según las enseñanzas de Trotsky.
El espectacular ascenso del movimiento de masas origina situaciones de poder dual institucionalizado o atomizado, que dan origen a otro tipo de gobierno y regímenes, los kerenskistas. Estos son típicos de situaciones revolucionarias, cuando el poder obrero es tan fuerte que el gobierno queda suspendido en el vacío entre los dos poderes.
[el kerenskismo es]. . . sumamente inestable, bonapartismo o semibonapartismo entre los explotadores y el movimiento de masas, y no como el [bonapartismol sui generis entre el imperialismo y el movimiento de masas. El actual ascenso revolucionario tiende a transformar el bonapartismo su¡ generis en bonapartismo kerenskista o en reaccionario. Creemos que el régimen de Velasco tiene elementos bonapartistas sui generis. Allende está a mitad de camino.
En Bolivia se han dado los tres tipos de gobierno que hemos definido: reaccionario o semifascista el de Barrientos- tendiendo a bonapartista sui generis el de Ovando; kerenskista el de Torres. [235]
Para nosotros, a cada tipo de régimen, por expresar una distinta situación de la lucha de clases, había que enfrentarlo con una estrategia diferente. Para los camaradas de la mayoría, el análisis se reducía a explicar por qué motivo regía una misma estrategia para cualquier tipo de etapa, régimen y país. La explicación es, en realidad, muy sencilla: porque ésa era la estrategia más simpática a la vanguardia. Este carácter vanguardista fue abiertamente proclamado por Mandel cuando nos dijo que había que realizar . . . campañas políticas nacionales, elegidas cuidadosamente, coincidiendo con las preocupaciones de la vanguardia... [236]
Toda esta negación del marxismo navega a velas desplegadas en el documento europeo de la mayoría. No se hacen allí distingos de ningún tipo entre las etapas que viven los distintos países europeos. Sin embargo, unos viven en una situación contrarrevolucionaria (como Grecia, España y Portugal) que evoluciona a prerrevolucionaria (como España) o se combina con la guerra civil dentro de su imperio (como en Portugal); otros viven una situación no revolucionaria pero evolucionando a prerrevolucionaria (como Italia, Francia y, quizás, Inglaterra, qué soporta una guerra de hecho en Ir landa) o revolucionaria (como Irlanda del Norte). Los otros países viven una situación no revolucionaria, sin posibilidades de transformarse a corto plazo en prerrevolucionaria.
Nuestra caracterización es sumaria y posiblemente equivocada; querríamos que se la tome solamente como un ejemplo metodológico.
Lo que queremos destacar es que de las diferentes situaciones surgen, evidentemente, tareas diferentes, a veces diametralmente opuestas.
En Grecia, España y Portugal con situaciones parecidas las grandes tareas planteadas son las democráticas; en los últimos países con carácter urgente, porque en España el movimiento obrero viene en continuo ascenso y Portugal enfrenta la guerrilla en sus colonias. En Inglaterra, donde se da una situación opuesta a las mencionadas, la tarea esencial es lograr que los soldados ingleses se retiren de Irlanda del Norte y, además, elaborar un programa de transición para enfrentar la miseria creciente del movimiento obrero. En Italia y Francia tenemos planteados problemas objetivos diferentes a los del resto de los países europeos, porque la lucha de clases está a un nivel más alto. Los camaradas de la mayoría dicen control obrero y trabajo sobre la vanguardia, no porque crean que las situaciones de todos los países sean iguales, sino porque ellos recorren un camino inverso: en lugar de decir a esta situación corresponde esta tarea, dicen puesto que vamos a aplicarles la misma estrategia, todos los países son iguales.
El desplazamiento de los camaradas dé la mayoría a una concepción vanguardista se expresa no sólo en el terreno de los análisis concretos, sino también en cuestiones teóricas generales. Hay dos de ellas donde la dimensión de las aberraciones llega al límite del revisionismo: la degeneración de la II y III Internacionales y la caracterización de las situaciones prerrevolucionaria y revolucionaria.
En ambos casos, el camarada Mandel-Germain basa toda su explicación en las relaciones internas de la clase obrera y, dentro de ella, en el papel de la vanguardia. Para Mandel la raíz de la degeneración, tanto de la II como de la III Internacionales, es decir, la subordinación de los partidos de masas socialdemócratas y comunistas de Europa Occidental a una burocracia conservadora y reformista, que en la práctica diaria se ha convertido en parte del statu-quo, responde a una ley general de la degeneración.
Veamos esa ley: El resultado de estas tendencias contradictorias depende de la lucha entre ellas, que a la vez está determinada, en última instancia, por dos factores sociales: por una parte, el grado de los intereses sociales específicos que se desprende de la organización autónoma y, por otra parte, el grado de actividad política de la vanguardia de la clase obrera. [237]
Los trotskistas siempre hemos tomado como elemento fundamental para analizar las causas de la degeneración de la II y III Internacionales, el proceso general de la lucha de clases en el mundo. Creemos que la II Internacional degeneró por la existencia y ascenso, del imperialismo, que otorgó grandes concesiones a sectores importantes de la clase obrera gracias ala explotación de sus colonias. Esto provocó el nacimiento de una aristocracia obrera íntimamente ligada a las concesiones que otorgaba el capitalismo. Mandel ahora descubre que la organización autónoma y autopreservación del aparato en sí se explican por la necesidad de preservación de los intereses sociales específicos del propio aparato y no como parte del proceso general de formación de la aristocracia obrera. La III Internacional degeneró por las derrotas y el retroceso del movimiento obrero en todo el mundo y por la refracción de este mismo retroceso en el primer estado obrero, la URSS, una nación campesina y atrasada. De ahí la importancia que nuevamente tuvo la preservación del aparato en sí.
Pero Mandel ahora abandona este clásico análisis, y entonces la degeneración burocrática es la resultante de la relación- entre una burocracia que defiende su aparato y el grado de actividad política de la vanguardia. Las masas con sus luchas no cuentan para nada. Con este método, se puede deducir que la burocracia puede ser liquidada por la mera actividad de la vanguardia, es decir, sin necesidad de apelar a la movilización.
Todo un capítulo de la nueva metodología mandeliana lo constituye la revisión de la teoría en cuanto a la calificación de las situaciones prerrevolucionaria y revolucionaria.
Siempre partiendo de las relaciones internas del movimiento obrero, y de las de vanguardia con el partido Mandel afirma: La maduración de una situación prerrevolucionaria (explosión potencialmente revolucionaria) es la integración de la acción de las grandes masas con la acción de los obreros avanzados. Una situación revolucionaria o sea la posibilidad de la conquista revolucionaria del poder- aparece cuando ha sido alcanzada la integración de las acciones de la vanguardia y las masas con la conciencia de la vanguardia y los estratos revolucionarios. [238]
O sea que la burguesía y la pequeña burguesía no entran en este esquema. Tenemos derecho a pensar que Mandel considera que la situación de esas clases y su relación con el movimiento de masas no tienen importancia. Por el contrario, Trotsky pensaba que el descontento, la nerviosidad, la inestabilidad, el arrebato fácil de la pequeña burguesía, son signos extremadamente importantes de una situación prerrevolucionaria. [239] Y definía una situación apta para la victoria de la revolución proletaria, como aquella en que se daban las siguientes condiciones: 1) el impasse de la burguesía y la consecuente confusión de la clase dominante; 2) la aguda insatisfacción y el anhelo de cambios decisivos en las filas de la pequeña burguesía, sin cuyo apoyo la gran burguesía no puede mantenerse; 3) la conciencia de lo intolerable de la situación y la disposición para las acciones revolucionarias en las filas del proletariado; 4) un programa claro y una dirección firme de la vanguardia proletaria. [240]
Este ordenamiento que Trotsky repite sistemáticamente durante la década de los 30, es aleccionador: primero, la situación de la burguesía; segundo, la de la pequeña burguesía; tercero, la de la clase obrera, y, último, la existencia de un partido revolucionario. Como buen marxista, empieza por lo objetivo y termina por lo subjetivo, De la situación prerrevolucionaria Trotsky no nos ha dado una definición tan exacta. Ha señalado que es una situación intermedia entre la no revolucionaria y la revolucionaria. Ha insinuado que está caracterizada por la existencia de las tres primeras condiciones y la ausencia de la última, el partido.
Por otra parte, esto no es sólo una cuestión de ortodoxia trotskista, sino sencillamente de sentido común: si la burguesía está unida en un sólido frente, goza de una buena situación económica, mantiene satisfecha a la pequeña burguesía y cuenta con su simpatía, las famosas integraciones de Mandel no llevan, ni por casualidad, a la revolución. El más avanzado de los casos que pudiéramos imaginar masas, vanguardia y partido integrados en sus acciones y su conciencia terminarán con un aplastamiento brutal y sangriento de la clase obrera a manos de esa burguesía unida, apoyada por la pequeña burguesía y defendida por un ejército sin ninguna clase de fisuras. Por suerte, no hay ninguna posibilidad real de que semejante integración mandelista se produzca en la lucha de clases tal cual la conocemos hasta ahora.
Ahora bien, esta incomprensión de los camaradas de la mayoría, en especial de Germain, acerca de qué es una situación prerrevolucionaria o revolucionaria, ha provocado toda una discusión viciosa alrededor de la palabra normal. Esta discusión comenzó para América Latina, pero tiene importancia decisiva para el análisis marxista de la situación mundial. Los camaradas de la mayoría afirman que no veremos en América Latina procesos de desarrollo normal del movimiento de masas, porque no habrá lapsos prolongados con condiciones de democracia burguesa. Con esto pretenden demostrar que el pronóstico de la minoría de que América Latina se aproxima cada vez más a las normas clásicas de la revolución proletaria es falso.
La cuestión de si la revolución tiende o no a normalizarse no tiene que ver con la mayor o menor duración de los regímenes de legalidad burguesa. Tiene que ver con que los procesos revolucionarios de todo el mundo tiendan o no hacia las situaciones que fueron descritas por Lenin y Trotsky, es decir con que se generalicen o no situaciones parecidas a la Revolución Rusa. Normales son las revoluciones que tienen como centro al proletariado industrial, a las ciudades como ámbito geográfico y a la insurrección urbana como eje de la lucha armada. Normal es también que dichas revoluciones sólo triunfen, si tienen a su frente a un partido bolchevique.
Esta concepción de normalidad nació en oposición a la de anormalidad que hemos presenciado en esta postguerra, donde partidos pequeñoburgueses, o burocráticos, desde el stalinismo hasta el castrismo, se vieron obligados a encabezar gobiernos obreros y campesinos. La anormalidad fue consecuencia de varios factores combinados: el primero fue que dos de las condiciones de una situación revolucionaria (el impasse de la burguesía y la radicalización de la pequeña burguesía) se transformaron de coyunturales en crónicas. El crack financiero, la crisis crónica de la economía, se reflejaron en una crisis sin salida de la burguesía durante años y una izquierdización permanente de la pequeña burguesía que no encontraba ninguna posibilidad de apoyarse en una ligera recuperación de la economía burguesa.
Estos factores se combinaron con la crisis del imperialismo yanqui en la posguerra y su división ante Castro y con dos carencias revolucionarias fundamentales: la del movimiento obrero y su dirección. El campesinado pasó a jugar un papel preponderante y las condiciones objetivas terminaron llevando a los partidos pequeñoburgueses al gobierno y a la ruptura con el régimen imperialista, terrateniente y, por último, burgués.
La anormalidad consistió, en definitiva, en que, por la ausencia del movimiento obrero y del partido revolucionario las dos primeras condiciones de la situación revolucionaria adquirieron un peso colosal y el papel del partido revolucionario fue cumplido por partidos pequeñoburgueses con influencia de masas. Esta combinación anormal había sido prevista por Trotsky en el Programa de Transición.
La actual vuelta de la normalidad no significa lisa y llanamente que se vuelva a la situación previa a la Segunda Guerra Mundial, sino que el movimiento obrero se incorpora a la situación revolucionaria y nuestros partidos, los únicos obreros y revolucionarios que existen hoy, se desarrollan.
Las demás condiciones no sólo no van a retroceder, sino que seguirán avanzando. El carácter crónico de la crisis se extenderá a países capitalistas con una estructura mucho más sólida que los atrasados y esto acentuará el peso de la intervención de la clase obrera industrial.
La combinación será mucho más explosiva que en cualquier etapa que hayamos conocido anteriormente: mayor crisis crónica de la economía burguesa, mayor ízquierdización de la pequeña burguesía, mayores sentimientos y actividad revolucionarios de la clase obrera, colosal crecimiento e influencia en el movimiento de masas de nuestros partidos y nuestra Internacional. Es decir, la revolución se vuelve normal en forma creciente porque se vuelve objetivamente más fácil y, sobre todo, porque la clase obrera y nuestros partidos entran en escena. Se pueden volver a dar situaciones revolucionarias anormales, pero quedarán supeditadas (y ayudarán) a escala mundial a la normalización.
¿Qué tiene que ver con todo esto la mayor o menor duración de los períodos de legalidad burguesa? La Revolución Rusa, la más normal de todas las revoluciones triunfantes, se dio en la Rusia zarista, con siglos de despotismo, un año de legalidad en 1905 y unos meses en 1917, más unos pocos años de resquicios legales. Esa es nuestra normalidad: la clandestinidad del movimiento revolucionario y el enfrentamiento, a gobiernos reaccionarios de distinto pelaje la mayor parte del tiempo. No entendemos la normalidad como la situación de Europa Occidental, con un siglo o más de legalidad burguesa, interrumpida brevemente por fenómenos como el fascismo.
Creemos, sí, que las etapas de clandestinidad serán mucho menos prolongadas que las rusas, porque las condiciones son mucho más favorables al movimiento de masas. Y sostenemos 44 firmemente que, al igual que en Rusia, los resquicios legales y las etapas democráticas serán logradas únicamente por la acción del movimiento de masas; y que, cuanto más fuertes sean los golpes que éste le aseste a la burguesía, más débiles serán los regímenes que irán surgiendo. La tendencia a los gobiernos kerenskistas será cada vez más aguda, en la medida en que siga el ascenso, y sólo una oportunidad revolucionaria desaprovechada por la falta de un partido bolchevique y una política trotskista, explicará los retrocesos parciales a regímenes semifascistas.
Estas han sido las experiencias de Bolivia y Chile, que nuestro método marxista de análisis fue capaz de prever y el método estrategista y vanguardista de los camaradas de la mayoría ignoró por completo. El camarada Germain, al llamar korniloviano a Banzer, reconoce al gobierno de Torres como kerenskista. ¿No se da cuenta de que reconocer la existencia de gobiernos kerenskistas, significa reconocer las pautas normales de la Revolución Rusa? Evidentemente no. Ellos opinan que los golpes de Banzer y los militares chilenos les dan la razón, porque demuestran la excepcionalidad de los períodos de democracia burguesa. ¡Sin embargo Bolivia y Chile han tenido más tiempo de democracia burguesa en los últimos cinco anos que la Rusia revolucionaria en todo un siglo! Silencio absoluto: los camaradas de la mayoría siguen comparando la situación latinoamericana con la de Europa dominada por el fascismo.
Distintos países Bolivia y Chile entre ellos han entrado en la situación prerrevolucionaria clásica, que no se convirtió en revolucionaria por la falta del partido. Esto no quiere decir que todos los países latinoamericanos han entrado en esa etapa. Todo lo contrario, es una minoría de países la que se encamina hacia ella en un proceso de conjunto, desigual. Pero esas Rusias latinoamericanas le señalan el camino a los otros países del continente y, nos atrevemos a decirlo, como mínimo, a todo el mundo occidental.
El proceso latinoamericano y mundial nos confirma esta tendencia y esto convierte en herramientas fundamentales de nuestro análisis las enseñanzas de la Revolución Rusa en contra de las estrategias de lucha armada, de trabajo sobre la vanguardia y de control obrero de la mayoría. Los bolcheviques no encararon otra forma de lucha armada que no fuera la que marcaba el ascenso del movimiento de masas. Con la lucha armada o sin ella, con control obrero o sin él, iban construyendo el partido en todo momento. ¿Por qué cambiar? Aún no hemos sido derrotados, ni vemos ese peligro de ocupación nazi de nuestros países que hace temblar a la mayoría. Cuando esa perspectiva exista, cosa que no creemos, podremos discutir las nuevas formas de lucha armada. Mientras tanto, seguimos orgullosos de nuestro análisis y de nuestra política.
Los camaradas de la mayoría, Germain incluido, tienen que dejar de jugar a los films del Oeste made in Italy, para volver al método y al programa tradicional de nuestro movimiento. Esto es más necesario que nunca. Hay que partir de la realidad y no de La hora de los hornos o las películas de Costa-Gavras [241] , ni de las inquietudes (necesidades) de la vanguardia que, en muchos casos, se inspiran en ellas. Acabamos de ver el desarrollo acelerado de otro régimen kerenskista: el de Allende. Acabamos de ver cómo el triunfo momentáneo de los Kornilovs chilenos fue facilitado por la ausencia de una política y un partido bolchevique. Por eso esa política y esos partidos son hoy más necesarios que nunca. ¡Desempolvemos los tres tomos de Lenin del año 1917 y los análisis de Trotsky sobre la Revolución Rusa!
El camarada Mandel ha señalado al pasar que su interpretación del nuevo papel del partido leninista fue anticipado por Lenin, en El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunis mo. Suponemos que los párrafos que toma son los siguientes: El primer objetivo histórico (el de ganar para el poder soviético y para la dictadura de la clase obrera a la vanguardia con conciencia de clase del proletariado) no podía alcanzarse sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo... [242] y Lo principal se ha logrado ya: se ha conquistado a la vanguardia de la clase obrera... ...la vanguardia proletaria ha sido conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. [243]
Lenin dijo esto en un momento histórico concreto: cuando luchaba contra el oportunismo para ganar a los obreros socialistas de izquierda y anarcosindicalistas para la III Internacional. Y se refería a una vanguardia también concreta: una vanguardia obrera, que era lo más avanzado de su clase, y que tenía fuerte influencia y era ampliamente reconocida por amplios sectores de la clase obrera. Todo el capítulo donde figuran esas citas comienza señalando este hecho, que configura una situación distinta a la actual, donde la numerosa vanguardia existente no es reconocida por la clase trabajadora, y predominan en ella los elementos no proletarios. Para Lenin se trataba de ganar a esa vanguardia para concretar el triunfo de los obreros rusos a nivel organizativo y de la vanguardia mundial. Pero esa tarea central sobre la vanguardia no lo llevó a modificar las características centrales de los partidos comunistas; los siguió considerando un órgano para conducir a las masas a la revolución proletaria. El esfuerzo de Lenin estaba dirigido, justamente, a convencer a dicha vanguardia de que debía organizar partidos bolcheviques, con una política marxista revolucionaria ara las masas y no para la vanguardia en cada uno de sus países
Ubicadas estas citas en su lugar, cabe preguntarse por qué Mandel las usó en lugar de las resoluciones de la III Internacional. Nosotros sabemos por qué: porque los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista han dicho lo contrario de lo que dice Mandel-Germain: . . . esta minoría que es comunista y que tiene un programa, que quiere organizar la lucha de las masas, es el Partido Comunista.
El Partido Comunista sólo difiere de la gran masa de trabajadores en lo que él considera la misión histórica del con. junto de la clase obrera y se esfuerza en todo momento en defender no los intereses de algunos grupos o profesiones sino los de toda la clase obrera. [244]
El Partido Comunista, si es realmente la vanguardia de la clase revolucionaria. . . si ha sabido unirse indisolublemente a toda la existencia de la clase obrera y, por su intermedio, a la de toda la masa explotada... [245]
Como vemos, la Internacional Comunista plantea con claridad que el objetivo de los partidos revolucionarios debe ser organizar la lucha de las masas (no de la vanguardia); defender siempre (en todo momento) los intereses de toda la clase obrera, no de algunos grupos (¿qué es la vanguardia sino un grupo dentro del movimiento obrero?); y para ello debe saber unirse indisolublemente a toda la existencia de la clase obrera no a la existencia parcial de un sector, así sea de vanguardia).
Germain sostiene que la posición del documento europeo de la mayoría con respecto a los organismos de masas, es similar a la que tuvo Trotsky durante los años 34-36 para Bélgica, Francia y España, a pesar de que nuestras organizaciones eran más débiles. Es una lástima que Germain no siga adelante con su comparación y no nos explique cuál fue la posición de Trotsky sobre el papel de nuestros partidos para la misma época. Jamás planteó nada de lo que dicen los camaradas de la mayoría. Nunca dijo que no había posibilidades inmediatas de lograr partidos con influencia de masas. Nunca dijo que nuestra táctica central para el próximo periodo fuera trabajar sobre la vanguardia de masas. Y menos aún, dijo que el trabajo sobre esa vanguardia era lo que caracterizaba al partido bolchevique.
Lo que Trotsky planteó fue lo opuesto. El consideró que la situación prerrevolucionaria en esos países posibilitaba un amplio trabajo sobre las masas y un rápido crecimiento de nuestras secciones: Las fuerzas de las que disponemos son pequeñas. Pero la ventaja de una situación revolucionaria consiste en que un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de saber formular pronósticos exactos y lanzar a tiempo las consignas justas. [246] Es cierto que en el curso de una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejan exaltar por las palabras o aterrorizar por la represión. [247] Una decena de millares de militantes, con una dirección firme y perspicaz, pueden encontrar el camino de las masas, arrancarlas de la influencia de los charlatanes, stalinistas y socialdemócratas. [248] Es preciso dirigirse hacia las masas, hacia sus capas más bajas y explotadas. [249] Pero 20.000, o incluso 10.000 con una política clara, decidida, agresiva, pueden ganarse a las masas en un corto plazo, de la misma forma que se las ganaron los bolcheviques en ocho meses. [250] Debemos dirigirnos hacia las amplias masas, hacia las organizaciones de masas, a cualquier precio, por todos los medios, sin dejamos influir ni paralizar por la intransigencia conservadora. [251] El primer deber de toda organización revolucionaria, especialmente en un periodo crítico como el presente, en que la conciencia de las masas cambia literalmente a diario, consiste en mantener oídos atentos a lo que el trabajador común comenta en la fábrica, en la calle, en los transportes, en el café y en el hogar, para saber cómo ve él la situación, que esperanzas alienta, en qué cosas cree: hay que escuchar atentamente a ese trabajador. [252]
La situación europea de la época en que Trotsky escribía estas líneas, era parecida a la actual: se estaba entrando en un periodo prerrevolucionario. Pero, de la misma manera que ocurre con los escritos de Lenin y con las resoluciones de la III Internacional, todo lo que dijo Trotsky es lo opuesto a lo que dicen los camaradas de la mayoría. La mayoría nos dice que no hay posibilidades de lograr partidos con influencia de masas; Trotsky no se cansa de repetir que un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con una dirección firme y perspicaz, pueden encontrar el camino de las masas, con una política clara, decidida, agresiva, pueden ganarse a las masas en un corto plazo, etcétera. La mayoría nos dice que hay que centrar nuestra actividad en la vanguardia; Trotsky afirma que es preciso dirigirse hacia las masas, hacia sus capas más bajas y explotadas, debemos dirigirnos hacia las amplias masas, etcétera. La mayoría nos dice que nuestras campañas políticas deben girar alrededor de problemas cuidadosamente elegidos que correspondan a las inquietudes (necesidades) de la vanguardia; Trotsky afirma que mantener oídos atentos al trabajador común es el deber de toda organización revolucionaria.
No se aparta Trotsky ni un milímetro de esta concepción cuando aconseja, para la misma época, el trabajo entrista. Este entrismo no tenía como objetivo esencial el ganar a ninguna vanguardia; era una táctica para ir hacia el movimiento de masas. Trotsky decía: Es necesario ir a las masas. Es necesario que hallemos un lugar para nosotros dentro del frente único, es decir dentro de los marcos de alguno de los dos partidos que lo componen. En la realidad práctica, eso significa dentro de la SFIO. [253]
Para Trotsky, la función del partido siempre es intervenir de lleno en las luchas de las masas, disputando su dirección y levantando las consignas más adecuadas a esas luchas. Para Trotsky siempre es posible transformar nuestros partidos, por pequeños que sean, en partidos de masas en una etapa prerrevolucionaria. Es decir, Trotsky siempre tiene posiciones contrarias a las de Germain. El nuevo tipo de partido leninista, cuya misión fundamental es trabajar sobre la vanguardia, no se encuentra por ninguna parte en sus escritos de aquella época. Pero, quizás previendo que en el futuro pudieran aparecer algunos Germain es en el movimiento trotskista, también dijo algo sobre la vanguardia: Si el proletariado no advirtiese, en algunos meses, en el proceso de la lucha, que sus tareas, sus métodos, se han clarificado y que sus filas se cohesionan y robustecen, entonces comenzaría inevitablemente la disgregación en su propio seno. Amplias capas despertadas por primera vez por el movimiento actual volverían a caer en la pasividad. A medida que el suelo comenzase a hundirse bajo sus pies, la vanguardia engendraría un estado de espíritu favorable a la acción de grupos aislados y al aventurerismo en general. [254]
Resumiendo, sólo el movimiento de masas, orientado por el partido, puede salvar a la vanguardia de caer en la desesperación aventurera y guerrillerista.
Por lo que hemos dicho hasta ahora, parecería que opinamos que el partido debe ignorar la existencia de las vanguardias que aparecen en cada momento de la lucha de clases y no darse ninguna actividad hacia ella. Esto no es así; reconocemos que la vanguardia del movimiento obrero y del movimiento de masas es un sector al cual le debemos dar importancia y sobre el cual debemos trabajar. Lo que hemos dicho hasta ahora es que esas vanguardias no definen la política del partido , ni sus consignas , ni su organización , ni sus análisis.
Hay un gran sector de la política del partido que esta destinado a la vanguardia la propaganda. Así lo define Lenin cuando dice: Mientras se trataba (y en la medida en que aún se trata)de ganar para el comunismo a la vanguardia del proletariado la prioridad recaía y recae sobre la propaganda. [255]
El problema es que para Mandel-Germain, nuestro trabajo sobre la vanguardia debe ser mucho más ambicioso que el que nos proponía Lenin: Se trata de . . . campañas políticas nacionales en torno a problemas cuidadosamente elegidos que corresponden a las inquietudes (necesidades) de la vanguardia que no vayan contra la corriente de la lucha de masas y les ofrezcan a nuestras secciones una posibilidad de demostrar una capacidad de iniciativa efectiva aunque todavía modesta. [256] Y concentrar su propaganda y, donde sea posible su agitación, sobre la preparación de estos obreros avanzados. [257]
Y el documento de Germain aclara aún más esta posición. Según é 1, lo que fue proyectado en el IX Congreso . . . fue un giro hacia la transformación de las organizaciones trotskistas de grupos de propaganda en organizaciones capaces ya de aquellas iniciativas políticas a un nivel de la vanguardia de masas que son requeridas por la dinámica de la lucha de clases misma. [258]
Para la mayoría se debe tender a la agitación y las acciones (iniciativas políticas) a un nivel de, la vanguardia de masas. Aun cuando fuera correcto que los esfuerzos de nuestras secciones se centraran en la vanguardia, el solo hecho de proponer, agitación y acciones sobre ella ya está en contradicción con el leninismo (la prioridad recae en la labor de propaganda).
Debería ser ampliamente conocida la definición de propaganda como la actividad de dar muchas ideas, a unos pocos y la de agitación como la de dar unas pocas ideas a muchos. La propaganda abarca desde un curso de economía marxista o de lógica dialéctica hasta la charla individual con un activista obrero al que le explicamos la situación nacional e internacional, nuestro programa y las diferencias entre la nuestra y las otras organizaciones obreras. La agitación, por el contrario, consiste en levantar unas pocas consignas (a veces una sola) que den salida para la lucha que tiene planteada en cada momento el movimiento obrero o de masas, (aumentos de salarios, libertades democráticas, asamblea constituyente, todo el poder a los soviets, etcétera).
Lo que caracteriza a un partido leninista trotskista es que su actividad principal es la agitación sobre el conjunto de toda la población explotada y no solo sobre un sector de ella, aunque este sector sea la clase obrera. Lo que caracteriza al partido Mandelista es que su actividad principal es la agitación y las campañas políticas principalmente sobre la vanguardia.
Un partido bolchevique comienza por efectuar un análisis de la etapa de la lucha de clases, de ese análisis surgen una, dos o tres tareas esenciales para el movimiento de masas, que concretamos en consignas. Este es el aspecto concreto de nuestra política, por eso es el fundamental. La teoría y la propaganda sirven para precisar este aspecto. Toda nuestra actividad incluyendo la Teoría y la Propaganda esta sujeta a este objetivo ultimo definir cuales son las tareas generales que enfrentan las masas en una etapa determinada , pero plantearlas en forma de consignas.
Veamos un ejemplo: sube un nuevo gobierno. El grueso del esfuerzo teórico del partido se concentrara en definirlo con precisión, en analizar cuidadosamente la relación dé fuerzas entre las clases, los sectores que integran el nuevo gobierno y los que están en oposición, y las relaciones de ambos con el imperialismo, el papel que juegan en él las fuerzas armadas, etcétera. Si de allí se deduce, por ejemplo, que es un gobierno bonapartista contrarrevolucionario, definiremos unas pocas consignas agitativas que responderán a las necesidades que le plantea dicho gobierno al movimiento de masas (defensa de las conquistas económicas; libertades democráticas; defensa de las organizaciones obreras). Pero nos encontraremos con que esta caracterización y estas tareas son distintas de las que plantean las direcciones reformistas y burocráticas y la ultraizquierda y también chocan con las tendencias espontáneas de la vanguardia. Esto nos obligará a que también nuestra propaganda gire alrededor de la explicación constante de las características de ese régimen, de la polémica con nuestros enemigos dentro del movimiento obrero alrededor de dicha caracterización y de por qué las tareas que nosotros proponemos al movimiento de masas son las correctas. En síntesis: nuestra teoría se volcará a descubrir qué consignas debemos agitar, nuestra propaganda a explicar a la vanguardia por qué debemos agitar esas consignas y no otras. Esto no quiere decir que sean nuestras únicas actividades teóricas y propagandísticas, sino que son las principales.
Esquematizando, podemos decir que toda la ciencia y el arte trotskista se sintetizan en la capacidad para elaborar las consignas adecuadas en cada momento de la lucha de clases. Es lo mismo que decía Lenin: Por lo tanto, el contenido capital de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria, tanto durante el periodo de la explosión más violenta, como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las grandes masas. [259]
Lenin basa esta línea de denuncias políticas en una confianza ciega en la capacidad de organización y de movilización del obrero atrasado o del obrero medio, y no en la capacidad especial de los obreros de vanguardia o avanzados. Nunca se detiene, en relación al movimiento de masas, en la vanguardia obrera o en la necesidad de que el partido tome iniciativas propias en la acción, sino solamente en la organización de campañas agitativas. Para Lenin, si impactamos a las masas con una de esas campanas, los obreros son capaces de todo. El papel del ido es iniciar esas campanas, acampanar y dirigir al movimiento de masas. Por eso criticaba a los intelectuales que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. Debemos imputar la culpa a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de masas, a no haber sabido aún organizar denuncias suficientemente amplias, resonantes, rápidas contra todas esas ignominias el obrero más atrasado comprenderá y sentirá y al sentirlo él mismo querrá reaccionar, lo querrá con un deseo incontenible, y sabrá entonces organizar hoy una batahola contra los censores, desfilar mañana en manifestación frente a la casa del gobernador que haya sofocado un alzamiento campesino dar pasado mañana una lección a los gendarmes con sotana que desempeñan la función de la santa inquisición, etcétera. [260]
Ya hemos visto cómo Trotsky recordaba para España (un país tan caro a Mandel-Germain que lo usa como analogía para la actual situación europea) que: Las fuerzas de las que disponemos son pequeñas. Pero la ventaja de una situación revolucionaria consiste en que un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de saber formular pronósticos exactos y lanzar a tiempo las consignas justas. [261]
Trotsky resume su posición diciendo: La agitación no es sólo el medio de comunicar a las masas tales o cuales consignas de llamarlas a la acción, etcétera. Para el partido, la agitación es también un medio de escuchar a las masas, de sondear su estado de animó y sus pensamientos y, según los resultados, de tomar tal o cual decisión práctica. [262] Y se cansó de decir lo mismo para Estados Unidos: Cuando iniciamos la lucha no podemos estar seguros de la victoria. Sólo podemos decir que nuestra consigna se ajusta a la situación objetiva, y los mejores elementos la comprenderán y los más atrasados que no la comprendan no se opondrán. [263] Lo importante, cuando el programa sea sancionado definitivamente, es conocer las consignas muy bien y utilizarlas hábilmente para que en cada parte del país todo el mundo utilice las mismas consignas al mismo tiempo. Tres mil pueden dar la impresión de quince o de cincuenta mil. [264]
Estas verdades archisabidas han sido olvidadas -o nunca las conocieron- por los camaradas de la mayoría. Ellos sostienen el trabajo sobre la vanguardia mientras Lenin y Trotsky sostienen la agitación sobre las masas. Esta diferencia entre quienes seguimos las enseñanzas de Lenin y Trotsky y quienes siguen los camaradas de la mayoría se manifiesta claramente en la actividad militante de nuestras secciones. Por más que nos esforzamos en descubrirlas, no logramos saber cuáles son las consignas generales e importantes para la acción de nuestra sección francesa, por ejemplo. Si algo la caracteriza, es la carencia de consignas generales para el movimiento obrero y de masas.
No estamos hablando del programa, sino de una, dos o tres consignas que caractericen y respondan a las necesidades del movimiento de masas en la situación actual de Francia. Los camaradas norteamericanos han tenido una consigna fundamental en los últimos años: Retiremos las tropas de Vietnam, ahora. Nosotros, para la campaña electoral, hemos tenido otra: No vote patrones, ni militares, ni dirigentes vendidos vote por sus compañeros obreros. ¿Cuáles fueron las consignas centrales de la campaña electoral de los camaradas franceses? Es imposible saberlo.
Vayamos a las consignas para el movimiento obrero y de masas francés. Si revisamos la colección de Rouge de junio a agosto de 1973, veremos que allí hay sólo tres campañas de denuncia constantes: solidaridad con los obreros de la fábrica de relojes LIP, con los obreros inmigrantes y lucha contra los grupos fascistas.
La única que podría tener algo que ver con el conjunto del movimiento de masas francés es la campaña contra los grupos fascistas pero en ella no se levanta la consigna frenemos o aplastemos a Ordre Nouveau y al fascismo. Las otras dos son campañas parciales para sectores específicos. Nos preguntamos: ¿cuál es la o las consignas generales que dan solución a los problemas más sentidos del movimiento obrero? Exceptuando los grupos fascistas, ¿el régimen no le crea al movimiento obrero ninguna clase de problemas? ¿No responde a una necesidad de las masas la consigna frenemos la ofensiva patronal contra nuestro nivel de vida y de trabajo? Si el único problema es el fascismo, ¿por qué no levantamos una consigna para movilizar a las masas contra él? Y que conste que aquí no estamos defendiendo ni atacando tal o cual consigna, estamos planteando algo mucho más elemental: nuestra obligación de darnos consignas para la acción del movimiento de masas. Vale decir, nuestra obligación de hacer agitación.
Insistimos en que no estamos diciendo que no haya que darle una enorme importancia al trabajo sobre la vanguardia obrera o de masas. Al contrario, hay momentos de la lucha de clases en que se convierte en nuestro trabajo fundamental. Cuando hay una grave derrota histórica en el movimiento obrero , nuestra actividad esencial en la propaganda sobre la vanguardia hasta que el movimiento obrero se recupere. Hubo también una situación excepcional que transformó el trabajo sobre la vanguardia en el eje de la actividad revolucionaria en un período de ascenso. Fue la situación que ya vimos en la construcción de la III Internacional, basada en el triunfo de la Revolución Rusa y la, aparición del primer estado obrero. En este último caso estuvo planteado por uno o dos años, ganar de un solo golpe a toda o casi toda la van, guardia mundial a caballo del ejemplo y entusiasmo despertado por el triunfo espectacular del movimiento de masas con una dirección bolchevique, que se expande a escala mundial a través de la vanguardia, porque ella asimila ese triunfo del movimiento de masas. Esta situación está determinada por la ley del desarrollo desigual y combinado del movimiento revolucionario mundial: un triunfo colosal, con una dirección marxista revolucionaria, del movimiento de masas en un determinado país va paralelo e interconectado al reflejo de ese triunfo a escala mundial al nivel de la vanguardia. Pero nuevamente aquí el elemento decisivo es el movimiento de masas.
Lo mismo nos va a ocurrir a escala nacional tan pronto obtengamos algún triunfo muy importante a nivel de la lucha de clases nacional. Un triunfo decisivo en un gremio importante del movimiento obrero francés, como por ejemplo el metalúrgico, el automotriz o el de maestros, dirigido por nuestro partido, provocará un impacto inmediato y de un solo golpe sobre toda la vanguardia del movimiento obrero francés. La vanguardia obrera se acercará por miles a nuestro partido, y nuestra tarea central, por un tiempo, será ganarla de un solo golpe para el trotskismo. Pero no debemos engañarnos. Ese vuelco se producirá en base a un triunfo del movimiento de masas, y por ningún otro motivo.
Tanto una situación normal, en la cual la tarea es la agitación en el movimiento de masas, como estas situaciones momentáneas y excepcionales que hemos descrito, nos plantean una pregunta. ¿Cómo trabajamos sobre la vanguardia? ¿Cómo la ganamos? ¿Tal vez con una política específica? La mayoría opina que sí, que a la vanguardia se la gana desarrollando campañas nacionales sobre cuestiones que corresponden a las inquietudes de la vanguardia y tomando iniciativas efectivas en esas cuestiones. Nosotros opinamos todo lo contrario: que a la vanguardia la debemos ganar explicándole pacientemente (haciendo política sobre ella ) nuestra política para el movimiento obrero y de masas y no con una política especifica para ella. Este problema es muy importante, porque aquí radica el origen del grueso de las diferencias políticas concretas entre la mayoría y la minoría.
La vanguardia, nunca surge con tendencias hacia la política trotskista o bolchevique. Surge expresando las tendencias espontáneas de la lucha del movimiento de masas en ese momento, y la primera lección de política la recibe de los partidos reformistas con influencia de masas, de la burocracia sindical y de los fenómenos mundiales de la revolución. Esas son las ideas que primero conoce, antes sólo conocía el veneno que vomitan todos los días los órganos de propaganda de la burguesía. El partido revolucionario no tiene ninguna posibilidad de competir con la propaganda de la burguesía y sus agentes en el movimiento obrero. Partimos, pues, de una situación de inferioridad. La vanguardia contemporánea, por ejemplo, nació a la vida política bajo la presión de la propaganda stalinista en un polo, y la castrista en el otro. Eso explica que durante un tiempo discutiera fundamentalmente los problemas de la lucha armada.
Si tomamos como punto de partida esas inquietudes, nos veremos obligados a optar (como les ocurrió a los camaradas de la mayoría) por uno u otro polo. Quizás logremos, amoldándonos a esta situación, captar a un sector de esa vanguardia, pero sólo a costo de sacrificar nuestra propia línea política.
Ahora bien: captar a la vanguardia proguerrillera transformándonos en proguerrilleros, o a la vanguardia stalinista transformándonos en prostalinistas, ¿para qué sirve? Para nada. Es un golpe brutal a la posibilidad de dirigir la revolución. Sólo estaremos haciendo el juego a alguna de las políticas incorrectas que se expresan con mucha más fuerza que la nuestra dentro de la vanguardia. Tan pronto fracase la estrategia castrista o la stalinista, nuestro partido se hundirá con ella.
Como trotskistas, nosotros confiamos en el movimiento de masas; pensamos que él hará la revolución si sabemos construir un partido que lo dirija con una política correcta. Ese partido se construirá fundamentalmente ganando a la vanguardia para esa política trotskista, no para cualquier política o para su desviación de turno. Esta tarea es mucho más difícil y dura qué la que plantea la mayoría, pero es la única justa.
Captar a la vanguardia es un avance para el proceso revolucionario sólo si se la , capta para la política revolucionaria. El stalinismo captó a amplios sectores de la vanguardia . para su . política, y los esterilizó para dirigir la revolución, los liquidó como vanguardia. En nuestros días, el castrismo también captó a casi toda la vanguardia mundial y la llevó al desastre; desmoralizó políticamente a un sector y llevó a la liquidación física a otro, a una gran parte de la vanguardia latinoamericana de los años 60.
¿Qué significa ganar a la vanguardia para la política trotskista? Algo muy sencillo: ganarla para la agitación, en el movimiento, de masas, de las consignas que nuestro partido elabora científicamente en cada etapa, para la estrategia de construir un partido bolchevique y para el programa de dicho partido. Es pelear muy duramente, día tras día, contra las direcciones burocráticas y reformistas, en primer lugar y contra las tendencias ultraizquierdistas en segundo término. Es decirle, ante cada problema de la lucha de clases: Compañero de vanguardia, frente a esta situación, el stalinismo levanta tal consigna para el movimiento de masas; esa consigna es incorrecta porque nos lleva a, depositar confianza en algún sector de la burguesía, que terminará llevándonos al matadero. El ultraizquierdismo te plantea que te lances a realizar acciones por tu cuenta, aislándote del movimiento de masas, de tus compañeros de trabajo de todos los días: si le haces caso terminarás también siendo derrotado por la burguesía. Nosotros te planteamos que no te separes ni un milímetro de tus compañeros de trabajo, que permanezcas ligado al movimiento de masas, para convertirte en su dirección; que detectes cuidadosamente cuáles son los problemas ¡por los cuales tus : compañeros están dispuestos a movilizarse; busques la consigna precisa para llevar adelante esa movilización; y que esto que haces en tu trabajo lo hagas también a nivel nacional y de todo el mundo. Para realizar esta tarea debes dar un paso más allá de tu lugar de trabajo, necesitas organizarte en un partido de militantes como tú. En ese partido, que es el que estamos construyendo nosotros, hacemos lo mismo que tú haces en tu lugar de trabajo: buscamos las consignas adecuadas para movilizar en cada momento a las masas explotadas. Pero además sabemos que esa movilización de las masa terminará en la toma del poder o será derrotada, y tenemos un programa, el programa de transición, que es el que encadena las consignas hasta conducir a las masas a la toma del poder. Te invitamos a construir ese partido con nosotros y a adherir a nuestro programa.
Así de sencilla es la tarea sobre la vanguardia: partir de las consignas que agitamos en el movimiento de masas, y ganarla para el partido y el programa del que surgen dichas consignas. Y todo esto que tenemos que decirle a la vanguardia, ¿qué es sino propaganda (muchas ideas para unos pocos)? Pero, ¿cómo podremos hacer esta propaganda si no somos los campeones de la agitación de esas consignas?
Más aún, en los casos excepcionales que planteamos, nuestra propaganda tiene el mismo sentido. Después de un aplastamiento histórico del movimiento de masas, pasaremos s haciendo propaganda sobre la vanguardia. ¿Y qué le diremos? Compañero: el movimiento obrero está derrotado pero confiamos incondicionalmente en que volverá a luchar. No te lances a acciones por tu cuenta: estudia y aprende toda la experiencia acumulada por los trabajadores en más de un siglo de lucha; fórmate como la dirección de esas nuevas luchas que inevitablemente van a venir; sondea cuidadosamente a tus compañeros y, apenas los veas dispuestos a reiniciar la lucha, aunque sea por una cuestión ínfima y mezquina, busca y plantea la consigna adecuada para esa lucha. El único sitio donde puedes estudiar y aprender toda esa experiencia, el único sitio donde podrás elaborar esa consigna, es nuestro partido.
Veamos el otro caso excepcional, el de la III Internacional. Acaso definió Lenin una política específica para ganar a la vanguardia mundial? ¿Hizo campañas políticas nacionales en torno a las inquietudes de la vanguardia? ¿Se puso a favor de los socialistas de izquierda y los anarco-sindicalistas a los que quería ganar, en contra del oportunismo y el socialchovinismo de los partidos socialdemócratas? Nada de eso; ganar a la vanguardia significaba convencerla de que debía darse una labor de agitación política unificada. . . que se dirija a las grandes masas; ganarla para la política del partido bolchevique ruso. Y esto significaba hacerla romper definitivamente con los partidos socialdemócratas y las tendencias anarquistas para que construyeran en cada uno de sus países partidos bolcheviques al estilo del ruso.
¿Por qué fue ésa la única oportunidad en que Lenin planteó que la tarea central era ganar a esa vanguardia? Porque el impacto de ese gran triunfo del movimiento de masas que fue la Revolución Rusa hizo que, por primera (y hasta ahora única) vez en la historia, la propaganda del marxismo revolucionario pudiera competir con éxito con la propaganda burguesa y reformista; porque por primera (y hasta ahora única) vez en la historia, la vanguardia de todo el mundo se orientó masivamente hacia el marxismo revolucionario, fascinada por el ejemplo del proletariado soviético y su partido bolchevique.
Tanto la teoría marxista cómo los ejemplos históricos señalan que existe una dialéctica entre las masas y la vanguardia y, por lo tanto, que es falsa la concepción mecánica de los camaradas de la mayoría, según la cual por el solo hecho de ganar a la vanguardia hemos avanzado en el camino de dirigir a las masas. Si ganamos a la vanguardia para una política que no sea la leninista-trotskista de trabajar sobre el movimiento de masas, alejamos a nuestro partido de la política revolucionaria, separamos a la vanguardia de las masas y terminamos liquidando tanto al partido como a la vanguardia , abandonando el movimiento de masas a su suerte y cerrando el camino al triunfo de la revolución. Si ganamos a la vanguardia para la política leninista-trotskista habremos dado un paso inmenso hacia la construcción del partido con influencia de masas, que lleve al triunfo de la revolución.
En esta dialéctica, también cabe la posibilidad de que haya vanguardias, o sectores de ellas, que, por problemas históricos y sociales concretos, no puedan ser ganadas para la política marxista revolucionaria. En un sentido general, éste es el caso de un sector importante de la vanguardia estudiantil, que está condenado por la lógica inflexible de la lucha de clases a abandonar tarde o temprano las trincheras del movimiento de masas para pasar a las de la burguesía. Justamente esta dialéctica es la que explica que todo lo que ganemos o perdamos los marxistas revolucionarios, a todos los niveles de la lucha de clases (movimiento de masas, clase obrera o vanguardia) está determinado por la propia lucha de clases, con sus vaivenes; nunca por una política específica, más o menos correcta, para la vanguardia. Visto desde otro ángulo: la única forma de ganar a la vanguardia es tener una política correcta para el movimiento de masas. Pero con eso no basta: lo más importante es que esa política obtenga triunfos importantes que nos lleven a la dirección del movimiento de masas a escala nacional o internacional. Eso es lo que pasó en Francia en mayo del 68: Una política correcta para el conjunto del estudiantado y del movimiento obrero nos llevó a impactar a la vanguardia, pero no logramos ganarla en forma masiva porque el movimiento de masas, en su primera gran movilización de conjunto de los últimos treinta y cinco años, no logró un triunfo completo y resonante sobre la burguesía. La medida del triunfo hizo que siguiéramos influyendo en la vanguardia cuando decayó la movilización.
Esta dialéctica es la que descubre el error básico de los razonamientos de los camaradas de la mayoría. Ellos señalan dos hechos ciertos: que hay una numerosa vanguardia y que no podemos abrigar la esperanza de ganar la simpatía política general en la clase obrera de un solo golpe. - Pero de esos dos hechos, sacan la conclusión equivocada de que debemos trabajar principalmente sobre la vanguardia de masas, con una política específica para ella, que parta de sus inquietudes. Aunque los camaradas de la mayoría no lo dicen, la lógica de este razonamiento lleva a la conclusión de que a esa vanguardia de masas sí la podemos ganar de un solo golpe a diferencia de lo que ocurre con la clase obrera.
Estamos de acuerdo en que no podemos ganar a la clase obrera de un solo golpe. Pero, ¿qué es lo que nos impide ganarla en un proceso? Si en cada momento de la lucha del movimiento de masas o de sectores de él levantamos las consignas correctas, iremos ganando, gradualmente o por saltos, sus simpatías. Y apenas se desencadenen luchas importantes, la simpatía política del movimiento de masas o importantes sectores de él por nuestros partidos y nuestra política, crecerá geométricamente.
Tampoco comprendemos qué es lo que nos puede permitir ganar la simpatía política general de la vanguardia de masas de un solo golpe. La vanguardia de masas no tiene necesidad de nuestro partido ni de nuestra política. En los momentos de calma en la lucha de clases, tenderá a realizar acciones separadas del movimiento de masas a las que nosotros nos deberemos oponer. Esto producirá que sólo un sector minoritario de ella §e acerque a nuestras posiciones; el resto seguirá con sus tendencias espontaneístas. No hay forma de evitarlo. Orientar al partido en torno a esas inquietudes, puede producir un éxito momentáneo. Pero es también muy probable que, a menos que rompamos total y absolutamente con el trotskismo, se den en la vanguardia tendencias no trotskistas mucho más hábiles y capaces que nosotros para seguir al pie de la letra la desviación (o inquietud) de turno de esa vanguardia.
Pero el panorama cambiará apenas entre a tallar el movimiento de masas. En ese momento, sectores de la vanguardia estarán mucho más preocupados por dar una orientación correcta a la lucha de las masas que por realizar acciones separadas de ellas. Entonces recordarán nuestro paciente pero intransigente trabajo propagandístico, y dirán: los trotskistas tenían razón cuando nos decían que confiáramos en el movimiento de masas y no nos separáramos de él; vayamos a discutir con ellos cuál es la política correcta para esta movilización. Otros sectores, los guerrilleros por ejemplo, seguirán con sus acciones aisladas de la lucha de las masas, se separarán cada vez más de ellas, y serán desconocidos por ellas como dirección de alternativa frente al reformismo y la burocracia. El partido entablará un diálogo amplio y fraternal con el primer sector, tratando de ganarlo para su política hacia el movimiento de masas. Con respecto a los guerrilleristas, lo único que podrá hacer el partido será una caracterización: estos compañeros son irrecuperables, por el momento, para el marxismo revolucionario; defendámoslos de los ataques de la burguesía, pero dejemos que se cocinen políticamente en su propia salsa .
Por medio de este proceso, y no de un solo golpe, ganaremos día a día más influencia en la vanguardia del movimiento de masas. La dialéctica de las relaciones vanguardia-masas es inflexible: sólo podremos ganar de un solo golpe a la vanguardia en el momento de este proceso en que nuestro partido haya dirigido al movimiento de masas a la obtención de un triunfo colosal. Sólo en ese momento, y en ningún otro, la tarea (que sigue siendo propagandística). de ganar a la vanguardia, será la central. Y nunca por una etapa indefinida; apenas hayamos agotado las posibilidades de ese trabajo, volveremos (con nuestras fuerzas multiplicadas por cien) a nuestra tarea central de agitar las consignas correctas para cada momento de la lucha de las mares.
En muchas oportunidades, nuestras consignas agitativas no movilizan a las masas y sólo son tomadas por sectores de la vanguardia como cuando realiza, por ejemplo, una manifestación de apoyo a Vietnam o a una huelga obrera. La mayoría podría extraer de aquí la conclusión de que la vanguardia realiza acciones y ese solo hecho hace necesaria una política para ella.
En esto hay parte de razón: la vanguardia realiza acciones, pero no todas ellas son positivas. No basta con la condición que ponen los camaradas de la mayoría de que dichas acciones no vayan en contra de la corriente de la lucha de las masas. Se puede realizar una acción que en un sentido general coincida con la lucha de las masas, pero que en ese momento particular sólo sirva para desatar la represión o para distraer la atención de las masas de sus problemas centrales. Por, ejemplo, si en medio de una movilización de masas por salarios, un sector de la vanguardia hace una manifestación con la única consigna de abajo la burocracia sindical, distrae la atención de las masas, pues el problema central para ellas son los salarios, y la lucha contra la burocracia sólo estará planteada como un aspecto (en un comienzo secundario) de esa lucha antipatronal. Si esa manifestación de la vanguardia termina con la muerte de diez oficiales de la policía, producirá la represión del régimen sobre un movimiento de masas que aún no está preparado para enfrentaría. Por lo tanto, no es suficiente con que las acciones de la vanguardia no vayan en contra de la corriente de la lucha de las masas, sino que es necesario que respondan al milímetro a las necesidades presentes de esa lucha de masas. Toda otra posibilidad debe ser enérgicamente condenada por el partido.
Ahora bien, ¿qué significado tienen las acciones de la vanguardia, desde el punto de vista de la lucha de clases en su conjunto? Lo que para la vanguardia es una acción (una manifestación, un acto relámpago, etcétera), desde el punto de vista 1 de la lucha de clases es una tarea agitativa que dicha vanguardia realiza sobre el movimiento de masas. Cumple el mismo papel que hablar por radio o lanzar un volante, tratar de llegar a las masas con nuestras consignas; es una acción agitativa del partido y de la vanguardia. No es una acción directa del movimiento de masas, ni de enfrentamiento a los explotadores, sino una técnica, entre otras, para agitar consignas. Si la burocracia, el reformismo, la ultraizquierda o nosotros (porque nos equivocamos) repartimos un volante o levantamos una consigna incorrecta, perjudicamos a la lucha del movimiento de masas. Lo mismo ocurre con las acciones de la vanguardia: si el eje de esas acciones es correcto, la agitación que ellas provocan en el movimiento de masas es positiva; si no, es negativa. ¿Y cuáles son esas acciones correctas de la vanguardia, sino aquéllas que tienen como eje las consignas que nosotros agitamos en el movimiento de masas?
Resumamos todo este problema. Los camaradas de la mayoría sostienen que nuestra tarea central es el trabajo sobre la vanguardia de masas. Nosotros sostenemos que dicha tarea central sólo se justifica en un periodo de aplastamiento histórico del movimiento de masas o cuando un importante triunfo del movimiento de masas con nuestra dirección empuja a toda la vanguardia hacia nuestras posiciones; y que en la actual situación, que tiende a ser prerrevolucionaria a nivel mundial, nuestra tarda central es sobre el movimiento de masas en la gran mayoría de los países.
Los camaradas de la mayoría sostienen que. nuestra tarea central es agitar en 1, a vanguardia las consignas que, partiendo de sus inquietudes, la lleven a la acción. Nosotros sostenemos que nuestra agitación está reservada al movimiento de masas, para llevarlo a la acción, con consignas correctas, y que nuestra tarea sobre la vanguardia es, propagandística y debe girar, fundamentalmente, alrededor de la explicación de esas consignas
Los camaradas de la mayoría toman como criterio casi absoluto para las tareas del partido las acciones de la vanguardia; plantean que nuestra tarea central es lanzar campañas políticas que respondan a sus inquietudes, o sea a los objetivos espontáneos de sus acciones. Plantean algo mucho más grave aún (que veremos más adelante): que nuestras secciones realicen acciones por su cuenta tomando como base esas inquietudes, para dar el ejemplo y ganar la simpatía de esa vanguardia.
Nosotros estamos totalmente a favor de que la vanguardia se unifique, crezca, se fortalezca y tenga iniciativa. Pero no nos cansamos de decirle: Compañeros, líguense al movimiento de masas; confíen en él, realicen acciones propagandísticas y agitativas que sirvan para agitar la consigna precisa para cada momento de sus luchas; nosotros estaremos junto a ustedes en todas y cada una de esas acciones. Pero no estaremos con ustedes si realizan acciones físicas que intenten reemplazar a las de las masas, por más buenas intenciones que tengan y, más aún, estaremos contra ustedes si esas acciones perjudican a las masas. Si esto ocurre denunciaremos implacablemente que ustedes están en un error, que sus acciones son nefastas, y trataremos de dividirlos para ganar al sector de ustedes que se pueda recuperar para las filas del marxismo revolucionario y para desprestigiar definitivamente ante las masas al otro sector, al que las desprecia y realiza acciones que van, objetivamente, en contra de sus luchas.
Esta serie de sustituciones que vamos descubriendo en Germain conocimiento científico en lugar de conciencia política, objetivos políticos en lugar de análisis marxistas objetivos; propaganda por agitación; trabajo sobre la vanguardia en lugar de trabajo sobre las masas, etcétera son la base teórica que fundamenta las graves críticas que le hace a Camejo sobre su concepción del partido bolchevique en esta etapa.
Según Germain, mientras que Cannon habla de revolución proletaria Camejo la nombra una sola vez, y en relación con el programa: El partido busca dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia e lpoder del estado como su objetivo fundamental, pero no trata de sustituir él mismo a las masas. [265]
Nos gustaría preguntarle al camarada Germain si está de acuerdo o no con la definición que hace nuestro Programa de Transición de revolución proletaria: la toma del poder por la clase obrera ¡y sus aliados. ¿Y el hecho de que dicha toma del poder sea para Camejo el objetivo fundamental del partido, no le satisface, camarada Germain?
La primera objeción seria que le hace Germain es que Camejo presenta la relación entre la vanguardia al partido- y la clase trabajadora. . . de una manera unilateral y mecánica. El partido trata de promover la lucha de masas. . . por medio de movilizar a las masas en tomo a demandas relacionadas a su presente nivel de conciencia. [266]
Para demostrar que esto es un error, trata de, apoyarse en Trotsky, trayendo esta cita: ¿Qué puede hacer un partido revolucionario en esta situación? En primer lugar, dar una visión honesta y clara de la situación objetiva, de las tareas históricas que emanan de esta situación, independientemente de que los trabajadores estén o no maduros para esto. Nuestras tareas no dependen de la mentalidad del obrero. . . Nosotros debemos decir la verdad a los trabajadores y entonces ganaremos a los mejores elementos. [267]
Como siempre, Germain ha sacado una cita de su contexto. Estas frases son una respuesta de Trotsky a algunos compañeros norteamericanos que planteaban que el programa de transición, no era adecuado a la mentalidad de los obreros de su país. Esta respuesta es correctísima porque Trotsky está hablando de las tareas históricas del programa general histórico para toda la época, es decir, del programa de transición. No se está refiriendo para nada a las tareas concretas que estaban enfrentando los camaradas norteamericanos en ese momento. Y lo que decía Trotsky es que nosotros no ocultamos nuestro programa, sino que, por el contrario, lo propagandizamos con todas nuestras fuerzas, aunque el obrero medio no lo entienda, para ganar a elementos de vanguardia (los mejores elementos). Esto no tiene nada que ver con la suposición de Germain de que ésta es una norma rectora de la actividad política del conjunto del partido en cualquier momento concreto.
Germain repite, corregida y aumentada, la confusión que ya antes había hecho entre propaganda y agitación. Camejo nunca dice que haya que tomar en cuenta el grado de conciencia de las masas para formular el programa general, histórico, del partido. Esta sería una posición total y absolutamente reformista y economicista. Lo que dice Camejo es que hay que partir del presente nivel de conciencia de las masas para formular las demandas que sirvan para movilizar a las masas. Esto quiere decir que Camejo se refiere a nuestra política concreta, a las consignas que agitamos para la acción del movimiento de masas, no a la propaganda ni al programa. La cita de Trotsky es correcta, justamente porque no se refiere para nada a las consignas sino al programa.
Un programa trotskista que no hable de piquetes armados, soviets, insurrección, gobierno obrero y campesino, dictadura del proletariado, no merece el nombre de tal. Pero la dirección de un partido que levante todas estas consignas, o algunas de ellas, en forma permanente para todas las etapas y momentos de la lucha de clases, merece ser internada en un asilo.
Trotsky, en el programa de transición dice exactamente lo mismo que Camejo, con la única diferencia de que, en lugar de presente dice actual: es preciso ayudar a las masas, en el proceso de lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus actuales reivindicaciones y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, que, partiendo de las condiciones actuales y de la actual conciencia de las amplias capas obreras, conduzcan a una -sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado. [268] Para España planteaba lo mismo: La participación de los comunistas en estas luchas, y sobre todo su dirección, exige de ellos, no sólo una comprensión clara del desarrollo de la revolución en su conjunto, sino también la capacidad para lanzar determinadas consignas ardientes y combativas, que no se des. prenden directamente del programa sino que son dictadas por las circunstancias de cada día e impulsan a las masas hacia adelante. [269]
El objetivo de estas consignas es dirigir las masas hacia adelante. En la misma conversación de Trotsky que cita Germain, éste plantea: Toda la cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha. [270] Exactamente lo mismo que plantea el camarada Camejo: que esas consignas, relacionadas al presente nivel de conciencia (de las masas) son las que utiliza el partido para movilizar a las masas
¿Qué es lo que esconde el ataque de Germain a esta definición de Camejo? Una típica posición ultraizquierdista: no darse una política para las necesidades y conciencia presentes de las masas, sino para supuestas necesidades y conciencia futuras: ¿Qué es este presente nivel de conciencia de las masas? ¿Es siempre el mismo? ¿Puede cambiar rápidamente? Si es así, ¿el partido de combate debe esperar hasta que éste se haya movido antes de adaptar sus demandas? ¿O puede prever de qué estos cambios y actuar de acuerdo a ellos? ¿En función de qué factores se pueden prever estos cambios? ¿No puede ser el (presente nivel de conciencia en sí mismo hasta un cierto grado una función del rol del partido de combate dentro del movimiento de masas? Pero si uno de los principales objetivos del partido de combate es levantar el nivel de conciencia de la clase obrera, ¿cómo puede el presente nivel de conciencia en sí mismo ser un criterio decisivo para determinar qué género de demandas debe plantear el partido ante las masas? [271]
Estas preguntas implican sus respectivas respuestas, a saber: Germain opina que el nivel de conciencia no es siempre el mismo; que puede cambiar rápidamente; que el partido de combate no debe esperar hasta que haya cambiado antes de adaptar sus consignas; que el partido puede prever esos cambios y debe actuar de acuerdo a ellos, es decir, debe lanzar sus consignas adecuadas al nivel de conciencia futuro; que el presente nivel de conciencia de las masas es, hasta un cierto grado, una función del papel del partido; que uno de los objetivos principales del partido revolucionario es levantar el nivel de conciencia de clase de la clase obrera y que, por lo tanto, el presente nivel de conciencia no puede ser un criterio decisivo para determinar qué género de consignas debe plantear el partido ante la masas
Aquí está sintetizada una de las diferencias más importantes entre la mayoría y la minoría. Contestaremos a cada una de estas afirmaciones de Germain, pero nos tomaremos la libertad de cambiar el orden de presentación.
Primera afirmación: el nivel de conciencia de las masas no es siempre el mismo. Tiene toda la razón. Más aún, dentro de las masas hay un desarrollo desigual de la conciencia, lo que hace que en un mismo momento, haya sectores con distinto nivel de conciencia.
Segunda afirmación: el nivel de conciencia de las masas puede cambiar rápidamente. Nuevamente Germain tiene razón, pero no señala que esto ocurre sólo en algunos períodos, los de gran actividad del movimiento de masas. En los períodos de calma, el movimiento de masas cambia su conciencia muy lentamente.
Tercera afirmación: el nivel de conciencia inmediato (presente) de las masas es, en cierto grado, función del papel del partido revolucionario. Falso. El nivel presente de conciencias es un factor objetivo para el partido revolucionario, mucho más para nuestros pequeños grupos. Es el factor más. dinámico de la situación objetiva, pero no por ello deja de ser objetivo. Esto significa que es un dato, un hecho de la realidad que podemos ayudar a modificar en el futuro, pero que en el presente es como es, lo opuesto de nuestro partido, que es un factor subjetivo.
Como todo hecho presente, es una consecuencia del pasado, de la historia. Si en esa historia nuestro partido tuvo algo que ver, entonces y sólo entonces, en un cierto grado, la conciencia presente es función del partido. Pero si no fuimos ni somos un factor objetivo, es decir no nos siguen ni hemos educado a sectores del movimiento de masas antes de ahora, no tenemos nada que ver con su presente nivel de conciencia.
Desgraciadamente, ésta es la situación actual. Los obreros argentinos son peronistas y sindicalistas; los franceses stalinistas y socialistas, además de sindicalistas; los ingleses laboristas y los alemanes sindicalistas y socialdemócratas. Ese nivel presente no es en ningún grado función nuestra.
Hemos dicho que el presente nivel de conciencia es una consecuencia histórica. Debemos completar ese concepto: es una consecuencia directa de dos factores combinados: los cambios objetivos del régimen y el desarrollo de las luchas de masas. El papel del partido puede ser importante, y a veces decisivo, pero indirecto, como agitador, organizador y director de esas luchas.
Trotsky decía lo mismo: Para nosotros, siendo una pequeña minoría, todo es objetivo, incluso el estado de ánimo de los obreros. [272] La conciencia de clase del proletariado es atrasada, pero la conciencia no es del mismo material que las fábricas, las m mas, los ferrocarriles, sino que es mas variable, y bajo los golpes de la crisis objetiva, de los millones de parados, puede cambiar rápidamente. [273]
Hay una concepción muy típica de la intelectualidad pequeño burguesa radicalizada que consiste en atribuirle a las masas los mismos sentimientos que ella tiene. Hay miles de intelectuales pequeñoburgueses que aman la lucha, y piensan, un tanto románticamente, que con las masas sucede lo mismo. Desgraciadamente no es así, y cada vez que uno de esos intelectuales va a hablar con los obreros para incitarlos a la lucha por la simple razón emotiva de que hay que luchar, se lleva una tremenda decepción: los trabajadores no lo entienden; creen que está loco; le dan la espalda. El obrero común, el explotado en general, no siente ningún placer en ir a la lucha. Es un ser humano normal, que no tiene ningún interés en perder una parte de su escaso salario saliendo a la huelga, ni en arriesgar su integridad física yendo a una manifestación, ni en arriesgar su vida tomando la¡ armas contra el capitalismo. Las masas trabajadoras salen a la lucha porque el sistema capitalista las hunde en la miseria, porque no les deja otra salida que luchar para sobrevivir. El obrero no ama la huelga, pero se arriesga a perder su salario o su trabajo porque si no lucha se muere de hambre; no ama la violencia, pero se ve obligado a utilizarla para defenderse de la violencia, de los capitalistas; no ama las armas, pero se ve obligado a usarlas cuando el capitalismo las usa contra él.
Ese es el primer factor que determina el presente nivel de problemas más graves y más sentidos que sufren las masas hasta el punto en que están dispuestas a movilizarse para arrancarle al sistema capitalista una solución.
El segundo factor es el desarrollo de la propia movilización de las masas. No basta con que exista el problema objetivo para que, automáticamente, las masas salgan a la lucha. Los trabajadores pueden estar sufriendo salarios bajísimos, pero su actitud frente a ese problema depende de cuál sea la situación de sus luchas con la burguesía en ese momento. Si el problema de los salarios se da inmediatamente después de un aplastamiento fascista del movimiento de masas, probablemente no se produzca ninguna movilización. Los trabajadores serán conscientes de que están en una situación desfavorable, con sus dirigentes muertos o encarcelados, con sus organizaciones destruidas, con todo el peso de la represión sobre sus espaldas, y no se movilizarán hasta haber reorganizado sus fuerzas. Si, en cambio, esta situación se produce en el otro polo del desarrollo de la lucha, con las masas en plena ofensiva, en una situación revolucionaria, éstas son capaces de llegar al borde de la toma del poder, impulsadas por la necesidad de solucionar ese problema objetivo. Esto explica que la consigna de pan haya sido una de las que llevaron al poder al proletariado ruso.
Así se combinan estos dos factores objetivos: la infamia de turno del sistema capitalista es la que crea la necesidad de luchar y fija el objetivo inmediato de esa lucha de las masas; el grado de desarrollo del movimiento de masas es el que determina que esa movilización estalle o no, la envergadura que pueda tener, los métodos que utilice, y sus resultados concretos, que pueden ser desde la reorganización de un sindicato hasta casi la toma del poder.
La conciencia inmediata, presente, de las masas esta determinada por esos dos factores es la conciencia de la necesidad que sufren y de las condiciones en que se encuentra para enfrentar a los explotadores.
El partido no tiene nada que ver con esta conciencia inmediata de las masas. Pero Germain, al sostener que el papel del partido es en cierto grado (no define cuál es ese grado) un factor determinante de la conciencia inmediata de las masas, cae en un típico error ultraizquierdista: confundir su propio nivel de conciencia, o el del partido, con el de las masas. Es la otra cara, la racional de esa intelectualidad romántica de que hablábamos: la que confunde no sus sentimientos, sino su nivel político con el de las masas.
Cuarta afirmación: el partido puede prever los cambios en el nivel de conciencia de las masas. Esto es cierto solamente en un sentido general e histórico. Nosotros sabemos que el sistema capitalista en decadencia, el sistema imperialista, arrojara cada vez más miseria y explotación, sobre las espaldas de los trabajadores; por lo tanto, les creará cada vez más necesidades, con lo cual los hará ser cada vez más conscientes de que sus problemas sólo se pueden solucionar a través de la lucha. Las luchas de las masas se irán desarrollando en forma cada vez más profunda y violenta. Su relación de fuerzas con la burguesía será cada vez más favorable; las hará cada vez más conscientes de sus propias fuerzas estarán cada día más dispuestas a lanzarse a nuevas movilizaciones. Este proceso las llevará al borde mismo de la política de clase, revolucionaria, de que pueden y del poder. Pero allí se detendrán y luego retrocederán, si no existe un partido revolucionario que las haga totalmente conscientes de esa situación las organice y las guíe para seguir adelante.
Pero esto es en general y para toda la etapa histórica. En un sentido concreto, inmediato, el partido tiene posibilidades muy limitadas de prever los cambios en la conciencia de las masas. No tanto por el factor económico (las necesidades que les crea el sistema capitalista), pues éste no cambia muy velozmente, sino por el desarrollo de las propias luchas. Cada vez que las masas se lanzan al combate, no sabemos si triunfarán o serán derrotadas y esto será decisivo para conocer cuál será el nivel de conciencia del que partirán las luchas posteriores. Supongamos una huelga general, que se mantiene dos o tres días. Puede ocurrir que las masas terminen derrotadas, con sus dirigentes despedidos y sin haber conseguido absolutamente nada. Puede ocurrir que vuelvan al trabajo sin haber logrado todos sus objetivos, pero conquistando importantes triunfos parciales (un aumento de salarios, una reducción de la jornada de trabajo, etcétera). Puede ocurrir finalmente, que la huelga desemboque en una insurrección que las deje con el poder político en sus manos. Evidentemente, su nivel de conciencia al día siguiente de la huelga no será el mismo en los tres casos. Esquematizando, en el primero de ellos, comenzarán a plantearse la necesidad de su reorganización para futuros movimientos. En el último, intentarán organizar la defensa de¡ Estado Obrero e irán planteándose comenzar la construcción del socialismo.
Lo máximo que puede lograr el partido es manejar algunas hipótesis, señalar la más probable, y prepararse teóricamente para enfrentar esa nueva situación. Esto le será relativamente fácil en los períodos de calma de la lucha de clases, y muy difícil en los períodos críticos, donde las luchas, y los consiguientes cambios en la conciencia inmediata de las masas, se suceden día tras día. Tan difícil es la tarea en esta última situación, que las hipótesis del propio partido bolchevique iban quedando rezagadas con respecto a la realidad a medida que se acercaba octubre de 1917.
Pero éste es un trabajo interno del partido, de preparación teórica para enfrentar nuevas situaciones. Nada tiene que ver, como veremos luego, con la política hacia las masas, porque apenas la realidad demuestre que nuestra hipótesis más probable no se da, nos veremos obligados a improvisar una nueva política de acuerdo a la nueva situación. Ya hace mucho que los marxistas decimos que la realidad es más rica que cualquier esquema.
Aclaremos que seguimos hablando de la conciencia inmediata de las masas. El partido es capaz de hacer previsiones generales, basándose en las leyes generales de la lucha de clases descubiertas por el marxismo y para períodos determinados de tiempo. Por ejemplo: ascenso del movimiento de masas = tendencia a gobiernos kerenskistas; crisis económica = división de la burguesía, etcétera. El camarada Germain, que se cree capaz de prever los cambios en la conciencia inmediata de las masas, se ha demostrado totalmente incapaz de realizar este otro tipo de previsiones más sencillas.
Quinta, sexta y séptima afirmaciones: uno de los objetivos principales del partido es elevar el nivel de conciencia de la clase obrera; por lo tanto, no debe esperar a que los cambios en la conciencia inmediata de las masas se produzcan para adaptar a ellos sus consignas, sino que (como es capaz de prever dichos cambios) debe actuar de acuerdo con ellos, no tomando como criterio decisivo para lanzar sus consignas el presente nivel de conciencia de las masas.
Estas afirmaciones se destruyen por si mismas, porque el, partido, como ya lo demostramos, es incapaz de prever los cambios en la conciencia inmediata (presente) de las masas. Pero démosle a Germain esa ventaja. Supongamos que fuera capaz de preverlos. Eliminada esa dificultad, el silogismo de Germain se desarrolla con limpieza. El partido tiene el objetivo de elevar la conciencia de las masas hacia la conciencia política de clase (correcta). Por lo tanto, sus consignas no deben partir del presente nivel de conciencia, sino del que el partido prevé que vendrá en el futuro (falso, mil veces falso).
Si Germain habla de futuros niveles de conciencia y propone que nuestras consignas se sujeten a ellos, nos preguntamos por que no propone que nuestra única consigna sea la toma del poder, la revolución proletaria a nivel mundial. No vemos la diferencia entre plantear una consigna para un futuro nivel de conciencia que se dará dentro de un mes o un año y plantear una consigna para dentro de 10 ó 20 años. ¿Para qué andar con pequeñeces? Levantemos solamente la toma del poder a nivel mundial. Es una consigna para un nivel de conciencia futuro tan buena como cualquier otra. Y si las masas están dispuestas a escuchar y movilizarse tras una consigna nuestra para un futuro cercano, no vemos por qué no estarán dispuestas a hacerlo con una consigna para un futuro lejano. En los términos en que lo plantea Germain, el problema es cuantitativo, no cualitativo. Y un problema cuantitativo (de cantidad de tiempo) no puede definir el carácter de una consigna. Así que, futuro por futuro, nos quedamos con el que más nos gusta: la toma del poder a nivel mundial.
En realidad el problema (consignas para el presente o consignas para el futuro) es cualitativo. Estamos a muerte a favor de usar todas las consignas que partan del nivel de conciencia y las necesidades de cada momento (presentes) del movimiento de masas; y estamos a muerte en contra de usar ninguna consigna que parta de un supuesto (o previsto) nivel de conciencia y necesidad futura del movimiento de masas.
Se nos podrá argumentar que cuando planteamos por primera vez en Estados Unidos, ¡Fuera las tropas de Vietnam, ahora!, el movimiento de masas no tenía conciencia inmediata de la necesidad de esa consigna, no la sentía suya.
Esto ocurre porque entre la necesidad inmediata y la conciencia inmediata de las masas se da la misma contradicción y dialéctica que existe entre lo objetivo y lo subjetivo: el hecho de que exista una necesidad objetiva, no determina mecánicamente que las masas tengan conciencia de esa necesidad. Más aún la conciencia inmediata va siempre con retraso respecto de la necesidad inmediata. Justamente por eso nuestras consignas agitativas deben ser un puente entre esos dos factores desigualmente desarrollados. De estos dos elementos el decisivo como siempre es el objetivo: la necesidad presente. esto es lo que Germain ni se plantea ya que para el factor determinante de nuestras consignas no es esa necesidad objetiva inmediata, sino la probable conciencia futura.
Si nosotros logramos tender ese puente, elaborar esa consigna justa, que sintetice la necesidad inmediata de las masas con su conciencia inmediata, ¿habremos logrado convertirnos en un- cierto grado en un factor determinante de su nivel de conciencia? Eso depende de si las masas o algún sector de ellas toman nuestra consigna. Porque, aun cuando nuestra consigna es. té científicamente elaborada y sea perfecta, hay multitud de razones históricas y objetivas inmediatas que pueden impedir a las masas transitar por ese puente que nosotros tendemos, que es lo mismo que movilizarse por nuestra consigna. Eso no depende de nosotros, más que en el sentido de que demos la con. signa justa. El resto, y lo verdaderamente determinante, como siempre, es el factor objetivo. Si las masas toman nuestra consigna y se movilizan por ella, efectivamente habremos sido, en un cierto grado, factor determinante de su conciencia. Si no es así, no lo seremos.
Trotsky no razonaba como Germain, sino como lo hacemos nosotros. El veía que, por la desocupación, la necesidad inmediata de la clase obrera norteamericana después de la gran crisis era la de conseguir trabajo. Teóricamente, la consigna que correspondía debía, ser escala móvil de horas de trabajo. Pero Trotsky no aplicó esta consigna. El tomó en cuenta, además de la necesidad inmediata, la conciencia inmediata de la clase obrera norteamericana, que confiaba en Roosevelt y planteó: ...exigimos que Mr. Roosevelt, con su grupo de expertos, presente un programa tal de obras públicas que todo aquél que pueda trabajar pueda hacerlo con salarios decentes. [274]
Con la consigna de pedirle a Roosevelt, hemos tendido un puente entre la necesidad inmediata (desocupación) y la conciencia inmediata (los obreros creen en Roosevelt), para lograr la movilización de la clase obrera. Si Trotsky hubiera tomado únicamente la necesidad inmediata (desocupación) para formular su política, ésta no habría sido la apropiada para movilizar a la clase obrera, pues no tomaba en cuenta cuál era su conciencia inmediata (que los obreros confiaban en Roosevelt).
A partir de la escalada yanqui en Vietnam quedó planteada como necesidad inmediata la retirada de las tropas, independientemente de que esto fuera o no lo adecuado al nivel de conciencia de ese momento. El puente que teníamos que tender no podía rebajar esa necesidad para adecuarse a la conciencia inmediata más que en la forma o el lenguaje, nunca hasta el grado de ignorar la necesidad que originaba nuestra consigna. Todo intento de basar nuestras consignas solamente en el nivel de conciencia de cada momento, que no tome como elemento decisivo la necesidad inmediata del movimiento de masas y de que se movilice para superarla, es aventurerismo, ya que nuestra política es total, abarca un análisis, un programa (necesidad y conciencia histórica), la propaganda, la agitación (necesidades y conciencia inmediata) y tiene como objetivo la movilización permanente de las masas hasta la toma del poder por la clase obrera. Es decir, todo está íntimamente relacionado y los factores dependen unos de otros, siendo las consignas para la movilización de las masas el factor decisivo.
Trotsky, criticando esta costumbre de darse tareas en base a predicciones, nos decía hace más de treinta años: Pero nuestra tarea no consiste en hacer predicciones mirando el calendario sino en movilizar a los obreros alrededor de las consignas que surgen de la situación política. Nuestra estrategia es de acción revolucionaria, no de especulación abstracta. [275]
Todo intento de lanzar para una etapa inmediata de la lucha de clases, consignas y demandas para un nivel de conciencia que no es el de esa etapa, es un error ultraizquierdista. Más aún cuando además de consignas y demandas se elabora toda una estrategia, como ocurrió con el entrismo sui generis. Mientras el stalinismo tenía una política ultraoportunista y se dedicaba a levantar firmas por la paz, Germain y los camaradas de la mayoría sostenían que habría guerra, que el stalinismo cambiaría su política y mentalidad obligado por las circunstancias. De allí sacaron la estrategia de entrar al stalinismo a la espera de que se dieran esos cambios (que nunca se dieron).
Lo mismo ocurre con nuestras consignas. No podemos elaborarlas para una etapa futura de la lucha de clases, ni para la conciencia y necesidades que van a tener las masas en un futuro incierto. No podemos, en primer lugar, porque no la conocemos. Pero aun cuando fuéramos capaces de adivinar el futuro (prever diría Germain) no podemos utilizar esas consignas por otro motivo mucho más importante: porque las consignas tienen un solo objetivo, que es movilizar a los trabajadores. Y si las consignas reflejan necesidades y nivel de conciencia futuros, serán incomprensibles para las masas. Un ejemplo: si en lugar de la consigna de paz, el Partido Bolchevique, debido a la guerra imperialista, hubiera levantado la de cederles a los alemanes, como en Brest-Livstovsk, no hubiera hecho la Revolución Rusa.
Que el partido tenga como objetivo elevar la conciencia de las masas hacia la conciencia política de clase no quiere decir que sea capaz de hacerlo por sí mismo. El camarada Germain es el primero en insistir en que las masas sólo aprenden a través de sus acciones. Nuestro objetivo es, pues, movilizar a las masas para que, a través de esa movilización, adquieran conciencia política de clase. Hasta aquí estamos todos de acuerdo. En lo que no estamos de acuerdo es cómo hacemos para movilizarlas. Germain dice que movilizamos a las masas agitando consignas para el nivel de conciencia que éstas tendrán más adelante. Nosotros decimos qué movilizamos a las masas levantando consignas para las necesidades y el nivel de conciencia que tienen en el presente.
Supongamos que hay conflictos por salarios, en forma aislada en el 30 ó 40% de las empresas industriales. ¿Cuál es la necesidad que tienen las masas en ese momento? La de unificar todos esos conflictos en una huelga general. ¿Cuál debe ser nuestra consigna? ¡Huelga general por aumento general de salarios! ¿Cuál sería la consigna que plantearía Germain? El razonaría de la siguiente manera: como la huelga general planteará el problema del poder, nuestra consigna debe ser ¡Huelga general para tomar el poder! Pero eso sería un error catastrófico. Las masas tienen la necesidad de hacer una huelga general para conseguir más salarios, y son conscientes de ello o deben llegar a serio, pero no son conscientes de que necesitan tomar el poder. Nuestra consigna de ¡Huelga general por más salarios! caería en terreno fértil, prendería a lo largo y ancho del movimiento de masas, la huelga general sería un hecho. La consigna de Germain caería en el vacío; sólo sería seguida por algún pequeño sector de vanguardia; liquidaría la posibilidad de una huelga general masiva.
Sin embargo, nosotros somos conscientes al igual que Germain de que la huelga general plantea el problema del poder. Pero lo plantea cuándo la huelga ya es un hecho. Para poder plantear la toma del poder, primero tenemos que conseguir que la huelga general se haga. Si conseguimos que las masas salgan a la huelga general, que paralicen al país que desesperen a la burguesía, que ésta vea peligrar todo su sistema, que comience a organizar la represión, sólo entonces las masas estarán en condiciones de ver claramente que la única salida de la huelga general es la toma del poder. Esa será la necesidad más inmediata de las masas, esa será su única salida. En ese momento, si el partido sigue manteniendo la consigna de huelga general por más salarios, comete un crimen y una traición. ¡Ha llegado el momento de cambiar la consigna! La movilización de las masas ha llegado al punto de que éstas puedan comprender la necesidad de tomar el poder. La consigna para esa etapa debe corresponder a la necesidad. ¡Todo el poder al soviet (o al comité que dirige la huelga)! es la consigna del momento.
Si no conseguimos que las masas salgan a la huelga general, porque le hemos planteado a esa huelga un objetivo distinto al que las masas sienten y quieren (el poder en lugar de salarios), nos podemos pasar siglos gritando, ¡Huelga general por la toma del poder!, pero no conseguiremos nada. Puede ocurrir que la huelga general se dé pese a nosotros, pero lo seguro es que las masas no tomarán el poder.
Aquí Germain nos podría contestar con el siguiente razonamiento: si nosotros antes de la huelga general ya venimos planteando que su única salida es la toma del poder, en el momento en que las masas enfrenten esa situación sabrán reconocerlo y nos considerarán una buena dirección que supo prever los acontecimientos. Este es un razonamiento intelectual, falso. Así se mueve la vanguardia, pero no las masas. A la vanguardia, efectivamente, tenemos que explicar pacientemente, en vísperas de una huelga general que ésta planteará el problema del poder y que tiene que prepararse para tomarlo. Toda nuestra propaganda sobre la vanguardia debe tener ese solo y único eje. Y la vanguardia sabrá reconocer que nuestra previsión fue correcta y entrará masivamente al partido.
Si las masas se comportaran de esta manera, hacer la revolución sería muy sencillo: nos pasamos cinco, diez o veinte años agitando la consigna de la toma del poder. Cuando se dé la crisis revolucionaria (la huelga general, por ejemplo) que se puede dar aunque nosotros no existamos porque es un momento inevitable de la lucha de clases, las masas recordarán nuestra agitación de tantos años, nos reconocerán como su dirección y tomarán el poder. Pero las masas no se mueven de esta manera: ellas reconocen como dirección a quien supo movilizarlas dando la consigna precisa para cada una de las luchas que emprendieron. Y al que dio una consigna que nada tenía que ver con sus necesidades ni con su conciencia, no sólo lo desconocerán como dirección, sino que además lo considerarán un elemento ajeno al movimiento de masas.
Son entonces dos los motivos por los cuales el partido debe agitar ante las masas la consigna que responda a su nivel de conciencia y a sus necesidades presentes. El primer motivo es que es la única manera de movilizar a las masas, y la movilización de las masas es la única manera de que éstas eleven su nivel de conciencia. Es decir, lo importante es lograr la huelga general, porque sólo durante la huelga general las masas estarán en condiciones de elevar su conciencia hasta entender que hay que tomar el poder. El segundo motivo para agitar estas consignas es que es la única manera de ser reconocido como dirección y ganar prestigio, influencia y confianza entre las masas. Lo que las masas recuerdan, y para eso tienen buena memoria, es quién fue el que les dijo que había que hacer un frente único contra el fascismo cuando ellas necesitaban hacerlo, quién les planteó que lucharan por salarios cuando ellas necesitaban luchar por salarios, quién les planteó (¿por qué no?) retroceder, cuando necesitaron retroceder para no ser aplastadas.
Sólo así, agitando esas consignas, un partido puede ganarse el derecho a ser dirección. Sólo así será reconocido como dirección antes de la crisis revolucionaria. Porque si esto no ocurre, en el momento de la crisis revolucionaria no habrá nadie con autoridad, que sea escuchado por las masas, para plantear la única consigna, la única tarea, de la cual el movimiento de masas nunca puede llegar a ser plenamente consciente por sus propios medios: la consigna y la tarea de la toma del poder.
Esto no es una novedad. Trotsky llevó una larga lucha contra el ultraizquierdismo con este mismo eje. En contra de lanzar la consigna de soviets en Alemania, de armamento en España, de control obrero en Alemania, cuando las condiciones y el nivel de conciencia del movimiento de masas o lo planteaban.
Todo el secreto de la política trotskista consiste precisamente en medir. al milímetro las necesidades y el nivel de conciencia las masas en cada momento y descubrir las consignas adecuadas, a ellos. La política trotskista es concreta, presente, a nivel de sus consignas; histórica a nivel de su programa. Esto no es más que la expresión de la vieja contradicción entre lo inmediato y lo mediato, entre lo concreto y lo abstracto que, a este nivel, se manifiesta en la contradicción entre las consignas y el programa, entre la agitación y la propaganda.
Esto explica por qué el Partido Bolchevique fue cambiando de consignas en el breve lapso de unos pocos meses: ¡Todo el poder a los soviets! ¡Fuera los ministros burgueses! ¡Todos contra Kornilov! ¡Asamblea Constituyente!, nuevamente ¡Todo el poder a los soviets!
Todo el arte y la ciencia de nuestros partidos y direcciones pasa por saber detectar los cambios en las necesidades y el nivel de conciencia del movimiento de masas. Pero para detectar esos cambios en la conciencia de las masas nos vemos obligados a utilizar dos herramientas. La primera son las consignas agitativas: Para el partido, la agitación es también un medio dé escuchar a las masas, de sondear su estado de ánimo y sus pensamientos y, según los resultados, de tomar tal o cual decisión práctica. [276]
La segunda herramienta es la que nos permite evaluar el resultado de nuestra agitación y tomar así una u otra decisión. Esa herramienta es nuestro método de análisis y nuestro programa histórico, que resumen, a su vez, la lucha histórica y de clase del movimiento obrero y la historia toda de la lucha de clases,
Esta dialéctica entre lo mediato y lo inmediato, lo histórico y lo presente, lo abstracto y lo concreto, se sintetizase unifica, cuando el partido revolucionario logra llegar a dirigir al movimiento obrero hacia la conquista del poder. Pero para lograr esa superación de la contradicción, hay que pasar por distintas etapas de la lucha de clases; etapas que siempre son concretas, inmediatas y presentes, hasta que se transforman en históricas, es decir, hasta que la lucha inmediata del movimiento de masas sea la toma del poder, la gran tarea histórica.
Lo inmediato, las luchas concretas del movimiento obrero, se transforman en una tarea histórica gracias al partido. Esta síntesis se manifiesta cuando se produce la unidad entre nuestro partido y su programa, expresiones ambos de los intereses históricos del proletariado, con la clase obrera, y de ésta con las grandes masas. Allí se sintetizan las contradicciones entre partido y movimiento de masas, entre programa y consignas, entre propaganda y agitación, entre tareas del partido y tareas del movimiento de masas. En la insurrección, las masas, la clase obrera y el partido tienen una sola y única tarea, una sola y única consigna, un solo y único programa, y realizan una sola y única acción, inmediata e histórica al mismo tiempo: tomar el poder.
La tercera crítica del camarada Germain a los seis puntos de Camejo es la siguiente: Tercero: otra dimensión esencial del concepto leninista de partido revolucionario está ausente en la esencia del camarada Camejo: la iniciativa revolucionaria. Una cosa es promover las luchas de las masas por diferentes medios, empezando por ser buenos sindicalistas y teniendo cuadros que son aceptados por los trabajadores en los locales. Tomar la iniciativa de organizar y de ser capaz de dirigir las luchas anticapitalistas de masas como un partido revolucionario, es algo bastante diferente. Y una de las características esenciales del centrismo clásico de la escuela Kautsky-Bauer era precisamente esta inhabilidad para percibir la necesidad de una iniciativa revolucionaria del partido, haciendo que la relación de fuerzas las condiciones objetivas, el estado de ánimo de las masas, siempre decidiese todo de un modo fatalmente determinado. El leninismo se separa de este tipo de centrismo precisamente por su capacidad de comprender cómo la iniciativa revolucionaria puede modificar la relación de fuerzas. [277]
El desastre de la guerrilla (una iniciativa revolucionaria del partido por excelencia) en América Latina, hace que el camarada Germain sea muy cauteloso y escurridizo en su definición de iniciativa revolucionaria. Primero nos dice que hay una diferencia entre hacer sindicalismo y tomar la iniciativa de ser capaz de organizar y dirigir las luchas anticapitalistas de masas. Nadie puede oponerse a esta afirmación: es evidente que el partido debe tomar la iniciativa, con toda audacia, para tratar de organizar y dirigir las luchas anticapitalistas de masas, y no limitarse a hacer sindicalismo. Por otro lado, no vemos a qué viene esta digresión de Germain, a menos que él opine que hay alguna sección de nuestra Internacional que se plantea hacer (o hace) exclusivamente sindicalismo. Si opina esto, debería darle más importancia al problema porque sería una gravísima desviación.
Pero luego empieza a aclarar un poco más el panorama. El dice que el centrismo Kautsky-Bauer plantea que todo está fatalmente determinado por la relación de fuerzas, las condiciones objetivas, el estado de ánimo de las masas; que el leninismo en cambio, se diferencia de él porque plantea que la iniciativa revolucionaria (del partido) puede modificar la relación de fuerzas.
La relación de fuerzas mide, como la expresión lo indica, la fuerza relativa en cada momento, de los dos antagonistas principales en la lucha permanente de clases. Cuando decimos que estamos más fuertes, queremos decir, por lo tanto, más fuertes que la burguesía. En un momento dado el movimiento de masas puede estar a la ofensiva (en ascenso) y la burguesía a la defensiva; puede ser a la inversa e, inclusive, pueden existir períodos de relativa estabilidad. Pero, en líneas generales, podemos decir que a un aflojamiento por parte del movimiento de masas corresponde un avance de la burguesía. Esa relación de fuerzas entre las clases, como ya vimos, da lugar, según Trotsky, a cuatro situaciones generales, cuatro regímenes: contrarrevolucionario, no revolucionario, prerrevolucionario y revolucionario.
Y si retornamos la afirmación de Germain de que la iniciativa revolucionaria del partido puede modificar la relación de fuerzas, esto quiere decir que la iniciativa del partido puede transformar un régimen contrarrevolucionario en uno no revolucionario, a éste en un prerrevolucionario y a éste en uno revolucionario. Contrastando con su manifiesta tendencia a abrumarnos con citas y ejemplos históricos, Germain no ofrece ni uno solo para ilustrar esta afirmación. No es casual: no existe ninguno.
Para los marxistas serios, las superestructuras (y el partido revolucionario es una de ellas), están determinadas por las estructuras (las clases) y no a la inversa. Es absolutamente imposible que una superestructura modifique, por su propia iniciativa, las relaciones entre las clases. Existe en esto también una dialéctica: las superestructuras cobran peso colosal en los momentos de gran inestabilidad y crisis de la estructura, por ejemplo en una situación revolucionaria, y sólo en esos momentos. Pero que se llegue a esa situación de crisis no depende para nada de las superestructuras, sino de las leyes que rigen la lucha entre las clases.
Lo que posibilita que el enfrentamiento entre las clases llegue al punto de la crisis total y absoluta de la estructura (crisis revolucionaria) es que la existencia del capitalismo está regida por una ley según la cual tendrá crisis económicas cada vez más profundas y que el movimiento de masas reaccionará siempre frente a las penurias que esas crisis le provocan. Cuando llega la crisis revolucionaria, y sólo en ese momento, las superestructuras definen la salida de la crisis: el estado burgués y los partidos burgueses o pequeñoburgueses con influencia en el movimiento de masas, empujan hacia una salida reaccionaria, burguesa, de la crisis; el partido revolucionario empuja hacia la salida revolucionaria, obrera. De cuál de estos dos bandos gane la dirección del movimiento de masas, depende cuál será la salida de la crisis. Es decir, si el partido revolucionario logra ganar a la clase trabajadora, ésta toma firmemente la dirección del movimiento de masas, y la amplia mayoría de las masas pequeñoburguesas apoyan o permanecen neutrales en la lucha, la crisis se define hacia la revolución proletaria. Si no lo logra, y las superestructuras burguesas arrastran a la pequeña burguesía y logran confundir a amplios sectores del movimiento de masas y la clase obrera, la salida de la crisis será la salida burguesa, contrarrevolucionaria.
Pero aun en este caso, el papel de las superestructuras no es determinante en forma directa. La superestructura partido revolucionario no toma la iniciativa de tomar el poder: trata de ganar al movimiento de masas para que éste tome la iniciativa revolucionaria de tomar las riendas del estado. Y este ganar al movimiento de masas para la iniciativa revolucionaria es, simplemente, una tarea política del partido.
En los períodos de estabilidad de la estructura, esta dialéctica entre el partido y la relación de fuerzas entre las clases se da en una forma cualitativamente inferior. Cuanto menor es el impulso de las luchas de masas, tanto menor es la influencia del partido. Cuando ellas crecen, también crece su influencia. El partido sólo puede acelerar (y dentro de límites bien precisos) el desarrollo del movimiento de masas, pero nunca pro-. , 7ocar un cambio en la relación de fuerzas por su propia iniciativa. No surge la misma relación de fuerzas entre las clases si una huelga triunfa que si es derrotada.
El partido puede jugar un papel en esta situación, siempre y cuando sea la dirección de la huelga, o logre serlo en algún momento de su desarrollo. Si el partido conduce la huelga al triunfo, esto acelera el desarrollo dei movimiento de masas; cambia la relación de fuerzas a favor del movimiento obrero. Si la huelga era muy importante, inclusive puede significar un cambio de régimen; por ejemplo, pasar de una situación no revolucionaria a una prerrevolucionaria. Pero, nuevamente, quien produce el cambio en la relación de fuerzas no es directamente el partido, sino ese triunfo del movimiento de masas. El partido, dirigiendo correctamente al movimiento de masas en esa huelga, ha acelera do el cambio de un régimen a otro, ha ayudado al movimiento masas a cambiar su relación de fuerzas con la burguesía; pero de ninguna manera ha cambiado dicha relación de fuerzas por su propia iniciativa. Si las masas no hubieran estado dispuestas a salir a la huelga, o si ésta se hubiera perdido (y esto puede ocurrir por factores objetivos, aún con nuestra dirección), el partido nada habría podido hacer.
Esto es el ABC del marxismo y es lo que nos muestra la realidad histórica y actual. Por eso no es casual que Germain no haya podido avalar con ninguna cita sus famosas iniciativas revolucionarias, que son capaces de modificar la relación de fuerzas?, ni aportar ejemplos al respecto.
¿O no es así? ¿Existe alguna iniciativa revolucionaria del partido que haya servido para cambiar la relación de fuerzas entre las clases? ¿Podría mencionar alguna el camarada Germain? ¿Podría ser la guerrilla del Inti Peredo en Bolivia? ¿O quizás los largos años de preparación para la lucha armada del POR(C)? ¿Serán quizás las acciones de los Tupamaros en Uruguay? ¿O las del PRT(C)-ERP en la Argentina? Ninguno de estos ejemplos apoya la concepción germainista. En todos esos países lo único que ha cambiado la relación de fuerzas fueron las movilizaciones de las masas: la huelga general contra el golpe de Miranda en Bolivia, las grandes huelgas generales, como las de los bancarios y los obreros de la carne en Uruguay, el cordobazo en la Argentina, etcétera. Y en estos hechos de la lucha de clases que realmente cambiaron la relación de fuerzas, ni el POR(C), ni el Inti Peredo, ni los Tupamaros, ni el PRT(C)-ERP, tuvieron nada que ver. En lo único que tuvieron que ver fue en las excusas que dieron al régimen para un aumento de la represión que pagó muy caro el movimiento obrero.
Como toda cuestión teórica, ésta no se agota en la teoría, sino que se manifiesta, con mucha más claridad, en la política práctica. Hasta ahora habíamos polemizado con Germain acerca de si las consignas que utilizamos deben responder o no a las necesidades y conciencia inmediatas de las masas; acerca de si dicha agitación debía hacerse sobre el movimiento de masas o sobre la vanguardia.
Parecería que estamos de acuerdo en el hecho de que las consignas (o demandas) son la herramienta fundamental para desarrollar nuestra política. Pero ahora el desacuerdo tiende a ensancharse.
Para Germain, las iniciativas revolucionarias son una dimensión esencial del concepto leninista de partido revolucionario, lo que equivale a decir que, para ser leninista, el partido debe tener como tarea central tomar iniciativas revolucionarias, por su propia cuenta y riesgo. El papel de estas iniciativas revolucionarias del partido no está muy claro en el párrafo donde Germain hace la crítica a Camejo, pero de toda su concepción y de la política que han aplicado algunas secciones orientadas por la mayoría, se desprende claramente que estas iniciativas tienen como función darle el ejemplo a las masas y marcarles el camino por el cual deben movilizarse. Ejemplos: el POR(C) toma la iniciativa de la lucha armada (o de la preparación para ella) para que las masas bolivianas lo sigan, lanzándose a la lucha armada (o preparándose para ella)- la Liga Comunista toma la iniciativa de luchar físicamente contra el fascismo y rompe un acto de Ordre Nouveau para que las masas francesas sigan su ejemplo y destrocen al fascismo en toda Francia, etcétera, etcétera. Si nuestros partidos no toman tales iniciativas, son indignos, según Germain, del nombre de partidos leninistas o trotskistas.
¿Cómo calificaría Germain al Partido Bolchevique ruso? ¡No queremos ni imaginarlo! Pensemos solamente que semanas antes de la Revolución de Octubre, Lenin y Trotsky discutían si había que tomar el poder en nombre de los soviets o del partido. ¡Ni el propio Partido Bolchevique en el momento culminante de su influencia en el movimiento de masas podía aventurarse a tomar la iniciativa revolucionaria de tomar el poder! Evidentemente este partido carecía de esa dimensión esencial que tanto preocupa a Germain.
Nosotros no estamos en contra de que el partido tome cualquier tipo de iniciativas, pero nos oponemos a aquéllas con las cuales pretende sustituir al movimiento de masas en las tareas que le son propias. Es decir, cuando pretende enfrentar por su cuenta al régimen burgués, o a algún sector de clase enemiga del proletariado, o a alguna organización que responda a ese sector de clase (como es el caso de las organizaciones fascistas). Estamos a favor de que el partido enfrente políticamente a todas las clases, sectores u organizaciones enemigas del movimiento de masas, que las denuncie en su propaganda, que agite consignas en el movimiento de masas para tratar de movilizarlo contra ellas, pero no que las enfrente físicamente por su propia cuenta y riesgo, sin el apoyo activo del movimiento de masas o de un sector de él.
Esto no quiere decir que debamos cruzarnos de brazos y esperar a convencer a la mayor parte del movimiento de masas y sus organizaciones para lanzar nuestras consignas e i ntentar movilizar a los sectores que ya están enfrentados, objetivamente a la necesidad de hacerlo Allí es donde debemos desplegar nuestras mayores iniciativas; pero estas tienen este sólo y único objetivo: crear o descubrir las consignas que lleven a la movilización y a la organización revolucionaria al movimiento de masas. o a algún sector de él. Curiosamente, quienes son partidarios de que el partido debe tomar iniciativas por su propia cuenta son particularmente poco imaginativos y audaces en la tarea de realizar estas verdaderas iniciativas revolucionarias del partido. Así fue como el POR(C) en Bolivia desplegó toda su imaginación para inventar un Ejército Revolucionario, pero careció de la iniciativa y audacia suficientes como para plantear las consignas que llevaban efectivamente al armamento de las masas bolivianas: el armamento de las organizaciones de masas para enfrentar a los golpes de estado reaccionarios. Y en Europa no han tenido ninguna iniciativa para apoyar y defender las guerrillas de las colonias portuguesas.
Tampoco estamos planteando que sólo cuando el conjunto o la mayoría del movimiento de masas tome nuestras consignas habrá llegado el momento de pasar a la acción. Justamente nosotros polemizamos con Germain porque éste considera a la vanguardia como un sector formado por individuos del movimiento de masas; y nosotros consideramos que existe en el movimiento de masas un desarrollo desigual que hace que en cada momento de la lucha de clases haya un determinado sector que este a la vanguardia respecto de otros. Como regla general, tenemos que concentrar nuestro trabajo sobre aquellos sectores que insinúan la posibilidad de una movilización. El régimen capitalista promueve o exige permanentemente que distintas capas de la clase obrera y los explotados se movilicen para defenderse de los ataques de los explotadores. Nosotros debemos intervenir de lleno en esos procesos objetivos para adelantar las consignas que movilicen y organicen a esos sectores en forma permanente. Cada movilización y triunfo de esos sectores del movimiento de masas servirá como acicate para movilizar y poner en pie de lucha a los otros.
No será como cree Germain que lograremos desbordar a la burocracia o dar un ejemplo permanente al movimiento de masas por medio de la actual vanguardia o del partido Solamente lo lograremos por medio de sectores del movimiento de masas que impactarán con sus luchas a otros sectores Toda la ciencia de nuestros partidos consiste, justamente, en saber precisar cuáles son los sectores del movimiento de masas que por su situación objetiva y su nivel actual de conciencia son más proclives a la movilización . Todo el secreto de una política bolchevique radica en esta dialéctica. Hubiera sido un crimen no tomar como eje a la juventud norteamericana, con una consigna que expresaba su necesidad más inmediata y su nivel de conciencia ¡que vuelvan las tropas de Vietnam, ahora!), a la espera de que todo el movimiento de masas norteamericano estuviera en condiciones de movilizarse. ¡Y ésta fue, verdaderamente, una excelente y ejemplar iniciativa del SWP! Pero no tiene nada que ver con las iniciativas revolucionarias.
Todo nos obliga, en Francia por ejemplo, a concentrarnos en los obreros inmigrantes con sus dos problemas específicos, el nacional y el de formar parte del sector más explotado de la clase obrera. Debemos tratar de movilizarlos frente al ataque de los brotes fascistas y del capitalismo francés que quiere mantenerlos en la condición de obreros y ciudadanos de segunda categoría. Pero nuestra obligación surge del hecho de que este sector está dando indicios de que está dispuesto a movilizarse, de que es un sector desigualmente desarrollado del movimiento de masas que puede estar, por un período, a la vanguardia de la clase obrera y las masas francesas. Ese es el motivo por el cual una de nuestras tareas más urgentes en Francia es buscar las consignas capaces de movilizar a los obreros inmigrantes, pero de ninguna manera realizar nosotros, , nuestro partido, la iniciativa revolucionaria de luchar contra el fascismo por nuestra propia cuenta, sin que los obreros inmigrantes participen en esa lucha.
Esta cuestión de las iniciativas revolucionarias por parte del partido es peligrosa por varias razones. La primera de ellas es que educa mal al movimiento de masas y retrasa el desarrollo de sus movilizaciones y su conciencia. Los camaradas de la mayoría, por ejemplo, felicitaron al PRT(C)-ERP por el secuestro de Sylvester, cónsul inglés en la ciudad de Rosario, a cambio de cuya liberación exigieron (y obtuvieron) una serie de mejoras para los trabajadores del frigorífico Swift. ¿Educó esta iniciativa revolucionaria a los trabajadores del Swift? Según los camaradas de la mayoría, sí; dio el ejemplo de que a través de la lucha armada se podían conseguir las mejoras que necesitaban. Según nosotros, no, porque les demostró que la mera acción de un grupo de gente bienintencionada y audaz podía reemplazar a su movilización activa para defender sus propios intereses y derechos. La dura realidad de la lucha de clases desmintió a la mayoría: poco tiempo después, las acciones gremiales fueron ganadas nuevamente por la burocracia peronista y las condiciones de trabajo volvieron a, ser tan malas o peores que antes de la iniciativa revolucionaria del ERP.
Otro tanto podríamos decir de la acción de la Liga Comunista contra Ordre Nouveau. Y aquí podemos demostrar algo más: que cuanto más éxito relativo tengan estas iniciativas tanto más perjudican el desarrollo del movimiento de masas. Si seguimos realizando acciones contra los brotes fascistas, y seguimos teniendo éxitos técnicos, ¿con qué argumento 1 vamos a tratar de movilizar a los obreros inmigrantes? Cuando tratemos de hacerlo, ellos nos responderán: ¿Para qué nos vamos a movilizar si están esos buenos tipos de la Liga Comunista que ya se van a encargar de liquidar a los fascistas?. Pero en la medida en que los obreros inmigrantes y el movimiento de masas francés no se movilice contra los brotes fascistas, estos cobrarán cada vez mayor envergadura (porque éste es un problema de relación de fuerzas entre las clases), y llegará el momento en que sólo el movimiento de masas podrá derrotarlos. En ese momento nuestras iniciativas revolucionarias mostrarán su cara negativa: por confiar hasta entonces en que el problema del fascismo puede ser resuelto por la Liga Comunista, no habrá ningún sector del movimiento de masas políticamente preparado para movilizarse contra él. Las consecuencias no pueden menos que ser nefastas. Por suerte no hay mayor peligro de que esto ocurra, porque apenas crezca el fascismo nuestra sección, y con ella sus iniciativas revolucionarias de enfrentarlo por su propia cuenta, serán arrastradas por el movimiento de masas.
El segundo peligro de estas iniciativas revolucionarias del partido es que nos lleven al olvido o la ignorancia de las iniciativas revolucionarias de las propias masas y a la obligación que tiene el partido y sus cuadros de intervenir en ellas. Nosotros creemos que el proceso en el que ha entrado Europa, como antes nuestro continente, se caracterizará por miles y miles de movilizaciones de todo tipo que efectuarán las masas. Frente a esas miles y miles de movilizaciones de las masas, nuestros partidos tienen pocos cuadros para atenderlas, para darles una orientación política y organizativa adecuada. Nos falta tiempo, militantes y capacidad dirigente para ello.
Por lo tanto, es un crimen sacar cuadros de las movilizaciones que hacen las masas para apartarlos hacia la realización de acciones independientes, propias, alejadas de las que hacen las masas.
El planteamiento de que la dimensión esencial del partido en esta etapa es su propia iniciativa revolucionaria tiende a alejarnos de la solución de la contradicción más grave que enfrentan nuestras secciones: su tremenda debilidad frente a las iniciativas o movilizaciones del movimiento de masas. Esta contradicción amenaza con irse agravando 0, al menos, con ser una contradicción aguda durante toda una extensa etapa, ya que nuestro crecimiento y elevación de nivel político irá acompañado de mayores iniciativas revolucionarias del movimiento de masas en ambos continentes, por no decir en todo el mundo.
Desgraciadamente, no hemos tenido la oportunidad de conversar con los camaradas de la mayoría europea. Pero sí lo hemos hecho con la nueva vanguardia latinoamericana y con los representantes de la mayoría en nuestro continente. También hace tiempo que dialogamos con los camaradas de la dirección del Swift. En estas conversaciones siempre nos llamó la atención una profunda diferencia entre el lenguaje de los compañeros latinoamericanos de la mayoría, por un lado, y el de los camaradas norteamericanos y el nuestro, por el otro. Los primeros tienen manía por los términos crear e iniciativa revolucionaria. Nosotros, por descubrir oportunidades y desarrollar con toda audacia una política para esas oportunidades. Creemos poder decir, muy esquemáticamente, que en esa diferencia de lenguaje se expresa actualmente una de las diferencias de fondo entre la mayoría y la minoría. Para la mayoría, hay que crear, por medio de la iniciativa revolucionaria, enseñanzas, ejemplos para el movimiento de masas. Para la minoría, el movimiento de masas no necesita ninguna clase de ejemplos, ni ninguna iniciativa revolucionaria de nuestra parte, sino que nosotros tenemos que saber descubrir las movilizaciones que las propias masas hacen o las que pueden hacer, llevadas por sus necesidades y conciencia inmediatas. A esas movilizaciones presentes o para un inmediato futuro, las llamamos oportunidades , y toda nuestra política debe orientarse a utilizarlas por medio de nuestras consignas, para evitar que se detengan y para lograr ganarlas para nuestra dirección.
Como ya dijimos, además de teórica, ésta es una cuestión práctica. ¿Para qué rompernos la cabeza pensando cómo atacamos a Ordre Nouveau? Si de verdad Ordre Nouveau ha empezado a atacar a los argelinos y a otras nacionalidades oprimidas por el imperialismo francés, debemos comenzar ya mismo un trabajo agitativo profundo sobre las nacionalidades que sufren preferentemente los ataques de estos imberbes fascistas. Sólo este trabajo nos permitirá conocer su mentalidad, sus reacciones, y saber si están dispuestas o no a defenderse de esos ataques. Si nuestras consignas no prenden, ello indicará que el partido deberá abandonar, momentáneamente, esa tarea. Si ocurre lo contrario, si nuestras consignas son bien recibidas por los obreros inmigrantes, si tenemos éxito en organizarlos, entonces y sólo entonces, íntimamente ligados a los barrios argelinos atacados por los de Ordre Nouveau, daremos un escarmiento ejemplar a estos fascistas. Las condiciones para esta tarea, como para toda política verdaderamente revolucionaria es, entonces, que responda a una necesidad imperiosa del movimiento de masas (defenderse de los ataques fascistas que se suceden sin solución de continuidad) y a la iniciativa del propio movimiento (que éste se movilice contra dicho peligro).
Nuestro papel es trabajar dentro de esas movilizaciones ya dadas o potenciales, levantar las consignas correctas que reflejen las necesidades y la conciencia de ese sector del movimiento de masas, organizarlas, postularnos como dirección de alternativa si están a su frente direcciones oportunistas, y dirigirlas si no tenemos rivales. (Esto último puede ocurrir si trabajamos sobre los sectores más explotados de la clase obrera y del movimiento de masas). No se trata, entonces, de crear, sino de descubrir dentro del propio movimiento de masas, dónde se nos abren posibilidades de imponer nuestras consignas de transición.
El tercer peligro de estas iniciativas revolucionarias es que transforma las relaciones de partido con el movimiento de masas, de objetivas en subjetivas. Para los camaradas de la mayoría, las iniciativas sirven si despiertan simpatías en el movimiento de masas. Maitán ha ponderado las acciones del ERP por esta razón; lo mismo ha hecho Frank.
Nuestra relación con el movimiento de masas tiene que ser esencialmente orgánica y política, no emotiva y basada en la propaganda. Nosotros queremos grupos del partido en los organismos y en las luchas concretas, objetivas, del movimiento de masas. Nosotros queremos que esos grupos partidarios y sus militantes disputen la dirección de los organismos de masas y de las luchas en nombre del partido. Es una relación precisa y objetiva: luchas y organismos del movimiento obrero y dé masas por un lado; organismos partidarios dentro de ellas, disputando la dirección de esos organismos y luchas, por otro.
Los camaradas de la mayoría, no son consecuentes en su política de iniciativas revolucionarias. En la Argentina, por ejemplo, no ha habido gran diferencia entre las iniciativas del PRT(C) y las de los grupos armados peronistas. , Ambas fueron hechas al margen del movimiento de masas, ambas configuraban acciones ejemplarizadoras de una vanguardia, ambas se caracterizaron por intentar resolver por la propia iniciativa las tareas que sólo pueden resolver las movilizaciones masivas. Sin embargo, quienes captaron la mayor cuota de simpatía fueron las organizaciones armadas peronistas y no el PRT(C). Esto se demostró en todas las movilizaciones callejeras posteriores a la asunción del gobierno peronista de Cámpora; las columnas de FAR y Montoneros (organizaciones armadas peronistas) llegaron a movilizar hasta a 40.000 jóvenes, las del ERP nunca pasaron de los 500, las de nuestro partido llegaron a un máximo de 4.000. ¿Quién captó más simpatías? Indudablemente, en primer lugar, la izquierda peronista, en base a una claudicación política permanente a la confianza que las masas aún tienen en Perón (es decir, en base a una claudicación armada al peronismo). En segundo lugar, nuestro partido, pero no en base a ninguna iniciativa revolucionaria, sino a estar presente en todas y cada una de las luchas del movimiento de masas y a diferenciarse con toda claridad de la política peronista. Finalmente, el PRT(C), quien también se diferenció del peronismo, pero estuvo ausente de las movilizaciones porque estaba muy ocupado en meditar, organizar y realizar sus iniciativas revolucionarias.
Las conclusiones son obvias. Los camaradas de la mayoría no deben quedarse a mitad de camino: o están con las iniciativas revolucionarias (y, consecuentemente, abandonan el trabajo político sobre el movimiento de masas) o están con la política trotskista. Y Europa no será una excepción: en la medida en que la crisis económica se profundice, surgirán sectores de la pequeña burguesía desesperados con iniciativas revolucionarias infinitamente superiores a las de nuestras secciones. En ese momento, nuestras secciones habrán hecho muy bien si ya han definido su actitud. Pueden claudicar políticamente, y obtener los éxitos y las simpatías momentáneas que en su momento obtuvieron las organizaciones armadas peronistas de la Argentina- o pueden abandonar estas famosas iniciativas revolucionarias y obtener los éxitos Y simpatías, mucho más modestos pero mucho más importantes, de nuestro partido. Lo que sería lamentable es que cumplieran el mismo triste papel del PRT(C).
Esta polémica que acabamos de ver sobre la iniciativa revolucionaria se expresa en otra, en cierta forma tácita, que existe entre la mayoría y la minoría alrededor de¡ frente único obrero. Gracias a la gentil visita de dos miembros de la sección francesa a nuestro partido, tuvimos la oportunidad de escuchar la exposición más clara de su concepción: Pensamos que no tenemos la fuerza para imponer, como organización política, solos, el frente único a los partidos reformistas; podemos hacer la polémica, y la hacemos, pero no es suficiente. Trotsky planteó el problema muy bien, cuando dijo que la correlación de fuerzas era entre una tercera parte y una séptima parte de las fuerzas obreras. Cuando no se tiene ni siquiera una séptima parte de las fuerzas obreras, la táctica del frente único no es suficiente, no se puede aplicar. Cuando se tiene más de la tercera parte, el partido revolucionario puede asumir sus responsabilidades. [278]
Germain, sin tanta claridad, sostiene la misma concepción. Discrepamos con esta forma de encarar el frente único; es una desviación subjetiva, al igual que las restantes desviaciones de la mayoría. Esta interpretación es, por su contenido, superestructural y subjetiva, aventurera y sectaria. Considera que el frente único es esencialmente una cuestión de relación entre partidos.
Para nuestra sección francesa, la posibilidad de plantear un frente único a los partidos reformistas depende de qué relación numérica tenemos con ellos dentro del movimiento obrero: si tenemos menos de un séptimo, no podemos plantearlo; si tenemos entre un séptimo y un tercio, sí podemos; y si tenemos más de un tercio no necesitamos hacerlo porque nos bastamos solos.
Los camaradas de la Liga Comunista están equivocados. En primer lugar, el frente único no es un principio, ni una estrategia de nuestro partido, sino táctica política para situaciones específicas de la lucha de clases. En segundo lugar, como cualquier otra política nuestra, debe responder a necesidades profundas de una etapa del movimiento de masas, y no a las relaciones internas entre los diferentes sectores del movimiento. Dicho de otra manera: el frente único es una táctica que nosotros aplicamos cuando la situación de la lucha de clases le exige objetivamente al movimiento obrero, unificar todas sus fuerzas para enfrentar a la burguesía; depende de las relaciones entre el movimiento de masas y los explotadores, no de las relaciones entre los diferentes partidos del movimiento de masas. Vale decir, lo que determina nuestra política de frente único es el factor estructural (relaciones entre las clases) y no el superestructuras (relaciones entre los partidos obreros).
Sin embargo, esta política tiene un aspecto superestructuras muy importante, que es la forma de plantear el frente único.
Contra la política oportunista, que plantea el frente único solamente a las direcciones y no lo plantea a las bases para no tener roces con aquéllas; contra la política ultraizquierdista, que lo plantea sólo a las bases e ignora a las direcciones; la política trotskista consiste en plantear el frente único a las bases y a las direcciones, con tres objetivos: primero, no romper con las bases de los partidos reformistas ignorando a las direcciones que ellas reconocen; segundo, promover la presión de las bases sobre las direcciones para obligar a éstas a aceptar el frente único; tercero, agotar la experiencia de las bases con las direcciones reformistas, desenmascarando a éstas por sus vacilaciones y traiciones frente a las tareas del frente único, y postularse como dirección revolucionaria de alternativa.
Pero este aspecto superestructuras, esta forma de plantear el frente único, sin la cual no existe una verdadera política de frente único, no es más que eso: una forma, un aspecto superestructuras pero no el determinante. Lo decisivo es que haya necesidades muy apremiantes para el conjunto del movimiento obrero que nos obliguen a plantear esa política.
Justamente porque el frente único obrero responde a una necesidad objetiva del movimiento de masas en una etapa precisa de la lucha de clases, generalmente es defensivo. Si durante años no estuvo planteado el frente único en Europa, no fue por razones numéricas, sino por una profunda razón objetiva: no hubo una brutal ofensiva de los explotadores que planteara la necesidad de una política defensiva de conjunto de los explotados. La pobreza relativa (o riqueza absoluta) de los trabajadores europeos es lo que explica que el frente único no estuviera planteado en forma inmediata, agitativa. No podía estarlo, no lo podrá estar, mientras objetivamente toda la clase obrera no enfrente, no sienta, un grave peligro que la afecta en forma inmediata: fascismo, reacción, carestía de la vida, desocupación, racismo, etc.
¿Cómo instrumentamos la política del frente único? Este es un problema muy delicado: cómo distribuimos nuestros militantes, sobre que sectores del movimiento de masas golpeamos preferentemente y con qué consignas lo hacemos es algo que se resolverá correctamente según la habilidad de nuestras direcciones y partidos para evaluar la situación objetiva y nuestras propias fuerzas, y su capacidad para distribuirlas y armarlas con consignas correctas. No existe una respuesta general a este problema, porque todas las situaciones son concretas. Lo máximo que podemos decir es que habrá que golpear sobre los sectores del movimiento de masas en los cuales los problemas objetivos se presenten en forma más aguda (si se trata de problemas económicos o democráticos parciales, como los problemas nacionales) o sobre aquellos que hayan demostrado una mayor sensibilidad y disposición para la movilización si se trata de problemas políticos generales (peligro de golpe reaccionario, por ejemplo); que a esos sectores debemos volcar la mayor parte y lo mejor de nuestras fuerzas; y que debemos buscar la consigna específica que refleje en su seno el problema general que está enfrentando el movimiento de masas en su conjunto. Como cualquier otra política nuestra, su posibilidad de éxito depende del proceso objetivo de la lucha de clases y, secundariamente, de nuestra relación numérica con los demás partidos obreros.
Por ejemplo, si nosotros levantamos hoy un programa y una, consigna por la defensa del nivel de vida y de trabajo del conjunto del movimiento obrero francés, y llamamos a la unidad de las dos o tres centrales sindicales con ese eje, es muy posible que tengamos un éxito parcial o total al cabo de un cierto tiempo si las condiciones objetivas ayudan y supimos instrumentar correctamente nuestra política. Si la ofensiva patronal contra ese nivel de vida se acentúa cada vez más, si esa estrategia de defensa del nivel de vida y de trabajo la sabemos aplicar tácticamente en los diferentes gremios, concentrándonos en aquellos donde hay mayores posibilidades de que se dé una lucha unitaria a corto plazo, habrá posibilidades de que esas luchas parciales, unitarias, de frente único, tengan éxito. Si alguna de estas luchas triunfa, impactará al conjunto del movimiento obrero francés, y lo llevará a una lucha de conjunto para frenar la ofensiva patronal. Entonces, nuestra política de frente único habrá triunfado.
En Francia ya tenemos una experiencia. de lo que significa una concepción incorrecta, subjetiva y superestructuras del frente único. El 21 de junio de 1973, la organización fascista francesa Ordre Nouveau realizó una manifestación contra los inmigrantes argelinos. Nuestra sección, la Liga Comunista, había llamado a la realización de una contra-manifestación de la izquierda. Al no encontrar eco, la realizó por sí sola, y se produjo un violento enfrentamiento con los fascistas. El gobierno francés aprovechó este suceso para ¡legalizar a la Liga y encarcelar a Alain Krivine y Pierre Rousset, dos de sus voceros más destacados. Algunos días más tarde, el Comité por las Libertades, organización del Partido Socialista, llamó a un mitin donde asistió el conjunto de la izquierda y unas 15. 000 personas. Se había formado un frente único de hecho de todos los partidos de izquierda, incluido el PC, contra el gobierno y a favor de las libertades democráticas. Pero, aunque el motivo del acto era exigir la revocación del decreto de ¡legalización de la Liga, nuestros compañeros no pudieron hablar.
Otra hubiera sido la situación si hubieran llevado a la práctica correcta y consecuentemente una política de frente único, Si la Liga Comunista hubiera transformado su campaña contra los brotes fascistas y las tendencias reaccionarias del gobierno en una campaña permanente de frente único dirigida al PC y al PS y mantenida sistemáticamente desde hace un año, el acto habría sido un éxito espectacular de nuestra política de frente único. Todos los concurrentes habrían dicho o pensado: La Liga tenía razón: había que hacer un frente único, y éste ya empezó a estructurarse.
Quizás los camaradas de la Liga no habrían podido hablar de todos modos, pero ante las maniobras de la dirección del PC para tratar de impedírselo, las bases del acto se habrían preguntado: ¿por qué no los aceptan si son los únicos que hace más de un año vienen insistiendo en la necesidad de una acción concreta, no sólo un acto, contra el curso reaccionario del gobierno y los brotes fascistas? Y este solo hecho hubiera permitido que la base del PC comenzara a presionar sobre su dirección e inclusive a cuestionarla.
Pero lo más importante hubiera sido plantear el frente único entre los obreros inmigrantes. Estamos aún a tiempo para hacerlo. Junto a nuestro trabajo paciente sobre esas nacionalidades, la política de frente único de todas las tendencias para defenderlas de los ataques racistas se abriría paso, tarde o temprano, si los ataques continúan.
Pero si los camaradas de la Liga Comunista siguen esperando a que se dé una proporción numérica determinada para tomar la política de frente único como la táctica central del partido para las tareas defensivas, volverá a ocurrir lo que ya ocurrió en el acto de defensa de la Liga y en la Asamblea Popular boliviana: el frente único se dio en los hechos y ni la Liga Comunista ni el POR(C) respectivamente, pudieron ostentar ante las masas el galardón proletario y revolucionario de haber sido sus máximos agitadores y organizadores. Quien se llevó el prestigio de haberlo hecho fue el stalinismo en un caso y la burocracia de Lechín en el otro. También puede ocurrir que el frente único no se dé y, por lo tanto, la derrota del movimiento de masas sea inevitable. Esta derrota tendrá como origen teórico la concepción superestructuralista y subjetiva del frente único y como responsables políticos a los camaradas que no hayan tomado como tarea central la agitación de la consigna de frente único en el movimiento de masas, además de las direcciones oportunistas.
Es notable que el furibundo ataque del camarada Germain a Camejo acerca de su concepción de partido no se vea complementado con otro a Mandel, que olvidó dos de los pilares de la concepción leninista del partido bolchevique: los militantes profesionales y el centralismo democrático. Estos dos olvidos de Mandel tienen una explicación. Ya hemos visto que para él la superación de la conciencia de los obreros avanzados se produce por una vía intelectual y efectuada por intelectuales: es un proceso subjetivo de aprendizaje de la filosofía, la sociología, la economía y la historia marxistas. Es decir, del marxismo como ciencia. Este proceso, que sólo puede cumplirse individualmente, tiene sus ejecutores siempre siguiendo a Mandel en los intelectuales, cuyo papel, como sector de clase, es llevar 46. . . hacia los estratos despertados y críticos de la clase obrera lo que por ellos mismos no pueden llevar a cabo, debido al estado fragmentado de su conciencia: el conocimiento científico y la conciencia que les posibilitará reconocer la verdadera faz de la escandalosamente velada explotación y de la opresión disfrazada a que son sometidos. [279]
¿Sobre qué bases objetivas se realiza este aprendizaje de los sectores despertados y críticos de la clase obrera, es decir de la vanguardia obrera? 0 dicho, de otra manera, ¿cómo tiene que organizar su vida el obrero de vanguardia para convertirse en militante revolucionario? Mandel nos responde, en otro de sus trabajos, diciendo que uno de los privilegios políticos de los militantes revolucionarios es el de... dedicar a la actividad social una fracción de su vida mucho más grande que la de los otros trabajadores. [280]
Aquí el camarada Mandel nos está diciendo (por lo que no dice) que el obrero de vanguardia debe seguir en la misma situación objetiva que antes, sólo que sacrificándose mucho más. Es decir, que debe organizar su vida de la siguiente manera: cumple su horario de todos los días en la fábrica, después recibe en su casa a un intelectual que le explica y le hace estudiar el socialismo marxista y trotskista, y después tiene que ir a visitar a otros obreros, o al sindicato donde luchará por sus compañeros y por el partido. En síntesis: en la transformación de un obrero de vanguardia en militante revolucionario, el partido no tiene nada que ver; la tarea de educación en el marxismo la cumplen los intelectuales; la tarea de arreglárselas para poder vivir la cumple el propio obrero continuando con su trabajo en la fábrica; y si los intelectuales cumplen con su tarea y el obrero con la suya, éste habrá logrado el conocimiento científico y, por lo tanto, la conciencia. Esto no es ni marxismo ni teoría leninista de la organización.
El marxismo es materialista, Lenin también lo era. Para Lenin, la superación de ¡a conciencia fragmentada del obrero avanzado era esencialmente un proceso material, y no intelectual: era darle tiempo libre al obrero para que éste se capacitara en todos los aspectos (tanto teóricos como prácticos) como revolucionario profesional. No era una penosa y terrible obligación que se sumaba a las ya penosas y terribles obligaciones que tenía el obrero por el sólo hecho de ser obrero. Era una tarea que empezaba por darle tiempo libre al obrero avanzado para que dejara de ser obrero fragmentado en la vida real y comenzara a ser revolucionario en la vida también real.
Porque Lenin era materialista y dialéctico no podía concebir que se pudiera superar una conciencia derivada de una situación material (la alienación del trabajo parcelario durante 8, 11 6 14 horas diarias) por, medio de cursos. Es decir, mientras el obrero dedicara tantas horas de su vida a hacer un trabajo que le era in. diferente, dentro de una cadena de producción cuyo mecanismo desconocía, para elaborar un producto cuyo destino final no le importaba, su conciencia debía reflejar estas características de su actividad, debía ser una conciencia fragmentada, parcializada. los cursos que le podía ofrecer el partido (¡y no los intelectuales como sector social, camarada Mandel!) podían aliviar el problema, pero no lo podían solucionar. La única forma de solucionarlo era partiendo de la modificación de sus condiciones de vida materiales.
La solución marxista hasta los tuétanos que ofrece Lenin a este problema es su teoría, de los revolucionarios profesionales. Esta teoría es para él casi una obsesión: Y nosotros no debemos preocuparnos sólo de que la masa plantee reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros destaque, en un número cada vez más grande, estos revolucionarios profesionales. Así pues hemos llegado al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero. Todo agitador obrero que tenga algún talento, que prometa, no debe trabajar once horas en su fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del partido. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacan también en su seno más y más revolucionarios profesionales . No comprendemos que es nuestro deber ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad a convertirse en agitador profesional. . . El obrero revolucionario, si quiere prepararse plenamente para su trabajo, debe convertirse también en revolucionario profesional. [281]
Este olvido del camarada Mandel de la transformación por el partido de los obreros en militantes profesionales de vanguardia, no se limita al plano teórico. Hay una estadística muy ejemplificadora al respecto, que va unida a una polémica subyacente , aún no formulada, entre los camaradas de la mayoría y el SWP y nuestro partido. La estadística es la siguiente: de todos los militantes profesionales que tiene nuestra Internacional, entre el 70 y el 80% como mínimo, pertenecen a la minoría. Además, si tomamos las direcciones de las dos secciones numéricamente más fuertes de la IV Internacional la francesa y nuestro partido argentino veremos que la proporción de camaradas que viven o han vivido de una profesión liberal en la Liga Comunista es de 20 ó 30 a 1, en relación a los camaradas del PST; es decir que, tomando los cien dirigentes más importantes de la sección francesa y de la dirección del PST, por cada 20 ó 30 doctores y profesores en la sección francesa, hay uno en nuestro partido argentino. Concretamente, en nuestro Comité Central de 120 miembros, hay sólo 3 miembros con profesiones liberales, siendo casi 100 profesionales del partido, de los cuales el 80% han sido dirigentes del movimiento obrero. En el Comité Ejecutivo, la máxima dirección de nuestro partido, exceptuando cuatro compañeros, es en su totalidad formada por militantes profesionales que han sido importantes dirigentes del movimiento obrero. Finalmente, hay una tradición en nuestro partido, que el vertiginoso crecimiento actual nos impide aplicar al pie de la letra, que estipula que nadie puede llegar a la dirección sin haber cumplido con dos años de actividad destacada como militante profesional en el seno del movimiento obrero. Si comparamos otras secciones de la mayoría con el SWP, existen relaciones y situaciones parecidas.
Hay un último aspecto del problema de los militantes profesionales: ellos deben ser la base de sustentación del partido. Esto es así porque la actividad revolucionaria exige una atención y un aprendizaje totales, no parciales. Un militante revolucionario cabal, un cuadro de dirección del partido, de una zona o de un frente importante, es aquél que puede resolver por sus propios medios los problemas políticos (no los científicos) que le plantee cualquier situación de la lucha de clases. Debe saber analizar una situación, formular las consignas precisas que responden a ella, plantear las formas de organización convenientes, distribuir las fuerzas del partido en general o en su zona o frente, definir los sectores fundamentales de trabajo, orientar los ejes de la propaganda sobre la vanguardia, dar cursos de formación marxista elementales, captar para el partido y organizar convenientemente dentro del partido a los nuevos sectores que ingresan. Sería absurdo exigirle a un solo cuadro partidario que sea la máxima expresión en todas estas tareas, puesto que la labor de dirección es una labor de equipo, donde se combinan las capacidades y experiencias desigualmente desarrolladas de quienes lo integran. Pero un cuadro de dirección debe ser capaz de dar una primera respuesta, aunque sea elemental, a estas tareas.
Es absolutamente imposible que la especialización como revolucionario cabal, marxista, pueda obtenerse de otra forma que no sea tomando esta actividad como una profesión hecha y derecha. Para eso es necesario ser un militante profesional, un revolucionario full-time. Y estos militantes profesionales son, insistimos, la base fundamental sobre la que se asienta el partido. Por eso es tanto más imperdonable que el camarada Mandel se haya olvidado de ellos.
En su definición de partido leninista de combate, Mandel comete otro olvido no menos peligroso: el centralismo democrático, que es una forma organizativa que hace a la esencia del partido bolchevique. Significa que, junto a una vida democrática interna, nuestra organización necesita una dirección centralizada dotada de poder ejecutivo, y una estricta disciplina interna.
La necesidad de disciplina estricta y centralizada se debe a dos razones objetivas que nos impone la lucha de clases. La primera es que nuestro máximo objetivo partidario es dirigir o postularnos para dirigir las luchas de las masas en forma permanente hasta la toma del poder y, después, hasta la construcción del socialismo. Y esta lucha mortal sólo podemos llevarla a cabo como un ejército férreamente organizado; no nos podemos dar el lujo de ofrecerle al enemigo la menor desconcentración o falta de coordinación de nuestras fuerzas. La segunda razón es la existencia de partidos contrarrevolucionarios y aparatos burocráticos en el seno del movimiento obrero, que también forman parte del enemigo. A la organización del enemigo no podemos oponerle un desorden ni siquiera en nombre de la democracia. Ante un ataque fascista a un local, no vamos a consultar telefónicamente a todo el partido lo que hacemos. En una asamblea donde la burocracia trata de dividirnos, no vamos a esbozar posiciones diferentes, aunque dentro del partido la discusión no esté acabada.
La necesidad de vida interna democrática tiene que ver con la relación objetiva que el partido tiene con el movimiento de masas y con la dialéctica de esa relación. En primer lugar, el partido necesita democracia porque la elaboración de su línea política es colectiva. No es obra de algunos individuos particularmente inteligentes o preparados, sino del choque de las opiniones de todos aquellos que componen el partido; de todos esos militantes que expresan al sector del movimiento de masas sobre el que desarrollan su actividad. Pero una vez elaborada, esa línea debe ser confrontada con la realidad, lo que se hace a través de la actividad militante de cada uno de los equipos e individuos y del partido en su conjunto. Esta actividad práctica es la única que nos indica los aspectos correctos e incorrectos de la línea votada, y la discusión democrática de ese balance es la que permite las rectificaciones necesarias de la política.
Sintetizando, la democracia es la que establece la relación del sujeto (partido revolucionario) con su objeto (movimiento de masas) y, por lo tanto, la única garantía de una elaboración objetiva (científica) de la línea política y de su confrontación objetiva (científica) con la realidad de la lucha de clases. Pero la fórmula centralismo democrático se descompone en dos polos que, en sus límites, son antagónicos: el más absoluto centralismo significa que la dirección resuelve todos los problemas, desde teoría y caracterizaciones hasta los más ínfimos detalles tácticos, pasando por la línea política general. Cuando esto ocurre, la democracia desaparece. Al mismo tiempo, la más absoluta democracia significa que todos estos problemas se resuelven a través de discusiones que sólo pueden desenvolverse en un permanente estado deliberativo de todo el partido; y esto es decir que desaparece el centralismo. La proporción en que ambos elementos se combinan en cada momento determinado, no puede ser fijada de antemano; no constituye ni una receta ni una fórmula aritmética. Nadie puede decir, por ejemplo: en todo momento el partido debe ser un 50 % centralista y un 50% democrático o algo parecido. Nuestros partidos son una realidad viva, un proceso de construcción permanente; por eso el centralismo democrático es una fórmula algebraica. La combinación específica del elemento centralista y el democrático es diferente en cada momento de su construcción y debe ser precisada en cada momento.
Pero, ¿como hacemos para encontrar siempre esa justa proporción? Actualmente hay en nuestra Internacional una discusión pendiente con los camaradas Frank y Krivine. Ellos opinan que hay que fortalecer en nuestro partido mundial el polo centralista de la fórmula; nosotros, que hay que fortalecer el democrático. Daremos un primer paso en esta discusión.
Una de las grandes virtudes de esta fórmula es, precisamente, que sea algebraica. Es decir, que deje libradas a las circunstancias de la lucha de clases y del desarrollo del partido su precisión cuantitativa, aritmética. Para lograr esa precisión debemos tener en cuenta, como uno de los elementos esenciales el prestigio político ganado por la dirección del partido ante la base. Esquemáticamente, podemos decir que, a mayor prestigio mayor centralización.
Decimos esto porque cuanto mayores sean los aciertos políticos de la. dirección, tanto mayor será la confianza de la base en ella; y cuanto mayor sea la confianza, tanto más fuertes, . Serán la disciplina y la centralización. A la inversa, menores aciertos provocan desconfianza, y esta desconfianza atenta, lo queramos o no, contra la disciplina y la centralización. En última instancia, la fórmula del centralismo democrático es una expresión político-moral-organizativa, y no sólo moral-organizativa. No es una fórmula alejada de la lucha de clases y del desarrollo del partido, sino íntimamente ligada a ellos. No se confunde con estos dos factores, porque aún en los peores momentos de una dirección, debemos esforzarnos conscientemente por mantener lo más posible el centralismo, así como en sus mejores momentos debemos vigilar atentamente que siga existiendo la democracia. Pero, aunque no se confunda con los vaivenes de la lucha de clases y del proceso de construcción del partido, la precisión de la fórmula centralista democrática está, insistimos, fuertemente influida por ellos.
Nosotros estamos construyendo la más formidable arma organizativa revolucionaria que ha conocido la historia: un partido mundial bolchevique. Precisamente por eso, la tarea es tan dificultosa y lleva tanto tiempo. En este proceso de construcción del partido se impone, para esta etapa, fortificar el polo democrático y no el centralista, justamente porque nuestras direcciones, tanto nacionales como internacionales, todavía no han ganado un gran prestigio político ante las bases de nuestras secciones por sus éxitos en la dirección del movimiento de masas. Sólo ese prestigio podría fortalecer el polo centralista y disciplinario; mientras tanto, debe primar el aspecto democrático.
Esto no quiere decir que abandonemos todo centralismo y toda disciplina; seguimos siendo centralistas y democráticos, pero dando predominio al factor democrático. La lucha actual entre dos tendencias, constituidas en fracciones, claramente delimitadas, señalan que este análisis nuestro se ajusta a la realidad y a las necesidades de la IV Internacional. Intentar imponer actualmente un fuerte centralismo, existiendo dos fracciones que discrepan en aspectos fundamentales de la política que debemos seguir, implicaría fatalmente la ruptura de la Internacional, cualquiera que fuera la fracción que ganara la dirección en el próximo congreso.
El ataque más original de Germain es el que hace cuando dice que la definición de Camejo del partido revolucionario le atribuye a éste las mismas características de los partidos socialdemócratas de la primera preguerra. Recordemos que, para Camejo, el partido revolucionario trata de promover luchas de masas, dándoles confianza en su propia fuerza al movilizarlas en torno a demandas transitorias, democráticas o inmediatamente relacionadas con su presente nivel de conciencia y promueve cualquier forma de lucha que sea apropiada, usando tácticas que van desde marchas pacíficas hasta la lucha armada (incluyendo la guerra de guerrillas) [282] . Estas serían pues para Germain las características de un partido socialdemócrata.
Sin embargo, Mandel, el maestro de Germain, asegura que lo que caracterizaba a la socialdemocracia de la preguerra era, por un lado, que hacía . . . actividades electorales y parlamentarias, y por otro, una lucha por reformas inmediatas de naturaleza económica y sindicalista. [283] ¿Están de acuerdo los camaradas Mandel y Germain en que las reformas inmediatas y las actividades electorales y parlamentarias son lo opuesto a las luchas de masas y la movilización alrededor de demandas transicionales, democráticas e inmediatas? ¿Cuál de estos tipos de actividad realizaba realmente la socialdemocracia? Sería deseable un pronto encuentro entre Mandel y Germain para que se pusieran de acuerdo sobre esta cuestión. Aunque no les será fácil, ya que sus discrepancias no terminan allí: Mandel, en su Teoría leninista de la organización afirma que la política actual del stalinismo es similar a la de la socialdemocracia; Germain, como ya vimos, afirma que la definición de Camejo también coincide con lo que fue la socialdemocracia. Por carácter transitivo, si Germain es igual a Mandel, definición de Camejo es igual a stalinismo. Conclusión para Mandel-Germain, los partidos stalinistas contemporáneos. . . son construidos en torno a un programa revolucionario; trata de promover la lucha de masas, dándole confianza en sus propias fuerzas, al movilizarlas en torno a demandas transitorias, democráticas o inmediatamente relacionadas con su presente nivel de conciencia; el partido promueve cualquier forma de lucha apropiada, usando tácticas que van desde las marchas pacíficas hasta la lucha armada, (incluyendo la guerra de guerrillas); busca dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia el poder del estado como su objetivo fundamental, pero no trata de sustituir él mismo a las masas. Cada partido nacional es parte de un único partido internacional del proletariado mundial. [284]
Si Germain hubiera dicho todo esto claramente, nuestro movimiento habría estallado unánimemente en estruendosas carcajadas, y habría comprendido que la descripción de Camejo es, efectivamente, la de un partido revolucionario, trotskista, opuesta por el vértice a la de los partidos stalinistas y reformistas. Para evitarlo, Germain trató de confundir a los jóvenes camaradas asegurando que la descripción de Camejo coincidía con lo que hacían y decían los socialdemócratas de la preguerra (a quienes los jóvenes camaradas no conocieron directamente como conocen a los stalinistas). Pero la maniobra le salió mal al olvidar (como le está ocurriendo muy frecuentemente) que su maestro Mandel había afirmado que el stalinismo tiene actualmente la misma política que tenía la socialdemocracia. Nosotros no hemos hecho más que unir una afirmación del discípulo a una afirmación del maestro y así hemos dejado al descubierto toda la falsedad de su ataque a Camejo.
Camejo dice: El partido se construye alrededor de un programa revolucionario. Germain responde: ¿Un programa del partido revolucionario? Después de todo, ¿no fue el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana corregido y aceptado por el propio Engels? [285]
Concretamente, Germain no cree que el partido revolucionario esté esencialmente caracterizado por el programa revolucionario; no cree que ésta sea la primera característica de un partido revolucionario. Sin embargo, Trotsky dice, categóricamente, lo mismo que Camejo: No se pueden formular los intereses de clase de otro modo que por medio de un programa, como tampoco se puede defender un programa de otro modo que creando un partido. [286]
No sabemos si Germain está a favor o en contra de esta afirmación, pero si sabemos que en el desprecio que siente por el programa revolucionario como base de sustentación del partido hay un típico error idealista: creer que el programa es siempre el mismo, por encima de las etapas de la lucha de clases. Por eso hace su analogía con el programa de Erfurt. Pero no la lleva hasta el final.
Lo que ocurre es que el programa no está por encima de las etapas; cambia con ellas y se supera al compás de las, luchas de la clase obrera y de los cambios en la situación objetiva. El programa de Erfurt fue revolucionario para una etapa del capitalismo y de la lucha de clases; comenzó a dejar de serlo después y terminó superado por otro, el que lógicamente imponía la nueva etapa. Baste con decir que ese programa no definía al imperialismo.
Lo mismo ocurrió con los programas mínimos de los partidos socialdemócratas: fueron útiles, revolucionarios para la época de la organización política y sindical de la clase obrera. Esta organización se dio durante la primera fase de la época imperialista, que permitió el mejoramiento del nivel de vida de la clase obrera en los países metropolitanos. En ese momento, y alrededor de la tarea de la organización política de clase, los programas socialistas fueron útiles y revolucionarios pero sólo en ese momento y en ese sentido.
Los grandes líderes e intelectuales que llevaron a cabo esa tarea progresiva, los Bebel, Kautsky, Jaurés, sufrieron el mismo proceso que los programas socialistas: de progresivos a centristas, y de centristas a oportunistas. Programas y líderes siguieron una pendiente que reflejaba la supervivencia, por peso de inercia y por la existencia de una aristocracia obrera agente del imperialismo, de un programa y unas direcciones que habían dejado de ser progresivas y revolucionarias una vez que se había logrado la organización política independiente de la clase obrera.
Desde su concepción idealista y estática del programa, Germain le contrapone, como algo mucho más importante, las perspectivas y las luchas revolucionarias. Esta oposición es incomprensible: no puede haber un programa revolucionario que no sea justamente la síntesis de las tareas que plantean, en una determinada época de la lucha de clases, las perspectivas y las luchas revolucionarias de esa época. Cuando esas luchas y esas perspectivas no son contempladas en un programa, dicho programa ha dejado de ser revolucionario, o nunca lo fue (como el de Bernstein).
En esta época de transición del capitalismo al socialismo y de decadencia del sistema mundial capitalista, existe un solo programa que plantea las tareas generales de la clase obrera y el movimiento de masas, que surgen de las perspectivas y luchas revolucionarias: nuestro programa de transición. Diga lo que diga Germain, este programa es la base de todo partido revolucionario contemporáneo: sin él no puede haber partido revolucionario.
Camejo dice que cada partido nacional es parte de un único partido internacional del proletariado mundial. Germain responde: La necesidad de ser parte de un partido internacional del proletariado mundial. ¿No fue la socialdemocracia alemana el sostén principal de la Segunda Internacional?71
¿Qué quiere decir Germain con esto? ¿Que la condición que pone Camejo es falsa porque la socialdemocracia alemana fue el sostén de la II Internacional? Esto lo único que demuestra es que hubo una II Internacional cuyo partido más fuerte, que tuvo papel dirigente, fue el alemán, pero no demuestra que Camejo esté equivocado. ¿O quizás Germain nos está haciendo una analogía, pues concibe a la II Internacional como un partido internacional del proletariado mundial del cual eran parte los partidos socialdemócratas nacionales?
Esta última es la única explicación racional. Podemos decir que el silogismo es el siguiente: hubo un partido internacional del proletariado mundial, que fue la II Internacional; la socialdemocracia alemana formaba parte y era sostén de dicho partido mundial; la socialdemocracia alemana no era revolucionaria sino oportunista: por lo tanto, la exigencia de Camejo de que un partido revolucionario forme parte de un partido internacional del proletariado mundial no es tan importante, pues la socialdemocracia alemana la cumplió y no por ello se transformó en partido revolucionario.
Lamentablemente, este silogismo falla por la base. Hasta ahora, todo el movimiento trotskista pensó, siguiendo a Trotsky, que la II Internacional fue una suma de partidos nacionales y nunca un partido internacional del proletariado mundial del cual son parte las secciones nacionales, como interpreta Germain. Lo concreto, ¡y Camejo vuelve a tener razón! es que actualmente el hecho de formar parte de un único partido internacional del proletariado mundial es un requisito indispensable para que cualquier partido nacional sea realmente un partido leninista de combate. Y el único partido mundial que existe, el único que puede llamarse así porque no es una federación de partidos nacionales, es nuestra IV Internacional.
Toda esta discusión sobre las características y el papel de nuestros partidos nos obliga a ratificar las seis características que da Camejo y que no repetiremos, y a ampliarlas sumándoles otras cuatro, esenciales, de los partidos leninistas-trotskistas, que son las siguientes:
Primera : El partido utiliza un análisis marxista científico de las relaciones entre todas las clases y su probable dinámica antes de darse una línea para una etapa, con su estrategia y sus tácticas, su propaganda y su agitación, su programa y sus consignas. Este análisis debe sintetizarse en definiciones precisas del carácter de la etapa a que se refiere. El partido rechaza el análisis obrerista que toma en cuenta fundamentalmente las relaciones internas del movimiento de masas para definir las etapas. También rechaza el análisis economicista que pretende extraer las características de la etapa esencialmente de los procesos que se dan dentro de la economía burguesa. Y finalmente, rechaza la falta de análisis que proviene de invertir el proceso, fijando primero la estrategia o definiéndose por lo que piensa o quiere la vanguardia, e imaginando luego un seudo análisis para justificar dicha estrategia.
Para hacer el análisis marxista el partido utiliza la herramienta conceptual más perfeccionada por el marxismo, la ley del desarrollo desigual y combinado.
Segunda : La política del partido se dirige hacia todo el movimiento de masas, con todos sus sectores, aunque reflejando los intereses de la clase obrera y promoviendo a ésta como caudillo de la revolución. Su actividad se centra en el movimiento de masas y no en la vanguardia. Su objetivo es movilizar a las masas y no a la vanguardia. (Camejo señala esta característica, pero no subraya suficientemente que el partido pretende elevar a la clase obrera al papel de caudillo de la revolución).
Esta política del partido tiene una teoría-programa, el de la revolución permanente, que se sintetiza en una frase: el objetivo del partido es movilizar a la clase obrera y a las masas en forma permanente hasta la sociedad socialista. Y tiene un programa y un método, el programa de transición, que también se sintetiza en una frase: el partido debe lanzar aquellas consignas que movilicen a las masas contra los explotadores a partir de sus necesidades y Conciencia inmediatas e ir elevando dichas consignas a medida que la propia movilización eleve la conciencia de las masas y les cree nuevas necesidades, hasta culminar en la consigna y la lucha por la toma del poder.
Tercera : El objetivo del partido hacia dentro del movimiento obrero y de masas es transformar a los elementos de vanguardia en militantes profesionales, como la única forma de convertirlos en revolucionarios trotskistas cabales y totales, ya que el trabajo alienante les impide lograr ese nivel.
Este objetivo hacia la vanguardia responde a otro objetivo mucho más general: el partido debe tener como columna vertebral a militantes profesionales, ya que hacer la revolución debe ser, es, una actividad total, y no un hobby, una actividad benéfica o intelectual.
No hay partido leninista-trotskista con diletantes, amateurs, miembros de las profesiones liberales, sino con militantes profesionales, cuya mayor parte haya surgido del movimiento de masas, principalmente del movimiento obrero.
Cuarta : La construcción de cada partido es parte de la construcción del partido mundial de la revolución socialista. Ambos, partido nacional y partido mundial, se construyen bajo las normas del centralismo democrático. Es obligatoria la más estricta disciplina dentro del partido, en primer lugar porque su aspiración de dirigir a las masas en su lucha contra los explotadores le exige actuar como un solo hombre, sin la menor vacilación; en segundo lugar, por la feroz lucha que tiene que desarrollar contra los aparatos burocráticos, que también hace del centralismo una necesidad. Pero esa centralización debe ir unida a las mayores garantías democráticas, porque la elaboración democrática de la línea política es la única garantía de que ésta exprese las necesidades y el nivel de conciencia del movimiento de masas, y porque la discusión democrática de los resultados de su aplicación es la única garantía de que ésta sea ratificada total o parcialmente con la misma objetividad.
La centralización debe también ir unida a las mayores garantías morales y de lealtad militante. También está ligada al prestigio político que haya logrado la dirección que aplica el centralismo, ya que éste no es un juramento o un compromiso meramente moral, sino una consecuencia política. Por eso, a menor prestigio de la dirección mayores garantías democráticas, dentro de esta fórmula que deberá llenarse de contenidos diferentes según sean las etapas de construcción del partido leninista-trotskista nacional o mundial, y de solidificación de sus direcciones
Estas diez características del partido leninista-trotskista se sintetizan en una sola: la relación entre la movilización de las masas y la clase obrera con el partido revolucionario. Movimiento obrero y de masas por un lado, partido por otro, son los dos polos esenciales del movimiento revolucionario. Son los dos polos en los que se dividió la izquierda europea de principios de siglo: Rosa Luxemburgo y Trotsky opinaron que la movilización de las masas era omnipotente; Lenin no llegó a creer que el partido lo era, pero algunos de sus discípulos sí. El mérito de Lenin fue comprender que con un único polo, el de la movilización de la clase obrera Y de las masas, no era suficiente, , mejor dicho, era total y absolutamente insuficiente si no existía el otro polo, el partido.
Cuando el reflujo del movimiento obrero de los países industrialmente desarrollados y el boom económico de la postguerra dificultó hasta el límite el trabajo revolucionario sobre el movimiento de masas, surgieron tendencias seguidistas a las organizaciones burocráticas, del movimiento, que plantearon que debíamos abandonar por un largo período la tarea de construir el partido revolucionario. En ese momento luchamos duramente contra ellas, reivindicando la necesidad de seguir en la tarea central de construir el partido leninista-trotskista.
Actualmente, en los primeros pasos del ascenso revolucionario más grande que ha conocido la historia, surgen concepciones pequeñoburguesas, subjetivas, que tienden a plantear que el papel fundamental es el de la vanguardia, la organización armada, el heroísmo de los dispuestos a la lucha. Contra estas concepciones subjetivas de la revolución hay que volver a reafirmar que el factor decisivo es la movilización de las masas, y que estas movilizaciones se dan por profundas necesidades objetivas, independientemente de nuestra voluntad. Pero también reafirmamos que hay una relación dialéctica, dinámica entre el movimiento de masas y el partido revolucionario que condiciona toda nuestra política. Esta relación determina que el factor decisivo, la movilización de las masas, es insuficiente por sí solo, necesita imperiosamente de un partido revolucionario que dirija esas movilizaciones. Por eso, antes como ahora, mantenemos la única estrategia que permanece aun cuando cambien las condiciones de la lucha de clases: la de movilizar a las masas y la de construir el partido bolchevique, leninista-trotskista.
[216] Estas son algunas de las citas taxativas:
La opción prioritaria de conquistar la hegemonía política en el seno de la nueva vanguardia masiva... en La construcción de los partidos revolucionarios en la Europa capitalista, ob. cit. , p. 16.
...la tarea central para los marxistas revolucionarios en la etapa abierta en 1967-68 consiste en conquistar la hegemonía en el seno de la nueva vanguardia con carácter de masas, a fin de construir organizaciones revolucionarias cualitativamente más poderosas que las de la precedente etapa, así como en pasar del estadio de grupos revolucionarios de propaganda al estadio de organizaciones políticas revolucionarias en vías de implantación en el proletariado (Idem, p. 15).
[217] ...la organización de campañas políticas nacionales, elegidas cuidadosamente, coincidiendo con las inquietudes (necesidades) de la vanguardia, sin ir en sentido contrario a las luchas de las masas, y demostrando una capacidad de iniciativa eficaz, aunque sea modesta, por parte de nuestras secciones. (Idem, pp. 42-43).
[218] Centralizar sus fuerzas a nivel regional y nacional con el propósito de romper el muro de silencio y de indiferencia que rodea a determinadas luchas obreras ejemplares y salvajes y comenzar acciones solidarias. (Idem, p. 43).
[219] ...la orientación fundamental de los trotskistas europeos debe ser la de implantarse en la clase trabajadora, usar el peso de la vanguardia de masas para modificar la relación de fuerzas entre la burocracia y los trabajadores avanzados de los sindicatos, fábricas, oficinas y en la calle, así como concentrar su propaganda y, cuando esto sea posible, su agitación en la preparación de estos trabajadores avanzados para la aparición de los, comités de fábrica, de los órganos de poder dual, a la altura de la próxima ola de luchas generalizadas de masas, huelgas masivas y huelgas con ocupación de fábricas (Germain, Ernest; En defensa del leninismo, ¡en defensa de la IV Internacional, ob. cit. , p. 113).
[220] Ahora, en vez de decir que el propósito del partido es el de perfeccionar la conciencia política de clase de los obreros, la fórmula se vuelve mía precisa: la función de la vanguardia revolucionaria consiste en desarrollar la conciencia revolucionaria en la vanguardia de la clase trabajadora. (Mandel, Ernest, La teoría leninista de la organización, Ediciones Combate, Pasto, s/f. , p. 40.
[221] De acuerdo con el concepto leninista de la organización, no existe una vanguardia autoproclamada. Más bien, la vanguardia debe ganar su reconocimiento como vanguardia (o sea el derecho histórico de actuar como vanguardia) a través de sus intentos de establecer contacto con la parte avanzada de su clase y su verdadera lucha. (Mandel, Ernest: La teoría leninista de la organización. Ediciones del Siglo, Buenos Aires, p. 15. ) Nótese que en estas últimas dos citas Mandel utiliza el término vanguardia corno equivalente de partido y de la parte más avanzada de la clase obrera.
[222] Nos referimos al citado trabajo, La teoría leninista de la organización.
[223] Idem, p. 15.
[224] Idem, pp. 14 y 19
[225] Trotsky, León: El ultimatismo burocrático, en La lucha contra el fascismo en Alemania , ob. cit. Tomo I, p. 112.
[226] Mandel, Ernest: La teoría leninista de la organización, ob. cit. , pp. 60-61.
[227] Idem, p. 17.
[228] Idem.
[229] Idem.
[230] Trotsky, León: El ultimatismo burocrático, en La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit. , pp. 111 y 112.
[231] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional. ob. cit.
[232] Lenin, V. I. : Cartas sobre táctica del 8 al 13 de abril de 1917, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, T. XXXIV, p. 458.
[233] TMI: La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista, ob. cit. , p. 28.
[234] Proyecto de tesis sobre la situación latinoamericana, presentado al Comité Central del PRT (La Verdad).
[235] Quinto Congreso del PRT (La Verdad): Los gobiernos latinoamericanos y la lucha revolucionaria, en Revista de América, No. 819, pp. 10-11.
[236] TMI: La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista, ob. cit. , p. 42.
[237] Mandel, Ernest: Teoría leninista de la organización, , ob. cit. , p. 37.
[238] Idem p. 22.
[239] Trotsky, León: Una vez más, ¿adónde va Francia?, en ¿Adónde va Francia?, ob. cit. , p. 160.
[240] Trotsky, León: Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, en Escritos, Pluma, Bogotá, 197 6, T. XI, vol. 2, pp. 297 -298.
[241] La hora de los hornos: Filme argentino realizado en 1967, que registra la historia de las luchas populares en Argentina desde la caída del gobierno peronista en 1955. Sus realizadores, Fernando Solanas y Octavio Getino, viven en el exilio. El filme ha sido prohibido en Argentina. Costa-Gavras: Cineasta griego, radicado en Francia, realizador de conocidos filmes de denuncia como Zeta, La Confesión y Estado de Sitio. Aquí, la referencia es a este último filme, cuya trama se desarrolla en el Uruguay previo al golpe de 1973 y narra el secuestro de un diplomático norteamericano por un comando Tupamaro.
[242] Lenin, V. I. : El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, en Obras Completas, ob. cit. , p. 27.
[243] Idem, p. 101.
[244] Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comu nista, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973. Primera parte, pp. 135 y 131.
[245] Las tareas fundamentales de la Internacional Comunista, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit. , p. 118.
[246] Trotsky, León: Por un manifiesto de la Oposición sobre la revolución española, carta al Secretariado Internacional, 18 de junio de 1931, La revolución española, ob. cit. , vol. 1, p. 167.
[247] Trotsky, León: Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado español? Cuestiones de teoría marxista, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, pp. 313-314.
[248] Trotsky, León: ¿Es posible la victoria?, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, p. 112.
[249] Idem, p. 110.
[250] Trotsky, León: La política de Lenin. Carta a Harold R. Isaac, 25 de febrero de 1937 en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, p. 77.
[251] Trotsky, León: Hacia las masas. Carta al SI, 27 de julio de 1936, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, pp. 51-52.
[252] Trotsky, León: La Liga frente a un giro decisivo, en Escritos, T. VI, vol. 1, p. 62.
[253] Idem, p. 55.
[254] Trotsky, León: La revolución española y las tareas de los comunistas, 24 de enero de 1931, en La revolución española, ob. cit. , vol. 1, pp. 87-88.
[255] Lenin, V I: El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, en Obras Completas, ob. cit, p. 103.
[256] TMI: La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista, ob. cit, pp. 42-43.
[257] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional, ob. cit, p. 113.
[258] Idem, p. 102.
[259] Lenin, V. I. , ¿Qué hacer?, en Obras Completas, ob. cit. , p. 270.
[260] Idem, PP. 131 y 124.
[261] Trotsky, León: Por un manifiesto de la oposición sobre la revolución española, en La revolución española, ob. cit., vol. 1, p. 167.
[262] Trotsky, . León: Una vez m: ¿adónde va Francia?, en ¿Adónde va Francia? , ob. cit., pp. 81-82.
[263] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición. ob. cit. , p. 63.
[264] Idem, pp. 79-80.
[265] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional, ob. cit. , p, 91.
[266] Idem, p. 93.
[267] Idem, p. 94.
[268] Trotsky, León: Programa de Transición, ob. cit. , p. 10.
[269] Trotsky, León: Por la ruptura de la coalición con la burguesía, carta al SI, 24 de junio de 1931, en La revolución española, ob. cit. , vol. 1, p. 173.
[270] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit., p. 173.
[271] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional, ob. cit. , p. 93
[272] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit. , p. 78.
[273] Idem, p. 52.
[274] Idem, p. 53.
[275] Trotsky, León: Por una estrategia para la acción, no para la especulación, Carta a los amigos de Vekín, 3 de octubre de 1932, en Escritos, ob. cit. , T. III, vol. 2, p. 322.
[276] Trotsky, en: Una vez más, ¿Adónde va Francia?, marzo del 35 en ¿Adónde va Francia?, ob. cit., p. 82.
[277] Germain, Ernest En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional, ob. cit. , pp. 94-95.
[278] Intervención de un camarada de dirección de la Liga Comunista Francesa en la reunión en nuestro local, en Actas, Archivos del PST(A).
[279] Mandel, Ernest: Teoría leninista de la organización, ob. cit. , p. 61.
[280] Mandel, Ernest: El debate sobre el control obrero, ob. cit. , p. 55.
[281] Lenin, Y. I. : hacer, pp. 177, 209, 179, 209 y 208.
[282] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional , ob. cit. , p. 91.
[283] Mandel, Ernest: Teoría leninista de la organización, ob. cit. , p. 38.
[284] Germain, Ernest: En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional, ob. cit. , p. 91.
[285] Idem, p. 91.
[286] Trotsky, en El ultimatismo burocrático, en La lucha contra el fascismo en Alemania. ob. cit., p. 111.