(9 de
Julio de 1936)
Hay que repetirlo una vez más: la prensa seria del
capital, como Le Temps de París o el Times de Londres, ha apreciado la importancia
de los acontecimientos de junio en Francia y en Bélgica, de un modo mucho más
justo y perspicaz que lo que lo ha hecho la prensa del Frente Popular. Mientras
que los diarios oficiales socialistas y comunista, siguiendo a león Blum,
hablan de la “reforma pacífica del régimen social en Francia” que ha comenzado,
la prensa conservadora afirma que la revolución se ha abierto en Francia y que
en alguna de sus próximas etapas tomará inevitablemente formas violentas. sería
inexacto ver en este pronóstico, única o fundamentalmente, una tentativa de
espantar a los propietarios. Los representantes del gran capital saben observar
la lucha social de una manera muy realista. Los políticos pequeño burgueses,
por el contrario, confunden de buena gana sus deseos con la realidad:
encontrándose entine las clases fundamentales, el capital financiero y el
proletariado, los señores “reformadores” proponen a ambos adversarios ponerse
de acuerdo sobre la línea media, que ellos han elaborado con gran trabajo en el
estado mayor del Frente Popular y que ellos mismos interpretan de modos
distintos. Sin embargo, deberían convencerse rápidamente de que es mucho más
fácil conciliar las contradicciones entre las clases en los artículos
editoriales que en el trabajo gubernamental, especialmente en lo más dura de la
crisis social.
En
el parlamento, se ha lanzado a Blum la irónica acusación de que ha mantenido
negociaciones sobre las reivindicaciones de los huelguistas con los
representantes de las “doscientas familias”. “¿Y con quién debía haber hablado?
“, respondió ingeniosamente el presidente del Consejo. Es verdad,. si se debe
negociar con la burguesía, hay que elegir a los verdaderos amos, que son
capaces de decidir por si y ordenar a los otros. ¡Pero entonces sería inútil declararles
ruidosamente la guerra! En el marco del régimen burgués, de sus leyes, de su
mecánica, cada una de las “doscientas familias” es incomparablemente más
poderosa que el gobierno Blum. Los magnates de las finanzas representan el
coronamiento del sistema burgués de Francia, y el gobierno Blum, a pesar de
todos sus éxitos electorales, no “corona” más que un intervalo temporario entre
los dos campos en lucha.
Actualmente,
en La primera mitad de julio, puede parecer a una mirada superficial que todo
ha vuelto más o menos a entrar en la normalidad. De hecho, en las profundidades
del proletariado, como en las cumbres de las clases dominantes, la preparación
casi automática de un nuevo conflicto está en marcha. Todo el fondo de la
cuestión está aquí: Las reformas, muy ruines en realidad, sobre las que se han
puesto de acuerdo los capitalistas y los jefes de las organizaciones obreras,
no son viables, pues están por encima de las fuerzas del capitalismo ya
decadente, tornado en su conjunto. La oligarquía financiera, que hace
magníficos negocios en lo peor de la crisis, puede seguramente, acomodarse con
la semana de 40 horas, las vacaciones pagadas, etc.. Pero centenares de miles
de medianos y pequeños industriales, sobre los que se apoya el capital
financiero. y sobre quienes éste hace recaer ahora los gastos de su acuerdo con
Blum, deben, ya sea arruinarse dócilmente, ya sea tratar, a su turno, de hacer
caer los gastos de las reformas sociales sobre los obreros y campesinos, así
como sobre los consumidores.
Ciertamente,
Blum ha desarrollado más de una vez en la Cámara y en la prensa la seductora
perspectiva de un reanimamiento económico general y de una circulación que se
extendería rápidamente, dando la oportunidad de rebajar considerablemente los
costos generales de producción y permitiendo de este modo, aumentar los gastos
en fuerza de trabajo sin elevar el precio de las mercaderías. Es verdad que
procesos económicos combinados parecidos se han visto más de una vez en el
pasado; toda la historia del capitalismo ascendente está marcado por ellos. La
única desgracia es que Blum invoca para el futuro a un pasado que ha partido
sin posibilidad de retornar. Los políticos sometidos a tales aberraciones
pueden llamarse socialistas e incluso comunistas, en los hechos miran no hacia
adelante, sino hacia atrás, y esto es así porque son los frenos del progreso.
El capitalismo
francés, con su célebre “equilibrio” entre la agricultura y la industria, ha
entrado en el estadio de la declinación después que Italia y Alemania, pero no
de un modo menos irresistible. Esto no es una frase de una proclama
revolucionaria, sino una realidad indiscutible. Las fuerzas productivas de
Francia han sobrepasado los marcos de la propiedad privada y las fronteras del
Estado. La injerencia gubernamental en las bases del sistema capitalista no
puede hacer otra cosa que ayudar a hacer pasar los falsos gastos de la
decadencia de unas clases a otras. ¿A cuáles precisamente? Cuando el presidente
del Consejo socialista debe realizar negociaciones sobre un reparto más
“equitativo” del ingreso nacional, no encuentra, como ya lo hemos oído,
interlocutores más dignos que los representantes de las doscientas familias.
Teniendo en sus manos todos los resortes fundamentales de la industria, del
crédito y del comercio, los .magnates de las finanzas hacen recaer los gastos
del acuerdo sobre las “clases medias”, obligándolas de esa forma a entrar en
lucha con los obreros. Es aquí donde está actualmente el nudo de la situación.
Los industriales y los comerciantes muestran a los
ministros sus libros de contabilidad y dicen: “No podemos”. El gobierno,
recordando viejos manuales de economía política, responde: “Hay que disminuir
los costos de producción”. Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Además,
mejorar la técnica, en las condiciones actuales significa aumentar la
desocupación y, en definitiva, profundizar la crisis. Los obreros, por su
parte, protestan contra el hecho de que cl aumento de los precios, que
comienza, amenace con devorar sus conquistas. El gobierno ordena a los
prefectos iniciar la lucha contra la carestía. Pero los prefectos saben por una
larga experiencia que es mucho más fácil hacer bajar el tono a los diarios de
oposición que hacer bajar el precio de la carne. La ola de carestía está ahora
enteramente ante nosotros.
Los pequeños industriales, los pequeños
comerciantes y tras de ellos los campesinos, también serán engañados cada vez
más por el Frente Popular, del cual esperaban la salvación inmediata con una
espontaneidad y una ingenuidad mayores que las de los obreros. La contradicción
política fundamental del Frente Popular reside en el hecho de que quienes están
a la cabeza de su política del justo medio, temiendo “asustar” a las clases
medias, no salen de los marcos del viejo orden social, es decir del callejón
sin salida histórico. Sin embargo, las llamadas ciases medias, no sus cumbres,
naturalmente, sino sus capas inferiores, que sienten la falta de salida a cada
paso, no temen en absoluto a las decisiones audaces; por el contrario, las reclaman
como una liberación del nudo corredizo que las estrangula. “¡No esperen
milagros de nosotros! “, repiten los pedantes que se encuentran en el poder.
Pero precisamente sin “milagro”, es decir sin decisiones heroicas, sin una
completa revolución en las relaciones de propiedad, sin concentración del
sistema bancario, de las ramas fundamentales de la industria y del comercio
exterior en manos del Estado, no hay salvación para la pequeña burguesía de la
ciudad y del campo. Si las “clases medias”, precisamente en nombre de las
cuales fue edificado el Frente Popular, no encuentran audacia en la izquierda,
irán a buscarla en la derecha. La pequeña burguesía tiembla de fiebre, e
inevitablemente se arrojará de un lado al otro. Entretanto, el gran capital
estimulará con toda seguridad ese viraje, que debe marcar el comienzo del
fascismo en Francia, no solamente como organización semi-militar de los hijos
de buena familia, con automóviles y aviones, sino también como verdadero
movimiento de masas.
Los obreros han ejercido en junio una grandiosa
presión sobre las clases dirigentes, pero no la han llevado hasta el fin. Han revelado su poderío
revolucionario, pero también su debilidad: la ausencia de programa y de
dirección. Todos los cimientos de la sociedad capitalista (pero también todas
sus úlceras incurables) han quedado en su lugar. Ahora se ha abierto el periodo
de la contra-presión: represión contra los agitadores de izquierda, agitación
cada vez más maligna de los agitadores de derecha, tentativas de aumentar los
precios, movilización de industriales para lock-outs masivos. Los sindicatos de
Francia, que en vísperas de la huelga, no alcanzaban al millón de miembros, se
acercan hoy a los cuatro millones. Esta inusitada afluencia masiva muestra qué
sentimientos animan a las masas obreras. Ni siquiera puede considerarse
permitir que se haga recaer sobre ellas los costos de sus propias conquistas,
sin lucha. Ministros y dirigentes oficiales exhortan incansablemente a los
obreros a mantenerse tranquilos y a no impedir al gobierno que trabaje para
resolver sus problemas. Pero, dado que el gobierno, por la propia naturaleza de
las cosas, no puede resolver ningún problema, dado que las concesiones de junio
fueron obtenidas gracias a la huelga y no mediante una espera paciente, dado
que cada nuevo día revelará la inconsistencia del gobierno ante la
contraofensiva creciente del capital, las exhortaciones monótonas perderán muy
rápidamente su fuerza persuasiva. La lógica de la situación, que surge de la
victoria de junio, más exactamente, del carácter semificticio de esta victoria,
obligará a los obreros a responder al desafío, es decir a iniciar la lucha de
nuevo. Aterrorizado por esta perspectiva, el gobierno se desplaza hacia la
derecha. Bajo la presión inmediata de los aliados radicales, pero en
definitiva, por exigencia de las “doscientas familias”, el ministro socialista
del Interior ha declarado en el Senado que, en adelante, no serán toleradas las
ocupaciones de fábricas, comercios y granjas por parte de los huelguistas. Una
advertencia de este tipo, con seguridad que no detendrá la lucha, pero es capaz
de darle un carácter incomparablemente más decisivo y más agudo.
Un
análisis absolutamente objetivo, partiendo de los hechos y no de los deseos,
conduce así a la conclusión de que de los dos lados se prepara un nuevo
conflicto social, que debe estallar con una inevitabilidad casi mecánica. No es
difícil determinar en general desde ahora, la naturaleza de este conflicto. En
todos los periodos revolucionarios de la historia, se pueden encontrar dos
etapas sucesivas, estrechamente ligadas la una a la otra: primero, hay un
movimiento “espontáneo” de las masas, que toma por sorpresa al adversario y le
arranca serias concesiones, o por lo menos, promesas; después de lo cual, la clase
dominante, sintiendo amenazadas las bases de su dominación, prepara la
revancha. Las masas semivictoriosas manifiestan impaciencia. Los jefes
tradicionales de “izquierda”, tomados de improviso por el movimiento, igual que
los adversarios, esperan salvar la situación con ayuda de la elocuencia
conciliadora y, a fin de cuentas, pierden su influencia. Las masas entran en la
nueva lucha casi sin dirección, sin programa claro y sin comprensión de las
dificultades próximas. Así, el conflicto, elevándose inevitablemente desde la
primera victoria de las masas, conduce a menudo a su derrota o a su
semi-derrota. No es muy probable que en la historia de las revoluciones se
pueda encontrar una excepción a esta regla. La diferencia —y no es pequeña—
está en el hecho de que en ciertos casos la derrota ha tornado el carácter de
un aplastamiento: así fueron, por
ejemplo, las jornadas de junio de 1848 en Francia, que marcaron el fin de la
revolución; en otros casos, la semiderrota fue solo una etapa hacia la victoria: es el papel que jugó, por ejemplo, la
derrota de los obreros y soldados petersburgueses en julio de 1917.
Precisamente, la derrota de julio aceleró el ascenso de los bolcheviques,
quienes no solamente habían sabido apreciar la situación con justeza, sin ilusiones
y sin disfraces, sino que además no se habían separado de las masas en los días
más difíciles de fracaso, de víctimas y de persecuciones.
Si, la prensa conservadora analiza la situación
con madurez El capital financiero y sus órganos políticos y militares
auxiliares preparan la revancha con un cálculo frío. En la dirección del Frente
Popular no hay más que espanto y lucha interna. Los periódicos de izquierda
hacen sermones Los dirigentes hacen gárgaras con frases; los ministros se esfuerzan por demostrar a la Bolsa que
están maduros para dirigir el Estado Todo esto quiere decir que el proletariado
entrara en el conflicto próximo no solamente sin la dirección de sus
organizaciones tradicionales, como sucedió en junio, sino también contra ellas. Mientras tanto, aún no hay
una nueva dirección reconocida por todos. En estas condiciones, es difícil
contar con una victoria inmediata. El intento de avanzar conducirá pronto a la
alternativa: ¿jornadas de junio de 1848 o
jornadas de julio de 1917? Dicho con otras palabras: aplastamiento por
largos años, con el triunfo inevitable de la reacción fascista, o bien
solamente una severa lección de estrategia, como resultado de la cual, la clase
obrera habrá madurado incomparablemente más, renovará su dirección y preparará
las condiciones de la victoria futura. El proletariado francés no es un novato.
Tiene tras de si el mayor número de grandes batallas históricas. Ciertamente, a
cada paso la nueva generación deberá aprender de su propia experiencia; pero no
desde el comienzo hasta el fin, sino por decirlo así, en un curso acelerado.
Lleva en los huesos una gran tradición que lo ayuda a elegir el camino. Ya en
junio, los dirigentes anónimos de la clase en su despertar, han encontrado con
un magnífico tacto revolucionario, los métodos y las formas de la lucia.
Actualmente, el trabajo molecular de la conciencia de la masa, no se detiene ni
una hora. Todo esto permite esperar que la nueva capa de jefes, no solamente
permanezca fiel a la masa en los días del inevitable y verosímilmente,
demasiado próximo conflicto, sino que también sabrá retirar del combate, sin
aplastamiento, al ejército insuficientemente preparado.
No es verdad que los revolucionarios de Francia
estén interesados en que el conflicto se acelere o en que sea provocado
“artificialmente”: solo obtusos cerebros de policías pueden pensar así. Los
marxistas revolucionarios ven su deber en esto: mirar claramente a la realidad
cara a cara y llamar a cada cosa por su nombre. Extraer a tiempo de la
situación objetiva las perspectivas para la segunda etapa, es ayudar a los
obreros de vanguardia a no ser tornados de improviso y a aportar la mayor
claridad posible a la conciencia de las masas en lucha. Es precisamente en esto
que consiste actualmente la verdadera tarea de una dirección política seria.