Enver Hoxha

El Imperialismo y la Revolución

 

 

 

SEGUNDA PARTE

 

I

LA TEORIA DE LOS «TRES MUNDOS»,

TEORIA CONTRAREVOLUCIONARIA Y CHOVINISTA

En la actualidad han aparecido abiertamente y luchan en un vasto frente contra la teoría y la estrategia leninistas de la revolución y de la lucha de liberación de los pueblos también los revisionistas chinos. Tratan de contraponer a esta teoría y estrategia científicas y gloriosas su teoría de los «tres mundos», teoría falsa, contrarrevolucionaria y chovinista.

La teoría de los «tres mundos» está en oposición a la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin, o más exactamente, es una negación de ésta. Lo de menos es saber quién fue el primero que inventó el término «tercer mundo», quién fue el primero que dividió el mundo en tres partes; lo cierto es que no fue Lenin quien hizo esta división, mientras que el Partido Comunista de China reivindica su paternidad y afirma que la teoría de los «tres mundos» ha sido inventada por Mao Tse-tung. Si éste es el autor que ha formulado por primera vez esta llamada teoría, se trata de otra confirmación de que Mao Tse-tung no es un marxista. Pero, también si esta teoría ha sido formulada por otros y él la ha adoptado, esto es suficiente para no ser un marxista.

 

El concepto de los «tres mundos», negación del marxismo-leninismo

La noción de la existencia de tres mundos o de la división del mundo en tres se funda en una comprensión racista y metafísica del mundo, comprensión que es engendro del capitalismo mundial y de la reacción.

Pero la tesis racista que encasilla a los países en tres grados o en tres «mundos», no se basa simplemente en el color de la piel. Hace una clasificación cimentada en el nivel de desarrollo económico de los países y tiende a determinar la «raza de los grandes señores», de una parte, y la «raza de los parias y de la plebe», de la otra; tiende a crear una división inmutable y metafísica, que concuerda con los intereses de la burguesía capitalista. Esta tesis considera a las distintas naciones y a los diferentes pueblos como un rebaño de ovejas, como un todo amorfo.

Los revisionistas chinos admiten y predican que la «raza de los señores» debe ser preservada y que la «raza de los parias y de la plebe» debe servir sumisa y devotamente a la primera.

La dialéctica marxista-leninista nos enseña que el desarrollo jamás tiene límites, que todo está en continua transformación. En éste proceso ininterrumpido de desarrollo hacia el futuro, se producen cambios cuantitativos y cualitativos. Nuestra época, al igual que cualquier otra, se caracteriza por la existencia de profundas contradicciones, que han sido definidas con suma claridad por Marx, Engels, Lenin y Stalin. Es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, por lo tanto, una época de grandes cambios cuantitativos y cualitativos, que conducen a la revolución y a la toma del poder por la clase obrera, para construir la nueva sociedad socialista.

Toda la teoría de Marx está basada en la lucha de clases y en el materialismo dialéctico e histórico. Marx ha probado que la sociedad capitalista es una sociedad con clases explotadoras y explotadas, que las clases desaparecerán sólo cuando se llegue a la sociedad sin clases, al comunismo.

Actualmente vivimos en el estadio del derrumbamiento del imperialismo y del triunfo de las revoluciones proletarias. Esto significa que en la sociedad capitalista de hoy existen dos clases principales, el proletariado y la burguesía, que están en lucha irreconciliable y a muerte. ¿Quién vencerá a quién? Marx y Lenin, la ciencia marxista-leninista, la teoría y la práctica de la revolución, nos prueban y convencen de que, en último término, el vencedor será el proletariado, el cual destruirá, derrocará el poder de la burguesía, al imperialismo; a todos los explotadores y construirá una sociedad nueva, la sociedad socialista. Nos enseñan igualmente que también en esta sociedad nueva existirán, durante un período de tiempo muy largo, las clases: la clase obrera y el campesinado trabajador, que están en estrecha alianza, pero también subsistirán los remanentes de las clases derrocadas y expropiadas. A lo largo de todo este período, estos remanentes, así como los elementos que degeneran y se oponen a la construcción socialista, harán esfuerzos por recuperar el poder perdido. Así pues, también en el socialismo existirá una enconada lucha de clases.

Los marxista-leninistas jamás pierden de vista que en todos los países, a excepción de aquellos en los cuales ha triunfado la revolución y se ha implantado el régimen socialista, existen las clases pobres, con el proletariado a la cabeza, y las clases ricas, encabezadas por la burguesía.

En todo estado capitalista, dondequiera que esté situado, aunque sea democrático y progresista, hay oprimidos y opresores, explotados y explotadores, hay antagonismos, se libra una lucha de clases inexorable. El que la lucha tenga distinta intensidad no cambia esta realidad. Esta lucha pasa por zigzags, sin embargo existe y no puede ser extinguida. Existe en todas partes; existe en los Estados Unidos de América, entre el proletariado y la burguesía imperialista; existe asimismo en la Unión Soviética; donde fue traicionado el marxismo-leninismo y se creó una nueva clase burgués-capitalista, que oprime a los trabajadores de ese país. Las clases y la lucha de clases existen también en el «segundo mundo», en Francia, Inglaterra, Italia, Alemania Occidental, el Japón. Existen igualmente en el «tercer mundo», en la India, el Zaire, Burundi, Pakistán, Filipinas, etc.

Sólo según la teoría de los «tres mundos» de Mao Tse-tung, en ningún país existen las clases y la lucha de clases. No las tiene en cuenta, porque considera los países y los pueblos según las concepciones geopolíticas burguesas y de acuerdo con su nivel de desarrollo económico.

Considerar el mundo dividido en tres, en «primer mundo», «segundo mundo» y «tercer mundo», como hacen los revisionistas chinos, no a través del prisma de clase, significa desviarse de la teoría marxista-leninista de la lucha de clases, significa negar la lucha del proletariado contra la burguesía, para pasar de una sociedad atrasada a una sociedad nueva; a la sociedad socialista y más tarde a la sociedad sin clases, a la sociedad comunista. Dividir el mundo en tres, significa desconocer los rasgos característicos de la época, impedir el avance del proletariado y de los pueblos hacia la revolución y la liberación nacional, impedir su lucha contra el imperialismo norteamericano, contra el socialimperialismo soviético, contra el capital y la reacción en cada país y en todos los confines del mundo. La teoría de los «tres mundos» predica la paz social, la reconciliación de clases, trata de crear alianzas entre enemigos irreconciliables, entre el proletariado y la burguesía, entre los oprimidos y los opresores, entre los pueblos y el imperialismo. Trata de prolongar los días del mundo viejo, del mundo capitalista, y mantenerlo vivo precisamente buscando la extinción de la lucha de clases.

Pero la lucha de clases, la lucha del proletariado y de sus aliados para tomar el poder y la lucha de la burguesía para conservarlo, jamás pueden ser apagadas. Esto es un hecho incontestable; esto no puede ser cambiado por las vanas teorizaciones sobre los «mundos» el «primer mundo», el «segundo mundo», el «tercer mundo», el «mundo no alineado» o el «vigésimo mundo». Aceptar tal división, quiere decir renunciar a la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre las clases y la lucha de clases, y abandonarla.

Después del triunfo de la Revolución de Octubre, Lenin y Stalin han dicho que en nuestra época existen dos mundos: el mundo socialista y el mundo capitalista, a pesar de que en aquel entonces el socialismo había sido instaurado en un solo país:

«...en la actualidad - escribía Lenin en 1921- existen dos mundos: el viejo, el capitalismo, que se ha enredado, que nunca retrocederá, y el nuevo mundo en ascenso que, aunque todavía muy débil, crece porque es invencible».[1]

Este criterio de clase sobre la división del mundo es válido también hoy, independientemente de que el socialismo no haya triunfado en muchos países y de que la sociedad nueva no haya reemplazado a la vieja sociedad burgués-capitalista. Pero ineluctablemente esto se producirá mañana.

El hecho de que en la Unión Soviética y en los otros países ex socialistas fuese traicionado el socialismo, no cambia en lo más mínimo el criterio leninista sobre la división del mundo. Hoy, al igual que ayer, sólo existen dos mundos, y la lucha entre estos dos mundos, entre las dos clases antagónicas, entre el socialismo y el capitalismo, tiene lugar no sólo a escala nacional, sino también internacional.

Los revisionistas chinos no admiten la existencia del mundo socialista so pretexto de que ya no existe el campo socialista, debido a la traición de la Unión Soviética y los otros países ex socialistas. Intencionadamente ignoran que la aparición del revisionismo moderno no modifica en lo más mínimo la tendencia general de la historia hacia la revolución, hacia el derrumbamiento del imperialismo, aunque el capitalismo siga existiendo todavía. Al mismo tiempo desconocen la existencia, el desarrollo y el triunfo de las ideas inmortales del marxismo-leninismo, la existencia de los partidos marxista-leninistas, la existencia de Albania socialista, la existencia de los pueblos que luchan por su libertad, por su independencia y soberanía nacional, la existencia y la lucha del proletariado mundial.

La Comuna de París no triunfó, fue aplastada, pero dio al proletariado mundial un gran ejemplo. Marx ha dicho que esta experiencia confirmó la debilidad temporal del proletariado francés, pero preparó al proletariado de todos los países para la revolución mundial y dio una gran lección mostrando cuáles son las condiciones que se precisan para conquistar la victoria. Marx elevó a teoría esta importante experiencia de los comuneros «que asaltaron el cielo» y enseñó al proletariado que debe hacer uso de su violencia revolucionaria para romper el aparato del estado burgués y su dictadura.

Los revisionistas modernos son unos cobardes. Piensan que hoy las fuerzas contrarrevolucionarias son muy poderosas. Pero esto no es en absoluto verdad. Son más débiles que los pueblos. Estos, con el proletariado a la cabeza, son más fuertes. Ellos aplastarán a las fuerzas contrarrevolucionarias, a las fuerzas de la reacción, del imperialismo y del socialimperialismo. Esta es una concepción fundada en el análisis de clase del mundo. Cualquier otra concepción es errónea, independientemente de que los revisionistas disfracen su actividad y su miedo con frases revolucionarias.

Cuando los marxista-leninistas decimos que existen dos y no tres o cinco mundos, estamos en el justo camino y, sobre la base del marxismo-leninismo, debemos edificar nuestra lucha contra la burguesía capitalista, contra el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, contra los otros imperialismos. Esta lucha debe llevar a la destrucción del mundo viejo burgués-capitalista y a la instauración de un nuevo orden, del orden socialista.

El proletariado es la fuerza motriz social de nuestra época. Lenin ha puntualizado que la fuerza motriz que lleva adelante la historia está representada por la clase que se sitúa

«...en el centro de tal o cual época, y determina su contenido fundamental, la tendencia principal de su desarrollo, las particularidades esenciales de su situación histórica, etc.».[2]

Mientras que los revisionistas chinos, oponiéndose a esta tesis de Lenin, se afanan en presentar el «tercer mundo» como la «gran fuerza motriz que hace avanzar la rueda de la historia». Declarar semejante cosa significa dar en la teoría y en la práctica una definición errónea de la fuerza motriz. ¿Cómo es posible que en la época de la actual evolución social, en la época que tiene en su centro a la clase más revolucionaria, el proletariado, se califique de fuerza motriz a una agrupación de estados dominados en su abrumadora mayoría por la burguesía y los feudales, incluso por reaccionarios y fascistas declarados? Se trata de una burda deformación de la teoría de Marx.

La dirección china no tiene presente que en el «tercer mundo» hay oprimidos y opresores, que existen el proletariado y el campesinado esclavizado, pobre y mísero, por un lado, y los capitalistas y los terratenientes, que explotan y esquilman al pueblo, por el otro. Pasar por alto esta situación de clase en el llamado tercer mundo, pasar por alto los antagonismos existentes, significa revisar el marxismo-leninismo y defender el capitalismo. En general, en los países del llamado tercer mundo es la burguesía capitalista quien está en el poder. Esta burguesía explota al país, explota y oprime al pueblo pobre en interés de su propia clase, para asegurarse los mayores beneficios posibles y mantenerlo continuamente en la esclavitud y la miseria.

En muchos países del «tercer mundo», los gobiernos en el poder son gobiernos burgueses, capitalistas, naturalmente con distintos matices políticos; son gobiernos de la clase enemiga del proletariado y del campesinado pobre y oprimido, de la clase enemiga de la revolución y de las luchas de liberación. La burguesía, que es quien detenta el poder en estos países, protege precisamente esa sociedad capitalista que el proletariado, en alianza con las capas pobres del campo y de la ciudad, busca derrotar. Constituye esa clase alta que, en aras de sus mezquinos intereses, está dispuesta, en cualquier momento y ante cualquier contingencia, a entregar al capitalismo extranjero las riquezas del país, del suelo y del subsuelo, a enfeudar la libertad, la independencia y la soberanía de la patria. Esta clase, allí donde está en el poder, se opone a la lucha y a las aspiraciones del proletariado y de sus aliados, las clases y las capas oprimidas.

Muchos de los estados, que la dirección china engloba en el «tercer mundo», no están en contra del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético. Calificar estos estados de «fuerza motriz principal de la revolución y de la lucha contra el imperialismo», como predica Mao Tse-tung, es un error tan grande como el Himalaya. También existen otros seudo marxistas; pero por lo menos saben ocultarse y enmascararse tras sus teorías burguesas. Para lo que llaman «segundo mundo», que está dominado por la gran burguesía capitalista, que está dominado por los grandes imperialistas que, al igual que ayer; siguen siendo imperialistas, los revisionistas chinos tienen la misma visión antimarxista que para el «tercer mundo». En los países del llamado «segundo mundo» existe un proletariado grande y poderoso que es explotado hasta la médula, que es oprimido por leyes agobiantes, por el ejército, la policía, los sindicatos, por todas estas armas de la dictadura de la burguesía. Tanto en los países del «tercer mundo» como en los del «segundo mundo», es la clase burguesa capitalista, son las mismas fuerzas sociales las que dominan al proletariado y a los pueblos y las que deben ser destruidas. También en estos últimos la fuerza motriz principal es el proletariado.

En cambio los revisionistas chinos, en los países del «tercer mundo» como en los del «segundo mundo», en los Estados Unidos de América como en la Unión Soviética; desconocen precisamente al proletariado, que representa el gran ejército de la revolución, niegan precisamente la principal fuerza motriz de la sociedad, la fuerza que debe golpear a la burguesía monopolista, a su enemiga de clase y enemiga de toda la revolución mundial.

La teoría de los «tres mundos» de Mao Tse-tung niega esta gran realidad y trata con desconsideración al proletariado europeo y de los otros países desarrollados. Es verdad que en las filas del proletariado, ya sea del llamado tercer mundo o del llamado segundo o primero, también hay degeneración, porque la burguesía no se cruza de brazos, combate a su enemigo recurriendo no sólo a las armas y a la opresión, sino también a la política y la ideología, al modo de vida que propaga, etc. Pero el que degenere alguna capa del proletariado, como es el caso de la aristocracia obrera, no significa que se tenga que renunciar al marxismo-leninismo y negar el papel determinante de la clase obrera en el proceso revolucionario mundial. Los verdaderos comunistas protegen de la degeneración al proletariado de cualquier país y de cualquier «mundo» mediante una correcta educación marxistaleninista y con su actividad revolucionaria cotidiana, y lo movilizan para combatir a sus opresores, sean éstos ingleses o franceses, italianos o alemanes, portugueses o españoles; norteamericanos o japoneses, etc.

También en los Estados Unidos de América, que son la cabeza del imperialismo mundial, existe un proletariado numeroso. Dado que son uno de los países más industrializados del mundo, al mismo tiempo son el país más rico, y así las migajas que concede el capital para engañar al proletariado, aquí son un poco más grandes que en los demás países burgueses. El modo de vida en los Estados Unidos de América ejerce una influencia más grande sobre el proletariado, pero nosotros no podemos desdeñar en lo más mínimo el papel del proletariado norteamericano en la revolución y su contribución a la misma en su propio país. En realidad, también en los Estados Unidos de América existe una opinión que se opone al imperialismo, a las guerras de rapiña, a la opresión de los capitalistas, de los trusts, de los bancos, etc. En este país, incluso en las capas de la pequeña burguesía, se observa una resistencia a la opresión del gran capital.

 

Negando la lucha de clases, la teoría china de los «tres mundos» niega también la lucha de los pueblos por liberarse de la dominación extranjera, por conquistar los derechos y las libertades democráticas, niega su lucha por el socialismo. Esta teoría contrarrevolucionaria y anticientífica hace cruz y raya de la lucha de los pueblos contra sus enemigos, que son el imperialismo, el socialimperialismo, toda la gran burguesía internacional.

Meter a los pueblos en «tres casillas» y predicar que sólo el «tercer mundo» aspira a liberarse del imperialismo; que sólo él sería «la principal fuerza motriz contra el imperialismo», es un engaño y una desviación flagrante del marxismo-leninismo. Si en el «primer mundo» y en el «segundo mundo» se incluye a los imperialistas y los capitalistas, entonces hay que hacerse la siguiente pregunta: ¿Dónde se incluye a los pueblos de estos «dos mundos», que luchan, igualmente, por liberarse de los mismos opresores que subyugan también al «tercer mundo»? Los inventores y los partidarios de la división del mundo en tres no están en condiciones de responder a esta pregunta; porque, según su concepto antimarxista y antileninista, funden en un todo único a los imperialistas, a los gobernantes y a los pueblos.

Los marxista-leninistas no pueden identificar a los pueblos soviéticos con los estafadores antimarxistas, socialimperialistas y nuevos capitalistas que los avasallan. Del mismo modo, tampoco pueden mezclar y confundir al pueblo norteamericano con el imperialismo norteamericano. Si los revolucionarios actuaran como los revisionistas chinos, cometerían un grave error teórico y se opondrían a la revolución, respaldarían precisamente al imperialismo y al socialimperialismo, a las fuerzas del capital, contra las cuales combaten también el proletariado y el pueblo en la propia guarida de sus enemigos.

¿Qué significado tiene el llamamiento chino a que el «tercer mundo» se alíe con el «segundo mundo» para combatir a la mitad del «primer mundo», cuando tal división del mundo confunde la personalidad de los pueblos, que están en lucha con la oligarquía que los oprime, y cuyas aspiraciones y nivel de desarrollo son distintos? De igual modo, el grado de resistencia y la intensidad de la lucha revolucionaria de los pueblos son diferentes, pero su meta final, el comunismo, es la misma. En estas condiciones, los marxista-leninistas debemos hacer propaganda y movilizarnos para que, a través de las incesantes luchas de clase contra el imperialismo, el socialimperialismo, el capitalismo y sus ideologías engañosas, alcancemos el objetivo final.

Los revisionistas chinos, no sólo funden en un todo único a los pueblos y los gobernantes de los países capitalistas, sino que además quieren liquidar la personalidad de los países socialistas, cuando predican que también éstos pueden ser incluidos en el «tercer mundo».

¿Cómo se puede, según afirman los dirigentes chinos, identificar un país socialista con el «tercer mundo», donde existen las clases antagónicas, la opresión y la explotación, y alinearlo «con los reyes y los príncipes»? Los revisionistas chinos, que califican de socialista a su país, dicen que forman parte del «tercer mundo» para ayudar supuestamente a los pueblos de este «mundo». Se trata de una mentira con la que pretenden encubrir sus fines «expansionistas. Para ayudar y respaldar la lucha de los pueblos, un país verdaderamente socialista no necesita dividir el mundo en tres ni integrarse en el «tercer mundo».

Los marxista-leninistas, guiándonos por criterios de clase, con nuestras posiciones, ayudamos a los pueblos, al proletariado, la democracia, la soberanía y la libertad auténticas, y no al estado en el que dominan los reyes, los sha y las camarillas reaccionarias. Ayudamos a los pueblos y a los estados democráticos que quieren liberarse del yugo de las superpotencias, pero remarcamos que para hacerlo debidamente, en el camino correcto y con criterios de clase, hay que combatir también a los reyes y a los monopolios internacionales que están entrelazados con las superpotencias. Los dirigentes chinos pretenden haber solucionado este complejo problema de clase «fundiéndose» en ese imaginario «tercer mundo». Pero es una solución antimarxista. La mayoría de los estados y los gobiernos del «tercer mundo», opuestamente a lo que pretenden los dirigentes chinos, no están por la lucha contra el «primer mundo», el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, o contra el «segundo mundo».

La corriente de los pueblos del mundo avanza hacia la lucha por la liberación, por la revolución, por el socialismo, pero en esta corriente no están englobados los gobiernos de los reyes, de los emires y de las camarillas reaccionarias de la calaña de Mobutu y Pinochet que integran el «tercer mundo», en el que también China se ha autoincluido.

En lo que atañe a los estados del llamado tercer mundo, la dirección china no hace una distinción de clase de acuerdo con los principios del internacionalismo proletario y los intereses de la revolución mundial. No tiene en cuenta que estos estados nacionales, que en su mayoría están dirigidos por las capas de la alta burguesía, se encuentran no sólo bajo la influencia del imperialismo norteamericano, sino también del socialimperialismo soviético, y están estrechamente ligados a ellos por muchos hilos.

En estos estados existen profundas contradicciones internas entre el proletariado y el campesinado pobre y oprimido, por una parte, y la burguesía y todos los esclavizadores, por la otra. La ayuda, de un país socialista a los pueblos de estos estados, debe servir de gran estímulo para su marcha hacia adelante, para lograr crear un verdadero estado democrático, sin ensombrecer la perspectiva, la cuestión del triunfo de la revolución proletaria y de la toma del poder por el proletariado. La revolución no se importa, será realizada por el proletariado y el pueblo de cada país. Naturalmente, la toma del poder no es cuestión de un día, sino que, como nos enseña Lenin, se deben crear las condiciones para que, ante cualquier viraje de la historia, el proletariado encabece la lucha para derrocar el poder degenerado de los dictadores y de la burguesía reaccionaria, e implantar el poder del pueblo.

La división que los comunistas hacemos del mundo actual, basándonos en el criterio de clase leninista, no nos impide combatir a las superpotencias y apoyar a todos los pueblos y los estados que buscan liberarse y que tienen contradicciones con ellas. Albania socialista ha respaldado poderosamente con todo su corazón la lucha de los pueblos de Asia, África y América Latina, porque responde a los intereses de los mismos y está dirigida contra el imperialismo y la dominación colonial extranjera. Pero, no enunciar abiertamente los principios y tergiversar el marxismo-leninismo, la ideología y la política del partido del proletariado, como hacen los dirigentes chinos, es antimarxista, es un bluf, es un engaño. El Partido del Trabajo de Albania jamás ha hecho esto ni lo hará, porque sería un crimen imperdonable hacía su pueblo, hacia los otros pueblos, hacia el proletariado internacional y la revolución mundial.

Dividiendo el mundo en tres, el Partido Comunista de China predica de hecho la conciliación de clases.

Los verdaderos marxista-leninistas jamás olvidan las enseñanzas de Lenin, que subraya que los oportunistas y los revisionistas hacen lo imposible por atenuar la lucha de clases, por engañar a la clase obrera y a los oprimidos con fórmulas «revolucionarias», privando la doctrina marxista-leninista de su contenido revolucionario. Esto es lo que hace la dirección revisionista china, cuando predica la conciliación y la convivencia pacifica de la clase obrera con la burguesía.

Como nos enseñan Engels y Lenin, las contradicciones entre las clases o las fuerzas sociales con intereses fundamentales opuestos, no sólo no pueden ser conciliadas, sino que se van exacerbando incesantemente hasta culminar en conflictos político-sociales. La Propia existencia del estado prueba que los antagonismos de clase son irreconciliables. Por ello, intentar atenuar estos antagonismos de clase, que se observan en los diversos países burgueses y revisionistas del «tercer mundo», del «segundo» del «primero», preconizando la unión carente de principios, significa negar el carácter objetivo de la existencia de las contradicciones, tratar este problema de una manera antimarxista.

Los «teóricos» chinos se esfuerzan por conciliar unas clases que jamás pueden ser conciliadas, lo cual significa que están en posiciones revisionistas, oportunistas. La deformación de la teoría de Marx por parte de los revisionistas chinos se ve claramente cuando consideran a los países que incluyen en el «tercer mundo», como lugares donde reina la paz de clases y a sus estados como organismos de conciliación de clases.

Aceptar la noción de «tercer mundo», tal como es preconizada por los dirigentes chinos, significa trabajar por crear una opinión que sirva para defender los organismos estatales que necesita la burguesía para reprimir a la clase obrera y a las masas populares. La tesis de la atenuación de la lucha de clases, como decía Lenin cuando atacaba a los revisionistas, legaliza y afirma la opresión. Buscar la unidad en el interior del «tercer mundo», de hecho significa buscar la unidad de la clase oprimida con la clase opresora, es decir, hacer esfuerzos por atenuar los antagonismos entre las masas trabajadoras y la burguesía, entre el pueblo y los opresores extranjeros. Estas prédicas de los revisionistas chinos están en oposición a los intereses de la liberación nacional y social de los pueblos, a sus aspiraciones de libertad, independencia y justicia social.

La mayoría de los estados, que supuestamente forman el «tercer mundo» o el «mundo no alineado», dependen del capital financiero extranjero, que es tan fuerte, tan vasto, que ejerce un peso decisivo en toda la vida de los mismos. Estos estados no gozan de una independencia plena, por el contrario, dependen de ese gran capital financiero que es quien hace una política y difunde una ideología que justifica la explotación de los pueblos.

La burguesía y el imperialismo hacen grandes esfuerzos por ocultar esta realidad y, cuando son desenmascarados, inventan toda suerte de «teorías» en contra de la independencia y la soberanía de los estados. Los teóricos burgueses y revisionistas, con el fin de sofocar las aspiraciones de los pueblos a la libertad, la independencia y la soberanía, califican estas aspiraciones de «anacrónicas», dándoles diversas interpretaciones metafísicas y contraponiéndoles la consigna de la «interdependencia mundial»; que supuestamente expresa las tendencias de la actual evolución de la sociedad humana, o la consigna de la «soberanía limitada» que pretendidamente expresa los intereses supremos de la llamada comunidad socialista, etc.

La realidad burgués-revisionista marcada por la violación de la libertad, la independencia y la soberanía de las naciones y los estados, en todas sus formas y en todos los dominios, demuestra la putrefacción del sistema capitalista. Vivimos en una época en que la burguesía, como clase dominante, está perdiendo terreno, mientras que el proletariado mundial se ha convertido en una fuerza colosal y está empeñado en una lucha ininterrumpida y a ultranza para sacudirse el yugo de la clase que le explota. La burguesía, bajo los golpes de los pueblos y de la lucha de clases del proletariado, se ha visto obligada a renunciar de jure al colonialismo y a reconocer formalmente la libertad, la independencia y la soberanía a muchos países que, durante un largo tiempo, había mantenido ocupados y explotados de manera salvaje.

Pero la libertad, la independencia y la soberanía, reconocidas jurídicamente por los estados capitalistas a sus antiguas colonias, hoy en muchos países se han quedado en el papel, porque siguen dominados bajo nuevas formas por los capitalistas y los imperialistas. Para prolongar su dominación en las ex colonias, estas fuerzas regresivas de nuestra época practican en grandes proporciones los complots y las intrigas, para lo cual encuentran aún terreno abonado en estos países, a fin de dividir y dominar a los pueblos, aprovechando su atraso económico, político e ideológico y la falta de organización de las fuerzas revolucionarias.

Al tratar este problema no debe pensarse que, dado que los países ex coloniales aún no han obtenido una independencia y soberanía completas, su lucha ha sido infructuosa. De ninguna manera. La lucha de los pueblos por emancipar sus pequeños países del dictado y la tutela de los grandes, del imperialismo y el socialimperialismo, no debe ser subestimada. Por el contrario, el Partido del Trabajo de Albania y el estado albanés han apoyado y apoyarán sin reservas esta justa lucha: revolucionaria y de liberación, considerándola como una victoria de los pueblos que contribuye a reforzar la independencia política, a liberarse de la dominación colonial y neocolonial.

Pero estamos en contra de los teóricos revisionistas que predican que, ahora, toda la lucha revolucionaria deberla ser reducida a la lucha por la independencia nacional, por conquistarla y defenderla frente a la agresión de las potencias imperialistas, negando la lucha por la liberación social. Sólo la victoria de esta última asegura al mismo tiempo la libertad, la independencia y la soberanía nacional verdaderas y completas. Estos abogados del régimen explotador «olvidan» que la lucha de clases entre el proletariado y sus aliados, por un lado, y la burguesía del país y sus aliados del exterior, por el otro, prosigue siempre de forma encarnizada y que un día conducirá a ese momento, a esa situación revolucionaria, como dice Lenin, en que la revolución estalla. Las condiciones cada vez más favorables que se crean en el mundo para el amplio desarrollo de las revoluciones antiimperialistas y democráticas y para que estén dirigidas por el proletariado, deben ser aprovechadas para pasar de la lucha por la independencia nacional a una fase más avanzada, a la lucha por el socialismo. Lenin nos enseña que la revolución debe ser llevada hasta el final, liquidando a la burguesía y su poder. Sólo sobre esta base se puede hablar de libertad, independencia y soberanía verdaderas.

Según nuestro concepto marxista-leninista; en una sociedad con clases antagónicas, que está dominada por la clase feudal o la burguesía, el pueblo no puede gozar de libertad y soberanía. La libertad, la independencia y la soberanía tienen un contenido político-social concreto. La libertad y la soberanía verdaderas y plenas son aseguradas en las condiciones de la dictadura del proletariado. Mientras que en aquellos lugares donde el estado se encuentra en manos de las clases explotadoras, las relaciones económicas y políticas desiguales entre los explotadores y los explotados y entre los países, llevan a la pérdida o a la restricción de la libertad y de la soberanía del pueblo. Por consiguiente, no puede hablarse de una verdadera libertad y soberanía nacional, y mucho menos de soberanía del pueblo, en los países que se encuadran en el «mundo no alineado» o en el «tercer mundo». Sólo sobre la base de un análisis científico cimentado en la teoría marxista-leninista se puede definir correctamente qué pueblo es verdaderamente libre y cuál está subyugado, qué estado es independiente y soberano y cuál es dependiente y oprimido. La teoría marxista-leninista explica claramente quiénes son los opresores y explotadores de los pueblos y qué camino deben seguir éstos para ser libres, independientes y soberanos. Los comunistas albaneses, a la luz del marxismoleninismo, concebimos sólo de esta manera la libertad, la independencia y la soberanía de los estados y de los pueblos.

 

La actitud de los revisionistas chinos respecto a las contradicciones, es una actitud idealista, revisionista y capitulacionista

La aplicación de una estrategia revolucionaria correcta, basada en las enseñanzas del marxismoleninismo; no sólo requiere analizar y apreciar de forma multilateral y dialéctica las fuerzas motrices de la corriente revolucionaría y libertadora mundial y valorar correctamente las fuerzas del enemigo, con sus puntos fuertes y débiles, sino también una comprensión justa y científica de las contradicciones que caracterizan nuestra época.

Sólo si interpretamos las contradicciones según las enseñanzas de la teoría marxista-leninista, de conformidad con los hechos concretos y la verdadera evolución de las situaciones, entonces no nos equivocaremos.

En lo que se refiere a las contradicciones, los dirigentes chinos «teorizan», «interpretan», «filosofan», parafrasean y confunden numerosas tesis formuladas con claridad meridiana por los clásicos del marxismo-leninismo. Interpretando las contradicciones de una manera distinta a su verdadero significado, llegan a acuerdos y conciertan compromisos, no en favor de la lucha de liberación, de los pueblos, de la revolución, de la construcción del socialismo, sino en favor de la burguesía y del imperialismo. Estas gentes, que se las dan de filósofos marxista-leninistas, tienen dos máscaras: una para hacer creer que son fieles a la teoría marxista-leninista, y la otra para disimular su deformación en la práctica.

Su posición respecto a las contradicciones, las alianzas y los compromisos, es producto de un análisis deformado y pragmático de la situación internacional, de las contradicciones existentes en el mundo, de las contradicciones entre las potencias imperialistas, entre los diversos estados capitalistas, entre el proletariado y la burguesía, etc. Esta posición tiene su origen en su concepción idealista y revisionista del mundo.

Pero, no es un hecho fortuito el que los dirigentes chinos pongan sobre el tapete precisamente el problema de las contradicciones, las alianzas y los compromisos. Ahora, la dirección revisionista china se ha quitado las máscaras y ha aparecido abiertamente contra la revolución, se ha convertido en abanderada del oportunismo de derecha, del revisionismo. Al igual que todos los revisionistas, los dirigentes del Partido Comunista de China se esfuerzan por «justificar» su alejamiento de la teoría marxista-leninista, su orientación revisionista, utilizando citas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Naturalmente, estas citas están amputadas, fraccionadas y sacadas de su contexto, y mutiladas de esta forma, las utilizan para hacer pasar por marxista-leninistas sus posiciones y sus tesis reaccionarias. Pero los revisionistas chinos no son ni los primeros ni los últimos que hacen estas deformaciones, que mutilan e interpretan de manera tendenciosa nuestra correcta teoría. Mucho antes que ellos han hecho cosas de esta índole los cabecillas de la socialdemocracia, los titistas, los revisionistas soviéticos, italianos, franceses y otros, y hoy continúan haciéndolo.

 

En primer lugar, haciendo malabarismos con las contradicciones, los revisionistas chinos intentan justificar su actitud hacia el imperialismo norteamericano, allanar el camino para acercarse y colaborar con él.

Los revisionistas chinos pretenden que en el mundo de hoy sólo existe una contradicción, la que enfrenta al «tercer mundo», al «segundo mundo» y a la mitad del «primer mundo», con la Unión Soviética. Partiendo de esta tesis que une a los pueblos con una agrupación de imperialistas, predican que se deben dejar de lado todas las contradicciones de clase y luchar únicamente contra el socialimperialismo soviético.

Pero analicemos cómo es la cuestión de las contradicciones entre los pueblos y las superpotencias y las contradicciones entre las propias superpotencias.

En las condiciones actuales, para definir una estrategia y una táctica revolucionarias consecuentes, adquiere una importancia primordial la actitud de principios respecto a las dos superpotencias imperialistas, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, que constituyen la fuerza defensiva más grande del sistema de opresión y explotación capitalista, los principales reductos de la reacción mundial. Son los enemigos jurados más peligrosos de la revolución, del socialismo y de los pueblos del mundo entero, han asumido el odiado papel de gendarmes internacionales contra cualquier movimiento revolucionario y de liberación y representan las potencias más agresivas y belicistas que con su actuación llevan al mundo a una guerra devastadora.

Nadie, y mucho menos el Partido del Trabajo de Albania, puede negar la existencia de profundas contradicciones entre las dos más grandes potencias imperialistas de nuestro tiempo, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético. Hemos acentuado continuamente que las contradicciones entre las dos superpotencias no sólo existen, sino que además se agudizan. Al mismo tiempo, las dos superpotencias hacen esfuerzos para llegar a componendas sobre algunas cuestiones. Este fenómeno se explica con lo que decía Lenin, sobre las dos tendencias del capital:

«...existen dos tendencias, una que hace inevitable la alianza de todos los imperialistas y otra que enfrenta a unos imperialistas con otros...»[3]

Pero, ¿por qué existen contradicciones y antagonismos irreconciliables entre las dos superpotencias? Porque, cada una de ellas, al ser una gran potencia imperialista, lucha por la hegemonía mundial, por crear nuevas esferas de influencia, por subyugar y explotar a los pueblos. La voracidad y la codicia de cada una de ellas les llevan a incomodarse mutuamente e incluso a tener graves fricciones. Estas fricciones pueden conducir a la guerra entre ellas, e incluso a una sangrienta guerra mundial.

Los marxista-leninistas debemos aprovechar las contradicciones que existen entre las superpotencias en interés de la revolución y de las luchas de liberación de los pueblos.

La explotación de las contradicciones existentes en el campo enemigo es parte constitutiva de la estrategia y la táctica revolucionarias. Stalin consideraba la utilización de las contradicciones y los conflictos existentes en las filas de los enemigos de la clase obrera, en el interior del país o entre los estados imperialistas en la arena internacional, como reserva indirecta de la revolución proletaria. Es un hecho histórico conocido que el estado socialista soviético, bajo la dirección de Lenin y Stalin, en el periodo posterior a la Revolución de Octubre, o durante la Segunda Guerra Mundial, supo tener en cuenta y aprovechar las contradicciones interimperialistas.

Pero, en cualquier caso, la apreciación y el aprovechamiento de las contradicciones existentes entre los enemigos por parte de las fuerzas revolucionarias y de los países socialistas, son resultado de un análisis marxista-leninista concreto de estas contradicciones y del grado de agravación de las mismas, de la correlación de fuerzas en un periodo o momento dados, para determinar por qué camino, en qué forma, y con qué medios serán explotadas estas contradicciones. Es conforme a los principios que las contradicciones sean siempre aprovechadas en beneficio de la revolución, en beneficio de los pueblos y de su libertad, en beneficio de la causa del socialismo. La utilización de las contradicciones existentes en las filas de los enemigos debe conducir a acrecentar y reforzar el movimiento revolucionario y de liberación, y no a debilitarlo y hacer que flaquee, debe conducir a una movilización cada vez más activa de las fuerzas revolucionarias en la lucha contra los enemigos, y sobre todo contra los principales, impidiendo que los pueblos se forjen ilusiones hacia ellos.

Las dos superpotencias, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética revisionista; tienen como primer punto de su programa aplastar la revolución y el socialismo. Los dirigentes chinos, lejos de hacer hincapié en este hecho, que es expresión de la contradicción irreconciliable entre el socialismo y el capitalismo, en la práctica lo niegan. Naturalmente, a los marxista-leninistas no les está permitido olvidarse de que las superpotencias, pese a que pugnan por la hegemonía, pese a las contradicciones que tienen, no pierden de vista en lo más mínimo su objetivo común de aplastar a los pueblos que exigen la libertad, de sabotear la revolución, lo cual conduce de nuevo a guerras de carácter general o local. Al respecto, los revisionistas chinos siguen manteniendo sus conocidas posiciones de combatir únicamente contra el socialimperialismo soviético que, según ellos, es el más peligroso, el más agresivo y el más belicista. Ponen al imperialismo norteamericano en segundo plano y recalcan que los Estados Unidos de América «desean el statu quo, que están en decadencia». De ahí que los revisionistas chinos llegan a la conclusión de que puede y debe establecerse una alianza con el imperialismo norteamericano contra el socialimperialismo soviético.

El imperialismo norteamericano en absoluto es débil ni se ha amansado, como pretenden los dirigentes chinos; por el contrario, es agresivo, feroz y poderoso, al igual que el socialimperialismo soviético. El hecho de que el imperialismo norteamericano ya no tenga la posición dominante que tenia en el pasado, no cambia nada. Esta es la dialéctica del desarrollo del capitalismo y confirma la tesis de Lenin de que el imperialismo es capitalismo en declive, en decadencia. Pero es inadmisible que partiendo de esto se llegue a subestimar la actual fuerza económica, militar y agresiva de una u otra superpotencia. Es asimismo inadmisible afirmar que dado que el potencial de los imperialistas se ha debilitado y ha sufrido una decaída real, un imperialismo se ha hecho menos peligroso y el otro más peligroso. Ambas superpotencias imperialistas son peligrosas, porque ninguna de las dos se olvida de combatir contra aquellos que buscan enterrarlas, y los que quieren enterrar a las superpotencias son los pueblos.

Preconizar que sólo se debe luchar contra el socialimperialismo soviético y borrar, de hecho, la lucha contra el imperialismo norteamericano, como hacen los dirigentes chinos, significa no atenerse a las tesis fundamentales del marxismo-leninismo. No cabe la menor duda de que se debe luchar hasta el fin contra el socialimperialismo soviético. Pero no luchar con la misma fuerza contra el imperialismo norteamericano, es inadmisible, es una traición a la revolución. Si se sigue el camino chino, entonces no se tendrá una idea clara de lo que son el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, por qué estas dos superpotencias tienen contradicciones y en qué consisten, dónde reside la pugna que tiene lugar entre ellas y que nosotros debemos profundizar, qué debemos hacer para impedir que estos dos estados imperialistas desencadenen la guerra mundial, etc.

Si teóricamente comprendemos de manera justa estas cuestiones y si actuamos correctamente sobre la base de la teoría marxista-leninista, entonces aparece de forma clara la necesidad de respaldar y apoyar a los pueblos que luchan contra las dos superpotencias y las camarillas burguesas capitalistas que los dominan. Hoy el mundo capitalista pasa por una grave crisis. Pero esta crisis debe ser juzgada en toda su magnitud, Y las contradicciones existentes en el mundo capitalista asimismo deben ser juzgadas en toda su profundidad.

La lógica pragmática y antimarxista lleva a los revisionistas chinos a presentar a la Unión Soviética como un país que se desarrolla sin contradicciones, como un imperialismo que ejerce su dominio sin preocupaciones sobre los demás países revisionistas como Polonia, Alemania del Este, Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria. Ellos presentan el bloque soviético como un bloque en ascenso y la Unión Soviética como el único imperialismo que ha quedado en el mundo y que busca sentar su hegemonía en todas partes.

Si consideramos la hegemonía de la Unión Soviética sobre los países revisionistas de Europa Oriental, vemos que se expresa, en primer lugar, mediante la ocupación militar de estos países por las fuerzas armadas soviéticas, mediante el saqueo inexorable y sin escrúpulos de sus riquezas por parte del socialimperialismo soviético, que incluso se esfuerza por integrarlos completamente en el sistema de las repúblicas soviéticas. Como es natural, la Unión Soviética revisionista encuentra resistencia a sus esfuerzos. Llegará el momento en que esta resistencia y estas contradicciones, que existen en forma latente en el redil revisionista, terminen por agravarse y estallar.

Hemos calificado de agresivo al socialimperialismo soviético porque agredió y ocupó Checoslovaquia, porque ha intervenido en África y otros lugares, porque proyecta llevar a cabo más agresiones y hace preparativos para realizarlas.10 Pero, ¿acaso el imperialismo norteamericano ha perpetrado menos agresiones o es menos agresivo que el socialimperialismo soviético?

La dirección china ha olvidado la agresión de los Estados Unidos de América contra Corea, ha olvidado su larga y bárbara guerra contra Vietnam, Camboya y Laos, ha olvidado su guerra en el Oriente Medio, su intervención en las repúblicas de América Central, etc. Ha borrado todo esto de su memoria y pretende que el imperialismo norteamericano se ha amansado! Olvida que el imperialismo norteamericano ha clavado sus garras en todas partes, en todo el mundo, que por doquier ha instalado sus bases militares, que amplia y refuerza. Esto fue olvidado por Mao Tse-tung y Chou Enlai, y lo olvida la dirección revisionista china, cuando dicen que el imperialismo norteamericano se ha debilitado y amansado, ¡y que por eso es posible aliarse con él! Actuar de esta manera equivale a querer sofocar la lucha contra el imperialismo en general y el imperialismo norteamericano en particular, incluso contra el socialimperialismo soviético, contra el cual China dice llevar a cabo una lucha tan grande.

Es verdad que el socialimperialismo soviético está ávido de expansión. Su intervención en Angola y Etiopia, los esfuerzos que hace por crear bases en el Mediterráneo y en algunos países árabes, por ocupar los estrechos del Mar Rojo o crear bases militares en el Océano Indico, son actos imperialistas declarados. Pero estas posiciones no están consolidadas en la misma medida que lo están las posiciones económicas neocolonialistas, estratégico militares del imperialismo norteamericano en otros países. Precisamente esta situación es subestimada en apariencia por la dirección china, pero, en realidad, es reconocida y sustentada por ella.

Al mismo tiempo los revisionistas chinos no pueden pasar por alto que los estados capitalistas de Europa Occidental y el imperialismo norteamericano, pese a las contradicciones que tienen, están estrechamente ligados, están vinculados a través de alianzas políticas, militares y económicas, como la OTAN, el Mercado Común Europeo, etc. Es imposible que la dirección china ignore que el capital norteamericano ha penetrado profundamente en las economías de los países de Europa Occidental y no sólo de ellos, sino también en los de Europa Oriental y la Unión Soviética. La dirección china sabe

de sobra que los Estados Unidos de América han invertido y signen invirtiendo decenas de miles de millones de dólares en diversos países del mundo. Entonces ¿qué es lo que espera? ¿Acaso espera que los países capitalistas occidentales -con todas las contradicciones que tienen con los Estados Unidos de América- se aparten de éstos para debilitar su propio campo, para renunciar al potencial militar común, a los lazos económicos, sociales y culturales que les unen a ellos, y, en nombre de los intereses de China, quedarse al descubierto frente al socialimperialismo soviético? Esta es una de las absurdidades de la política exterior china.

Como hemos puntualizado más arriba, no cabe la menor duda de que las contradicciones existentes entre las dos superpotencias y los otros países imperialistas y capitalista-revisionistas deben ser aprovechadas por las fuerzas revolucionarias y de liberación. Es importante que esto sea comprendido correctamente y considerado siempre a través del prisma de los intereses de la revolución y subordinándolo a ellos. El aprovechamiento de las contradicciones existentes entre las potencias y las agrupaciones imperialistas, los estados capitalista-revisionistas y otros, jamás puede ser un objetivo en sí mismo para la clase obrera y los revolucionarios marxista-leninistas.

Explotar las contradicciones que existen entre los países imperialistas y las dos superpotencias significa profundizar las discrepancias que tienen entre sí, estimular a las fuerzas revolucionarias y patrióticas de estos países a oponerse al imperialismo norteamericano y al socialimperialismo soviético, los cuales buscan someterles económica, política y militarmente, explotarles, negarles su personalidad nacional, etc.

Pero, ¿cómo actúa China?

La política china predica la «santa alianza» de los países capitalistas occidentales con los Estados Unidos de América. Incluso va más lejos. Predica la alianza del proletariado de los países de Europa Occidental con la burguesía reaccionaria de estos países. ¿Dónde está al respecto la línea marxista-leninista revolucionaria? ¿Dónde está la línea a seguir para aprovechar las contradicciones? ¿Es que los dirigentes chinos piensan que con tal política consolidarán este bloque conforme a sus deseos en contra de los soviéticos? Sueñan con esta utopía, se trata de un punto de vista metafísico.

Los Estados Unidos de América, los países capitalistas occidentales y, junto con ellos, también el Japón y Canadá, no son tan necios como piensan los dirigentes chinos, no hacen una política tan ingenua, como la que llevan a cabo los chinos. Por su parte saben aprovechar muy bien las contradicciones que existen entre China y la Unión Soviética. Saben cómo actuar para debilitar la gran potencia agresiva que es la Unión Soviética y hace tiempo que luchan en este sentido, y no podemos decir que no hayan obtenido resultados. Los Estados Unidos de América y todos los demás estados capitalistas incitan las contradicciones entre los países revisionistas del Este y el Kremlin.

Ahora China también ha comenzado a aplicar esta vieja política norteamericana. La visita de Jua Kuo-feng a Rumania y Yugoslavia era una continuación de esta política. Pero la apertura de China a Europa, el que incite las contradicciones y sobre todo sus esfuerzos por crearse un terreno favorable en los Balcanes, todo esto no va en interés de los pueblos y de la revolución. Forma parte de la política china de instigación de la guerra, política que tiene por objetivo que los pueblos de Europa se maten entre sí, convirtiéndose en carne de cañón de la guerra imperialista.

Hace tiempo que Pravda viene polemizando, naturalmente sin efecto, con los Estados Unidos de América, acusándoles de desarrollar el armamento con rapidez y en grandes cantidades. Su preocupación no es criticar este acto de los Estados Unidos de América, porque los socialimperialistas soviéticos hacen lo mismo. El problema reside en que el aumento del potencial de guerra norteamericano debilita relativamente el poderío militar soviético y obliga a la Unión Soviética a seguir paso a paso a los Estados Unidos de América para equilibrar su potencial militar y su potencia agresiva. Pero el seguir paso a paso al imperialismo norteamericano en la carrera armamentista, debilita la economía de la Unión Soviética, porque grandes fondos materiales, monetarios y humanos destinados a la economía pasan al ejército. Esto es lo que preocupa a los brezhnevianos.

Pero lo sorprendente es que los revisionistas chinos, a través de su diario Renmin Ribao, se ponen sin reservas del lado de los norteamericanos, publican artículo tras artículo incitando a los Estados Unidos de América a no perder la superioridad en la carrera armamentista y a aumentar continuamente su potencial militar. Así pues, según Renmin Ribao no son los Estados Unidos de América los que se arman, sino que sólo lo hace la Unión Soviética. Mejor abogado de los norteamericanos, como lo está siendo la dirección revisionista china, no podría encontrarse en ninguna parte. La burguesía, por lo menos, se esfuerza por ser ponderada en sus críticas y en la interpretación de la realidad, por equilibrar, naturalmente de manera tendenciosa, las situaciones que se desarrollan. Pero nunca se había visto que se actúe como lo hacen los dirigentes chinos.

En su entrevista con Teng Siao-ping, el secretario del Departamento de Estado Norteamericano, Vance, le explicó que «los Estados Unidos de América son militarmente superiores a la Unión Soviética». Pero Teng Siao-ping declaró ante un numeroso grupo de periodistas norteamericanos, de visita en aquellos momentos a China, que «Pekín no da crédito» a la declaración de Vance y que «la Unión Soviética es muy superior a los Estados Unidos de América». Esto es como decir: «el abogado niega lo que su cliente confiesa».

No se puede admitir la tesis china, presentada como una tesis supuestamente marxista, que pone en tela de juicio que son las dos superpotencias imperialistas, y no sólo una, las que quieren repartirse el mundo, crear nuevas colonias, oprimir a los pueblos, ampliar los mercados.

El mismo planteamiento de la cuestión de que un imperialismo es más fuerte y el otro menos fuerte, uno agresivo y el otro manso, no es marxista-leninista. Tal planteamiento de la cuestión refleja un punto de vista reaccionario que lleva a los revisionistas chinos a aliarse con los Estados Unidos de América, con la OTAN y el Mercado Común Europeo, con el rey de España, con el Sha de Irán, con Pinochet de Chile y con todos los dictadores fascistas. La política china, que no afecta al imperialismo norteamericano, que no vulnera el poder de los bancos y del capital más grande de nuestra época, es una política por completo reformista burguesa, pacifista y extraordinariamente torpe.

Es imposible que los dirigentes chinos no vean que el capital financiero, los trusts, los monopolios norteamericanos no disminuyen en absoluto sus inversiones en el extranjero, no renuncian a sus objetivos de explotación y esclavización, y que, por el contrario, se consolidan y se esfuerzan por cambiar a su favor la correlación de fuerzas existente en el mundo.

Lo mismo hacen los socialimperialistas soviéticos. Su política económica y los grandes trusts existentes en la Unión Soviética tienden igualmente a esquilmar por todos los medios a los satélites de éste y a otros países. Con un nuevo disfraz y con otro nombre, se esfuerzan, asimismo, en cambiar la correlación de fuerzas a su favor, en un principio supuestamente con acuerdos y negociaciones, y llegado el momento, recurriendo también a la fuerza, es decir, a la guerra.

Con sus elucubraciones de que los Estados Unidos de América «desean el statu quo», que «están en decadencia», que el socialimperialismo soviético es «el más peligroso, el más agresivo, el más belicista», etc., los revisionistas chinos quieren demostrar que los Estados Unidos de América pueden y deben hacerse aliados de China contra la Unión Soviética. Una prueba de esto es la ampliación de los diversos acuerdos, el apoyo abierto que prestan al aumento de los presupuestos de guerra y al mayor armamento de los Estados Unidos de América.

Los revisionistas chinos predican que en la situación actual los marxista-leninistas, los revolucionarios y los pueblos pueden hacer compromisos con el imperialismo norteamericano y apoyarse en él. Nuestro Partido está en contra de cualquier compromiso con el feroz imperialismo norteamericano, porque esto no corresponde a los intereses de la revolución y de la liberación de los pueblos. Hemos combatido al imperialismo norteamericano, lo combatimos y lo combatiremos hasta su completa destrucción. Asimismo, estamos en lucha contra el socialimperialismo soviético y lo estaremos hasta el fin.

El apoyo que China presta al imperialismo norteamericano no favorece en absoluto a la revolución y a los pueblos, sino a la contrarrevolución. Con su línea política e ideológica reaccionaria, la dirección china deja a los pueblos del mundo a merced de las garras del imperialismo norteamericano. Esta dirección desea que los pueblos permanezcan quietos, que no se levanten, que incluso se unan con el imperialismo norteamericano contra la otra superpotencia, la cual quiere arrebatar a los Estados Unidos de América las riquezas que han creado con el esfuerzo y el sudor de los pueblos. La dirección china recomienda a los países capitalistas de Europa, agrupados en el Mercado Común Europeo, que se unan. Alinea también a los pueblos en la unión capitalista de Europa. Esta actitud significa: estaos quietos, no habléis más de revolución, no habléis más de dictadura del proletariado, al contrario, poneos al servicio de los trusts, de los capitalistas y, junto con ellos, cread una fuerza económica y militar aún más grande, para hacer frente al socialimperialismo soviético.

El Mercado Común Europeo, que es apoyado y potenciado económicamente por China, no es otra cosa que un medio para que los trusts monopolistas de Europa Occidental conserven el máximo de beneficios y para agrupar a los estados industriales desarrollados, donde las clases ricas, como dice Lenin, obtienen un tributo colosal procedente de África, Asia, etc. Los dirigentes chinos, al apoyar a estos estados capitalistas, de hecho apoyan el parasitismo de un puñado de capitalistas a costa de los mismos pueblos de estos países, y de los pueblos de los países en los cuales han clavado sus garras.

La teoría de los «tres mundos» de los revisionistas chinos, con la cual intentan legitimar sus posturas contrarrevolucionarias, no es más que una variante del oportunismo en las filas del movimiento obrero, que ayuda al imperialismo a crear mercados y a obtener ganancias en detrimento de los otros pueblos, con el objetivo de recibir su parte de las migajas que les dejarán los capitalistas.

Es un hecho innegable que la dirección china defiende a las fuerzas y los estados capitalistas, y no a las fuerzas revolucionarias y al proletariado europeo para que se levanten y destruyan los planes del imperialismo norteamericano, del socialimperialismo soviético, de la «Europa Unida», del Mercado Común Europeo y del COMECON, en una palabra, de todos los puntales del sistema imperialista que, como una hidra, chupa la sangre a los pueblos.

No obstante introducir en el «segundo mundo» a los estados capitalistas desarrollados, como Alemania Occidental, Inglaterra, Japón, Francia, Italia, etc., la dirección revisionista china no los considera como enemigos de la revolución, independientemente de sus fruslerías teóricas sobre su «doble» carácter. Por el contrario, los chinos han creído oportuno hacerse los ciegos y establecer compromisos abiertos con estos estados, para servirse de ellos supuestamente contra el socialimperialismo soviético.

La dirección china que está ofuscada por su política pragmática y antimarxista, «olvida» que estados como Alemania Occidental, Inglaterra, Japón, Francia, Italia y otros similares, siguen siendo imperialistas, que sus tendencias a subyugar y colonizar, que han sido sus características tradicionales, no han desaparecido y no pueden desaparecer. Es cierto que después de la Segunda Guerra Mundial estas potencias imperialista s se han debilitado incluso mucho, y que sus posiciones anteriores han cambiado en beneficio del imperialismo norteamericano, sin embargo ni Francia, ni Inglaterra ni otros han renunciado a la lucha por defender sus mercados y conquistar otros en África, Asia y los países de América Latina.

Entre todos estos estados capitalistas e imperialistas, menos poderosos que el imperialismo norteamericano, existen contradicciones, pero al mismo tiempo existe también la tendencia a entenderse mutuamente.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo norteamericano ayudó a levantarse a sus ex aliados de Europa, y los monopolios norteamericanos se ligaron con los de éstos en un cúmulo de intereses comunes. Pero entre ellos han existido y existen contradicciones en los esfuerzos por tener cada uno las manos libres para acaparar mercados, importar materias primas y exportar sus productos industriales. La realidad internacional ha confirmado, y vuelve a confirmar en este caso, la justeza de la tesis de Lenin sobre las dos tendencias objetivas del capital.

Es cierto, asimismo, que estos estados capitalistas tienen contradicciones no sólo con el imperialismo norteamericano, sino también con el socialimperialismo soviético. Se plantea el siguiente problema: ¿cómo deben aprovecharse estas contradicciones? Las contradicciones interimperialistas de ninguna manera pueden ser aprovechadas de la forma como predican los revisionistas chinos. Los marxistaleninistas no podemos defender por ejemplo a los diversos reaccionarios en Alemania y a los cabecillas conservadores o laboristas en Inglaterra, en función de que tienen contradicciones con el socialimperialismo soviético. Si hiciéramos esto y secundáramos las prédicas de los chinos de que «los estados capitalistas de Europa deben unirse al Mercado Común», de que la «Europa Unida» debe fortalecerse para hacer frente al socialimperialismo soviético, significaría que aceptamos que el proletariado de estos países sacrifique su lucha y sus esfuerzos por romper las cadenas de la esclavitud, que se sabotee la perspectiva de la revolución en ellos.

Los revisionistas chinos, contrayendo compromisos carentes de principios con el imperialismo norteamericano, han traicionado al marxismo-leninismo y a la revolución. Los marxista-leninistas interpretan la tesis de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre las contradicciones y sobre los compromisos en su verdadero espíritu. Los chinos interpretan esta tesis de una manera diametralmente opuesta a la verdad.

Nuestro Partido, siguiendo el camino leninista, no está en contra de todo compromiso, sino que está en contra de los compromisos traidores. Cuando el compromiso es necesario y sirve a los intereses de la clase y de la revolución, entonces es posible concluirlo, pero teniendo siempre presente que no afecte a la estrategia, la fidelidad a los principios del marxismo-leninismo, que no afecte a los intereses de la clase y de la revolución. Respecto a la actitud hacia los compromisos, Lenin, entre otras cosas, dice:

«¿Puede un partidario de la revolución proletaria concertar compromisos con los capitalistas o con la clase capitalista ?... En verdad, sería un evidente absurdo responder negativamente en general a esta cuestión. Es claro que un partidario de la revolución proletaria puede concertar compromisos o acuerdos con los capitalistas. Todo depende de qué acuerdos y en qué circunstancias se concierten. En esto y sólo en esto se puede y debe buscar la diferencia entre el acuerdo legitimo, desde el punto de vista de la revolución proletaria, y el acuerdo entreguista y traidor (desde el mismo punto de vista).»[4]

y más abajo Lenin continúa:

«La conclusión es evidente: tan absurdo es renunciar a todo acuerdo o compromiso con los bandidos, como justificar la complicidad en un acto de bandidaje partiendo de la tesis abstracta de que, en general, son admisibles y necesarios a veces los acuerdos con los bandidos»[5]

Asimismo Lenin ha dicho:

«El deber de un partido auténticamente revolucionario no consiste en proclamar una renuncia imposible de todo compromiso, sino en saber cumplir, pese a todos los compromisos, puesto que son inevitables, fielmente con sus principios, su clase, su misión revolucionaria, su obra de preparar la revolución y de educar a las masas populares para triun far en la revolución».[6]

Los compromisos están permitidos sólo cuando se parte de estas enseñanzas de Lenin. Pero ¿cómo puede estar en interés del socialismo y de la revolución mundial un compromiso con el imperialismo norteamericano o con el socialimperialismo soviético, cuando es sabido que estas dos superpotencias son los más feroces enemigos de los pueblos y de la revolución? Este compromiso no sólo no es necesario, sino que, por el contrario, es peligroso para los intereses de la revolución. Concertar compromisos o violar los principios en estos problemas de tanta importancia, significa traicionar al marxismo-leninismo.

Si Mao Tse-tung y los demás dirigentes chinos han hablado y hablan mucho «teóricamente» de las contradicciones, entonces deben hablar no sólo de aprovechar las contradicciones interimperialistas y los compromisos con los imperialistas, sino, en primer lugar, de las contradicciones que están en los cimientos de la época actual, de las contradicciones entre el proletariado y la burguesía, de las contradicciones que tienen los pueblos y los países oprimidos con las dos superpotencias y todo el imperialismo mundial, de las contradicciones entre el socialismo y el capitalismo. Pero de estas contradicciones, que existen objetivamente y que no pueden ser ocultadas, los dirigentes chinos no dicen nada. Hablan sólo de una contradicción que, según ellos, es la existente entre el mundo entero y el socialimperialismo soviético, queriendo justificar con esto sus compromisos sin principio con el imperialismo norteamericano y todo el capitalismo mundial.

El análisis de clase marxista-leninista y los hechos demuestran que la existencia de las contradicciones y las discrepancias entre las potencias y las agrupaciones imperialistas no elimina en absoluto ni relega a segundo plano las contradicciones entre el trabajo y el capital en los países capitalistas e imperialistas o las contradicciones entre los pueblos oprimidos y sus opresores imperialistas. Precisamente las contradicciones entre el proletariado y la burguesía, entre los pueblos oprimidos y el imperialismo, entre el socialismo y el capitalismo son las más profundas, son constantes, irreductibles. De ahí que el aprovechamiento de las contradicciones interimperialistas o entre los estados capitalistas y revisionistas sólo tenga sentido cuando sirve para crear las condiciones lo más favorables posible para el poderoso desarrollo del movimiento revolucionario y de liberación contra la burguesía, el imperialismo y la reacción. Por eso, estas contradicciones deben ser explotadas sin crear ilusiones en el proletariado y los pueblos acerca del imperialismo y la burguesía. Es indispensable esclarecer las enseñanzas de Lenin a los trabajadores y a los pueblos, hacerles conscientes de que sólo una actitud intransigente hacia los opresores y los explotadores, de que sólo la lucha resuelta contra el imperialismo y la burguesía, de que sólo la revolución, les asegurará la verdadera liberación social y nacional.

La explotación de las contradicciones entre los enemigos no puede constituir la tarea fundamental de la revolución ni puede ser contrapuesta a la lucha por derrocar a la burguesía, a la dictadura reaccionaria fascista y a los opresores imperialistas.

La actitud de los marxista-leninistas en esta cuestión es clara. Ellos se dirigen a los pueblos, al proletariado, llaman a las masas a que se pongan en pie para destruir los planes hegemonistas, opresores, agresivos y belicistas de los imperialistas norteamericanos y de los socialimperialistas soviéticos, para derrocar a la burguesía reaccionaria y su dictadura, tanto en el Oeste como en el Este.

Nuestro Estado socialista, por su parte, ha aprovechado, y lo sigue haciendo, las contradicciones que existen en el campo adversario. Al explotarlas, nuestro Partido parte de la justa valoración del carácter de las contradicciones que existen entre el país socialista y los países imperialistas y burgués-revisionistas, de la justa valoración de las contradicciones interimperialistas.

El marxismo-leninismo nos enseña que las contradicciones entre el país socialista y los países capitalistas y revisionistas, en tanto que expresión de las contradicciones entre dos clases con intereses diametralmente opuestos, la clase obrera y la burguesía, son permanentes, radicales, irreconciliables. Atraviesan como un hilo rojo toda la época histórica de la transición del capitalismo al socialismo a escala mundial. Mientras que las contradicciones entre las potencias imperialistas son expresión de las contradicciones en el seno de los explotadores, de las clases con intereses fundamentales comunes. Por eso, por agudas que sean las contradicciones y los conflictos entre las potencias imperialistas, el peligro real de los actos agresivos del imperialismo mundial o de sus diversos destacamentos contra el país socialista sigue siendo permanente y es siempre actual. La división entre los imperialistas, las riñas y los conflictos interimperialistas pueden, a lo sumo, debilitar y postergar temporalmente el peligro de las acciones del imperialismo contra el país socialista, por eso va en interés de éste el aprovechar estas contradicciones que hay en las filas de los enemigos, aunque no conjuren este peligro. Esto ha sido acentuado con energía por Lenin al decir que

«...es inconcebible pensar que la Republica Soviética pueda existir durante mucho tiempo al lado de los estados imperialistas. En ultimo término tendrá que triunfar una de las dos partes. Y mientras ese desenlace no se produzca serán inevitables una serie de choques terribles entre la RepUblica Soviética y los estados burgueses».[7]

Estas enseñanzas de Lenin conservan toda su actualidad. Han sido confirmadas perfectamente por una serie de acontecimientos históricos, como la agresión fascista contra la Unión Soviética en los años de la Segunda Guerra Mundial, la agresión del imperialismo norteamericano en Carea y posteriormente en Vietnam, la actividad hostil y los diversos complots imperialistas y socialimperialistas contra Albania, etc. Por eso, nuestro Partido ha puntualizado y puntualiza que toda subestimación de las contradicciones del estado socialista con las potencias imperialistas y los países capitalista-revisionistas, que toda subestimación del peligro de los actos agresivos de estos últimos contra Albania socialista, que todo relajamiento de la vigilancia, como consecuencia de la idea de que las contradicciones entre las propias potencias imperialistas son muy agudas, y que, por esta razón, no pueden emprender tales actos contra nuestra Patria, entrañaría consecuencias extremadamente peligrosas.

El Partido del Trabajo de Albania parte asimismo del hecho de que sólo las fuerzas revolucionarias, libertadoras, amantes de la libertad y del progreso, pueden ser aliados verdaderos y seguros de nuestro país en tanto que país socialista. Nuestro país tiene relaciones estatales con diversos países del mundo burgués-revisionista, aprovecha las contradicciones entre los países imperialistas, capitalistas y revisionistas y, al mismo tiempo, respalda poderosamente la lucha revolucionaria y de liberación de la clase obrera, de las masas trabajadoras y de los pueblos de cualquier país en que se desarrolla una lucha de este tipo, considerando este respaldo como su alta tarea internacionalista. El Partido del Trabajo de Albania se ha atenido y se atiene consecuentemente a este punto de vista, y también en su VII Congreso recalcó que apoyará al proletariado y a los pueblos, a los partidos marxista-leninistas, a los revolucionarios y a los hombres progresistas, que luchan contra las superpotencias, contra la burguesía capitalista y revisionista y la reacción mundial por la liberación social y nacional.

En otro tiempo el Partido Comunista de China en relación con las contradicciones ha citado también conocidos principios y tesis marxista-leninistas. Así por ejemplo, los chinos, en el conocido documento titulado: «Proposición acerca de la línea general del movimiento comunista internacional» publicado por el Comité Central del Partido Comunista de China en 1963, escribían: «Los compromisos necesarios entre los países socialistas y los países imperialistas no exigen que los pueblos y las naciones oprimidas contraigan, a su vez, compromisos con el imperialismo y sus instrumentos». Y agregaban: «Nadie debe exigir, en ninguna circunstancia, so pretexto de la coexistencia pacifica, que los pueblos y naciones oprimidos renuncien a su lucha revolucionaria». La dirección china hablaba así en aquel entonces, porque en esa época era la dirección jruschovista la que exigía a los pueblos y a los partidos comunistas que admitiesen que el imperialismo norteamericano y sus cabecillas se habían vuelto pacíficos y se sometiesen a la política soviética de acercamiento al imperialismo norteamericano. Ahora es la dirección del Partido Comunista de China la que predica a los pueblos, a los revolucionarios, a los partidos marxista-leninistas y a todo el proletariado mundial que se alíen con los países imperialistas o capitalistas, que se unan con la burguesía y con todos los reaccionarios contra el socialimperialismo soviético. Y los chinos no expresan estas ideas con frases disimuladas, sino abiertamente. Estos bandazos y virajes de 180 grados no tienen nada en común con la política de principios marxista-leninista, son rasgos de la política pragmática que siguen todos los revisionistas, los cuales subordinan los principios a sus intereses burgueses e imperialistas.

Los dirigentes chinos y todos los partidarios de la teoría de los «tres mundos», para justificar sus compromisos sin principio con el imperialismo norteamericano y la burguesía internacional, especulan, tergiversando la verdad histórica, con el pacto de no-agresión soviético-alemán de 1939, así como con la alianza anglo-soviético-norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial.

El pacto soviético-alemán de no-agresión era una manera hábil de aprovechar las contradicciones interimperialistas por parte de Stalin. En esa época la agresión hitleriana contra la Unión Soviética era inminente. Era el periodo en que la Alemania nazi había invadido Austria y Checoslovaquia, y la Italia fascista Albania, en que se había realizado el Munich y la máquina de guerra alemana avanzaba velozmente hacia el Este. La Unión Soviética concluyó con Alemania no una alianza sino un pacto de no-agresión, después de que las potencias occidentales se negaran a responder al llamamiento de Stalin a actuar conjuntamente con el estado soviético para frenar a los agresores nazifascistas, y cuando se vio claramente que estas potencias azuzaban a Hitler contra el país de los soviets. El pacto soviético-alemán frustró estos planes y dio tiempo a que la Unión Soviética se preparase aún más en adelante para enfrentar la agresión nazi.

En lo referente a la alianza anglo-soviético-norteamericana, es sabido que fue concluida cuando la Alemania hitleriana, después que había ocupado Francia y estaba en guerra con Inglaterra, desencadenó su feroz agresión contra la Unión Soviética, cuando la lucha contra las potencias del Eje adquirió un claro y acentuado carácter antifascista y libertador. Hay que recalcar que en aquel tiempo, Stalin y la Unión Soviética nunca y en ningún caso preconizaron y llamaron al proletariado y a los partidos comunistas a que desistieran de la revolución y se unieran con la burguesía reaccionaria. Incluso cuando Browder renunció a la lucha de clases y predicaba la conciliación de clases, porque supuestamente así lo exigían los intereses de la alianza anglo-soviético-norteamericana, fue estigmatizado por Stalin y el movimiento comunista como revisionista y renegado de la revolución.[8]

Como se ve, nada justifica los compromisos y las alianzas sin principio de los chinos con el imperialismo norteamericano y con las diversas fuerzas reaccionarias. La analogía histórica que quieren hacer los revisionistas chinos es infundada.

Los dirigentes chinos en su propaganda intentan hacer creer que pretendidamente nosotros, los albaneses, somos adversarios de todo compromiso y que no luchamos por aprovechar debidamente las contradicciones. Como es natural, ellos saben que nuestra actitud respecto a estas cuestiones está en las posiciones del marxismo-leninismo, sin embargo siguen haciendo propaganda en esta línea errada para disimular su alejamiento de la teoría científica marxista-leninista y del camino de la revolución. Actúan así para denigrar la política y las actitudes justas del partido y del estado proletarios. Sus acusaciones no tienen base de sustentación, pero refirámonos a los hechos.

Nuestro Partido, en todo momento, ha defendido y defenderá enérgicamente y hasta el fin la justa causa de los pueblos árabes, sin excepción. Sostenemos la lucha del pueblo palestino contra Israel, que desde hace tiempo se ha convertido en un instrumento ciego, en un gendarme del imperialismo norteamericano en el Oriente Medio. Se le ha asignado la misión de proteger los ricos yacimientos de petróleo árabes en favor de las grandes compañías monopolistas de los Estados Unidos de América y conservar el statu quo, como dicen los revisionistas chinos.

Independientemente de que antes el presidente Sadat y su gobierno estuviesen en alianza con la Unión Soviética, hemos sostenido la lucha del pueblo de Egipto por recuperar los territorios ocupados por Israel, pero hemos desenmascarado los designios de la Unión Soviética hacia Egipto y, en general, sus artimañas en el Oriente Medio. En ningún momento hemos permanecido callados ante los fines colonizadores de la Unión Soviética con respecto a Egipto. Lo mismo hemos hecho respaldando con igual consecuencia al pueblo egipcio en su lucha contra el imperialismo norteamericano e Israel.

Sosteniendo los intereses del pueblo egipcio y de los otros pueblos árabes, nuestro Partido y nuestro pueblo desenmascaran también las maniobras que realiza actualmente el imperialismo norteamericano junto con Israel. No podemos aprobar ningún camino, ninguna línea que lleve a un compromiso con el Israel agresor, so pretexto de que esto se hace en favor del pueblo egipcio.

En cambio, la dirección china no desenmascara al imperialismo norteamericano, aplaude los acuerdos israelí-egipcios e impele a los pueblos árabes a pactar, a contraer compromisos con el imperialismo norteamericano e Israel, que están entre sus principales enemigos. Esta actitud no es marxista-leninista, este compromiso a lo chino no va en interés de los pueblos. Es absolutamente inadmisible la absurdidad china de que, precipitándose de un imperialismo a otro imperialismo, «se actúa en interés de la libertad de los pueblos». Estas maniobras e intrigas típicamente burguesas no pueden ser consideradas como actos marxista-leninistas que ayudan a profundizar las contradicciones entre las dos superpotencias imperialistas.

El Partido y el pueblo albanés se oponen a las guerras imperialistas de rapiña y están decididamente al lado de las justas luchas de liberación nacional, que están y deben ir en todo momento en beneficio de los pueblos, en favor de la revolución. Ellos no están en contra de respaldar incluso a un estado burgués, cuando ven que sus gobernantes son progresistas y combaten por los intereses de la liberación de su pueblo de la hegemonía imperialista. Pero nuestro país no puede hacer causa común o concertar compromisos, como los llaman los revisionistas chinos, con un estado dominado por una camarilla reaccionaria, que en interés de su propia clase y en detrimento de los intereses del pueblo, se alía con una u otra superpotencia.

Albania socialista, asimismo, no está en contra de tener relaciones diplomáticas normales con los estados del «tercer mundo» o del «segundo mundo». Está en contra de tales relaciones únicamente con las dos superpotencias y con los estados fascistas. Pero también las relaciones diplomáticas, al igual que las relaciones comerciales, culturales, etc., las desarrollamos de conformidad con los principios, velando, en primer lugar, por los intereses de nuestro país y de la revolución, contra los cuales no hemos marchado ni jamás marcharemos.

Los marxista-leninistas que hemos llegado al poder, debemos establecer relaciones diplomáticas también con los estados burgués-capitalistas, porque en esto estamos interesados tanto nosotros como ellos. Estos intereses son recíprocos.

Los marxista-leninistas siempre deben tener presentes los principios. No pueden pisotearlos en virtud de las coyunturas que se crean en uno u otro período. No hay que perder de vista que en los países dominados por las altas capas de la burguesía, éstas están en lucha permanente con el pueblo, con el proletariado y el campesinado pobre, con la pequeña burguesía urbana. Por eso, tanto en el caso en que el país socialista mantiene relaciones estatales con los países burgueses, como cuando no las tiene, debe dar a comprender a los pueblos que defiende su lucha, que no aprueba los actos reaccionarios y antipopulares de aquellos que los dominan.

Los marxista-leninistas debemos conocer y tener en cuenta no sólo las contradicciones que existen entre las clases oprimidas y sus opresores, sino también las contradicciones que surgen entre estados, es decir, entre los gobiernos de dichos países con el imperialismo norteamericano, con el socialimperialismo soviético, con los otros países capitalistas, etc. Siempre debemos hacer una política tal que no nos lleve a defender un gobierno reaccionario que, en función de sus propios intereses y de la clase que detenta el poder, rompe momentáneamente con el imperialismo norteamericano para caer en el regazo de otro imperialismo, como por ejemplo, en el del imperialismo inglés, soviético, etc. Debemos aprovechar las contradicciones entre ellos teniendo en cuenta que nuestra actitud contribuya a reforzar la lucha del proletariado y de las masas oprimidas de ese país contra su gobierno reaccionario. Si entre el gobierno capitalista reaccionario y opresor de un país del «segundo mundo» o del «tercer mundo» y el gobierno de un país del «primer mundo», según la división que hacen los revisionistas chinos, han surgido contradicciones, no se puede decir que estas contradicciones estén siempre a favor de la liberación del pueblo de dicho país del yugo del capital, del yugo de la burguesía reaccionaria que impera en él. Aquí estamos principalmente ante intereses de clase, ante intereses de gobiernos burgueses que representan a las clases explotadoras, ante la cuestión de quién es el mejor postor, de quién defiende mejor su permanencia en el poder y de quién busca destronar a los otros para reemplazarlos por su propia gente.

Cuando se trata de la lucha del proletariado, no debe confundirse la actitud hacia la burguesía con las relaciones diplomáticas, comerciales, culturales y científicas entre el país socialista y los estados de diferente sistema social. Estas relaciones interestatales deben existir y desarrollarse, pero al establecerlas el país socialista debe tener objetivos claros. La vida ideológica, política, moral, material del país socialista debe ser un ejemplo para los pueblos de los estados con los cuales tiene relaciones, de modo que a través de estas relaciones, los pueblos de los estados no socialistas vean los beneficios y las ventajas que aporta el sistema socialista. Seguir o no el camino socialista, naturalmente, es asunto de su incumbencia, pero el deber del país socialista es dar buen ejemplo.

Los dirigentes chinos no sólo no tienen claros todos estos problemas políticos, teóricos y organizativos y no desean esclarecerlos, sino que deliberadamente los enturbian aún más porque, como dice Mao Tse-tung, hay que enturbiar para esclarecer. Esta tesis no es justa. Por el contrario, debemos esclarecer y persuadir para hacer la revolución, porque la falta de claridad existe. Si se trata de enturbiar, entonces que se enturbie aún más al imperialismo que está en agonía, pero no debe ayudársele y ponerle muletas para prolongar sus días. Acortemos la vida del capitalismo para que los pueblos y el proletariado se liberen, para que se aproxime la perspectiva del socialismo y el comunismo. Este es nuestro camino revolucionario, el camino del marxismo-leninismo. No existe otro camino.

En el pasado, los dirigentes chinos utilizaban la expresión «lucha medida por medida» contra el imperialismo norteamericano, pero esta fórmula no la han aplicado ni mucho menos la aplican hoy. No llevan a cabo una lucha medida por medida porque se acercan al imperialismo norteamericano, porque se han aliado con los Estados Unidos de América.

Las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales de China con los estados imperialistas y los demás estados del mundo están fundadas sobre bases capitalistas. Estos lazos tienen por objetivo reforzar las posiciones económicas y militares de China mediante las ayudas que busca obtener de los estados imperialistas poderosos, para así poder competir también ella con las otras dos superpotencias. La propaganda que hace China por la radio y otros medios apunta a crear en el mundo la impresión de que China no sólo es un estado grande, poderoso y con una cultura antigua, sino que además la actual política china es progresista, e incluso marxista-leninista. Pero esta actividad de los revisionistas chinos no sirve ni puede servir en absoluto como un ejemplo a seguir por los pueblos del mundo en su lucha por destruir el poder capitalista e imperialista.

 

La concepción china sobre la unidad del «tercer mundo» es reaccionaria

La dirección china busca la unión de todos los países del «tercer mundo», países heterogéneos desde cualquier punto de vista que se los mire: desde el punto de vista del desarrollo económico, social y cultural, del tiempo que ha requerido y del camino que ha recorrido cada uno para conquistar el grado de libertad e independencia de que goza hoy, etc.

Pero ¿cómo imagina esta unión que preconiza? La dirección china no la concibe en la vía marxistaleninista y en interés de la revolución y la liberación de los pueblos. La concibe desde el punto de vista burgués, es decir, como una unión realizada a través de tratados y acuerdos, que atan y desatan los gobernantes de estos países, los cuales hoy están ligados con una potencia imperialista, pero que mañana rompen los acuerdos establecidos para vincularse a otra.

La dirección revisionista china olvida que la unidad de estos estados nacionales sólo se puede asegurar gracias a la lucha del proletariado y de las masas trabajadoras de cada país concreto, en primer lugar contra el imperialismo del exterior que ha penetrado en ese país, pero también contra el capitalismo y la reacción del interior. Únicamente sobre esta base se puede lograr la unión de estos países, sólo sobre esta base se puede constituir el frente único contra el imperialismo extranjero, así como contra los reyes, la burguesía reaccionaria, los feudales y los dictadores nativos.

En el capitalismo la unión es realizada sólo por arriba, en la cumbre, para salvaguardar las conquistas de la burguesía y defenderse de la revolución. Mientras que la verdadera unión, la unión popular, puede ser conseguida principalmente por abajo, teniendo al proletariado al frente.

Naturalmente no debe ser desechada la táctica de que puede valerse el proletariado de un país del llamado tercer mundo o el proletariado de todos estos países para unirse con otras fuerzas políticas contra el imperialismo. Tampoco puede descuidarse la unidad de las fuerzas revolucionarias con la dirección burguesa de un país, cuando, en un momento dado, se crea una contradicción profunda con un imperialismo extranjero o con una dirección reaccionaria de uno de les países del «tercer mundo».

Todas estas eventualidades y posibilidades deben ser estudiadas y aprovechadas por las fuerzas revolucionarias. Por esta razón Lenin dice que la ayuda del país socialista y del proletariado internacional debe ser diferenciada y condicionada.

Pero los dirigentes chinos predican precisamente una alianza incondicional entre los gobiernos reaccionarios, para supuestamente hacer frente al imperialismo. Y cuando hablan contra el imperialismo, no tienen en cuenta el imperialismo en general, sino sólo el socialimperialismo soviético.

El debilitamiento del imperialismo y del capitalismo es hoy la tendencia principal de la historia mundial. Los esfuerzos de los diversos estados por liberarse de la influencia del imperialismo constituyen otra tendencia que conduce al debilitamiento del mismo. Pero esta segunda tendencia, a la que la dirección revisionista china da, de manera incondicional, un carácter absoluto, sin hacer ninguna diferenciación entre los países, sin estudiar las situaciones generales y particulares, no conduce al camino justo de unir a los pueblos en la lucha por liberarse de la ingerencia y la dominación imperialistas. Tampoco puede conducir a un camino correcto el punto de vista de los revisionistas chinos que considera Europa como un continente con países del «segundo mundo», a los cuales alía con el «tercer mundo». Esta agrupación de estados capitalistas jamás puede estar por

el debilitamiento general del capitalismo mundial. Decir que tal cosa puede lograrse a través de la ayuda y la colaboración de la burguesía aristocrática de Inglaterra, de la burguesía revanchista de Alemania Occidental, de la astuta burguesía francesa y de otros grandes grupos capitalistas, es una ingenuidad lamentable.

Los sostenedores de la teoría de los «tres mundos» pueden pretender que, preconizando la unión de dichos países capitalistas, tienden a debilitar al imperialismo. Pero ¿a cuál de los imperialismos debilitará esta unión? ¿Al imperialismo con el que la teoría de los «tres mundos» llama a crear un frente único contra el socialimperialismo? ¿Al imperialismo con el cual los países capitalistas de Europa, pese a tener también contradicciones con él, están aliados? Está claro que la prédica llamando a reforzar esta agrupación de estados, es una prédica tendente a consolidar las posiciones del imperialismo norteamericano, a fortalecer las posiciones de los estados capitalistas de Europa Occidental.

Por otra parte, cuando la dirección china habla de crear una alianza de los estados del «segundo mundo» con los estados del llamado tercer mundo, sobreentiende la alianza entre los círculos dominantes de dichos países. Pero pretender que estas alianzas contribuirán a liberar a los pueblos, es un punto de vista idealista, metafísico, antimarxista. Por lo tanto, engañar con tales teorías revisionistas a las amplias masas de los pueblos que reivindican la liberación, es un crimen contra los pueblos y la revolución.

El Partido Comunista de China opina que el imperialismo no sabe, no ve, no comprende y no aprovecha las contradicciones que existen entre los países que acaban de sacudirse el yugo del colonialismo y han caído bajo el yugo del neocolonialismo. Los hechos demuestran que estas contradicciones son explotadas por el imperialismo a diario y constantemente en beneficio propio. Este incita y empuja a dichos países y a sus pueblos a luchar el uno contra el otro, a escindirse, a reñir entre sí, de modo que no alcancen la unidad, aunque sea en algunos problemas particulares.

También el imperialismo lucha a vida o muerte, se esfuerza por prolongar sus días y, cuando ve que no puede lograr esto con los métodos corrientes, entonces desencadena guerras y agresiones abiertas para reconquistar su supremacía y su hegemonía.

Los dirigentes chinos anhelan unir a los países del «tercer mundo» no sólo entre sí, sino también con los Estados Unidos de América, contra el socialimperialismo soviético. En otras palabras, los revisionistas chinos dicen sin tapujos a los pueblos del «tercer mundo» que su enemigo principal es el socialimperialismo soviético y por eso actualmente no deben levantarse ni contra el imperialismo norteamericano ni contra su aliada, la burguesía reaccionaria, que impera en sus países. Según la «teoría» china, los estados del «tercer mundo» deben luchar, no por consolidar su libertad, su independencia y su soberanía, ni por la revolución, que acaba con la dominación de la burguesía, sino por mantener el statu qua. Es comprensible que los revisionistas chinos, al predicar el acuerdo con los Estados Unidos de América, en oposición a los intereses de la revolución y de la causa de la liberación nacional, empujan estos estados a un compromiso de traición.

Los partidos verdaderamente marxista-leninistas tienen como tarea internacionalista estimular al proletariado y a los pueblos de todos estos países e inspirarles para que hagan la revolución, se levanten contra la opresión y la servidumbre externas e internas bajo cualquier forma que se presenten. Nuestro Partido opina que sólo así pueden crearse las condiciones para que los pueblos combatan tanto al imperialismo como al socialimperialismo, con los cuales la burguesía capitalista de la mayoría de estos países del «tercer mundo» está unida de las más diversas formas.

Pero ¿qué hace China? China defiende a Mobutu y a su camarilla en el Zaire. Con su propaganda intenta crear la impresión de que está defendiendo al pueblo de este país frente a la invasión de mercenarios urdida por la Unión Soviética, pero en realidad protege al régimen reaccionario de Mobutu. La camarilla de Mobutu es una agencia al servicio del imperialismo norteamericano. Con su propaganda y su postura «pro Zaire», China defiende la alianza de Mobutu con el imperialismo norteamericano, con el neocolonialismo y lucha para que en este país no se modifique el statu quo establecido. El deber de los verdaderos revolucionarios no es defender a los gobernantes reaccionarios, instrumentos de los imperialistas, sino trabajar para alentar al pueblo del Zaire a que luche por su libertad y soberanía contra Mobutu, el capital local y el imperialismo norteamericano, francés, belga, etc.

Del mismo modo que estamos contra Mobutu en el Zaire, estamos contra Neto o sus acólitos en Angola, porque la Unión Soviética hace con Neto en Angola exactamente lo mismo que los Estados Unidos de América con Mobutu en el Zaire. Examinando la evolución de la situación en estos dos estados mencionados, se observa claramente cómo en ellos se desarrolla la rivalidad entre las superpotencias por el reparto colonial, por la distribución de los mercados. Nosotros no defendemos ni a Neto, ni a la Unión Soviética, pero, al combatirlos, no podemos apoyar al imperialismo norteamericano y a sus mercenarios, enemigos del pueblo angoleño. En toda situación, en toda circunstancia y en todo momento debemos respaldar a los pueblos revolucionarios y, en el caso del Zaire y Angola, debemos apoyar únicamente a los pueblos de estos dos países para que se sacudan el yugo que están imponiéndoles las superpotencias.

¿Qué debe recomendarse a los revolucionarios del Zaire? ¿Establecer compromisos con Mobutu, como recomiendan los revisionistas chinos, para que el pueblo de este país sea oprimido aún más por el imperialismo? No, los marxista-leninistas no pueden recomendar este tipo de compromisos al pueblo del Zaire ni a ningún otro pueblo.

Tomemos como ejemplo la política de China en Pakistán. El Pakistán de los khan, donde siempre han imperado la burguesía rica y los grandes latifundistas, ha sido supuestamente aliado de China. La ayuda de China a este país no ha tenido un sentido revolucionario. Ha ayudado a reforzar a la burguesía reaccionaria y latifundista de Pakistán, la cual oprime ferozmente al pueblo de este país, del mismo modo que las camarillas de Nehru, Gandhi y los demás magnates reaccionarios oprimen al pueblo hindú. El gobierno de Zulficar Ali Bhutto era igual. Primero se produjo la separación de Pakistán Oriental del Occidental. La India supo aprovechar las grandes contradicciones que existían entre el pueblo de Pakistán Oriental y la burguesía reaccionaria que dominaba. Pakistán Occidental. Fomentó estas contradicciones hasta llevar al pueblo de Pakistán Oriental a una insurrección contra el Pakistán de Ali Bhutto. En aquel entonces se formó en Pakistán Oriental, que tomó el nombre de Bangla Desh, el gobierno de Muyibur Rahman, que pretendidamente luchaba por la democracia y por los intereses del pueblo. Pero un buen día Muyibur Rahman fue asesinado por elementos estrechamente ligados al imperialismo norteamericano. Ahora Ali Bhutto también ha sido derrocado.

Así el amigo y aliado de China, el latifundista y el hombre más rico de Pakistán, ha sido derribado por otros reaccionarios a través de un golpe de estado.

Pero, ¿qué es esta oposición que llegó al poder y quiénes son los que la integran? También se trata de una fuerza reaccionaria, integrada por militares, capitalistas y grandes terratenientes. Movidos por sus intereses de clase y por los lazos que asimismo mantienen con los Estados Unidos de América, con la Unión Soviética o con China, buscan mantener firmemente en sus manos el poder reaccionario. En estas condiciones hablar al pueblo de Pakistán de alianza estrecha con tal o cual fuerza política burguesa, y de respaldo a una de esas fuerzas, a fin de que substituya una camarilla dominante por otra, como hacen los dirigentes chinos, no es indicarle el camino justo de la revolución. El camino correcto consiste en pedir al pueblo que, entre los dos fuegos, el de Bhutto y el de sus adversarios, encienda el poderoso fuego revolucionario que sofoque a los dos primeros, derribe a las dos camarillas que existen en Pakistán, y que son harina del mismo costal. En esta lucha en dos flancos el propio pueblo pakistaní debe saber aprovechar las contradicciones.

Lo mismo podemos decir de muchos países del llamado tercer mundo o «mundo no alineado».

Por lo tanto, la dirección china es desafortunada no sólo en las alianzas y en la amistad con los marxista-leninistas, sino también en las alianzas con los estados burgués-capitalistas. Pero, ¿por qué es desafortunada? Es desafortunada porque su política no es marxista-leninista, porque sus análisis y las deducciones que saca de ellos, son erróneos. En estas condiciones, ¿acaso los pueblos del «tercer mundo» pueden confiar en China, cuya intención es poner estos países bajo su férula?

Sólo la dictadura del proletariado, sólo la ideología marxista-leninista, sólo el socialismo crean el cariño sincero, la amistad estrecha y la unidad de acero entre los pueblos, eliminando todo lo que los separa y divide. Para crear la unidad y la amistad entre los pueblos, para zanjar los problemas siguiendo el camino mejor y más adecuado a sus intereses, de ninguna manera debe ayudarse ni hacerse concesiones a burgueses degenerados como Mobutu, Bhutto, Gandhi y otros, en nombre de establecer un supuesto equilibrio político, que es una expresión de la teoría anticientífica, antipopular y oportunista del «equilibrio», la cual sirve para mantener el statu qua y la esclavitud.

Los marxista-leninistas luchamos contra el neocolonialismo, contra la burguesía capitalista opresora de cada país, es decir, contra los que oprimen a los pueblos. Esta lucha puede ser realizada si los verdaderos partidos comunistas inspiran, organizan y dirigen al proletariado y a las masas trabajadoras. El partido cumple con éxito su papel de dirección del proletariado y de las masas cuando su inspiración es marxista-leninista revolucionaria y no una inspiración equívoca a base de cien significados o de cien banderas. El partido marxista-leninista del país verdaderamente socialista no actúa partiendo únicamente de los intereses de su propio estado, sino que, además, siempre tiene en cuenta el interés de la revolución mundial.

 

La teoría china del «tercer mundo» y la teoría yugoslava del «mundo no alineado» sabotean la lucha revolucionaria de los pueblos

Todos los renegados del marxismo-leninismo, los revisionistas modernos, soviéticos, titistas, chinos, etc., hacen lo imposible para combatir al marxismo-leninismo, la teoría victoriosa del proletariado. La denuncia que hizo nuestro Partido de la teoría de los «tres mundos», ha puesto en una situación difícil a los revisionistas chinos; debido a que no están en condiciones de responder teóricamente a nuestra oposición y desenmascaramiento, no porque nos teman, sino porque lo que temen es su falta de argumentos.

Mao Tse-tung y Teng Siao-ping, que han enunciado o han hecho suya la noción «tercer mundo», no han intentado, a propósito, y además son incapaces de ello, argumentada de manera teórica. Y ¿por qué no lo han hecho? Esta «negligencia» suya es una trampa y tiene por objetivo engañar a la gente, hacer admitir sin discusión una tesis absurda, por el solo hecho de que ha sido formulada por Mao Tse-tung. Mao Tse-tung no ha estado en condiciones de explicar en qué consiste la base teórica de esta noción «filosófica» o «política», porque no tiene ninguna base. El y sus discípulos se limitan a proclamar su concepción de la división del mundo en tres, pero sin sustentarla con argumentos, porque ellos mismos saben bien que esta tesis es insostenible.

El «tercer mundo» chino y el «mundo no alineado» yugoslavo son casi la misma cosa. Estos dos «mundos» tienen por objetivo justificar teóricamente la extinción de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, y servir a las grandes potencias imperialistas y capitalistas a fin de conservar y perpetuar el sistema burgués de opresión y explotación.

El mito que han creado los revisionistas chinos en torno a la teoría del «tercer mundo», en tanto que teoría falsa, antimarxista, sin ninguna base teórica, no surte efecto no sólo entre las amplias masas del proletariado y de los pueblos que sufren en los países del «tercer mundo», sino tampoco entre dirigentes de estos países. Estos últimos, a los que la dirección china quiere poner bajo su paraguas, tienen sus propios puntos de vista arraigados en la cabeza, tienen su propia ideología y orientaciones determinadas, por eso no creen en los cuentos chinos. Los Teng Siao-ping y compañía se imaginan que China puede imponerse a estos países por su extensión territorial y por su población. Hasta cierto punto, y en la medida en que no le afecte, al imperialismo norteamericano le conviene la teoría china de los «tres mundos». Esta teoría fomenta la creación de situaciones confusas en el mundo, de las que se benefician tanto el imperialismo norteamericano como el socialimperialismo soviético para extender cada cual su propia hegemonía, para tramar de una manera aún más intensa alianzas y acuerdos con los cabecillas capitalistas y latifundista-burgueses de los países del llamado tercer mundo. Esta situación también sirve a los fines socialimperialistas de los revisionistas chinos.

En cuanto a la teoría del «mundo no alineado» los revisionistas yugoslavos la elevan a teoría universal, que debe sustituir la teoría marxista-leninista, la cual, según ellos, «está anticuada», ha dejado de ser «actual», porque los pueblos y el mundo supuestamente han cambiado. No denuncian abiertamente el marxismo-leninismo como hace Carrillo, pero, con la defensa de su teoría del «mundo no alineado», lo combaten, mientras que los que defienden el marxismo-leninismo, según los revisionistas yugoslavos incurren siempre en la misma «falta», no aceptan que se corrijan los principios, las normas de esta doctrina revolucionaria, por lo tanto son «reincidentes». Según ellos, el Partido del Trabajo de Albania (que es el blanco de sus ataques) es un partido «reincidente», porque exige que se apliquen los principios, los métodos, la doctrina científica de Marx, Engels, Lenin y Stalin en «un mundo completamente distinto al de su época».

Los puntos de vista titistas son totalmente antimarxistas. De estas posiciones parte también el análisis que hacen de la actual evolución mundial. El revisionismo moderno en general y el revisionismo yugoslavo y el chino en particular, están en contra de la revolución. Los revisionistas yugoslavos y chinos consideran que el imperialismo norteamericano es una fuerza poderosa capaz de tomar un camino más lógico, «ayudar» al mundo de nuestros días que, según ellos, está en vías de desarrollo, y no desea estar alineado. Pero la teoría yugoslava no logra dar la debida definición al término «no alineado». Los países que incluye en este mundo suyo, ¿desde qué punto de vista no están alineados? ¿Desde el punto de vista político, ideológico, económico o militar? La teoría seudo marxista yugoslava no aborda ni menciona esta cuestión, porque todos estos países, que busca dirigir pretendidamente como un mundo nuevo, no pueden liberarse de su múltiple dependencia respecto al imperialismo norteamericano o al socialimperialismo soviético.

La «teoría» yugoslava especula con el hecho de que actualmente ha desaparecido en general el colonialismo de viejo tipo, pero no dice que muchos pueblos han caído en las garras del nuevo colonialismo. Los marxista-leninistas no negamos que el colonialismo de las viejas formas haya desaparecido, pero acentuamos que ha sido reemplazado por el neocolonialismo. Son los mismos colonizadores de ayer los que hoy siguen oprimiendo a los pueblos con su potencial económico y militar, los que los desorientan política e ideológicamente, propagando también su modo de vida corrompido. Los titistas consideran que una situación de este tipo, es una gran transformación del mundo y añaden que dicha situación no fue conocida ni por Marx ni por Lenin ni menos aún por Stalin, a quien ignoran totalmente. Según ellos, ahora los pueblos son libres, independientes, su única aspiración es convertirse en no alineados, y que las riquezas del mundo sean distribuidas de manera más racional, más justa.

A fin de hacer realidad esta «aspiración», los «teóricos» yugoslavos piden que los imperialistas norteamericanos, los socialimperialistas soviéticos y los estados capitalistas desarrollados se pongan la mano sobre el corazón y, bondadosamente, a través de conferencias internacionales, de debates, de cesiones y concesiones reciprocas, contribuyan a cambiar el mundo actual, el cual, según ellos, «ha adquirido el nivel de conciencia requerido para ir al socialismo».

Este es el «socialismo» que predican los revisionistas titistas, y lo hacen con particular insistencia para apartar a los pueblos de la realidad. Puesto que no están por la revolución, están por la conservación de la paz social, para que la burguesía y el proletariado se entiendan «a fin de mejorar las condiciones de vida de las clases inferiores». Es decir, suplican humildemente a las clases altas, que se muestren «generosas» y que concedan parte de sus ganancias a los «pobres de la tierra».

Tito busca hacer de la teoría del «mundo no alineado» una «doctrina universal», que supuestamente se acomode, como hemos expuesto más arriba, a la «actual situación mundial». Los pueblos del mundo han despertado y quieren vivir libres, pero esta «libertad», según la teoría de Tito, actualmente es «incompleta» porque existen dos bloques, el bloque de la OTAN y el de Varsovia.

Tito se hace pasar por una personalidad y el abanderado de la política en contra de los bloques. Es verdad que su país no forma parte de la OTAN ni del Tratado de Varsovia, sin embargo está ligado a estas organizaciones militares por innumerables hilos. La economía y la política yugoslavas, no son independientes, están condicionadas por los créditos, las ayudas y los empréstitos de los países capitalistas, en primer lugar del imperialismo norteamericano, por eso se apoya más en este imperialismo. Pero Tito se apoya igualmente en el imperialismo soviético y en todas las otras grandes potencias capitalistas. Así Yugoslavia, que se hace pasar por no alineada, de facto, si no de jure, está alineada con las organizaciones agresivas de las superpotencias.

En diversos países del mundo hay muchos dirigentes como Tito, a los que pretende agrupar en el llamado mundo no alineado. En general, estas personalidades son burgueses, capitalistas, no marxistas, muchas de ellas combaten la revolución. Los apelativos socialista, demócrata, socialdemócrata, republicano, republicano independiente y otros, que se atribuyen a sí mismas algunas de ellas, en la mayoría de los casos sirven para engañar al proletariado y al pueblo oprimido, para mantenerlos subyugados, para jugar a sus espaldas.

En los estados «no alineados» impera la ideología capitalista, antimarxista. Muchos de estos estados están enredados con las superpotencias y todos los países capitalistas desarrollados del mundo por los mismos lazos que lo está la Yugoslavia titista. La agrupación en el «mundo no alineado» que predica Tito para todos los países del mundo, bajo su dirección, tiene como única base el objetivo y la actividad tendentes a sofocar la revolución, a impedir que el proletariado y los pueblos se levanten y derrumben la vieja sociedad capitalista, e instauren la sociedad nueva, el socialismo.

Esta es la idea y éste es el principio fundamental por los que se orienta Tito para agrupar a estos países. El se jacta de haber logrado agruparlos y dirigirlos pero, de hecho, no hay nada de esto, porque nadie da a la teoría titista del «mundo no alineado», ni tampoco a la teoría china de los «tres mundos», la importancia que sus abanderados desean y pretenden concederles. Cada uno anda a su manera por el camino que le asegure los más substanciales y los más inmediatos beneficios.

Según todos los síntomas, el imperialismo norteamericano y el capitalismo mundial prefieren el «mundo no alineado» de Tito al «tercer mundo» de los chinos. Los países capitalistas desarrollados y el imperialismo norteamericano, no obstante apoyar la teoría china de los «tres mundos», muestran respecto a ella un cierto miedo, una cierta vacilación, porque el fortalecimiento de China puede crear situaciones desagradables y constituir más tarde una amenaza también para los propios norteamericanos. En cambio, el «mundo no alineado» de Tito no representa ningún peligro para los Estados Unidos de América. Por eso Carter, en el curso de la reciente visita de Tito a los Estados Unidos de América, puso por las nubes el papel de este último en la creación del «mundo no alineado», y calificó el movimiento de los «países no alineados» de «factor importantísimo para la solución de los grandes problemas del mundo actual».

Los «países no alineados», que en su mayoría son capitalistas, han echado su suerte. Saben maniobrar políticamente y están con las potencias imperialistas y capitalistas que les conceden más ayudas. Hacer política, según la concepción burguesa y capitalista, significa mentir, andar con rodeos, burlar a uno y a otro a más y mejor. Esta política es una política de prostitución, cuyo objetivo en determinados momentos y de acuerdo a las coyunturas, es beneficiarse por lo menos de algún plazo de un estado más poderoso, en interés de su propia clase y de la gente gorda de la misma.

El titismo, con la teoría del «mundo no alineado», preconiza precisamente esta política. Pero esta política no tiene en todas partes una orientación idéntica, como pregona Tito. Los estados «no alineados» no preguntan a Tito lo que deben hacer y cómo deben actuar. Los gobernantes de estos estados, con alguna excepción, se esfuerzan por reforzar su poder capitalista, por explotar a sus propios pueblos, por tener amistad con un gran país imperialista, por impedir el estallido de toda revuelta e insurrección popular, de toda revolución y sofocarlas si estallan. He aquí toda la política del «mundo no alineado» titista.

También la teoría china del «tercer mundo» es partidaria del statu quo. El «mundo no alineado» titista tiene como finalidad mendigar créditos al imperialismo norteamericano y a los otros países capitalistas para enriquecer y mantener en el poder a la clase burguesa. También China, con el «tercer mundo», pretende enriquecerse, potenciarse económica y militarmente para convertirse en la superpotencia que domine el mundo. Los objetivos de estos dos «mundos» son antimarxistas, son pro capital, pro imperialismo norteamericano.

Los revisionistas yugoslavos, tal como demostraron una vez más la visita de Tito a China11 y la de Jua Kuo-feng a Yugoslavia, dirigen muchos elogios y astutas adulaciones a China que se adecuan perfectamente al carácter de los revisionistas chinos, para arrastrados a sus posiciones, con el fin de que la teoría de los «países no alineados» encuentre no sólo buena comprensión, sino que además sea aceptada completamente por Pekín. Los dirigentes revisionistas chinos, con Jua Kuo-feng y Teng Siao-ping a la cabeza, a pesar de que no renuncian a la teoría del «tercer mundo», se han expresado abiertamente en respaldo de la teoría titista del «mundo no alineado». Dieron muestras de que desean trabajar estrechamente con los revisionistas yugoslavos, en una misma línea, en dos rieles paralelos, con un objetivo antimarxista común para engañar a los pueblos del «tercer mundo». Ahora los dirigentes yugoslavos están desarrollando estos puntos de vista en defensa de China. Tomándola bajo su defensa han planteado incluso algunos «argumentos», que son ofensivos para China, como estado megalómano que es. Al afirmar que la política actual de China es realista, los titistas se ponen de su lado y defienden a los dirigentes chinos del desenmascaramiento a que está sometiéndolos nuestro Partido.

China, dicen los yugoslavos, es un gran país que, por su propia naturaleza, debe desarrollarse, porque aún está atrasada; es un país en vías de desarrollo. Los titistas pretenden que los partidos marxista-leninistas, como el Partido del Trabajo de Albania, cometen un error al atacar a China por sus justas aspiraciones de desarrollo y de no-alineamiento, por la ayuda que presta a las luchas de liberación nacional, etc., etc. Yugoslavia tiene la pretensión de que China gire en torno a ella como un satélite. Para los revisionistas yugoslavos es importante que China adopte sin ninguna vacilación sus puntos de vista antimarxistas.

Con su teoría del «mundo no alineado», Yugoslavia con Tito al frente, ha servido siempre con fidelidad al imperialismo norteamericano. También ahora Tito y su grupo hacen el mismo tipo de servicio al esforzarse por llevar a China hacia un acercamiento y alianza con los Estados Unidos de América. Este era el objetivo principal del viaje de Tito a Pekín y de sus conversaciones que concluyeron con el establecimiento de una estrecha amistad, amistad que, con la visita de Jua Kuofeng a Yugoslavia, adquirió la forma de una vasta colaboración no sólo entre estados sino también a nivel de partidos. En el curso de la visita de Tito a Pekín, los dirigentes chinos admitieron a media voz que la Liga de los Comunistas de Yugoslavia es un partido marxista-leninista y que en Yugoslavia se construye el verdadero socialismo. Cuando Jua Kuo-feng llegó a Belgrado, esto fue admitido abierta y oficialmente.

En otras palabras, los maoistas hicieron lo mismo que Mikoyan y Jruschov en su tiempo, que reconocieron abiertamente que Tito es un «marxista», que «en Yugoslavia se está construyendo el socialismo», que «el Partido Comunista de Yugoslavia es un partido marxista-leninista».

Los Estados Unidos de América manipulan, a su antojo, tanto el hilo Tito, como los hilos Jua Kuo-feng y Teng Siao-ping. Los dos últimos son muñecos que no aparecen abiertamente en el escenario de los teatros de marionetas, sino que son de esos personajes que se ocultan, que, cuando son atacadas sus teorías, cuando no encuentran argumentos para polemizar, declaran: ¡«no hacemos polémica»! ¿Por qué no hacen polémica con Albania socialista cuando ella y el Partido del Trabajo marxistaleninista los están desenmascarando tanto ante la opinión pública mundial? ¿A qué esperan? No quieren polemizar porque temen ver desenmascarado su juego traidor al marxismo-leninismo y a la revolución. Esta es la razón por la que los dirigentes chinos ocultan la verdad cuando, por medio de los yugoslavos y otros, dicen que China no responderá a la polémica albanesa.

Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y otros países capitalistas celebran reiteradas reuniones bilaterales y multilaterales, organizan conferencias de todo tipo, convocan congresos, adoptan resoluciones, pronuncian discursos y organizan conferencias de prensa, dicen multitud de mentiras y hacen promesas, amenazas y chantajes. Y todo esto con la finalidad de salir de la crisis que los tiene atenazados, de sofocar el sentimiento de venganza de los pueblos que sufren bajo la opresión, de engañar a las amplias masas trabajadoras y al proletariado, de engañar a los demócratas progresistas. En todo este juego, en este sucio laberinto, también los revisionistas yugoslavos y chinos juegan su carta.

 

De igual modo, la teoría del «mundo en vías de desarrollo» es otra carta de este juego, que persigue el mismo objetivo antimarxista, confundir a las gentes. Esta teoría no trata de cuestiones políticas, porque lo haría en vano. Para ella sólo existe la «cuestión económica» y la «cuestión del desarrollo» en general. Nadie determina qué desarrollo es el que busca la teoría del «mundo en vías de desarrollo». Naturalmente, los diversos países del mundo desean desarrollarse en todos los terrenos de la vida: económico, político, cultural, etc. Los pueblos del mundo, con el proletariado a la cabeza, aspiran a destruir el viejo y podrido mundo burgués-capitalista y edificar en su lugar el mundo nuevo, el socialismo. Pero, acerca de este mundo no se dice nada en la teoría del «mundo no alineado» ni en la del «mundo en vías de desarrollo».

Cuando los marxista-leninistas hablamos de los diversos países, también formulamos nuestras consideraciones respecto a ellos, evaluamos asimismo el nivel de desarrollo de uno u otro país, las posibilidades con que cuenta cada estado en este sentido. Nosotros decimos que el pueblo de cada país debe hacer la revolución y construir la sociedad nueva con sus propias fuerzas. Decimos que todo estado, para que sea libre, independiente y soberano, debe edificar una sociedad nueva, debe combatir y derrocar a sus opresores, batirse contra cualquier imperialismo que lo avasalle, conquistar y defender los derechos políticos, económicos y culturales, edificar una patria plenamente libre, plenamente independiente, donde domine la clase obrera en alianza con todas las masas

trabajadoras. Nosotros declaramos esto y somos resueltos defensores de la tesis leninista de los dos mundos. Somos miembros del mundo nuevo, el mundo socialista, y combatimos a ultranza el viejo mundo capitalista.

Todas las demás «teorías» sobre la división del mundo en «primer mundo», «segundo mundo», «tercer mundo», «mundo no alineado», «mundo en vías de desarrollo» o en cualquier otro «mundo» que pueda ser inventado en el futuro, sirven al capitalismo; a la hegemonía de las grandes potencias, a sus designios de mantener subyugados a los pueblos. Por esta razón combatimos con todas nuestras fuerzas estas teorías reaccionarias y antimarxistas.

Esta lucha de nuestro Partido es seguida con simpatía en todo el mundo, sobre todo en los países de los llamados tercer mundo, mundo no alineado o mundo en vías de desarrollo. Los pueblos de estos países, a los que las teorías revisionistas chinas, titistas, soviéticas, las teorías del imperialismo norteamericano, etc., quieren engañar, ven en nuestras concepciones marxista-leninistas, en la posición ideológica y política de nuestro Partido, una actitud correcta que responde a su justa aspiración de liberarse de una vez y para siempre de la opresión y la explotación.

Precisamente por eso los enemigos del marxismo-leninismo y de nuestro Partido pretenden acusamos de sectarios, ultraizquierdistas, blanquistas, de no hacer un análisis correcto de la situación internacional, sino de atenernos a algunos viejos esquemas, etc. Es fácil comprender que se refieren a nuestra doctrina revolucionaria, que califican de «esquematismo marxista-leninista», «esquematismo staliniano», etc.

Nos acusan de que llamamos a los países que se han liberado de la forma de explotación del viejo colonialismo y que han caído en la forma de explotación del nuevo colonialismo, a pasar de inmediato al socialismo, a realizar inmediatamente la revolución proletaria. Con esto creen atacamos, presentándonos como aventureros. Pero nuestro Partido se mantiene fiel a la teoría marxistaleninista, a la teoría que ha trazado de manera correcta el camino de la revolución, las etapas por las que debe pasar esta revolución y las condiciones que deben ser cumplidas para que la revolución, ya sea nacional-democrática y antiimperialista, o socialista, se realice con éxito. Hemos permanecido fieles a esta teoría en el curso de nuestra Lucha Antifascista de Liberación Nacional, ahora permanecemos fieles a ella en la construcción del socialismo, permanecemos fieles a ella en nuestra lucha ideológica y en nuestra política exterior. Nuestro análisis es justo, por eso ninguna calumnia puede alterarlo.

 

II

EL PLAN DE CHINA PARA CONVERTIRSE EN SUPERPOTENCIA

 

Al inicio, cuando analizamos la estrategia global del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético para dominar el mundo, cuando analizamos la aparición y el desarrollo de las diversas variedades del revisionismo moderno, así como la lucha de todos estos enemigos contra el marxismo-leninismo y la revolución, hemos hablado también del lugar que ocupa el revisionismo chino y de su estrategia.

China autodenomina marxista-leninista la línea política que sigue, pero la realidad demuestra lo contrario. Precisamente los marxista-leninistas debemos desenmascarar la verdadera naturaleza de esta línea. No debemos permitir que las teorías revisionistas chinas pasen por teorías marxistas, no debemos tolerar que China, en el camino en el que se ha metido, simule combatir por la revolución, cuando en realidad se opone a ella.

China, con su política, pone aún más en evidencia que trata de reforzar las posiciones del capitalismo en el país e implantar su hegemonía en el mundo, convertirse en una gran potencia imperialista para que también ella ocupe, como suele decirse, el «lugar que se merece».

La historia demuestra que todo gran país capitalista tiende a transformarse en una gran potencia mundial, alcanzar y aventajar a las otras grandes potencias, competir con ellas por la dominación mundial. Los caminos que han seguido los grandes estados burgueses para transformarse en potencias imperialistas han sido diferentes; estos caminos han estado condicionados por determinadas circunstancias históricas y geográficas, por el desarrollo de las fuerzas productivas, etc. El camino seguido por los Estados Unidos de América difiere del camino de las viejas potencias europeas, como Inglaterra, Francia y Alemania. Estas se formaron como tales sobre la base de las conquistas coloniales.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América vinieron a ser la mayor potencia capitalista. Sobre la base del gran potencial económico y militar de que disponían y con el desarrollo del neocolonialismo, se transformaron en una superpotencia imperialista. Pero no transcurrió mucho tiempo y a esta superpotencia se le sumó otra, la Unión Soviética, que, tras la muerte de Stalin y después de que la dirección jruschovista traicionase al marxismo-leninismo, se transformó en una superpotencia imperialista. Aprovechó para este fin el gran potencial económico, técnico y militar creado por el socialismo.

Ahora nos vemos frente a los esfuerzos de otro gran estado, la China de nuestros días, por convertirse en superpotencia, porque también ella marcha apresuradamente por el camino del capitalismo. Pero China no tiene colonias, carece de una industria grande y desarrollada, no posee una economía fuerte en su conjunto, no tiene un gran potencial termonuclear del mismo nivel del que disponen las otras dos superpotencias imperialistas.

Para convertirse en superpotencia se precisa a cualquier precio de una economía desarrollada, de un ejército pertrechado con la bomba atómica, se necesita asegurar mercados y zonas de influencia, hacer inversiones de capitales en el extranjero, etc. China busca cumplir cuanto antes tales requisitos. Esto quedó claro en el discurso pronunciado por Chou En-lai en la Asamblea Popular, en 1975, y fue reiterado en el XI Congreso del Partido Comunista de China, donde se proclamó que, antes de terminar este siglo, China se convertirá en un país poderoso y moderno, con miras a alcanzar a los Estados Unidos de América y a la Unión Soviética. Ahora todo este plan ha sido ampliado y precisado en lo que se denomina la política de las «cuatro modernizaciones».

Pero ¿qué camino ha escogido China para transformarse también ella en una superpotencia? Actualmente, las colonias y los mercados del mundo están ocupados por otros. Contrariamente a lo que pretenden los dirigentes chinos, es imposible crear con las propias fuerzas y en 20 años, un potencial económico y militar igual al que poseen los norteamericanos y soviéticos.

En estas condiciones, para llegar a superpotencia, China tendrá que pasar por dos fases principales: la primera, solicitar créditos e inversiones del imperialismo norteamericano y de los otros países capitalistas desarrollados, adquirir tecnología moderna para explotar las riquezas de su país, la mayor parte de las cuales pasará a título de dividendos a los acreedores. La segunda, invertir la plusvalía obtenida a expensas del pueblo chino en estados de diversos continentes, como hacen en la actualidad los imperialistas norteamericanos y los socialimperialistas soviéticos.

 

Los esfuerzos de China por convertirse en superpotencia consisten, en primer lugar, en escoger los aliados y crear las alianzas. Hoy en el mundo existen dos superpotencias, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético. Los dirigentes chinos han pensado que deben apoyarse en el imperialismo norteamericano, del cual tienen grandes esperanzas de obtener ayudas en el terreno económico, financiero, tecnológico, organizativo y también en el aspecto militar. El potencial económico-militar de los Estados Unidos de América es, efectivamente, superior al del socialimperialismo soviético. Los revisionistas chinos lo saben bien, aunque digan que América está en decadencia. En su camino, no pueden apoyarse en un socio débil, del cual no pueden sacar gran provecho. Precisamente porque los Estados Unidos de América son poderosos, los han escogido como aliado.

La alianza con los Estados Unidos de América, el acomodamiento de la política china a la política del imperialismo norteamericano tiene también otros objetivos. Encierra en si misma una amenaza contra el socialimperialismo soviético, lo cual se nota en la propaganda ensordecedora y en la febril actividad de los dirigentes chillos contra la Unión Soviética. Con esta política, China da a entender a la Unión Soviética revisionista que los lazos que ha establecido con los Estados Unidos de América constituyen una fuerza colosal contra ella en caso de estallar una guerra imperialista.

La actual política china tiende, asimismo, a trabar amistad y alianzas con todos los demás países capitalistas desarrollados, de los cuales pretende obtener beneficios políticos y económicos. China desea e intenta reforzar la alianza norteamericana con estos países del «segundo mundo», tal como los llama, y hace esfuerzos en este sentido. Además, propugna la unidad o mejor dicho la subordinación de éstos al imperialismo norteamericano, a quien considera su socio mayor.

Esto explica los estrechos lazos que el gobierno chino quiere establecer con todos los estados capitalistas ricos, con el Japón, Alemania Occidental, Inglaterra, Francia, etc.; esto explica las numerosas visitas a China de delegaciones económicas, culturales y científicas gubernamentales, procedentes de los Estados Unidos de América y de los demás países capitalistas desarrolladas, ya se trate de repúblicas o reinos, así como las visitas de las delegaciones chinas a estos países. Así se explica que China, de forma sistemática, tome en cualquier ocasión posición en favor de los Estados Unidos de América, así como de los otros países capitalistas industrializados, esforzándose por poner de relieve todo escrito, toda declaración y toda acción de estos estados contra el socialimperialismo soviético.

Esta política de los dirigentes chinos no puede pasar inadvertida para los Estados Unidos de América y no encontrar el debido respaldo de éstos. Es sabido que durante la Segunda Guerra Mundial en el Departamento el Estado Norteamericano existían dos lobby respecto a la cuestión china: uno en pro de Chiang Kai-shek y otro en pro de Mao Tse-tung. Naturalmente, en esa época en el Departamento de Estado y en el Senado Norteamericano salió vencedor el lobby de Chiang Kai-shek, mientras que sobre el terreno, en el continente, en China venció el lobby de Mao Tse-tung. Entre los inspiradores de este lobby se encontraban Marshall y Vandemeyer, Edgar Snow y otros[9], que se convirtieron en los amigos y consejeros de los chinos, los promotores e inspiradores de toda suerte de organizaciones en la nueva China. En la actualidad estos viejos lazos se renuevan, se refuerzan, se amplían y se hacen más concretos. Hoy todo el mundo puede observar que China y los Estados Unidos de América se acercan cada vez más. Hace poco tiempo uno de los diarios norteamericanos mejor informados, el Washington Post, escribía: «Ahora existe un consenso norteamericano, que es apoyado incluso por la derecha, incluso por aquellos que sienten escasa simpatía por Pekín. Según este consenso, a pesar de lo ocurrido en el pasado, ya no hay motivo para que China sea considerada como una amenaza para los Estados Unidos de América. Salvo Taiwán, hay muy pocas cosas en las cuales los dos gobiernos no se ponen de acuerdo. Ambas partes han aceptado, de hecho, aplazar la cuestión de Taiwán, con el fin de beneficiarse en otros terrenos».

La cuestión de Taiwán, que se plantea en las relaciones entre China y los Estados Unidos de América, no pasa de ser puramente formal. Ahora China no insiste sobre esta cuestión. Le tiene sin cuidado Hong Kong y no le preocupa en absoluto que Macao se encuentre aún bajo la dominación de los portugueses. El gobierno chino no acepta la oferta del nuevo gobierno portugués de restituir a China esta colonia, diciendo que «lo regalado no se devuelve». La existencia de estas colonias es algo anacrónico, pero para la política pragmática de los dirigentes chinos esto carece de importancia. Si Hong Kong y Macao siguen siendo colonias, ¿por qué no habría de serio Taiwán? Al parecer, China está muy interesada en que Taiwán continúe en ese estado. Además de las relaciones abiertas, relaciones que desarrolla a la luz del día, está interesada en desarrollar, a través de estas tres puertas, un tráfico secreto con los imperialistas norteamericanos, los imperialistas ingleses, japoneses, etc. Por eso, las pamplinas que pretenden hacer creer Teng Siao-ping y Li Sien-nien, de que supuestamente las relaciones chino-norteamericanas dependen de la actitud norteamericana respecto a Taiwán, no son más que una cortina de humo para disimular la política china de acercamiento a los Estados Unidos de América, con la finalidad de convertirse en una superpotencia.

Carter ha declarado que los Estados Unidos de América establecerán relaciones diplomáticas con China12. En lo que se refiere a Taiwán adoptarán la actitud del Japón, es decir, formalmente cortarán las relaciones diplomáticas con la isla, manteniendo las relaciones económicas y culturales y, al amparo de éstas, también las militares. De hecho, China está interesada en las relaciones militares entre los Estados Unidos de América y Taiwán. Desea que los Estados Unidos de América mantengan tropas en Taiwán, el Japón, Corea del Sur y el Océano Indico, porque piensa que su presencia la beneficia, ya que sirve de contrapeso a la Unión Soviética.

Todas estas actitudes están ligadas al camino que ha escogido la dirección china, para hacer de su país una superpotencia, esforzándose por desarrollar la economía y acrecentar el potencial militar mediante los créditos y las inversiones de los Estados Unidos de América y de otros grandes países capitalistas. Ella legitima este camino pretendiendo aplicar una política justa, la línea «marxista» de Mao Tse-tung, según el cual «China debe aprovechar los grandes éxitos del mundo, las patentes, las nuevas tecnologías, poniendo lo extranjero al servicio del desarrollo interno»13, etc. Los artículos de Renmin Ribao y los discursos de los dirigentes chinos están plagados de tales slogans. Según la concepción china; aprovechar los inventos y los logros en el terreno de la industria de los otros estados, significa recibir créditos y aceptar inversiones de los Estados Unidos de América, el Japón, Alemania Occidental, Francia, Inglaterra y los otros países capitalistas, a los que China corteja a más y mejor.

Los dirigentes chinos han hecho suyas las teorías revisionistas, según las cuales los grandes países, y China entre ellos, que tienen muchas riquezas, pueden recibir créditos del imperialismo norteamericano o de cualquier estado, trust y poderoso banco capitalistas, porque supuestamente son capaces de reembolsarlos. En defensa de este punto de vista han salido los revisionistas yugoslavos, que, pregonando su experiencia de la «construcción del socialismo específico» con las ayudas de la oligarquía financiera mundial y especialmente del capital norteamericano, dan el ejemplo e incitan a China a seguirlo sin vacilar.

Los grandes países podrán liquidar los créditos que reciben, pero las inversiones imperialistas que se hacen en ellos, como en la Unión Soviética revisionista o en China y en cualquier otro lugar, inevitablemente acarrean graves consecuencias neocolonialistas. Las riquezas y el sudor de los pueblos son explotados también en interés de los consorcios y de los monopolios capitalistas extranjeros. Los imperialistas norteamericanos, así como los estados capitalistas desarrollados de Europa Occidental o el Japón, que invierten en China y en los países revisionistas, tienen como objeto establecerse en ellos, pretenden que los consorcios de sus países se entrelacen en una estrecha colaboración con los trusts y las ramas de las principales industrias en estos países.

La inversión de capitales de los estados imperialistas en China no es un problema tan sencillo, como tratan de presentarlo los revisionistas, que consideran exenta de peligros esta penetración del capital en sus países, ya que éste no se introduciría a través de las relaciones interestatales (a pesar de que altos dirigentes chinos han declarado últimamente que aceptarán créditos gubernamentales del exterior), sino por medio de bancos y sociedades privadas sin implicaciones ni intereses políticos. El endeudamiento de cualquier país, grande o pequeño, con un imperialismo u otro, siempre conlleva peligros inevitables para la libertad, la independencia y la soberanía del país que toma este camino, tanto más para países económicamente pobres como China. Un país verdaderamente socialista no necesita de tales deudas. Las fuentes de su desarrollo económico las encuentra en su propio país, en sus propios recursos, en su acumulación interna y en la fuerza creadora del pueblo. Un testimonio muy claro de qué medios, recursos y capacidades inagotables dispone un país socialista para desarrollarse, es el ejemplo de Albania, el ejemplo de un país pequeño. Mucho más importantes son los medios y recursos de un país grande en caso de que marche consecuentemente por el camino del marxismo-leninismo.

La apertura del mercado chino al imperialismo norteamericano y a las grandes compañías norteamericanas y otras occidentales ha sido acogida con irreprimible alegría por los imperialistas de los Estados Unidos de América y por toda la burguesía internacional.

Las multinacionales, los industriales de los Estados Unidos de América, conocen bien la economía de China y sus grandes riquezas, por eso hacen todo lo posible para levantar en ella su red económica, constituir sociedades mixtas y obtener grandes beneficios. Así están actuando en China no sólo las grandes sociedades norteamericanas; sino también las sociedades japonesas, alemanas y de otros países capitalistas desarrollados.

Ya China ha concluido un contrato con el Japón, para venderle anualmente hasta 10 millones de toneladas de petróleo. También representantes del ENI italiano, a la cabeza de un nutrido equipo, viajaron a China para ofrecer licencias de tecnología de prospección del petróleo, pero allí se encontraron con grandes grupos de las compañías petroleras norteamericanas, que con anterioridad habían hecho transacciones con China para extraer y explotar conjuntamente el petróleo. China hace lo mismo con los otros sectores de la minería, el hierro y los distintos minerales que puedan ser descubiertos y que allí se hallan en gran cantidad. Los magnates alemanes del carbón ya están presentes en China y han concluido contratos de varias decenas de miles de millones de marcos. Los ministros chinos recorren de punta a punta el Japón, América y Europa para obtener créditos, contratar nuevos equipos tecnológicos, comprar armas modernas, establecer acuerdos técnicocientíficos, etc. Todas las puertas de las instituciones y de las empresas chinas están abiertas para los hombres de negocios de Tokio, Wall Street y del Mercado Común Europeo, que se dan prisa en ir a Pekín para ser los primeros en acaparar los grandes proyectos de «modernización» que les ofrece el gobierno chino. De esta manera también China está entrando en el gran círculo infernal de la absorción imperialista, del insaciable hambre imperialista de apoderarse de las riquezas del subsuelo y de las materias primas, de explotar la mano de obra de su país.

Es sabido que el capitalista no concede ayudas a nadie sin antes considerar, en primer lugar, su propio interés económico, político e ideológico. No se trata únicamente del porcentaje que obtiene como ganancia. El país capitalista que concede el crédito, junto con él, introduce en el país que recibe la «ayuda», también su modo de vida, su modo de pensar capitalista, crea sus bases y se extiende insensiblemente como una mancha de aceite, amplía su telaraña y la araña está siempre en el centro y chupa la sangre a todas las moscas que caen en sus redes, como fue el caso de Yugoslavia, como lo es actualmente el caso de la Unión Soviética. Y China correrá la misma suerte.

Por consiguiente, China cederá, como lo está haciendo ya, también en lo político e ideológico, mientras que el mercado chino se convertirá en un débouché[10] de gran importancia para el imperialismo norteamericano y las otras potencias capitalistas industrializadas.

Los créditos y las inversiones norteamericanos, germano-occidentales, japoneses, etc., que se realizan en China no pueden dejar de vulnerar, en uno u otro grado, su independencia y soberanía. Tales créditos acarrean la dependencia de cualquier estado que los recibe, porque el acreedor impone su política. Por lo tanto, cualquier estado, grande o pequeño, que se introduce en los engranajes del imperialismo, mutila o pierde su libertad política, su independencia y soberanía. En esta situación de mutilación de su soberanía se encuentra la Unión Soviética, que, cuando emprendió el camino de la restauración del capitalismo, era mucho más fuerte económica y militarmente que la China actual, la cual se encamina por el mismo sendero.

Como es de suponer, los países pequeños, cuando se introducen en los engranajes del imperialismo, pierden su libertad e independencia antes que los países grandes, como China y la Unión Soviética, que pueden perderlas con una gradación más lenta, debido no sólo a que cuentan con un mayor potencial económico y militar, sino porque, basándose en este potencial, pugnan por conservar los mercados y apoderarse de nuevos, crear zonas de influencia y ensancharlas para presionarse mutuamente, e incluso trabarse en guerras, cuando no encuentren otra salida. Pero esto, a pesar de todo, no les libra de las cadenas de los créditos Y las inversiones que atan sus pies. Los créditos y los intereses deben ser pagados. Pues bien, si no se está en condiciones de pagarlos, se contraen nuevas deudas. A las deudas existentes se suman otras y el capitalista exige las rentas, y, cuando no pueden ser pagadas, el deudor es puesto entre la espada y la pared. Las sociedades monopolistas norteamericanas, por ejemplo, que imponen la política a seguir a su propio gobierno, le obligan a proteger por todos los medios sus capitales, a declarar, si es preciso, incluso la guerra para defenderlos.

Juzgando por el afán que muestran los dirigentes chinos de apoyarse en el imperialismo norteamericano, en los capitalistas de los Estados Unidos de América, para desarrollar la economía de su país, se cae por su propio peso también su ruido ensordecedor sobre el debilitamiento de este imperialismo. Sus declaraciones de que supuestamente el imperialismo norteamericano se ha debilitado son una superchería, al igual que lo es su declaración sobre el apoyo en las propias fuerzas. En la práctica de los revisionistas chinos todo el mundo puede observar que dicen lo contrario de lo que piensan.

La prensa oficial china frecuentemente se muestra preocupada por los créditos que recibe la Unión Soviética socialimperialista de los bancos norteamericanos, germano-occidentales, japoneses, etc. Previene a los Estados Unidos de América y demás países capitalistas desarrollados para que estén atentos, ya que las ayudas tecnológicas y los créditos que conceden a la Unión Soviética son empleados en el desarrollo y el reforzamiento de su potencial económico y militar, que estas ayudas y créditos acrecientan el peligro que para ellos significa el socialimperialismo, el cual, como dicen los dirigentes chinos, ha venido a ocupar hoy el lugar del III Reich. Por eso llaman a cancelar cuanto antes estos créditos.

No es difícil deducir el verdadero sentido de la «preocupación» que muestran los dirigentes chinos en tomo a los créditos que recibe la Unión Soviética. Naturalmente, les tiene sin cuidado la esencia capitalista de estos créditos, o el peligro que representan para la soberanía del estado soviético. Lo que quieren decir a los magnates del capital norteamericano y al gobierno de los Estados Unidos de América, a los capitalistas y gobiernos de los demás países imperialistas, es que no deben conceder esos créditos y esas ayudas a la Unión Soviética, sino a China de la cual no les viene ningún peligro, sino sólo beneficios.

Esta es una de las caras del plan chino para hacer de China una superpotencia. La otra cara son los esfuerzos por dominar a los países menos desarrollados del mundo, por convertirse en líder de lo que China llama «tercer mundo».

El grupo que impera actualmente en China hace mucho hincapié en el «tercer mundo», en el cual incluye a la propia China, y esto no ocasionalmente y sin intención. El «tercer mundo» de los revisionistas chinos tiene un objetivo político bastante determinado. Forma parte de la estrategia que tiende a convertir China lo antes y lo más aceleradamente posible en una superpotencia. China pretende agrupar en torno suyo a todos los países del «tercer mundo» o los «países no alineados», o bien a los «países en vías de desarrollo», para crear una gran fuerza, que no sólo aumentará el potencial global chino, sino que también la ayudará a oponerse a las otras dos superpotencias, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, a tener un peso mayor en los chalaneos para el reparto de los mercados y las zonas de influencia, a asegurarse el status de verdadera superpotencia imperialista. China trata de realizar su objetivo de agrupar a su alrededor el mayor número posible de estados del mundo bajo la falsa consigna de que está por que los pueblos se liberen del neocolonialismo y pasen al socialismo a través de la lucha contra el imperialismo. Este imperialismo es en cierto modo abstracto, pero recalca que el imperialismo más peligroso es el soviético.

China ha lanzado esta consigna demagógica y carente de contenido teórico con la esperanza de valerse de ella para lograr sus fines hegemonistas. Al principio pretende establecer su dominación en el llamado tercer mundo y luego manejar este «mundo» en función de sus intereses imperialistas. Por el momento, China trata de disimular esto con su reputación de país socialista. Especula con el hecho de que un país socialista no puede sustentar puntos de vista esclavizadores, ni tener a los demás agarrados por las narices, chantajearlos, combatirlos, oprimirlos y explotarlos. Emplea dicha consigna apoyándola en la fama que tiene el Partido Comunista de China, creado por el «gran» Mao Tse-tung, de ser, según dicen, un partido marxista-leninista, que sigue fielmente la teoría de Marx y Lenin, teoría que combate todos los males del sistema capitalista, la explotación colonial. etc.

Enmascarándose bajo esta falsa identidad, ocultándose tras la frase «tercer mundo» e incluyéndose sin criterio alguno y sin ninguna definición de clase en este «mundo», China piensa poder realizar más fácilmente su objetivo estratégico de establecer en él su propia hegemonía. La Unión Soviética ha utilizado el mismo engaño hacia los otros países. Todos los revisionistas jruschovistas predican día y noche que son «socialistas» y que sus partidos son «verdaderos partidos marxista-leninistas». A su vez, también los revisionistas soviéticos tratan de establecer, bajo este disfraz, su hegemonía en el mundo. Por consiguiente, podemos decir que no existe ninguna diferencia esencial entre la actuación china y la del socialimperialismo soviético.

Toda esta evolución de la política y la actuación chinas corrobora en su totalidad la definición marxista-leninista de las características del imperialismo, en tanto que dominación de la oligarquía financiera que busca mercados, que quiere conquistar el mundo y sentar en todas partes su hegemonía. En este sentido, China intenta penetrar en los países del «tercer mundo» y ocupar un «lugar al sol». Pero este «lugar» debe ganárselo con grandes sacrificios.

Para penetrar en el «tercer mundo»; para hacerse con los mercados, se necesitan capitales. Las clases dominantes, que detentan el poder en los países del «tercer mundo», reclaman inversiones, reclaman créditos y «ayudas». Pues bien, China no está en condiciones de ofrecerles «ayudas» en grandes cantidades, porque no cuenta con potencial económico suficiente. Precisamente ahora intenta crear este potencial con la ayuda del imperialismo norteamericano. En tales condiciones, la burguesía que ejerce su dominio en los países del «tercer mundo» tiene claro que por el momento no puede beneficiarse mucho de China ni desde el punto de vista económico y tecnológico, ni desde el punto de vista militar. Puede obtener mayores beneficios del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético, que poseen un gran potencial económico, técnico y militar.

No obstante, China, al igual que todo país que tiene objetivos imperialistas, pugna, y pugnará aún más, por apoderarse de mercados extranjeros; se esfuerza, y se esforzará aún más, por extender su influencia y su dominación. Ahora estos planes ya son evidentes. Está creando sus propios bancos, no sólo en Hong Kong, donde los tiene desde hace tiempo, sino también en Europa y otros lugares. En especial, intentará crear bancos en los países del «tercer mundo» y exportar capitales hacia ellos. En este terreno, hoy por hoy, hace muy poco. La «ayuda» de China consiste en la construcción de alguna fábrica de cemento, de algún ferrocarril o de algún hospital, porque sus posibilidades no dan para más. Sólo cuando las inversiones norteamericanas, japonesas, etc., en China comiencen a dar los frutos deseados por ella, es decir, cuando se desarrollen la economía, el comercio y la técnica militar, China estará capacitada para emprender una verdadera expansión económica y militar en vasta escala. Pero, para lograr esto se necesita tiempo.

Entre tanto maniobrará, como ya ha empezado a hacerlo, con la política de «ayudas» y créditos sin o con un mínimo de intereses, en unos momentos en que los soviéticos y norteamericanos exigen mucho más. Mientras los capitales chinos no estén en condiciones de desbordarse en el extranjero, la dirección revisionista de China centrará su atención en el aspecto propagandístico de las escasas «ayudas» y créditos que concede a los «países en vías de desarrollo», preconizando su «carácter internacionalista», sus «fines desinteresados», acompañando esto con el lema de «apoyarse en las propias fuerzas» para liberar y construir el país.

A medida que China se desarrolle económica y militarmente, intentará cada vez más penetrar en los países pequeños y menos desarrollados y dominarlos a través de sus exportaciones de capitales, y entonces ya no exigirá el 1 o el 2 por ciento de interés por sus créditos, sino que hará lo mismo que los demás.

Sin embargo, todos estos planes y esfuerzos no pueden ser realizados de dos zancadas. Los países imperialistas y capitalistas desarrollados, que tienen su influencia en los países del llamado tercer mundo, no permiten que China ocupe fácilmente los mercados que ellos hace tiempo han conquistado por medio de las guerras de rapiña. No sólo conservan fuertemente sus viejas posiciones, sino que por todos los medios tratan de ocupar otras nuevas y no permiten que China meta la mano en estos países.

El imperialismo es implacable con cualquiera de sus socios tanto cuando se halla en dificultades, como cuando está en auge. A veces puede hacer de mal agrado y para obtener después mayores beneficios, alguna concesión, pero, sobre todo, procura reforzar sus cadenas, no sólo las que atan a los países débiles, sino también a los desarrollados; como es el caso de los estados capitalistas industrializados. Los Estados Unidos de América, por ejemplo, siempre han seguido esta política con sus aliados capitalistas, cuando éstos se han encontrado en momentos difíciles en las guerras imperialistas que han estallado entre ellos. Pero, también después de estas guerras, cuando sus aliados se han esforzado por recuperarse, el imperialismo norteamericano ha empleado todas sus fuerzas para impedir que penetren en los países donde había establecido su dominio. De este modo, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América, «ayudando» a Inglaterra y Francia que salieron debilitadas de ella, se introdujeron profundamente en el mercado de la libra esterlina, en el del franco, etc. Los monopolios y los cártels norteamericanos de la metalurgia, la química, los transportes y muchas otras ramas vitales para el desarrollo del capitalismo, penetraron en una proporción abrumadora en los monopolios y en los cártels de Inglaterra, Francia, etc., colocando estos países bajo la dependencia del imperialismo norteamericano. Este imperialismo feroz e insaciable, como todo imperialismo, no puede actuar de modo diferente con China.

 

Teniendo en cuenta las dificultades con que choca para penetrar económica y militarmente en los países del «tercer mundo», China piensa poder asegurar su hegemonía en ellos si establece su influencia política e ideológica. Considera que esto será alcanzado ateniéndose a tres orientaciones: no combatir al imperialismo norteamericano y a las camarillas dominantes en los países capitalistas, al contrario, aliarse a este imperialismo y a estas camarillas; combatir al socialimperialismo soviético, que lo tiene en sus mismas fronteras, para debilitar y destruir sus bases en Asia, África y América Latina; embaucar al proletariado y a los pueblos, que tanto padecen, de estos continentes, por medio de la demagogia y de las maniobras seudorrevolucionarias y seudosocialistas, socavando todo movimiento revolucionario de liberación.

El imperialismo norteamericano y las demás potencias imperialistas, junto con el socialimperialismo, comprenden muy bien estos objetivos de China. También los entienden los países del «tercer mundo», y por eso sospechan y ven que China hace un bluf con ellos, que no tiene como meta el sostenerlos y ayudarlos, sino convertirse en una superpotencia. La mayoría de las direcciones que dominan los países del llamado tercer mundo están, desde hace tiempo, íntimamente vinculadas al imperialismo norteamericano o a las potencias capitalistas desarrolladas, como Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y Japón entre otras. Por eso el flirteo de China con el «tercer mundo» no es motivo de preocupación para los estados imperialistas y capitalistas desarrollados.

Además, las tentativas de China por introducirse en el «tercer mundo» por medio de su política y su ideología llamada «pensamiento Mao Tse-tung», no pueden tener éxito debido a que su ideología y su línea política son un caos. La línea política de China es confusa, es una línea pragmática que

vacila y cambia de acuerdo con las coyunturas y los intereses del momento. Las clases dominantes en los estados del «tercer mundo» no tienen miedo a esta ideología, porque se dan cuenta de que no está por la revolución y la verdadera liberación nacional de los pueblos. La burguesía de dichos países, para oprimir y explotar más fácilmente al pueblo, ha creado sus propios partidos que llevan toda clase de etiquetas. A estos partidos, que están estrechamente ligados con los capitales extranjeros invertidos en los estados del llamado tercer mundo, no les resulta difícil combatir y desenmascarar la línea china. Por eso, los dirigentes revisionistas chinos han optado por sonreír a los partidos de estos países, se esfuerzan por todos los medios y aprovechan cualquier ocasión para mostrarse con ellos «dulces como la miel».

China, que proyecta dominar el «tercer mundo», trata de canalizar en su interés, en la medida de lo posible, los movimientos de las masas trabajadoras de este «mundo». Pero actualmente los pueblos oprimidos, con el proletariado a la cabeza, no se hallan en la situación en que se encontraban en las postrimerías del siglo XIX o a comienzos del siglo XX. Se oponen a toda política hegemonista y de sometimiento por parte de las grandes potencias imperialistas, ya sean imperialistas viejos o nuevos, norteamericanos, soviéticos o chinos. Hoy las amplías masas de los pueblos del mundo, en general, han despertado y, a través de sus luchas, de una u otra forma, han llegado a adquirir cierta conciencia de la necesidad de defender sus derechos económicos y políticos. Los pueblos del llamado tercer mundo no pueden dejar de ver que China no trabaja para llevar a sus países las ideas de la revolución y la liberación nacional, sino para sofocar la revolución, que impide la penetración de la influencia china. Asimismo, la línea china de alianza con los Estados Unidos de América y con los demás países neocolonialistas, desenmascara al socialimperialismo chino ante los ojos de los pueblos.

China no puede llevar a cabo una propaganda positiva y revolucionaria en los países del «tercer mundo» por otra razón, y es que chocaría con la oposición de la superpotencia, de cuya inversión de capitales en China y de cuya tecnología avanzada pretende beneficiarse. Tampoco puede llevar a cabo esta propaganda porque la revolución derrocaría precisamente aquellas camarillas reaccionarias que dominan varios países del llamado tercer mundo y que son respaldadas y ayudadas por China para que se mantengan en el poder.

 

El gran afán de los dirigentes chinos por hacer lo más rápidamente posible de su país una superpotencia e imponer en todas partes su hegemonía, sobre todo en el llamado tercer mundo, los ha llevado a asentar su estrategia y su política exterior en la instigación de la guerra interimperialista. Ellos desean vehementemente un choque frontal entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética en Europa, donde China desde lejos se calentaría las manos en el fuego atómico que destruiría a sus dos rivales principales y que haría de ella la única y omnipotente dominante del mundo.

Mientras no se sienta enteramente segura de su poderío para competir con las otras superpotencias, mientras no consiga el «lugar merecido» como superpotencia, China procurará la paz para sí y la guerra para los demás. Con la paz que le hace falta actualmente, están relacionadas las no disimuladas maniobras diplomáticas de los revisionistas chinos para incitar la guerra entre los

Estados Unidos de América y la Unión Soviética, de modo que ellos mismos se mantengan aparte y se dediquen a sus «modernizaciones». No es casual la declaración de Teng Siao-ping de que no habrá guerra en 20 años. Con dicha declaración quiere decir a las superpotencias y a los otros países imperialistas que no tengan miedo a China en el curso de los próximos 20 años. Simultáneamente, los dirigentes chinos incitan una guerra entre las superpotencias en Europa, lejos de China y sin el peligro de verse implicada. En qué medida será posible esto, es otra cosa, pero los dirigentes chinos trabajan en este sentido, debido a que sienten la apremiante necesidad de tener tranquilidad a lo largo de un periodo que consideran indispensable para realizar sus objetivos de hacer de China una superpotencia.

China pregona a bombo y platillo el reforzamiento de la «unidad europea», de la «unidad de los países capitalistas desarrollados de Europa». En todas las cuestiones apoya esta unidad, vendiendo opiniones a los viejos lobos y zorros, «enseñándoles» cómo reforzar su unidad militar y económica, la unidad organizativa del estado, etc., frente al gran peligro del socialimperialismo soviético. Pero no necesitan las lecciones de China, porque están en condiciones de comprender, y saben muy bien, de dónde procede el peligro para ellos.

Los países desarrollados del Occidente no son tan ingenuos como para seguir y aplicar à la lettre[11] los consejos y los deseos de los chinos. Se refuerzan para hacer frente a un peligro eventual proveniente de la Unión Soviética, pero al mismo tiempo, hacen todo lo posible por no agravar las relaciones con ella, por no ir demasiado lejos y enojar al «oso ruso». Esto, naturalmente, está en contradicción con los deseos de China.

A los estados capitalistas de Europa y a los Estados Unidos de América les conviene que China incite la contradicción entre ellos y los soviéticos, porque indirectamente les sirve para decirles a éstos que «su enemigo principal es China, mientras que nosotros, junto con ustedes, buscamos crear una distensión, una coexistencia pacifica, independientemente de lo que ella dice». Por otro lado, estos estados, mientras fingen querer la paz, se arman para reforzar su hegemonía y su unidad militar contra la revolución, que es su enemigo principal. En esto reside el objetivo de todas las reuniones, como las de Helsinki y de Belgrado, a las que se da largas y se parecen al Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón, que es conocido como el congreso de los bailes y las veladas.

Los dirigentes chinos, según declaró oficialmente Teng Siao-ping en la entrevista concedida al director de la AFP, llaman a crear «un amplio frente que englobe el tercer mundo, el segundo mundo y los Estados Unidos de América» para combatir contra el socialimperialismo soviético.

La estrategia de la dirección revisionista de China de incitar al imperialismo norteamericano, al imperialismo de Europa Occidental, etc., a una guerra contra el socialimperialismo soviético, se expone más al riesgo de una guerra entre ella y la Unión Soviética, que a una guerra entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América y sus aliados de la OTAN.

Si China instiga a los otros a la guerra, también el imperialismo norteamericano, los países capitalistas desarrollados y todos los países donde el poder es detentado por las camarillas burguesas capitalistas, hacen lo mismo e incitan tanto a China, como a la Unión Soviética a un enfrentamiento entre sí. Por eso es muy probable que la política de los Estados Unidos de América y la propia estrategia errónea de China induzcan a la Unión Soviética a reforzarse aún más en el plano militar y, como potencia imperialista que es, a atacar antes a China.

China, por su parte, tiene marcadas propensiones a atacar a la Unión Soviética cuando se sienta poderosa, porque tiene grandes ambiciones territoriales sobre Siberia y otros territorios del Lejano Oriente. Hace tiempo que ha presentado estas reivindicaciones,14 pero pretenderá algo más cuando esté preparada, cuando haya puesto en pie un ejército pertrechado con todo tipo de armas. Este es el significado de la declaración que hizo Jua Kuo-feng al ex primer ministro conservador inglés Heath, cuando le dijo: «Nosotros tenemos la esperanza de ver una Europa unida y poderosa, y creemos que, por su parte, también Europa espera ver una China poderosa». En pocas palabras, Jua Kuo-feng le dice a la gran burguesía europea: Fortalézcanse y ataquen desde el Occidente, mientras que nosotros, los chinos, nos fortaleceremos y atacaremos a la Unión Soviética desde el Oriente.

La política china abrió un amplio y muy beneficioso camino a los Estados Unidos de América, camino que inauguraron Mao Tse-tung, Chou En-lai y Nixon. Entre los Estados Unidos de América y China se tendieron muchos puentes, puentes velados, puentes eficaces y fructuosos. Nixon propugnó la necesidad de «construir un puente tan grande que enlace San Francisco con Pekín». La invitación que Mao Tse-tung y Chou En-lai cursaron a Nixon, después del escándalo del Watergate, y su recepción por Mao, no eran inmotivadas ni desintencionadas. Significaban que la amistad con los Estados Unidos de América, lejos de ser una amistad coyuntural entre personas, es una amistad entre países, entre China y los Estados Unidos de América, independientemente de que el presidente que abrió este camino fuese destituido de su cargo por sus trapicheos.

Ahora que Carter está en el poder, las relaciones de amistad entre China y los Estados Unidos de América se amplían. A los Estados Unidos de América les interesa enormemente la actitud actual de China, cuya estrategia es adulada por Carter en múltiples formas.

Los Estados Unidos de América están interesados en Conceder a China una multilateral ayuda política, militar y económica, para empujarla en contra de la Unión Soviética. Han dado a China secretos atómicos. Esto ya está claro. Igualmente le han suministrado los más modernos ordenadores que sirven para la guerra nuclear. China ha recibido datos completos para que ella misma construya submarinos atómicos. En la actualidad en Washington se habla abierta y oficialmente de suministrar armas modernas a China. Todos estos «bienes» que los Estados Unidos de América ofrecen a China, como es natural, no se los dan para hacer de ella una gran potencia terrestre y naval que ponga en peligro a los propios Estados Unidos de América, como hizo el Japón en la Segunda Guerra Mundial. No, el imperialismo norteamericano calcula bien todas las llamadas ayudas que ofrece a todo el mundo, y particularmente a China.

De esta manera la ambición de China para transformarse en superpotencia, y sus febriles esfuerzos para contrabalancear a los Estados Unidos de América y a la Unión Soviética, necesariamente llevarán a nuevas tensiones, a conflagraciones, a guerras, que pueden tener carácter local, pero también el carácter de una guerra general.

Toda la teoría de los «tres mundos», toda su estrategia; las alianzas y los «frentes» que predica y los objetivos que quiere alcanzar, fomentan la guerra imperialista mundial.

Nikita Jruschov y los revisionistas modernos desarrollaron la nefasta teoría de la «coexistencia pacifica» jruschovista, que preconizaba la «paz social», la competencia pacífica», la «vía pacifica» de la revolución, el «mundo sin armas y sin guerras». Esta teoría pretendía debilitar la lucha de clases, velando y allanando las contradicciones fundamentales de nuestra época. Jruschov de manera particular predicaba la supresión de las contradicciones entre la Unión Soviética y el imperialismo norteamericano, en general las contradicciones entre el sistema socialista yo el capitalista. Sostenía el punto de vista de que actualmente, con los cambios que se han operado en el mundo, la contradicción histórica entre el socialismo y el capitalismo sería solucionada entrando en una competencia pacifica, en una competencia en el terreno económico, político, ideológico, cultural, etc.

«Dejemos que el tiempo lo confirme y nos diga quién tiene la razón», decía Jruschov, y que, en esta competencia, los pueblos elijan libremente y «en santa paz» el régimen más adecuado. Nikita Jruschov predicaba a los pueblos la necesidad de entregar sus riquezas a las superpotencias y esperar a que, como resultado de esta famosa competencia pacifica, se les asegurara la libertad, la independencia y el bienestar. Naturalmente, esta política antimarxista fue desenmascarada y nuestro Partido fue el primero en abrir fuego contra ella.

Ya en vida de Mao Tse-tung el Partido Comunista de China ha seguido una política similar a la de Jruschov. También esta política llama a las dos partes, al proletariado y a la burguesía, a los pueblos y a los que les dominan, a cesar la lucha de clases, a unirse sólo contra el socialimperialismo soviético y a olvidarse del imperialismo norteamericano.

La teoría de los «tres mundos» es una teoría reaccionaria, como lo era la de Jruschov sobre la «coexistencia pacifica». Pero, mientras Jruschov y sus secuaces, los portavoces del revisionismo moderno, en apariencia se presentaban como pacifistas, Mao Tse-tung, Teng Siao-ping; Jua Kuofeng, etc., se presentan como belicistas declarados. Estos pretenden dar a la coalición imperialistacapitalista, en la cual China se autoincluye, el color de un organismo de guerra revolucionaria, el significado de una lucha por el triunfo del proletariado y por la emancipación de los pueblos. Pero en realidad la «teoría» de Mao Tse-tung y del Partido Comunista de China sobre los «tres mundos», no llama a la revolución, sino a una guerra imperialista.

La agravación de las contradicciones y de la rivalidad entre las potencias y las agrupaciones imperialistas conlleva el peligro de que estallen los conflictos armados, de que estallen las esclavizadoras guerras de rapiña. Esta es una conocida tesis del marxismo-leninismo, confirmada de manera irrebatible por la historia. Su justeza es demostrada claramente por la evolución de los acontecimientos internacionales en nuestros días.

En numerosas ocasiones el Partido del Trabajo de Albania ha levantado su voz para desenmascarar la ensordecedora propaganda pacifista que las superpotencias difunden, tratando de bajar la vigilancia de los pueblos y de las naciones amantes de la paz, de aturdirles sembrando ilusiones y así cogerles desprevenidos. Más de una vez ha advertido que el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo ruso conducen el mundo a una nueva guerra mundial y que el estallido de tal guerra es un peligro real y no imaginario. Este peligro no puede dejar de preocupar continuamente a los pueblos, a las amplias masas trabajadoras, a las fuerzas y los países amantes de la paz, a los marxista-leninistas y a los hombres progresistas del mundo entero, los cuales no deben permanecer pasivos y con los brazos cruzados ante este peligro. Pero, ¿qué es preciso hacer para detener la mano de los belicistas imperialistas?

El camino a seguir no puede ser el de la capitulación y la sumisión ante los belicistas imperialistas, ni el de la atenuación de la lucha contra ellos. Los hechos han demostrado que los compromisos y las concesiones carentes de principios de los revisionistas jruschovistas no hicieron más manso, más cortés ni más pacifico al imperialismo norteamericano, por el contrario, le hicieron más arrogante y aumentaron su voracidad. Los marxista-leninistas no son partidarios de azuzar a un estado o agrupación imperialista contra otro, ni llaman a desencadenar guerras imperialistas, porque son los pueblos quienes sufren sus consecuencias. El gran Lenin señalaba que nuestra política no tiende a fomentar la guerra, sino a impedir que los imperialistas se unan contra el país socialista.

«...si efectivamente precipitáramos a la guerra a obreros y campesinos. -decía él- sería un crimen. Pero toda nuestra política y propaganda no se orienta en absoluto a precipitar a los pueblos a la guerra, sino a ponerle fin. Y la experiencia ha demostrado por cierto que únicamente la revolución socialista permite terminar con las eternas guerras».[12]

Por consiguiente, el único camino justo es que la clase obrera, las amplias capas trabajadoras y los pueblos se lancen a la acción revolucionaria para detener la mano de los belicistas imperialistas en sus propios países. Siempre los marxista-leninistas han sido y son los más resueltos adversarios de las guerras injustas.

Lenin ha enseñado a los revolucionarios comunistas que su tarea es destruir los planes belicistas del imperialismo e impedir el estallido de la guerra. Si no logran esto, entonces deben movilizar a la clase obrera, a las masas populares, y convertir la guerra imperialista en guerra revolucionaria y de liberación.

Los imperialistas y los socialimperialistas llevan la guerra de agresión en la sangre. Sus ambiciones de esclavizar a todo el mundo les empujan a la guerra. Pero, aunque los imperialistas son quienes desencadenan la guerra imperialista mundial, el proletariado, los pueblos, los revolucionarios y todos los hombres progresistas son los que la pagan con su sangre. Por esta razón los marxista-leninistas, el proletariado y los pueblos del mundo están en contra de la guerra imperialista mundial y luchan sin descanso para frustrar los planes de los imperialistas, para impedirles que arrojen el mundo a una nueva carnicería.

De esto se desprende que no se debe preconizar la guerra imperialista, como hacen los revisionistas chinos, sino que se ha de luchar contra ella. El deber de los marxista-leninistas es lanzar al proletariado y a los pueblos del mundo a la lucha contra los opresores para quitarles el poder, los privilegios, y para instaurar la dictadura del proletariado. China no hace esto, el Partido Comunista de China no trabaja para conseguirlo. Con sus teorías revisionistas, este partido debilita y aplaza la revolución, escinde a las fuerzas de vanguardia del proletariado, los partidos marxista-leninistas, que están llamados a organizar y dirigir esta revolución.

El camino que recomienda la dirección china es un engaño, una vía que no responde a nuestra doctrina, el marxismo-leninismo. La línea revisionista china, por el contrario, debilita al proletariado y a los pueblos, los abate, hace cernirse sobre ellos el peligro de una guerra sangrienta, la guerra imperialista, la guerra criminal, tan odiada por ellos.

También por esta razón la teoría de Mao Tse-tung de los «tres mundos» y la actividad política del Partido Comunista de China y del estado chino, de ningún modo pueden ser consideradas marxistaleninistas y revolucionarias.

Cuando Jruschov predicaba la competencia económica, ideológica y política entre el socialismo y el imperialismo, los dirigentes chinos supuestamente se oponían a esta tesis y decían que, para lograr la verdadera coexistencia pacifica, era preciso combatir al imperialismo, ya que la «coexistencia» no puede destruirle, no puede llevar al triunfo de la revolución ni a la liberación de los pueblos.

Pero estas declaraciones se quedaron en el papel. En realidad, la dirección del Partido Comunista de China ha sido y continúa siendo partidaria de la coexistencia pacífica de tipo jruschovista. En el documento ya mencionado: «Proposición acerca de la línea general del movimiento comunista internacional», se dice: «La política de principios es la única política acertada... ¿Qué quiere decir política de principios? Esto significa que, al plantear y elaborar cualquier política, debemos hacerlo desde las posiciones proletarias, partir de los intereses radicales del proletariado y guiarnos por la teoría y las tesis fundamentales del marxismo-leninismo». Esto ha sido declarado por el Partido Comunista de China, pero, ¿qué ha hecho y qué es lo que hace ahora? Ha hecho y hace todo lo contrario.

En el documento citado y en otras ocasiones, el Partido Comunista de China ha declarado que «es preciso denunciar al imperialismo norteamericano como el mayor enemigo de la revolución, del socialismo y de los pueblos del mundo entero». Y añadía: «no hay que apoyarse ni en el imperialismo norteamericano ni en ningún otro imperialismo, no hay que apoyarse en los reaccionarios». Pero el Partido Comunista de China no ha aplicado estas tesis. El Partido del Trabajo de Albania, que se basa firmemente en los principios fundamentales del marxismo-leninismo, se atiene resueltamente a la lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo. Precisamente en esta cuestión Albania socialista está en oposición a China, y el Partido del Trabajo de Albania está en oposición al Partido Comunista de China. Los dirigentes chinos nos acusan a los albaneses de que no hacemos «un análisis marxista-leninista de la situación internacional y de las contradicciones» y que, por consiguiente, no seguimos la línea china de llamar a la «Europa Unida», al Mercado Común Europeo y a los proletarios del mundo a unirse con los norteamericanos contra los soviéticos. Su conclusión es que, al no apoyar al imperialismo norteamericano, a la «Europa Unida», etc., favorecemos supuestamente al socialimperialismo soviético.

He aquí, por su parte, una actitud no sólo revisionista, disfrazada con un ropaje «antirrevisionista», sino también hostil y calumniosa hacia Albania socialista. El imperialismo norteamericano es agresor, belicista e incitador de guerras. Los Estados Unidos de América no quieren solamente el statu quo, como pretenden los chinos, sino además la expansión, de lo contrario no cabrían sus contradicciones con la Unión Soviética. La cita de Mao, evocada por ellos, de que «los Estados Unidos de América se han convertido en una rata, y todo el mundo grita en la calle: mátenla, mátenla», pretende demostrar que sólo la Unión Soviética desea la guerra, y no los Estados Unidos de América. Con su benevolencia hacia los Estados Unidos de América, invitan a no golpear a este estado «que se ha convertido en una rata», pero que sin embargo debe transformarse en aliado de China. ¡He aquí la estrategia antimarxista del «marxista» Mao!

La «estrategia» china, partiendo de un análisis que se basa en la teoría de los «tres mundos», ha determinado «definitivamente» que «la rivalidad entre las dos superpotencias está centrada en Europa». ¡Asombroso! Pero, ¿por qué no lo está en otra zona del mundo, donde la Unión Soviética pretende expandirse, como en Asia, en África, en Australia o en América Latina, sino precisamente en Europa?

Los «teóricos» chinos no explican esto. Su «argumentación» es la siguiente: el rival principal de los Estados Unidos de América es la Unión Soviética. Estas dos superpotencias, una de las cuales quiere el statu quo y la otra la expansión, desatarán la guerra en Europa, como ocurrió en los tiempos de Hitler. También éste ambicionaba expandirse, dominar el mundo, pero, para lograrlo, primero debía someter a Francia, Inglaterra y a la Unión Soviética. Por esta razón Hitler comenzó la guerra en Europa y no en otros lugares. Y más adelante los revisionistas chinos razonan que Stalin se apoyó en Inglaterra y en los Estados Unidos de América; entonces, concluyen los chinos, ¿por qué no deberíamos apoyamos también nosotros en los Estados Unidos de América? Pero, como anteriormente explicábamos, olvidan que la Unión Soviética se alió a Inglaterra y a los Estados Unidos de América después de que Alemania atacara a la Unión Soviética y no antes.

Cuando la Alemania de Guillermo II atacó a Francia e Inglaterra, los cabecillas de la II Internacional predicaron la «defensa de la patria burguesa». Tanto los socialistas alemanes como los socialistas franceses cayeron en estas posiciones. Es sabido cómo Lenin condenó todo esto y lo que dijo contra las guerras imperialistas. Ahora también los revisionistas chinos, al preconizar la unión de los pueblos europeos con el imperialismo en nombre de la defensa de la independencia nacional, actúan igual que los partidarios de la II Internacional. En oposición a las tesis de Lenin, instigan la futura guerra nuclear que las dos superpotencias pretenden desatar y hacen llamamientos «patrióticos» a los pueblos de Europa Occidental y al proletariado de la misma a dejar de lado las «pequeñas» cosas que tienen con la burguesía (la opresión, el hambre, los asesinatos, el paro forzoso), a no atentar contra su poder y a unirse con la OTAN, con la «Europa Unida», con el Mercado Común de la gran burguesía y de los consorcios europeos y a luchar únicamente contra la Unión Soviética, a ser soldados disciplinados de la burguesía. Ni la II Internacional lo hubiera hecho mejor.

Y la dirección china ¿qué aconseja hacer a los pueblos de la Unión Soviética y de los otros países revisionistas miembros del Tratado de Varsovia, del COMECON? ¡Nada! Prefiere guardar silencio y olvidarse completamente de ellos. De vez en cuando incita a las camarillas revisionistas que dominan estos países a separarse de la Unión Soviética y unirse con América. De hecho a estos pueblos les dice; ¡callaos, someteos y convertíos en carne de cañón de la sanguinaria camarilla del Kremlin! Esta línea de la dirección revisionista de China es antiproletaria, belicista.

Todo esto demuestra que los dirigentes chinos confunden intencionadamente las situaciones internacionales. Estas situaciones las ven conforme a sus intereses para hacer de China una superpotencia y no conforme al interés de la revolución, las ven según el interés de su estado imperialista y no según el interés de la liberación de los pueblos, las consideran desde la óptica del estrangulamiento de la revolución en su propio país y de las revoluciones en los otros países, y no desde la óptica de la organización y la intensificación de la lucha del proletariado y de los pueblos contra las dos superpotencias, así como contra los opresores burgueses capitalistas de los otros países, las ven a través del prisma de fomentar la guerra imperialista mundial y no de oponerse a ella.

El camino seguido por China para convertirse en una superpotencia acarreará graves consecuencias, en primer lugar para la propia China y para el pueblo chino.

El análisis marxista-leninista de su política lleva a la conclusión de que la dirección china está metiendo el país en un callejón sin salida. Sirviendo al imperialismo norteamericano y al capitalismo mundial, piensa obtener, a su vez, ciertos beneficios, pero estos beneficios son dudosos y le costarán caro a China. Traerán aparejada la catástrofe del país y tendrán, naturalmente, sensibles repercusiones en otros países.

 

La política de China para convertirse en superpotencia, política inspirada en una ideología antimarxista, está siendo desenmascarada y será desenmascarada aún más a los ojos de todos los pueblos, sobre todo de los pueblos del llamado tercer mundo. Los pueblos del mundo comprenden los designios políticos de cualquier estado, socialista, revisionista, capitalista o imperialista. Observan y comprenden que China, aunque se hace pasar por integrante del «tercer mundo», no tiene las mismas aspiraciones y los mismos objetivos de los pueblos de este «mundo». Observan que sigue una política socialimperialista. Por eso es comprensible que esta política sea impopular. Una política que ayuda a la opresión social y nacional, es inadmisible para los pueblos. Es una política que sólo conviene a las camarillas reaccionarias, únicamente a los que dominan y oprimen a los pueblos.

China apoya y abastece con armas a Somalia, la cual, empujada por los Estados Unidos de América, lucha contra Etiopía. Mientras, Etiopía es ayudada por la Unión Soviética para anexionarse Somalia. Lo mismo pasa con Eritrea. Así, China se pone de un lado, la Unión Soviética del otro. Si China es vista con buenos ojos en Somalia, lo es sólo por los que están en el poder, pero no por el pueblo de este país que está siendo masacrado. Tampoco es vista con buenos ojos por la dirección de Etiopía, que es apoyada por los soviéticos, ni por el pueblo etiope, que es incitado en contra de los somalíes, los cuales, supuestamente, intentan invadir Etiopía. De esta manera China no tiene ninguna influencia ni en Etiopía ni en Somalia.

Tampoco es bien vista en Argelia. Esta última apoya al «Frente POLISARIO», mientras que China favorece a Mauritania y Marruecos, es decir, se pone del lado del imperialismo norteamericano.

Con su política exterior, China sigue un curso supuestamente en pro de los pueblos árabes. Pero esta política consiste sólo en conseguir que los pueblos árabes se unan contra el socialimperialismo soviético. Se sobreentiende, pues, que China sostiene a este fin todo acercamiento de los árabes, en primer lugar; con los Estados Unidos de América.

En lo tocante a Israel, la dirección china se pronuncia con frecuencia contra él. Pero, de hecho, su estrategia es pro Israel. Esto ha sido y es notado por los pueblos árabes y, en particular, por el palestino.

Podemos decir que, en los países de Asia, China no tiene ninguna influencia visible y estable.

China no tiene una amistad sincera y estrecha con los países vecinos, y no hablemos de los que están más lejos. La política de China no es ni puede ser correcta porque no es marxista-leninista. Sobre la base de tal política no puede tener una amistad sincera con Vietnam, Corea, Camboya, Laos, Tailandia, etc. China finge desear la amistad con estos países, pero, en realidad, entre éstos y aquélla existen desacuerdos por cuestiones políticas, territoriales y económicas.

Con la política que sigue, China ha caído en abierto conflicto con Vietnam. Entre estos dos países están ocurriendo graves incidentes fronterizos. Los socialimperialistas chinos han intervenido brutalmente en los asuntos internos de Vietnam; en función de sus fines expansionistas atizan el conflicto entre Camboya y Vietnam, etc. Cuando la dirección china se comporta de esta manera con Vietnam, con un país que hasta ayer consideraba hermano e íntimo amigo, ¿qué pueden pensar los países de Asia acerca de la política china? ¿Acaso pueden fiarse de ella?

Hablar de la influencia de China en los países de América Latina, sería perder el tiempo. En esta región no tiene influencia, ni política, ni ideológica, ni económica. Toda la influencia china se reduce a la amistad con un tal Pinochet, que es un rabioso fascista y asesino. Esta actitud de China ha indignado no sólo a los pueblos de América Latina, sino también a la opinión mundial. Ellos ven que la dirección china está en pro de los gobernantes opresores, en pro de los dictadores y los generales que ejercen su dominio sobre los pueblos, ven que está en pro del imperialismo norteamericano que ha clavado sus garras en la garganta de los pueblos de este continente. Así pues, podemos afirmar que la influencia de China en los países de América Latina es insignificante, carece de fuerza, de contenido.

La política de los dirigentes chinos, lejos de gozar de la simpatía y el apoyo de los pueblos, hará que China se aísle cada vez más de los países progresistas, del proletariado mundial. No puede haber un pueblo, no pueden encontrarse un proletariado y unos revolucionarios que apoyen la política china, cuando ven que en la tribuna de Tien An Men, como ocurrió el día de la fiesta nacional, el 1° de Octubre de 1977, al lado de los dirigentes chinos están presentes los ex generales nazis alemanes; los ex generales y almirantes militaristas japoneses, los generales fascistas portugueses, etc., etc.

En su camino para transformarse en una superpotencia, China no puede avanzar sin intensificar la explotación de las amplias masas trabajadoras de su propio país. Los Estados Unidos de América y los demás estados capitalistas tratarán de asegurar superganancias de los capitales que invertirán allá, también ejercerán presión para conseguir cambios rápidos y radicales en la base y la superestructura de la sociedad china en el sentido capitalista. La intensificación de la explotación de las masas de muchos millones de seres para mantener a la burguesía china y su gigantesco aparato burocrático y para poder pagar los créditos e intereses de los capitalistas extranjeros, conducirá inevitablemente a la aparición de profundas contradicciones entre el proletariado y el campesinado chinos, de una parte, y los gobernantes burgués-revisionistas, de la otra. Esto opondrá a estos últimos a las masas trabajadoras de su país, cosa que no puede dejar de producir agudos conflictos y explosiones revolucionarias en China.

 

III

EL «PENSAMIENTO MAO TSE-TUNG», TEORÍA ANTIMARXISTA

 

La situación actual en el Partido Comunista de China, sus numerosos zigzags y sus posturas tambaleantes, oportunistas, los frecuentes cambios en la estrategia, la política que ha seguido y sigue su dirección para hacer de China una superpotencia, plantean de manera completamente natural el problema del lugar y del papel de Mao Tse-tung y de sus ideas, del llamado «pensamiento Mao Tse- tung» en la revolución china.

El «pensamiento Mao Tse-tung» es una «teoría» desprovista de los rasgos del marxismo-leninismo. Todos los dirigentes chinos, tanto los que estuvieron antes en el poder, como quienes lo han tomado actualmente, para llevar a la práctica sus planes contrarrevolucionarios, han especulado y especulan con el «pensamiento Mao Tse-tung» en las formas de organización y los métodos de acción, en los fines estratégicos y tácticos.

Nuestras opiniones y nuestra convicción sobre el peligro que representa el «pensamiento Mao Tse- tung», nosotros, los comunistas albaneses, las hemos formado gradualmente viendo la actividad sospechosa, las actitudes vacilantes y contradictorias, la ausencia de los principios y el pragmatismo de la política interior y exterior china, la desviación del marxismo-leninismo y la utilización de frases izquierdistas para disfrazarse. Cuando se fundó nuestro Partido, durante la Lucha de Liberación Nacional, así como después de la Liberación, nuestra gente tenía conocimientos muy escasos sobre China. Pero, al igual que todos los revolucionarios del mundo, también nosotros habíamos formado una opinión progresista acerca de ella: «China es un gran continente, China lucha, en China bulle la revolución contra el imperialismo extranjero, contra las concesiones», etc., etc. En general, sabíamos algo sobre la actividad de Sun Yat-sen, sobre sus vínculos y su amistad con la Unión Soviética y con Lenin; por último sabíamos algo sobre el Kuomintang, conocíamos la lucha del pueblo chino contra los japoneses y la existencia del Partido Comunista de China, que era considerado como un partido grande, con un marxista-leninista a la cabeza, Mao Tse-tung. Y eso era todo.

Sólo después de 1956, nuestro Partido tuvo los contactos más estrechos con los chinos. Estos contactos vinieron multiplicándose a causa de la lucha que nuestro Partido desarrolló contra el revisionismo moderno jruschovista. En aquel entonces nuestros contactos con el Partido Comunista de China o, más exactamente, con sus cuadros dirigentes, se hicieron más frecuentes y más cercanos, sobre todo cuando el mismo Partido Comunista de China entró en abierto conflicto con los revisionistas jruschovistas. Pero debemos reconocer que, en las entrevistas que hemos mantenido con los dirigentes chinos, a pesar de que han sido buenas y camaraderiles, China, Mao Tse-tung y el Partido Comunista de China quedaban, en cierta medida, como un gran enigma para nosotros.

Pero, ¿por qué China, su Partido Comunista y Mao Tse.-tung eran un enigma? Lo eran porque muchas posturas, no sólo generales, sino también personales de los dirigentes chinos sobre una serie de grandes problemas políticos, ideológicos, militares y organizativos, oscilaban unas veces hacia la derecha y otras hacia la izquierda. En unas ocasiones se mostraban decididos, en otras indecisos, de cuando en cuando también mantenían posiciones correctas, pero en la mayoría de los casos saltaban a la vista sus actitudes oportunistas. La política china, en general, a lo largo de todo el período en que vivió Mao, ha sido vacilante, era una política de coyunturas, carecía de la columna vertebral marxista-leninista. Un día se hablaba de una manera acerca de un problema político importante, y al día siguiente se hacía de otra. En la política china no se podía encontrar un hilo conductor estable y consecuente.

Naturalmente, todas estas posturas llamaban nuestra atención y no las aprobábamos, sin embargo, en la medida en que conocíamos la actividad de Mao Tse-tung, participábamos de la opinión general de que era un marxista-leninista. Sobre muchas tesis de Mao Tse-tung, tales como la de tratar las contradicciones entre el proletariado y la burguesía como contradicciones no antagónicas, la tesis de la existencia de las clases antagónicas durante todo el período del socialismo,[13] la tesis de que «el campo debe asediar la ciudad», que da carácter absoluto al papel del campesinado en la revolución, etc., teníamos nuestras reservas y nuestros puntos de vista marxista-leninistas, que, cuando se ha presentado la ocasión, hemos manifestado a los dirigentes chinos. En tanto que otras concepciones y posiciones políticas de Mao Tse-tung y del Partido Comunista de China, incompatibles con las concepciones y las posiciones marxista-leninistas de nuestro Partido, las considerábamos como tácticas provisionales de un gran estado dictadas por determinadas situaciones. Pero, con el tiempo, se hacía cada vez más evidente que las actitudes del Partido Comunista de China no eran sólo tácticas.

Nuestro Partido, analizando los hechos, llegó a algunas conclusiones generales y particulares, que lo indujeron a estar vigilante, pero evitaba la polémica con el Partido Comunista de China y con los dirigentes chinos, no porque temiese polemizar, sino porque los datos de que disponía sobre el camino erróneo, antimarxista, de este partido y del propio Mao Tse-tung no eran completos, estos datos no permitían aún sacar conclusiones rotundas. Por otro lado, durante un tiempo el Partido Comunista de China se opuso al imperialismo norteamericano y a la reacción. Asimismo se puso en contra del revisionismo jruschovista soviético, a pesar de que ahora está claro que su lucha contra este revisionismo no estaba dictada por correctas posiciones de principio marxista-leninistas.

Además, no hemos tenido datos completos sobre la vida interna política, económica, cultural, social, etc., de China. La organización del partido y del estado chinos siempre ha permanecido cerrada para nosotros. Por su parte, el Partido Comunista del China no nos ha dado ninguna posibilidad de estudiar las formas de organización del partido y del estado chinos. Los comunistas albaneses estábamos al corriente únicamente de cierta organización estatal general de China y nada más, porque no se nos daba la oportunidad de conocer la experiencia del partido en China, de ver cómo actuaba, cómo estaba organizado, qué direcciones había tomado el desarrollo del trabajo en diversos sectores y cuáles eran en concreto estas direcciones.

Los dirigentes chinos han obrado astutamente. No han hecho públicos muchos documentos necesarios para conocer la actividad del partido y del estado. Se guardaban y se guardan mucho de publicar sus documentos. Incluso los escasos documentos publicados de que se dispone, son fragmentarios. Mientras que los cuatro tomos con las obras de Mao, que pueden considerarse oficiales, no sólo contienen materiales escritos hasta 1949, sino que además han sido compuestos cuidadosamente, de manera que no aparecen con exactitud las situaciones reales que se han desarrollado en China.

La presentación política y teórica de los problemas en la prensa china, por no hablar de la literatura, que era totalmente confusa, sólo tenía carácter propagandístico. Los artículos estaban repletos de fórmulas estereotipadas típicamente chinas, enunciadas aritméticamente, tales como «las tres cosas buenas y las cinco malas», «las cuatro cosas viejas y las cuatro nuevas», «las dos advertencias y los cinco controles de sí mismo», «las tres cosas verdaderas y las siete falsas», etc., etc. El enjuiciamiento desde el punto de vista «teórico» de estas cifras aritméticas era difícil para nosotros que estamos acostumbrados a pensar, actuar y escribir según la teoría y la cultura marxista-leninista tradicional.

Los dirigentes chinos nunca invitaron a nuestro Partido para que enviase alguna delegación a estudiar su experiencia. Incluso cuando alguna delegación, a petición de nuestro Partido, ha viajado a China, más que darle alguna explicación o experiencia sobre el trabajo del partido se han dedicado a hacerle propaganda y a llevarla de un sitio a otro visitando comunas y fábricas. Y ¿con quiénes mantenían esta actitud rara? Con nosotros los albaneses, sus amigos, que les hemos defendido en las más difíciles situaciones. Para nosotros, todos estos actos eran incomprensibles, pero a la vez eran una señal de que el Partido Comunista de China no quería darnos una imagen clara de su situación.

Pero lo que más llamó la atención de nuestro Partido fue la Revolución Cultural, sobre la cual se nos presentaron varias grandes interrogantes. A lo largo de la Revolución Cultural, que desencadenó Mao Tse-tung, en la actividad del Partido Comunista de China y del estado chino se observaron ideas y hechos políticos, ideológicos y organizativos extraños que no estaban fundados en las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. La apreciación de los actos dudosos habidos anteriormente, así como de los que se constataron durante la Revolución Cultural, pero sobre todo de los acontecimientos registrados después de esta revolución hasta el presente, los cambios en la dirección, la subida y la bajada de uno y otro grupo, hoy del grupo de Lin Piao, mañana del de Teng Siao-píng, o de un Jua Kuo-feng, etc., cada uno con su propia plataforma opuesta a la del otro, la apreciación de todo esto indujo a nuestro Partido a profundizar todavía más en las concepciones y la práctica de Mao Tse-tung y del Partido Comunista de China, a adquirir un conocimiento más completo del «pensamiento Mao Tse-tung». No nos parecía una conducta revolucionaría el que esta Revolución Cultural no estuviese dirigida por el partido, sino que fuese una explosión caótica tras un llamamiento que hizo Mao Tse-tung. La autoridad de Mao en China hizo que se levantasen millones de jóvenes no organizados, estudiantes y escolares, que marcharan hacia Pekín, hacía los comités del partido y del poder, disolviéndolos. Se decía que estos jóvenes representaban en aquel entonces en China la «ideología proletaria» y que ¡enseñarían al partido y a los proletarios el «verdadero» camino!

Una revolución de este tipo, de acentuado carácter político, fue llamada cultural. Para nuestro Partido esta denominación era inexacta, porque en realidad en China se había desatado un movimiento político y no cultural. Pero lo principal era que esta «gran revolución proletaria» no estaba dirigida ni por el partido, ni por el proletariado. Esta grave situación tenia su origen en los viejos conceptos antimarxistas de Mao Tse-tung que subestiman el papel dirigente del proletariado y sobreestiman a la juventud en la revolución. Mao había escrito: ¿«Qué papel ha desempeñado la juventud china a partir del «movimiento del 4 de mayo»? En cierta medida, un papel de vanguardia que, salvo los ultrarreaccionarios, todo nuestro país reconoce. ¿En qué consiste este papel de vanguardia? En jugar el papel dirigente...»[14]

Así la clase obrera fue dejada de lado y hubo numerosos casos en que se opuso a los guardias rojos, e incluso se enfrentó con ellos. Nuestros camaradas, que en aquel entonces se encontraban en China, han visto con sus propios ojos a los obreros de las fábricas luchar contra los jóvenes. El partido fue disuelto, fue liquidado, y los comunistas y el proletariado no eran tenidos en cuenta. Esta situación era muy grave.

Nuestro Partido apoyó la Revolución Cultural, porque en China estaban en peligro las conquistas de la revolución. Personalmente Mao Tse-tung nos dijo que allí el partido y el estado habían sido usurpados por el grupo renegado de Liu Shao-chi y Teng Siao-ping y que las victorias de la revolución china corrían peligro. En estas condiciones, independientemente de quién era el responsable de que las cosas hubiesen ido tan lejos, nuestro Partido apoyó la Revolución Cultural. Nuestro Partido defendió al hermano pueblo chino, la causa de la revolución y del socialismo en China y no la lucha fraccionalista de los grupos antimarxistas que chocaban entre sí y que llegaban incluso a enfrentamientos armados para tomar el poder.

El curso de los acontecimientos demostró que la Gran Revolución Cultural Proletaria no era ni revolución, ni grande, ni cultural y, sobre todo, que no era en absoluto proletaria.[15] Era un putsch de palacio a nivel panchino para liquidar a un puñado de reaccionarios que habían tomado el poder.

Naturalmente, dicha Revolución Cultural era una mistificación. Liquidó al mismo Partido Comunista de China e incluso a las organizaciones de masas, y hundió a China en un nuevo caos. Esta revolución fue dirigida por elementos no marxistas, que a su vez fueron liquidados por medio de un putsch militar por otros elementos antimarxistas y fascistas.

En nuestra prensa Mao Tse-tung ha sido calificado de gran marxista-leninista, pero nunca hemos empleado ni aprobado las definiciones de la propaganda china que llamaba a Mao clásico del marxismo-leninismo y al «pensamiento Mao Tse-tung» su tercera y más alta etapa. Nuestro Partido ha considerado incompatible con el marxismo-leninismo el culto desmesurado a Mao Tse-tung en China.

El desarrollo caótico de la Revolución Cultural y sus resultados reforzaron aún más nuestra opinión, todavía no bien cristalizada, de que en China el marxismo-leninismo no era conocido ni aplicado, de que, en el fondo, el Partido Comunista de China y Mao Tse-tung no sostenían puntos de vista marxista-leninistas, independientemente de su fachada y de los slogans que solían emplear, como «por el proletariado, por su dictadura y por la alianza con el campesinado pobre» y muchas más fórmulas análogas.

A la luz de estos acontecimientos nuestro Partido empezó a ver más profundamente las causas de las vacilaciones que se habían observado en la actitud de la dirección china hacia el revisionismo jruschovista, como por ejemplo en 1962 cuando buscaba la reconciliación y la unión con los revisionistas soviéticos[16] en nombre de un pretendido frente común contra el imperialismo norteamericano, o en 1964 cuando Chou En-lai, reanudando sus esfuerzos por reconciliarse con los soviéticos, fue a Moscú para saludar la llegada al poder del grupo de Brezhnev[17]. Estas fluctuaciones no eran casuales, reflejaban la ausencia de los principios y de la consecuencia revolucionaria.

Cuando Nixon fue invitado a China y la dirección china, con Mao Tse-tung a la cabeza, proclamó la política de aproximarse y unirse al imperialismo norteamericano, quedó patente que la línea y la política chinas estaban en completa oposición al marxismo-leninismo y al internacionalismo proletario. Después, comenzaron a ser más evidentes los objetivos chovinistas y hegemonistas de China. La dirección china empezó a oponerse más abiertamente a las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos, al proletariado mundial y al auténtico movimiento marxista-leninista. Desplegó la llamada teoría de los tres mundos, que estaba esforzándose por imponer a todo el movimiento marxistaleninista como línea general.

El Partido del Trabajo de Albania, partiendo de los intereses de la revolución y del socialismo, y pensando que los errores que se constataban en la línea del Partido Comunista de China se debían a apreciaciones incorrectas de las situaciones y a una serie de dificultades, más de una vez ha intentado ayudar a la dirección china a corregir y superar estos errores. Nuestro Partido ha manifestado abiertamente, de manera sincera y camaraderil, sus puntos de vista a Mao Tse-tung y a los otras dirigentes chinos, y, sobre una serie de actos de China, que perjudicaban directamente la línea general del movimiento marxista-leninista, los intereses de los pueblos y de la revolución, ha manifestado oficialmente y por escrito sus observaciones y su disconformidad al Comité Central del Partido Comunista de China.[18]

Pero, por parte de la dirección china jamás han sido bien acogidas las justas observaciones de principio de nuestro Partido. Nunca nos ha contestado y jamás ha aceptado discutir sobre ellas.

Mientras tanto los actos antimarxistas de la dirección china, tanto en el interior como en el exterior, pasaron a ser más abiertos y evidentes. Todo esto obligó a nuestro Partido, así como a todos los demás marxista-leninistas, a reconsiderar la línea del Partido Comunista de China, las concepciones políticas e ideológicas por las que se ha guiado, la actividad concreta y sus consecuencias. Debido a ello, vimos que el «pensamiento Mao Tse-tung», que es el que ha guiado y guía al Partido Comunista de China, representa una peligrosa variante del revisionismo moderno, contra la cual es preciso desarrollar una lucha multilateral en el plano teórico y político.

El «pensamiento Mao Tse-tung» es una variante del revisionismo, que comenzó a tomar cuerpo ya antes de la Segunda Guerra Mundial, y de manera particular después del 1935, cuando Mao Tse-tung se afirmó en el poder. En este período Mao Tse-tung, con sus secuaces, desencadenó una campaña «teórica» bajo la consigna de la lucha contra el «dogmatismo», los «esquemas hechos», los «estereotipos extranjeros», etc., y planteó el problema de elaborar el marxismo nacional, negando el carácter universal del marxismo-leninismo. En lugar del marxismoleninismo, predicaba la «manera china» de tratar las problemas y el estilo chino «...lleno de vida y lozanía, agradable al oído y a los ojos del pueblo chino»,[19] propagando así la tesis revisionista de que el marxismo debe tener en cada país un contenido peculiar, especifico.

El «pensamiento Mao Tse-tung» fue proclamado como el grado sumo del marxismo-leninismo en la época actual. Los dirigentes chinos han declarado que «Mao Tse-tung ha hecho más que Marx, Engels y Lenin...» En las Estatutos del Partido Comunista de China, aprobados en su IX Congreso, que desarrolló sus trabajas bajo la dirección de Mao Tse-tung, se dice que «el pensamiento Mao Tse- tung es el marxismo-leninismo de nuestra época...», que Mao Tse-tung «...ha heredado, defendido y desarrollado el marxismo-leninismo y lo ha hecho entrar en una etapa nueva y superior».[20]

El que la actividad del partido se basara no en los principias y las normas del marxismo-leninismo, sino en el «pensamiento Mao Tse-tung», abrió aún más las puertas al oportunismo y a la lucha fraccionalista en las filas del Partido Comunista de China.

El «pensamiento Mao Tse-tung» es una amalgama de concepciones que mezcla ideas y tesis tomadas de prestado del marxismo can otros principias filosóficos, idealistas, pragmáticos y revisionistas. Sus raíces se remontan a la antigua filosofía china y al pasado político e ideológico de China, a su práctica estatal y militarista.

Todos los dirigentes chinos, tanto los que actualmente han tomado el poder, como aquellas que han estado en él y han sido derrocados, pero que han maniobrado para materializar sus planes contrarrevolucionarios, han tenido y tienen por base ideológica el «pensamiento Mao Tse-tung». El propio Mao Tse-tung ha admitido que su pensamiento puede ser aprovechado por todos, tanto por los de izquierda como por los de derecha, como él llama a los diversos grupos que constituyen la dirección china. En la carta dirigida a Chiang Ching el 8 julio de 1966, Mao Tse-tung admite que «la derecha en el poder puede utilizar mis palabras para hacerse fuerte durante un cierto tiempo, pero la izquierda puede utilizar otras palabras mías y organizarse para derrocar a los de derecha».[21] Esto demuestra que Mao Tse-tung no ha sido un marxista-leninista, que sus puntos de vista son eclécticos. Esto resalta en todas las «obras teóricas» de Mao, que a pesar de estar disfrazadas con fraseología y slogans «revolucionarios», no pueden ocultar que el «pensamiento Mao Tse-tung» no tiene nada en común con el marxismo-leninismo.

Un vistazo crítico, aunque sea parcial, a los escritos de Mao, a su manera de tratar los problemas fundamentales relativos al papel del partido comunista, a las cuestiones de la revolución, de la edificación del socialismo, etc., pone completamente al desnudo la diferencia radical entre el «pensamiento Mao Tse-tung» y el marxismo-leninismo.

 

Tomemos en un comienzo la cuestión de la organización del partido y de su papel dirigente. Mao pretendía hacer creer que estaba por la aplicación de los principios leninistas acerca del partido, pero si se analizan en concreto sus ideas sobre el partido, y especialmente la práctica diaria de éste, se ve a todas luces que ha substituido los principios y las normas leninistas con tesis revisionistas.

Mao Tse-tung no ha organizado el Partido Comunista de China sobre la base de los principios de Marx, Engels, Lenin y Stalin. No ha trabajado para hacer de él un partido de tipo leninista, un partido bolchevique. Mao Tse-tung no estaba por un partido de clase proletario, sino por un partido sin fronteras de clase. Ha utilizado la consigna de hacer masivo el partido para borrar la línea de demarcación entre el partido y la clase. Por consiguiente, en este partido podía entrar y salir cualquiera y cuando quisiera. En este aspecto las concepciones del «pensamiento Mao Tse-tung» son idénticas a las de los revisionistas yugoslavos y de los «eurocomunistas».

Paralelamente a esto, Mao Tse-tung, siempre ha subordinado la construcción, los principios y las normas del partido a sus posiciones y a sus intereses políticos, a su política aventurera, oportunista, unas veces de derecha y otras de izquierda, a la lucha entre las fracciones, etc.

En el Partido Comunista de China no ha existido ni existe la verdadera unidad marxista-leninista de pensamiento y de acción. La lucha entre las fracciones, que ha existido desde la fundación del Partido Comunista de China, ha hecho que en este partido no se instaurara una correcta línea marxista-leninista, que no se guiara por el pensamiento marxista-leninista. Las diversas tendencias que se manifestaban en los principales dirigentes del partido, unas veces eran de izquierda, otras oportunistas de derecha, algunas veces centristas e incluso llegaban a ser puntos de vista abiertamente anarquistas, chovinistas y racistas. Mientras Mao Tse-tung y su grupo estuvieron a la cabeza del partido, estas tendencias fueron una de las características distintivas del Partido Comunista de China. El propio Mao Tse-tung ha predicado la necesidad de la existencia de las «dos líneas» en el partido. Según él, la existencia de ambas líneas y la lucha entre ellas es algo natural, es una expresión de la unidad de los contrarios, es una política elástica que conjuga en sí misma el espíritu de principios y el compromiso. «Así, escribe él, con un camarada que se equivoca pueden utilizarse las dos manos: con una será combatido, con la otra se hará la unidad con él. El propósito de esta lucha es preservar los principios del marxismo, lo cual supone perseverar en los principios; éste es un aspecto del problema. El otro aspecto es unirnos a él. La unión tiene por objetivo ofrecerle una salida, concertar un compromiso con él»[22].

Estos puntos de vista son diametralmente opuestos a las enseñanzas leninistas sobre el partido comunista como destacamento organizado y de vanguardia, que debe tener una sola línea y una férrea unidad de pensamiento y de acción.

La lucha de clases en el seno del partido, como reflejo de la lucha de clases que se desarrolla fuera del mismo, no tiene nada en común con las concepciones de Mao Tse-tung sobre las «dos líneas en el partido». El partido no es arena de las diversas clases y de la lucha de las clases antagónicas, no es una reunión de personas con objetivos opuestos. El verdadero partido marxista-leninista es únicamente partido de la clase obrera y se basa en los intereses de esta clase. Este es el factor decisivo para el triunfo de la revolución y la edificación del socialismo. J. V. Stalin, defendiendo los principios leninistas acerca del partido, que no permiten la existencia de numerosas líneas, de corrientes opuestas en el seno del partido comunista, señalaba que

«...el partido comunista es el partido monolítico del proletariado y no el partido de un bloque de elementos de las diversas clases.»[23]

En tanto que Mao Tse-tung concibe el partido como una unión de clases con intereses opuestos, como una organización en que están enfrentadas y luchan dos fuerzas, el proletariado y la burguesía, el «cuartel general proletario» y el «cuartel general burgués», los cuales deben tener sus representantes en todo el partido, desde la base hasta los más altos órganos dirigentes. Así, en 1956 exigía que fueran elegidos al Comité Central los dirigentes de las fracciones de izquierda y de derecha, presentando a este efecto argumentos tan ingenuos como ridículos. «Todo el país, el mundo entero, dice él, saben bien que ellos han cometido errores de línea. La razón por la que los elegimos estriba precisamente en que ellos son famosos. ¡Qué otro remedio hay si gozan de fama y la fama de los que no han cometido errores o sólo han cometido pequeños errores no puede compararse con la suya! En nuestro país, que tiene una gran masa de pequeñoburgueses, ellos son dos banderas.»[24] Renunciando a la lucha de principios en las filas del partido, Mao Tse-tung hacía el juego a las fracciones, buscaba concertar compromisos con algunas de ellas para oponerse a otras y reforzar así sus posiciones.

Con tal plataforma organizativa, el Partido Comunista de China nunca ha sido ni podía ser un partido marxista-leninista. En él no se respetaban los principios y las normas leninistas. El congreso del partido, en tanto que órgano supremo de dirección colectiva del mismo, no ha sido convocado regularmente. Así, por ejemplo, entre el VII congreso y el VIII trascurrieron 11 años, y 1315 años desde el VIII al IX, realizados después de la guerra. Además, los congresos desarrollados han sido, a su vez, formales, más bien reuniones de exhibición que de trabajo. Los delegados a los congresos no eran elegidos con arreglo a los principios y las normas marxista-leninistas de la vida del partido, sino que eran designados por los órganos dirigentes y actuaban según el sistema de representación permanente.

Últimamente el diario Renmin Ribao publicó un artículo escrito por un denominado grupo teórico del «Gabinete General» del Comité Central del Partido Comunista de China.[25] El artículo afirma que, bajo el nombre de «Gabinete General», Mao había creado en tomo suyo un aparato especial que vigilaba y controlaba al Buró Político, al Comité Central del Partido, a los cuadros del estado, del ejército, de la seguridad, etc. Todos ellos, incluidos los miembros del Comité Central y del Buró Político, tenían prohibida la entrada en este gabinete y conocer su trabajo. En él eran trazados los proyectos para derrocar o llevar a la dirección a este o aquel grupo fraccionalista. El personal de este gabinete se encontraba en todos lados, vigilaba, espiaba e informaba de manera independiente y fuera del control del partido. Además, el gabinete tenía a su disposición toda una serie de destacamentos armados, que se ocultaban tras el nombre de «guardia del presidente Mao». Esta guardia pretoriana integrada por más de 50.000 hombres entraba en acción cuando el presidente decidía «actuar de un solo golpe», como ha ocurrido a menudo en la historia del Partido Comunista de China y como sucedió recientemente con la detención de los «cuatro» y sus partidarios por Jua Kuo-feng.

So pretexto de mantener contacto con las masas, Mao Tse-tung había creado al mismo tiempo una red especial de informadores sobre el terreno, a los cuales se les había asignado la tarea de vigilar a los cuadros de la base y de indagar el estado de ánimo y la sicología de las masas, sin que nadie se enterase de ello. Esta red informaba directa y únicamente a Mao Tse-tung, quien había interrumpido todos los contactos con las masas y veía el mundo a través de los datos que le proporcionaban los agentes del «Gabinete General». Mao ha dicho: «En lo que a mi se refiere, no escucho las radios; ni las extranjeras ni las de China, sólo transmito». También ha afirmado: «He declarado públicamente que no vaya leer más el diario Renmin Ribao. Lo mismo le dije a su redactor jefe: No leo tu diario».[26]

El mencionado artículo de Renmin Ribao ofrece nuevos datos para comprender aún mejor el rumbo antimarxista que Mao Tse-tung había impreso al partido y al estado chinos y el poder personal que ejercía sobre ellos. Mao Tse-tung no ha tenido la menor consideración hacia el Comité Central y el congreso del partido, y no hablemos ya del partido en su conjunto y de sus comités de base. Los comités del partido, los cuadros dirigentes e incluso el propio Comité Central recibían órdenes del «Gabinete General», de este «cuartel general especial», que consultaba únicamente a Mao Tse-tung. Las instancias del partido, sus órganos electos no tenían ninguna competencia. En el artículo de Renmin Ribao se dice que «ningún telegrama, ninguna carta, ningún papel, ninguna orden podían despacharse por nadie sin ser controlados y aprobados previamente por Mao Tse-tung». Resulta que desde el año 1953 Mao Tse-tung había dado la siguiente orden categórica: «De hoy en adelante, cualquier documento o telegrama que se haya de expedir en nombre del Comité Central, sólo podrá ser despachado después que yo lo haya leído; de otra manera, no tendrá validez».[27] En estas condiciones no se puede hablar de dirección colectiva, ni de democracia interna en el partido, ni de normas leninistas.

El poder ilimitado de Mao Tse-tung llegaba al extremo de que designaba a sus herederos. En un tiempo nombró a Liu Shao-chi como sustituto suyo. Más tarde proclamó que el heredero del poder y del partido, tras su muerte, sería Lin Piao. Esto, que era algo sin precedentes en la práctica de los partidos marxista-leninistas, fue sancionado incluso en los estatutos del partido. También fue Mao Tse-tung quien designó a Jua Kuo-feng para presidente del partido, después de su muerte. El propio Mao, teniendo en sus manos los resortes del poder, criticaba, juzgaba, castigaba y después rehabilitaba a altos dirigentes del partido y del Estado. Así ocurrió con Teng Siao-ping, que, en su llamada autocrítica del 23 de octubre de 1966, ha afirmado, «Yo y Liu Shao-chi somos auténticos monárquicos. La esencia de mis errores radica en que no confío en las masas, no apoyo a las masas revolucionarias, sino que estoy en contra de ellas, he seguido una línea reaccionaria para aplastar la revolución, en la lucha de clases no he permanecido al lado del proletariado, sino de la burguesía... Todo esto demuestra que... no soy apto para ocupar puestos de responsabilidad».[28] Y a pesar de todos estos crímenes, este revisionista de marca mayor volvió a la poltrona en que estaba.

La esencia antimarxista del «pensamiento Mao Tse-tung» acerca del partido y de su papel, se ve también en la forma de concebir teóricamente y de aplicar en la práctica las relaciones entre el partido y el ejército. Dejando aparte las fórmulas utilizadas por Mao Tse-tung de que «el partido está por encima del ejército», «la política por encima del fusil», etc., etc., en la práctica concedía al ejército el papel político principal en la vida del país. Ya en los tiempos de la guerra decía: «Todos los cuadros del ejército deben ser capaces de dirigir a los obreros y organizar sindicatos, movilizar y organizar a la juventud, unirse a los cuadros de las nuevas regiones liberadas e instruirlos, administrar la industria y el comercio, dirigir escuelas, periódicos, agencias de noticias y estaciones de radio, ocuparse de los asuntos exteriores, arreglar los problemas relativos a los partidos democráticos y a las organizaciones populares, coordinar las relaciones entre la ciudad y el campo, resolver los problemas de los víveres y el abastecimiento de carbón y otros artículos de primera necesidad, así como arreglar las cuestiones monetarias y financieras.»[29]

Por lo tanto, el ejército estaba por encima del partido, por encima de los órganos estatales, por encima de todo. De esto se desprende que las palabras de Mao Tse-tung acerca del papel del partido, como factor decisivo para la dirección de la revolución y la edificación socialista no han sido más que slogans. Tanto en el periodo de la guerra de liberación, como después de la creación de la República Popular China, en todas las luchas que de continuo se han desatado para la toma del poder por parte de una u otra fracción, el ejército ha jugado el papel decisivo. Asimismo, durante la Revolución Cultural el ejército desempeñó el papel principal, fue la última reserva de Mao. «Nosotros, ha dicho Mao Tse-tung en 1967, nos apoyamos en la fuerza del ejército... En Pekín teníamos únicamente dos divisiones, pero en mayo trajimos otras dos, para saldar las cuentas con el ex comité de Pekín del partido.»[30]

Para liquidar a sus adversarios ideológicos, Mao Tse-tung siempre ha movilizado al ejército. Levantó al ejército con Lin Piao a la cabeza para actuar contra el grupo de Liu Shao-chi y Teng Siao-ping. Más tarde, junto con Chou En-lai, organizó y lanzó al ejército contra Lin Piao. También después de la muerte de Mao, el ejército, inspirado en el «pensamiento Mao Tse-tung», ha desempeñado el mismo papel. Al igual que todos los que han llegado al poder en China, Jua Kuo-feng se apoyó en el ejército y actuó por medio de él. Éste, nada más morir Mao, levantó al ejército, y organizó, junto con los militares Ye Chien-ying, Wang Tung-sing y otros, el putsch, deteniendo a sus adversarios.

En China el poder sigue estando en manos del ejército, mientras que el partido va a su zaga. Esto es una característica general de los países dominados por el revisionismo. Los países verdaderamente socialistas refuerzan el ejército, como poderosa arma de la dictadura del proletariado, para aplastar a los enemigos del socialismo, en caso de que se sublevaran, así como para defender el país frente a un posible ataque por parte de los imperialistas y la reacción externa. Pero para que el ejército desempeñe en todo momento este papel, debe estar siempre, como nos enseña el marxismoleninismo, bajo la dirección del partido y no ser el partido quien esté bajo la dirección del ejército.

Actualmente en China la ley es dictada por las fracciones más poderosas del ejército, precisamente las más reaccionarias, las cuales tienen como meta transformar China en un país socialimperialista.

En el futuro, a la par que China se convierte en una superpotencia imperialista, crecerán cada vez más el papel y la fuerza del ejército en la vida del país. Se reforzará como una guardia pretoriana armada hasta los dientes para defender un régimen y una economía capitalistas. Será el instrumento de una dictadura burguesa capitalista, de una dictadura que, en caso de que la resistencia popular sea fuerte, podrá adquirir formas fascistas abiertas.

El «pensamiento Mao Tse-tung», al preconizar la necesidad de que existan muchos partidos en la dirección del país, de que exista el llamado pluralismo político, está en oposición total a la doctrina marxista-leninista sobre el papel incompartible del partido comunista en la revolución y en la edificación socialistas. El que un país estuviese dirigido por varios partidos políticos, según el modelo norteamericano, era calificado por Mao Tse-tung, como ha declarado a E. Snow, como la forma más democrática de gobierno. «En último término ¿qué es mejor?, preguntaba Mao Tse-tung, ¿que haya uno o muchos partidos?» Y respondía: «Hoy, por lo que parece, es preferible que haya muchos. Así ha sido en el pasado, y así podrá ser en el futuro. Esto significa coexistencia duradera y control recíproco.»[31] Mao ha considerado indispensable la participación de los partidos burgueses en el poder y en el gobierno del país con los mismos derechos y prerrogativas que el Partido Comunista de China. Y no sólo esto, sino que, estos partidos de la burguesía, según él «históricos», no pueden desaparecer hasta que no desaparezca el Partido Comunista de China, es decir, coexistirán hasta el comunismo.

Según el «pensamiento Mao Tse-tung» un régimen democrático nuevo sólo puede existir sobre la base de la colaboración de todas las clases y de todos los partidos, y sólo así se puede construir el socialismo. Este concepto de la democracia socialista, del sistema político socialista, concepto que esta fundado en «la coexistencia duradera y el control recíproco» de todos los partidos y que es muy parecido a lo que pregonan actualmente los revisionistas italianos, franceses, españoles, etc., es una negación abierta del papel dirigente y exclusivo del partido marxista-leninista en la revolución y la construcción socialistas. La experiencia histórica ya ha confirmado que sin el papel dirigente e incompartible del partido marxista-leninista no puede existir la dictadura del proletariado, es imposible la construcción y la defensa del socialismo.

«...la dictadura del proletariado -decía Stalin- únicamente puede ser completa cuando está dirigida por un partido, el partido de los comunistas, el cual no comparte y no debe compartir la dirección con otros partidos».[32]

Las concepciones revisionistas de Mao Tse-tung tienen su base en la política de colaboración y de alianza con la burguesía, que ha aplicado constantemente el Partido Comunista de China. También la línea antimarxista y antileninista de que «se abran 100 flores y compitan 100 escuelas» tiene su origen en esta política y es manifestación directa de la coexistencia de ideologías opuestas.

Según Mao Tse-tung, en la sociedad socialista, paralelamente a la ideología proletaria, al materialismo y al ateísmo, hay que permitir la existencia de la ideología burguesa, el idealismo y la religión, hay que permitir que crezcan las «hierbas venenosas» a la par de las «flores fragantes», etc. Esta línea, según él, es indispensable para el desarrollo del marxismo, para abrir camino a los debates, a la libertad de opinión, pero en realidad, por medio de ella, él trata de echar los cimientos teóricos de la política de colaborar con la burguesía y de la coexistencia con su ideología. Mao Tse- tung dice: «...impedir que la gente entre en contactos con lo falso, con lo pernicioso o con lo que nos es hostil, con el idealismo y la metafísica, impedir que conozca las ideas de Confucio, Lao Tsé y Chiang Kai-shek, sería una política peligrosa. Conduciría a la regresión del pensamiento, a la unilateralidad y haría a la persona incapaz de enfrentar las pruebas de la vida.. .».[33] Es así como Mao Tse-tung concluye que el idealismo, la metafísica y la ideología burguesa existirán eternamente, y por tanto, no sólo no hay que impedirlos, sino que se les debe dar la posibilidad de brotar, salir a la superficie y competir. Esta actitud conciliadora con todo lo reaccionario va tan lejos, que considera irremediables los desórdenes en la sociedad socialista y errónea la prohibición de la actividad de los enemigos. «En mi opinión, dice él, cualquiera que desee provocar disturbios puede hacerla durante el tiempo que le dé la gana: si no le basta con un mes, nosotros le damos dos; en otras palabras, no declararemos zanjado el asunto hasta que esté harto de disturbios. Si ustedes se apresuran a poner fin a los desórdenes, tarde o temprano surgirán de nuevo».[34]

Aquí no estamos ante discusiones académicas «científicas», sino ante una línea política oportunista contrarrevolucionaria que se ha opuesto al marxismo-leninismo, que ha desorientado al Partido Comunista de China, en cuyo seno han circulado ciento y pico puntos de vista e ideas y hoy existen en verdad 100 escuelas compitiendo. Esto ha hecho que las avispas burguesas revoloteen libremente por el jardín de las 100 flores y viertan su veneno.

Tal actitud oportunista en lo tocante a los problemas ideológicos tiene sus raíces, aparte de otras cosas, en que el Partido Comunista de China, a lo largo de todo el periodo que va desde su fundación hasta la liberación del país y de ahí en adelante, no se ha esforzado por consolidarse ideológicamente, no ha trabajado por inculcar la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin en la mente y en el corazón de sus miembros, no ha luchado por asimilar las cuestiones fundamentales de la ideología marxista-leninista y aplicarlas consecuentemente, paso a paso, a las condiciones concretas de China.

El «pensamiento Mao Tse-tungo» está en oposición a la teoría marxista-leninista de la revolución.

En los escritos de Mao Tse-tung se habla frecuentemente del papel de las revoluciones en el proceso del desarrollo de la sociedad, pero en esencia él se atiene a una concepción metafísica, evolucionista. Contrariamente a la dialéctica materialista, que argumenta el desarrollo progresivo en forma de espiral, Mao Tse-tung predica el desarrollo en forma cíclica, giratoria, como un proceso ondulatorio que pasa del equilibrio al desequilibrio y nuevamente al equilibrio, del movimiento a la inmovilidad y de nuevo al movimiento, del ascenso al descenso y del descenso al ascenso, de la progresión a la regresión y seguidamente a la progresión, etc. Así, ateniéndose al concepto de la antigua filosofía sobre el papel purificador del fuego, Mao Tse-tung escribe: «Es preciso «encender el fuego» de forma periódica. Pero, ¿cómo proceder en adelante? Según ustedes, ¿cuándo hay que encenderlo, una vez al año o una vez cada tres años? A mi juicio debemos hacerlo como mínimo dos veces cada cinco años, a semejanza de lo que ocurre con el mes intercalar del año bisiesto en el calendario lunar, mes que se repite una vez cada tres años o dos veces en cinco años.»[35] Así pues, al igual que los viejos astrólogos, obtiene del calendario lunar la ley sobre el encendido periódico del fuego, sobre el desarrollo que va de la «gran armonía» al «gran desorden» y de nuevo a la «gran armonía», y así los ciclos se repiten periódicamente. De este modo a la concepción materialista dialéctica sobre el desarrollo que, como dice Lenin,

«...nos proporciona la clave del «automovimiento» de todo lo existente; ...nos da la clave de los «saltos», la «ruptura de la continuidad», la «transformación en el contrario», la «destrucción de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo»,[36]

el «pensamiento Mao Tse-tung» le contrapone la concepción metafísica «sin vida, pálida, árida».

Esto se ve con mayor claridad cuando Mao Tse-tung trata el problema de las contradicciones, dominio donde, según la propaganda china, Mao habría dado «una contribución especial» y habría desarrollado aún más la dialéctica materialista. Es cierto que Mao Tse-tung en muchos de sus escritos habla frecuentemente de los contrarios, de las contradicciones, de la unidad de los contrarios, emplea incluso citas y frases marxistas, pero, con todo esto, está muy lejos de la comprensión materialista dialéctica de estas cuestiones. Al tratar las contradicciones no parte de las tesis marxistas, sino de las tesis de los antiguos filósofos chinos, considerando los contrarios de manera mecánica como fenómenos externos e imaginando la transformación de los mismos como una simple inversión de los dos términos. Operando con algunos de esos contrarios eternos que coge de la filosofía antigua como arriba-abajo, detrás-delante, derecha-izquierda, fácil-difícil, etc., etc., Mao Tse-tung, en el fondo, niega las contradicciones internas en los mismos objetos y fenómenos, y trata el desarrollo como una mera repetición, como una sucesión de estados intangibles donde se observan los mismos contrarios y la misma correlación entre ellos. Mao Tse-tung interpreta la transformación de cada uno de los dos términos de una contradicción en su contrario como un esquema formal al cual todo debe estar subordinado, como una simple inversión y no como la solución de la contradicción ni como un cambio cualitativo del propio fenómeno que comporta estos contrarios. Partiendo de este esquema Mao llega a declarar: «Cuando el dogmatismo se transforma en su contrario, se convierte o bien en marxismo o bien en revisionismo»,[37] «la metafísica se transforma en dialéctica y la dialéctica en metafísica», etc. Detrás de estas afirmaciones absurdas y tras el juego sofisticado de los contrarios se ocultan los conceptos oportunistas y antirrevolucionarios de Mao Tse-tung. Así, la revolución socialista no es vista por él como un cambio cualitativo de la sociedad, donde desaparecen las clases antagónicas y la opresión y la explotación del hombre por el hombre, sino que es imaginada como una simple inversión de papeles entre la burguesía y el proletariado. Para probar este «descubrimiento», Mao escribe: «Si la burguesía y el proletariado no pudieran transformarse el uno en el otro, ¿cómo se explicaría que el proletariado se convierta por medio de la revolución en clase dominante y la burguesía en una clase dominada?... Nosotros y el Kuomintang de Chiang Kai-shek en lo fundamental estamos en posiciones diametralmente opuestas. Como resultado de la lucha y de la exclusión reciproca de los dos aspectos contradictorios, nosotros y el Kuomintang cambiamos los lugares.. .»[38] Esta misma lógica ha conducido a Mao Tse-tung también a revisar la teoría marxista-leninista sobre las dos fases de la sociedad comunista. «La dialéctica nos enseña que el régimen socialista, como fenómeno histórico, desaparecerá un día, del mismo modo que muere la persona, y que el régimen comunista será la negación del socialista. ¿Cómo puede considerarse marxista la aserción según la cual el régimen socialista y también las relaciones de producción y la superestructura del socialismo no desaparecerán? ¿No sería esto un dogma religioso, la teología que predica la eternidad de Dios?»[39]

De este modo Mao Tse-tung, al revisar abiertamente la concepción marxista-leninista sobre el socialismo y el comunismo, que en el fondo son dos fases de un mismo tipo, de un mismo orden económico-social, y que se diferencian únicamente por su grado de desarrollo y madurez, presenta el socialismo como algo diametralmente opuesto al comunismo.

De tales conceptos metafísicos y antimarxistas parte Mao Tse-tung cuando trata en general la cuestión de la revolución, que contempla como un proceso sin fin que se repetirá periódicamente mientras exista el ser humano sobre la tierra, como un proceso que pasa de la derrota a la victoria, de la victoria a la derrota y así sucesivamente. Las concepciones antimarxistas, unas veces evolucionistas y otras anarquistas de Mao Tse-tung sobre la revolución, aparecen con mayor claridad cuando habla de los problemas de la revolución en China.

Según se desprende de sus escritos, Mao Tse-tung no se ha apoyado en la teoría marxista-leninista para analizar los problemas y determinar las tareas de la revolución china. El mismo afirma en el discurso que pronunció en la Conferencia ampliada de trabajo convocada por el Comité Central del Partido Comunista de China en enero de 1962, que «el trabajo revolucionario que durante muchos años hemos realizado ha sido a ciegas, sin saber cómo debía llevarse a cabo la revolución, contra quién había que dirigir su punta de lanza, sin imaginar sus etapas, a saber, quién debía ser derrocado en un comienzo y quién más tarde, etc.» Esto ha hecho que el Partido Comunista de China fuese incapaz de asegurar la dirección del proletariado en la revolución democrática y transformarla en revolución socialista. Todo el desarrollo de la revolución china es prueba de la trayectoria caótica del Partido Comunista de China, el cual no se guiaba por el marxismo-leninismo, sino por las concepciones antimarxistas del «pensamiento Mao Tse-tung» sobre el carácter de la revolución, sobre sus etapas, sobre las fuerzas motrices, etc.

Mao Tse-tung nunca ha podido comprender y explicar correctamente los estrechos vínculos que existen entre la revolución democrático-burguesa y la revolución proletaria. En oposición a la teoría marxista-leninista, que ha argumentado científicamente que entre la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista no se levanta una muralla china, que ambas revoluciones no deben estar separadas por un largo período de tiempo, Mao Tse-tung afirmaba: «La transformación de nuestra revolución en revolución socialista es una cuestión que pertenece al futuro... Que cuando se haga esta transición... puede necesitarse un período bastante largo. Dado que para tal paso no se dan todas las condiciones políticas y económicas necesarias, dado que esta transición no puede aportar beneficios, sino perjuicios, a la mayoría aplastante de nuestro pueblo, no debe hablarse de ella».[40]

A esta concepción antimarxista, que no está por la transformación de la revolución democráticoburguesa en revolución socialista, se ha atenido Mao Tse-tung a lo largo de toda la revolución, inclusive después de la liberación. Así, en 1940 Mao Tse-tung dice: «La revolución china debe atravesar necesariamente... la fase de la nueva democracia y solamente después, la fase del socialismo. De estas dos fases, la primera será relativamente larga.. .»[41]. En marzo de 1949, en el pleno del Comité Central del Partido, en el que Mao Tse-tung presentó el programa para el desarrollo de China después de la liberación, dice: «A lo largo de este período habrá que permitir todos los elementos del capitalismo, tanto de la ciudad como del campo». Estos puntos de vista y «teorías» han hecho que el Partido Comunista de China y Mao Tse-tung no luchen por elevar la revolución china a revolución socialista, que dejen el campo libre al desarrollo de la burguesía y a las relaciones sociales capitalistas.

En la cuestión de la correlación entre la revolución democrática y la socialista, Mao Tse-tung se mantiene en las posiciones de los cabecillas de la II Internacional, que fueron los primeros que atacaron y tergiversaron la teoría marxista-leninista sobre el ascenso de la revolución y aparecieron con la tesis de que entre la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista media un periodo largo, durante el cual la burguesía desarrolla el capitalismo y crea condiciones para pasar a la revolución proletaria. La transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista, sin dar al capitalismo la posibilidad de desarrollarse ulteriormente, la consideraban como alga imposible, como quemar etapas. También Mao Tse-tung se atiene por completo a esta concepción cuando afirma: «Esforzarse par construir el socialismo sobre las ruinas del orden colonial, semicolonial y semifeudal, sin un estado unificado de nueva democracia... sin el desarrollo del sector privada capitalista... seria pura quimera».[42]

Las concepciones antimarxistas del «pensamiento Mao Tse-tung» sobre la revolución aparecen aún más claras cuando Mao enfoca las fuerzas matrices de la revolución. Mao Tse-tung no reconocía el papel hegemónico del proletariado. Lenin ha dicho que en el período del imperialismo, en toda revolución, por la tanta en la revolución democrática, en la revolución antiimperialista de liberación nacional y en la revolución socialista, la dirección debe corresponder al proletariado. En tanto que Mao Tse-tung, pese a que hablaba sobre el papel del proletariado, en la práctica subestimaba su hegemonía en la revolución y ha elevada el papel del campesinado.16 Mao Tse-tung ha dicha que «...la lucha actual contra los ocupantes japoneses es, en esencia, una lucha campesina. El orden político de la nueva democracia, en el fondo, significa colocar a las campesinas en el poder».[43]

Mao Tse-tung expresaba esta teoría pequeñoburguesa en la tesis global «el campo debe asediar la ciudad». «...el campo revolucionario, escribía él, puede asediar las ciudades... el trabajo en el campo debe desempeñar el papel principal en el movimiento revolucionario chino, mientras que el trabajo en la ciudad debe desempeñar un papel de segundo orden».[44] Mao ha expuesto esta misma idea cuando ha escrito sobre el papel del campesinado en el poder. Ha indicado que todos los partidos y demás fuerzas políticas deben someterse al campesinado y a sus puntos de vista. «...millones de campesinos se pondrán en pie, serán impetuosos e indomables como un verdadero huracán, escribía él, y no habrá fuerza capaz de contenerlos... Pondrán a prueba a todos los partidos y grupos revolucionarios, a todos los revolucionarios, con el objetivo de que acepten o rechacen sus puntos de vista».[45] Según Mao resulta que es el campesinado y no la clase obrera quien debe ejercer la hegemonía en la revolución.

La tesis sobre el papel hegemónico del campesinado en la revolución ha sido preconizada por Mao Tse-tung también como la vía de la revolución mundial. De aquí parte la concepción antimarxista que considera el llamado tercer mundo, que en la literatura política china se denomina entre otras cosas el «campo mundial», como «la fuerza motriz principal para la transformación de la sociedad contemporánea». Según los puntos de vista chinos, el proletariado es una fuerza social secundaria, que no puede jugar el papel que prevén Marx y Lenin en la lucha contra el capitalismo y en el triunfo de la revolución, en alianza con todas las fuerzas oprimidas por el capital.

En la revolución china ha predominado la pequeña y media burguesía. Es esta amplia capa de la pequeña burguesía la que ha influido en todo el desarrollo de China.

Mao Tse-tung no se basaba en la teoría marxista-leninista que nos enseña que el campesinado, y en general la pequeña burguesía, es vacilante. Naturalmente, el campesinado pobre y medio desempeñan un papel importante en la revolución y deben ser los aliados íntimos del proletariado. Pero la clase campesina, la pequeño burguesía, no pueden dirigir al proletariado en la revolución. Concebir y propagar lo contrario significa estar en contra del marxismo-leninismo. Aquí radica asimismo una de las fuentes principales de los puntos de vista antimarxistas de Mao Tse-tung, que han influido negativamente en toda la revolución china.

El Partido Comunista de China no ha tenido teóricamente claro el principio revolucionario y rector básico sobre el papel hegemónico del proletariado en la revolución, y por consiguiente tampoco lo aplicaba como es debido y de manera consecuente en la práctica. La experiencia demuestra que el campesinado puede desempeñar su papel revolucionario sólo si actúa en alianza con el proletariado y bajo su dirección. Esto ha sido confirmado también en nuestro país durante la Lucha de Liberación Nacional. El campesinado albanés era la fuerza principal de nuestra revolución, sin embargo nuestra clase obrera, pese a ser numéricamente muy pequeña, dirigió al campesinado porque la ideología marxista-leninista, la ideología del proletariado, encarnada en el Partido Comunista, hoy Partido del Trabajo, vanguardia de la clase obrera, era la guía de la revolución. Por eso vencimos no sólo en la Lucha de Liberación Nacional, sino también en la construcción del socialismo.

A pesar de las innumerables dificultades con que chocamos en nuestro camino, hemos alcanzado un éxito tras otro. Y estos éxitos los hemos alcanzado, en primer lugar, porque el Partido asimiló bien la esencia de la teoría de Marx y Lenin, comprendió lo que era la revolución, quién la hacía y quién debía dirigirla, comprendió que a la cabeza de la clase obrera, en alianza con el campesinado, debla estar un partido de tipo leninista. Los comunistas entendieron que este partido no sólo debía llevar el nombre de comunista, sino además ser un partido que aplicara, en las condiciones de nuestro país, la teoría marxista-leninista de la revolución y de la construcción del Partido, que se dedicara al trabajo para edificar la nueva sociedad socialista siguiendo el ejemplo de la construcción del socialismo en la Unión Soviética del tiempo de Lenin y Stalin. Esta actitud dio la victoria a nuestro Partido y al país el gran potencial político, económico y militar de que goza hoy. Si se hubiera actuado de otra manera, si no se hubieran aplicado consecuentemente estos principios de nuestra gran teoría en un país pequeño como el nuestro, cercado de enemigos, no podía construirse el socialismo. También en el caso de que por un momento se hubiera tomado el poder, la burguesía lo hubiese arrebatado de nuevo, como ocurrió en Grecia, donde incluso antes del fin victorioso de la guerra, el Partido Comunista Griego entregó las armas a la burguesía reaccionaria del país y al imperialismo inglés.[46]

Por eso, el problema del papel hegemónico en la revolución reviste una gran importancia de principios, porque de la cuestión de saber quién la dirige dependen la dirección y el desarrollo que va a tomar.

«La renuncia a la idea de la hegemonía -puntualizaba Lenin- es la variedad más burda del reformismo[47]

Precisamente la negación por parte del «pensamiento Mao Tse-tung» del papel hegemónico del proletariado, fue una de las causas de que la revolución china no pasase de ser una revolución democrático-burguesa y no llegase a revolución socialista. Mao Tse-tung en su escrito «Sobre la nueva, democracia» preconizaba que, después del triunfo de la revolución en China, debía instaurarse un régimen que se asentase en la alianza de las «clases democráticas», donde incluía, además del campesinado y el proletariado, a la pequeña burguesía urbana y a la burguesía nacional.

«Si es justo, escribe él, que «deben comer todos», entonces el poder no debe ser usurpado sólo por un partido, un grupo, una clase».[48] Esto mismo ha sido reflejado en la bandera nacional de la República Popular China con las cuatro estrellas, que representan cuatro clases: La clase obrera, el campesinado, la pequeña burguesía de la ciudad y la burguesía nacional.

La revolución en China, que llevó a la liberación del país, a la creación del estado chino independiente, fue una gran victoria para el pueblo chino, para las fuerzas antiimperialistas y democráticas del mundo. Después de la liberación en China se operaron bastantes cambios positivos: se liquidó la dominación del imperialismo extranjero y de los grandes terratenientes, se combatieron la pobreza y el paro forzoso, se realizaron una serie de reformas económicas y sociales en favor de las masas trabajadoras, se luchó contra el atraso educacional y cultural, se adoptaron diversas medidas para reconstruir el país destruido por la guerra, se llevaron a cabo asimismo algunas transformaciones de carácter socialista. En China, donde antes la gente se moría por millones, ya no había hambre y otras lacras. Todos estos son hechos innegables, son victorias importantes para el pueblo chino.

Debido a la adopción de estas medidas y a que el Partido Comunista de China llegó al poder, se creó la impresión de que China se encaminaba hacia el socialismo. Pero no ocurrió así. El Partido Comunista de China, que después del triunfo de la revolución democrático-burguesa debía caminar con pasos mesurados, no dar muestra de izquierdismo ni quemar las etapas, al basar su actividad en el «pensamiento Mao Tse-tung», se mostró «democrático», liberal, oportunista y no orientó el país de manera consecuente por el justo camino del socialismo.

Los puntos de vista políticos e ideológicos no marxistas, eclécticos, burgueses de Mao Tse-tung dieron a la China liberada una superestructura inestable, una organización estatal y económica caótica, que nunca se estabilizó. China se debatía en un desorden permanente, incluso anárquico, desorden que era estimulado por el propio Mao Tse-tung mediante la consigna de que «se debe enturbiar para aclarar».

En el nuevo estado chino un papel especial ha desempeñado Chou En-lai. Este era un economista y organizador capaz, pero jamás fue un político marxista-leninista. Como pragmatista típico que era, supo llevar a la práctica sus concepciones no marxistas y acomodarlas a la perfección a cada grupo que tomaba el poder en China. Era un «poussa»[49], siempre estaba de pie, no obstante, en todo momento se inclinaba desde el centro hacia la derecha, pero jamás hacia la izquierda.

Chou En-lai era un maestro de los compromisos sin principio. Ha apoyado y condenado a Chang Kai- shek, Kao-gang, Liu Shao-chi, Teng Siao-ping, Mao Tse-tung, Lin Piao, a los «cuatro», pero jamás apoyó a Lenin y a Stalin, al marxismo-leninismo.

Después de la liberación, como consecuencia de los puntos de vista y de las posiciones de Mao Tse- tung, Chou En-lai, etc., en la línea política del partido se advirtieron numerosas vacilaciones en todas las direcciones. En China se conservó viva la tendencia predicada por el «pensamiento Mao Tse-tung» de que la etapa de la revolución democrático-burguesa debía proseguir por largo tiempo. Mao Tse-tung insistía en que en esta etapa, a la par del desarrollo del capitalismo, al cual daba prioridad, se crearían igualmente las premisas del socialismo. A esto está ligada también su tesis sobre la convivencia del socialismo con la burguesía durante un período de tiempo muy largo, considerando esto como algo útil tanto para el socialismo como para la burguesía. Respondiendo a los que se oponían a tal política y que presentaban como argumento la experiencia de la Revolución Socialista de Octubre, Mao Tse-tung dice: «La burguesía rusa era una clase contrarrevolucionaria; rechazó por aquel entonces las medidas del capitalismo de estado, boicoteó la producción, hizo sabotajes y llegó a recurrir a las armas. Así las cosas, el proletariado ruso no tuvo más remedio que liquidarla. Exasperada por esto, la burguesía de los demás países vomitó injurias. Aquí en China damos un tratamiento más o menos suave a la burguesía nacional, y ésta se siente un poco a gusto al ver que todavía puede obtener algún provecho».[50] Tal política, según Mao Tse-tung, ha aportado a China un supuesto prestigio a los ojos de la burguesía internacional, cuando en realidad ha ocasionado un gran perjuicio al socialismo en China.

Mao Tse-tung ha presentado esta actitud oportunista hacia la burguesía como una aplicación creadora de las enseñanzas de Lenin sobre la NEP (Nueva Política Económica). Pero entre las enseñanzas de Lenin y la concepción de Mao Tse-tung sobre la ausencia de toda restricción a la producción capitalista y la conservación de las relaciones burguesas en el socialismo, existe una diferencia radical. Lenin reconoce que la NEP era un retroceso que permitía el desarrollo de los elementos del capitalismo, durante un cierto tiempo, pero, subraya:

«...para el poder proletario no hay en ello nada terrible, mientras el proletariado sostenga firmemente el poder en sus manos, mientras mantenga firmemente en sus manos los medios de transporte y la gran industria».[51]

En China, en 1949 y en 1956, fechas en que Mao Tse-tung hacia estas prédicas, de hecho el proletariado no mantenía en sus manos ni el poder ni la gran industria.

Además Lenin consideraba la NEP como algo provisional que venía impuesto por las condiciones concretas de la Rusia de entonces, arruinada por la larga guerra civil, pero no como una ley general de la construcción socialista. De hecho, un año después de la proclamación de la NEP, Lenin puntualizaba que la retirada ya había terminado y lanzó la consigna de preparar la ofensiva contra el capital privado en la economía. Mientras que en China se preveía que el período de la preservación de la producción capitalista se prolongase durante casi toda la vida. Según el punto de vista de Mao Tse-tung el régimen implantado en China después de la liberación debía ser un régimen democráticoburgués, mientras, aparentemente, debía estar en el poder el Partido Comunista de China. Así es el «pensamiento Mao Tse-tung».

La transición de la revolución democrático-burguesa a la revolución socialista puede realizarse siempre y cuando el proletariado aparte del poder de manera resuelta a la burguesía y la expropia. En China mientras la clase obrera compartió el poder con la burguesía, mientras la burguesía conservó sus privilegios, el poder instaurado en ese país no podía ser poder del proletariado, y por consiguiente la revolución china no podía elevarse a revolución socialista.

El Partido Comunista de China ha mantenido una actitud benévola, oportunista hacia las clases explotadoras y Mao Tse-tung ha predicado abiertamente la integración pacifica de los elementos capitalistas en el socialismo. Mao Tse-tung decía: «Aunque hoy todos los ultrarreaccionarios del mundo son ultrarreaccionarios y lo serán mañana y pasado mañana, no pueden serlo eternamente; al final cambiarán... Los ultrarreaccionarios, en esencia, son testarudos, pero no inmutables... Ocurre que los ultrarreaccionarios cambian para bien... reconocen sus errores y se ponen en el camino justo. En una palabra, los ultrarreaccionarios cambian».[52]

Queriendo poner una base teórica a este concepto oportunista y jugando con la «transformación de los contrarios»; Mao 'Tse-tung decía que, a través del debate, la crítica y la transformación, las contradicciones antagónicas se convierten en no antagónicas, que las clases explotadoras y la intelectualidad burguesa pueden volverse en su contrario, es decir, hacerse revolucionarias. «Pero en las condiciones de nuestro país, escribía Mao Tse-tung en 1956, la mayor parte de los contrarrevolucionarios se corregirán en diversos grados. Gracias a que hemos adoptado una política correcta respecto a los contrarrevolucionarios, muchos de ellos han cambiado y no se oponen a la revolución. Incluso, algunos han hecho cosas útiles.»[53]

Partiendo de tales concepciones antimarxistas, según las cuales los enemigos de clase con el paso del tiempo se enmiendan, ha predicado la conciliación de clases con ellos, y ha permitido que continúen enriqueciéndose, explotando, expresándose y actuando libremente en contra de la revolución. Para justificar esta actitud capitulacionista hacia los enemigos de clase Mao Tse-tung escribía: «Ahora estamos muy atareados. Atacarlos todos los días y durante cincuenta años, es imposible. Al que rehúse corregirse, podemos dejarle así y que, llevando sus errores al ataúd, se presente ante los soberanos del infierno».[54] Actuando en la práctica de acuerdo con estas consideraciones conciliadoras con los enemigos, la administración estatal en China permaneció en manos de los viejos funcionarios. Los generales de Chiang Kai-shek llegaron incluso a ministros. Hasta el emperador Pu I de Man-Chu-Kuo, emperador títere de los invasores japoneses, fue rodeado de todos los cuidados y convertido en un objeto de museo para que las delegaciones se entrevistaran y conversaran con él, y vieran cómo eran reeducadas las personas de este tipo en la China «socialista». La publicidad que se hacía de este ex emperador marioneta, tenia, entre otros, el objetivo de tranquilizar también a los reyes, a los cabecillas y a los peleles de la reacción de los otros países, y persuadirles de que el «socialismo» de Mao es bueno y no hay motivo para tenerle miedo.

En China se han mantenido actitudes que no huelen a lucha de clases también hacia los feudales y los capitalistas, que han cometido innumerables crímenes contra el pueblo chino. Elevando a teoría tales actitudes y defendiendo abiertamente a los contrarrevolucionarios, Mao Tse-tung declaraba: «...no debemos ejecutar a nadie y tenemos que detener a muy pocos. Los departamentos de la seguridad pública no deben arrestarlos, el ministerio público no debe perseguirlos ni dar inicio a procesos de instrucción contra ellos, y los tribunales no deben juzgar a nadie. Precisamente así tenemos que actuar con más del 90 por ciento de los contrarrevolucionarios».[55] Mao Tse-tung, razonando como un sofista, indica que la ejecución de los contrarrevolucionarios no reporta ningún beneficio, que esto obstaculiza la producción y el nivel científico del país, acarrea una mala fama en el mundo, etc., porque si se elimina a un contrarrevolucionario «nos veríamos obligados a comparar con él a un segundo, a un tercero y así sucesivamente, de modo que rodarían muchas cabezas... y si cae una cabeza, no puede ser puesta en su lugar, no es como una cebolla que vuelve a crecer después de ser cortada».[56]

Como resultado de estas concepciones antimarxistas sobre las contradicciones, sobre las clases y sobre su papel en la revolución, preconizadas por el «pensamiento Mao Tse-tung», China jamás marchó por el justo camino de la construcción socialista. En la sociedad china han existido y continúan existiendo no ya remanentes económicos, políticos, ideológicos y sociales del pasado, sino también las clases explotadoras en tanto que clases, las cuales han estado y siguen en el poder. La burguesía no sólo no ha dejado de existir, sino que además continúa beneficiándose de las rentas de sus antiguos bienes. Legalmente en China no ha desaparecido la renta capitalista, porque la dirección china se ha atenido a la estrategia de la revolución democrático-burguesa formulada por Mao Tse- tung en 1935, que en aquel entonces decía: «la legislación laboral de la república popular..., no está dirigida contra el enriquecimiento de la burguesía nacional...»[57] La capa de los kulaks, teniendo en cuenta la forma que tomó en China, ha conservado grandes ventajas y beneficios, de acuerdo con la «política del derecho igual a la tierra». El propio Mao Tse-tung orientaba que los kulaks no fuesen tocados, porque esto podría suscitar la cólera de la burguesía nacional, con la cual el Partido Comunista de China había formado un frente único en lo político, lo económico y lo organizativo.[58]

Todo esto demuestra que el «pensamiento Mao Tse-tung» no dirigió ni podía dirigir a China por el verdadero camino del socialismo. Incluso, como ha declarado Chou En-Lai en 1949 al dirigirse en secreto al gobierno norteamericano para que ayudara a China, ni Mao Tse-tung ni sus principales sostenedores habían sido partidarios de la vía del socialismo. «China, escribía Chou En-lai, todavía no es un país comunista, y si la política de Mao Tse-tung es llevada correctamente a la práctica, tardará mucho tiempo en serlo.»[59]

Demagógicamente, Mao Tse-tung y el Partido Comunista de China han subordinado a su política pragmática todas las declaraciones sobre la construcción de la sociedad socialista y comunista. Así, en los años del llamado gran salto, con la intención de echar tierra a los ojos de las masas, que, habiendo salido de la revolución, aspiraban al socialismo, declaraban que en el lapso de 2 ó 3 quinquenios pasarían directamente al comunismo. Pero más tarde, para encubrir sus fracasos, se pusieron a elucubrar teorías según las cuales la construcción y el triunfo del socialismo necesitarían diez mil años.

Es cierto que el Partido Comunista de China se llamaba comunista, pero evolucionó en otra dirección, en un camino liberal caótico, en un camino oportunista, y no podía ser una fuerza capaz de guiar el país hacia el socialismo. El camino que recorría, y que se concretó más claramente después de la muerte de Mao, no era el camino del socialismo, sino el de la construcción de un gran estado burgués, socialimperialista.

 

El «pensamiento Mao Tse-tung», en tanto que doctrina antimarxista, ha substituido el internacionalismo proletario por el chovinismo de gran estado.

El Partido Comunista de China, ya en los primeros pasos de su actividad, manifestó tendencias abiertamente nacionalistas y chovinistas, las cuales, como demuestran los hechos, tampoco pudieron ser erradicadas en los períodos posteriores. Li Da-chao, uno de los fundadores del Partido Comunista de China, decía: «los europeos piensan que el mundo pertenece exclusivamente a los blancos y que éstos constituyen la clase superior, mientras que los pueblos de color, la clase inferior. El pueblo chino, prosigue Li Da-chao, debe estar dispuesto a desarrollar una lucha de clases contra las otras razas del mundo, en el curso de la cual manifestará una vez más sus propias peculiaridades nacionales> >. Con estas concepciones se modeló desde un comienzo el Partido Comunista de China.

Estas concepciones racistas y nacionalistas no debían estar completamente erradicadas de la mentalidad de Mao Tse-tung y mucho menos de la de Liu y de Teng. En el informe presentado en 1938 ante el Comité Central del Partido, Mao Tse-tung decía: «La China de hoy es producto de todo el desarrollo anterior de China... Debemos generalizar nuestro pasado, desde Confucio hasta Sun Yat-sen, ... debemos tomar posesión de su valioso legado. Esto será un fuerte apoyo para dirigir el gran movimiento actual.»[60]

Naturalmente, todo partido marxista-leninista admite que es preciso apoyarse en el patrimonio del pasado de su pueblo, pero tiene en cuenta que no se debe apoyar en cualquier patrimonio heredado, sino sólo en el progresista. Los comunistas rechazan el patrimonio reaccionario tanto en el terreno de las ideas como en cualquier otro. Los chinos han sido muy conservadores, e incluso xenófobos, por lo que se refiere a las formas y al contenido de este patrimonio y a sus viejas ideas. Conservaban lo viejo como un tesoro de gran valor. De las conversaciones que hemos sostenido con ellos se desprende que toda experiencia revolucionaria mundial, no tenía mucho valor para los chinos. Para ellos sólo tenían valor su política, la lucha que han desarrollado contra Chiang Kai-shek, la larga marcha, la teoría de Mao Tse-tung. Por lo que se refiere a los valores progresistas de los demás pueblos, los chinos no tenían ninguna consideración o ésta era muy poca, incluso no se tomaban la molestia de estudiarlos. Mao Tse-tung ha declarado que «los chinos deben dejar de lado las fórmulas creadas por los extranjeros». Pero no determina cuáles son estas fórmulas. Él ha denunciado «todos los clichés y los dogmas tomados de los otros países». Aquí surge la siguiente pregunta: ¿Acaso en estos «dogmas» y «clichés» extraños a China se incluye también la teoría del socialismo científico que no ha sido elaborada por los chinos?

La dirección del Partido Comunista de China ha considerado el marxismo-leninismo como monopolio de la Unión Soviética, respecto a la cual Mao Tse-tung y compañía han abrigado puntos de vista chovinistas, puntos de vista de gran estado, han tenido, por decirlo así, un cierto celo burgués. No han considerado la Unión Soviética de los tiempos de Lenin y Stalin como la gran patria del proletariado mundial, en la cual debían apoyarse los proletarios de todo el mundo para realizar la revolución y a la cual debían defender con todas sus fuerzas frente al gran ataque de la burguesía y del imperialismo.

Hace algunas décadas, Mao Tse-tung y Chou En-lai, los dos principales lideres del Partido Comunista de China, han hablado y actuado en contra de la Unión Soviética dirigida por Stalin, han hablado también en contra del propio Stalin. Mao Tse-tung acusaba a Stalin de subjetivismo, de que «se le escapó la conexión existente entre la lucha y la unidad de los contrarios»[61], de haber cometido «una serie de errores con relación a China: de él provinieron tanto el aventurerismo de «izquierda» de Wang Ming en la última fase de la Segunda Guerra Civil Revolucionaria como su oportunismo de derecha en la fase inicial de la guerra de resistencia contra el Japón»,[62] de que la manera de actuar de Stalin respecto a Yugoslavia y a Tito ha sido errónea,[63] etc.

Mao Tse-tung, a pesar de que algunas veces defendía por pura fórmula a Stalin, afirmando que sus errores representan únicamente el 30 por ciento de su obra, de hecho sólo hablaba de sus errores. No es casual que en la Conferencia de los partidos comunistas y obreros celebrada en Moscú en 1957, Mao declarase: «cuando vine a encontrar a Stalin me sentí como el alumno ante el maestro, mientras que ahora, al encontrarnos con Jruschov, somos como compañeros, somos libres». Con esto saludaba y aprobaba públicamente las calumnias de Jruschov contra Stalin y defendía la línea jruschovista.

Al igual que los demás revisionistas, Mao Tse-tung ha utilizado las críticas a la persona de Stalin para legitimar el abandono de los principios marxista-leninistas, que fueron defendidos consecuentemente y enriquecidos aún más por Stalin. Al atacarle, los revisionistas chinos pretendían desprestigiar su obra y su autoridad, para elevar la autoridad de Mao Tse-tung al rango de un dirigente mundial, de un clásico del marxismo-leninismo que ¡habría seguido siempre una línea justa e infalible! Asimismo, estas críticas reflejaban el descontento acumulado con respecto a Stalin por las observaciones y las criticas que él y el Komintern habían hecho a la dirección del Partido Comunista de China y a Mao Tse-tung, que no aplicaban de manera consecuente los principios del marxismo-leninismo acerca del papel dirigente del proletariado en la revolución, acerca del internacionalismo proletario, acerca de la estrategia y la táctica de la guerra revolucionaria, etc. Mao Tse-tung ha manifestado abiertamente este descontento diciendo: «Stalin tuvo la sospecha de que la nuestra era una victoria al estilo Tito, y en los años 1949 y 1950 ejerció una presión muy grande sobre nosotros».[64] Asimismo, en las conversaciones que Chou En-lai sostuvo con nosotros aquí, en Tirana, nos dijo: «Stalin sospechaba que fuésemos pronorteamericanos, o que siguiésemos la vía yugoslava». El tiempo demostró que Stalin tenía toda la razón. Sus previsiones acerca de la revolución china y las ideas que la orientaban, resultaron ser exactas.

Las contradicciones entre el Partido Comunista de China dirigido por Mao Tse-tung y el Partido Comunista de la Unión Soviética dirigido por Stalin, así como las contradicciones entre el Partido Comunista de China y el Komintern eran contradicciones de principio acerca de cuestiones fundamentales de la estrategia y la táctica revolucionarias marxista-leninistas. Así, por ejemplo, el Comité Central del Partido Comunista de China ha ignorado la tesis del Komintern sobre el desarrollo correcto y consecuente de la revolución en China, su orientación de que la clase obrera en la ciudad y el ejército de liberación actuasen conjuntamente, la tesis del Komintern sobre el carácter y las etapas de la revolución china, etc. Mao Tse-tung y los otros dirigentes del Partido Comunista de China continuamente han hablado con desprecio respecto a los delegados enviados por el Komintern a China, calificándoles de «necios», de «ignorantes», de «desconocer la realidad china», etc. Mao Tse- tung, al considerar cada país como una «realidad objetiva en sí misma», «cerrada para los otros», calificaba simplemente de imposible e innecesaria la ayuda de los delegados del Komintern. En el discurso pronunciado en la Conferencia ampliada de trabajo del Comité Central del Partido Comunista de China, en enero de 1962, Mao Tse-tung ha dicho: «China, en tanto que mundo objetivo, fue conocida por los chinos y no por los camaradas del Komintern, que se ocupaban de la cuestión china. Estos camaradas del Komintern desconocían o conocían poco la sociedad china, la nación china y la revolución china. Entonces, ¿por qué hay que hablar aquí de estos camaradas extranjeros?»

Mao Tse-tung excluye al Komintern cuando se trata de los éxitos. Por el contrario, le culpa a él y a sus representantes en China de las derrotas y las desviaciones del Partido Comunista de China, de no haber comprendido las situaciones que sé han desarrollado en este país y no haber sacado de ellas las deducciones correctas. El y otros dirigentes chinos acusan al Komintern de que a la hora de desarrollar una lucha consecuente para tomar el poder y construir el socialismo en China los ha obstaculizado y confundido. Pero, los hechos del pasado y sobre todo la actual realidad china confirman que en general las resoluciones y las directrices del Komintern para China han sido justas y que el Partido Comunista de China no ha actuado sobre la base y en el espíritu de los principios del marxismo-leninismo.

Las consecuencias del nacionalismo estrecho y del chovinismo de gran estado, que caracterizan el «pensamiento Mao Tse-tung» y que han sido y son la base de la actividad del Partido Comunista de China, se reflejan también en las posturas y en la actuación de este partido en el movimiento comunista internacional.

Esto se observa en concreto en la actitud del Partido Comunista de China hacia los nuevos partidos marxista-leninistas, que se crearon después de la traición jruschovista. Desde un principio, la dirección china no tuvo la más mínima confianza en ellos. Este punto de vista ha sido expresado abiertamente por Keng Piao, persona que en el Comité Central del Partido Comunista de China decide en lo que concierne a sus relaciones con el movimiento comunista internacional. Al respecto ha dicho: «China no aprueba la creación de los partidos marxista-leninistas ni desea que los representantes de estos partidos vengan a China. Su llegada nos crea problemas, ha señalado, pero qué vamos a hacer, no podemos expulsarlos. Los aceptamos al igual que hacemos con los representantes de los partidos burgueses».[65] Esta política, que no tenía nada en común con el internacionalismo proletario, era practicada en vida de Mao Tse-tung, cuando estaba completamente en condiciones de pensar y dirigir, y por tanto contaba con su total aprobación.

Cuando estos nuevos partidos marxista-leninistas, en oposición a los deseos de los dirigentes chinos, comenzaron a reforzarse, entonces aplicaron otra táctica, la de reconocer a todos los nuevos partidos y cualquier grupo sin excepción y sin ninguna distinción, bastaba que se autodenominasen «partido marxista», «partido revolucionario», «guardia roja», etc. Esta actitud y esta táctica del Partido Comunista de China han sido criticadas por el Partido del Trabajo de Albania. Lo mismo han hecho los otros verdaderos partidos marxista-leninistas. No obstante, la dirección revisionista china ha continuado por el mismo camino.

De acuerdo con su política pragmática hacia los nuevos partidos y grupos que se crearon, los dirigentes chinos han mantenido actitudes diferenciadas. Han considerado Como enemigos suyos a los verdaderos partidos marxista-leninistas, mientras los grupos y los partidos que se contraponían a los primeros, se volvieron muy queridos para ellos. En la actualidad, con estos partidos y grupos antimarxistas, que ponen por las nubes el «pensamiento Mao Tse-tung», los revisionistas chinos no sólo mantienen relaciones sino que además invitan a sus representantes uno tras otro a Pekín, donde les preparan, les dan ayuda financiera y orientaciones políticas e ideológicas, les instruyen sobre cómo actuar contra el Partido del Trabajo de Albania y contra los verdaderos partidos marxistaleninistas. Les exigen que hagan propaganda del «pensamiento Mao Tse-tung», de la teoría de los «tres mundos» y, en general, de la política exterior de China, que eleven el culto a la personalidad de Jua Kuo-feng y de Teng Siao-ping y condenen a los «cuatro». Para los revisionistas chinos, el partido que cumple estos requisitos es marxista-leninista, mientras que los partidos que están en contra de ellos son calificados de antimarxistas, aventureros, etc.

Todo esto demuestra que los dirigentes revisionistas chinos, en sus relaciones con los partidos marxista-leninistas, no han aplicado los principios y las normas leninistas que regulan las relaciones entre los auténticos partidos comunistas. Ellos, al igual que los revisionistas jruschovistas, han utilizado hacia los otros partidos el concepto antimarxista de «partido padre», el diktat, las presiones, la ingerencia en los asuntos internos, y jamás han aceptado los consejos y las sugerencias camaraderiles de los partidos hermanos. Se han opuesto a los encuentros multilaterales de los partidos marxista-leninistas, a las reuniones donde se discutiesen los grandes problemas de la preparación y el triunfo de la revolución, de la lucha contra el revisionismo moderno y en defensa del marxismo-leninismo, donde se intercambiase experiencia y se coordinasen las acciones, etc. El motivo de esta actitud reside, entre otras cosas, en que han tenido miedo de enfrentarse con los verdaderos marxista-leninistas en reuniones multilaterales, porque hubieran sido puestas al descubierto y desenmascaradas sus teorías antimarxistas y revisionistas al servicio del capital mundial y de la estrategia para hacer de China una superpotencia.

Otro índice de la esencia antimarxista del «pensamiento Mao Tse-tung» son los lazos que el Partido Comunista de China ha mantenido y mantiene con muchos partidos y grupos fascistas heterogéneos, revisionistas, etc. Ahora se esfuerza por preparar el terreno para infiltrarse o establecer lazos también con los viejos partidos revisionistas de los diversos países, como por ejemplo con el de Italia, Francia, España y de otros países de Europa, América Latina, etc. Los chinos están dando una importancia cada vez más grande a estos lazos en razón de que ideológicamente todos ellos están en la misma línea que el Partido Comunista de China, no obstante las diferencias que tienen en las tácticas, las cuales dependen de la naturaleza, de la fuerza y el potencial del capitalismo en cada país.

Los vínculos del Partido Comunista de China con estos partidos revisionistas tradicionales irán ampliándose gradualmente, su actuación irá coordinándose, mientras que los pequeños grupos llamados «marxista-leninistas», que siguen la línea china, continuarán siendo utilizados por él para combatir y escindir a los verdaderos partidos marxista-leninistas, que existen y que permanecen en posiciones inconmovibles, así como a los otros partidos que nacen y nacerán. Al actuar de esta manera, los revisionistas chinos ayudan abiertamente al capitalismo, a los partidos socialdemócratas y revisionistas, sabotean el estallido y el triunfo de la revolución y, de manera particular, la preparación del factor subjetivo, el fortalecimiento de los verdaderos partidos marxista-leninistas que dirigirán esta revolución.

El Partido Comunista de China aplicó esta táctica en sus relaciones con la llamada Liga de los Comunistas de Yugoslavia, que ha trabajado con todas sus fuerzas para escindir el movimiento comunista internacional y ha combatido incesantemente contra el socialismo y el marxismo-leninismo. Los actuales dirigentes chinos desean avanzar junto con los revisionistas yugoslavos y coordinar las acciones en la lucha contra el marxismo-leninismo y todos los partidos marxista-leninistas, contra la revolución, el socialismo y el comunismo.

Mao Tse-tung y el Partido Comunista de China han mantenido una actitud pragmática hacia el revisionismo yugoslavo, y sus puntos de vista sobre Tito y el titismo han sufrido una gran evolución. Al principio Mao Tse-tung decía que Tito no se habla equivocado, sino que fue Stalin quien cometió errores respecto a Tito. Más tarde el mismo Mao Tse-tung alineó a Tito con Hitler y Chiang Kai-shek diciendo que «personas tales... como Tito, Hitler, Chiang Kai-shek y el zar no pueden ser corregidas, hay que suprimirlas». Pero de nuevo cambió su actitud y expresó su gran deseo de encontrarse con Tito. En los últimos tiempos el propio Tito declaró: «Fui invitado a China cuando Mao Tse-tung vivía. En el curso de la visita del presidente de la Veche Ejecutiva Federativa, Djemal Biyedic, Mao Tse- tung le manifestó el deseo de que yo visitara China. El presidente Jua Kuo-feng asimismo me dijo que hace cinco años Mao Tse-tung había dicho que debía invitarme a realizar una visita, señalando que Yugoslavia tenia razón también en 1948, cosa que él (Mao Tse-tung) ya había declarado en aquel entonces en un circulo íntimo, pero que, teniendo en cuenta las relaciones que existían en aquel tiempo entre China y la Unión Soviética, esto no lo dijeron públicamente»[66].

La dirección revisionista de China está llevando a la práctica fielmente este «testamento» de Mao Tse-tung. Jua Kuo-feng aprovechó la visita de Tito a China y particularmente su visita a Yugoslavia para cubrir de elogios a Tito, para presentarlo como un «marxista-leninista destacado», como un «gran dirigente» no sólo de Yugoslavia sino también del movimiento comunista internacional. De esta forma, la dirección china aprobó de manera abierta también los ataques de los titistas contra Stalin y el Partido Bolchevique, contra el Partido del Trabajo de Albania, contra el movimiento comunista internacional y el marxismo-leninismo.

Las estrechas relaciones políticas e ideológicas de los revisionistas chinos con el titismo, con los «eurocomunistas» como Carrillo y compañía, el apoyo que proporcionan a los partidos y grupos antimarxistas, trotskistas, anarquistas y socialdemócratas, demuestran que los dirigentes chinos, inspirados y orientados por el «pensamiento Mao Tse-tung», están creando un frente ideológico común con los renegados del marxismo-leninismo, contra la revolución, contra los intereses de la lucha de liberación de los pueblos. Por eso, las «teorías» chinas son motivo de alegría para todos los enemigos del comunismo, porque ven que el «pensamiento Mao Tse-tung», la política china, están dirigidos contra la revolución y el socialismo.

Estas cuestiones que acabamos de analizar no agotan todo el contenido antimarxista y antileninista del «pensamiento Mao Tse-tung». No obstante, son suficientes para concluir que Mao Tse-tung no ha sido un marxista-leninista, sino un revolucionario demócrata, progresista, que durante un largo periodo de tiempo permaneció al frente del Partido Comunista de China y desempeñó un papel importante en el triunfo de la revolución democrática, antiimperialista china. En el interior de China, en el partido, en el pueblo, y fuera de China recibió el nombre de gran marxista-leninista, y él mismo se hacía pasar por comunista, por un dialéctico marxista-leninista, pero no lo era. Era un ecléctico que juntaba varios elementos de la dialéctica marxista con el idealismo, con la filosofía burguesa y revisionista, e incluso con la vieja filosofía china. Por eso las concepciones de Mao Tse-tung no deben ser estudiadas únicamente en las frases arregladas que aparecen en algunas de sus obras editadas, sino que es preciso estudiarlas en su totalidad, en su aplicación en la vida, viendo además las consecuencias que han acarreado en la práctica.

En la evaluación del «pensamiento Mao Tse-tung», es importante tener en cuenta también las condiciones históricas concretas en que fue formado. Las ideas de Mao Tse-tung se desarrollaron en la época de la descomposición del capitalismo, por tanto en el período en que las revoluciones proletarias están en el orden del día y cuando el ejemplo de la Gran Revolución Socialista de Octubre, las grandes enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin se han convertido en guía infalible para el proletariado y los pueblos revolucionarios del mundo. La teoría de Mao Tse-tung, el «pensamiento Mao Tse-tung», que nació en estas condiciones nuevas, intentaría cubrirse y se cubrió con el ropaje de la teoría más revolucionaria y más científica del momento, el marxismo-leninismo, pero en esencia siguió siendo una «teoría» que está en oposición a la causa de la revolución proletaria y acude en ayuda del imperialismo en crisis y descomposición. Por eso decimos que Mao Tse-tung y el «pensamiento Mao Tse-tung» son antimarxistas.

Cuando se habla del «pensamiento Mao Tse-tung», es difícil definir una línea única y clara del mismo, porque, como decíamos al principio, es una amalgama de ideologías, comenzando por el anarquismo, el trotskismo, el revisionismo moderno titista, jruschovista, «eurocomunista», y acabando por el empleo de algunas frases marxistas. En toda esta amalgama, un lugar de honor ocupan las viejas ideas de Confucio, de Mencio y de los otros filósofos chinos, los cuales han influido directamente en la formación de las ideas de Mao Tse-tung, en su desarrollo cultural y teórico. Incluso algunos aspectos de las concepciones de Mao Tse-tung, que aparecen bajo la forma de un marxismo-leninismo desnaturalizado, llevan el sello y presentan las particularidades de un cierto «asio-comunismo» con fuertes dosis nacionalistas, xenófobas y hasta religiosas, budistas, que cualquier día se opondrían abiertamente al marxismo-leninismo.

El grupo revisionista de Jua Kuo-feng y Teng Siao-ping, que hoy ejerce su dominio en China, tiene como base teórica y plataforma ideológica de su política y su actividad reaccionarias el «pensamiento Mao Tse-tung».

El grupo de Jua Kuo-feng y Ye Chien-ying que llegó al poder, para reforzar sus posiciones tambaleantes, enarboló la bandera de Mao Tse-tung. Bajo esta bandera condenó la manifestación de Tien An Men17 y suprimió a Teng Siao-ping, al que colocó la merecida etiqueta de revisionista. Bajo esta bandera, dicho grupo tomó el poder mediante un putsch y desbarató a los «cuatro». Pero el caos que siempre ha caracterizado a China continuó agravándose. Esta situación turbia hizo aparecer en escena e impuso la llegada al poder de Teng Siao-ping, el cual, valiéndose de métodos fascistas, reanudó la marcha por su camino de extrema derecha.

El objetivo de Teng era reforzar las posiciones de su propio grupo, proseguir sin tapujos el curso de la alianza con el imperialismo norteamericano y la burguesía reaccionaria mundial. Teng Siao-ping elaboró el programa de las «cuatro modernizaciones», puso punto final a la Revolución Cultural, liquidó a la inmensa masa de cuadros que fueron llevados al poder, al partido y al ejército por dicha revolución y los reemplazó por elementos de la más negra reacción, desenmascarados y condenados anteriormente.

Ahora asistimos a un período que se caracteriza por los dazibaos contra Mao Tse-tung, con los cuales los partidarios de Teng Siao-ping empapelan los muros de Pekín. Se trata del periodo de la «revancha» que persigue dos objetivos: primero, liquidar el «prestigio» de Mao y eliminar el obstáculo Jua Kuo-feng y, segundo, convertir a Teng Siao-ping en dictador fascista omnipotente y rehabilitar a Liu Shao-chi.

En China, y también en el exterior, existen personas que al observar estas maniobras reaccionarias, comparan la lucha de Teng Siao-ping contra Mao, que jamás fue un marxista-leninista, con el crimen perpetrado por Jruschov que echó barro sobre Stalin, el cual fue y sigue siendo un gran marxistaleninista. Nadie que tenga dos dedos de frente puede admitir tal analogía.

La comparación más justa que puede hacerse es la siguiente: Brezhnev y su grupo revisionista derrocó a Jruschov y ahora el Brezhnev chino, Teng Siao-ping, está derribando del pedestal al Jruschov chino, Mao Tse-tung.

Todo esto es un juego revisionista, es una lucha por el poder personal. En China siempre ha sido así. En todo esto no hay nada de marxista. Esta situación será arreglada sólo por la clase obrera china y un partido verdaderamente marxista-leninista depurado del «pensamiento Mao Tse-tung», del «pensamiento Teng Siao-ping» y otros pensamientos similares antimarxistas, revisionistas, burgueses. Las ideas de Marx, Engels, Lenin y Stalin son las que pueden salvar a China de esta situación por medio de una verdadera revolución proletaria.

Confiamos en que un día en China triunfarán el marxismo-leninismo y la revolución proletaria y en que los enemigos del proletariado y del pueblo chinos perderán. Naturalmente esto no podrá lograrse sin lucha y sin sangre debido a que en China será preciso realizar muchos esfuerzos para crear el partido revolucionario marxista-leninista, el dirigente indispensable para conquistar la victoria sobre los traidores, para lograr la victoria del socialismo.

Estamos convencidos de que el hermano pueblo chino, los auténticos revolucionarios chinos se liberarán de las ilusiones y los mitos. Comprenderán política e ideológicamente que en la dirección del Partido Comunista de China no existen revolucionarios marxista-leninistas, sino gente de la burguesía, del capitalismo, que siguen un camino que no tiene conexión alguna con el socialismo y el comunismo. Pero, para que las masas y los revolucionarios comprendan esto, es preciso que se percaten de que el «pensamiento Mao Tse-tung» no es el marxismo-leninismo y que Mao Tse-tung no ha sido un marxista-leninista.

La crítica que nosotros, los marxista-leninistas, hacemos del «pensamiento Mao Tse-tung» no tiene nada en común con los ataques emprendidos contra Mao Tse-tung por el grupo de Teng Siao-ping, en la pugna de éste por el poder.

Hablando abierta y sinceramente de estos asuntos, los comunistas albaneses cumplimos con nuestro deber en defensa del marxismo-leninismo y, al mismo tiempo, en tanto que internacionalistas, ayudamos al pueblo y a los revolucionarios chinos para que encuentren el camino justo en estas difíciles situaciones por las que están pasando.

 

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[1] V. I. Lenin. Obras, t. XXXIII, págs, 153-154, ed. en albanés.

[2] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 147, ed. en albanés.

[3] V. I. Lenin. Obras, t. XXVII, pág. 418, ed. en albanés.

[4] V. I. Lenin. Obras, t. xxx, págs. 562-563, ed. en albanés. 

[5] V. I. Lenin. Obras, t. xxx, págs. 562-563, ed. en albanés.

[6] V. I. Lenin. Obras, t. XXV, págs. 359-360, ed. en albanés.

[7] V. I. Lenin. Obras, t. XXIX, pág. 160, ed. en albanés.

[8] Ver: Enver Hoxha, Eurocomunismo es anticomunismo.

[9] Véase: Enver Hoxha. Reflexiones sobre China, t. II, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1979, págs. 512-519, ed. en español.

[10] En francés - vertedero.

[11] En francés en el original - al pie de la letra.

[12] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 540, ed en albanés.

[13] Véase: Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1983, págs. 3 8-78, ed. en español.

[14] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. III, pág. 19. ed. en albanés.

[15] Véase: Enver Hoxha. Reflexiones sobre China, t. II, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana. 1979, págs. 797-826, ed. en español.

[16] Véase: Enver Hoxha. Reflexiones sobre China, t. II, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1979, págs. 10-11, 22- 23, 26, 3 1-33, 49, 54-55 ed. en español, así como Enver Hoxha. Los jruschovistas (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1984, págs. 251-277, segunda edición en español.

[17] Véase: Enver Hoxha. Reflexiones sobre China, t. I, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1979, págs. 172-175, 185-195, ed. en español.

[18] Véase: Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1983, págs. 695-713, ed. en español.

[19] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. IV, pág. 84, ed. en albanés.

[20] IX Congreso del Partido Comunista de China, Documentos, Tirana, 1969, págs. 79-80. 

[21] Le Monde, 2 de diciembre de 1972.

[22] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 560, ed. en francés.

[23] J. V. Stalin. Obras, t. XI, pág. 280, ed. en albanés.

[24] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 348, ed. en francés.

[25] «Tengamos siempre en la mente las enseñanzas del presidente Mao» Renmin Ribao 8 de septiembre de 1977. Los puntos de vista manifestados en este artículo, han sido analizados por el camarada Enver Hoxha en Reflexiones sobre China, t. II, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana. 1979, págs. 644-662, ed. en español.

[26] De la conversación de Mao Tse-tung con camaradas de nuestro Partido, 3 de febrero de 1967. Archivos Centrales del Partido del Trabajo de Albania (ACP).

[27] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 96, ed. en francés.

[28] Extracto de la autocrítica de Teng Siao-ping. (ACP).

[29] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. IV, Pekín, 1977, pág. 355. ed. enfrancés.

[30] Extracto de la conversación de Mao Tse-tung con la delegación de Amistad de la RPA, 18 de diciembre de 1967. (ACP).

[31] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977. pág. 319, ed. en francés.

[32] J. V. Stalin. Obras, t. X, pág. 97, ed. en albanés.

[33] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 397, ed. enfrancés. 

[34] Ibídem, págs. 405-406.

[35] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 499, ed. en francés. 

[36] V. I. Lenin. Obras, t. XXXVIII, pág. 396, ed. en albanés.

[37] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 479, ed en francés.

[38] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, págs. 399-400, ed. en francés. 

[39] Ibídem, pág. 409.

[40] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. I, pág. 210, ed. en albanés.

[41] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. III, pág. 169, ed. en albanés. 

[42] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. IV, pág. 366, ed. en albanés.

[43] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. III, págs. 177-178, ed. en albanés.

[44] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. IV, págs. 257, 259, ed. en albanés. 

[45] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. I, págs. 27-28, ed. en albanés.

[46] Para mayores explicaciones al respecto véase: Enver Hoxha. Con Stalin (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1984, págs. 171-210, ed. en francés.

[47] V. I. Lenin. Obras, t. XVII, pág. 252, ed. en albanés.

[48] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. III, pág. 235, ed. en albanés. 

[49] En francés en el original - dominguillo.

[50] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 338, ed. en francés.

[51] V. I. Lenin. Obras, t. XXXII, pág. 434, ed. en albanés.

[52] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. III, pág. 239, ed. en albanés.

[53] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 321, ed. enfrancés. 

[54] Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 512, ed. en francés.

[55] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 323. ed. en francés. 

[56] Ibídem.

[57] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. I, pág. 209, ed en albanés.

[58] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 22, ed. en francés. 

[59] International Herald Tribune, 14 de agosto de 1978.

[60] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. II, págs. 250-251, ed. en albanés.

[61] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 400, ed. en francés. 

[62] Ibídem, pág. 328.

[63] Véase: Enver Hoxha. Los Jruschovistas (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1982, págs. 254-266, segunda edición en español.

[64] Mao Tse-tung. Obras Escogidas, t. V, Pekín, 1977, pág. 328, ed. en francés.

[65] Extracto de la conversación de Keng Piao con camaradas de nuestro Partido en Pekín, 16 de abril de 1973. (ACP).

[66] Del discurso de Tito en el activo de la RS de Eslovenia, 8 de septiembre de 1978.