Escrito: Enero de 1933.
Historial de publicación Originalmente publicado
en noviembre de 1933 como parte de Ten Years: History and Principles of the
Left Opposition (las ediciones subsiguientes se llamaron Genesis of
Trotskyism), libro editado por Pioneer Publishers (Nueva York, EE.UU) para
la Communist League of America, del cual el presente escrito formó el
capítulo 1ro (págs. 6-10).
Traducción Daniel Gaido, 2015.
HTML: Juan Fajardo, 2015.
En todo el mundo el movimiento comunista atraviesa por una crisis aterradora. Desde su fundación en 1919, en Moscú, la Internacional Comunista ha vivido varios periodos críticos aunque se puede trazar una línea divisoria de dos periodos principales. El primer periodo cubre los primeros cinco años de la existencia de la Internacional, cuando ocurren generalmente las crisis de crecimiento durante los cuales los partidos se limpiaban de los elementos accidentales y no comunistas. Al otro lado de la línea, se ubican los últimos nueve años de la Internacional caracterizados por una crisis de decadencia casi permanente durante el cual el ala revolucionaria de los partidos sufre una amputación.
Las señales de la crisis son evidentes para todos los que las quieren ver. En sus primeros años, la Internacional Comunista fue un movimiento creciente y robusto cuya autoridad, prestigio y éxito se elevaban en cada país bajo la dirección de Lenin y Trotsky, mientras que ahora el liderazgo actual de la Internacional Comunista lo ha condenado al debilitamiento y estancamiento. De cara a una crisis que está sacudiendo el mundo capitalista con la fuerza que no se ha visto desde la primera guerra mundial, la Internacional Comunista yace impotente e incapaz de actuar. En España, un levantamiento popular de las masas representa una primera gran oportunidad para los comunistas de ponerse a la cabeza de la batalla del proletariado por su emancipación con el único inconveniente que no existe un partido comunista. En Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Checoslovaquia, países Escandinavos, Polonia, China, India - en todos aquellos países donde el Comunismo solía ser representado por partidos de masas o estaba encaminado para lograrlo - la sección de la Internacional Comunista está contorsionando en agonía de la impotencia.
Con muy pocas excepciones sin importancia, ninguno de los lideres auténticos del Comunismo mundial de la época de los primeros años de su organización, aún permanece hoy día en las filas de la Internacional Comunista, lo que es especialmente cierto con respecto al partido ruso. En todas partes los partidos comunistas se han convertido en coladeros hacia los cuales fluyen nuevos grupos de la clase obrera a causa de la crisis capitalista, solo para perderse en los enormes hoyos de burocracia y políticas equivocadas. Después de casi trece años desde la fundación de la Internacional Comunista, no solo la membresía se ha reducido considerablemente sino también la aplastante mayoría de los miembros ha militado en los partidos por un máximo de dos años, mientras que los miembros antiguos han sido perdidos o expulsados.
¿Por qué esta situación devastadora debe preocupar a cada obrero consciente de sus intereses de clase? Por las siguientes razones:
El Comunismo es una esperanza para toda la clase obrera. No se puede lograr una mancomunidad socialista no clasista sin el derrocamiento del capitalismo. La misión histórica del proletariado es lograr dicha meta contando con un partido político revolucionario que es el instrumento más eficaz y contundente a la disposición de los trabajadores en su lucha contra el enemigo de clase. Dicho partido no puede ser obra de un día o de una persona. Este crece desde las necesidades de la clase, cuyos intereses representa, hasta que llegue a tener en sus filas a los luchadores más avanzados, más beligerantes y mejor probados en la lucha.
Cuando la clase gobernante haya perdido su arrastre en las masas, cuando ésta ya no puede satisfacer sus necesidades cotidianas más elementales, y cuando las masas transfieren su confianza hacia el partido de su propia clase, entonces las filas de este partido se ven fortalecidas y se revisten de acero haciéndolo capaz de librar la batalla final. Cuando los obreros se convierten en la clase gobernante, se abre una nueva página en la historia humana puesto que el proletariado no puede emanciparse sin la liberación de toda la humanidad. Para dirigir al proletariado en esta lucha titánica y a la vez inspiradora, la historia moderna ofrece el medio altamente desarrollado de único liderazgo posible: el Partido Comunista. Otro partido que pretende hablar en el nombre de los trabajadores es la socialdemocracia o el partido socialista.
Sin embargo, en realidad es un partido de la pequeña burguesía, el último pilar de democracia capitalista. Partiendo de la defensa de la “democracia en general”, pasa a abogar por la defensa de la “democracia en particular”, en otras palabras la defensa de su patria capitalista específica, sacrificando los intereses del proletariado mundial en el altar de los intereses de su propia aristocracia trabajadora nacional, así como a los de la clase media nacional. Durante la primera guerra mundial, los socialistas eran los principales instrumentos del capitalismo en las filas de la clase obrera. Ellos apoyaban la guerra imperialista, a favor de los intereses de las clases dominantes de cada uno de sus propios países. Una vez terminada la guerra, los socialistas no perdían la oportunidad de ponerse al lado de la clase capitalista en la lucha feroz para sofocar el proletariado revolucionario, hasta recurrir a la fuerza de armas, si era necesario.
Desde el día de su fundación, la Internacional Comunista declaró una guerra despiadada contra la perfidia socialista, contra la corrupción y degeneración de la clase obrera, en contra del burocratismo y oportunismo. Por todas partes nacían Partidos Comunistas creciendo en el combate contra la reacción socialista. Las filas desgarradas, dispersadas y confundidas del movimiento revolucionario en el mundo se reunieron bajo la bandera de la Revolución Rusa y del Comunismo Mundial. Los Comunistas alumbraron, con la luz del progreso de la clase obrera, la oscuridad de la reacción socialista bien entronada hasta entonces. Así, los comunistas rompieron la horca estrangulante de la colaboración de clases impuesta al proletariado por los socialistas. Las masas regresaron al camino de la lucha de clases. En todos los campos del quehacer del proletariado: en los sindicatos, en las huelgas, en el parlamento, en las protestas y marchas, en las cooperativas y en organizaciones deportivas, los comunistas despertaron el espíritu de trabajadores, los fortalecieron con renovada valentía, los ilustraron con nuevas ideas, inspirándolos hacia una nueva militancia. La reacción de la posguerra en cada país encontró solo en este joven movimiento comunista, una resistencia y una voz de alerta contra la burguesía revolcada en sus ganancias y empapada de sangre. Esto significaba no solo la resistencia a la ofensiva burguesa contra los trabajadores, sino que los trabajadores mismos estaban librando una ofensiva para erradicar la sociedad vieja en decadencia para fundar una nueva sociedad.
Comunismo es un ideal revivido por la Revolución Bolchevique. Ha sido y sigue siendo la esperanza de los oprimidos y los explotados. No obstante, si el Partido Comunista es incapaz de dirigir la lucha por la emancipación con éxito, ninguna otra fuerza podrá vencer al capitalismo. Es por eso que el estado y el desarrollo de la Internacional Comunista afecta en lo más profundo a todos los trabajadores. De ahí también que nuestros debates y luchas internas de ninguna manera son asuntos privados. Son de incumbencia de toda la clase obrera.
La Oposición de Izquierda, organizada en Estados Unidos bajo el nombre de La Liga Comunista de América (Oposición) nació a raíz de la crisis de la Internacional Comunista. Sus esfuerzos están dirigidos hacia la solución de esta crisis. Esta encomiable tarea requiere de la cooperación del mayor número posible de militantes comunistas con conciencia de clase. Para lograr tal cooperación y para que ésta sea de mayor valor que una simple simpatía sentimental, debemos comprender el origen y la naturaleza de la crisis en el Comunismo en los momentos cruciales de su desarrollo. Durante su análisis, el lector tendrá la oportunidad de apreciar los puntos de vista de la Oposición de Izquierda, comparándolos con el desarrollo actual de los hechos; la oportunidad que serviría como una prueba más que concluyente para dilucidar sobre los puntos de vista en conflicto dentro del movimiento revolucionario.
La Lucha por la Democracia en el Partido
Al igual que la propia Internacional Comunista, la Oposición de Izquierda se fundó naturalmente en crisol de la revolución mundial, en la Unión Soviética. Como un grupo distinto dentro del Partido Comunista, tomó forma en 1923, con León Trotsky a la cabeza, quien junto con Lenin era un líder sobresaliente de la revolución rusa y de la Internacional Comunista. En este momento la república de los trabajadores pasaba por tiempos difíciles. En 1921 se adoptó una Nueva Política Económica (NEP), una medida que contribuyó con bastante éxito a restaurar la vida económica del país. Se habían fortalecido las relaciones entre obreros y campesinos, la base social de la dictadura del proletariado en Rusia. Se habían superado las limitaciones y rigores del periodo del “Comunismo de Guerra”, cuando la revolución estaba combatiendo simultáneamente en una guerra civil y contra la intervención imperialista. No obstante, al mismo tiempo aparecían nuevos problemas, algunos de ellos tan agudos que adquirían las dimensiones de una crisis.
La república de los trabajadores atravesaba la crisis de las “tijeras”, un término creado por Trotsky. La apertura de las tijeras la representaba la brecha creada por el alza de precios de los artículos manufacturados y el deterioro de los precios de los productos agrícolas. El problema consistía en lograr una relación de precios más armónica entre ambos sectores. Las fábricas tenían dificultades para vender sus productos y, por lo tanto, se disminuía la producción. El pago de salarios era cada vez menos regular, además de consistir en moneda depreciada lo que no permitía la satisfacción de las necesidades de los trabajadores. Crecía el desempleo y los obreros y campesinos tenían más y más dificultades para adquirir los productos manufacturados. El descontento de trabajadores llegó a expresarse hasta en la forma de huelgas. Esta situación también acentuó el descontento de los miembros del Partido Comunista. Aunque el espíritu de “Comunismo de Guerra” estaba casi por desaparecer de la economía del país después de la derrota de la contrarrevolución y la introducción de la política de NEP, éste aún prevalecía en el partido.
Un régimen de gran intensidad militar impuesto al partido por la guerra civil no solo sobrevivió a la guerra misma, sino que se estaba fortaleciendo y en algunos aspectos llegaba a ser peligroso. Se había producido una sustitución del aparato de partido, elegido libremente por una enorme jerarquía de funcionarios nombrados por sus superiores. Se suprimió la independencia y la iniciativa de los miembros del partido que no ocupaban cargos de dirección. El atrincheramiento de la casta burocrática tuvo como consecuencia el surgimiento de varios grupos y facciones clandestinas, los cuales si bien es cierto tenían una coloración menchevique o anarco-sindicalista, reflejaban sin embargo la profunda insatisfacción de las bases del partido. Lenin, antes de retirarse de la vida partidaria activa, debido a su enfermedad, abiertamente hablaba de los peligros del burocratismo y la necesidad de reimplantar la democracia obrera en el partido. El no solo escribió varios pasajes criticando en términos fuertes al burocratismo y los burócratas, sino también pidió a Trotsky que éste, en nombre de ambos, emprendiera una campaña enérgica para limpiar el partido de este cáncer destructivo. Todavía bajo el liderazgo de Lenin, el Décimo Congreso del Partido Comunista de la URSS adoptó una resolución para una ejecución activa de la política de democracia en el partido. Sin embargo, aun después del Duodécimo Congreso donde se reafirmó dicha resolución, el tema quedo como letra muerta y no se dio ninguna mejoría en la situación que se agravaba cada vez más.
Una ilustración de las condiciones en el Partido de estos tiempos se presenta por el mismo Bujarin, quien aun siendo fuerte partidario de la facción predominante, comentaba:
“Si hiciésemos una investigación y nos hubiéramos preguntado con qué frecuencia se llevan a cabo las elecciones en el partido, con la pregunta desde la mesa ‘¿Quién está a favor? y ‘¿Quién está en contra?’, descubriríamos fácilmente que en la mayoría de los casos nuestras elecciones en las organizaciones del partido se han convertido en las elecciones en comas invertidas, puesto que no solo la votación se da sin ninguna discusión preliminar, sino también de acuerdo con la formula ‘¿Quién está en contra?’ Y dado que hablar en contra de las autoridades no es un buen negocio, todo se acaba ahí nomás. Si abordamos la problemática de nuestras reuniones de partido, ¿Cómo entonces funciona aquí?... Elecciones de la mesa del presidium de la reunión. Viene un camarada del Comité de Distrito, presenta la lista y pregunta ‘¿Alguien en contra?’ Nadie está en contra y el asunto se da por terminado... Con la agenda pasa lo mismo... El presidente de la mesa pregunta ‘¿Alguien en contra?’ Nadie está en contra. La resolución se aprueba por unanimidad. Esta es la situación común en nuestras organizaciones de partido. No hace falta señalar que esto causa un enorme descontento. Les di unos ejemplos de la vida de niveles de base del partido. Lo mismo se percibe aunque más disimulado en los niveles intermedios de nuestra jerarquía partidaria.”
Con el fin de abordar esta situación, Trotsky envió la carta al Comité Central del partido el 8 de octubre de 1923 expresando sus puntos de vista sobre el estado de la economía nacional y del partido. Su carta fue seguida por otra carta firmada por 46 dirigentes del partido quienes apoyaban la mayoría de las apreciaciones principales expresados por Trotsky. Más aun, Trotsky publicó una serie de artículos dedicados al análisis de la situación en un panfleto llamado “Nuevo Curso”, frase que utilizó para definir el giro que él consideraba tenía que hacer el partido, tanto en el ámbito económico, como dentro de sus propias filas. La lucha de Trotsky, a la cual se le unieron de inmediato los miembros de lo que se llamó “Oposición de Moscú”, se centraba alrededor de una aplicación genuina de la resolución sobre la democracia obrera y la coordinación de la agricultura con la industria con base en la planificación económica.
Contrario a los argumentos absurdos de la facción en el poder, las demandas de la Oposición no tenían nada que ver con la lucha de los Mencheviques por la “democracia pura”. Los mencheviques y otros socialistas de la Derecha en todas partes siempre tenían como plataforma el derrocamiento de la dictadura del proletariado y restauración del régimen de “democracia” capitalista. Bajo tal régimen, los socialistas rusos podrían operar ‘respetuosamente’ de la misma manera traicionera que les había ganado tanto odio a sus hermanos en todo el mundo. Más bien, la Oposición demandaba la democracia obrera para prevenir la degeneración burocrática del Partido y de la dictadura del proletariado. Las advertencias de Trotsky en 1923, que no representaban más que la elaboración de palabras de Lenin que “la historia conoce todo tipo de degeneraciones”, fueron denunciadas como calumnias por la misma “Vieja Guardia” y “Comité Central Leninista” que unos años más tarde se fragmentó en docenas de grupos y facciones.
El programa de restablecimiento de la democracia obrera y la eliminación de deformaciones burocráticas que comenzaban a mutilar al Partido y la dictadura, traían consigo otro aspecto importante. Desde el comienzo, iba acompañado de la visión de acelerar la industrialización en una Rusia económicamente atrasada.
Trotsky indicaba que la república de trabajadores podía superar el obstáculo de la agricultura organizada y administrada con métodos primitivos, y entrar en el camino hacia socialismo, únicamente creando un sólido fundamento económico en la forma de industria pesada a gran escala. Partiendo de esta base, el proletariado podría satisfacer las necesidades de campesinos en productos manufacturados con bajos precios. Aunado esto a la política de la reducción sistemática de la importancia política y económica de los agricultores explotadores de otros campesinos (los kulaks), se comenzaría una verdadera transformación socialista de la agricultura abastecida con maquinaria y equipos de grandes industrias.
Con este fin, Trotsky abogaba por la centralización de la economía soviética y su administración armónica por medio de un plan nacional a largo plazo, utilizando como ejemplo el éxito alcanzado por la economía planificada en 1920 en el ámbito de restauración del transporte ferroviario. En aquellos días la propuesta de planificación económica se encontró con un antagonismo de los dirigentes del Partido, tan fuerte como incomprensible, dado que diez años más tarde la misma idea gozó de una aceptación generalizada y se habían logrado grandes avances a causa de planificación económica en los cinco años desde que la idea por primera vez fue promovida por la Oposición en el seno del Partido. La esencia del debate sobre el tema fue presentada bastante bien en el discurso del 6 de enero de 1924 pronunciado por Zinoviev, un fuerte oponente de Trotsky en aquel entonces, quien además era el vocero de la facción mayoritaria de Stalin-Bujarin-Zinoviev:
“Me parece, camaradas, que la persistencia obstinada de cernirse a un maravilloso plan, en esencia, no es más que una concesión considerable a la opinión de antaño que un buen plan es una panacea, la última palabra en sabiduría. La posición de Trotsky ha impresionado a los estudiantes. ‘El Comité Central no tiene un plan, y tenemos que tener un plan!’ es un clamor que escuchamos hoy de cierta sección de los estudiantes. Es cierto que la reconstrucción económica en un país como Rusia es el problema más difícil de nuestra revolución. Queremos que Dzherzhinsky administre asuntos de transporte, Rykov la economía; Sokolnikov las finanzas; mientras que Trotsky quiere hacer todo con la ayuda de un ‘plan estatal”.
En este caso como en todos los demás casos, cuando la mayoría entraba en conflicto con la Oposición, el desarrollo de la lucha de clases se encargó de justificar en más de cien ocasiones el punto de vista originalmente presentado por Trotsky y sus compañeros. La mayoría enfrentó el programa de planificación económica de la Oposición con las únicas armas en su poder: burlas, abuso verbal y tergiversación. Al final de cuentas, no tenían otro remedio que adoptar prácticamente el programa entero, con relación al cual hace apenas unos años movilizaron todo el movimiento comunista para que votara en contra del mismo.
Incapaces de debatir los temas y problemas abordados por la Oposición, los dirigentes del partido recurrieron a toda clase de demagogia. Lo que realmente escribió Trotsky fue distorsionado de manera irreconocible. Cuando él abogaba por el acercamiento de la generación joven de comunistas con la dirigencia del partido, para ayudar a recobrar la vitalidad de la misma, su opinión fue presentada al partido como si él estuviera contraponiendo a los jóvenes contra los viejos: una artimaña desgastada y bien conocida de la burocracia oportunista. Cuando él decía que la causa de la formación de tantas facciones dentro del partido era la represión de la iniciativa y crítica desde las bases, fue acusado de defender las facciones como un principio. Cuando señalaba que la historia enseña que ningún liderazgo es inmune a la degeneración y que el partido tiene que adoptar fuertes medidas para evitar el surgimiento del burocratismo, los otros lo acusaban de declarar que el partido se ha degenerado y que la revolución se había ahogado en burocracia. Cuando decía que la ciudad debe guiar a lo rural, el obrero al campesino, y la industria a la agricultura, fue acusado de reaccionario, quien “subestimaba el campesinado”.
Contando con un tremendo aparato, los líderes del Partido lograron poner a la mayoría de los miembros a su lado. Más aún, el control sobre la maquinaria de la Internacional Comunista permitió asegurar el voto contra la Oposición en los partidos extranjeros, en los cuales ni una décima parte de los miembros habían visto, ni mucho menos leído las posiciones que Trotsky defendía y que había escrito. Una de las razones principales por las que la mayoría fue tan fácilmente manipulada por la cúpula, en contra del ala Izquierda del Partido, fue un acontecimiento que tuvo lugar prácticamente al mismo tiempo que se daba la discusión en Rusia. Fue la retirada de los comunistas en Alemania, en octubre de 1923, lo que tuvo unas consecuencias profundas no sólo sobre el debate en Rusia, sino también sobre la vida del movimiento comunista internacional en los años venideros.
Las Lecciones del Octubre
En el otoño de 1923, Alemania tenía una situación revolucionaria altamente favorable para el proletariado. La clase gobernante día a día se encontraba con más y más dificultades y el Partido Comunista crecía de manera permanente. La ocupación de la cuenca del Ruhr por Francia reavivó la guerra mundial en pequeña escala y llevó al punto de resquebrajamiento las contradicciones del capitalismo europeo que no fueron sino acentuados por el Tratado de Versalles. La situación llegó a tal punto de maduración que Trotsky escribió “está bien claro, que la burguesía alemana puede “desenredarse” de esta situación “enredada”, sólo si el partido comunista no llegara a comprender en el momento oportuno que la situación de la burguesía era “enredada” y no sacara las conclusiones revolucionarias correspondientes”.
Sin embargo, es exactamente lo que el Partido Comunista no logró comprender ni hacer. En Octubre la situación revolucionaria alcanzó la cúspide. La dirigencia impregnada de los hábitos de una acumulación gradual de fuerzas en situaciones normales, quedó totalmente inerte sin alterar su paso. La burguesía desesperada atacó con fuerza militar, derrocó los gobiernos de coalición socialista-comunista en Sajonia y Turingia, y ganó una victoria decisiva sin que el Partido Comunista haya disparado un solo tiro. En el momento crucial los líderes hicieron un llamado a la vergonzosa retirada. El Partido fue arrojado a las garras de desesperación y las masas a las garras de la confusión. Cabe señalar que las políticas de los líderes del Partido Comunista en Alemania no eran particulares de Brandler y Thalheimer. Fueron un reflejo fiel del modo de actuar de la dirigencia de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Rusia, es decir, de la misma facción que unos meses antes había librado una guerra contra Trotsky. La política mortífera de dudas, vacilaciones, de conteo de fuerza militar de ambos lados, de barricadas hasta tal extremo que se contaba la ventaja de un solo soldado; todo ello fue resultado de una inyección hecha por la dirigencia del Partido Comunista Ruso, tímido y vacilante, en las venas de los dirigentes del Partido Comunista Alemán, igual de tímidos y flojos. Esto es lo que Stalin escribió a Zinoviev y Bujarin en agosto de 1923 sobre la situación en Alemania:
“¿Deberían los Comunistas tratar de tomar el poder sin democracia social? ¿Están maduros para ello? En mi opinión esta debe ser la pregunta... Si ahora en Alemania, el poder, por así llamarlo, se cae y los comunistas lo tomaran, ellos fracasarían estrepitosamente. Y esto en el “mejor” de los casos. Y en el peor, serán aplastados y echados para atrás. El asunto pues no está en que Brandler quiera enseñar a las masas, sino que la burguesía junto con la social-democracia de Derecha con seguridad convertirían esta demostración educativa en una masacre general (para ello tienen actualmente todas las oportunidades) y acabarían con ellos. Claro está los Fascistas tampoco están dormidos, pero nos conviene más que ellos ataquen primero; esto provocaría un mayor apoyo de todos la clase trabajadora para el partido Comunista (Alemania no es Bulgaria). Además, según nuestros datos, los Fascistas en Alemania están débiles. En mi opinión, hay que contener a los alemanes en vez de incitarlos”.
Lo que hizo Stalin fue exponer en una carta la opinión predominante en las mentes de todos los demás miembros de la facción. Junto con Zinoviev, él no prestó atención a las críticas que hizo Trotsky a los líderes de Partido Comunista Alemán semanas y meses antes de los hechos decisivos. Por el contrario, ellos se lanzaron a defender a Brandler y Thalheimer. Unas semanas antes de la retirada alemana, en los materiales oficiales preparados para la Sesión Plenaria (Plenum) del Comité Central del Partido Comunista Ruso, en septiembre de 1923, ellos escribieron:
“El camarada Trotsky antes de retirarse de la sesión del Comité Central hizo un discurso que emocionó bastante a todos los miembros de Comité Central. Él declaró que la dirigencia del Partido Comunista Alemán no sirve y supuestamente el Comité Central está impregnado de fatalismo, está dormido etc. El Camarada Trotsky además declaró que en estas condiciones la revolución alemana estaba condenada al fracaso. El discurso produjo un efecto perturbador, aunque la mayoría de los camaradas eran de la opinión que semejante filípica fue provocada ni más ni menos que por un incidente ocurrido en el Plenario de Comité Central que nada tenía que ver con la revolución alemana, y que esta aseveración estaba en contradicción con el estado objetivo de las cosas”.
No fue hasta el fracaso estrepitoso de Octubre [de 1923] que Brandler y Thalheimer fueron convertidos en chivos expiatorios por Zinoviev y Stalin. Resultaron ser los únicos responsables por su actuación que había sido inspirada por los dirigentes del Komintern. Todo el gran análisis de la burocracia consistió apenas en establecer la culpabilidad de Brandler, como la única explicación de lo ocurrido. ¡Que cómodo resultó ser dicho análisis, dado que retiraba serias responsabilidades de los mismos Zinoviev y Stalin por lo que pasó, mejor dicho por lo que no pasó en Alemania! Mientras que ellos faltaron a su deber, Trotsky cumplió la tarea con su brillante análisis del Octubre en Alemania en su obra Lecciones de Octubre (15 septiembre 1924), donde hace una comparación maestra de los problemas que enfrentaban los Bolcheviques de Rusia en la víspera de la insurrección, los cuales fueron resueltos con éxito, con los problemas que enfrentaban los Partidos Comunistas de Bulgaria y Alemania, y cómo estos fracasaron en su resolución (en septiembre, un mes antes de la derrota del octubre, el Partido Comunista Búlgaro también había sufrido un golpe contundente, que lo hizo retroceder por años). Resumiendo, “Lecciones de Octubre” pretendía educar a los Partidos Comunistas en los problemas candentes del levantamiento del proletariado cuando están en juego una gran victoria o una aplastante derrota.
Trotsky escribió más tarde:
“Claro está que la derrota de 1923 en Alemania tenía muchas particularidades nacionales, pero a la vez tenía muchos rasgos típicos que ya indicaban la existencia de un peligro general. El peligro consiste en la crisis del liderazgo revolucionario en la víspera de transición hacia un levantamiento armado. Las profundidades del partido del proletariado, por su propia naturaleza, son mucho menos susceptibles a la opinión pública burguesa, mientras que siempre habrá ciertos elementos en la dirigencia del partido y capas intermedias del mismo que sucumben en menor o mayor grado al terror material o ideológico de la burguesía. No se puede ignorar este peligro y seguro que no existen recetas preparadas para resolver todos los casos. No obstante, el primer paso para enfrentar esta situación es comprender la naturaleza y el origen de este fenómeno. El surgimiento infalible de los grupos de tendencia derechista en todos los partidos comunistas en el periodo ‘pre-Octubre’ representa, por un lado, el resultado de las enormes dificultades objetivas y los peligros de este ‘salto’, pero, al mismo tiempo, es el resultado de un ataque desenfrenado de la opinión pública burguesa. Es ahí donde yace todo el sentido de agrupaciones derechistas y, por lo tanto surge, la paralización y vacilación infalibles de los Partidos Comunistas en el momento cuando son las más peligrosas. En nuestro caso, apenas una minoría dentro de la dirigencia del partido cayó presa de estas vacilaciones en 1917, lo que dichosamente fue superado gracias a la energía arrolladora de Lenin. Por el contrario, en Alemania toda la dirigencia estaba irresuelta, lo que se transmitió a las bases. Así se perdió la oportunidad histórica de revolución... Todos estos no fueron, por supuesto, las últimas crisis de liderazgo en un momento histórico decisivo. Por lo tanto, es una tarea de los partidos comunistas y del Komintern reducir estas crisis inevitables a su mínima expresión. Esto se puede lograr solo si se comprende bien la experiencia de Octubre 1917 y el contenido político de la Oposición de Derecha dentro de nuestro Partido Comunista Ruso en aquel entonces, y luego se compara con la experiencia del Partido Comunista Alemán en 1923. Esto es el objetivo de Lecciones de Octubre”.
Es exactamente este análisis el que intentaban evitar a toda costa los dirigentes del Partido Comunista Ruso. Cuando Trotsky se refería al ala derecha del Partido Ruso en 1917, todos sabían que él hablaba de Zinoviev, Kamenev, Rykov, Tomsky, Stalin y otros, quienes en diferentes oportunidades en los meses antes del levantamiento Bolchevique habían adoptado posiciones en contra de la revolución socialista, hacia la cual Lenin y Trotsky enrumbaban el partido. Además, ellos sabían que una revisión de la fase tan importante de la retirada alemana en 1923, revelaría que ellos mismos no habían subido en la escala revolucionaria más allá de los niveles de su actuación en 1917. Por ello, las lecciones enriquecedoras para la clase obrera y el movimiento comunista aportadas por las derrotas en Alemania y Bulgaria no fueron aprendidas por la dirigencia de la Internacional Comunista. Esta decidió sacrificarlas en los intereses de lucha contra el “trotskismo” que se inventó para cubrir su propio curso desastroso. La prensa oficial se llenó de artículos y discursos de los dirigentes del Partido donde se denunciaba y tergiversaba la posición de Trotsky, jactándose de la pureza Leninista de ellos mismos y exigiendo que toda la Internacional Comunista condenara a la Oposición.
Un ejemplo de cómo la Internacional Comunista se enfiló en contra de Trotsky, lo constituye la votación en el Partido Comunista de Estados Unidos. Aunque “Las Lecciones de Octubre” nunca fueron publicados en inglés por el Partido y por consiguiente el 99% de sus miembros y dirigentes nunca habían leído esta obra, todos los comunistas norteamericanos se sintieron obligados a votar solemnemente por la así llamada “La Vieja Guardia Leninista”, condenando las posiciones de Trotsky. Posteriormente este sistema viciado se extendió y se consagró hasta tal grado que en todas las disputas posteriores entre la burocracia stalinista y la Oposición, se daba por sentado que la última estaba siempre equivocada.
Desde entonces, la Oposición estaba siendo atacada, a pesar de que sus puntos de vista nunca llegaban a conocerse por los obreros comunistas de otros países. La corrupción de los Partidos Comunistas llegó a establecerse como un rasgo permanente, que marcó todos los años subsiguientes de la campaña contra la Oposición Izquierda hasta nuestros días. Y no es de sorprenderse, porque alguien que está seguro de su posición política, no tiene que temer la presentación de puntos de vista opuestos. Mientras que cuando hay que defender posiciones falsas, se recurre a los medios burocráticos de supresión del punto de vista contrario dado que si se produjera una discusión objetiva y organizada democráticamente, el punto de vista erróneo no quedaría en pie.
Teoría del socialismo en un solo país
La derrota de la insurrección del septiembre de 1923 en Bulgaria y la retirada de octubre de ese mismo año en Alemania, seguidos en un lapso de algunos meses por una aplastante derrota del levantamiento de Reval en Estonia, habían abierto un nuevo periodo de desarrollo en Europa, impregnado de importantes consecuencias. La retirada en Alemania otorgó el respiro que tanto necesitaba la burguesía. Unos meses después el sistema debilitado del capitalismo alemán se fortaleció al recibir las infusiones de oro bajo el plan de Dawes. En Inglaterra, por primera vez, llegó al poder el gobierno laborista de MacDonald. En Francia, se estableció el ministerio radical de Herriot haciendo replegar hacia el ámbito político el peligro de un nuevo ataque a Alemania por el Ruhr.
Entre los efectos desastrosos de la retirada fatal en Alemania, se hizo patente lo siguiente: la gran marea revolucionaria de posguerra se había replegado. En Europa se estaba iniciando un periodo del pacifismo democrático burgués. En Europa Central el movimiento comunista, por lo menos, fue debilitado a causa de las derrotas sostenidas, las mismas que fueron una fuente de vigorización para la socialdemocracia.
Ninguno de los síntomas del periodo fue reconocido por la dirigencia Comunista. Cuando Trotsky los señaló y sugirió que la Internacional Comunista ajustara su curso, de acuerdo con la nueva coyuntura, fue simplemente atacado por ser un liquidador. ¡Aun hasta la fecha del Quinto Congreso del Komintern, en 1924, Stalin, Zinoviev, Bujarin y todos los demás acosadores de Trotsky, proclamaban que la situación revolucionaria estaba por delante, que la derrota de Octubre era apenas un episodio insignificante y que la Oposición había perdido la fe en la revolución!
Las semanas y meses siguientes arrojaron una luz fría sobre este análisis precipitado. Se había hecho claro para todos que la ola de revoluciones estaba en reflujo. Hasta en las mentes de aquellos que acusaban a la Oposición de “liquidacionismo” se consolidó la convicción que la revolución en Europa Occidental se posponía para los tiempos futuros bastante lejanos. Lo que había por hacer, pensaban los burócratas, era consolidar lo que se había conquistado en Rusia, en vez de gastar energías en la revolución en Europa Occidental, por lo que la última bajó hasta el final de la agenda.
En estas circunstancias y desde el marco mental pesimista en el cual se encerraron las alas Centrista y de Derecha de la burocracia partidaria en la URSS, se creó la teoría del “socialismo en un sólo país”. Según esta teoría, --la cual aborda la pregunta fundamental que divide a la Oposición Izquierda del ala Derecha y facción Centrista del movimiento Comunista-- una sociedad socialista sin clases puede construirse en un solo país, la Unión Soviética, aun si el proletariado de los países más avanzados no logra tomar el poder.
La formulación misma de esta teoría reflejaba que sus autores la habían producido únicamente por que se había acabado su fe en la revolución mundial. Es difícil concebir que Rusia lograría una sociedad sin clases antes que los obreros de algún país en Europa llegasen al poder. Losovsky, dirigente de Internacional Roja de Sindicatos, apenas expresó lo que dominaba las mentes de sus asociados en aquel entonces, cuando escribió que la estabilización en Europa duraría décadas. (Esto fue poco tiempo después del plan Dawes, cuando los stalinistas tuvieron que reconocer la llegada de una estabilización capitalista, aunque precaria en aquel entonces). Si esto era cierto, entonces el dictamen de los Leninistas, quienes afirmábamos que vivíamos en un periodo de guerras y revoluciones del proletariado, ya no era correcto. En cualquier caso la revolución era bastante lejana. Entonces, ¿Cuál es el sentido de gastar nuestras energías en revoluciones fuera de Rusia, que de todos modos no se llevarán a cabo, mientras hay tantas cosas que hacer “en casa” y, en particular, porque “tenemos todos los prerrequisitos para construir una sociedad socialista por nosotros mismos?” Anteriormente, tanto nacionalistas como socialistas utopistas, habían abogado por la teoría socialismo en un sólo país. Hoy por hoy en Alemania, el ideal reaccionario de los Fascistas de Hitler es la teoría de la economía nacional “independiente”, según el cual se reducen progresivamente sus lazos con la economía mundial hasta el punto de desaparición convirtiéndola en una “autarquía”.
En el movimiento Comunista nunca se había hablado de semejante idea hasta los fatídicos días del 1924. Más bien en todas sus obras, Marx y Engels habían polemizado contra la idea de una utopía socialista nacional. El mismo Stalin tuvo que admitir que los dos fundadores del socialismo científico nunca apoyaron esta idea, al reconocer que la posibilidad de construir el socialismo en un sólo país fue “por primera vez formulada por Lenin en 1915” (Como lo vamos a ver la referencia a Lenin tampoco tiene algún fundamento). El programa del partido Bolchevique con el cual se llevó a cabo la revolución de 1917 no tiene ninguna referencia a esta teoría. Asimismo, el programa de la Juventud Comunista de Rusia adoptado en 1921 bajo la supervisión de Bujarin y Comité Central del Partido dice que Rusia “puede llegar al Socialismo únicamente a través de la revolución mundial del proletariado, en la época de la cual hemos entrado.” El borrador del programa internacional en el Cuarto Congreso del Komintern en 1922, preparado por Bujarin y Thalheimer, no menciona ni una palabra referente a la posibilidad de construir una sociedad socialista en un sólo país. El congreso mismo en su resolución sobre la revolución Rusa, adoptada unánimemente, “recuerda a los proletarios de todos los países que la revolución del proletariado nunca podrá ser completamente victoriosa en un sólo país, debe vencer en el ámbito internacional, como una revolución mundial.”
En 1919, Bujarin, uno de los últimos profetas del evangelio del socialismo nacional, escribió que “el periodo de gran desarrollo de las fuerzas productivas (ni hablar de construcción de la sociedad socialista! M. S.) puede comenzar sólo a partir de la victoria del proletariado en varios países grandes”. Lenin afirmaba “en muchas de nuestras obras, en todos nuestros discursos y en toda nuestra prensa escrita, que las cosas en Rusia no son iguales a la situación en países capitalistas avanzados, que nosotros en Rusia tenemos una minoría de obreros industriales y una abrumadora mayoría de pequeños productores agrícolas. La revolución social en un país como este puede triunfar sólo si se cumplen dos condiciones: primero, con la condición que reciba un apoyo oportuno por parte de revoluciones sociales en uno o varios países avanzados... Segundo, que haya un acuerdo entre el proletariado quien establece la dictadura o mantiene poder estatal en sus manos, y la mayoría de los campesinos. Sabemos que sólo un acuerdo con el campesinado puede salvar la revolución social en Rusia hasta que se den las revoluciones en otros países”
El mismo Stalin, quien fue el primero en formular la teoría del socialismo nacional, escribió en la primera edición de su libro “Problemas del Leninismo” que “la tarea principal del socialismo, la organización de la producción socialista, queda por delante. ¿Puede cumplirse esa tarea, puede lograrse la victoria del socialismo en un sólo país sin los esfuerzos conjuntos de los proletariados de varios países desarrollados? No, esto es imposible... Para la victoria final del socialismo, para la organización de la construcción socialista los esfuerzos de un país, en especial de un país campesino como Rusia, son insuficientes. Para ello se necesitan los esfuerzos de los proletarios de varios países avanzados”.
Es hasta en la segunda edición del mismo libro en el mismo año que Stalin convierte esta conclusión clara y definitiva en un evangelio nacionalista desenfrenado: “Una vez el proletariado victorioso de un país haya consolidado su poder y haya ganado sobre los campesinos, este puede y debe construir la sociedad socialista.”
Nada que se haya dicho alguna vez puede refutar nuestra caracterización del origen y la esencia de esta teoría que nació en el vientre de la reacción y fue concebida por las mentes derrotistas. La Oposición Izquierda argumentaba que para poder construir una sociedad socialista en la Unión Soviética se requerirá la ayuda de la revolución proletaria en un país o varios países avanzados. Sin embargo, junto con Stalin y Bujarin, el aparato internacional del Komintern sostenía que la sociedad socialista podría edificarse sin la “ayuda estatal” de los obreros de otros países, siempre y cuando no ocurra una intervención militar de burguesía extranjera! Por lo tanto, la tarea principal de los Partidos Comunistas en el mundo era prevenir tal intervención, asignándoles meramente el papel de guardafronteras avanzados para la Unión Soviética. El enfoque es muy importante. Antes, la tarea principal de los Partidos Comunistas era la revolución en sus propios países, la victoria, las cuales constituirían la garantía más confiable de la victoria del socialismo mundial, incluyendo el socialismo en Rusia. Ahora los Partidos Comunistas se reducían al papel de los “Amigos” de la Unión Soviética.
Es difícil sobreestimar las implicaciones “prácticas” de este debate teórico. El Socialismo no se construye en un día. Solo los anarquistas pequeño-burgueses creen que “sociedad libre” se establecerá al día siguiente del derrocamiento del estado burgués. Los marxistas bien sabemos que “el camino de la organización”, en palabras de Lenin, “es un camino largo, y la tarea de construcción socialista requiere de un trabajo arduo y prolongado, además de un conocimiento real, el cual todavía no poseemos en niveles suficientes. Aun la generación siguiente, más desarrollada que nosotros, difícilmente podrá lograr una transición completa hacia el socialismo.” Si se afirma, como lo hace Stalin, que este largo camino tendrá que transitarse en su completa extensión de modo “solitario”, antes de que los obreros de otros países derroquen a sus burguesías respectivas, significa entonces que la revolución mundial del proletariado se pospone, por lo menos mentalmente, por un periodo indefinido. La Oposición de Izquierda por su lado sostiene y ha declarado: La revolución proletaria en el Occidente está más cerca de su realización, que la abolición de clases y el establecimiento de una sociedad socialista en Rusia. Porque, si esta no ocurre pronto, entonces la revolución del proletariado en Rusia está destinada al fracaso!
Esta simple verdad la repitió Lenin miles de veces, a quien es difícil sospechar de “pesimismo” o “falta de fe en revolución Rusa”. Él escribió: “No vivimos apenas en un estado, sino en un sistema de estados, por lo que la coexistencia de república Soviética al lado de estados imperialistas por un tiempo considerable, es inconcebible”. Este pensamiento está impregnado de un verdadero internacionalismo marxista.
¿En qué consiste este internacionalismo? No es una simple adición floja y sentimental de los lazos entre naciones, lo que une a los trabajadores del mundo en una cadena mágica de fraseología de solidaridad. Más bien, esta necesaria unidad surge directamente del desarrollo de economía mundial, caracterizada por tales fenómenos como: la etapa imperialista del capitalismo, su expansión en el ámbito mundial, la enorme y vital importancia de importaciones y exportaciones para la preservación de capitalismo, monopolios extendiéndose hasta los últimos rincones de la tierra y dependencia mutua entre los países.
El capitalismo no ha madurado para la revolución socialista en un país determinado, sea este grande o pequeño, avanzado o atrasado. La economía ha madurado para el socialismo en la escala mundial, lo que crea no sólo una base material para un internacionalismo viviente, sino también para la transformación de la sociedad vieja por un proletariado triunfante.
No obstante, si cada país puede construir una sociedad socialista enclaustrada con los esfuerzos y recursos de su propio proletariado, el internacionalismo se convierte en una frase sentimental para las resoluciones festivas. Si el socialismo se puede lograr en un sólo país atrasado como Rusia, seguramente entonces será posible hacerlo en países más adelantados como Alemania, Francia, Inglaterra y, ni dudarlo, en Estados Unidos. ¿Cuál es entonces la necesidad de que los comunistas tengan su propia internacional de acción altamente centralizada? Además, el curso de desarrollo de la sociedad hasta ahora, en particular de la sociedad capitalista moderna, se ha caracterizado por el aumento de interrelaciones e interdependencias mundiales. El capitalismo ha alcanzado su fase superior de evolución, llegando a sus majestuosas alturas económicas, no replegándose a las cáscaras nacionales, sino proyectando desde cada territorio nacional aquellos vínculos inseparables que los unen al resto de la economía mundial. La economía de Estados Unidos, de Japón, o de Francia, o de India es nada mas una manifestación “nacional” de la economía mundial. Los países con mayor atraso en cultura, tecnología y estándares de vida son los que juegan el papel menos importante en la economía mundial y viceversa.
El Socialismo ocuparía una fase de desarrollo mucho más alto que el alcanzado por capitalismo en sus días de mayor florecimiento, es decir, una cultura, tecnología y nivel de vida más altos. Esto significa no solamente la abolición de clases, sino también la eliminación de las diferencias entre obreros y campesinos, entre el campo y la ciudad, la abolición de agricultura por medio de su industrialización. Esto significa entonces que la sociedad socialista debe desarrollarse mucho más allá de los logros técnicos y económicos (es decir culturales) del capitalismo. La teoría del socialismo en un sólo país implica (y sus voceros lo dicen explícitamente) que este desarrollo se logrará convirtiendo a la Unión Soviética en un país completamente independiente del resto del mundo. Pero esto se podría “lograr” solo revirtiendo el curso de la evolución capitalista que iba en dirección opuesta. Los marxistas, en oposición a esta idea tanto reaccionaria como utópica, declaran que el camino hacia socialismo presupone una participación creciente en la economía mundial, no solo en una economía mundial socialista del futuro, sino también en el presente, en las condiciones del mercado mundial capitalista, puesto que esta economía capitalista mundial, según Lenin, “nos tiene subordinados, conectados y de la cual no podemos escapar”. En contrapeso a la teoría de Stalin, la Oposición de Izquierda propone nuevamente la fórmula clásica de Marx y Engels: la Revolución Permanente.
La fórmula, propuesta por primera vez por los fundadores del socialismo científico para expresar los intereses del proletariado en los momentos cuando la burguesía progresista llegó al poder e intento establecer su “orden” y frenar el avance revolucionario, fue invocada por primera vez por Trotsky en los tiempos de la primera revolución rusa. Él pensaba que la revolución que se avecinaba en Rusia no podía quedarse en la etapa de la democracia burguesa después del derrocamiento del absolutismo zarista, sino que tendía a seguir su implacable curso hasta la etapa socialista de dictadura del proletariado. No obstante, tampoco podía permanecer en este punto debido a las contradicciones de la dictadura socialista en un sólo país dominado por la producción agrícola, lo que a su vez solamente se podía resolver en la arena internacional. Por lo tanto, el proletariado, lejos de sentarse la meta utópica de una república socialista nacional aislada, escribiría en su bandera el lema de revolución permanente; es decir, el mantenimiento de la dictadura del proletariado en un país dependía de la extensión de la revolución proletaria en escala mundial o, por lo menos en varios países capitalistas adelantados de Europa.
¿Qué hacemos entonces si la revolución proletaria en el Occidente se demora? ¿Entregaríamos el poder en la Unión Soviética? Estas son las preguntas retóricas en los discursos de los stalinistas. ¡De ninguna manera! Lenin y Trotsky, que nunca creían en la utopía del socialismo nacional, estuvieron a la cabeza de la dictadura del proletariado por seis años y jamás sugirieron “entregar el poder”. Lo que ellos hicieron y lo que la Oposición Izquierda propuso hacer era mantener el poder en la primera fortaleza conquistada por el proletariado. Dentro de esta fortaleza, mientras se espera la ayuda de los obreros de otros países, se debía fortalecer la posición de los elementos socialistas en detrimento de los elementos capitalistas. Eso implicaba la utilización de “dos palancas” al servicio del proletariado: la palanca larga de revolución internacional y la palanca más corta que sienta y fortalece las bases de la economía socialista en casa.
Lo que definitivamente nunca dijo fue engañar a los obreros y campesinos con la ilusión altisonante que dentro de cinco años “el socialismo se establecerá” con base solo en Rusia y sin importar lo que ocurra con la revolución en Europa, Asia o América. Por el contrario, había que explicar las terribles consecuencias a la hora de entregar las cuentas finales. Esta teoría nociva del “socialismo en un solo país”, que finalmente fue integrada en el programa base de la Internacional Comunista en 1928, ha causado un daño enorme al movimiento comunista tanto dentro de la Unión Soviética como fuera de sus fronteras. A raíz de la aplicación de esa teoría, se ha desatado una interminable fila de catástrofes, fracasos, errores garrafales, derrotas y reveses que ha sufrido el movimiento Comunista desde 1924. Entre los primeros eventos que han cargado con el peso completo de las implicaciones de esta teoría se perfila La Huelga General de Gran Bretaña en 1926.
Huelga General de Gran Bretaña de 1926
Después de la retirada de Octubre en Alemania, la Oposición de Izquierda promovió la idea de que la situación revolucionaria inmediata había llegado a su fin. La posición oficial del stalinismo argumentaba en el Quinto Congreso del Komintern, en 1924, que la ola revolucionaria estaba en retroceso. Cuatro meses después de la derrota decisiva en Alemania, Zinoviev anunciaba que “Alemania aparentemente está aproximándose a una cruenta guerra civil.” Stalin agregaba: “Es falso que ya se habían librado las luchas decisivas, y que el proletariado haya sido derrotado en estas luchas y, por lo tanto, que la burguesía se haya fortalecido”. Ignorando por completo el hecho que se había iniciado un corto periodo de estabilización capitalista, debido por cierto a sus propios graves errores y desaciertos, la burocracia del Partido Comunista Ruso orientaba al Komintern prepararse para el levantamiento revolucionario inminente y la guerra civil. Cuando hasta los ciegos se convencieron cuan falsa era la perspectiva del Quinto Congreso, la burocracia stalinista en el afán de salvar su prestigio comenzó a inventar fenómenos revolucionarios para apoyar sus predicciones bastante desacreditadas para aquel entonces. Es decir, la palabrería ultrarradical del Quinto Congreso llevó a los círculos oficialistas directamente al oportunismo, a pintar en colores revolucionarios los movimientos y personalidades que tenían poco o nada en común con la revolución.
Puesto que la revolución no apareció donde se predijo (en Alemania y Bulgaria), se hizo hasta lo imposible para encontrar la revolución donde no había. Es precisamente en este periodo que cualquier pequeño burgués astuto o político laborista sagaz de los tres continentes, se proclamaba como una “adquisición” para el movimiento revolucionario. Los líderes agrarios burgueses como Green de Nebraska, Stjepan Radić de Yugoslavia, el aventurero católico Miglioli de Italia, se aclamaban como “líderes de campesinos revolucionarios” en una mezcolanza de la “Internacional de Campesinos Rojos”. El Komintern formó la Liga Mundial Contra el Imperialismo como un refugio para los políticos laboristas, pacifistas y nacionalistas burgueses, todos desacreditados y necesitados de la protección contra la creciente militancia de las masas que estaban perdiendo sus ilusiones. Lobbistas americanos, príncipes árabes, nacionalistas egipcios, malos lideres laboristas británicos, francmasones y periodistas burgueses de Francia, abogados y médicos de Alemania, Austria, y Chequia, jefes guerrilleros y políticos desempleados de México, irredentistas catalanes, gandistas de la India, todos ellos encontraron el paraíso en la antesala del Komintern. ¡Hasta el partido de burguesía china, el Kuomintang, fue aceptado en contra del voto de Trotsky como un partido hermano para participar en los concejos de la Internacional Comunista!
De todos los descubrimientos hechos en este viaje tras ilusiones cuyo objetivo era servir de columnas de soporte para el palacio fantástico de Quinto Congreso, una de las ilusiones más fatídicas resultó ser el Comité Anglo-Ruso. El Comité se formó por los Consejos de los sindicatos de Rusia y Gran Bretaña, a raíz de una visita de delegación de sindicatos británicos a la Unión Soviética a finales de 1924. El propósito inicial de este Comité era promover la unidad sindical internacional. En 1927, la Oposición escribía: “La creación del Comité Anglo-Ruso fue un paso perfectamente acertado en un momento determinado. Producto de influencia de la tendencia hacia la izquierda de las masas trabajadoras, los políticos laboristas al igual que los liberales burgueses al principio del movimiento revolucionario, tomaron un paso a la izquierda para retener su influencia sobre las masas. Ayudarles en eso era totalmente acertado.”
Sin embargo, el alcance y los atributos del Comité se extendieron vertiginosamente mucho más allá de su propósito original. Desde un bloque temporal entre una organización revolucionaria y otra reformista para un objetivo claramente definido y delimitado, el Comité recibió de las manos de Stalin y Bujarin las atribuciones y metas que no debería haber tenido. Según Stalin, llegó a ser en 1926 “la organización de un amplio movimiento de clase obrera contra las nuevas guerras imperialistas en general y en especial contra la intervención en nuestro país por parte de Inglaterra, el país imperialista más poderoso de Europa”. El comité del Partido de Moscú anunció que “este se convertirá en un centro organizativo que abarca las fuerzas internacionales del proletariado en la lucha para prevenir cualquier intento de la burguesía mundial a librar una nueva guerra.”
Frustrados quedaron los intentos de la Oposición de Izquierda de revelar la falsedad de esta concepción que ubicaba a los líderes laboristas británicos de la línea de Purcell, Cook, Hicks, Swales y Citrine, como organizadores revolucionarios de la clase obrera mundial contra guerras imperialistas y en la defensa de la república Soviética. Como ya era la costumbre, los argumentos de la Oposición de Izquierda no fueron ni abordados y se descartaron bajo la acusación de oponerse a la política de creación de frente unido y hasta estar en la nómina de Sir Austen Chamberlain!
Cabe señalar, que la concepción estalinista del papel y esencia del Comité Anglo-Ruso es una secuencia lógica de la teoría del socialismo en un sólo país. De acuerdo a la teoría, Rusia podía construir su propia economía socialista nacionalmente aislada, si la intervención militar extranjera pudiese evitarse. Esto empujó a los estalinistas a una búsqueda frenética de “anti-intervencionistas” convirtiendo así a los partidos comunistas de otros países en guardafronteras de la Unión Soviética. Purcell, quien necesitaba alianza con los soviéticos como una coraza contra los ataques de los militantes revolucionarios en Inglaterra, fue aclamado como uno de los organizadores de la lucha contra la intervención militar, lo único que podría impedir a Rusia la construcción de sociedad socialista. El bloque sindicalista temporal pronto se convirtió en un bloque político duradero entre los reformistas de Inglaterra y la burocracia del partido ruso. Himnos de alabanza les cantaban a estos británicos laboristas, lugartenientes de la burguesía, en todos los idiomas del Komintern. El Comité se consideraba un baluarte del proletariado mundial contra la guerra y la intervención. Únicamente la Oposición declaraba que entre “más aguda se torna la situación internacional, más el Comité Anglo-Ruso se convierte en un arma del imperialismo inglés e internacional.” Los hechos que ocurrieron más adelante confirmaron plenamente esta advertencia que fue desatendida.
La primera prueba real del Comité Anglo-Ruso fue la huelga general de Gran Bretaña en 1926, que se desarrolló a partir de la gran huelga de los mineros. Al igual que los metales se prueban mejor con fuego, todas las aseveraciones de amistad con Rusia, de lealtad con los obreros británicos y enemistad con imperialismo británico, que esparcían libremente Purcell y Compañía, fueron sometidas a una prueba decisiva en el horno de la huelga general. Y justamente como lo había advertido la Oposición, el Concejo General Británico (TUC), tanto su ala derecha como izquierda, hicieron un despliegue de despreciable cobardía y traición, manifestando una lealtad inquebrantable a la clase gobernante, y miedo y odio hacia el proletariado revolucionario. Pasados nueve días de la huelga general, cuando se creó una situación revolucionaria donde el poder de la clase gobernante no dependía tanto de sí mismo sino de la fuerza que los líderes obreros tenían en la clase obrera, el Consejo General asestó un golpe mortal a la lucha.
De cara al sentimiento extremadamente beligerante de los obreros, aunado con la incapacidad miserable de burguesía, reflejado en el hecho que múltiples destacamentos militares se rehusaron a actuar contra los huelguistas, todos los sindicalistas, lacayos de burguesía, corrieron ante el gobierno para discutir con los ministros de la corona el aplastamiento de la huelga. El barniz “rojo” de cual se habían cubierto los líderes obreros de izquierda se había borrado por un frenesí de patriotismo. La ayuda financiera enviada por Rusia a los huelguistas mineros fue rechazada con indignación con el epíteto de “ese maldito oro ruso”. La bandera roja fue rápidamente reemplazada por la bandera del Imperio Británico. Purcell y sus colegas resultaron ser el sostén más confiable de la clase dominante desesperada en vez de un “centro organizativo que abarca las fuerzas internacionales del proletariado en lucha”. Difícil haberse imaginado tanto una sentencia más aniquilante para la posición estalinista, como una confirmación de lo acertado de la posición de la Oposición.
¿Dónde estaba todo el Comité durante estos días bulliciosos de lucha y traición? Como dijo con dolor Kautsky sobre la Segunda Internacional en 1914: “Fue sólo un instrumento de paz; en tiempos de guerra no valía nada”. Mejor dicho no valía nada para los revolucionarios, para Rusia. Para los socios británicos en cuestión tenía un valor distinto. Purcell, Swales y Hicks utilizaron al máximo el prestigio derivado de su colaboración formal, que no requería mucho de su parte, con los representantes Bolcheviques en el Comité Anglo-Ruso. En vez de ayudar a liberar las masas británicas de las cadenas de sus falsos líderes, el Comité sirvió a ellos de un escudo “Bolchevique” que los protegía de los ataques de las bases, en especial del Partido Comunista. En el caso de ataque por “sus propios” Comunistas, Purcell fácilmente podía defender su traición diciendo: los Comunistas rusos son diferentes; no nos atacan como Uds. Todo lo contrario, se sienten a conversar con nosotros de manera armoniosa.
La Oposición demandó de inmediato que el prestigio de que gozaba el Comité, en especial, su mitad rusa entre obreros británicos se utilizara para exponer la traición de los líderes británicos. Exigía una ruptura declarada con Purcell y Compañía para que ellos no siguieran escondiéndose detrás de los sindicatos rusos. Stalin y Bujarin se opusieron a la ruptura con vehemencia, al igual que lo habían hecho hace varios años cuando se oponían a cualesquiera y todos frentes unidos no sólo con los Purcell, sino también con obreros “social fascistas” quienes aún seguían a los dirigentes reaccionarios.
Durante más de un año después de la traición abominable de la Huelga General, Stalin mantenía su “frente unido” con Purcell. Se suponía que el Comité Anglo-Ruso evitaría la intervención británica en Rusia, asegurando así que la república soviética... construiría socialismo sin obstáculos. Este curso fatídico siguió hasta la conferencia del Comité en Berlín en abril del 1927. ¿Protestó acaso el Comité contra el bombardeo de Nanking por cañoneros británicos? ¿Protestó contra la redada de policía contra Arcos, organización comercial soviética en Londres? ¿Ha dicho una sola palabra sobre la traición de su socio británico durante la huelga general y huelga de mineros? Nada de eso. Pero sí adoptó una resolución más que sorprendente donde tanto los rusos como los ingleses declaraban: “Los únicos representantes y voceros del movimiento sindical son el Congreso de los Sindicatos Británicos y su Consejo General... al mismo tiempo, considera que la unión fraternal entre los movimientos sindicales de ambos países, incorporados en el Comité Anglo-Ruso, no puede y no debe violar o restringir los derechos y la autonomía de los órganos dirigentes del movimiento sindical de los países respectivos; no debe interferir bajo ningunas circunstancias en sus asuntos internos.”
Este documento produjo un efecto aturdidor sobre los comunistas británicos, y en especial sobre el Movimiento de Minoría, además de marcar el punto más alto de capitulación a Purcell y Co (quienes a su vez “capitularon” frente a Baldwin y la burguesía en todos los momentos decisivos). Todo ello se ha hecho en el nombre de socialismo en un sólo país. La incapacidad del comunismo a actuar de modo revolucionario en Inglaterra, la prohibición de poder aprender de las lecciones básicas de la experiencia del Comité Anglo-Ruso y la derrota decisiva resultantes de ella han significado un revés de varios años para las fuerzas Comunistas en Gran Bretaña.
El Comité Anglo-Ruso representó una desilusión tras otra para los que aceptaron estas quimeras como Bolchevismo. Fue un ejemplo clásico de cómo no debe ser un frente unido. No obstante, la vindicación del punto de vista de la Oposición Izquierda se obtuvo con el costo de un nuevo paso hacia la degeneración burocrática-reformista del régimen gobernante en Rusia y en la Internacional Comunista. Desdichadamente, tampoco fue la última de estas vindicaciones tan costosas, dado que durante el mismo periodo se produjeron otras consecuencias catastróficas de políticas estalinistas que esta vez echaron a perder la revolución China.
La tragedia de la revolución China
Cuando se escriba la historia completa de la segunda revolución China (1925-1927) se destacará como un monumento permanente de condena al liderazgo de Stalin-Bujarin en el Partido Comunista Ruso y en la Internacional Comunista. La victoria estaba al alcance de la mano de los obreros y campesinos de China, pero ocurrió algo sin precedentes en la historia: la dirigencia envestida de toda la autoridad formal de la revolución rusa y la Internacional Comunista, se plantó en el camino como un muro de roca sólida. Stalin y Bujarin sencillamente prohibieron al proletariado tomar el poder. En la revolución china los epígonos jugaron su papel hasta el final con consecuencias trágicas, el mismo papel que no les fue permitido jugar en la revolución Rusa gracias a los esfuerzos de Lenin en abril-mayo de 1917 dentro del partido Bolchevique.
La política de la facción dominante durante el periodo más decisivo de la revolución China era, como lo expresó Trotsky, una traducción de menchevismo a la lengua de política china. La teoría de Stalin, Bujarin y Martynov puede resumirse así. Partieron del punto de vista que China, un país semicolonial, estaba sometida al yugo de imperialismo, que oprimía toda la nación y todas las clases con la misma fuerza. La burguesía libraba una guerra revolucionaria contra el imperialismo y tenía que ser apoyada por las masas obreras y campesinas. En esta lucha, la victoria se lograría con establecimiento de la “dictadura democrática de obreros y campesinos”. Se tenía que constituir un frente unido revolucionario anti-imperialista” como un “bloque de cuatro clases” compuesto por obreros, campesinos, pequeña y gran burguesía. Los rostros humanos de este bloque eran el burgués Kuomintang, el partido de Sun Yat-Sen y después de su muerte, de Chiang Kai-shek, así como Wang Chin Wei. Según Stalin el Kuomintang era un “parlamento revolucionario”, un “partido de obreros y campesinos”, al cual se le obligó unirse al Partido Comunista chino en calidad de un grupo subordinado. Dado que la burguesía, de acuerdo con su concepción, llevaba una guerra anti-imperialista en contra de los bandoleros extranjeros, la lucha de clases se consideraba liquidada.
Para los comunistas y obreros, entonces, cualquier ataque serio en contra de la burguesía china significaría romper “el bloque de cuatro clases”. Por eso, Stalin obligó a los comunistas chinos a someterse sin protestar a las decisiones del gobierno nacionalista que estableció un arbitraje obligatorio en conflictos huelguistas. Por la misma razón se manejaba con puño de hierro el movimiento campesino por medio de cables desde Moscú. De igual manera, los comunistas recibieron las instrucciones de no organizar los Soviets. Primero, porque “los Soviets son los instrumentos del poder de la dictadura del proletariado”, segundo, porque formar los Soviet significaría derrocar “el centro revolucionario” como Stalin llamaba el gobierno nacionalista de la burguesía.
Estas fueron las orientaciones de la dirigencia del Komintern, que llevaron directamente a la victoria de la contrarrevolución burguesa y a la masacre de la vanguardia del proletariado chino y el campesinado, por los mismos “aliados” que Stalin les había escogido.
¿Qué fue en realidad el “bloque de cuatro clases”? Fue una forma organizativa escogida por Stalin y Compañía en la cual los comunistas, que son una verdadera vanguardia revolucionaria, fueron subordinados, atados de manos y pies, y entregados a la burguesía china. Dentro del “bloque” el partido comunista chino no tenía ni una pizca de autonomía. El Partido en un manifiesto conjunto con el Kuomintang anunció que tenía sólo diferencias “menores” con este último y que el “frente unido anti-imperialista” tenía que mantenerse a toda costa y que los comunistas se comprometían no criticar las doctrinas pequeño burguesas de Sun Yat Senismo. En la cumbre de la tormenta revolucionaria el papel de los comunistas era tan insignificante que ellos no tenían ni su propio periódico, y aun sus semanarios salían de modo irregular. En grandes extensiones del territorio conquistadas por las tropas nacionalistas de Chiang Kai-shek, tanto sindicatos como partido comunista permanecían ilegales.
El Partido no llegó a encabezar el levantamiento y preparación de las masas contra la burguesía. Más bien era un instrumento de disuasión de la burguesía para que los obreros no atacaran sus “aliados” burgueses que también impedía a los campesinos levantarse para tomar tierras y expulsar a los campesinos ricos. Mientras que el Partido Comunista chino fue impotente para actuar en la situación revolucionaria, fue dotado de suficiente fuerza por Stalin para entregar a la burguesía las masas campesinas y del proletariado en vez de dirigirlas contra Chiang Kai-shek
¿Cuál era la posición de la Oposición? Partía del hecho que la posición semicolonial de China imponía como una tarea inmediata de revolución democrática la lucha contra el imperialismo extranjero. Sin embargo, señalaba la Oposición, debido precisamente a esta posición, es que se hacía inevitable un acuerdo futuro entre la burguesía nacionalista, que buscaba una autonomía aduanera, y los imperialistas, porque ambos compartían el miedo a las masas chinas.
La revolución democrática tiene como tarea no sólo la liberación del yugo capitalista, sino también la solución del problema agrario. En China, no obstante, el terrateniente y usurero rurales están vinculados tan íntimamente con la gran burguesía urbana, los compradores, y en última instancia, a los imperialistas extranjeros, que la revolución agraria solo puede llevarse a cabo por medio de una lucha violenta contra todos estos elementos. ¿Llevará la burguesía, o pequeña burguesía. a las masas hasta la solución de este problema? Todo lo contrario. Sólo el proletariado de China puede dirigir a los campesinos en la lucha por liberación y el establecimiento de su propio poder. En esta lucha, es necesario establecer un bloque que se dirige por el proletariado con su vanguardia organizada en un partido comunista separado, que no este subordinado a ningún otro partido y que actúe de manera independiente.
¿Qué garantías tienen que establecer el proletariado y los comunistas para la victoria de la revolución? Primero, apoyarse en ellos mismos, en su propio aparato y, posteriormente, en su propio aparato estatal. El gobierno de Cantón no es nuestro gobierno, tampoco las tropas nacionalistas son nuestras tropas, ni tampoco Kuomintang es un partido de nosotros. Son tropas y partidos de la burguesía. Lo mismo es cierto para el gobierno de Wuhan establecido por los “de izquierda” después del golpe de estado de Chiang Kai-shek en Shangai. Por lo tanto, los obreros y campesinos tienen que formar los Soviets por todas partes, lo que ya están haciendo instintivamente.
A pesar de eso, para apoyar su curso de acción, todo el aparato del Partido Comunista Ruso y de la Internacional Comunista se convirtió en una máquina trituradora de la Oposición de Izquierda. Se ha montado una campaña internacional conducida por todos, desde Stalin y Martynov hasta el último funcionario, para demostrar que Chiang Kai-Shek es un aliado confiable. Después de que Chiang Kai-Shek había masacrado el proletariado de Shangai, fue reemplazado en el sitio de honor por Feng Yu-Hsiang y Wang Chin Wei. Toda la prensa comunista estaba cantando panegíricos a los generales burgueses como “los nuestros”. Por la decisión de Buró Político de Rusia (con un voto en contra de Trotsky), el partido del Kuomintang fue admitido a la Internacional Comunista como un partido “simpatizante”, que se presentó al mundo como un partido a un paso del Comunismo. ¡El stalinismo fue tan lejos en la Internacional Comunista que cuando las fuerzas de Chiang Kai-shek entraron a Shanghai para hundir en la sangre del proletariado la victoria de la contrarrevolución, el Partido Comunista Francés le mandó un telegrama de felicitaciones por la formación de la “comuna de Shanghai”!
Toda propuesta de la Oposición de Izquierda para formar un partido comunista independiente en China fue atacada incansablemente. Esto significaría, vociferaban Stalin y Bujarin, dejar al Kuomintang, “abandonar nuestros aliados”, alejar la burguesía del “frente unido”, “saltar las etapas”. Argumentaban que había que apoyar a la burguesía y mantener el bloque. Aunque lo cierto era que dentro del “bloque” la burguesía mandaba y el proletariado servía, este “detalle” mortífero fue pasado por alto en los intereses de la “revolución nacional”.
Aun después del segundo golpe de estado de Chiang Kai-shek, Stalin mantenía su curso con tenacidad. La única diferencia era que en vez del centro del Kuomintang encabezado por Chiang Kai-Shek, que se suponía dirigía la “revolución anti-imperialista”, ahora se hablaba de Wang Chin Wei y su “Izquierda de Kuomintang” que se suponía encabezaba la “revolución agraria”. Cuando Chiang Kai-Shek llevó sus tropas a Shanghai para unir fuerzas con los imperialistas extranjeros en contra de las masas chinas, se estableció un gobierno de la burguesía de “izquierda” en Wuhan. El abominable experimento de menchevismo continuaba ahora en la escala más alta. Stalin llamó el gobierno menchevique de Wuhan el “centro revolucionario” del Sur. Según Stalin la camarilla de Wuhan se estaba convirtiendo en “dictadura democrática del proletariado y campesinos”. Y si eso fue el caso, obviamente la propuesta de la Oposición de Izquierda para formar los Soviet en el territorio de Wuhan fue una aventura prácticamente criminal. ¿Dado que ya tenemos la “dictadura democrática” establecida, para qué entonces formar los Soviet, que son órganos de poder y deben por lo tanto tener la meta de derrocar el régimen existente? Así argumentaban los estalinistas. Dos ministros comunistas fueron mandados al gobierno de Wuhan, uno como ministro de trabajo y el otro, Tang Ping Shan, quien ya se había destacado en la lucha contra el “Trotskismo” por su supuesta subestimación del campesinado, como ministro de agricultura. ¿Cómo actuó este gobierno burgués, “órgano de la revolución agraria”?
Como siempre actúan todos los gobiernos burgueses que existen por gracia de la ignorancia, desorganización y debilidad de las masas revolucionarias. Intentó destruir el movimiento de obreros y campesinos, y en esta tarea encontró un apoyo singular de los Comunistas cautivos que siguiendo las instrucciones desde Moscú entraron al servicio de la burguesía china como ministros. ¡Wuhan decidió “organizar la revolución agraria” enviando al ministro comunista y experto en anti-trotskismo al campo a la cabeza de una división armada para reprimir los campesinos insurrectos! Este episodio por sí solo ilustra muy bien todo el curso stalinista durante la revolución china. Stalin convirtió la vanguardia comunista en un bate con el cual la burguesía sometió a golpes a las masas. Exactamente en el momento que Chiang Kai-shek estaba afilando el cuchillo para cortar la garganta del proletariado de Shangai, Stalin lo elogiaba en Moscú llamándolo un aliado leal y condenaba a la Oposición de Izquierda que proponía tomar medidas en contra del mismo.
Inevitablemente, Stalin sufrió la misma desilusión con el gobierno de Wuhan, que siguió con precisión casi de un ensayo teatral los mismos pasos del gobierno de Chiang Kai-shek. Los líderes del “Kuomintang de Izquierda” resultaron ser no más revolucionarios que sus hermanos de derecha. La milagrosa “dictadura democrática del proletariado y campesinado”, que Lenin había echado en el cesto de la basura de la historia todavía en abril de 1917, resultó ser una década más tarde en China un dogal en el cuello del proletariado y campesinos. Con su “partido de obreros y campesinos”, con su “frente unido anti-imperialista”, con su “bloque de cuatro clases”, con su “parlamento revolucionario de Kuomintang”, con su “dictadura democrática”, y la oposición a la formación de los Soviet bajo liderazgo del proletariado, con todo ello Stalin jugó el mismo papel reaccionario en China, que intentaron jugar Tseretelli y Chernov en la revolución rusa de 1917, pero sin éxito. En cada fase de la lucha, la Oposición de Izquierda defendía las doctrinas probadas del Marxismo. El aparato centrista arremetió contra la Oposición de Izquierda, pero en el acto lo único que hizo es destruir la revolución china.
Economía planificada en la URSS: Industrialización y Colectivización de la Agricultura
Al mismo tiempo de librar una batalla contra los estragos del stalinismo en el ámbito internacional, la Oposición de Izquierda luchaba arduamente contra las políticas de la burocracia en su propia casa. El obrero comunista cuya cabeza fue constantemente alimentada por las mentiras y quien recibió la enseñanza de la historia de los últimos diez años que nunca ocurrió, responde con frecuencia las críticas del Oposicionista con referencia general a los éxitos innegables del Plan Quinquenal. En cada nueve de los diez casos, sin embargo, el obrero no se da cuenta del hecho que la Oposición de Izquierda luchó por años (1923-28) solo para que la dirigencia del Partido adoptara dicho plan.
Para encontrar los orígenes de la introducción del plan en la economía soviética hay que retroceder hasta el mes de julio de 1920. En aquel entonces el sistema ferroviario era un desastre. El partido encomendó a Trotsky la tarea de restauración de transporte y en el mes mencionado salió el famoso “Decreto No.1042” como un primer paso en una serie de medidas sistemáticas que acabaron por ordenar y regular la situación de caos y colapso en que se encontraba el transporte. Lenin habló de ello como un ejemplo de lo que tenía que hacerse en otras ramas de la industria. Lenin defendió calurosamente el informe que recogía la experiencia adquirida y preparado por Trotsky junto con Emshanov para el Octavo Congreso de los Soviets, frente a las críticas escépticas de algunos que decían: ¿De qué sirve hacer predicciones para tantos años en adelante? La misma problemática de planificación económica a largo plazo se abordó por el camarada Trotsky con mayor agudeza en 1923. Sin ayuda de Lenin en ese entonces, dado que el mismo tuvo que prescindir de asistencia a los consejos del Partido, Trotsky presentó al Partido sus argumentos para la elaboración del plan económico que haría posible la industrialización exitosa del país, así como la colectivización de la agricultura atrasada, dispersada, basada en granjas individuales. Por cierto, los críticos de la Oposición de Izquierda nunca se preocuparon por explicar la contradicción inherente entre sus dos aseveraciones: primero, que Trotsky se oponía a la construcción del socialismo en Rusia, y segundo, que era demasiado radical en sus propuestas para industrializar el país y, en especial, la agricultura.
Desde 1923 en adelante, la Oposición de Izquierda seguía sus señalamientos que el único fundamento material del socialismo es la industria pesada, que además es capaz de transformar la agricultura. El atraso de Rusia hacía imperativo el desarrollo acelerado de dicha industria, en particular en las circunstancias de la retardación de la revolución internacional. Asimismo, los oposicionistas de izquierda demostraron que amplias mayorías del campesinado pasaban por un proceso de diferenciación en el cual el campesino rico (el kulak) se hacía más fuerte avanzando con una velocidad peligrosa, lo que únicamente se podía contrarrestar con la organización de los campesinos pobres y su introducción sistemática a producción agrícola colectiva. La Oposición de Izquierda exigió un avance industrial que hiciera posible la dominación y la reorganización de la agricultura, lo que a su vez satisfaría las necesidades del campesinado con precios bajos y crearía una base económica para la abolición de la capa pequeño burguesa de la población rural. ¿Cuál fue la respuesta de la burocracia? Esta “gente práctica”, que no permitiría ser engañada por “ideas fantasiosas” sobre planificación de los años venideros, lanzó un ataque violento contra Trotsky. Rykov informó apresuradamente al Quinto Congreso del Komintern que las propuestas de Trotsky eran una desviación pequeño burguesa del leninismo y que la dirigencia del Partido Comunista de Rusia hacía todo lo que podía y lo que era necesario en el campo de industria y agricultura. ¡Stalin se mofó de la argumentación de la Oposición de Izquierda con el comentario de que no era el plan que los campesinos necesitaban, sino una buena lluvia para sus cosechas! Así se despreció el peligro del fortalecimiento de los kulaks.
Mientras tanto los kulaks estaban creciendo en fuerza convirtiéndose en una figura dominante en el ámbito rural. Más aun, los kulak influían una sección importante del Partido con su ideología. Los primeros dos años de la lucha de la Oposición de Izquierda finalmente rindieron frutos en la rebelión del proletariado revolucionario en Leningrado en 1925, que obligó a los líderes, gente como Zinoviev, quien originó la campaña contra el “trotskismo”, a organizarse en un bloque con la Oposición del año 1923. A pesar del llamado de alerta del proletariado de Leningrado sobre la penetración al Partido y el fortalecimiento de los kulaks y sus asociados urbanos, los nepmen, éste no fue atendido por la burocracia encostrada. En vez de aceptar las propuestas para la industrialización sistemática del país, la dirigencia de Stalin-Bujarin dirigió el curso hacia los mismos kulaks, hasta que su fortalecimiento les metió miedo y más tarde tuvieron que buscar como “liquidarlos” de un solo tajo por medio del decreto. Bujarin aconsejaba a voces a los campesinos acomodados: “¡Enriquézcanse!” Kalinin en sus discursos denunciaba a los campesinos pobres como haraganes, buenos para nada, porque no acumulaban riquezas, mientras que alababa la diligencia y la aplicación de los “campesinos con poder económico” mejor dicho los kulaks. El periódico Pravda (en abril de 1925) decía “las oportunidades económicas de los campesinos pudientes, las oportunidades económicas de los kulaks no deben tener obstáculos”.
En armonía con el ambiente reinante en los estratos gobernantes del partido, el Comisariado de Agricultura de los Soviet de Georgia hasta elaboró un proyecto de desnacionalización de la tierra. En 1926, el curso pro-kulak del stalinismo llegó a tal extremo que por un tiempo se otorgó derecho de voto a los campesinos explotadores en el Comité Central Ejecutivo de los Soviet. Durante todo este periodo, los defensores tardíos que hoy por hoy apoyan en plan Quinquenal supuestamente “en contra de Trotsky”, no solo no tenían ni cerca de sus mentes la industrialización y colectivización, no solo eran sus más asiduos oponentes, sino además seguían un curso directamente opuesto. En 1925, es decir, aun antes de la plataforma de 1927 del Bloque de la Oposición, Trotsky escribió una vez más en detalle sobre las tremendas posibilidades que ofrecía la concentración de poder económico y administrativo en las manos de la dictadura del proletariado para el progreso del socialismo, aun con la base económica de un estado obrero aislado.
En su obra “¿A dónde va Rusia?”, Trotsky promovió la idea que aun con la reproducción independiente basada en acumulación socialista, la república Soviética podía alcanzar velozmente el progreso industrial, imposible y desconocido en el capitalismo. Su predicción de un posible 20% de crecimiento anual (seis años más tarde se comprobó que esta cifra era no sólo perfectamente alcanzable, sino hasta moderada) fue causa de mucha diversión entre los funcionarios asistentes a uno de los congresos del partido, debido a la ridiculización “irónica” de la misma hecha por Stalin. ¡Mientras tanto la posición oficial la expresó Bujarin, quien habló de la perspectiva de la construcción del socialismo en Rusia “con velocidad de tortuga”! La plataforma de 1927 de la Oposición fue la propuesta más elaborada y definitiva que esta haya presentado al partido, y es por la misma razón sin duda alguna, que fue atacada con tanta rabia. Fue suprimida oficialmente por la burocracia, que se rehusó a imprimirla. Su circulación en formato mimeografiado se consideraba un crimen castigado con prisión o exilio. Hoy día hay Bolcheviques encarcelados en Siberia por haber distribuido las ideas que el mismo Stalin dos años más tarde tuvo que adoptar casi en su totalidad.
En su Plataforma, la Oposición de Izquierda exigía una condena categórica del primer plan quinquenal preparado por Rykov y Krzhizhanovsky y adoptado por la dirigencia del partido. Este plan tímido e inútil proponía el crecimiento anual de 9% para el primer año con un crecimiento decreciente cada año sucesivo hasta llegar a 4% de crecimiento al final del quinquenio. Las propuestas más audaces por parte de la Oposición de Izquierda, que más tarde resultaron ser mucho más realistas y aplicables, se encontraron con igual de fuerte oposición de los estalinistas. Desde todos los rincones los voceros de la Oposición de Izquierda fueron asediados por los burócratas con la pregunta sarcástica ¿Dónde conseguirán los medios? sin importar el hecho, que los gastos para el desarrollo industrial propuestos inicialmente por la Oposición se sobrepasaron en gran medida cuando se inició el Plan actual. Cuando la Oposición presentó propuestas de recaudar fondos por medio de préstamos obligatorios de los kulaks, reducción de precios basado en reducción de costos administrativos y aparatos burocráticos, utilización inteligente del monopolio sobre comercio exterior, etc., los burócratas protestaron enérgicamente contra “los trotskistas contrarrevolucionarios”.
En los días de la Revolución Francesa, la reacción en su afán de derrocar el gobierno de artesanos urbanos y la pequeña burguesía revolucionaria azuzaba a los campesinos en contra de ellos, alentando todos y cada uno de los prejuicios reaccionarios y atrasados de los campesinos franceses contra el “capital depredador”. Tal clamor es un rasgo distintivo de la reacción. Y fieles a sí mismos, la burocracia que llegó a la cima en la ola de la reacción posterior a 1923, utilizó los mismos métodos. Stalin, Rykov y Kuybischev firmaron un manifiesto a todos los rusos anunciando que la Oposición de Izquierda proponía “robar a los campesinos”. En el campo los burócratas de menor talla libraban una propaganda aún más reaccionaria contra el ala izquierda del Partido Comunista Ruso. Mientras que en las ciudades, Stalin y Bujarin convencían a los proletarios preocupados que los Kulak no eran peligrosos, que habían algunos, pero no tantos, y no había nada de qué preocuparse. Se reclutaron estadísticos profesionales para la tarea de demostrar con tablas que existía un “porcentaje insignificante” de los Kulak. Se minimizó la necesidad de colectivización hasta desaparecerla.
Todavía en 1928, el principal “especialista” agrario del aparato, Yakovlev, comisario de agricultura, declaraba en rechazó a la Oposición de Izquierda que producción agrícola colectiva por muchos años venideros “quedará en forma de pequeñas isletas en el mar de granjas campesinas privadas”. En el Decimoquinto Congreso del partido donde fueron expulsados todos los líderes de la Oposición, Rykov echaba bravatas a la Oposición con la pregunta. ¿Si los Kulak son tan fuertes, por qué no nos ha jugado alguna mala jugada todavía? Como demostró el futuro, Rykov no tenía que esperar mucho. A fin de cuentas, bastaron unos cuantos meses de la aplicación del plan quinquenal original de Rykov-Stalin para demostrar cuan bien fundada era la crítica del mismo por la Oposición. El aparato tuvo que revisarlo prácticamente de cabo a rabo.
Sin los años de lucha continua de la Oposición de Izquierda, es dudoso que aun estas medidas del progreso se hubiesen logrado. Dejados a sus propios medios, sin la confrontación con las demandas de la Oposición, parece seguro que el bloque de Stalin- Bujarin se hubiera hundido mucho más profundo en este pantano nacionalista y reaccionario, al cual fueron jalados con persistencia por los Kulak y otras clases hostiles a la revolución de Octubre.
Los rasgos esenciales y positivos del Plan Quinquenal, el éxito fenomenal que pudo mostrar el proletariado en el poder en el camino del progreso industrial, es una deuda que se debe exclusivamente a la lucha inclaudicable de la Oposición de Izquierda. Y es así como lo registrarán los archivos de la historia.
El Rompimiento del Bloque entre la Derecha y el Centro: el inicio del “Tercer Período”
La lucha librada en el ámbito internacional contra la Oposición de Izquierda fue conducida de manera conjunta por la facción centrista y el ala derecha. En su afán por derrotar el ala marxista de la Internacional Comunista era difícil percibir algunas diferencias entre Brandler y Thaelman, Jilek y Gottwald, Selier y Thorez, Lovestone y Yoster, Kilboom y Silen. El símbolo de esta unidad eran Stalin y Bujarin quienes se proclamaron “la Vieja Guardia Leninista incorrupta”. No era una unidad meramente ficticia. En todos los aspectos de política nacional e internacional, tanto de principio como tácticos, estas dos secciones del bloque gobernante mantenían una posición común. Iban hombro a hombro contra el “trotskismo”, y hombro a hombro con Purcell y Chiang Kai-shek. Junto defendían la teoría del socialismo en un sólo país, de los partidos de dos clases, obreros y campesinos. Juntos introdujeron un programa revisionista en el Sexto Congreso de Komintern en 1928 que fue adoptada por los delegados.
Sin embargo, para finales de 1927 la marea de la reacción que llevo a la burocracia a controlar el poder, estaba cediendo a un giro hacia la izquierda en las filas del proletariado internacional. En la misma Rusia, el “levantamiento del Kulak sin derramamiento de sangre” de 1928 tuvo un efecto despabilante sobre los obreros quienes comenzaron a presionar a sus líderes para que se girara el timón hacia la izquierda. En este ambiente, Stalin se vio obligado a dirigirse en dirección contraria al rumbo que había navegado durante los últimos cinco años. Empezando con un ataque cauteloso contra los representantes no revelados de ala Derecha, logró quitarles todo el apoyo con tanta rapidez que ya en 1929-1930 pudo lanzar un ataque frontal contra su dirigencia con nombres y apellidos: Rykov, Bujarin y Tomsky. Lo inesperado del ataque dejó perplejo al público comunista cuando Stalin presentó a los tres dirigentes de ala Derecha como abanderados de la restauración capitalista. ¡El presidente de la Internacional Comunista, la cabeza del gobierno soviético y el líder de los sindicatos soviéticos, fueron develados por Stalin como agentes de la contrarrevolución termidoriana! Pero ese era exactamente el “trío” con quien Stalin estuvo en una alianza “indisoluble” contra la Oposición de Izquierda del partido durante seis años.
Si la acusación por Stalin del ala Derecha tuviese algún sentido, y lo tuvo, fue al mismo tiempo una acusación mortal contra la misma facción Centrista. Porque ¿cuál pretexto podría éste ofrecer al Bolchevismo cuando había estado claramente en una solidaridad completa con los restauracionistas por media década? ¿Dónde en la historia se ha encontrado un caso de una tendencia verdaderamente revolucionaria que habría estado en un bloque inseparable con otra tendencia que resultó ser “reaccionaria” en una vuelta de hoja?
Dado el hecho que ambas secciones de la dirigencia se basaban en principios comunes, dado el hecho que Stalin tuvo que tomar prestado muchos argumentos del arsenal ideológico de la Oposición Izquierda para combatir al ala Derecha (¡los de Derecha lo acusaron de inmediato de “Trotskismo”, exactamente como lo ha predicho Trotsky en 1926!), la campaña de Stalin en contra de ala Derecha resultó ser al mismo tiempo una auto-revelación mortal del Centrismo, además de un tributo involuntario a lo justificado de la lucha del Oposición. No olvidemos que todos los asistentes al Decimoquinto Congreso del Partido Comunista Ruso condenaron a la Oposición de Izquierda por sembrar pánico cuando ésta advertía sobre el peligro creciente de los Kulak. Al igual que cuando Rykov se burlaba de la Oposición con la pregunta: ¿Si los Kulak son tan peligrosos, por qué no nos han jugado sucio?, así vociferaba Molotov en diciembre de 1927 que los Kulak no eran un problema nuevo, y que no valía la pena alarmarse o introducir más medidas de las que ya estaban implementadas. “Todos están “de acuerdo” decía Molotov, quien minimizaba con insistencia la magnitud de la explotación de los agricultores, “que ellos existen y no hay nada más que decir”. Apenas algunas semanas después, la Unión Soviética entera fue sacudida por una demostración de tremendo poder que habían acumulado los Kulak mientras los Bujarin-Stalin-Molotov-Rykov los habían defendido contra las críticas del “Trotskismo”.
En enero de 1928, justo después del XV Congreso, y animados por su éxito de expulsar el ala Izquierda del Partido, los Kulak se levantaron en lo que llegó a llamarse “sublevación sin derramamiento de sangre”. Poderosos y confiados, ellos se negaron a entregar sus granos almacenados y de hecho declararon: ¡Hasta que el poder soviético no cumpla con nuestras demandas de subir los precios en comparación con los fijados por el estado proletario, nos quedaremos con nuestras reservas y llevaremos al hambre las ciudades, los centros de clase obrera, hasta su sumisión! La resistencia era tan efectiva y preocupante que por primera vez en muchos años, los Soviet tenían que recurrir al uso de la fuerza de armas para requisar los granos de las aldeas. Toda la filosofía oficial de “Enriquézcanse”, la auto-consolación viciada sobre la poca importancia de los kulaks, la persecución rabiosa de la Oposición de Izquierda por sus advertencias oportunas, fueron ahora destrozados por la realidad. El espíritu revolucionario de la clase obrera que ahora estaba preocupada, y que nunca había sido totalmente eliminada por la campaña contra la Oposición, salió a la superficie a pesar de todos los obstáculos puestos por el régimen burocrático.
Es precisamente la presión desde abajo la que dio un verdadero impulso a la ruptura del otrora sólido bloque de Centro y Derecha. Este revuelo en contra de la línea anterior hacia la rendición a los elementos capitalistas dentro y fuera del país, arrebató el timón de las manos de la Derecha y forzó un cambio de curso. Basándose en esta corriente de tendencia hacia la izquierda en las masas, la facción estalinista abrió una nueva fase de su desarrollo: “el tercer período” de sus errores garrafales en el ámbito soviético e internacional.
La huida de los burócratas asustados del oportunismo partidario de ayer y su sustitución por el aventurerismo acontece durante lo que llega a conocerse como “el tercer periodo”. El periodo definido arbitrariamente no comienza en la historia de Komintern con su proclamación en el Sexto Congreso, sino más bien con mayor definición en la Novena Sesión Plenaria de la Internacional Comunista en febrero 1928. Es cuando se puede detectar las primeras señales de resurgimiento de clase obrera en Europa, pero apenas las primeras señales. El voto a favor de los partidos comunistas, en especial en Alemania, se incrementaba, pero a la par se incrementaba el voto por la socialdemocracia. En algunos otros países, sin embargo, la clase obrera se estaba retorciendo del dolor a causa de las derrotas sostenidas, como en China, o se mantenía pasiva bajo los efectos soporíficos de un boom económico del momento, como en Francia y en los Estados Unidos.
El Noveno Plenario (9-25 febrero 1928), en vez de establecer una etapa precisa del desarrollo del movimiento internacional de los trabajadores, proclamó una etapa “nueva y más alta” de la revolución China (¡no contrarrevolución, sino revolución!) dando así un apoyo amplio al aventurerismo de la guerrilla, además de anunciar de la boca de Thaelmann y otros voceros del Komintern que las masas trabajadoras del todo el mundo se estaban “radicalizando cada vez más”. Las advertencias contra la concepción poco profunda del progreso del movimiento revolucionario como algo automático y horizontal no sirvieron de nada porque provenían de la Oposición de Izquierda. El análisis penetrante y revelador hecho por Trotsky de la situación real del movimiento, no sólo se encontró con silencio por parte del Sexto Congreso (17 julio - 1 septiembre 1928) donde fue presentado, ni siquiera fue distribuido entre los delegados asistentes.
El Sexto Congreso que tuvo lugar a mediados de 1928 llevó al Noveno Plenario un paso adelante en su absurdo. Formalmente, éste marcó el punto culminante de colaboración entre centrismo y ala derecha (Stalin y Bujarin). De hecho, incorporó en los fundamentos del siguiente periodo una mezcla de las premisas oportunistas y deducciones de ultra-izquierda que han estado desde entonces en la raíz de toda la confusión y derrotas sufridas por el Comunismo. El Sexto Congreso tuvo mucho en común con el Quinto que se llevó a cabo en 1924, después de la derrota en Alemania. En 1924 no se proclamó ninguna derrota, más bien se anunció que la revolución estaba por delante. En 1928 se cometió el mismo error con la revolución china.
Durante el Quinto Congreso de 1924, Stalin hizo un descubrimiento novedoso que “la social democracia fue un ala más moderada del fascismo”. En 1928, el Sexto Congreso sentó las bases de una filosofía única de “social-fascismo”. El Quinto Congreso celebraba la victoria de “bolchevización” y “monolitismo”, cuando se socavaban las mismas bases bajo varias “dirigencias bolchevique” impuestas sobre las secciones nacionales. En 1928, las luchas más violentas se libraban internamente tras las bambalinas de “la Internacional Comunista unificada”. El Quinto Congreso, con todos sus líos de ultra-izquierda, no solo contenía gérmenes de una breve aceleración hacia la izquierda sino a la vez un viraje prolongado hacia la derecha, al período del Comité Anglo-Ruso, de alianza con Chiang Kai-shek, la Liga Anti-imperialista y la “Internacional Campesina”. El Sexto Congreso, con su apoyo de las conclusiones aventuristas, consagró la teoría revisionista del socialismo en un sólo país y estableció la “dictadura democrática de obreros y campesinos” (es decir, la Kerenskiada o la tragedia de Kuomintang) como una ley de hierro para gobernar los destinos de la revolución en tres cuartos de la tierra.
La lucha contra el “peligro de derecha” lanzada en el Sexto Congreso, y a la cual Bujarin se opuso apenas recientemente en el Decimoquinto Congreso del partido ruso, fue platónica y anónima. Su verdadero valor se puede estimar juzgando el hecho que la misma fue proclamada desde la tribuna del Congreso por el propio líder de la derecha internacional, Bujarin. De ese modo, se preservó la unificación formal del bloque gobernante lo que permitió esconder en cierta medida la fuerte disputa interna.
Es educativo observar cómo al mismo tiempo que Stalin estaba ocupado serruchando el piso a Bujarin y compañía, hasta el extremo de organizar su propio congreso no oficial simultáneamente con el “congreso de Bujarin”, estaba también a la cabeza de la campaña contra los rumores sobre los desacuerdos en la dirigencia del partido ruso llamándolos “calumnias trotskistas”. En un informe especial sobre el tema que Stalin presentó al Consejo de Ancianos en el Congreso, él repudió todos los rumores sobre las diferencias en el Politburó ruso. Stalin negó enfáticamente que existieran personas de derecha o puntos de vista de derecha en el Politburó o el Comité Central y en apoyo de sus aseveraciones introdujo la resolución firmada por él mismo y todos los demás miembros del Buró Político donde se declaraba:
“Los infrascritos miembros del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética declaran ante el Consejo de Ancianos del Congreso que expresan su protesta más enérgica contra los rumores sobre la existencia de disentimientos entre los miembros del Buró Político del Comité Central del PCUS.”
Sobra decir que las marionetas asistentes escucharon solemnemente y con aprobación esta decepción ridícula de la Internacional Comunista, cocinada conjuntamente por Stalin y Bujarin. El desmoronamiento de esta situación no se hizo esperar. En menos tiempo que toma para contarlo, prácticamente todos los voceros principales del Sexto Congreso fueron destruidos en términos organizativos, o directamente expulsados o salvados de la expulsión a cambio de una capitulación humillante. Al igual que los líderes del Quinto Congreso que duraron en sus escaños de poder por un breve espacio de tiempo, los “Bolcheviques” del Sexto Congreso encontraron un final veloz. Bujarin, el líder político del Congreso, el presentador del programa, presidente del Komintern fue denunciado unos meses más tarde como líder de la tendencia capitalista-restauracionista en la Unión Soviética (¡ni más, ni menos!). Lovestone, Gitlow y Wolfe fueron expulsados sin ceremonias como agentes de la burguesía americana. Roy, quien dedicó toda su vida a denunciar a Trotsky como un agente de Chamberlain, se encontró con la misma etiqueta puesta ahora a él mismo. Jilek y compañía en Checoslovaquia, Kilboon en Suecia, Brandler (y por poco Ewert) en Alemania, Sellier y compañía en Francia y una serie de otros fueron expulsados o se retiraron del Komintern.
La eliminación de cualquier restricción proveniente desde la derecha hizo posible que se llegara al extremo de lo absurdo en el Décimo Plenario en 1929, la cúspide del “tercer período”. El Décimo Plenario fue la reductio ad absurdum del Sexto Congreso con un par de novedades agregados por la iniciativa propia de Stalin y Molotov. Fue un Plenario de “tercer período” par excellence, del mismo “tercer período” que había sido denunciado como idea oportunista por la delegación Thaelmann-Neumann durante el Sexto Congreso. El “tercer periodo” según sus exponentes se caracterizaba por una creciente radicalización de las masas simultáneamente en todos los países. No habrá cuarto período, anunciaba Molotov, porque el tercer período termina con la revolución. La actual “conciencia política agudizada de amplias masas”, agregaba Losovsky, “es una señal indicativa de las vísperas de la revolución.” Moireva, un miembro del CEIC (Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista) declaraba: “En mi opinión, los eventos de mayo y los recientes acontecimientos en Polonia tienen una serie de elementos que recuerdan nuestros días de julio. El mero hecho que los partidos comunistas tenían que frenar a las secciones más avanzadas de la clase obrera en su impulso adelante, habla por una aproximación rápida de la situación revolucionaria.”
Esta extravagancia verbal se entiende solo si se recuerda que “nuestros días de julio” fueron los precursores directos de la insurrección de Octubre en Rusia. ¡Cabe señalar que estas fantasías se presentaban al mundo comunista oficial como productos de una fe inquebrantable hace más de tres años! Es durante el mismo “tercer periodo” con su radicalización de masas que crecía sin parar en prácticamente cada uno de los países del mundo y con su solemne anunció que Francia encabezaba la lista de las revoluciones por ocurrir (¡en 1929!), nació la teoría del social-fascismo, la enfermedad de la decadencia deterioro senil que hasta hoy día padece el Komintern. Inspirado por la fórmula ingeniosa de Stalin de 1924, ahora Manuilsky anunciaba que “la fusión de la social democracia con el estado capitalista no es una simple fusión de arriba. Ha ocurrido desde arriba hasta abajo, a lo largo de toda la sociedad”. Mejorando a Lenin, Manuilsky anunció que en 1918 Noske ya era un social Fascista. El gran estratega, Bela Kun quien destruyó la revolución húngara al no haber entendido la naturaleza de social democracia en 1918, ahora diez años más tarde trató de reparar el daño proponiendo una interpretación aun peor: “El social-fascismo es una variedad del desarrollo fascista en aquellos países donde el desarrollo capitalista es más avanzado que en Italia... En esta etapa del desarrollo, el social reformismo se atrofia y se transforma parcialmente en elementos de demagogia social y parcialmente en el elemento de violencia masiva del Fascismo.”
De ahí Manuilsky saca la conclusión sobre la política de frente unido que “nunca lo hemos considerado como una fórmula para todos, ni para todo momento, ni cualquier pueblo. Hoy día somos más fuertes y avanzamos hacia los métodos más agresivos en la lucha por la mayoría de la clase obrera”. A partir de estas citas, se puede imaginar con facilidad qué podrían contribuir al respecto los funcionarios de menor talla.
La motivación oficial para establecer el “tercer período” y todos sus mandamientos eran erróneos de principio al fin. No obstante, no significa que no existía una razón profunda para un giro de 180 grados en el curso del Komintern. El centrismo, desprovisto de cualquier ancla en los principios, sin tener una plataforma distintivamente propia, fue llevado a la izquierda bajo presión de la crítica y de los hechos. En ausencia de unos fundamentos reales, debe basarse en un prestigio preservado por medios artificiales. Entonces, para mantener la continuidad de su prestigio, es decir, lograr explicar la vuelta de pies a cabeza hacia la izquierda, y en particular, para justificar el cambio sin dejar espacio para las críticas del curso anterior, se inventa el “tercer periodo”.
Con la proclamación del “tercer periodo” los Centristas lograron justificar “el frente unido desde arriba” con Chiang Kai-shek y Purcell, así como la no creación del frente unido en otros casos. Ambas cosas se justificaban con una teoría brillante: establecimiento arbitrario de los “periodos”. En el “segundo periodo”, según este dogma de conveniencia, la esencia del Bolchevismo consistía en el mantenimiento de frente unido con los rompehuelgas comprobados a cambio de “su lucha en defensa de la Unión Soviética” del peligro del imperialismo británico. Mientras que en la fórmula del tercer periodo, todos los social-demócratas desde Purcell hasta el último obrero socialista en el taller se han convertido en Fascistas y por lo tanto los Comunistas no debían mezclarse con ellos. La fórmula de “tercer periodo” fue una filosofía con que el Centrismo vinculó dos periodos mutuamente complementarios y llenos de errores, crímenes y desorden ideológico sin perjuicio para sí mismo, por lo menos, en la intención de sus artífices.
El “tercer periodo” fue, y en la medida que sus remanentes todavía atestan el camino, es un hito en el camino de bancarrota y decadencia emprendido por el Centrismo. Desde su proclama hace más de tres años, hemos sido testigos de nuevas series de derrotas aunándose a aquellas acumuladas entre 1923 y 1928. En este periodo ocurrió el surgimiento del Fascismo en Alemania sin encontrarse con ninguna resistencia eficaz por parte de los comunistas, a quienes les fue prohibido formar frente unido con los obreros socialdemócratas bajo el dogma del “social fascismo”. Desorientados por una predicción fantástica de Molotov sobre que Francia estaba primera en la lista de las revoluciones, el Komintern fue tomado por sorpresa por el levantamiento en España. Cuando al fin se despertó de su estupor, el Partido Comunista Español ya se ha vuelto impotente debido al sectarismo extremo de su política que rechazó la táctica de formación del frente unido.
En los Estados Unidos, se perdieron inigualables oportunidades, una tras otra, para el trabajo revolucionario, surgidas en medio de las convulsiones de la crisis debido a la aplicación de tácticas que repugnaron a cientos de miles de trabajadores que estaban moviéndose en dirección hacia el Partido Comunista. En Inglaterra, Francia, Checoslovaquia -- en resumen en todos los países importantes-- la teoría y la práctica del “tercer período” colocó de rodillas al movimiento comunista, introduciendo confusión en su mente, paralizando sus extremidades y aislándolo de las masas. Si hoy por hoy la social democracia internacional es aún un gran poder, que hay que tomar en cuenta, si aún retiene su presencia en millones de obreros, se debe a todos los errores graves del stalinismo.
El deseo apasionado de las masas por un frente unido para resistir las usurpaciones de la burguesía fue rechazado por el requisito burocrático de los partidos comunistas de “un frente unido de abajo” o “un frente unido rojo”, es decir, un frente unido pendiente de la aceptación por adelantado del liderazgo comunista por los obreros no comunistas. Los stalinistas nunca utilizaron el hecho que obreros socialistas tenía el mismo odio al Fascismo, igual que los obreros comunistas. Al contrario, repugnaron a los trabajadores socialistas con su parloteo vació sobre “social fascismo” y con su alianza en Alemania, a cualquier costo, con las hordas hitlerianas durante el notorio referendo “rojo” en Prusia. La resistencia que los obreros socialistas estaban dispuestos a ofrecer a los ataques capitalistas fue debilitada aún más debido a la política sectaria de división de sindicatos y formación de minúsculas sectas de sindicatos comunistas. El aislamiento de Komintern de las masas en arena política al igual que en los sindicatos, como lo ha predicho la Oposición de Izquierda en su momento, ha transcurrido paralelamente con una degeneración moral e ideológica sin precedentes dentro de las filas del Comunismo oficial. Eso no podía continuar sin que se terminara en una crisis terrible, sea dentro la Unión Soviética o fuera de él. Los efectos acumulados de dicha degeneración dentro de la Unión Soviética han traído consigo los peligros del Termidor y el Bonapartismo, del mismo modo que amenazan la Internacional Comunista con desacreditación y desaparición.
Los peligros del Termidor y Bonapartismo
La gran revolución francesa del siglo dieciocho está llena de lecciones ilustrativas para la clase obrera de hoy. Solo un sacerdote puede declarar que existe una garantía absoluta contra la caída de la revolución rusa. Un verdadero revolucionario estará en alerta para prevenirla; esta vigilancia sería más efectiva si él entiende la naturaleza de los peligros que acechan y que medidas deben tomarse para alejarlos.
La revolución francesa vivió dos periodos de derrota: la reacción termidoriana y la dictadura bonapartista. El nueve de Termidor (27 de julio de 1794) los Jacobinos revolucionarios, Robespierre, Saint Just, Couthon, Lebas -- los “bolcheviques de la revolución francesa” -- fueron derrocados por una combinación de jacobinos de ala derecha, los vacilantes y la reacción monárquica. La guillotina que mandó a la muerte a 21 intransigentes Jacobinos al día siguiente ya no devoraba sólo a la reacción. En vez de ella, unos años más tarde llegaba a su clímax la época de Termidor con la ascensión al poder de Napoleón Bonaparte. La reacción termidoriana se hizo posible gracias a la degeneración y la corrupción del partido revolucionario de entonces: los clubes jacobinos. Se facilitó por ansias de “paz y tranquilidad” de ciertos sectores de la población y, más que todo, por los políticos cansados de la lucha revolucionaria y que se desplazaban hacia la derecha; agarró impulso de la presión de los monárquicos y reaccionarios quienes se adaptaron a los discursos y costumbres revolucionarios de aquel entonces para salvar su pellejo. Los de mentes débiles y de rodillas temblorosas entre los revolucionarios cedieron ante la presión social de la clase reaccionaria.
El golpe termidoriano no fue una obra de la contrarrevolución abierta. Por el contrario, ocurrió bajo la vieja bandera y bajo las mismas consignas con pequeñas modificaciones. Los jacobinos de ala izquierda fueron denunciados por termidorianos como los “agentes de Pitt” (al igual que los Oposicionistas en Rusia fueron denunciados como los “agentes de Chamberlain”). Los acusaron de ser nada más que “unos cuantos individuos aislados”, “aristócratas malvados” que socavaban la patria unida. Los jacobinos de derecha calumniaron a los hombres que ejecutaron encarcelaron o mandaron al exilio como “contrarrevolucionarios” sin darse cuenta que con ello estaban abriendo el camino a la dictadura Bonapartista completamente contrarrevolucionaria.
El partido bolchevique hoy no es el mismo partido que tomó el poder en octubre del 1917. Ha pasado por un periodo de reacción política y social. Su doctrina fue minada en sus cimientos, corrompida y falseada. Se infló en una masa enorme y sin forma como resultado de influjo de cientos de miles de obreros y campesinos comandados de manera indiscriminada, hasta que ha perdido la independencia y su carácter distintivo indispensables para un partido revolucionario. Fue despojado de sus funciones principales por un aparato burocrático y usurpador que se ha elevado por encima del partido y lo reemplazó. Su ala revolucionaria fue cercenada con violencia por la expulsión termidoriana de la Oposición de Izquierda. El atropello sistemático del partido dirigente del proletariado, sin el cual no puede ejercerse la dictadura en el sentido revolucionario, no solo acentúa el peligro de Termidor en la Unión Soviética, sino también en un momento determinado, la amenaza del Bonapartismo. En el camino de la degeneración que lleva al triunfo de la contrarrevolución, el Termidor y Bonapartismo no manifiestan etapas que se distinguen en su base clasista.
En la gran revolución francesa, el Bonapartismo sucedió rápidamente al Nueve de Termidor y el Directorio. Pero dicha sucesión es tan poco inevitable o decretada como la seguridad de que la contrarrevolución se dé del todo, muchas otras posibilidades pueden concebirse tales como la fusión de las dos etapas, la modificación de una o de la otra en las condiciones de una nueva era social. El ala derecha en el partido ruso tuvo su fuerza más que todo en las clases, no en la membresía y, en especial, no en el aparato del partido. La derecha fue derrotada fácilmente en el partido porque no estaba lista hacer un llamado abierto para el apoyo de los intereses de clases que representaba: los kulaks y los nepmen que dependían del primero. La victoria del centro estalinista sobre el triunvirato de la derecha paró por algún tiempo la avanzada de las fuerzas termidorianas, de aquellos oscuros intereses de agricultura atrasada que habían sido nutridos y estimulados durante los años reaccionarios de lucha contra la Oposición de Izquierda.
No obstante, esta victoria no eliminó otras etapas, más agudas, del peligro contrarrevolucionario. Mientras que el ala derecha y el ala izquierda del Partido Comunista en la Unión Soviética representan fuerzas e intereses de clases bien definidos, no se puede afirmar lo mismo sobre el aparato Centrista. Siendo una fuerza de pequeña burguesía, el gráfico de su política muestra una curva interrumpida por saltos hacia la izquierda y a la derecha que se hacen más cortos y más frecuentes en situaciones de la agravación de la crisis. A veces se inclina más hacia el núcleo proletario del país, como durante la campaña contra la derecha, a veces hacia fuerzas reaccionarias, como durante la lucha contra la Izquierda. No logra encontrar una base firme de clase que le permita operar; lo más cercano que se ha llegado a tal fundamento fue el periodo cuando la facción de Stalin idealizaba al “campesino medio”, una capa social amorfa que lejos de servir de base de clase sólida por sí misma, requería de una. Sin embargo, la facción de Stalin tiene fuerte presencia en la burocracia del partido; de hecho, es la burocracia del partido.
A la par del proceso de dilución del partido hasta que este se convierta en una masa inflada sin forma, la facción de Stalin se elevó sobre el partido hasta un nivel inalcanzable y se constituyó en una casta burocrática. La masa difusa del partido es incapaz de llegar a esta casta para cambiarla o para hacer que ella refleje los intereses de la masa. Por su parte el aparato, una vez estrangulado el partido, debe ahogar cualquier signo de vida dentro de sí mismo. Decimos que debe, porque no puede permitir que ninguna discordia en sus filas baje a las masas del partido por el miedo de librar la fuerza que es inherentemente perjudicial al mismo aparato. Por consiguiente, todo el sistema burocrático se desplaza implacablemente hacia un estado cuando un número de personas cada vez menor deciden y hablan por todos; este número por hoy prácticamente es uno y su nombre es Stalin. Desprovisto de base clasista, el aparato burocrático está impregnado principalmente por el deseo de auto-preservación y auto-perpetuación. Es la meta básica a que obedecen todas sus políticas y los zigzag en las mismas. La adulación bizantina enfermiza de Stalin obligatoria para cada funcionario, la conversión de las fuerzas armadas y, en especial, de la GPU en un instrumento con que opera el Secretariado con cada vez mayor exclusividad, combinados con la supresión de la democracia obrera, en general y la democracia en el partido, en particular, en otras palabras la supresión de las garantías contra una degeneración de la dictadura del proletariado: todas ellas son características del actual periodo en la Unión Soviética.
Ello revela las precondiciones de un régimen bonapartista en la URSS. Cambiando de borda desesperadamente entre varias clases y capas sociales, el aparato no logra satisfacer a ninguna. De ahí se hace patente el peligro que el creciente descontento de todos los sectores de la población y más que todo del campesinado, explotará los cimientos mismos de poder soviético, es decir, de la dictadura del proletariado. Si la crisis sale al descubierto y revela que el proletariado y su partido se han debilitado tanto que no pueden actuar de modo decisivo y victorioso, entonces la contrarrevolución podría asumir la forma de Bonapartismo, de un hombre u hombres de hierro “por encima de las clases” que a simple vista estarían mediando entre las fuerzas en competencia, con el apoyo temporal del poder de fuerzas armadas y la cohesión experimentada del aparato burocrático. Es el prospecto que revela la facción estalinista como un reservorio potencial del peligro bonapartista.
Una simple revisión superficial permite excluir esta posibilidad al igual que la posibilidad de golpe termidoriano basándose en lo que se ha llamado la “liquidación de los Kulaks”. Si eso fuese el caso, el peligro sin duda alguna se hubiera disminuido aunque, aun entonces no eliminado por completo. Sin embargo, un análisis más detallado revelará que el “kulak liquidado” representa aun una fuerza considerable, que es aún más peligroso en el sentido que no solo sus actividades actuales y el avance se esconden bajo las granjas colectivas establecidas administrativamente, pero además por la ruptura de las relaciones entre el campo y la ciudad, obrero y campesino, un resultado inevitable del curso entero de la burocracia de Stalin.
“Los agricultores franceses,” escribía Marx en su estudio clásico de Bonapartismo, “son incapaces de afirmar sus intereses de clase en el nombre propio, sea por medio del parlamento o por medio de una convención. No pueden representar uno al otro, tienen que ser representados. Su representante debe aparecer al mismo tiempo como su patrón, como una autoridad sobre ellos, como un poder gubernamental ilimitado, que los protege desde arriba, dándoles la lluvia y los rayos del sol. Por lo tanto, la influencia política del parcelero encuentra su última expresión en un poder ejecutivo que subyuga la voluntad común a su propia voluntad autocrática.”
Tal poder ejecutivo está presente en el aparato burocrático del partido y de los Soviet. Para que este se desarrolle plenamente como la maquina Bonapartista, primero debe recibir un bautizo en la sangre de una guerra civil, el concomitante obligatorio del derrocamiento de la dictadura del proletariado que la reacción no puede soñar a evitar. Sin embargo, el derrocamiento en sí, puede evitarse pero sólo por la vía de restauración del partido del proletariado, el aplastamiento del cual hizo posible que se acumularan todas las contradicciones internas y que se maduraran los factores de contrarrevolución. Es a ello, a la restauración del partido, al acercar el día que acontezca, que se dedican las acciones y los esfuerzos de la Oposición de Izquierda.
La Oposición de Izquierda Internacional
La Oposición de Izquierda Internacional se ha constituido en cada país importante. Hoy día está formalmente fuera de los partidos comunistas oficialistas, no por opción sino por obligación. En cada caso, sus filas las integran principalmente militantes comunistas cuya defensa de los fundamentos del leninismo les costó la expulsión del partido. La crisis de la Internacional Comunista lo dividió en tres campos: la Oposición de Derecha (Brandler, Lovestone, Roy); la facción Centrista burocrática de Stalin; y el grupo de los Bolcheviques Leninistas de la Oposición Izquierda. El punto fundamental que une los primeros dos a pesar de otras diferencias es la teoría nacionalista y reaccionaria del socialismo en un sólo país, lo que al mismo tiempo traza la línea divisoria entre nosotros y la combinación del Centro y Derecha.
En contra de esta teoría, la Oposición de Izquierda defiende la concepción marxista de la revolución permanente, es decir, el desarrollo continuo de la revolución mundial que comenzando en un país puede mantenerse sólo con la condición de su extensión en la escala internacional. La Oposición de Izquierda fue y sigue siendo un oponente irreconciliable de la social democracia internacional, el defensor principal de la democracia burguesa. El ala derecha es un puente del movimiento comunista a democracia social. En los Estados Unidos, Alemania y Checoslovaquia, las secciones o toda la oposición de derecha se han pasado al campo de la democracia social. Lo que queda de esta facción carece de base estable y, por lo tanto, de derecho a una existencia separada. Está en constante oscilación entre social democracia y capitulación al Estalinismo con el cual no tiene diferencias sustanciales. La facción Centrista apoya social democracia desde “Izquierda”. Con su oportunismo en ciertos momentos y ultra- izquierdismo en otros ha permitido a los líderes socialdemócratas retener el control sobre millones de obreros.
En cada etapa de su lucha como una agrupación distintiva, la Oposición de Izquierda ha defendido los principios fundamentales incorporados por sus líderes y voceros en la revolución rusa y la Internacional Comunista en sus etapas tempranas de existencia. Estos principios, elaborados teóricamente por Marx, Engels, Lenin y Trotsky y bien comprobados por las décadas de luchas, guerras y revoluciones, son las armas primarias del proletariado mundial en su lucha histórica por su liberación y la de toda la humanidad. Los mismos han sido socavados, falseados y violados por el régimen gobernante en la Unión Soviética y en la Internacional Comunista. Como resultado, este ha llevado el movimiento Comunista y por lo tanto la clase obrera de una derrota a la otra hasta tal grado que la patria de la clase obrera, la república Soviética, corre peligro y el movimiento revolucionario organizado está en las garras de una gravísima crisis.
¡La Oposición de Izquierda en su lucha por la regeneración del movimiento Comunista está luchando por el presente y el futuro de toda la clase obrera!