OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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V
UNA tarde del año 1923 encontré a Mariátegui en la sala de la Sociedad Filarmónica, donde se exhibía una muestra pictórica italiana. Era una tarde de otoño y el escritor no se había quitado su largo abrigo de tono oscuro. Lo veía por primera vez, después de su regreso de Europa, y me pareció pleno de energía y de cordialidad. Traía el encargo de presentar aquella muestra pictórica —pintores italianos modernos— que por lo demás no tuvo mucho éxito. Charlamos brevemente. Mariátegui tenía que atender a los visitantes, que solicitaban explicaciones y comentarios. Pudo, sin embargo, referirme que tenía un hijo, Sandro, y que vivía en una casa ele un antiguo barrio de Lima. Después de este fugaz encuentro volví a ver a Mariátegui, —habían transcurrido algunos meses— en una librería del jirón de la Unión. Comentamos no sé qué libro. Me confió que había nacido su segundo hijo, Sigfrido, llamado así por su admiración a Wagner. Quedé en ir a conocer a Anita y a los chiquillos. Pero no pude cumplir mi ofrecimiento, inmediatamente. En la casa de la calle Wáshington conocí a Anita y a sus hijos. Al hogar de Mariátegui —sentado en su sillón de inválido— acudía yo con frecuencia, urgida por el afecto, la simpatía intelectual, el respeto al hombre cuya vida era un ejemplo de serenidad heroica, de sinceridad, de silenciosa abnegación. Al volver al Perú Mariátegui no retorna como el europeizante desdeñoso e inflado de pedantería que contempla las cosas y los hechos de su tierra con torpe incomprensión. Después de sus cuatro años de experiencia europea vuelve con el alma abierta a la emoción peruana, con la inteligencia alerta para recoger las vibraciones del problema de su tierra natal. A la Lima frívola y despreocupada trae la fortaleza de su fe, su preocupación dramática, el ardor de su palabra desnuda de retórica, su voluntad de trabajo. Comprende todas las posibilidades del país y lo alienta la esperanza de hacer obra, de despertar inquietudes, de arrojar la simiente en el surco de aquellos campos, aún infecundos. El sembrador; así veo a Mariátegui, en actitud de aventar el grano en las llanuras costeñas melancólicas y desoladas, en los valles risueños e idílicos del Ande, en la floresta enmarañada del Oriente. ¡Qué energía la de este hombre, a quien amenaza la enfermedad, que jamás supo de los halagos de la fortuna y a quien la muerte se llevara en plena juventud! ¡Qué energía y qué alegría sencilla y comunicativa! ¡Y qué ansiedad por todos los aspectos de la vida y del arte! Porque su inteligencia era poderosa y lúcida, su corazón generoso y su inquietud múltiple, por eso se dio por entero a ese Perú, donde el problema huma- no es hondo y trágico y la tradición artística, rica y variada. De no haber sido mutilado habría visitado todo el país; habría penetrado en los centros mineros de la Sierra; habría recorrido las sórdidas rancherías de las haciendas costeñas, habría llegado hasta la opulenta y, a la vez, desamparada Selva; todo el territorio peruano lo habría cruzado en su afán de conocimiento de la tragedia de su país. ¿Cómo se inició la obra de Mariátegui, al volver a su país? Citaré sus propias frases, tomadas de una nota autobiográfica: «A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias, en la Federación de Estudiantes, en la Universidad Popular, artículos, etc., expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método Marxistas. Investigar la realidad nacional; ¡con qué pasión se entrega Mariátegui a esta obra, que será uno de los fines de su existencia, con qué voluntad, capacidad de trabaje y espiritualidad! Sus conferencies y su labor, en las Universidades Populares González Prada, fundadas por el Congreso Nacional de Estudiantes reunido en el Cuzco, se caracterizan por la claridad de su exposición y la solidez de su estructura. No es el improvisador criollo, cuya elocuencia se desata adornada de pintorescas imágenes y retorcidas metáforas; Mariátegui habla siguiendo un plan, un método, un sistema; con vehemencia, si, pero con precisión matemática y basándose en vigorosos argumentos. Acordado el funcionamiento de las Universidades González Prada, Haya de La Torre organiza su plan y su programa y llama a estudiantes e intelectuales, para que dicten los cursos de estos centros de extensión universitaria. Solicita la colaboración de José Carlos Mariátegui, que acababa de llegar de Europa y Mariátegui, antes de principiar sus lecciones, asiste unos días a las clases, en calidad de oyente, porque quiere establecer contacto con los obreros y hacerse conocer más íntimamente de ellos. Su primera conferencia tendrá por título "La crisis mundial y el proletariado". Con acento emocionado y fraterno se dirigirá a sus oyentes y les dirá: «Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre, a enseñarles la historia de esta crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros». Mariátegui, cuya cultura es vasta y profunda, que trae de Europa un rico bagaje de conocimientos es, sin embargo, modesto y sencillo. Se coloca en la posición del estudiante, cerca de los obreros que lo escuchan, que esperan de su inteligencia orientación y rumbo. No se siente profesor. El jamás frecuentó universidades y academias; una vez asistió en San Marcos, a los cursos de Latín dictados por un monje agustino, porque lo atraía la belleza del idioma madre del nuestro, pero conservando su carácter "antiuniversitario". Y va a los obreros de las Universidades Populares a "estudiar con ellos", no a enseñarles. Hay otros jóvenes en esas Universidades, que comunican a los obreros sus conocimientos. Son Enrique Cornejo Koster, Carlos Manuel Cox, Alfredo Herrera, Eudocio Rabines, Jacobo Hurwitz, Fausto Posada. Idealistas y entusiastas no siguen quizás, aún, una ruta bien' mareada, bien definida. Luchan por "la justicia social", pero su pro- grama no es todavía concreto ni preciso. Mariátegui dará a la labor realizada en las Universidades González Prada una orientación vigorosa y bien trazada; cada lección suya señalará una dirección, una meta, un fin. Pero las Universidades Populares no habían de tener larga vida. Después de la jornada del 23 de Mayo,1 cuyo epílogo será la muerte de un estudiante y de un obrero y la prisión y deportación de Haya de la Torre, la policía vigila las U. P. G. P. Y un día —con el pretexto de que son centros de agitación y de subversión— caen los agentes al local donde estaban reunidos profesores y alumnos. Son llevados a la comisaría, donde permanecen dos días. Mariátegui se encontraba entre los apresados. Su actitud tan digna y varonil, en la comisaría, logra dominar la insolencia de un militar, que se permite ultrajar con palabras gruesas a los presos. La vigilancia policial ha de perseguir después a Mariátegui, durante los años que le restan de vida. El semanario Variedades, dirigido por Clemente Palma, pidió a Mariátegui su colaboración. A los redactores de Variedades, hombres de amplio criterio, no les importaba la posición izquierdista del joven escritor. Como a Mariátegui tampoco perturbaba el color político del semanario dirigido por Palma. El no ya a hacer política menuda, campañas de chismecillos; su pensamiento se irradia en ámbitos más espaciosos, alcanza tonos más altos. ¿Propaganda de su fe, de sus ideas, de su credo socialista? De nuevo habría que comparar a Mariátegui con el sembrador que arroja la semilla para la futura cosecha. Si de un lado, en diarios y revistas, se entonan loas al dictador, si se deshojan flores ante sus ministros y se proclaman las excelencias del régimen leguiísta, vibra también una voz noble, sincera y pura, que interpreta una nueva conciencia y un nuevo ideal Mariátegui, en Variedades, inicia la sección "Figuras y Aspectos de la Escena Mundial". El tiempo se llevará los elogios prodigados al dictador Leguía y a sus criaturas, pero quedará palpitante en las entrañas del Perú el mensaje de Mariátegui. NOTA: 1
E1 23 de Mayo de 1923 se pretendió realizar en Lima una consagración
religiosa de la ciudad, pretensión que encontró el más vivo rechazo en
los estudiantes y obreros. |
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